Justo como a mí me gusta

C. Martínez Ubero

 

 

 


Primera edición en digital: febrero  2018

Título Original: Justo como a mí me gusta

©C. Martínez Ubero 2018

©Editorial Romantic Ediciones, 2018

www.romantic-ediciones.com

Imagen de portada ©Slava_14

Diseño de portada: Isla Books

ISBN: 978-84-16927-91-3

 

 

Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los

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PRÓLOGO

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Nota de la autora


 

 

Gracias a mis amores por estar siempre a mi lado.

 

 

 

PRÓLOGO

 

¡Qué día más largo! Hoy ha sido de locos, no ha dejado de llover, en el taller todo ha sido un caos, además, los niños con un resfriado de campeonato… ¡Gracias a Dios, por fin en casa! Una buena ducha, mi pijama calentito, unos suaves calcetines y una sopa maravillosa. No veía el momento de sentarme un rato y descansar. Miro mi libro, que está sobre la mesita al lado del sillón, el marcador lleva en la misma página desde hace una eternidad, pero hasta la vista la tengo cansada de nuevo. Cojo mi portátil, tal y como estoy tumbada en el sillón lo pongo sobre mis piernas, repaso mi correo por si hoy hubiese llegado el email que llevo tanto tiempo esperando, y… no está. Sabía que no llegaría, pero es esa pequeña ilusión con la que cada noche hago la misma operación. Entro en algunas páginas de internet, algo aburrida, se me ocurre la “genial” idea de entrar en la de su bufete. Busco la fotografía de su equipo y mis ojos van directamente hacia él. ¡Míralo! Si pudiese imaginar cuánto lo añoro.

—… ¡Ya se han dormido! ¡He tenido que contarles tres cuentos esta noche!

Cerré la pantalla de mi portátil disimuladamente y levanté los ojos buscando la voz de mi chico.

—¿Has comprobado si vuelven a tener fiebre?

—Sí, pero no tienen. Tenías razón, están mucho mejor. —Él, muy “sutilmente” abrió el portátil—. ¿Qué estabas mirando? —Leyó el enunciado del despacho de abogados, sin llamarle la atención la foto de la portada—. ¿Tan malo soy que estás buscando ayuda legal?

Le sonreí, dejé el portátil sobre la mesita.

—No, tú eres un cielo.

—Y esta noche, si me dejas, voy a hacer que veas todas las estrellas de mi firmamento.

Sonreí cuando comenzó a subir sus labios por mi hombro, hasta llegar a mi cuello.

—Cariño, estoy muy cansada.

—Pues relájate, piensa que estás lejos, muy lejos de aquí.

Cerré los ojos, quise abandonarme a sus caricias y le hice caso, mi mente voló en el tiempo y a la vez lejos, muy lejos. Pero de él.

 

1

 

Raquel

 

¡Treinta y dos “añazos”! ¡Uff! ¡Estaba llegando a esa edad en la que empezaba a no gustarme demasiado que llegase otro cumpleaños más!

Por eso, en vez de estar feliz recibiendo besos y felicitaciones, aquí estoy, casi escondida en el único lugar del mundo donde me siento realmente bien. En pleno centro de Madrid, en la esquina de la calle Cavanilles, mi padre me había enseñado a buscar refugio, para poder centrar mis pensamientos, en la tranquilidad y la paz de la azotea de nuestra casa de diseño. Poco a poco y a lo largo del tiempo, conseguimos crear aquí arriba un precioso jardín solo para los dos. Por el trabajo de modelo de mi madre no podíamos estar mucho tiempo la familia reunida y de este modo, él había ideado la forma para que yo, durante mi niñez, no la echase mucho en falta, pasando así juntos horas y horas. Aunque ya siendo muy pequeña, comprendí que no solo lo hacía por mí, sabía que, si él subía con su block de diseño, era porque se había bloqueado en algunas de sus creaciones o bien simplemente para dejar volar su imaginación, era entonces cuando se sentaba en su enorme sillón de mimbre, a mí me hacía un sitio a su lado y me pedía que dibujara lo primero que se me ocurriese. Y aunque aquellos dibujos fueron siempre intentando imitar sus maniquíes, casi todos mis vestidos de entonces eran unos garabatos queriendo parecer princesas, pero él me animaba diciendo que se inspiraba mucho en ellos e incluso siempre que pintaba figuras femeninas estando conmigo, les ponía un precioso pelo largo y rubio y unos enormes ojos verdes, convenciéndome que siempre era yo la que aparecía en sus dibujos.

Antes de su fallecimiento, mi padre había conseguido que nuestra prestigiosa firma: “Wilson Lebrón”, se hiciese un buen hueco en el mundo de la moda. Hacía años había llegado a España desde Estados Unidos, dejando atrás un ya fructuoso negocio de moda para volver a fundar aquí otra empresa de la nada. Pero él era así, e hizo florecer de nuevo su magia no atribuyéndose nunca su triunfo, al contrario, como tantas veces decía: “Todo mi éxito se lo debo a mi preciosa musa, mi mujer”. No es que no me quisiera a mí, al contrario, sé que me adoraba, pero él se enamoró de mi madre nada más verla, tuve la suerte de vivir un amor como jamás vi otro a su lado y así fue hasta el fin de sus días. Ella era, y es un bellezón, y cuando los años la retiraron de las pasarelas, encontró refugio en nuestra empresa de diseño, aportando toda su experiencia en moda, aunque ese trabajo, definitivamente, no era lo suyo y cuando menos lo esperábamos recibíamos un mensaje diciendo que estaba grabando un reportaje en París, en Berlín o ve tú a saber dónde. A mi padre, sus pequeños arranques no le importaban, la amaba tanto que sabía que el único modo para tenerla siempre a su lado era dejándole su espacio, su libertad. La conocía lo suficiente para saber que ella así era feliz.

 

 

—Señorita, ¿qué hace usted aquí sola y tan temprano? Va a coger una pulmonía con este frío.

Una voz muy conocida me sacó de mis pensamientos:

—Buenos días, Mario, estoy revisando los documentos para la reunión de esta mañana, el frío me despeja la mente y me ayuda a pensar. ¿Y a usted, qué le hace seguir levantándose a esta hora?

—Desde que su padre no está con nosotros, me gusta venir bien temprano para arreglar todo esto un poco, uno ya está bastante viejo y al parecer la falta de sueño va en relación con la cantidad de años vividos. —Mario había sido nuestro hombre de mantenimiento desde que mi padre fundó la empresa y a pesar de los muchos años juntos, su relación no había sido nunca como la de un jefe y su subordinado. Entre ellos existía ese lazo de unión que solo crecen en algunas exclusivas relaciones: la de la sinceridad y el apoyo sin condiciones. Y a pesar de haberse jubilado, ni un solo día había dejado de acudir a arreglar nuestro pequeño paraíso del Edén, era el homenaje a su compañero de camino—. Yo tengo mi excusa, ¿cuál es la suya?

—¡Ah, Mario, a usted no puedo engañarlo! Las cosas no van tan bien como quiero aparentar, si eso fuese poco, mi vida es una pura ruina.

—No diga eso, Raquel, usted ha sacado la astucia de su padre para los negocios, la belleza de su madre y su don para afrontarlo todo, ¿cómo pueden irle tan mal las cosas?

—¿De verdad quiere que le cuente? Será mejor que no, prefiero no agobiarlo con mis problemas.

—Puede hacer lo que desee, pero su padre siempre decía: “Que el hombre, por muy bien o por muy mal que esté, siempre necesita ser escuchado, aunque eso no signifique ser entendido”.

Sonreí al escucharlo, esa era una frase “muy de mi padre”. Él tenía su propio libro de filosofía de la vida, sabía elegir las palabras adecuadas para cada momento adecuado. Resoplé y pensé por dónde empezar a contarle:

—Amigo, es que desde que mi padre nos dejó, la empresa se ha resentido y no estamos pasando precisamente por el mejor momento, esta maldita crisis está acabando con nosotros. ¡Me lo he jugado a una carta, he invertido todo lo que tengo en el desfile que hemos preparado para la Semana de la Moda de Nueva York, los mejores tejidos, los más complicados patronajes, pero esta maldita suerte mía me la ha vuelto a jugar, una vez que ya creía tenerlo todo listo para empezar a recoger los frutos, nos ha surgido otro problema y quizás no podamos desfilar! ¡Para colmo de males, mi poca paciencia me ha llevado a terminar mi relación con Álvaro! ¡Dígame, ¿no cree que tenga motivos para estar preocupada?!

—Si me permite un consejo, ese Álvaro era un hombre muy “especial”. Los hombres deben ser cabales, desde luego, pero tienen que saber hacer reír y feliz a una mujer y a usted no la hacía, así que, por ese lado, no ha perdido demasiado. Y… ese otro problema del que me habla, ¿ese, tiene arreglo?

—La verdad, no lo sabré hasta que no esté en Nueva York, y los abogados me expongan los acuerdos que han tomado.

—Pues como su padre diría: “Si los problemas tienen arreglo, “pa” qué preocuparse y si no los tienen, “pa” qué te vas a preocupar”. —Me arrancó una carcajada escucharlo. Él, con toda su parsimonia continuó hablando—: Así es como debería usted reír cuando esté con el hombre de su vida. El amor llega, señorita, no se preocupe por eso, una mirada, una atención, una caricia, y de pronto sabe que ese es el suyo para siempre. Y, por lo referente a esta casa, sé que usted haría cualquier cosa por sacarla adelante, aunque solo fuese por conservar la memoria de mi amigo, pero tenga algo bien claro, él se entregó porque era su sueño, ahora es cuando le toca a usted luchar por los suyos propios, debe preguntarse si es el mismo que él tenía o no. —Me quedé mirándolo, comprendí de un plumazo su relación con mi padre. Al volver escucharle hablar, obtuvo de nuevo mi atención—: Ya me voy y usted debería de hacer lo mismo, he visto llegar los coches de su “consejo de sabias”, como usted las llama, y seguramente andarán como locas buscándola.

Sonreí y le contesté:

—Déjelas que me esperen algo más, necesito pensar otro poquito las cosas antes de bajar, quizás mi perspectiva haya cambiado un poco.

Apoyó su mano en mi hombro y me dio un beso en la frente.

—Sé qué hará lo correcto, su padre tenía toda la confianza del mundo en usted y yo también. Además, hoy no es día para estar preocupada, él no querría verla así en su cumpleaños, usted fue su mayor regalo y orgullo.

Acaricié, su vieja mano encallecida, con ternura. Sonrió, a la vez que respondió mi gesto apretando la mía con la suya, entonces lo vi salir, con sus doloridos pasos, de la azotea. El sonido del teléfono recibiendo un mensaje de mi vecino y amigo Diego felicitándome, me distanció de la conversación que acababa de mantener. Él me había enviado uno de esos mensajes con muchos besos y tartas de cumpleaños.

Sonreí al verlo, pero mi cabeza volvió a mi anterior estado de ánimo, me quedé pensando: “Eres mi mayor orgullo”, esas fueron realmente las últimas palabras de mi padre. Por eso yo deseaba tanto tener un hijo que me hiciese sentir ese amor del que él tanto presumía. Pero otro año más pasaba y era incapaz de tener una pareja estable para poder formar mi propia familia, así que no lo dudé y en un segundo me reafirmé en otra de las importantes decisiones que tanto había meditado.

 

 

Bajé hasta la sala de reuniones, como cada viernes teníamos consejo y cuando entré, mis “sabias” me tenían preparada una fiesta por todo lo alto.

—¡Sorpresa!

—¡Pero, bueno! ¿Se puede saber qué es todo esto?

¡Me quedé perpleja, no esperaba nada parecido! Todas comenzaron a abrazarme y a felicitarme, habían preparado un desayuno a lo grande con cartel de Feliz Cumpleaños incluido.

Después de un buen rato de celebración, conseguimos centrarnos en el único punto del día, aunque la loca de Francis, nuestra más que reputada fotógrafa, aún seguía con su gorrito en la cabeza. Mª José, la jefa de contabilidad, comenzó dándonos el último estado financiero. Mientras ella hablaba me quedé mirándolas, no llegué a darme cuenta hasta que no las vi allí sentadas, que había ido cambiando al antiguo equipo de mi padre, formado solo por rudos hombres de negocios, por un grupo de colaboradoras de dirección totalmente diferente, había elegido rodearme de verdaderas amigas. Cada una con sus problemas e inquietudes, pero todas maravillosas. Había conseguido fichar a una de las mejores diseñadoras del mundo, Lola Dámper. Como relaciones públicas, a Ana Soler, que había trabajado para las mejores cadenas de televisión y a su lado, mi mano derecha, Yolanda Gallardo, nuestro “pepito grillo” particular y encargada de intentar cuadrar todas mis desastrosas decisiones. Miré a Zuque, la creadora de las mejores magias de estilismo en todos mis desfiles y a Marta, toda una erudita en la preparación de maravillosos catering y eventos, que en ese momento entraba dando órdenes, con la mayor eficacia a su equipo, para que todo volviese a estar impoluto de aquella pequeña fiesta improvisada. Nunca me creí sexista, pero me pregunté: ¿cómo había podido llegar a formar un equipo de trabajo exclusivamente con mujeres? La voz de la jefa de contabilidad me sacó de mis pensamientos.

—… y no hay nada más que explicaros, si este año no conseguimos desfilar en Nueva York, vamos directamente a la quiebra.

—¡¿Puede alguien volver a explicarme cuál es el impedimento que tenemos para el dichoso desfile?! Tenemos los permisos, los contratos, las modelos, la ropa... No puedo creerme que por una servilleta de papel con un garabato no nos permitan seguir adelante —dijo Ana.

Había estado escuchando todos los informes financieros y las explicaciones que Yoli, como a mí me gustaba llamar a mi amiga en los momentos íntimos, nos habían ofrecido. Yo, mejor que nadie sabía cómo estaban las cosas y era mi momento de dar explicaciones, sería mi casa de moda, pero eran sus puestos de trabajo los que estaban en juego. Adelanté mi cuerpo y me apoyé sobre la mesa:

—Ana, hasta ahora no quise profundizar contándoos lo ocurrido, es que pensé que nada de esto procedería, nunca creí que la familia de un amigo tan cercanos a nosotros nos haría esta encerrona. Dejadme que os explique cómo son las cosas: Mirad, cuando mi padre decidió marcharse de Nueva York para casarse, vendió la parte de la empresa que había fundado allí a su socio, juntos fueron a celebrarlo con una noche de copas y en medio de una buena borrachera los dos firmaron en unas servilletas de papel, en la que escribieron que la ya compañía de Larry no trabajaría en España y que la que él fundaría no lo haría en América. No fue más que una broma, mi padre ni siquiera guardó ese papel, pero se ve que su socio sí lo hizo. Ahora su empresa se ha negado a que desfilamos de nuevo este año allí, por las ventas que “probablemente” haremos en su país y han llevado a los tribunales la dichosa “servilletita” para impedírnoslo, alegando que tenemos un contrato firmado de renuncia para hacerles la competencia, todo está en manos de los abogados. Como bien acaba de explicar Yolanda, sabéis la enorme inversión que nuestra empresa ha hecho este año, no tenemos más remedio que seguir adelante, por mi parte no veo otra salida, tendremos que arriesgarlo todo. La decisión está tomada, nos vamos y que sea lo que Dios quiera.

—¡Pero es que no lo comprendo, no es el primer año que desfilamos, ya estamos haciéndonos un nombre allí! ¿Por qué ahora?

Yolanda respondió a Lola sin alterarse:

—Tú misma te estás contestando, mientras no teníamos un nombre a nadie le importaba que desfilásemos o no, pero ahora somos alguien, el año pasado doblamos sus ventas y por eso están dando brazadas a diestro y siniestro buscando el modo de no tenernos como competencia. Incluso este año nos ha asignado la organización uno de los mejores espacios de la semana, relegándolos a ellos a un puesto bastante inferior, si siguen así quizás en próximos años no puedan ni desfilar.

Intervine de nuevo en la conversación:

—Bueno, sea como sea, mi abogado está intentando retrasar lo máximo posible la vista, incluso ha arreglado una reunión de conciliación. Si lográsemos que el juicio no quedara listo para sentencia hasta después del desfile no tendríamos problema, ya nos preocuparíamos para el año próximo y lograríamos salvar este. Solo nos faltaría rogar para que las ventas sean tan buenas como esperamos, y así podríamos sacar la empresa adelante.

Francis sopló con fuerza el matasuegras que tenía en su boca, todas dimos un salto al escuchar el pitido.

—¡Pues preparad el equipaje, nos vamos y esta noche nos espera la gran juerga! ¡Manhattan tiembla, el mejor grupo del mundo va a celebrar el cumpleaños de su presidenta!

Nos miramos todas, el ambiente no estaba para mucha juerga que dijésemos, pero una sonrisa comenzó a dibujársenos en los labios, tampoco era tan mala idea, las ocho sueltas en Nueva York sin maridos, novios, ni hijos. Yo también pensé: ¡Tiembla Manhattan!

 

Al salir de la sala de reuniones, mientras caminábamos por el pasillo, Yolanda llegó a mi altura, bajó tanto el tono de su voz que me costó trabajo escucharla.

—Ha llamado tu médico, ha dicho que ya puedes pasarte por la consulta para ponerte el tratamiento. Raquel, ¿estás segura de que quieres seguir adelante con eso?

Por la expresión de su cara parecía que estaba en plena misión secreta. Sonreí al escucharla, me agarré con complicidad de su brazo y continuamos caminando hasta mi despacho.

—Yoli, quiero tener un hijo y lo quiero ya. Si sigo esperando a encontrar un hombre que esté de acuerdo conmigo, con mi trabajo y con mi madre, créeme que se me va a terminar “pasando el arroz”. Además, no quiero ser una madre mayor, ahora tengo la mejor edad, por eso no quiero seguir pensándomelo. En cuanto vuelva del viaje me voy a someter a una inseminación.

—¡Pero todavía eres muy joven y muy bonita, no te costará mucho encontrar pareja! Es verdad que las cosas no te han ido bien con tu ex, pero ¿qué me dices de Jaime?, o de ese otro… tu vecino el guaperas, el actor… ¡Diego, ese siempre te está llamando! —Se detuvo y me miró—. Te lo puedo asegurar por propia experiencia, criar un hijo no es nada fácil, y yo tengo a Juan. Te juro que si tuviese que hacerlo sola me volvería loca. Además, ¿y si mañana conoces a alguien que te interese y tú ya has hecho tu “encargo”?

—Me conoces desde hace años, sabes de sobra que mi problema no es conseguir a ese “alguien”, sino mantenerlo. ¡Y ahora venga, no quiero más reproches! ¡Bastantes me va a hacer mi madre cuando se entere que a la vuelta de nuestro viaje va a ser abuela! Vamos a prepararnos, voy a pasarme por la consulta del doctor y luego terminaré de hacer el equipaje, nos vemos más tarde.

 

 

Salí directa hacia la consulta del médico decidida a llevar a cabo mis planes, me inyectaron la última dosis de hormonas con vistas a hacer más certera la inseminación y de allí a casa. El avión salía a las cuatro de la tarde, venía riéndome de la ocurrencia de Francis, decía que el vuelo tardaba siete horas y por la diferencia horaria de seis, llegábamos allí a las cinco de la tarde, era como si solo tardásemos una hora en llegar, así que llegábamos justo para irnos de cena. En el mismo portal de mi casa me crucé con Diego que salía.

—¿Tan viejecita estamos que la demencia te hace ya ir riéndote sola?

Al escucharlo le dije sin parar de sonreír:

—¡Idiota! No te había visto. —Le di un empujón en su hombro, él se lamentó como si lo hubiese machacado.

—¡Felicidades abuela, dame un beso! —Me dio un par de besos y me preguntó—: ¿Vas a salir a celebrarlo con las chicas?

—Se puede decir que sí, nos vamos hoy mismo a Nueva York.

—¡Joder, eso sí es saber montar una fiesta! Y yo que quería invitarte a una cerveza.

—Te prometo que nos la tomaremos a mi vuelta, ¿de acuerdo?

—Pues tendremos que esperar un poco, el lunes empiezo a grabar y hasta dentro de unos meses no vuelvo.

—¿Otra película? Al final te vas a hacer superfamoso.

Él se tocó el pelo un poco avergonzado y con una sonrisa modesta me contó:

—No hago de protagonista, pero esta vez tengo un buen papel.

—Me alegro mucho por ti. ¡Bueno, pues queda pendiente esa cervecita!

—Seguro.

Volvió a darme un par de besos y nos despedimos. Yolanda tenía en parte algo de razón, Diego siempre había estado a mi lado desde que me había ido a vivir a mi apartamento, de hecho, lo conocí cuando intentó ligar conmigo mientras estaba haciendo la mudanza. Se estaba haciendo un nombre como actor en el cine español, desde luego tenía porte, era guapetón, deportista, y muy simpático, pero enseguida nos dimos cuenta de que no había demasiada tensión sexual (por lo menos por mi parte) y que solo seríamos amigos. ¡Además, encontrarlo sin pareja era algo más que un milagro!

Entré en casa, pero me detuve en la misma puerta cuando escuché ruidos procedentes de una de las habitaciones:

—¡Hola!... Mamá, ¿estás aquí?

—¡Estoy en el dormitorio, Raquel! Terminando de preparar la maleta.

Dejé mi bolso y mientras llegaba iba pensando: ¿En qué momento había terminado mi madre viviendo conmigo? Ella había tenido una fructuosa carrera como top-model que le había dejado una abundante cuenta bancaria y mi padre, afortunadamente, también nos había dejado en muy buena posición económica, varias casas en diferentes puntos del mundo y acciones en compañías petrolíferas. (Creo que por eso me sentía tan frustrada, no quería tocar nada de lo que él había logrado con tanto esfuerzo y yo podía perderlo por ser incapaz sacar a flote de nuevo una empresa que tan solo unos años atrás había sido la envidia de las mejores casas de moda del mundo). Como iba contando, con toda esa pequeña fortuna y distintos lugares donde vivir, mi madre había decidido pasar una temporada conmigo después de la muerte de mi padre para recuperarse y, aunque es verdad que su repentina muerte nos hundió a todos los que le queríamos, ella parecía haberse negado a volver a su casa, y se instaló conmigo, sin al parecer tener ningunas ganas de marcharse. Al entrar en su dormitorio vi todo un muestrario de invierno sobre su cama.

—¡Pero bueno! ¿Al final te vienes con nosotras? ¿No dijiste que no te apetecía nada hacer este viaje?

—Pero eso fue antes de que ese sinvergüenza de McLine nos hiciera esta putada, se va a enterar ese cuando yo lo pille, tan amigo que decía ser de tu padre y ahora nos sale con esto.

Me senté al filo de su cama mientras observaba cómo ella metía dentro de la maleta unos vestidos de fiesta, nada recomendables para las reuniones de negocios y de trabajo para las que yo me estaba preparando. Con un solo dedo levanté un tirante de un delicadísimo camisón de seda y le dije:

—¿Y qué piensas, convencer a Larry a polvazos? Porque no pareces ir muy preparada para el despacho de los abogados.

Dio un tirón de su camisón y lo introdujo en la maleta.

—¿A ese viejo mal mañoso? ¿Te has vuelto loca? No sabe ese bien con quién ha topado, a malas no me gana nadie, pero él no es quien me interesa, mi objetivo es su hijo.

Me eché a reír al escucharla:

—Entonces, ¿qué pretendes liarte con su hijo?

—¡Hombre, liarme, liarme, no! Pero desde que despuntaba como hombre siempre estuvo encandilado de mí y tampoco me conservo tan mal, ¿no te parece?

—Mamá, estás preciosa y lo sabes, pero Herman tiene mi edad o un poco más solamente y las cosas ya no se arreglan con un dulce pestañeo, estamos hablando de mucho dinero. Antes había “pastel” para todos, pero ahora esto se ha resumido a un “cupcake” y somos muchas bocas para morder, no están defendiendo nada más que lo que creen que es suyo, es verdad que con muy malas artes, pero están haciendo lo que piensan que es mejor para ellos.

—¡Pues no lo voy a permitir y si lo tengo que convencer a… polvazos, como tú dices, lo haré! —Me miró, yo tenía mis ojos agachados intentando blandir una sonrisa, pero era tanto el miedo que tenía que no podía disimularlo. Se sentó a mi lado y cogió mis manos—. Sé que me has dicho mil veces que no quieres tocar la herencia de papá, pero sabes que tienes el dinero de las acciones, y si no vendemos cualquiera de las casas que apenas usamos y que realmente nos están costando dinero mantenerlas… —Levantó mi barbilla y continuó diciéndome—: Pero no quiero verte preocupada por nada más que el dinero, sabes de sobra que solo con las rentas podemos vivir tranquilamente las dos sin dar un palo al agua, viajando y de fiesta en fiesta.

—Lo sé, mamá, pero eso no es lo que quiero, papá me enseñó todo lo que sé, esa fue la mayor de sus herencias y me dolería tener que vender su marca por cuatro “perras”, ya es cuestión de amor propio, quisiera poder enseñar alguna vez a mis hijos a amar esto tanto como vosotros me habéis enseñado a mí a hacerlo.

Ella sonrió al escucharme hablar:

Bueno, eres tan cabezota como él, sé que lograrás lo que te propongas. —Se levantó y continuó haciendo su maleta—. Por cierto, cuando vaya a nacer mi nieto dímelo con antelación para reservar esa fecha y que no me pille viajando por ahí.

 

 

¡Qué graciosilla mi madre, solo cumplía treinta y dos años y no tenía pareja! Pero que hubiese perdido la esperanza de que pudiera tener un hijo en el tiempo que estamos no era ninguna locura, así que sonreí pensando que, si todo salía bien, sería antes de lo que ella pensaba.

Puntuales como un reloj, mi equipo y yo nos encontramos en el aeropuerto y de allí directamente a una de las citas más importantes de nuestras carreras y “de mi vida”.