portada

© Miguel Oaxaca

IGNACIO PADILLA

Ignacio Padilla (1968-2016) fue maestro en literatura inglesa por la Universidad de Edimburgo y doctor en literatura española por la Universidad de Salamanca. Tuvo una actividad cultural y profesional nutrida y versátil: narrador, traductor, editor, académico, investigador, promotor cultural, diplomático, integrante del movimiento literario mexicano conocido como Generación del Crack y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Algunas de sus obras fueron traducidas a más de veinte idiomas y reconocidas con importantes premios nacionales e internacionales. Su vasta obra incluye ensayo, cuento y novelas dirigidas al público infantil y adulto.

Última escala en ninguna parte / A través del espejo

Primera edición, 2017
Primera edición electrónica, 2017

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

Ignacio Padilla / Última escala en ninguna parte
Fondo de Cultura Económica
contraportada

ÍNDICE

Puntos de referencia

LISTADO DE PÁGINAS

ÍNDICE

BIENVENIDOS A MI DESPEDIDA

Pronto cumpliré cinco años en mi nuevo puesto como directivo de la Organización Internacional de Viajeros Frecuentes. Ahora mismo, mientras escribo esta historia, viajo hacia el aeropuerto de Nueva York, donde me harán un homenaje por estos años de servicio. Espero tener tiempo para pasar primero a bañarme y saludar a mi amigo de los baños de la Terminal B. Mientras me bañe le contaré que voy a recibir un aumento de sueldo y que quizás pronto me nombren segundo vicepresidente de la Asociación Internacional de Viajeros Frecuentes. Le contaré que me merezco eso, pues en estos años he hecho un gran trabajo para mejorar la vida de los viajeros frecuentísimos. He trabajado como reclutador de viajeros primerizos animándolos a echar monedas en fuentes y a tomarse fotografías en monumentos históricos. He sido ángel y hada en la entrega de los primeros premios que recibe todo miembro de nuestra gran familia: el Gran Premio de Verano y el de Primavera. He organizado cien actividades culturales en aeropuertos y doscientas conferencias con escritores durante vuelos transatlánticos. Hasta conseguí que el Banco Aéreo de Bélgica fundase un Fondo Internacional de Monedas Arrojadas en Fuentes para Viajeros Desvalidos. Y diseñé los primeros dispositivos portátiles electrónicos para conservar las fotografías sin necesidad de utilizar álbumes y tener que cargar con ellos.

En fin, le contaré a mi buen amigo que soy el mejor viajero de la historia, aunque le diré también que esta vida no está hecha para cualquiera, pues exige muchos sacrificios y muchas renuncias. Eso sí, creo que lo mejor será no contarle que hace unos meses recibí una carta muy curiosa. Esta vez no era una carta de mi exnovia Anacoluta. Ni siquiera sé si debería llamarla “carta”. Era más bien un sobre muy pequeño con estampillas postales de Grecia. Dentro del sobre había sólo una fotografía que mostraba un grupo de hermosas casitas blancas junto a un mar azul muy intenso. Frente a una de las casitas sonreía un hombre sentado en una silla, radiante como el sol que brillaba sobre su cabeza. Todavía no me he atrevido a pedir una lupa para mirarlo más de cerca, pues estoy casi seguro de que ese hombre feliz es el Gordo Pelosi. Se ve un poco más delgado, tiene la piel muy bronceada y una sonrisa de verdadero triunfador. No alcanzo a ver sus ojos, pero puedo imaginar que en ellos brilla algo parecido a la libertad. Detrás de la foto hay solamente dos palabras escritas con tinta morada: “Saludos, colega”.

Todavía no reúno el valor suficiente para romper esa fotografía. A veces la miro y tengo miedo porque siento que el Gordo Pelosi es un fantasma que me mira desde un hermoso infierno que se parece mucho a un pueblecito griego. Otras veces siento rabia porque sospecho que el Gordo Pelosi nos engañó a todos y que escapó del viaje infinito al que estamos condenados los viajeros frecuentísimos. Entonces le tengo envidia, porque me parece que él sí tuvo el valor que yo nunca tuve para huir a tiempo de la Escala Tropecientos. La verdad es que ya no sé muy bien qué siento frente a esa fotografía. Algunas noches sueño que soy yo mismo quien sonríe feliz frente a una casita blanca donde cada mañana brilla el sol y de donde nunca más tendré que moverme.