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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Cathie L. Baumgardner

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un hombre de palabra, n.º 1875 - octubre 2016

Título original: Her Millionaire Marine

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9023-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Striker Kozlowski se consideraba hombre muerto. Lo supo desde el momento en que vio a los altos mandos del Cuerpo de Marines reunidos en su oficina del cuartel general de Quantico, Virginia. Su amigo y colega Justice Wilder le había advertido en varias ocasiones de que algún día tendría que afrontar las consecuencias de su temeraria personalidad. Y, aparentemente, ya había llegado ese día.

El rostro de Striker no dejó traslucir sus pensamientos mientras saludaba en posición de firmes y prestaba atención.

–Descanso –ordenó el comandante Jenks–, como ya sabe, se ha producido una situación delicada y, aunque comprendo su renuencia a actuar, es esencial hacerlo.

–De acuerdo, señor –dijo Striker–, pido disculpas al oficial naval.

–¿Qué oficial?

¿Entonces aquello no tenía nada que ver con la disputa que había tenido con un oficial la noche anterior en un bar?, se preguntó Striker.

–Ninguno, señor.

–Como le decía, todos somos conscientes de que usted y su abuelo no mantenían buenas relaciones. Él no le ocultaba a nadie su disgusto porque usted hubiera ingresado en los marines, incluidos todos los senadores y generales con los que ha mantenido contacto. Hablo en nombre de todos los presentes al presentarle nuestras condolencias.

–Gracias, señor –¿condolencias porque su abuelo y él no se habían visto durante años, o porque el viejo hubiera deseado que trabajara en la empresa petrolífera de la familia en vez de convertirse en marine?

–Su súbito fallecimiento debe haber sido un duro golpe –prosiguió el general Jenks.

Striker se quedó helado. ¿Había muerto su abuelo? Imposible. ¿Había muerto el multimillonario y obstinado Hank King? Striker tardó en asimilar la noticia. Siempre había pensado que llegaría el momento de arreglar las cosas con él, de reparar los daños que su decisión de ingresar en los marines había causado. Había decidido seguir los pasos de su padre en vez de hacerse cargo de la compañía petrolífera de su abuelo materno.

Striker estaba bien entrenado, por lo que su expresión se mantuvo impasible.

Se abrió la puerta de la oficina.

–La señorita Kate Bradley, señor –anunció un sargento.

Una mujer civil entró en la habitación rodeada de un halo de perfume caro.

–Siento llegar tarde, caballeros –dijo.

Striker reconoció el tipo de mujer, una elegante rubia de pómulos altos y bien vestida. Su cabello sedoso estaba recogido en un intrincado moño. El traje de chaqueta que llevaba sólo dejaba imaginar el lujurioso cuerpo que cubría. No era un experto en calzado femenino, pero estaba prácticamente seguro de que los zapatos eran italianos y habían costado una fortuna.

Ella irradiaba clase y atractivo sexual, pero lo miraba con desaprobación, a pesar de que él aún no había pronunciado palabra.

–He estado intentando ponerme en contacto con usted desde ayer –le dijo ella–, pero no ha respondido a ninguno de mis mensajes.

–Lo siento, señora –mintió él–. No estaba clara cuál era la cuestión a tratar.

–Pensaba que Striker ya sabía de la muerte de su abuelo –intervino el comandante Jenks, claramente disgustado.

–Como ya he dicho, no pude ponerme en contacto con él –repuso ella sin inmutarse.

–Vayamos directamente a lo esencial –dijo el comandante Jenks–. Striker, su abuelo añadió un codicilo inusual en el testamento que lo atañe.

–Señor, mi abuelo me desheredó hace años.

–No, no lo hizo –dijo Kate, dejándose caer en una silla–. Puede que hablara de ello, pero no lo hizo –comentó mientras abría el maletín y sacaba unos documentos–. He venido en calidad de abogada suya para cumplir con su última voluntad. Desea que vaya usted a Texas y dirija Petróleos King durante un periodo de tiempo no inferior a los dos meses.

–No va a tentarme –dijo Striker–. Soy un marine, señora, no un magnate del petróleo. Perdí el contacto con Hank King cuando tenía diecinueve años e ingresé en el Cuerpo de Marines. Hace ya doce años de ello. Y con anterioridad, tampoco tuvimos apenas relación dado que él desaprobó desde el principio el matrimonio de su única hija con un marine pobretón llamado Kozlowski.

–Traté de ponerme en contacto con su madre para darle la mala noticia, pero nadie contestó en el número de teléfono que tenía.

–Mis padres están de vacaciones –replicó Striker–. Me pondré en contacto con ellos en cuanto acabe esta reunión.

–Siento mucho su pérdida –dijo Kate–. Si eso le hace sentirse mejor, le diré que murió mientras dormía sin sufrimiento alguno.

–Como ya le he dicho, apenas conocía a ese hombre.

–Sea como sea, los términos del testamento son muy claros. Debe usted regresar conmigo a Texas y dirigir Petróleos King durante un par de meses.

Kate trataba de mantenerse tranquila, pero la reunión estaba resultando más dura de lo que esperaba. No porque Striker se hubiera alterado, al contrario, parecía una estatua de piedra. Pero recordaba la última vez que lo había visto cuando éste había visitado a Hank, hacía doce años. Striker siempre había sido un chico guapo de pelo oscuro y ojos verdes, pero la madurez lo había convertido en un duro hombre de combate. Había líneas en su rostro y sombras en sus ojos que eran fiel reflejo de todas las atrocidades que había visto.

Era evidente que él no recordaba haberla conocido durante el verano que estuvo trabajando en el rancho de su abuelo. Pero ella lo recordaba bien a él porque había jugado una parte importante en su vida privada, a pesar de no haberlo conocido apenas.

Cerró los ojos y se sintió transportada a un día concreto de aquel aciago verano cuando, con diecisiete años, había decidido salir a montar en su caballo de raza árabe por los confines del lago que separaba el rancho de sus padres del de Hank King. La primera vez que había visto a Striker, éste estaba completamente desnudo, bañándose en las frías aguas durante un día bochornoso. Kate aún podía ver los chorros de agua que habían corrido por su musculoso y bronceado cuerpo al salir del lago. Lo había espiado en silencio mientras se secaba y se vestía.

No había actuado precisamente como podría esperarse de una joven bien educada, especialmente teniendo en cuenta que en aquellos momentos estaba saliendo formalmente con Ted y que ya habían fijado la fecha para el compromiso matrimonial, haciéndola coincidir con su decimoctavo cumpleaños.

Las fantasías sexuales de Kate con Striker habían empezado en aquel instante y se habían ido incrementando conforme transcurría el verano. Lo había visto otras veces, en muchas ocasiones sacando heno del granero vestido con unos pantalones vaqueros muy desgastados y con el sudoroso torso descubierto. Los recuerdos le dejaron la boca seca. Era evidente que Striker le había causado una gran impresión.

Y allí estaba ella, esperando para llevárselo consigo de regreso a Texas. ¿Qué habría hecho pensar a Hank que ella podría manejar a Striker? Había intentado convencer al magnate de que dejar el asunto en sus manos no iba a ser una buena idea, pero él no la había escuchado. Ninguno de los hombres de su vida parecía haberle prestado la menor atención, en realidad.

«Estoy pensando en trabajar en el sector público», le había dicho a su padre cuando estaba a punto de graduarse en Derecho.

«Tonterías», había contestado él. «Te incorporarás a la firma familiar como planeamos. Eres una Bradley, y los Bradley siempre hacen lo que se espera de ellos».

Así que, al final, ella había obedecido a su padre. Había hecho lo que se esperaba de ella, incluido el compromiso matrimonial con Ted Wentworth… con resultados fatales.

Kate respiró hondo, recordándose a sí misma que no era el momento de repasar sus decisiones vitales. Tenía la sensación de que iba a necesitar de toda su fortaleza para enfrentar el asunto legal con Striker. Sabía que pertenecía a las Fuerzas de Reconocimiento de los Marines, lo cual significaba que le gustaba el riesgo, que era un hombre adicto a la adrenalina, como Ted.

Sus contrincantes en los juzgados la llamaban la Dama de Hielo por su porte regio y su calculada distancia. Decidió utilizar las mismas tácticas en ese momento, abriendo los ojos para mirar a Striker.

–Como ya he dicho, el codicilo de su abuelo especifica que debe usted regresar y dirigir Petróleos King durante al menos dos meses. De lo contrario se cerrará la empresa. Si regresa conmigo, la fortuna del señor King ira a parar a partes iguales a usted y sus hermanos, y una suma considerable pasará a ser propiedad de su madre.

Striker se dijo que no debería extrañarle que en sus últimos momentos, su abuelo hubiera decidido obligarlo a doblegarse antes sus deseos. Pero Striker tenía un as en la manga: el dinero nunca le había importado a ninguno de los miembros de su familia. Su madre creía que la riqueza imponía serias barreras al desarrollo humano y que había agriado el carácter de su padre.

–Así pues, se cerrará Petróleos King. ¿Y qué?

–Puede que no me haya explicado con claridad –replicó Kate–. Todos los trabajadores de Petróleos King se verán en la calle si usted no regresa.

Como si se tratara de una frase convenida para dar pie a su intervención, el máximo jefe de los Cuerpos de Marines, que se había mantenido en silencio hasta el momento, explicó su presencia.

–El gobierno de la nación opina que Petróleos King tiene una importancia estratégica y que, si se vende, la economía podría desestabilizarse. Por eso, es de la mayor importancia para el Estado que el capitán Kozlowski pase dos meses en Petróleos King.

Striker había sido entrenado para hacer cualquier cosa que el país necesitara de él. Y estaba claro que su abuelo lo había tenido en cuenta al redactar su testamento.

–Señor, me veo obligado a confesar que no sé nada sobre el negocio del petróleo, ni sobre ningún otro tipo de negocio –dijo Striker.

–Eso no importa –dijo el general Hyett–. Todo lo que tiene que hacer es estar allí y mantener la guardia durante un par de meses. Después, podrá volver a sus obligaciones habituales. ¿No es así, señora?

–Exacto.

–Bien. Trato hecho –confirmó el general–. Tómese esto como una simple misión, capitán. Estoy seguro de que la llevará a cabo con tanto éxito como todas las anteriores.

Striker asintió de manera cortante. Sabía cuando había perdido la partida.

–Gracias, señor.

La señorita Bradley y usted pueden utilizar la sala adyacente para ultimar los detalles –dijo el comandante Jenks–. Dispensado.

Striker saludó antes de poner cara de circunstancias y encaminarse hacia la puerta, que mantuvo abierta para que Kate lo precediera. Sólo cuando hubieron cerrado tras de sí la puerta de la sala de reuniones contigua, se permitió mostrar parte de su ira y frustración.

–Han planeado todo esto entre usted y Hank, ¿no? –gruñó.

–Para su información, le dije a Hank que esto no me parecía buena idea –replicó Kate con tono rimbombante.

–Bravo por usted.

–Pero no me escuchó.

–Qué pena.

–Mire, yo tampoco estoy demasiado contenta con este asunto.

–¿Y eso?

–Tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que tratar con marines cabezotas y resentidos.

Parecía que esa mujer tenía un problema de actitud. Él sí tenía sólidas razones para sentirse molesto al pensar en la simple sensación de verse manejado por su abuelo desde la tumba. Striker nunca había sido capaz de integrarse en el mundo de los ricos y despreocupados.

Recordó la visita que había hecho al rancho de su abuelo, Westwind, cuando tenía diecinueve años. Había sido idea de su madre. Hank la había convencido, en una de sus escasas conversaciones telefónicas, de que los chicos debían tener la oportunidad de ver qué era lo que se estaban perdiendo. Pero en vez de sugerir que trabajaran en Petróleos King, les había ofrecido la oportunidad de conocer el rancho.

Striker se preguntó si su madre había sentido en algún momento miedo a perderlos, a que se dejaran atrapar por el lado oscuro de la riqueza y el poder. O si, por el contrario, confiaba plenamente en la ética y los valores humanos que les había inculcado desde niños.

Nunca había habido mucho dinero en casa mientras él crecía, pero jamás había faltado el respeto, el amor y las risas. No se podía decir lo mismo del imperio de Hank King. En ese mundo, su abuelo lo controlaba todo y todo el que no estaba con él, estaba contra él. Y por eso Striker estaba tan seguro de que su abuelo lo había desheredado, especialmente después de lo sucedido en la desastrosa celebración de su decimonoveno cumpleaños. De hecho, Hank lo había desheredado con airadas palabras frente a un público muy concurrido.

En aquel instante, su abuelo no había mostrado su rostro más amable, pero había habido otros momentos, en los que le había enseñado a colocar el cebo en el anzuelo para pescar, y Striker había concebido la esperanza de que finalmente pudieran llegar a entenderse. Pero ya no habría oportunidad de que ese momento llegara jamás. Abandonó sus recuerdos y volvió a concentrarse en Kate.

Lo esencial era que esa joven abogada, sofisticada y arrogante, representaba el estilo de vida adinerado con el que Striker había chocado de frente durante aquel verano. Y no sabía por qué lo había acusado de ser un marine resentido con un tono tan cortante. Se preguntó cuál sería la historia de su vida.

–¿Con cuántos marines ha tratado usted? –preguntó él.

–Con pocos –admitió ella–. Pero conozco el tipo.

–¿De veras? ¿Y qué tipo es ése? –inquirió él, dándose cuenta por primera vez de lo sabrosa que parecía su boca.

–El tipo del que es feliz viviendo al borde de un precipicio. Del que sólo se siente realmente vivo cuando está arriesgando la vida.

–¿Es eso un crimen?

Kate quiso contestar que debería serlo. Pero eso significaría revelar demasiado sobre sus propios sentimientos, así que se mordió la lengua y calló.

–¿Cuánto tiempo hace que es usted la abogada de Hank? –preguntó él.

–¿Qué importa eso?

–Contésteme, por favor.

–Hace dos años. Mi padre había sido su abogado durante mucho tiempo, pero sufrió un infarto y el médico le aconsejó que trabajara menos. De manera que yo me quedé con varios de sus clientes, incluido el señor King.

Striker se preguntó qué estaría pensando ella en realidad, qué se escondería detrás de esos fríos ojos azules. Prefería pensar en ella que sufrir al saber que ya nunca iba a poder arreglar las cosas con su abuelo, por no hablar de lo espantoso que resultaba sentirse manipulado por él desde el más allá.

Tenía que concentrarse en resolver el asunto como si se tratara de una misión especial. Ir, cumplir su objetivo y regresar. Pero ninguna de sus misiones había trastornado sus emociones de esa manera. Tenía una cierta habilidad para archivar en un recóndito lugar de la mente las situaciones desagradables, con el fin de seguir adelante. Eso era lo que tendría que hacer también en esa ocasión, se dijo. Aunque estaba seguro de que no iba a resultar fácil. Sin embargo, la dificultad era una de las premisas fundamentales de los marines. A los marines les gustaban los retos. Y Kate parecía ser uno de ellos. Si no hubiera mostrado una actitud tan gélida para con él, seguramente se habría planteado flirtear con ella.

–Reservé nuestros pasajes de avión antes de salir de Texas –dijo Kate–. Tenemos un vuelo a San Antonio esta noche.

–Está usted muy segura de sí misma, ¿no?

Kate deseó estarlo, pero no era el caso. Striker era capaz de alterar su calma habitual con gran facilidad. Por eso había adoptado la máscara de la Dama de Hielo, para poner freno a las fantasías sexuales que la habían acompañado durante los últimos años. Pero no era sólo eso, también se había dado cuenta de que esa atracción física seguía viva. Cuando él le había sostenido la puerta para que ella pasara, su corazón se había puesto a latir al doble de velocidad. Y el mero hecho de estar compartiendo con él a solas una sala de reuniones la tenía sin aliento. Y ni siquiera se habían tocado aún. Pero eso sucedería en cualquier momento, aunque fuera de forma accidental.

Pensó que si ella estuviera en su lugar en esos momentos, enfrentándose a la última voluntad de un abuelo con el que nunca había mantenido buenas relaciones, se sentiría destrozada y desvalida. Pero Striker era diferente. Para empezar era un hombre y para terminar era un marine, acostumbrado a no mostrar jamás sus emociones.

–Siento que las cosas se hayan presentado de este modo, Striker –dijo con tono comprensivo.

Era la primera vez que pronunciaba su nombre y el sonido de esa palabra le encogió el corazón.

Él se sintió súbitamente alterado por el comentario. Sin duda, esa mujer sabía cómo tocarle la fibra sensible, pero luchó contra sí mismo.

–No necesito que nadie sienta lástima por mí.

Ella se tensó como si hubiera recibido un golpe bajo. Y él pensó que lo único que había conseguido había sido complicar un poco más la situación, de lo cual no se sentía especialmente orgulloso.

Se ordenó secamente concentrarse en la misión, pero no funcionó. Era imposible concentrarse en nada mientras ella estuviera a su lado, mientras pudiera verla respirar, mientras pudiera oler su perfume, mientras pudiera ver cómo se humedecía los labios.

Él estiró la mano para tomar el asa de la jarra de agua fría que había en el centro de la mesa, pero ella se anticipó. La mano de él cubrió la suya. La piel de ella era suave y delicada, en contraste con la aspereza de las callosidades de él.

Si ella se había preguntado cómo sería el contacto físico, ya lo sabía. Increíblemente potente. La fuerza de la sexualidad le recorrió todo el brazo, despertando cálidas fantasías. Pero no, se dijo, no pensaba dejarse involucrar en esa relación. Imposible. Le traía recuerdos difíciles de digerir. Separó la mano tan aprisa que estuvo a punto de derramar la jarra, llena de un súbito ataque de ira. Striker sólo era un enfermo mental aficionado a poner en riesgo la vida a cambio de verse sacudido por un torrente de adrenalina. Al fin y al cabo, ese hombre y su anterior novio, Ted, no eran tan diferentes. Con la excepción de que Striker estaba vivo y Ted no.

Nada podría cambiar el pasado, pero ella no estaba dispuesta a cometer el mismo error por segunda vez. Mantendría la relación con Striker en el desapasionado terreno de la más pura profesionalidad, pasara lo que pasara.