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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Michelle Conder

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Escondida en el harén, n.º 2448 - febrero 2016

Título original: Hidden in the Sheikh’s Harem

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones sonproducto de la imaginación del autor o son utilizadosficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filialess, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N: 978-84-687-7657-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

EL PRÍNCIPE Zachim Bakr Al-Darkhan intentó no dar un portazo al salir de los aposentos que su medio hermano ocupaba durante su breve visita. Nadir se negaba con tozudez a ocupar su lugar en el trono de Bakaan. Y eso dejaba a Zachim en una posición muy delicada.

–¿Va todo bien, Alteza?

Maldición. Había estado tan preocupado que no había visto al viejo criado que lo había servido desde niño y, en ese momento, lo esperaba bajo uno de los arcos del pasillo de palacio.

No. Nada iba bien. Cada día que pasaba sin tener un gobernante, su pueblo estaba más y más agitado. Su padre había muerto hacía solo dos semanas, pero ya había rumores de que algunas tribus insurgentes estaban reagrupándose para atacar.

Como la tribu de Al-Hajjar. En el pasado, sus familias habían pertenecido a dinastías rivales, hasta que, hacía dos siglos, los Darkhan habían vencido a los Hajjar en una guerra brutal y, con ello, habían creado unos resentimientos difíciles de borrar con el tiempo. Pero Zachim sabía que el actual líder de la tribu, Mohamed Hajjar, odiaba a su padre, no solo por la historia pasada, sino porque lo culpaba de la muerte de su esposa embarazada acaecida hacía diez años.

Lo cierto era que su padre había sido un tirano cruel que había gobernado bajo un imperio de terror y se había vengado sin piedad cuando no había conseguido lo que había querido. Como resultado, Bakaan era un reino sumido en la oscuridad y el pasado, tanto en lo relativo a sus leyes como en infraestructuras. Iba a ser un tremendo reto ponerlo a la altura del siglo XXI.

Nadir estaba mejor cualificado que él para ese reto. No solo porque tenía un gran talento para la política, sino porque le correspondía como primogénito. Si su hermano ocupaba el trono, Zachim podría dedicarse a lo que mejor se le daba, alimentar y dirigir el cambio desde abajo, dentro del pueblo.

Ya había empezado a hacerlo después de que su madre le hubiera rogado acudir a palacio hacía cinco años, cuando Bakaan había estado al borde de una guerra civil. Las revueltas habían sido animadas por una de las tribus de la montaña, donde alguien había publicado una proclama detallando todos los fracasos del rey e incitando al cambio. La mayoría de las acusaciones contra su padre habían sido ciertas, aunque Zachim había cumplido con su deber y había calmado los ánimos populares. Luego, preocupado por el estado en que se había encontrado el país, había dejado de lado su estilo de vida occidental y se había quedado para mitigar el daño que su padre, cada vez más narcisista y paranoide, le había causado al pueblo. La muerte le había llegado al rey antes de que hubiera entrado en razón, lo que hacía que su hijo se sintiera vacío por dentro. Por eso y porque el viejo monarca nunca le había considerado más que un posible sucesor al trono, ni siquiera demasiado valioso para ello.

–¿Alteza?

–Lo siento, Staph – repuso Zachim, saliendo de sus recuerdos, y comenzó a caminar hacia su ala privada de palacio, mientras su criado aceleraba el paso para seguirlo– . No, nada está bien. Mi hermano es demasiado tozudo.

–¿No quiere regresar a Bakaan?

No. Zachim sabía que Nadir tenía buenas razones para negarse, pero también sabía que su hermano había nacido para ser rey y que, si pudiera superar el resentimiento, le gustaría el trabajo de gobernar su pequeño reino.

Dándose cuenta de que a Staph le costaba mantener su paso, Zachim aminoró la marcha.

–Ahora tiene otras cosas en que pensar.

Nadir acababa de descubrir que tenía una hija y estaba decidido a casarse con su madre. A Zachim le había sorprendido mucho, pues su hermano nunca había creído en el amor, ni en el matrimonio. Él, al contrario, siempre había deseado tener una familia para tratarla mucho mejor de lo que su padre los había tratado a ellos.

De hecho, había estado a punto de pedir la mano de una mujer en una ocasión, justo antes de que hubieran requerido su presencia en su país. Amy Anderson había cumplido todos los requisitos que buscaba en una mujer. Era sofisticada, educada y rubia. Su noviazgo había transcurrido sin complicaciones, aunque algo había hecho que Zachim se replanteara las cosas. Nadir no le había ayudado mucho, cuando le había acusado de haber elegido siempre a las mujeres equivocadas.

Zachim despidió a Staph y entró en sus aposentos. Se quitó la ropa de camino a la ducha, se dio un buen repaso con agua ardiendo y se tumbó en la cama. Había quedado con su hermano a la hora del almuerzo del día siguiente, para que pudiera abdicar delante del consejo. Sin embargo, esperaba que Nadir recuperara la cordura antes de eso.

Cuando el sonido de un mensaje vibró en su móvil, de inmediato lo tomó de la mesilla, agradecido por poder distraer sus pensamientos. Era su buen amigo Damian Masters, con quien solía hacer carreras de lanchas.

Tienes una invitación a una fiesta privada en tu correo electrónico. Ibiza. Le he dado a la princesa Barbie tu email privado. Espero que no te importe. D.

 

Vaya, vaya, vaya. Zachim no creía en esa bazofia del destino y las señales, pero había estado pensando en Amy, la princesa Barbie, como sus amigos solían llamarla. Y allí estaba.

Cuando abrió el correo, allí estaba el mensaje en cuestión.

 

Hola, Zachim, soy Amy.

Hace mucho que no hablamos. Me han dicho que vas a la fiesta de Damian en Ibiza. Espero verte. ¿Podremos ponernos al día?

Besos,

Amy.

 

Una sonrisa socarrona se dibujó en el rostro del príncipe. Por el tono de su mensaje y por los besos de la despedida, intuyó que, tal vez, ella quería hacer algo más que ponerse al día. Pero ¿qué quería él?

Pensativo, entrelazó las manos detrás de la cabeza. Quizá no había pensado mucho en ella en los últimos cinco años, aunque ¿qué importaba eso? Le gustaría comprobar lo que sentía al verla de nuevo. Así, sabría si podía seguir considerándola como candidata a ser la madre de sus futuros hijos.

Sin prestar mucha atención, envió una corta respuesta, indicando que, si iba a la fiesta, hablarían. Sin embargo, en vez de sentirse mejor, se sintió peor.

Cansado de los sombríos pensamientos que amenazaban con no dejarle pegar ojo, se levantó, se puso los vaqueros y una camiseta y se dirigió al garaje de palacio. Se subió a su todoterreno y, después de saludar a los guardias de seguridad, emprendió camino hacia el vasto y silencioso desierto que rodeaba la ciudad. Sin pensarlo, dejándose guiar por su ánimo inquieto, se salió de la carretera y metió el coche por las dunas, iluminadas por la luz de la luna llena.

Dos horas después, tiró el bidón vacío de combustible al asiento de atrás y maldijo en voz alta. No se había dado cuenta del tiempo que había pasado al volante ni de lo lejos que había llegado. Y se había quedado atrapado en medio del desierto sin más gasolina y sin cobertura de móvil.

Sin duda, su padre habría tildado de arrogancia su impulsividad. Para él, no había sido más que una estupidez. No debería haberse adentrado en el desierto de esa manera.

Diablos.

En ese momento, oyó movimiento detrás de él y, cuando se giró, vio que una docena de hombres montados a caballo aparecía en el horizonte. Estaban vestidos de negro, con los rostros cubiertos por los keffiyehs tradicionales para impedir que la arena les entrara en la nariz y los ojos De esa guisa, era imposible saber si eran amigos o enemigos.

En pocos minutos, cuando unos veinte extraños estaban delante de él, quietos y sin pronunciar palabra, Zachim adivinó que debían de ser enemigos.

Despacio, posó los ojos en cada uno de ellos. Tal vez, podría acabar con unos diez, dado que tenía una pistola y una espada. Aunque quizá fuera mejor intentar ser diplomático primero.

–Supongo que ninguno de vosotros lleva un bidón de gasolina, ¿o sí?

El sonido de movimiento sobre una silla de montar de cuero hizo que Zachim fijara la atención en el hombre que había en el centro del grupo, quien debía de ser el líder.

–Eres el príncipe Zachim Al-Darkhan, orgullo del desierto y heredero al trono, ¿no es así?

Bueno, su padre no estaría muy de acuerdo con darle el título de «orgullo del desierto» y tampoco era el heredero directo, pero Zachim pensó que no era momento para detenerse en los detalles.

–Lo soy.

–Vaya coincidencia – declaró el extraño, que lo miraba fijamente con unos ojos de color ónix.

Se había levantado algo de viento, pero la noche seguía despejada y, en el cielo, brillaba con fuerza la luna llena que lo había impulsado con su influjo a quemar su frustración con uno de sus pasatiempos favoritos.

El jefe del grupo se dirigió a uno de sus hombres. Este desmontó despacio y se acercó, hasta detenerse delante de Zachim con una postura desafiante. Él mantuvo la expresión impasible, pensando que, si iban a luchar con él uno por uno, saldría ganando.

Entonces, los otros dieciocho desmontaron también.

De acuerdo, eso ya iba a ser demasiado. Era una pena que sus armas estuvieran en el coche.

 

 

Farah Hajjar se despertó de golpe en medio de la noche. Nunca dormía bien con la luna llena. Era como un mal presagio para ella. Su madre había muerto un día de luna llena. Ella no había podido dormir esa noche y había llorado hasta caer exhausta. Ya no tenía doce años, pero no lo había superado. Igual que no había vencido su miedo a los escorpiones... algo difícil cuando se vivía en un desierto donde se criaban por centenas.

Se incorporó en la cama y, a lo lejos, oyó relinchar a un caballo.

Se preguntó si su padre estaría de regreso de una de sus reuniones de una semana para discutir el futuro del país. Después de la muerte del horrible rey Hassan, era de lo único que hablaba. De eso y de su temor por que el déspota príncipe Zachim gobernara igual que lo había hecho su padre. El príncipe había llevado una vida de cuento de hadas antes de volver a Bakaan hacía cinco años, si lo que habían contado las revistas del corazón que ella leía había sido cierto. Por eso, sospechaba que su padre tenía razón acerca del heredero al trono. Y eso sería un duro golpe para su pueblo.

Bostezando, escuchó el galope de más caballos y se preguntó qué estaría pasando. Si su padre tenía que ausentarse un día o dos más, era casi mejor. La verdad era que, por mucho que ella lo intentara, nunca conseguía complacerlo. Para él, las mujeres solo servían para tejer y tener hijos. De hecho, se había casado por segunda vez con la intención de tener un hijo varón y había repudiado a su esposa cuando no lo había logrado.

Su padre no entendía el deseo de independencia de Farah y ella no comprendía por qué él no aceptaba que también tenía cerebro y sabía cómo usarlo. Para colmo, estaba decidido a casarla, algo que ella no quería en absoluto. En su opinión, había dos clases de hombres en el mundo: los que trataban bien a sus esposas y los que no. Pero ninguno de ellos apoyaría la independencia total de su mujer, ni su felicidad.

Farah sabía que su padre actuaba guiado por la creencia de que las mujeres necesitaban la protección y la guía de un hombre. Y ella se había quedado sin recursos para demostrarle su equivocación.

Con un suspiro, se tumbó del otro lado, recordando cómo su amigo de la infancia había pedido permiso para cortejarla. Amir era la mano derecha de su padre, por lo que este pensaba que era el mejor partido para su hija. Por desgracia, Amir estaba cortado por el mismo patrón machista, y ella no quería casarse con él.

Como castigo, su padre le había prohibido recibir más revistas occidentales, pues las culpaba de sus ideas alocadas. La verdad era que Farah solo quería ser diferente. Quería hacer algo más que meter en su aldea material educativo de contrabando. Quería cambiar la situación de las mujeres en Bakaan y defender sus derechos. Y sabía que no tendría ninguna posibilidad de conseguirlo si se casaba.

Lo más probable era que no tuviera ninguna oportunidad en cualquier caso, pero eso no le impedía intentarlo y, de vez en cuando, cruzar los límites que marcaba su padre.

Frustrada e irritada, presintiendo que algo terrible estaba a punto de suceder, se acomodó la almohada y se meció en un sueño inquieto y poco reparador.

 

 

Una sensación de inquietud la acompañó durante los días siguientes, hasta que su amiga llegó corriendo hasta ella cuando estaba limpiando el pesebre de los camellos y todo empeoró.

–¡Farah! ¡Farah!

–Tranquila, Lila – dijo Farah, dejando a un lado la pala– . ¿Qué pasa?

Lila intentó recuperar el aliento.

–No te lo vas a creer, pero Jarad acaba de volver del campamento secreto de tu padre y... – repuso la joven, y bajó la voz, aunque no había nadie más por allí, aparte de los camellos– . Dice que tu padre ha secuestrado al príncipe de Bakaan.