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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Barbara Dunlop

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Juegos del destino, n.º 139 - marzo 2017

Título original: Seduced by the CEO

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9326-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Kalissa Smith se quitó los guantes manchados de tierra de trabajar en el jardín y retrocedió sonriendo con orgullo y satisfacción. Habían tardado un mes, pero la nueva pradera brillaba como una esmeralda bajo el sol de agosto. Los parterres, situados contra las paredes de ladrillo de la casa de dos pisos de los Newberg, tenían tierra nueva, y habían plantado arces enanos en una de las esquinas del espacioso jardín, que proporcionaban sombra e intimidad.

–Los pimenteros quedan muy bien –dijo Megan desde la camioneta de la empresa–. Creo que a los Newberg les gustarán.

–Más vale que sea así –observó Kalissa.

–¿Hemos ganado algún dinero con esto? –preguntó Megan.

–Eso espero –contestó Kalissa–. Hemos perdido con la turba, pero hemos ahorrado en la mano de obra.

–Porque casi todo lo hemos hecho nosotras.

–No está mal que nos fijemos un salario tan razonable.

Megan sonrió ante al chiste.

–Tiene un aspecto fantástico.

A Kalissa le dolían los hombros, tenía las pantorrillas cargadas y los abdominales doloridos de tantos días de esfuerzo físico. Pero así se ahorraba ir al gimnasio, además de ponerse morena.

–Voy a hacer unas fotos para la página web.

Mosaic Landscaping llevaba funcionando algo menos de un año. Kalissa y Megan la habían creado cuando se graduaron en la universidad en Diseño Paisajístico.

–Esta tarde había tres nuevas consultas en el buzón de voz –apuntó Megan.

–¿Podemos al menos cenar antes de empezar un nuevo proyecto?

–Me apetece una hamburguesa.

–Pues vamos a Benny’s.

Benny’s Burger era un pequeño restaurante en un callejón cercano a la tienda en las que trabajaban, al oeste de Chicago. Habían alquilado la vieja tienda y el almacén por su generoso tamaño y lo razonable del alquiler. La estética no había intervenido en su decisión, aunque habían pintado y adecentado el piso que había arriba, en el que habían metido dos camas y algunos muebles usados.

Kalissa sacó la máquina de fotos de la camioneta para hacer fotos desde distintos ángulos. Mientras tanto, Megan recogió las herramientas que quedaban y las metió en la caja que había en la camioneta. Después, se apoyó en esta y se puso a mirar su tableta.

–¿Hay más consultas en la web? –preguntó Kalissa.

–Sigue habiendo mucha gente que quiere mantenimiento.

Megan y Kalissa habían hablado de añadir el mantenimiento a sus servicios. No era en lo que querían centrarse, pero si conseguían contratar a una buena cuadrilla de trabajadores, tal vez consiguieran ganarse un dinero extra. El negocio crecía poco a poco, pero el margen de beneficios aún era escaso.

–¿A ti qué te parece que también hagamos mantenimiento? –preguntó Kalissa tras sacar las últimas fotos.

–¿Se te ha pasado contarme algo? –preguntó Megan mirando la tableta.

–¿De qué?

Megan giró la tableta para que la viera. Kalissa entrecerró los ojos para protegerse del sol y vio a una pareja de novios. Él era guapo y llevaba esmoquin; ella llevaba un vestido precioso y sostenía un ramo de rosas y tulipanes.

–¿Lo ves? –preguntó Megan.

–¿Te refieres a las rosas?

–A la novia.

Kalissa se fijó y se quedó asombrada.

–Eres tú –afirmó Megan.

–No soy yo –Kalissa examinó aquel rostro familiar. Obviamente, no podía ser ella.

–Hay un montón más de fotos –dijo Megan. Se las fue pasando en la tableta.

–¿Qué es esto? –preguntó su amiga agarrando la tableta. ¿Es una broma? ¿Es cosa tuya?

–Me he encontrado con las fotos hace dos minutos.

Kalissa se detuvo en la que los novios cortaban la tarta.

–No está mal –dijo Megan–. Tiene siete pisos.

–Es evidente que en esta otra vida tengo dinero. Es una lástima que no pueda traspasarnos un préstamo. Se acerca mi cumpleaños –dijo mientras trataba de adivinar quién podía haber dedicado tanto tiempo a gastarle esa broma de regalo.

–El novio es muy guapo.

–Está como un tren –afirmó Kalissa mirándolo mejor.

–Dice aquí que es Shane Colborn.

–Me suena ese nombre.

–De Colborn Aerospace –era una importante empresa de Chicago.

–Entonces tiene que haber sido alguien de aquí quien haya hecho esto.

–Shane Colborn es el dueño de la empresa –le explicó Megan.

–Pues no creo que le parezca gracioso –observó Kalissa, preocupada–. Tenemos que conseguir que esta página se elimine.

–Es totalmente legal.

–Pero esto es ridículo.

–Creo que tienes una doble.

–Esto es un montaje –Kalissa volvió a examinar el rostro de la novia–. Nadie podría parecerse tanto a mí.

–Salvo que tengas una hermana gemela.

Kalissa negó con la cabeza.

–Eres adoptada –apuntó Megan.

–Tenía casi un año cuando me adoptaron. Mi madre hubiera sabido que tenía una hermana gemela y me lo hubiera dicho.

Gilda Smith no era una persona muy organizada. Le gustaba el jerez en exceso y no tenía muy buena memoria, pero era difícil no recordar que tu hija adoptada tenía una gemela.

–Tal vez os separaran.

–¿Quién? ¿Y por qué iba a mantenerlo en secreto?

–Ella es Darci Rivers; bueno, ahora, Darci Colborn.

–Mi apellido de nacimiento es Thorp.

–Sí, pero ahora es Smith. Quien adoptara a la tal Darci le cambiaría también el apellido.

–No puede ser –Kalissa miró de nuevo el rostro de aquella mujer y sintió una opresión en el pecho. La semejanza era demasiado grande para que se tratara de una coincidencia. Cabía la posibilidad de que tuviera una hermana gemela secreta.

–Debieras llamarla –dijo Megan–. Tal vez ella pueda hacernos un préstamo.

–No lo dirás en serio –dijo Kalissa, horrorizada.

–Se acaba de casar con un multimillonario.

–¿Y qué?

–En cuanto te vea…

–No voy a dejar que me vea.

–¿Por qué no?

–Porque yo no voy a ser esa persona.

–¿Qué persona?

–El familiar largo tiempo perdido que aparece por sorpresa cuando hay dinero.

–No tienes que pedirle dinero.

–Da igual que lo haga o no. Creerán que me he mantenido al margen todos estos años y he decidido presentarme ahora.

–Probablemente te ofrezca ella el dinero.

–Ya basta.

–Se lo devolveremos.

–¿Lo ves? –preguntó Kalissa–. Incluso tú crees que voy detrás del dinero. Y eso que eres quien mejor me conoce.

–No creo que vaya a echar de menos unos miles de dólares. Temporalmente.

–No, no y no –dijo Kalissa cerrando la ventana de la tableta y devolviéndosela a Megan.

–No puedes hacer como si no pasara nada.

–Ya lo verás.

 

 

Riley Ellis estaba emocionado y aterrorizado a la vez. Su fábrica de aviones se había expandido, tenía un importante contrato para vender varios, una elevada hipoteca en el edificio y una línea de crédito agotada.

–Voy a darle al interruptor –le dijo a Wade Cormack, que, desde Seattle, hablaba por teléfono con él.

–Enhorabuena –dijo Wade, dueño de Zoom Tac, la empresa que le suministraba la mayor parte de las piezas del nuevo jet E22.

Riley dio al interruptor y las luces del techo se encendieron secuencialmente. Los ordenadores se conectaron y los robots comenzaron a funcionar en la línea de montaje. Los cien miembros del personal de la planta lo vitorearon.

Riley no había puesto todo en marcha dándole a un solo interruptor. Los supervisores y encargados de cada departamento habían esperado a que se encendieran las luces, lo cual era la señal para que conectaran todo. Eran las ocho de la mañana del 16 de agosto, el día de la ampliación de la fábrica.

Desde el corredor del tercer piso, Riley saludó a sus empleados.

–El reloj se ha puesto en marcha –dijo a Wade.

Los vítores se fueron apagando y cada uno se dedicó a su tarea.

–¿Cómo van los certificados de las piezas nuevas? –añadió mientras volvía al despacho.

–Parece que van por buen camino.

–Estupendo –exclamó Riley sentándose en la silla del escritorio. Por costumbre, debido a las recientes obras en la fábrica, llevaba pantalones cargo, camiseta y botas. En parte deseaba bajar a la planta de montaje y mezclarse con sus empleados, pero sabía que tenía que estar al mando.

Había más de ciento cincuenta trabajadores, distribuidos en tres turnos. Necesitaban un jefe, no un compañero, por lo que debía centrarse en la dirección de la empresa.

–Buena suerte –le deseó Wade.

–Hablamos dentro de unos días.

Riley se recostó en la silla y pensó en su padre, Dalton Colborn, que no lo había reconocido como hijo suyo ni, desde luego, proporcionado apoyo alguno. Sin embargo, la vida de ambos había terminado siguiendo un camino similar.

Riley se preguntó si Dalton se habría sentido así en los primeros tiempos, cuando su empresa había comenzado a crecer. ¿Había experimentado la misma mezcla de miedo y euforia? Dalton había pasado de no tener nada a poseer una empresa multimillonaria antes de morir, por lo que tenía que haber corrido riesgos a lo largo de la vida.

Shane Colborn era su heredero, el hijo legítimo.

El teléfono móvil le indicó que había recibido un mensaje. Era de Ashton Watson, su amigo desde el instituto. Era una foto con el siguiente texto: Alucinante, inmediatamente seguido de otro: Conozco a la novia.

A Riley le picó la curiosidad y amplió la foto, en la que aparecía Shane, vestido de esmoquin, acompañado de una mujer preciosa, de pelo de color caoba y ojos verdes, vestida de encaje blanco. En una escala de belleza del uno al diez, obtendría un diez. Pero eso era de esperar tratándose de Shane.

La puerta del despacho se abrió y entró Ashton.

–Menudo elemento, esa mujer. De lo más desagradable.

–No lo parece –dijo Riley–. ¿De qué la conoces?

–Era la compañera de piso de Jennifer.

–¿Quién es Jennifer?

Ashton lanzó un exagerado suspiro al tiempo que se sentaba.

–Salí con ella cuatro meses.

–¿La conozco?

–Sí, la has visto una vez por lo menos: rubia, ojos azules, piernas estupendas.

–Me estás describiendo al tipo de mujer con el que has salido desde la universidad.

–Ella era distinta. Da igual. Me apuesto lo que quieras a que a Shane no le va a ir bien.

–Con lo buen tipo que es –afirmó Riley con sarcasmo.

Ashton sonrió e indicó con la cabeza las ventanas que daban al interior de la fábrica.

–Parece que las cosas van bien.

–Me resulta increíble que todo funcione.

–Sabía que lo conseguirías.

–Todavía no lo he hecho –Riley se levantó a mirar por la ventana. Las máquinas funcionaban y la gente trabajaba. Pero faltaba mucho para que aquello fuera rentable.

–Sí lo has conseguido –apuntó Ashton situándose a su lado–. Dentro de poco, tendrás tantos contratos que no sabrás qué hacer.

–Aunque no te lo creas, he estado pensando en Dalton.

–¿En serio?

–Pensaba que él debió de empezar como yo, corriendo los mismos riegos, sintiendo el mismo miedo y teniendo las mismas esperanzas.

–Te pareces más a él que Shane.

–No es lo que ambiciono –Riley no admiraba ni respetaba a su padre biológico. Lo odiaba.

–A Shane todo le ha venido dado. Tú has tenido que luchar para llegar adonde estás.

–Con deudas hasta el cuello y bordeando el desastre.

–Eso es lo que hace que sea emocionante. Sin riesgo, no hay recompensa.

–¿Por eso vuelas como lo haces? ¿Por las descargas de adrenalina?

Ashton era piloto de helicóptero, voluntario en su tiempo libre para misiones de búsqueda y rescate. Tenía fama de aceptar los vuelos más arriesgados.

–Desde luego. Por eso y para impresionar a las mujeres.

–Como si hubieras tenido alguna vez problemas para conseguirlas –Riley volvió a mirar la foto.

–Ella se llama Darci Rivers –dijo Ashton.

Había algo cautivador en sus ojos y en su sonrisa. De repente, Riley se imaginó su cabello extendido sobre una almohada. Desechó la imagen rápidamente.

–¿Crees que Shane ha cometido un error? –le preguntó a Ashton.

–Claro que sí. Es una arpía.

–Pues espero que, por lo menos, lo distraiga.

A partir de aquel momento, Shane y él se disputarían los mismos contratos. Que Shane se acabara de casar con una mujer difícil tal vez le diera ventaja.

***

 

 

Por la ventana del restaurante, un hombre apuesto y bien vestido llamó la atención de Kalissa por segunda vez. La miraba sin disimulo mientras ella llevaba en la carretilla tres azaleas por el jardín.

Estaría bien creer que se interesaba por ella. Era muy atractivo, con ojos oscuros, nariz recta y una mandíbula cuadrada que lo hacía parecer poderoso. Pero ella iba vestida con vaqueros manchados de tierra, una camisa verde descolorida y unas botas de trabajo. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo, que ya se le había medio deshecho. Y el rímel que se había aplicado en quince segundos esa mañana le había desaparecido hacía tiempo.

No, seguro que aquel hombre no estaba pensando en pedirle el número de teléfono, sino que más bien, a juzgar por su ceño fruncido, se sentiría ofendido por la suciedad mientras intentaba disfrutar de una comida refinada.

Kalissa siguió empujando la carretilla hasta llegar a un parterre entre dos magnolios.

–Creo que esta separación entre los tres es la adecuada –observó Megan levantándose después de haber cavado tres agujeros para las plantas.

–Quedarán preciosas –afirmó Kalissa.

Si un día su presupuesto se lo permitía, no le importaría cenar en aquel lujoso restaurante. Volvió a dirigir la vista hacia allí. El hombre la seguía mirando. Probablemente sintiera curiosidad por lo que hacían, aunque resultaba obvio. O tal vez le aburriera su compañero de mesa y buscara distracción.

Su compañero de mesa era un hombre que parecía serio y gesticulaba con las manos mientras hablaba. Kalissa supuso que sería una aburrida reunión de negocios. Los dos llevaban traje.

–Vamos allá –dijo Megan mientras soltaba la cuerda que sujetaba la arpillera que envolvía la raíz de la azalea. La colocó en el hueco.

De pronto, una voz masculina las sorprendió.

–¿Qué hacen aquí?

Las dos lo miraron. Era el hombre del restaurante y estaba enfadado. Kalissa pensó que lo habían molestado mientras cenaba. Pero no habían hecho ruido. Se irguió para enfrentarse a él.

–¿Me está espiando? –preguntó el hombre.

–¿Cómo? –la pregunta la pilló totalmente desprevenida.

–Me ha estado observando.

–Solo porque usted me observaba a mí.

–¿Qué es todo esto? –preguntó él señalando las azaleas y la carretilla.

–Azaleas –respondió Megan.

–Estamos plantándolas –explicó Kalissa al tiempo que se cruzaba de brazos.

–Bajo mi ventana.

–¿Es suyo el restaurante? –preguntó ella con sarcasmo. Si fuera el dueño, sabrían que Mosaic Landscaping iba a trabajar allí toda la semana.

–Me refería a la ventana de mi mesa.

–No sé quién es usted ni me importa. Y ahora, nos disculpará, pero tenemos que seguir trabajando.

–¿No sabe quién soy? –preguntó él con una nota de incredulidad en la voz–. Y seguro que no tiene ni idea de que estoy cenando con Pierre Charron.

–Desde luego que no.

–Voy a buscar al encargado –dijo Megan.

–No –replicó el hombre.

–Perdone –dijo Kalissa–, ¿nos va a impedir que vayamos a buscar al encargado?

–No creo que quieran explicarle esto a ningún encargado –aseguró el hombre.

–¿Explicarle por qué estamos plantando flores?

–Explicarle por qué están en propiedad ajena sin permiso.

Kalissa intentó buscar una explicación. Él la había acusado de estarlo espiando. ¿Qué hacía aquel hombre que mereciera la pena que lo espiaran?

–Me resulta increíble que él las haya mandado. ¿Por qué lo ha hecho? –preguntó el hombre, con expresión confusa.

Kalissa se sacó una tarjeta del bolsillo y se la enseñó.

–Mire, Mosaic Landscaping. Somos nosotras.

El hombre, receloso, la tomó y la leyó.

–¿Por qué usted? –preguntó.

–Porque tengo un diploma en Diseño Paisajístico.

Él le miró el cabello y la ropa. Estaba más perplejo que enfadado.

–¿Por qué ha enviado a su esposa? No debería haberlo hecho.

–No estoy casada.

–Ya.

–¿Kalissa? –intervino Megan.

–En serio –dijo esta al tiempo que se quitaba el guante izquierdo y le enseñaba la mano al hombre.

–El anillo estará en la caja fuerte –dijo él.

–No tengo caja fuerte.

–Kalissa –dijo Megan agarrándola por el hombro–. Cree que eres Darci.

–¿Cómo?

–Es Darci –afirmó el hombre.

–¿Darci Colborn? –preguntó Kalissa cayendo en la cuenta.

–Esto es absurdo –apuntó el hombre.

–Ya lo entiendo. No soy Darci Colborn. Me parezco a ella un poco. Soy Kalissa Smith. Y se lo puedo demostrar. Puedo identificarme.

Él la observó durante largo rato.

–¿Qué tiene usted contra Darci Colborn? –preguntó Kalissa.

–No la conozco.

–Por eso está usted tan confuso. Ella es muy diferente a mí, en persona.

–¿La conoce?

–La he visto en vídeos.

–Son gemelas –dijo Megan.

–Eso no lo sabemos, Megan.

–Debieras ponerte en contacto con ella –insistió su amiga.

–No.

–¿Es usted diseñadora paisajística? –preguntó el hombre.

–Sí.

–Y se llama Kalissa Smith.

–Es lo que pone en la tarjeta.

–Y no conoce a Darci Colborn.

–No sabía de su existencia hasta la semana pasada.

–Lo siento –se disculpó él, y parecía sincero. La seguía mirando con intensidad.

–No pasa nada.

Era un hombre increíblemente guapo: alto, en buena forma, de unos treinta años. Era una lástima que su interés no tuviera que ver con ella.

–¿Puedo quedarme con la tarjeta?

–¿Tiene usted una casa con jardín? –preguntó Megan.

–Sí –afirmó él mientras se la metía en el bolsillo–. Buenas noches.

–Buenas noches –respondió Kalissa.

–¡Qué guapo! –exclamo Megan.

–¡Qué extraño! –dijo Kalissa mirándolo entrar. Pero tuvo que reconocer que estaba como un tren. Había algo extraordinariamente sexy en su voz profunda. Esperaba que llamara y, contra toda lógica, que lo hiciera para algo más que para que le arreglara el jardín.