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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

AMOR INCURABLE, N.º 75 - marzo 2013

Título original: Mendozaís Miracle

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-2705-9

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

Javier Mendoza tal vez hubiera estado algo irritable y malhumorado con su familia unos minutos antes, pero en realidad lo único que quería era que todos se fueran a casa y lo dejaran solo.

Cuando por fin captaron la indirecta y salieron de la habitación del hospital, se sintió aliviado. Por lo menos hasta que todos se reunieron en el pasillo y empezaron a cuchichear.

—Tal vez haya llegado la hora de llamar a un psicólogo —dijo su padre.

Aunque Luis Mendoza había bajado la voz para que no lo oyera, Javier no estaba sordo.

Miró a Leah Roberts, que estaba a los pies de su cama. Por la expresión del bonito rostro de su Florence Nightingale personal, adivinó que los comentarios que ambos habían oído le habían tocado la fibra sensible.

—Tienen buena intención —dijo Leah, convirtiendo su voz en un susurro para que los miembros de la familia que estaban reunidos en el vestíbulo no oyeran sus palabras.

Ella tenía razón. Su padre y sus hermanos habían hecho vigilias de oración mientras él estaba en la UVI, y habían seguido visitándolo con regularidad después de que mejorara lo suficiente como para ser trasladado a una habitación de planta. Agradecía su cariño y su preocupación, por supuesto, pero no tenía ningún problema de salud mental. Alargar su tratamiento médico más de lo estrictamente necesario no iba a ayudarle a andar antes.

Dos meses antes, Red Rock había sufrido los efectos de un tornado y la vida de Javier había cambiado para siempre en un instante.

Por supuesto, todo lo que sabía sobre ese aciago día y sobre las tres o cuatro semanas siguientes, era lo que los demás le habían contado y lo que había leído en los diarios atrasados que Leah le había llevaba para que los leyera.

De hecho, recordaba muy poco de lo ocurrido después del día de diciembre en el que su hermano Marcos se había casado con Wendy Fortune. Las dos familias habían celebrado juntas la Navidad, pero los Fortune de Atlanta habían tenido la intención de volar a casa para asistir a una fiesta de Nochevieja.

Habían hecho falta varios vehículos para trasladarlos a todos al aeropuerto; Javier había sido uno de los conductores. El viento había incrementado su fuerza y las nubes habían oscurecido el cielo. Por esa razón, los viajeros habían pretendido huir de Red Rock antes de que los obligaran a quedarse allí hasta que pasara la tormenta.

Entonces ocurrió lo impensable. Llegó un tornado que mató a varias personas e hirió a otras.

Javier, que había estado a punto de recibir un billete de ida al cielo, sin retorno, había sido uno de los «afortunados», o al menos eso le habían dicho varios médicos. En realidad, sus lesiones eran tan graves que habían pasado semanas sin saber si sobreviviría.

Él suponía que debía agradecerle a las plegarias de su familia el haberlo conseguido y a la destreza de uno de los mejores neurocirujanos del país.

En cualquier caso, había estado más de un mes en coma, aunque parte del tiempo había sido un coma inducido médicamente, y por fin había recuperado la consciencia en febrero.

Su familia y los muchos especialistas que lo habían tratado habían sentido un gran alivio al comprobar que no había sufrido ningún daño cerebral permanente, aunque había estado muy confuso los primeros días.

La recuperación no iba a ser nada fácil, aún tenía varios obstáculos físicos que superar. Las múltiples fracturas en ambas piernas iban a requerir rehabilitación intensiva en las instalaciones anexas al hospital, pero al menos volvería a andar. Durante un tiempo, los médicos no habían estado seguros.

Jeremy Fortune, cirujano ortopédico de Javier, así como amigo de la familia desde hacia años, había sido sincero respecto a lo que conllevaría el futuro. La terapia física sería agotadora, pero era necesaria para que Javier recuperara la movilidad física plena.

—Eres joven —había dicho Jeremy—. Y eres fuerte. Con rehabilitación y tiempo, volverás a ser el de antes.

Pero Javier no estaba convencido de eso. Había perdido mucho tiempo, por no hablar de una oportunidad de negocio única, que se le había escapado mientras estaba fuera de circulación. Y debido a su maldita confusión, que aún no había desaparecido del todo, se le habían escapado innumerables detalles y oportunidades.

Era cierto que su neblina mental se había disipado un poco, y que con el tiempo quizás recuperaría la fuerza física. Pero en lo más profundo, aunque nadie podía verlo, algo había cambiado.

Javier era diferente.

Su familia parecía pensar que estaba deprimido. Y tal vez lo estuviera, un poco. ¿Quién no lo estaría en su lugar?

Durante sus treinta y un años de vida, había confiado en su astucia y su agudeza en los negocios para salir adelante. Pero tras el accidente y pasar varias semanas en el hospital, temía que había dejado de progresar en esa parte de su curación.

¿Y si nunca recuperaba su agudeza mental?

La pregunta en sí le daba miedo. Eso era algo que no estaba dispuesto a admitir ante nadie, ni siquiera ante un psiquiatra.

Javier volvió a mirar a Leah, que llevaba el largo cabello castaño rojizo recogido con un pasador y cuyos expresivos ojos avellana parecían saber lo que pensaba y sentía la mayoría de los días, sin que él tuviera que decir una palabra.

Era la única persona cuya presencia no le daba ganas de gritar. Tal vez fuera porque ella no lo conocía de antes y no tenía nociones preconcebidas sobre cómo «debía» reaccionar a las cosas. O tal vez fuera porque no caminaba de puntillas a su alrededor ni actuaba de forma risueña cuando no estaba contenta.

Además, era una mujer muy bella, por dentro y por fuera. Era lógico que él quisiera estar al cien por cien de sus capacidades cuando ella estaba cerca. Al fin y al cabo, estaba herido, pero no muerto. Y algunas partes de su cuerpo no necesitaban ningún tipo de rehabilitación.

Leah fue hacia la cabecera de su cama y apoyó la mano en la barandilla. Tenía los dedos largos y delgados, las uñas bien cuidadas. Su tacto, como había llegado a saber, era suave al tiempo que firme y competente.

Tenía la tentación de extender los brazos hacia ella, de poner la mano sobre la suya. Pero antes de que pudiera analizar la sabiduría o las repercusiones de hacerlo, ella habló.

—Les pediré que continúen con la discusión en una de las salas de reuniones.

—Gracias —dijo él. Eso le serviría de ayuda.

Ella asintió y salió de la habitación para reunirse con la familia de él en el vestíbulo. La última voz que oyó fue la de Leah.

—¿Por qué no vienen conmigo?

 

 

Mientras Leah conducía a los Mendoza más allá del control de enfermeras, les explicó lo que ocurría.

—Javier estaba oyendo su conversación, así que pensé que sería mejor que terminaran de hablar en privado.

—Ay, señor —Luis, el padre de Javier, se pasó una mano por el pelo—. No pretendía que oyera lo que estábamos diciendo. Pero es que hemos estado preocupados por él.

Leah también lo había estado. Percibía el cambio de actitud de Javier cuando su familia iba a visitarlo. Incluso le había preguntado al respecto un día, pero él se había encogido de hombros, quitándole importancia, y después había cambiado de tema.

—Estar incapacitado es un fuerte golpe para un hombre como él —dijo Leah, mientras seguía andando.

Todos asintieron, mostrando su acuerdo.

—Es una lástima que no lo conocieras antes de la catástrofe.

A Leah le habría gustado conocerlo antes. Incluso lesionado le parecía intrigante. Si decía la verdad, iba a visitarlo incluso los días que tenía asignadas otras habitaciones y otros pacientes.

—Javier es contratista y constructor inmobiliario —dijo Luis, caminando a la altura de Leah—. Siempre ha sido muy entusiasta respecto a sus proyectos. De hecho, cualquier nuevo negocio disparaba su nivel de energía. Pero ahora, si mencionamos algo relativo a negocios o propiedades, cambia de tema.

Leah había descubierto bastantes detalles sobre su paciente, incluyendo el hecho de que tenía mucho éxito con sus ventas de terrenos y que tenía una bonita casa en una de las mejores zonas de Red Rock, diseñada y construida ex profeso para él.

—También es músico en su tiempo libre —añadió Isabella, su hermana mayor—. Y es un atleta. Jugaba al tenis y al golf antes del accidente. pero si mencionamos la música o los deportes, aprieta los labios y su expresión se vuelve hosca.

—Estoy segura de que, con el tiempo, volverá a jugar al golf y al tenis —Leah abrió la puerta de la sala de conferencias que había detrás del control de enfermeras y esperó a que entrara Luis Mendoza, seguido por su hijo, Rafe. Después entraron la esposa de Rafe, Melina, e Isabella.

—Mi hermano siempre ha sido positivo y muy activo —dijo Isabella—. Es demoledor verlo deprimido.

—No lo dudo —dijo Leah.

Por lo que ella había visto, Javier Mendoza era brillante, ambicioso y con éxito. También había oído a su familia mencionar que tenía una vida social muy activa y que era uno de los solteros más cotizados de Red Rock.

Si era sincera, Leah tenía que admitir que si se lo hubiera encontrado antes del accidente, y él le hubiera prestado atención, le habría parecido muy atractivo.

—Soy terapeuta ocupacional —dijo Melina—. Entiendo lo que le ocurre a Javier. He trabajado con muchas víctimas de accidentes, algunas de las cuales tuvieron que enfrentarse a la realidad de que no volverían a ser los hombres y mujeres que habían sido. Es duro enfrentarse a la mortalidad y a las debilidades propias, así que la depresión de Javier es natural. Además, en el fondo, es un competidor nato y siempre se ha enorgullecido de ser el mejor. Por eso, soportar su incapacidad, incluso si es temporal, va a resultar especialmente difícil para él.

—A eso mismo me refiero —Luis miró a Leah como si pidiera su corroboración—. ¿No crees que sería bueno que hablara con un psicólogo o un consejero?

—Sí —admitió ella—. Y cuando se haya trasladado a una habitación en la clínica de rehabilitación, tendrá la oportunidad de hablar con algún profesional.

—Entonces, ¿estás diciendo que deberíamos dejarlo tranquilo? —preguntó Luis.

Si había algo que Leah había aprendido sobre Javier Mendoza, era que no le gustaba que lo presionaran, ya fuera para comer más o para tomar algún medicamento que lo ayudara a dormir.

—Yo le daría algo más de tiempo —dijo ella—. Ahora tiene mucho en lo que pensar. En realidad, el tiempo es vuestro mejor aliado.

La familia pareció plantearse su sugerencia, que ella esperaba que fuera la correcta. Cuando el doctor Fortune había pedido el traslado de Javier a la clínica de rehabilitación, ella se había asegurado de mencionar la preocupación de la familia en su informe.

—¿Sabes? —dijo Rafe—. He estado pensando en una cosa. Les pedimos a sus amigos y socios de negocios que no vinieran a visitarlo. Al fin y al cabo, estuvo en coma inducido durante un mes. Y lo sacaron del coma lentamente. Durante un tiempo estuvo bastante confuso, así que sabíamos que no querría ver a nadie que no fuera de la familia. Pero tal vez haya llegado la hora de decirle a la gente que le gustaría recibir visitas.

—No estoy segura de eso —dijo Isabella—. A nosotros ya nos resulta bastante difícil manejar su estado de humor.

—Tampoco digo que animemos a todos a visitarle, pero ¿y a alguna de esas mujeres con las que solía salir? —Rafe agarró la mano de Melinda—. Mi dama siempre consigue hacerme sonreír.

Eso hizo que todos los presentes sonrieran.

Todos excepto Leah.

En cierto modo, a ella no le gustaba pensar en las mujeres con las que Javier salía antes de su hospitalización. Se preguntó por qué.

No era como si ella tuviera planes para salir con él. Nunca se involucraría con uno de sus pacientes.

«¿Ah, no?», preguntó una vocecita interior. Si era así, no entendía por qué se le encogía el corazón cada vez que veía que habían asignado la habitación de Javier a otra enfermera.

No tenía respuesta para eso, excepto alegar que le había tomado cariño a Javier. Entendía la batalla que estaba librando y parecía haber desarrollado un vínculo especial con él.

El hecho de que no solo fuera guapo, sino también agradable y que le pareciera atractivo, no tenía nada que ver.

«Eso no es verdad», dijo la irritante vocecita.

Por mucho que quiso protestar, defenderse a sí misma y justificar sus sentimientos, tenía que admitir que Javier Mendoza tenía algo que la llamaba.

Algo que no podía explicar.

 

 

Javier había estado explorando los canales de la televisión de su habitación de hospital varios minutos, pero no encontraba ningún programa que lo interesara.

Un partido de tenis lo irritó porque no podría jugar durante meses, si no años. Y las noticias le recordaban cuánto se había perdido durante el tiempo que había pasado en la UVI.

Maldijo al pensar que apenas podía recordar cómo había sido su vida fuera de esas paredes blancas. Al pensar en la hospitalización y en el largo camino que le quedaba por recorrer hasta su recuperación, la frustración descendió sobre él como un buitre hambriento incapaz de esperar a que su esperanza expirara del todo.

Con esa sombra oscura llegó el deseo de lanzar el mando a distancia de la televisión al otro lado de la habitación, a pesar de que nunca había sido dado a las exhibiciones de mal genio. En vez de hacerlo, pulsó el botón rojo y apagó el televisor.

Justo cuando la pantalla se ponía negra, Leah entró en la habitación. Le bastó con ver a su bonita enfermera para que su frustración disminuyera y su estado de ánimo cambiara.

Eso sí era una distracción...

Una sonrisa curvó sus labios, suavizando lo que hacía un momento había sido una mueca.

A primera vista, Leah, que medía alrededor de un metro sesenta y cinco, no era lo que Javier habría denominado una mujer de impacto. Por otro lado, solo la había visto vestida con uniforme de hospital y zuecos. Pero cada día que pasaba y veía más allá de la ropa suelta que enmascaraba su feminidad, había encontrado un montón de detalles que admirar.

El cabello largo y liso era de un bonito tono caoba, pero solía llevarlo recogido con un pasador o en una trenza. Se maquillaba muy poco, si acaso. Pero tenía tanta belleza natural que no necesitaba las ayudas femeninas habituales.

Se preguntó qué aspecto tendría en sus días libres, cuando pasaba una noche en la ciudad. De hecho, le gustaría saber muchas cosas sobre ella y sobre cómo era su vida fuera del hospital.

¿Estaría casada?

Deseó que no fuera así.

Mientras se movía por la habitación, él se preguntó si saldría con alguien especial. Era difícil no imaginar a montones de hombres pidiéndole que fuera suya y solo suya. No había muchas mujeres tan gentiles, dulces y capaces de ofrecer consuelo.

Había tenido la tentación de preguntarle si estaba soltera y sin compromiso un par de veces, pero no lo había hecho, y no estaba seguro de por qué. Suponía que no había querido que su enfermera supiese que la encontraba tan atractiva. Si no estuviera incapacitado, habría sido otra historia. De hecho, el antiguo Javier no habría dudado un segundo si hubiera querido pedirle una cita. Pero distaba mucho de ser el hombre que había sido.

—Me parece entender que no hay nada bueno en la tele —comentó ella.

—No —dejó el mando a distancia a un lado.

—El carrito con la cena llegará enseguida —añadió ella.

—Estoy deseándolo.

—Tienes suerte —dijo ella, que había captado su tono sarcástico—. La comida de este hospital es bastante buena.

Tal vez lo fuera, pero él aún no había recuperado el apetito. De hecho, la única razón de que le interesaran las comidas era que ayudaban a pasar el tiempo, acercándolo cada vez más al día en que recibiría el alta.

Se dijo que no tenía sentido pensar en esas realidades mundanas mientras tenía a Leah allí con él.

—Eh, Florence —exclamó, utilizando el nombre de la famosa pionera de la enfermería moderna. Le había adjudicado ese apodo cuando empezó a verla como una mujer y no solo como su enfermera—. Tengo una pregunta para ti.

—¿Y cuál es? —ella se acercó a la cama y comprobó el nivel de agua y de hielo de la jarra de plástico que había en la bandeja.

—¿Cómo se gana la vida tu marido? ¿También trabaja en el campo de la medicina?

—¿Mi marido? —hizo una pausa, como si el comentario la hubiera desconcertado—. No estoy casada.

—¿Ah, no? —Javier luchó por controlar una sonrisa ante esa noticia—. He supuesto que una mujer como tú tendría un hombre en su vida.

Ella levantó la mano y se toqueteó el cuello de pico del uniforme rosa. Javier se preguntó si se sentiría nerviosa, desconcertada o, tal vez, halagada.

Le gustaba pensar lo último, aunque no estuviera en situación de poder avanzar más en ese momento.

Antes de que uno de los dos pudiera hablar, se oyó una voz femenina en la puerta.

Al oír el alegre «Hola», Javier y Leah se dieron la vuelta. Una rubia alta y esbelta entró en la habitación con un ramo de flores silvestres que ocultaba su rostro.

Savannah Bennett.

La joven rubia bajó el colorido ramo y a Javier no le quedó duda de su identidad.

—Espero que no te moleste que haya venido —dijo Savannah—. Hace semanas que quiero hacerlo, pero me dijeron que habían limitado tus visitas a miembros de la familia.

Nadie le había dicho a Javier que solo podían visitarlo sus parientes, pero le habría dado igual. De hecho, prefería no tener visitas, ya fueran familiares o amigos.

—Pero esta tarde me encontré con Rafe en el supermercado —siguió Savannah—. Me dijo que estabas deseando tener compañía. Así que aquí estoy.

«¿Deseando?» Eso era mentira y Rafe lo sabía muy bien. Javier, más irritado por la interferencia de su hermano que por la visita, se obligó a ser cortés con Savannah.

—Gracias por venir —dijo.

Se preguntó si Savannah habría notado que a su tono de voz le faltaba sinceridad. Al fin y al cabo, no habían salido juntos desde hacía dos meses. de hecho, eran cuatro o cinco meses, porque habían roto mucho antes de que el tornado llegara a Red Rock.

Savannah había querido más de lo que él estaba dispuesto a dar; por ejemplo, compromiso. Y aunque él había dejado claro que era un soltero feliz, ella parecía pensar que era la mujer que conseguiría hacerle cambiar de opinión. Así que había habido unas cuantas lágrimas de su parte, pero él sospechaba que Savannah habría sufrido mucho más dolor y decepción si le hubiera seguido la corriente un tiempo para luego dejarla plantada.

Por supuesto, Rafe no tenía motivo para saber nada de eso. Javier nunca había sido de los que hablaban de sus conquistas, ni de sus rupturas.

Leah que había estado de pie junto a su cama, dio un paso atrás, como si quisiera salir sin molestar.

Él deseó que no tuviera la intención de dejarlo solo con Savannah. Suponía que no importaba a esas alturas, pero no quería que Leah se fuera. Era quien le proporcionaba los únicos buenos momentos del día.

—Eh, Florence —dijo, intentando recuperar la atmósfera juguetona que había entre ellos antes de que llegara Savannah.

—¿Sí? —Leah se detuvo, con expresión inescrutable.

Por un momento, él se quedó sin palabras. Pero quería dejar claro que la rubia y él no tenían una relación romántica, ya no.

—Me gustaría presentarte a una amiga mía —le dijo a la enfermera—. Savannah es abogada en un bufete local. O lo era la última vez que hablamos —se volvió hacia la inesperada visitante—. ¿Sigues trabajando en Higgins y Lamphier?

Savannah asintió con el rostro algo más rígido y una arruga en la frente.

—Encantada de conocerte —dijo Leah con una sonrisa. Señaló la puerta con la cabeza—. Volveré al trabajo, así podréis charlar.

Javier podría haber discutido, haberle pedido que no se fuera. Pero ¿luego qué? Su obvia atracción hacia la enfermera solo habría complicado cualquier posible conversación con Savannah.

Y su vida ya era lo bastante complicada en ese momento.