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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Lucy Monroe

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Proposición seductora, n.º 2354 - diciembre 2014

Título original: Million Dollar Christmas Proposal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4864-1

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

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Prólogo

 

Con los ojos secos y el corazón roto, Audrey Miller estaba sentada en una silla junto a la cama hospitalaria de su hermano pequeño, rezando para que despertara. Llevaba tres días en coma y no iba a dejarle. No iba a dejarle escapar. No iba a hacer lo mismo que habían hecho sus padres, ni tampoco lo que habían hecho sus dos hermanos mayores. ¿Cómo podían reaccionar como extraños los que llevaban su misma sangre? Peor que extraños… El resto del clan Miller había rechazado cruelmente al pequeño de doce años de edad, y todo porque les había dicho que era gay… Pero solo tenía doce años. ¿Qué importancia podía tener que dijera algo así?

Sin embargo, cuando se negó a retractarse de sus palabras e insistió en que no era una fase de confusión o inseguridad, sus padres le echaron de casa.

Audrey no daba crédito a lo ocurrido. A esa edad no hubiera sabido qué hacer, sola y sin casa. Toby, en cambio, lo tenía todo muy claro. Con los humildes ahorros de su paga, su portátil y una mochila llena de ropa había recorrido los trescientos veinte kilómetros que separaban Boston de Nueva York. No había llamado antes. Simplemente había ido a buscarla. Había confiado en que estaría allí para ayudarle aunque el resto de la familia le hubiera dado la espalda, y Audrey nunca le iba a traicionar después de haber depositado esa confianza en ella.

Las cosas no podían ponerse peor. Sus padres habían echado a Toby de casa. ¿Cómo era posible que hubieran reaccionado así viviendo en una de las ciudades más progresistas del país? Pero Carol y Randall Miller no eran gente progresista, y Audrey acababa de darse cuenta de lo retrógrado que podía llegar a ser su conservadurismo. Le habían dado un ultimátum: podía mantenerse fiel a la familia o apoyar a Toby. Una cosa estaba reñida con la otra, no obstante. Le habían dejado claro que, si se decantaba por su hermano pequeño y le ayudaba, le retirarían todo el apoyo económico y cortarían todo contacto con ella. Pero su plan de intimidación les había salido al revés. Audrey se había negado y Toby había intentado suicidarse al enterarse del precio que había tenido que pagar su hermana por permanecer a su lado. El niño se había cortado las muñecas con la navaja que le había regalado su padre en su último cumpleaños. No había sido un grito de socorro. Había sido un testamento de tristeza y protesta ante el rechazo total de sus propios padres. Lo había hecho cuando la casa estaba vacía, aprovechando la ausencia de Audrey y de los otros tres estudiantes de Barnard que vivían con ella. Si Liz no se hubiera dejado unos papeles en casa, si no hubiera abierto la puerta del cuarto de baño al oír el sonido de la ducha, Toby habría muerto allí mismo. Toda su sangre se habría ido por el sumidero de la bañera antigua.

–Te quiero, Toby. Tienes que volver conmigo. Eres una buena persona. Vuelve, Toby, por favor. Te quiero.

Toby abrió los ojos y le miró con sus ojos marrones.

–¿Audrey?

–Sí, cariño. Aquí estoy.

–Yo… –parecía muy confundido.

Audrey se inclinó sobre la cama y le dio un beso en la frente.

–Escúchame, Tobias Daniel Miller. Eres mi familia, la única que cuenta. No te atrevas a dejarme de nuevo.

–Si no estuviera aquí ahora, no tendrías ningún problema con mamá y papá.

–Bueno, prefiero tenerte a ti.

–No, yo…

–Basta. Lo digo en serio, Toby. Eres mi hermano y te quiero. Ya sabes lo mucho que duele que nuestros padres no nos quieran porque no seamos exactamente lo que esperan de nosotros, ¿no?

Toby hizo una mueca de dolor. Sus ojos estaban nublados.

–Sí.

–Multiplica eso por un millón y así sabrás lo mucho que me dolería perderte. ¿De acuerdo?

De repente, Audrey vio algo en los ojos de su hermano pequeño. Era una chispa de esperanza en medio de tanta desolación.

–Muy bien.

Era una promesa. Toby no se rendiría más y ella tampoco. Nunca más.

Capítulo 1

 

Quiere que le busque una esposa? ¡No puede estar hablando en serio!

Vincenzo Angilu Tomasi esperó a que su asistente personal cerrara la boca antes de hablar de nuevo. Nunca la había oído hacer tantas exclamaciones juntas. De hecho, hasta ese momento no la creía capaz de levantar la voz.

Quince años mayor que él y muy segura de sí misma, Gloria llevaba más de diez años con él, desde que se había hecho cargo de la sucursal de Nueva York de Tomasi Commercial Bank.

Enzu no conocía esa faceta de ella, no obstante, y aún le costaba creer que pudiera existir.

–Les daré una mama a estos chicos.

Aunque la suya fuera la tercera generación de sicilianos en el país, aún le daba un toque de pronunciación a la palabra que evocaba aquel viejo mundo. Su sobrina, Franca, solo tenía cuatro años de edad, y su sobrino, Angilu, tenía ocho meses de vida solamente. Necesitaban unos padres, y no cuidadores desinteresados. Necesitaban una madre, una que los criara en un entorno estable, distinto del que él mismo había conocido de niño, distinto del que le había dado a su hermano pequeño. La chica tendría que ser su esposa. Tendría que casarse con ella, pero eso tampoco tenía tanta importancia.

–No puede esperar que le busque algo así –Gloria estaba escandalizada–. Sé que la descripción de mi puesto de trabajo es mucho más flexible que muchas otras, pero esto está fuera de mi alcance.

–Te aseguro que nunca he hablado tan en serio, y me niego a creer que haya algo que no puedas hacer.

–¿Y qué tal si contrata a una niñera? –le preguntó Gloria. El cumplido no la había impresionado mucho–. ¿No cree que esa sería una solución mejor para esta situación tan desafortunada?

–Yo no creo que tener la custodia de mis sobrinos sea una situación desafortunada –le dijo Enzu en un tono frío.

–No. No. Claro que no. Le pido disculpas. He escogido mal las palabras.

–He despedido a cuatro niñeras desde que asumí la custodia de Franca y de Angilu hace seis meses –la cuidadora que tenían en ese momento tampoco iba a durar mucho más–. Necesitan una madre, alguien que anteponga su bienestar a todo lo demás, alguien que los quiera.

Él no tenía experiencia en ese sentido, pero había pasado tiempo suficiente en Sicilia, con su familia de allí. Sabía cómo debían ser las cosas.

–¡No se puede comprar el amor! No se puede.

–Me parece que vas a ver que sí puedo, Gloria.

Enzu era uno de los hombres más ricos del mundo, presidente y director de un banco y fundador de Tomasi Enterprises.

–Señor Tomasi…

–Tendrá que tener estudios, educación… –dijo Enzu, interrumpiendo a la asistente–. Una licenciatura por lo menos, pero no un doctorado.

No quería a alguien que buscara la excelencia académica a ese nivel. Su principal objetivo sería entonces el logro profesional, y no el cuidado de sus hijos.

–¿Nada de doctoras?

–Los horarios que tienen no son muy compatibles con el cuidado de un niño. Franca tiene cuatro años, pero Angilu no llega ni a un año todavía y le falta mucho para ir al colegio.

–Entiendo.

–Sobra decir que las candidatas no pueden tener antecedentes penales. Además, preferiría que ya tuvieran un empleo estable y apropiado. No obstante, la mujer a la que escoja tendrá que dejar su trabajo actual para ocuparse del cuidado de los niños a tiempo completo.

–Claro –el sarcasmo era evidente en la voz de Gloria.

A eso, sin embargo, sí estaba acostumbrado.

–Sí, bueno, no deberían ser menores de veinticinco ni mayores de treinta y pocos.

–Eso reduce drásticamente la búsqueda.

Enzu prefirió ignorar las palabras burlonas de la asistente.

–Preferiría que tuviera experiencia previa con niños, pero tampoco es imprescindible.

Se daba cuenta de que era muy poco probable que una mujer con estudios tuviera experiencia con niños, a menos que su carrera estuviera relacionada con ellos.

–Y aunque prefiero no descartar a nadie que haya estado casada antes, no puede tener hijos propios que compitan con Franca y con Angilu por su atención.

Franca ya había sufrido las consecuencias de esa clase de competición y Enzu estaba decidido a impedir que tuviera que verse en esa situación de nuevo.

–Las candidatas deberían tener un aspecto aceptable. Deben ser guapas, pero tampoco deben ser supermodelos.

Los niños ya habían tenido una madrastra hermosa y superficial. Johana tenía la cabeza hueca.

Los gustos de su hermano Pinu nunca habían sido muy atinados en lo referente a las mujeres. La madre de Franca había sido la primera con la que había tenido una relación seria, pero la chica no había dudado en abandonar a su hija en cuanto Enzu había satisfecho sus exigencias financieras. La esposa que había muerto con él en el coche tampoco había sido una buena elección.

Esa vez sería Enzu quien escogería a la mujer y estaba seguro de que iba a tomar una decisión mucho mejor que las que había tomado su hermano en el pasado.

Gloria guardaba silencio, así que Enzu siguió con la interminable lista de requisitos y pasó a describir los beneficios que se llevaría la ganadora por su trabajo.

–Habrá beneficios financieros y sociales para la mujer que asuma este rol. Una vez lleguen a la mayoría de edad los niños, si no ha habido situaciones críticas, la madre recibirá un estipendio de diez millones de dólares. Si cumple con sus funciones correctamente, cada año recibirá un salario de veinticinco mil dólares que se le pagará de forma mensual. También recibirá una cantidad mensual para cubrir todos los gastos domésticos y la manutención, tanto suya como de los niños.

–¿De verdad está preparado para comprarles una madre? –Gloria parecía cada vez más anonadada.

–Sí.

–¿Diez millones de dólares? ¿En serio?

–Como he dicho, el premio depende de cómo salgan los niños. Si alcanzan la mayoría de edad sin haberse descarriado, recibirá la cantidad, que será entregada cuando Angilu cumpla los dieciocho. Pero, si alguno de los niños sigue los pasos de mi hermano, entonces recibirá la mitad por el otro niño.

Enzu era consciente de que había cierta voluntad propia en el devenir de la vida de una persona. Su hermano y él no podrían haber sido más distintos, a pesar de haber sido criados de la misma forma.

–¿Y ella también será su esposa?

–Sí. Al menos llevará mi apellido.

Gloria se puso en pie.

–Veré qué puedo hacer.

–Confío en que harás mucho.

Gloria no parecía muy convencida.

 

 

Las cosas podrían haber ido mejor.

Audrey se enjugó las lágrimas que amenazaban con caer en cualquier momento. ¿Qué iba a arreglar llorando?

Ni sus lágrimas ni las de su hermano de doce años de edad habían conmovido a Carol y a Randall Miller. Sus súplicas habían sido recibidas con impaciencia y con un desprecio implacable. No había emoción alguna en esos rostros, ni tampoco amor.

A lo mejor debería haber esperado algunas semanas, hasta Navidades. ¿No se llenaba la gente de un espíritu caritativo en Navidad?

Sus padres no eran de esa clase de gente. Debería haber sabido que no iban a cambiar de opinión a esas alturas. Que hubieran aceptado a Toby en una ingeniería en el Massachusetts Institute of Technology no suponía ninguna diferencia para ellos. Pero ella no les había pedido dinero. Solo les había pedido que le buscaran un sitio donde vivir mientras cursaba sus estudios. Si no querían que tuviera que desplazarse desde su casa de Boston al campus de Cambridge todos los días, podrían haberle dado alojamiento en alguna de las múltiples casas que tenían por toda la ciudad, pero se habían negado rotundamente. No iban a darle dinero, ni le iban a brindar ayuda alguna.

Ricos y distantes, Carol y Randall Miller usaban la estrategia de dar una de cal y otra de arena en la crianza de los hijos. Sus opiniones y creencias eran las únicas verdaderas. Y cuando eso no funcionaba se lavaban las manos para no verse manchados por aquello que consideraban fracaso.

Eso era lo que habían hecho con Toby y con ella. Su hermano había estado a punto de sucumbir ante un rechazo tan grande de sus propios padres, pero había salido del abismo y estaba decidido a triunfar y a ser más fuerte y feliz. Con solo doce años tenía las cosas mucho más claras que su hermana de veintisiete. Audrey no tenía un gran plan de vida. No había nada más allá del propósito de enseñar a su hermano a creer en sí mismo y a hacer realidad sus propios sueños. Los sueños de Audrey, en cambio, se habían visto truncados seis años antes.

Había perdido al resto de su familia al acoger a Toby, pero su prometido también la había abandonado. Thad no estaba listo para tener niños. Eso le había dicho.

Cuando sus padres le quitaron la ayuda financiera, Audrey se vio obligada a pedir becas para terminar su tercer año en Barnard, pero no pudo permitirse el último. No tuvo más remedio que cambiarse a la State University of New York y terminar allí la carrera.

Trabajaba a tiempo completo para mantenerse a sí misma y a su hermano. El tiempo y el dinero eran una limitación importante… Sin embargo, después de cuatro años de incansable estudio a tiempo parcial había logrado licenciarse en Literatura Inglesa.

Sus padres tenían razón en algo. Era una carrera muy poco práctica. Pero no hubiera podido terminar la universidad si no hubiera amado tanto lo que estudiaba. El trabajo que hacía para la carrera había sido lo único que la ayudaba a desconectar del estrés y los desafíos de su nueva vida.

Toby y ella tenían eso en común. A los dos les encantaba aprender, pero Toby se había consagrado a un sueño de excelencia que ella nunca se había planteado. Haciendo uso de una determinación de la que sus padres hubieran estado orgullosos, Toby había sacado las mejores notas en el colegio y había hecho muy buenos amigos que le habían ayudado a ganar confianza en sí mismo. Le había dicho que iba a ser feliz y era cierto. Lo había cumplido. Su hermano era una de las personas más entusiastas que conocía y por eso no podía soportar la idea de verle perder ese entusiasmo una vez se diera cuenta de que lo del Massachusetts Institute of Technology no podía ser.

No era justo. Se merecía tener su oportunidad, pero Audrey no veía forma de dársela.

Solo los mejores, los más brillantes, podían optar a entrar en el MIT, y solo aquellos que destacaban en ese grupo de élite eran aceptados. La universidad privada aceptaba a menos del diez por ciento de los solicitantes y pedir un traslado desde otra facultad era casi imposible.

Mandar a Toby a una universidad pública, por tanto, para luego trasladarle a MIT era una posibilidad remota. Además, a Toby no solo le habían aceptado, sino que también le habían concedido una beca parcial que representaba mucho dinero. La dirección del instituto de secundaria al que asistía estaba encantada con la noticia, pero Carol y Randall Miller no.

No habían cedido ni un milímetro. Lo único que le habían preguntado era si Toby seguía diciendo que era gay y Audrey no había tenido más remedio que decirles que sí. Le habían ofrecido entonces la posibilidad de volver al redil familiar y también una cantidad de dinero casi obscena, pero con dos condiciones: el dinero no podía ser utilizado para ayudar a Toby y también tenía que cortar toda relación con él. Audrey se había negado a aceptar, pero… ¿Cómo iba a pagar los estudios de Toby en el MIT? ¿Cómo iba a hacer para que su hermano viviera su sueño? No podía optar a una beca estatal porque los ingresos de sus padres serían tenidos en cuenta hasta que cumpliera la edad de veinticinco años. Además, aunque hubiera podido tener acceso a esas becas, MIT era una universidad muy cara. Solamente el gasto en libros de texto abarcaba los ahorros de seis años de Audrey. El coste de la vida en Boston o en Cambridge también era alto y no había forma de cubrir esos gastos extra.

Audrey aún estaba pagando sus becas de estudiante. Su trabajo en Tomasi Enterprises apenas llegaba para mantenerse a flote y sus padres ya no estaban obligados a pagar la manutención de Toby al haber cumplido este la mayoría de edad. Toby había cumplido los dieciocho dos meses antes y las cosas empezaban a ir cada vez peor, pero Audrey se resistía a sacar dinero de la cuenta para sus estudios. Pasara lo que pasara, Toby tenía que seguir con su educación.

El mercado inmobiliario neoyorquino era además bastante precario. Incluso a las afueras, donde vivían en esos momentos, los alquileres eran bastante altos, y como no estaban en un apartamento de la ciudad no había control. Cada contrato nuevo que firmaba se llevaba una buena tajada de sus ingresos, y el de ese año terminaba un mes antes de la graduación de Toby.

Audrey no tenía ni idea de cómo iba a asumir un nuevo alquiler sin la paga mensual de sus padres para Toby. Encontrar un apartamento más barato dentro del mismo distrito escolar era una misión imposible. Llevaba tres meses buscando, pero solo había conseguido entrar en la lista de espera.

No sabía qué hacer a partir de ese momento, pero no iba a rendirse. Tal vez no le quedaran muchos sueños, pero seguía siendo tan testaruda como el primer día.

 

 

Incapaz de creerse lo que acababa de oír, Audrey permaneció en el cubículo, dentro del aseo de mujeres, durante unos minutos más. Esperó a que se fueran las dos empleadas. Los aseos de Tomasi Enterprises eran bastante coquetos. Había un área común con asientos donde las empleadas podían tomarse un descanso y darles el pecho a sus bebés cuando los llevaban a la empresa y los dejaban a cargo del servicio de guardería. La política pro familia de Vincenzo Tomasi era bien conocida por todos.