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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Kathryn Seidick. Todos los derechos reservados.

ESPERANDO AL DESTINO, N.º 1896 - junio 2011

Título original: A Bride After All

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-393-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Promoción

Prólogo

NICK Barrington se rebulló con incomodidad en la butaca, que sin duda había sido diseñada para una mujer y no para un hombre de la altura y la corpulencia que él tenía. Comprendía perfectamente cómo se sentiría un elefante en una exposición de cristal Waterford.

Estaba seguro de que si se movía o respiraba de un modo equivocado, provocaría una reacción en cadena que dejaría patas arriba aquella coqueta estancia. A su izquierda, tenía una vitrina de cristal, cargada por dentro y por fuera de toda clase de objetos, que incluían ligas de encaje y tiaras de diamantes.

La ventana que había a sus espaldas quedaba cubierta por unas hermosas cortinas de encaje y el suelo lucía unas alfombras de flores sobre las que las finas patas de las mesas se curvaban elegantemente. Si miraba a su derecha, algo que procuraba no hacer, vería un maniquí ataviado con una especie de corsé y unas minúsculas braguitas, que parecía evocar la imagen de la clase de señorita a la que invitaría a una copa un ejecutivo que visitara la ciudad para una convención de negocios.

¿De dónde había salido aquel pensamiento? Siendo escritor, resultaba una maldición, aunque su trabajo se viera confinado a las noticias serias del Morning Chronicle. Podría ser que, en su interior, hubiera un escritor de novela erótica esperando a salir a la superficie para darle una segunda opción a su vida profesional.

Justo cuando le echaba un segundo vistazo al maniquí, Chessie Burton, que se había presentado como la dueña de La segunda oportunidad matrimonial, una tienda de trajes de novia dedicada a las segundas nupcias, entró en la sala a través de una puerta pintada de color marfil y pan de oro.

—Veo que aún sigue aquí. Debería tener pegatinas para los hombres que se aventuran a entrar en esta tienda, como las que les dan a los niños después de ponerles una vacuna. Podrían decir algo así como «yo sobreviví a una visita a La segunda oportunidad matrimonial» —comentó, mientras abría la puerta de un enorme aparador para sacar una lata de refresco del pequeño frigorífico que se escondía en su interior. Se la lanzó a Nick—. Ahí tiene. Bébasela o aplíquesela a la frente. Lo que le vaya mejor. Ella no va a tardar mucho más. Creo que ya ha elegido el vestido. Sólo necesitamos encontrar el tocado perfecto. Y aquí está.

Nick sonrió débilmente al ver que Chessie abría la vitrina de cristal y sacaba un pequeño tocado de capullos de rosa en un delicado tono rosado antes de volver al probador.

Abrió la lata y bebió apresuradamente el contenido que comenzó a salir a borbotones por la abertura, seguramente debido al hecho de que Chessie la hubiera agitado al tirársela desde la máquina. Por suerte, consiguió que el refresco sólo se derramara sobre su camisa y no sobre la alfombra. No obstante, a pesar de lo incómodo que se sentía, no hubiera querido estar en ningún otro sitio en aquellos momentos, sobre todo porque Barb le había pedido específicamente que la acompañara allí.

Su prima había pasado un verdadero infierno a lo largo de los últimos seis años, desde que Drew murió en la guerra. Se había refugiado tanto en su pena que había estado a punto de desaparecer. Sin embargo, por suerte había encontrado a Skip. Él amaba a Barb con todo su corazón.

Nick no se había dado cuenta de lo mucho que había echado de menos la sonrisa de Barb hasta que Skip entró a formar parte de la vida de su prima y la animó a volver a vivirla. Por eso, era capaz de hacer cualquier cosa por ella. Si Barb hubiera querido que Nick la acompañara al altar llevando una tiara como la que Chessie había sacado de la vitrina, lo haría.

Levantó la mirada cuando oyó que Barb lo llamaba y la vio caminando hacia él. Se puso inmediatamente de pie tras colocar cuidadosamente la lata de refresco sobre un posavasos de cristal que había en la mesa.

Cuando eran niños, solía llamar a Barb Barbarita por lo menuda que ella. La melena de rizos rubios que ella tenía de niña parecía demasiado pesada para que pudiera soportarla el delicado y frágil cuello. Sin embargo, ya era una mujer hecha y derecha, alta y esbelta, aunque su apariencia seguía siendo frágil. Tenía una belleza etérea, que normalmente parecía asociada exclusivamente a las hadas y a las ninfas de los bosques.

De alguna manera, el vestido que ella llevaba puesto capturaba su esencia, la gentileza de espíritu que había atraído a Skip. Él era su protector y Barb la princesa que él adoraba. Nick estaba seguro de que jamás había visto un amor tan perfecto.

—Creo que alguien va a tener que recoger a Skip con una cuchara cuando te vea —bromeó Nick mientras Chessie ayudaba a Barb a mover la falda del vestido para que la futura novia pudiera subirse a una pequeña plataforma que había delante de un espejo.

Nick no sabía nada de vestidos. No podría haber descrito el que su prima llevaba puesto aunque le hubieran dado un año para hacerlo. Lo único que sabía era que la tela era muy delicada, casi transparente, de un rosa muy claro. El vestido tenía cintas y los mismos capullos de rosa que aparecían en el tocado, que ya llevaba en la cabeza. Le habían peinado el cabello dejando que sus rizos rubios le cayeran a ambos lados del rostro, dándole una apariencia completamente angelical. Nick no se habría sorprendido si Barb se hubiera dado la vuelta y hubiera tenido unas alas en la espalda.

—¿Qué te parece, Nicky? Yo... creo que me gusta. No. En realidad, me encanta. Chessie dice que es perfecto para una boda al aire libre en la Rosaleda, tal y como hemos planeado. Habrá un cenador y todo eso, ya sabes... Nicky, dime algo.

Al contrario de lo que solía pasarle, Nick se había quedado sin palabras. Los ojos se le habían llenado de lágrimas. Levantó las manos e hizo un gesto con ellas, sin saber qué decir.

—Madre mía, Barbie... —susurró. Entonces, la abrazó.

—Creo que le gusta —dijo Chessie, riendo, mientras se sacaba de algún sitio un pañuelo de papel y comenzaba a secarse los ojos—. Los hombres son muy raros. Ah, hola, Marylou. Apareces en el momento justo. Ven a ver a la novia.

Nick se apartó de su prima y le dio un beso en la mejilla. Entonces, dio un paso atrás para permitir que la recién llegada contemplara a Barb con su vestido de novia. Le habría gustado rechazar el pañuelo de papel que Chessie, a escondidas, le había dado, pero no le quedó más remedio que aceptarlo. Le dedicó una sonrisa. Se sentía algo estúpido, pero inmensamente feliz.

—Has escogido el nombre perfecto para tu negocio, Chessie. Mi prima tiene las palabras «segunda oportunidad» escritas en la frente y verdaderamente se la merece. Gracias por ayudarla a conseguir su felicidad.

—Bueno, ¡qué palabras más bonitas! —exclamó la recién llegada antes de extender la mano hacia Nick—. Hola, me llamo Marylou Smith-Bitters, socia de La segunda oportunidad matrimonial y visitante frecuente de esta tienda porque, afortunadamente, Chessie nunca me echa. ¿Te conozco? Creo que sí... No, espera, no me digas nada. Quiero resolverlo yo sola. Además, quiero conocer a esta maravillosa criatura. Parece sacada de una pintura del Renacimiento, ¿no os parece? —comentó Marylou mientras rodeaba a Barb, quien parecía incapaz de dejar de sonreír—. No me sorprendería que alguien llamara a la puerta y que, al abrirla, me encontrara con un unicornio ansioso por ponerse a tus pies, querida. Estás maravillosa.

—Gracias, señora Smith-Bitters —dijo Barb girándose hacia el espejo para seguir mirándose.

—No, gracias a ti. Siempre que entro aquí mi fe en la humanidad se revive. Chessie es un genio, aunque tenía buena materia prima. ¿Por qué yo...?

Marylou se interrumpió y se dio la vuelta. Entonces, entornó la mirada y señaló a Nick con un dedo.

—Ahora me acuerdo. Das clases en el centro cultural todos los martes y jueves por la tarde, ¿verdad? Por supuesto que es verdad. Yo siempre tengo razón.

Nick dejó de sentirse un elefante en una cristalería para convertirse en una mariposa disecada. O en un ciervo cegado por los faros de un vehículo. Marylou Smith-Bitters era una mujer única. Tendría unos cuarenta años, o eso era lo que aparentaba, alta, delgada, con una melena de cabello castaño tan bien peinado que seguramente no se movería ni en medio de un huracán y unos agudos ojos verdes a los que, evidentemente, jamás se les pasaba nada por alto. Tenía el aire de una persona muy segura de sí misma, a la que se le daba bien todo lo que emprendía, y un cierto aire teatral.

—Tiene toda la razón, señora Smith-Bitters. Doy clase de inglés como lengua extranjera a nuevos inmigrantes.

—Eso está muy bien —dijo Chessie mientras le indicaba a Barb que doblara las rodillas para que ella pudiera quitarle el tocado de la cabeza.

—Así no tengo tiempo para malos hábitos —comentó Nick, algo avergonzado. Entonces, se volvió de nuevo a Marylou—. Lo siento mucho, pero no la reconozco, señora...

—Marylou —lo interrumpió ella—. Pensaba que Smith-Bitters tenía un cierto caché, ya me comprendéis, sobre todo en las toallas bordadas, pero me gustaría habérmelo pensado un poco mejor antes de hacerlo. Smith-Bitters. Suena a caramelos para la tos, ¿no os parece? O tal vez a un nuevo cóctel. Tomaré un Smith-Bitters con hielo, por favor, con un chorrito de lima. Además, probablemente no me reconociste porque sólo llevo trabajando una semana en el mostrador de registro del centro cultural, cuando la chica a la que estoy sustituyendo empezó su baja por maternidad. Casi cuatro kilos. Le puso de nombre Rodrigo Esteban Bienvenido. Tercero. ¿No os parece un nombre precioso? Tú tienes un hijo, ¿verdad? ¿Está dando clase él también o es que tu mujer trabaja por las noches y a ti no te queda más remedio que llevártelo al centro cultural?

Todas las preguntas se habían realizado en un tono de voz simpático y desenfadado, pero, a pesar de todo, a Nick le dio la sensación de que Marylou Smith-Bitters era una periodista de investigación de primera clase. Para recompensarla, le dijo lo que ella quería saber.

—Sean está haciendo kárate, sí. Le encanta, lo que está bien porque yo estoy divorciado, su madre no cuenta para nada y, con nueve años de edad, odia a las canguros, pero es demasiado pequeño para quedarse en casa solo.

La carcajada de Marylou tintineó como las campanas agitadas por una ligera brisa.

—Guapo, buen partido e inteligente. No me has dicho la edad que tienes ni a qué te dedicas, pero estoy segura de que podré averiguarlo. Muy bien, Nick.

—Ahí está otra vez, la celestina —comentó Chessie después de mandar a Barb de nuevo al probador. Contemplaba con una mirada de desaprobación a Marylou—. Espero que la perdones, Nick. Creo que ya es hora de que se tome su medicación.

—No importa —comentó él—. Estoy acostumbrado. Mi hermana, quien por suerte vive ahora en Cleveland, no hace más que apuntarme a las agencias matrimoniales de Internet, pero, para que conste, no estoy interesado. Gracias de todos modos. Lo siento, me llaman por teléfono —dijo, cuando su teléfono móvil comenzó a sonar—. Os ruego que me perdonéis. ¿Podríais decirle a Barb que la espero fuera? Me alegro mucho de haberos conocido a las dos. Muchas gracias, Chessie.

La puerta apenas se había cerrado a espaldas de Nick Barrington cuando Chessie se volvió a Marylou.

—No. No lo hagas.

—No tengo ni la más mínima idea de qué estás hablando —repuso Marylou. Se dirigió al aparador y sacó una botella de agua baja en calorías—. No sé por qué bebemos esto, cuando el agua no tiene calorías. Nosotros los estadounidenses, somos los más consumistas del planeta —comentó. Abrió la botella y le dio un largo trago—. Está bueno. Eso tengo que admitirlo. Creo que con whisky no estaría mal. No puedo conseguir que me guste el whisky y es la bebida favorita de Ted.

—Olvídate del agua y del whisky. No te olvides de Ted porque es un tesoro y tú no te mereces un marido tan bueno. Del que sí te tienes que olvidar es de Nick Barrington.

—Ya lo tengo. Es periodista para el Morning Chronicle. Al pronunciar su nombre al completo, me he acordado de verlo por escrito. Hizo una serie estupenda de cuatro artículos sobre la violencia de género hace unos meses, ¿te acuerdas? Escribe como si de verdad le importara. Sí. Es perfecto.

—Ningún hombre es perfecto —protestó Chessie dejándose caer sobre la butaca que Nick había dejado vacía—. Pregúntame a mí. Yo soy la experta y tengo cicatrices que lo demuestran.

Marylou desoyó las palabras de Chessie con un elegante movimiento de mano. El anillo de diamantes que llevaba en esa mano, la izquierda, reflejó el sol y produjo pequeños arcos iris sobre la pared.

—Como si Rick Peters fuera ejemplo de humanidad. Ese hombre es basura, por lo que él no cuenta. Si me hubieras dejado...

—Ni aunque tuvieras el número privado de George Clooney —respondió Chessie con una sonrisa—. Está bien, tal vez por George pudiera hacer una excepción. Te lo digo en serio, Marylou. Espero que no hables en serio cuando dices que vas a tratar de encontrarle una esposa a Nick Barrington. Evidentemente, no quiere ninguna.

—Eso es porque no sabe lo que quiere...

—Lo que demuestra lo que yo quiero decir. Ningún hombre es perfecto.

—No me confundas con la lógica —dijo Marylou tratando de fruncir el ceño. No lo consiguió, porque eso era lo que ocurría cuando se ponía sus inyecciones de bótox en la frente—. ¿Lo has visto, Chessie? Estaba llorando. No a lágrima viva, como los sensibleros, sino como llora un hombre verdaderamente cariñoso. Fue un gesto tan sincero... tan real. No tengo ninguna duda. Ese hombre es de los que merece la pena quedarse. Muy pronto, alguna mujer muy afortunada va a estar muy agradecida de que yo no te haya escuchado.

Chessie se inclinó hacia delante y frunció la frente, que sí pudo realizar el gesto por encontrarse libre de bótox.

—Ya estamos. Muy pronto, todo el mundo va a pensar que te envío para que me traigas clientes, aunque no nos ocupamos de novios que esperan tener una segunda oportunidad.

Marylou se echó a reír y luego aplaudió con ganas.

—Sí, eso es. Segunda oportunidad para Nick, segunda oportunidad para ella.

—¿Quién es ella? ¿Por qué te lo pregunto, Dios mío, si no lo quiero saber? Estoy segura de que no lo quiero saber.

Marylou hizo un gesto de desaprobación con la mirada y dijo:

—¡Venga ya! Si sabes que te mueres de ganas porque te lo diga. La semana pasaba estaba aburrida en el mostrador de registro. Ya sabes que me encanta mi trabajo de voluntaria...

—Y que no tienes nada más que necesites operarte y ya tienes más ropa y joyas que Macy’s o Lord and Taylor por lo que tienes mucho tiempo libre...

—Está bien. Eso te lo voy a admitir, aunque estoy pensando operarme el trasero —dijo Marylou volviéndose de espaldas para mostrarle su parte posterior a Chessie. Al mismo tiempo, se miraba por encima del hombro para analizar su imagen en el espejo—. A los cincuenta, la gravedad comienza a ganar la partida aunque bueno, yo ni siquiera parezco estar cerca de los cincuenta.

—Cincuenta y seis.

—Bueno, lo que sea. ¿Qué te parece? ¿Necesito operarme del trasero?

—Me niego a responder porque probablemente perdería si tú entraras aquí con uno de esos flotadores para sentarte. Ahora, te ruego que cambiemos de tema. Y que no volvamos a hablar de Nick Barrington tampoco. Eve ya habrá terminado de hilvanarle el bajo a Barb y ella podría salir en cualquier momento y escuchar los planes que tienes para su primo.

Marylou se encogió de hombros.

—Está bien. Lo único que estaba diciendo era que no tenía mucho trabajo en el mostrador de registro la semana pasada, por lo que empecé a hablar con otra voluntaria que creo que sería perfecta para...

—Cállate. Aquí viene. Déjame anotar la venta y luego nos iremos a almorzar.

—Así te podré hablar de Claire Ayers. Es una chica maravillosa. Está divorciada, aunque no conozco los detalles.

Chessie se levantó justo cuando Barb entraba en la sala.

—Y yo te escucharé, que Dios me ayude, porque soy igualita que tú.

—Sí, lo sé. Por eso te quiero tanto —respondió Marylou. Se reclinó obedientemente en su silla, se tomó otro trago de agua y comenzó a planear cómo echaría la pelota a rodar el martes por la noche. Nick Barrington ni siquiera se daría cuenta de lo que se venía encima...

Capítulo 1

CLAIRE Ayers entró en el aparcamiento del centro cultural. Le faltaban diez minutos para enfrentarse a un grupo de padres ansiosos por aprender cómo cuidar mejor a sus hijos. Trabajaba como auxiliar en la consulta de pediatría de su hermano Derek y, como tal, se pasaba mucho tiempo tratando con padres preocupados. Sin embargo, con el grupo que la esperaba era completamente diferente.

Muchos de ellos prácticamente no hablaban una palabra de inglés. Muchos habían acudido a los Estados Unidos sin haber visto antes el interior de la consulta de un médico. Le proporcionaban un desafío al que ella no podía enfrentarse en la consulta de su hermano.

No obstante, todos los padres a los que veía tenían una cosa en común. Adoraban a sus hijos y querían lo mejor para ellos. Claire los admiraba a todos profundamente. No es que vislumbrara la presencia de hijos en su propio horizonte personal. Lo había considerado en una ocasión, cuando Steven y ella se casaron, pero ese sueño había desaparecido junto con el matrimonio. Steven era como un niño en sí mismo y no quería la competencia de un adorable infante en su casa.

Llevaba meses sin pensar en Steven ni en la casa que los dos habían compartido en Chicago ni en la vida que ella había tenido allí. Sin embargo, su ex la había llamado por teléfono aquel mismo día para decirle que iba a volver a casarse. ¿Acaso había pensado que necesitaba que Claire le diera permiso? Tal vez, simplemente, había querido restregárselo para hacerle daño. «¿Ves? Otras mujeres me encuentran encantador. Te dije que eras tú y no yo. Tú eres la que tiene el problema, cariño».

Podría ser que en aquella ocasión Steven hubiera encontrado la mujer adecuada para él, la que fuera feliz siendo su esposa y nada más. Nadie más. Steven era un hombre tremendamente posesivo. Claire no había visto aquel lado de su personalidad cuando estaban saliendo, pero, en cuanto se casaron, todo había cambiado. Cuando ella llegaba tarde para cenar porque había surgido una emergencia en la consulta en la que trabajaba o cuanto trataba de contarle algo que le había ocurrido durante el día o buscaba su consuelo por alguna triste historia de un niño en la consulta, la respuesta de Steven siempre había sido la misma:

—Deja tu trabajo. Yo te necesito más que ellos. No considero que el matrimonio sea un empleo a tiempo parcial, maldita sea.

Para ella desde luego que no. Sin embargo, Steven jamás hubiera considerado dejar su trabajo y quedarse en casa para estar allí cuando ella llegara. Steven era un hombre demasiado tradicional en cuanto a los roles de una pareja en el matrimonio. Según él, el hombre debía conseguir el sustento y la mujer ocuparse de que la casa estuviera en orden. Además, era muy celoso, lo que provocaba que Claire tuviera que volver corriendo a casa al salir del trabajo, pensando siempre en la excusa que iba a darle por cualquier pequeño retraso.

Había aguantado seis meses. Había sido muy difícil admitir esa clase de derrota, especialmente cuando habían estado casados tan poco tiempo. No pudo aguantarlo más el día en que vio que él la estaba siguiendo en su coche desde la consulta al supermercado. Se marchó de casa al día siguiente mientras él estaba en el trabajo, dejando todo atrás menos su ropa y sus objetos más personales. Steven podía quedarse con la casa, los muebles y todos los regalos de boda. Ella sólo quería salir huyendo, lo necesitaba, antes de que Steven fuera un paso más allá en lo que, evidentemente, era una situación envenenada y recurriera a la violencia física.

En ese momento, llamó a su hermano y tomó el primer vuelo a Allentown. Allí, empezó a trabajar en la consulta de pediatría de Derek el lunes siguiente después de encontrarse un apartamento amueblado en la cercana población de Bethlehem. En el proceso de divorcio, se lo había dado todo a Steven, pero había recuperado su apellido de soltera.

Según dice todo el mundo, la vida sigue y ella había estado completamente decidida a seguir con la suya. Excepto que, seguramente, no lo había hecho.

Tres años después, mientras Claire seguía poco más o menos tratando de encontrar su camino, Steven iba a volver a casarse. Bien por él. Tal vez había cambiado. O tal vez su segundo matrimonio fuera a ser una repetición del primero. Fuera como fuera, Steven y su futura esposa no eran asunto suyo.

Se estremeció al escuchar que alguien llamaba en la ventanilla de su coche. Estaba sentada allí, con la mano sobre la llave, desperdiciando un tiempo que no tenía.

Se volvió y sonrió a Marylou Smith-Bitters, que había dado un paso atrás para que ella pudiera abrir la puerta del coche. Claire había conocido a Marylou el martes de la semana anterior, cuando ella la había ayudado a entenderse con un nuevo miembro de la clase que aún necesitaba registrarse formalmente. El español de Claire no era demasiado bueno, pero era mucho mejor que el de Marylou, que se limitaba a lo necesario para pedir sangría y paella.

—Hola, Marylou, espera un momento —le dijo mientras salía del coche y abría el maletero para sacar su bolso y su maletín. Sacó también a Susie, el maniquí para practicar primeros auxilios que había tomado prestado de la consulta de su hermano.

Marylou miró el maniquí y sonrió.

—¿Es así como se lleva a los niños ahora? ¿Por el tobillo?

—A Susie no le importa —respondió Claire mientras las dos mujeres entraban por la puerta principal del edificio—. Ni siquiera le importa cuando los alumnos le golpean las costillas tratando de reanimarla. No obstante, si pasas por delante de la clase, escucharás la alarma, así que no te asustes.

—Hay muy pocas cosas que me asusten, Claire. Quedarme sin mi delineador de labios favorito es una de ellas. Que se me salte una uña postiza diez minutos antes de salir a un acto al que Ted quiera asistir es otra. Pensar que mi cirujano plástico se jubile y se vaya a Boca otra más. Sin embargo, las alarmas no me alteran en absoluto.

Claire se echó a reír como sabía que Marylou esperaba que hiciera. Sentía una enorme simpatía hacia ella. Marylou era rica, mimada y consciente de todo ello. Incluso se reía de sí misma. Era muy sincera en cuanto al hecho de dar tiempo y dinero porque tenía mucho de ambos, además de un verdadero interés por la gente que la rodeaba. ¿Qué había sobre Marylou que no le pudiera gustar? Este hecho le había llevado a contarle a Marylou cosas muy íntimas, como su divorcio de Steven, a pesar de haber sido siempre muy reservada en lo referente a su vida privada.

Algunas personas tenían una habilidad innata para conseguir que otros hablaran sobre sí mismos. Marylou Smith-Bitters era una de ellas.

Entraron juntas en el edificio y caminaron por un pasillo que se encontraba repleto de alumnos que se dirigían a sus clases.

—Oh, no. Parece que hay cola en mi mostrador —dijo Marylou con un suspiro—. ¿Qué te parece si, cuando estés libre, nos reunimos en la cafetería para tomar un café y unos bollos de esos de azúcar que tan mal nos viene para guardar la línea? Ted está en Palm Springs jugando al golf y yo estoy sola, sin razón alguna para marcharme a casa.

Claire pensó por un instante en su pequeño apartamento y en el frigorífico vacío de su minúscula cocina americana.

—Claro, aunque creo que yo me limitaré a tomarme mi refresco sin cafeína, como siempre, y un par de porciones de pizza. Gracias por sugerirlo. Te veo luego.

Sin embargo, Marylou ya estaba mirando por encima del hombro de Claire. Siempre estaba muy ocupada. Así era Marylou.

—Estupendo. Genial. Luego nos vemos —dijo. Puso una mano sobre el brazo de Claire y estuvo a punto de apartarla de un empujón—. Perdona, hay alguien a quien debo ver antes de que empiecen las clases. Nos vemos en la cafetería.

Claire se dio la vuelta y vio como Marylou se cercaba a un hombre al que la primera había visto la semana anterior. Y el mes anterior. Y durante el trimestre anterior. Era la clase de hombre que una no pasaba por alto aunque no se estuviera mirando.

Alto, de cabello rubio oscuro, con ese estilo desaliñado que a ella le resultaba tan atrayente. Le hacía querer deslizar los dedos por los mechones que le caían sobre la frente para colocárselos, al tiempo que esperaba que volvieran a caer para poder repetir la operación.

Vestía de un modo informal, pero le sentaba muy bien. Igual que su sonrisa, que en aquellos momentos iba dirigida a Marylou.

Lo que no le sentaba tan bien era el muchacho de ocho o nueve años que lo acompañaba todos los martes y jueves. Claire no había visto que llevara anillo de boda, porque se había fijado, pero eso no significaba nada. Sólo la curiosidad le había hecho percatarse. Nada más.

En primer lugar, ella no salía con hombres. En segundo lugar, él podría estar casado. En tercer lugar, los hombres con hijos buscaban a menudo una madre para esos niños y a Claire no le interesaba que nadie saliera con ella por su potencial como madre.

Se dio la vuelta y se dirigió a su clase. Se detuvo sólo en dos ocasiones para observar a Marylou y al señor Casi Perfecto.

No se sentía en absoluto interesada.

La cafetería del centro cultural estaba bien surtida, pero el olor a pizza era lo que más atraía a Claire, tanto que ya no era necesario que pidiera lo que quería tomar. Ruth, la encargada, le servía automáticamente dos porciones de pizza y un refresco sin cafeína.

¿Era bueno o malo resultar tan previsible?