{Portada}

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Susanne James. Todos los derechos reservados.

MAESTRO DE SEDUCCIÓN, N.º 2089 - julio 2011

Título original: The Master of Highbridge Manor

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-635-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Promoción

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Portada Una noche con Zoe

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Capítulo 1

RIA SE dirigió lentamente hacia la entrada del enorme edificio victoriano. La gravilla del camino crujía bajo las llantas de su anticuado coche y ella esbozó una leve sonrisa al asimilar la escena... Era el típico centro de enseñanza imponente y se imaginó a todos los niños que, aterrados, habían ido por primera vez a ese internado con un nudo en el estómago y la boca seca. Algo con lo que ella se identificaba fácilmente.

Era un edificio alargado dividido en dos cuerpos por un campanario y, aunque llevaba levantado más de cien años en esa zona remota de Hampshire, parecía en buen estado. El césped que flanqueaba el camino estaba impecablemente cortado y a la izquierda se veían las cuatro pistas de tenis que, con las redes tensas, esperaban a que los cuatrocientos niños volvieran para empezar el trimestre del verano.

Ria se sintió dominada por una sensación conocida cuando aparcó a unos metros de la entrada con columnas y se bajó del coche. Había pasado gran parte de su infancia en un internado y supo que no iba a depararle ninguna novedad, aunque todavía no había entrado en Highbridge Manor. Se olería a productos de limpieza y madera encerada, a libros y papel y también, levemente, a verduras cociéndose. Aunque la verdad era que no esperaba que estuvieran cocinando porque los alumnos no volverían hasta la semana siguiente.

Llamó a la campanilla. Cuando la sólida puerta se abrió, se encontró ante los penetrantes ojos azules de una mujer vestida con falda y jersey grises que llevaba las gafas de leer levantadas sobre el pelo castaño y ligeramente canoso. Ria le calculó unos cincuenta años y su actitud le indicó que se sentía cómoda y segura en ese sitio.

–¿Ria Davidson...? –le preguntó con una sonrisa extraña y cautelosa.

–Sí –contestó ella apresuradamente–. Tengo una cita con el señor Trent a las diez y media.

–Estábamos esperándola. Entre –la mujer se apartó–. Me llamo Helen Brown. Soy la secretaria del colegio.

Ria pensó que no podía ser otra cosa. Según su experiencia, las secretarias eran una especie aparte; competentes, posesivas y... aterradoras.

Ria la siguió por un pasillo hasta una pequeña habitación que daba sobre las pistas de tenis.

–Es mi despacho –le explicó Helen–. Siéntese un momento. Le diré al señor Trent que ya está aquí –descolgó el teléfono y marcó un número–. La señorita Davidson ha llegado. ¿La acompaño ya...? Ah, de acuerdo... iremos dentro de diez minutos.

Ria miró el reloj que había colgado en la pared que tenía enfrente y se dio cuenta de que eran las diez y veinte, se había adelantado. Sin embargo, pensó que el señor Trent iba a ajustarse a lo concertado. Las diez y media eran las diez y media, no las diez y veinte. Suspiró para sus adentros. Iba a ser unos de esos hombres escrupulosos con los detalles más nimios.

–Está ocupado con el ama de llaves –le informó Helen mientras colgaba–. Acabará enseguida.

Ria se alegró de tener la ocasión de aclarar algunas cosas.

–La agencia se puso en contacto conmigo ayer... –empezó a decir.

–Lo sé –la interrumpió Helen–. Ha sido una pesadilla. Una de las tutoras de inglés se marchó muy inesperadamente justo antes de que acabara el trimestre. Algo desafortunado, claro, pero, sinceramente, fue una bendición –añadió en voz baja como si temiera que pudieran oírla–. Le aseguro que nadie lloró. Hemos entrevistado a otras tres candidatas y sólo una fue apta, pero se echó atrás. Por eso estamos en una situación un poco complicada.

–Sí, ya me di cuenta de que era un trabajo algo precipitado –reconoció Ria con una sonrisa.

–Como estoy segura de que sabrá, es un puesto provisional hasta el final del próximo trimestre. Será más fácil encontrar a alguien fijo a partir septiembre.

–¿Lleva mucho tiempo aquí? –le preguntó Ria.

La mujer sonrió y se miró durante un segundo las uñas perfectamente cortadas.

–Unos quince años, creo que ya he dejado de ser una aprendiz.

–Doy por sentado que siempre ha sido un colegio privado.

–Sí, claro. La familia Trent es la propietaria y lo ha dirigido, con muy buenos resultados, desde que se fundó. Lo cual, me parece un récord de continuidad, ¿verdad? Creo que podemos irnos –añadió Helen levantándose al darse cuenta de que eran las diez y veintiocho.

Recorrieron juntas el resplandeciente pasillo hasta que llegaron a una puerta con una placa que decía: Director. Helen llamó con delicadeza y esperó.

–Adelante –contestó una voz firme al cabo de un momento.

Ria entró detrás de Helen y tuvo que taparse los ojos por la luz que llegaba por los ventanales. Sin embargo, la visión se adaptó rápidamente a la luz, pero casi se desmaya al ver al señor Jasper Trent. Era joven, no era un viejo como se había imaginado. Tendría treinta y muchos años, mediría un metro y noventa centímetros, por lo menos, tenía las espaldas muy anchas y vestía con traje oscuro y corbata. El pelo negro estaba elegantemente cortado y sus ojos, los más oscuros y perspicaces que Ria había visto en su vida, dominaban unos rasgos marcados y fuertes. Ria pensó que la disciplina no sería un problema en ese colegio. ¿Querría discutir alguien con el señor Jasper Trent? Cuando habló, su voz autoritaria y tajante le contestó la pregunta.

–¿Señorita Davidson? Siéntese, por favor.

Las facciones, bastante severas, esbozaron una leve sonrisa mientras se acercaba a Ria. Tendió la mano y estrechó la de ella con firmeza.

–Gracias, Helen.

–Gracias a usted, señor Trent –dijo ella con deferencia antes de salir y cerrar la puerta.

Ria intentó por todos los medios sofocar los latidos desbocados del corazón y se sentó en la butaca giratoria que le había señalado mientras él se sentaba al otro lado del escritorio y la observaba detenidamente con dos sensaciones contradictorias. Se sentía cautivado y, casi a la vez, intensamente enojado. Esa mujer no era en absoluto lo que había esperado. Frunció el ceño y miró los documentos que tenía delante.

–Me disculpará que empiece hablando de su edad, señorita Davidson, pero creía que tendría... mmm... cincuenta y cinco años –dijo él con frialdad antes de hacer una pausa–. Y, evidentemente, no los tiene.

Ria no pudo evitar sonreír. Los dos se habían equivocado en algo esa mañana.

–Efectivamente, tengo veinticinco.

–Bueno, eso es algo que hemos aclarado de entrada –comentó él inexpresivamente.

Ria se dio cuenta de que su atractivo rostro había reflejado cierta desilusión y se agarró a los brazos de la butaca para que las manos no le temblaran. Siempre había detestado las entrevistas. Alguien debería haberle avisado de cómo era él. Se había imaginado una persona amable, paternal, con gafas, pelo canoso y un cuerpo algo deteriorado.

–De modo que la señorita Davidson tiene veinticinco años –siguió él–. Según su currículo, que ayer me enviaron por correo electrónico, está licenciada en inglés, tiene tres años de experiencia docente, ha hecho algunas sustituciones y dado clases privadas.

–Efectivamente.

–¿Sabe que su puesto, si a los dos nos parece aceptable, durará solo hasta que termine el curso?

Él pensó que podría durar más tiempo si ella resultaba ser la persona idónea, pero su instinto le dijo que no debería tener en cuenta esa posibilidad. La señorita Davidson no sólo era joven, también era refinada. Llevaba un traje de lino color crema y el pelo color caoba recogido en lo alto de la cabeza con una pinza de carey. Además, tenía una piel muy blanca e inmaculada y unos ojos color avellana inmensos. Era justo el tipo de mujer que no quería tener en el colegio por muchos motivos. Maldijo para sus adentros a la agencia que se había equivocado con todos sus datos.

–Sí, lo sé –Ria contestó a su pregunta–. Además, es exactamente lo que se adapta a mis planes... si a los dos nos parece aceptable –añadió ella inmediatamente.

–¿Puedo preguntarle cuáles son sus planes? –le preguntó él con una ceja arqueada.

–No son especialmente originales –contestó ella encogiéndose de hombros–. Llevo metida en colegios desde que tenía cuatro años y, de repente, he sentido la necesidad de salir de esa vida. Por eso, en septiembre tengo pensado viajar a todos los sitios insólitos que pueda. He ahorrado lo suficiente como para poder defenderme durante un año y también estoy segura de que podré dar clases por el camino si tengo que hacerlo –Ria hizo una pausa–. No quiero posponerlo más o me entrará miedo.

–¿Irá sola? –le preguntó él mirándole fugazmente las piernas.

–Sí. Desdichadamente, ninguno de mis amigos puede tomarse tanto tiempo libre. En cualquier caso, supongo que me encontraré bastante gente como yo haciendo lo mismo.

Él pareció meditar durante varios minutos antes de volver a hablar.

–Tendrá que enseñar a los niños más pequeños y terminar el curso que ya está establecido. Naturalmente, Tim Robbinson, el director del departamento, la ayudará en todo.

Ria lo miró y tuvo la sensación de que el empleo estaba bien.

–Me imagino que si el sueldo no fuera aceptable, no habría venido –siguió él mientras movía algunos papeles en el escritorio.

Ria se fijó en sus manos, fuertes y con unos dedos largos y delicados.

–No, quiero decir, sí. Sus condiciones son... aceptables.

Se hizo otro silencio.

–Entonces, me alegro de poder ofrecerle el puesto, señorita Davidson –dijo él soltando el bolígrafo que tenía en la mano y dejándose caer contra el respaldo–. Si acepta, me imagino que querrá hacer alguna pregunta.

Ria sintió un arrebato de alegría. Lo había conseguido. Aunque sólo fuese un empleo muy provisional, había conseguido convencer al director de ese colegio que se merecía que le pagara. Por primera vez durante la reunión, pudo tranquilizarse y brindarle una de sus sonrisas deslumbrantes.

–Gracias y me complace aceptar –dijo ella con desenfado–. La agencia me dio uno de sus folletos y creo que no tengo ninguna pregunta, por el momento.

Una vez allí, le dedicaría más tiempo a estudiar todo lo relativo a ese centro tan bien asentado.

Él se levantó evidentemente aliviado por haber zanjado ese asunto.

–Entonces, le enseñaré sus aposentos. El ama de llaves se ha ocupado de que todo esté preparado.

Lo que más le había atraído a Ria de ese empleo era que incluía una habitación porque, en ese momento, no tenía un sitio propio donde vivir. El alquiler del piso que había compartido con su amiga Sara había vencido y, además, Sara estaba a punto de casarse. Por eso, sólo contaba con la casa de sus padres al norte de Londres y aunque había sitio para ella si lo necesitaba, nunca le había parecido un verdadero hogar. Algo normal porque había pasado muy poco tiempo allí. Además, en ese momento, con Diana, la segunda esposa de su padre, le parecía menos hogar que nunca.

El señor Trent abrió la puerta, dejó que ella saliera y recorrieron juntos el pasillo. La miró y se dio cuenta de que la luz del sol le daba unos reflejos dorados a su pelo.

–Naturalmente, todo está muy silencioso cuando no hay niños –comentó él intentando pasar por alto las sensaciones físicas que se despertaban en él por tenerla tan cerca–. Sin embargo, intente aprovecharlo al máximo porque me temo que el ruido va con el empleo. La semana que viene todo será muy distinto.

Doblaron una esquina al final del pasillo y empezaron a subir una amplia escalera de piedra.

–Creo que cualquiera que haya estado en la enseñanza, aunque haya sido durante cinco minutos, estará inmunizado al ruido y el alboroto –comentó ella antes de hacer una pausa–. Sin embargo, nunca he trabajado en un internado sólo de niños y es posible que tenga que pedir consejo de vez en cuando –lo miró y se lo encontró observándola fija y pensativamente. Ria se sonrojó–. Aunque estoy segura de que me adaptaré enseguida –añadió ella precipitadamente.

–Todo el mundo necesita algún consejo de vez en cuando –concedió él asintiendo con la cabeza.

No dijeron nada más y, al cabo de un momento, él sacó una llave y abrió una puerta que había al final de una hilera. Ria entró, miró alrededor y no pudo creerse la suerte que había tenido. No era una habitación sin más, era un piso pequeño y bien acondicionado. Siguió al señor Trent mientras le enseñaba la diminuta sala con dos butacas, una mesita redonda, un escritorio, una estantería, una televisión y, en un rincón, la cocina con un fregadero muy pequeño, una nevera del tamaño justo, un hervidor de agua, una tostadora y un microondas. Era perfecta para que una persona pudiera comer sin grandes pretensiones, se dijo ella con la sensación de que allí se sentiría como en su casa. El cuarto de baño que daba al dormitorio fue el toque final. ¡Iba a tener ese sitio para ella sola! ¿Qué más podía necesitar una persona? Lo miró con agradecimiento.

–Es precioso. Mucho más de lo que me esperaba –añadió ella con sinceridad.

–Es muy importante que el profesorado se sienta a gusto mientras trabaja aquí –replicó él–. Por cierto, como norma general, todos cenamos juntos en el comedor, pero es una decisión de cada uno. Es posible que alguna vez tenga que terminar un trabajo y prefiera cenar sola en su habitación. Por eso tiene lo esencial.

–¿Todo el personal vive aquí? –preguntó Ria mientras iba hacia la ventana para admirar la vista.

–No, sólo la mitad o así. Los demás viven cerca y pueden ir y venir fácilmente todos los días.

Volvieron al piso de abajo y el señor Trent la acompañó a la puerta principal justo cuando Helen salió de su despacho.

–Ah, Helen, la señorita Davidson ocupará el puesto la semana que viene –le comunicó él.

–Muy bien –replicó la mujer con una sonrisa bastante rara.

Ria no supo qué pensar de Helen Brown. ¿Era amiga

o enemiga? Era demasiado pronto para saberlo. –Resolveré todos los trámites con la agencia –siguió Helen con tono eficiente mientras volvía a su despacho.

Una vez en el exterior, hacía una temperatura muy agradable y los dos se dirigieron hacia el coche de Ria. Ella miró las pistas de tenis. Pensó que le encantaría jugar un partido y aclararse la cabeza, que había estado muy aturdida desde que se encontró con el señor Trent.

–¿Tiene que ir lejos? –le preguntó él mientras le sujetaba la puerta abierta del coche–. Creo que no me han dicho dónde vive...

–En realidad, en estos momentos soy una «sin techo» –contestó ella con desenfado–. Sin embargo, una amiga me ha acogido en su casa de Salisbury durante unos días. Creo que se alegrará de saber que tengo un sitio donde vivir un tiempo –añadió con una sonrisa.

Ella lo miró con incertidumbre. Parecía no tener prisa por irse. Tenía un brazo apoyado en la puerta del coche y la otra mano metida en el bolsillo.

–Entonces, ¿va a volver directamente a Salisbury? –No lo sé. No lo he decidido –contestó Ria, quien sólo había pensado en la entrevista. –Bueno, a lo mejor deberíamos comer algo –propuso

él–. Hay algunos sitios buenos por aquí y tendrá que empezar a conocer la zona.

¡Había sido la invitación más inesperada desde hacía mucho tiempo! Fue a rechazarla elegantemente porque era su jefe y no quería demasiada intimidad, pero algo hizo que cambiara de parecer.

–Bueno... gracias. Es muy amable. Gracias –repitió ella.

–Entonces, salga –él se apartó–. Iremos en mi coche.

Ria salió, cerró el coche y lo acompañó hacia el costado del edificio, donde, evidentemente, guardaba su coche.

–Por cierto, en el colegio siempre nos llamamos por el nombre de pila cuando no nos oyen los niños. Me llamo Jasper, como ya sabrá –le explicó él mirándola desde su altura.

–Como ya sabes, yo me llamo Ria –replicó ella con desparpajo.

Mientras siguieron en silencio, Jasper Trent suspiró para sus adentros. Esa mañana había esperado encontrarse con una mujer madura y cabal, no con ese ejemplar perfecto de feminidad deseable. Súbitamente, deseó con todas sus ganas marcharse de allí, devolverle la batuta a su hermano y retomar su profesión. Cuando Carl le pidió ese favor inesperado, él intentó alegar todo tipo de motivos para negarse y uno de ellos fue que nunca encajaría allí. Carl era un director tan bueno que él, Jasper, sólo sería una pálida imitación, aunque sólo fuese un acuerdo provisional. Sin embargo, su sentido de la justicia hizo que acabara aceptando. Carl había sido el hijo cumplidor y también se merecía disfrutar de algún tiempo para sí mismo. Aunque Jasper se había licenciado en ciencias en Cambridge y estaba perfectamente capacitado para enseñar y dirigir el colegio, él siempre expresó su intención de hacer otras cosas, ante la inmensa decepción de su padre, que había esperado que sus dos hijos siguieran la tradición. Sin embargo, como Jasper señaló más de una vez, todas las familias tenían una oveja negra y él estaba encantado de ocupar ese sitio vacío hasta entonces.

Helen Brown, que los observaba desde su ventana, arrugó pensativamente los labios y se encogió de hombros. Él sabría lo que hacía, se dijo a sí misma.

Capítulo 2

SENTADA con las manos en el regazo, Ria comparó ese coche, largo, aerodinámico y potente, con su dueño. Lo miró y se dio cuenta de que tenía una leve aunque visible marca que le bajaba desde el costado del ojo izquierdo hasta justo encima del labio. Había tenido algún accidente, pero la naturaleza lo había arreglado muy bien porque la cicatriz no menguaba lo más mínimo su increíble belleza. En realidad, parecía aumentar su atractivo duro, un atractivo que podría, incluso, acercarse a lo despiadado... aunque Ria desechó esa posibilidad al instante. Hasta el momento, no había nada en Jasper Trent que indicara aspereza o crueldad. En cualquier caso, pronto comprobaría cómo era de verdad, aunque no creía que sus caminos fuesen a encontrarse mucho durante la jornada laboral.

Al estar con otro hombre muy atractivo, Ria se acordó de Seth. ¿Alguna vez conseguiría borrarlo completamente de su cabeza? Sin embargo, ¿cómo iba a poder borrar aquella época cuando le arrancaron el corazón? No era un incidente sin importancia que podía olvidarse fácilmente. El hombre que estaba sentado a su lado sería como él. ¿También sería desmesuradamente seguro de sí mismo y se deleitaría con su poderosa virilidad? ¿Jasper Trent se limitaría a ver su propia vida, sus esperanzas y sus sueños sin importarle los de los demás?

Volvió a centrarse en lo que los rodeaba. Estaba segura de que Jasper Trent llevaba bastantes años dirigiendo ese colegio perfectamente y con una autoridad impecable. Sin embargo, ¿qué hacía durante su vida privada? No le parecía de los que estaban casados con un puñado de hijos en casa. Entonces, ¿cómo pasaba el tiempo y qué hacía para relajarse? Ria se regañó a sí misma. Lo que hiciera

o dejara de hacer no era de su incumbencia.

–Te habrás fijado en el aparcamiento donde estaba mi coche –le dijo él mirándola fugazmente–. A lo mejor tienes la suerte de ocupar uno de los garajes alguna vez.

–Mi coche no está acostumbrado a tener el honor de ocupar un garaje –replicó ella con una sonrisa–. En cualquier caso, lo venderé dentro de unos meses, cuando me vaya de viaje. Además, quién sabe, es posible que no vuelva. Es posible que descubra que todo es más favorable lejos de Inglaterra.

–Sólo hay una manera de saberlo –afirmó él sin apartar los ojos de la carretera.

–Me vendrá bien pisar terrenos desconocidos y comprobar si puedo sobrellevarlo sin desmoronarme.

No iba a reconocer que ya estaba bastante aterrada, que algunas veces deseaba no haberlo planeado en absoluto. Sin embargo, había hablado horas y horas con amigos que habían hecho cosas apasionantes en sitios excitantes y se había metido en un callejón sin salida. Además, todo el mundo estaba alentándola y cambiar de idea sería bochornoso.

The Lamb estaba a unos cinco minutos en coche del colegio, había bastante gente y su nuevo jefe y ella se sentaron junto a una ventana para disfrutar de la comida. Un poco más tarde, lo miró y dejó el cuchillo.

–El plato de queso ha sido perfecto –comentó ella–. Gracias.

–Sí, la comida suele ser bastante buena –reconoció él levantando la jarra de cerveza–. Además, el ambiente es tranquilo y agradable. Se ha convertido en el establecimiento del colegio a lo largo de los años. Algunos empleados vienen de vez en cuando a beber algo y nuestros alumnos mayores también han venido a pasar un rato después de los exámenes.

Observó a Ria mientras terminaba el agua con gas que había pedido, se fijó en sus dedos alrededor de la copa y admiró la elegancia de cada uno de sus movimientos. Entonces, ella levantó la mirada y lo vio observándola. Casi inmediatamente, sus mejillas se sonrojaron.

–Entonces, el trimestre empieza el miércoles que viene –dijo ella–. Dentro de una semana...

–Así es. Sin embargo, los niños volverán el lunes. Algunos, el martes –él hizo una pausa–. Supongo que tú harás lo mismo.

–El martes me vendría muy bien –contestó Ria.

–Helen estará en el colegio a partir del lunes. Te dará las llaves y te enseñará los entresijos. –¿Vive allí? –le preguntó Helen. –No, tiene una casa de campo, pero puede ir an

dando al colegio. Vive con su madre anciana –contestó él lacónicamente.

–Parece muy... competente.

–Lo es. Creo que todos le tenemos un poco de miedo. Ria sonrió, pero no dijo nada. No podía imaginarse a Jasper Trent con miedo de nadie ni de nada.

–¿Tú vives todo el tiempo allí? –le preguntó Ria con la esperanza de no parecer demasiado curiosa pero queriendo saberlo.

–Ocupo mi piso durante casi todo el curso –contestó él con naturalidad–, pero no es mi casa fija –hizo una pausa antes de seguir–. En cualquier caso, sólo soy el director en funciones.

Ria lo miró sin salir de su asombro.

–¿Qué...? –preguntó con curiosidad.