{Portada}

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Janice Davis Smith. Todos los derechos reservados.

PERSEGUIDOS POR EL PASADO, N.º 1901 - julio 2011

Título original: Always a Hero

Publicada originalmente por por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-643-6

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Promoción

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Portada Boda con el hombre perfecto

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Capítulo 1

TE odio! Odio este lugar. Me quiero ir a casa.

—Lo sé. Hazlo. Jordan Price arrojó el rastrillo, extendiendo de nuevo las hojas que acababa de recoger. Su padre prefirió no señalar que se acababa de garantizar pasarse más tiempo en la tarea que tanto odiaba.

—Yo nunca me voy a comportar como un idiota con mis hijos.

Wyatt Blake ahogó un suspiro, pero consiguió mantener un tono de voz razonable. Recordaba haber pensado cosas mucho peores de su padre, y mucho antes de los trece años que el niño tenía.

«¿Así es como quieres que sean las cosas entre Jordan y tú? ¿Como lo fueron entre tu padre y tú?».

—De todos modos, si no aprendes a terminar lo que empiezas, tus hijos no te escucharán. Es decir, eso si puedes encontrar una mujer que quisiera tenerlos con un hombre que ni siquiera es capaz de cumplir sus promesas.

«Sí, claro. Menudo experto eres tú en mantener las promesas».

—De todos modos, no sé por qué mamá se casó contigo.

—Es un misterio. Termina.

Las protestas continuaron, acompañadas de un par de palabras que el muchacho pronunció en voz baja y que Wyatt prefirió no escuchar. Ya tenía bastantes problemas tratando de evitar que el niño se metiera en líos como para además gastar energía en el lenguaje que empleaba. Si no se enmendaba pronto, unas cuantas obscenidades serían el menor de sus problemas.

Más tarde, cuando consiguió que Jordan se marchara a la cama después de otra batalla, comenzó su ritual de todas las noches. Se sentó frente al ordenador que tenía en un rincón de la salita, pero, desgraciadamente, algo rompió la rutina habitual. Una ventana con un mensaje de alerta saltó a la pantalla. Una ventana que hubiera esperado no haber visto nunca.

Se quedó inmóvil. Tal vez se trataba de un error informático. Durante un largo instante, no hizo nada, posponiendo lo inevitable. Finalmente, sabiendo que no tenía elección, comenzó el proceso que lo llevaría al programa que ocupaba un recóndito lugar en la estructura de archivos del ordenador. Para aquél, no había icono que facilitara el acceso. No existía en el menú. No se podía acceder a él con facilidad. Cuando llegaba por fin, el encriptado era tan complicado que hasta él mismo tardaba cinco minutos en pasar todos los niveles. Eso, asumiendo que pudiera recordar el maldito proceso y más aún recordar las múltiples contraseñas.

Seis minutos más tarde, se abrió la pantalla. El mensaje era breve.

Un viejo conocido ha preguntado por ti. Le di indicaciones equivocadas, pero tal vez te encuentre de todos modos. Se llevaba bien contigo cuando tenías relación con él, pero mantén los ojos bien abiertos.

Wyatt observó atentamente el mensaje, que iba sin firmar. No era necesario. Sólo había una persona que sabía cómo ponerse en contacto con él de aquella manera. En realidad, que sabía cómo ponerse en contacto con él. Cuando abandonó ese mundo, había cortado todos los vínculos. El hombre que le había enviado aquel correo se había pasado mucho tiempo convenciéndolo para que accediera a tener aquella clase de conexión.

El mensaje era aparentemente inocuo, pero Wyatt sabía que no era así. Era una advertencia.

Se había pasado la mayor parte de su vida sabiendo que, algún día, su pasado podría alcanzarlo.

Siempre lo había considerado como el coste que suponía hacer negocios. Al menos el suyo.

Sin embargo, en aquellos momentos estaba Jordan. Y eso lo cambiaba todo.

Sabiendo que no podía sacar nada de mirar aquel inesperado recordatorio del pasado, escribió rápidamente la palabra adecuada con la que agradecer el mensaje y la envió. Entonces, borró el mensaje, volvió a activar el encriptado y salió. El sofisticado programa borraría sus propias huellas antes de volver a ocultarse.

Tenía un poco de tiempo, gracias al hecho de que su amigo hubiera dado indicaciones poco exactas, pero tendría que redoblar su cautela. Entonces, volvió a la tarea que lo había sentado frente al ordenador.

Cuando cargó la página de la red social, sin remilgo alguno, metió la contraseña que Jordan desconocía que él supiera. A continuación, siguió el enlace.

Mi padre debe de ser el tipo más aburrido de este planeta.

El primer mensaje que había desde la última vez que miró lo contempló desde la pantalla. Wyatt ni siquiera parpadeó. De hecho, sintió una cierta satisfacción. Estaba seguro de que el aburrimiento, en ocasiones, no estaba lo suficientemente valorado.

Siguió leyendo, comprobando todos los mensajes desde donde lo había dejado la semana anterior. Por supuesto, Jordan no sabía que Wyatt conocía el hecho de que aquella página existía. El niño ni siquiera le había pedido permiso. Simplemente lo había creado él solo después de que se mudaran. Seguramente se habría imaginado que, si se lo preguntaba a Wyatt, la respuesta sería no.

Siguió leyendo. Vio los nuevos amigos que tenía y tomó nota de una reunión a la que Jordan había sido invitado el próximo sábado por la noche. No le gustaba aquello, por lo que se aseguraría que su hijo estuviera ocupado de otro modo.

Siguió leyendo. Llegó a la anotación final.

Le odio. Ojalá estuviera muerto y mi madre siguiera con vida.

La última anotación estaba allí, innegable. Wyatt parpadeó y cerró el ordenador. Se levantó y se dirigió a la escalera. Abrió la primera puerta a la derecha.

Jordan estaba acurrucado de costado, tal y como su madre decía que él solía dormir cuando era mucho más pequeño. La habitación era una verdadera leonera. Había ropa y cosas tiradas por todas partes. Sin embargo, él estaba allí y, por el momento, completamente seguro. Wyatt se dirigió hacia su propio dormitorio.

Mecánicamente, realizó el ritual habitual para meterse en la cama como si esto le ayudara a conciliar el sueño o a descansar adecuadamente. Sabía lo que iba a ocurrir. Se tumbaría y entonces, comenzaría el desfile nocturno de imágenes y recuerdos. Parecía que toda la gente del mundo que lo había maldecido en algún momento de su vida se saldría con la suya.

Apagó la luz de la mesilla de noche. Apoyó la cabeza contra la almohada y cerró los ojos, preguntándose si aquélla sería una de las noches en las que lamentaría haberse quedado dormido. En el silencio de la casa, pensaría en todas las cosas que había hecho, en todos los lugares en los que había estado, en las situaciones a las que se habría enfrentado y en todas las ocasiones en las que le habían considerado muerto o desaparecido.

Había sobrevivido a todas ellas. Sin embargo, no estaba del todo seguro de poder sobrevivir a un niño de trece años.

Le odio. Ojalá estuviera muerto y mi madre siguiera con vida.

—Yo también —susurró en la oscuridad.

Kai Reynolds oyó el sonido de guitarra que provenía de la puerta principal de Play On mientras llegaba a la última línea del formulario de ventas. Había programado el sistema para que, cada día, sonaran diferentes melodías diariamente. Aquella semana tocaban los clásicos.

Tardó tres segundos en terminar de comprobar el pedido contra el inventario de cuerdas de guitarra que tenía. Entonces, levantó la cabeza. Vio rápidamente quien había entrado, el chico que no tenía que preguntar de qué canción o grupo se trataba para saber quién tocaba a pesar de que la melodía que anunciaba la llegada de un nuevo cliente tan sólo sonaba un máximo de cinco segundos. A pesar de la edad que tenía, Jordan Price era un chaval con un gran oído.

—Hola, Kai —dijo Jordan. El rostro se le había iluminado al verla detrás del mostrador.

—Jordy —respondió ella con una sonrisa. El muchacho le había dicho hacía algún tiempo, bastante tímidamente, que no permitía que nadie más utilizara ese diminutivo. Kai sabía que el chaval estaba algo colgado por ella, por lo que le había dicho muy cariñosamente que seguramente algún día conocería a otra chica a la que le permitiera decirlo. Entonces, él sabría que esa chica sería la elegida para él.

—¿The Edge, no? ¿Una Stratocaster?

—Bien a la primera —dijo ella, con una amplia sonrisa.

—Deberías ponerte a ti.

Kai sonrió de nuevo al escuchar las palabras que él decía al menos dos o tres días a la semana, cuando se pasaba por la tienda después de clase.

—No. Yo no estoy a su nivel.

—Pero el solo que hiciste en Crash fue una pasada.

—Se lo copié a Knopfler.

—Pero el tuyo sonaba completamente diferente.

—Eso fue la Gibson, no yo —repuso Kai como si no hubieran tenido antes aquella conversación—. ¿Qué has estado haciendo todo el día? ¿Corriendo?

El muchacho iba caminando desde el colegio, que estaba a más de un kilómetro de distancia. Entonces, cuando terminaba, regresaba al colegio corriendo antes de que su padre llegara para recogerlo. A ella le parecía algo raro, dado que su tienda estaba más cerca de donde vivía el muchacho que el colegio, pero Jordy decía que su padre insistía porque no confiaba en él.

—¿Y debería hacerlo? —le había preguntado en alguna ocasión.

—Claro —había respondido Jordy con expresión sombría—. ¿Adónde voy a ir en esta ciudad?

Siempre había un desdén en su voz, que Kai dejaba pasar.

—No, es que simplemente hoy hace mucho calor —añadió, respondiendo a la anterior pregunta de Kai.

—Pues disfruta. El otoño está a la vuelta de la esquina. Tal vez este invierno nieve.

—Eso sería fantástico —dijo. La expresión de él cambió ligeramente. Parecía intrigado, tal y como debía de estarlo un chico que había crecido en el sur de California.

—Bueno, ¿cómo te va la vida hoy?

—Una mierda —respondió Jordy. La sonrisa se le había borrado de los labios.

—¿Sigues sin llevarte bien con tu padre?

—Es un gili...

—Me alegro de que no hayas terminado la frase — dijo Kai—. Seguramente a tu madre no le habría gustado que utilizaras esa clase de palabras.

—Ella es la única razón por la que me detuve — musitó Jordy. Apartó la mirada. Kai se imaginó que se había emocionado y que no quería que ella lo viera.

—Si no podemos llorar por los que hemos amado y hemos perdido, ¿qué clase de personas somos? —le susurró ella suavemente.

Entonces, el muchacho la miró. Efectivamente, Kai vio que él tenía los ojos llenos de lágrimas. Aquellos ojos verdes no tardarían mucho en robarle a alguna chica el corazón.

—Tú lo comprendes porque también has perdido a alguien. El muchacho no sólo tenía buen oído. También era muy perspicaz.

—Sí.

—Kit.

Ella no hablaba nunca de él, pero Jordy estaba sufriendo mucho aquel día y Kai presintió que él necesitaba saber que no estaba solo. Sospechaba además que él ya sabía cómo había muerto Christopher Hudson. La información estaba por todas partes y en la red resultaba muy fácil de encontrar.

—Sí, y lo quería mucho —afirmó ella por fin—, pero no fue como tu madre. Ella no se quería marchar de tu lado. Christopher se lo hizo a sí mismo.

Jordy abrió los ojos como platos.

—¿Quieres decir que se mató?

—Lentamente. Años de drogas.

—Oh... ¿Cuánto tiempo hace de eso?

—Hace mucho tiempo —respondió Kai. Efectivamente, seis años era casi la mitad de la vida de Jordy, por lo que se imaginaba que la respuesta era muy exacta—, pero es como si hubiera sido ayer.

—¿Significa eso que no te has olvidado de él?

—Sí. Jamás podré olvidarlo. Ni tú tampoco olvidarás a tu madre, Jordy. Te lo prometo.

—Pero... a veces no me acuerdo de cómo sonaba su voz.

—¿Te acuerdas de cómo te sentías cuando ella te hablaba y te decía lo mucho que te quería?

El muchacho se sonrojó ligeramente y asintió.

—En ese caso, te acuerdas de lo más importante. Y eso lo recordarás siempre.

Pasaron unos minutos antes de que el muchacho le preguntara si podía utilizar el estudio y la Strat que Kai dejaba allí para que sus clientes utilizaran.

Kai asintió y lo acompañó al pequeño estudio que había creado en una habitación que tenía en el almacén. La había dotado de un pequeño equipo de grabación con una acertada visión comercial. No había muchos aspirantes a músico que pudieran resistirse a la tentación de comprar el instrumento que les gustaba tras escuchar el sonido que podían sacar de él.

Una vez dentro, Kai se dirigió al lugar donde había dejado la Gibson SG después de terminar de tocarla la noche anterior. Había estado tocando canción tras canción hasta que los dedos le dolieron.

Tomó la reluciente guitarra azul y se la entregó al muchacho.

—Prueba ésta.

El muchacho abrió los ojos de par en par. Entonces, exclamó con voz contenida:

—¿BeeGee?

Kai sonrió al escuchar cómo Jordy pronunciaba el viejo apodo que ella le había puesto a la guitarra. B por el color blue y G por Gibson. Más tarde, alguien le había dicho que el nombre coincidía con el del grupo favorito de su madre. Kai había tardado un tiempo en superar aquella humillación, pero el nombre se había perpetuado.

Aquel gesto tuvo el resultado que ella había esperado. El muchacho se olvidó por completo del dolor que había experimentado hasta aquel momento. Al menos durante un rato, se encontraría bien.

Kai cerró la puerta pensando que sería mejor si no escuchaba los sonidos que los inexpertos dedos del muchacho sacaban de su guitarra favorita. Cuando regresó a la tienda, se encontró con la señora Ogilvie esperando. Tenía un libro de piano entre las manos, dado que estaba desesperada por conseguir que su hija menor se interesara por el tema. Sin embargo, Jessica no tenía interés alguno. A sus dieciséis años, su vida estaba repleta de otras cosas. No obstante, su madre seguía intentándolo. Kai se preguntó si, a pesar del dinero que la persistencia de la señora Ogilvie le dejaba en la tienda, no debería explicarle que algunas personas no tenían ni interés ni amor por la música.

—He visto que entraba el chico de Wyatt —dijo Marilyn mientras Kai le cobraba la venta.

—Viene casi todos los días —respondió Kai—. Está en el estudio, practicando.

—Al menos él sí que practica —comentó Marilyn algo disgustada—. ¿Está dando clases?

—Le gustaría, pero su padre no le deja. Creo que es bastante estricto.

—Eso sí que me resulta difícil de creer —repuso Marilyn con una carcajada.

Kai se dio cuenta de que seguramente Marilyn conocía bien al padre de Jordan. Llevaba viviendo allí toda la vida, al contrario que Kai, que sólo llevaba allí cuatro años.

El muchacho le había dicho en una ocasión que lo único que hacía su padre era trabajar y meterse con él.

—¿Te acuerdas de él? De antes, quiero decir — quiso saber Kai.

—¿De Wyatt Blake? Todos los que han vivido toda la vida en Deer Creek se acuerdan de Wyatt Blake. Inteligente, inquieto y arriesgado. Cuando se marchó de la localidad a la edad de diecisiete años nadie se sorprendió, pero todos nos sentimos muy mal por Tim y Claire. Tim era muy estricto, pero eso era precisamente lo que Wyatt necesitaba. Eran muy buenos con ese niño. Trabajaban muy duro para darle una buena vida, pero, a pesar de todo, él se moría de ganas por salir de aquí. Casi nunca tuvieron noticias de él. Entonces, cuando ya casi era demasiado tarde para ellos, Wyatt se presentó aquí de nuevo. Un viudo con un hijo pequeño, aunque no quiere hablar del tema. Yo traté de decirle que lo sentía, pero él ni siquiera me hizo caso.

—Tal vez no quería ni pena ni compasión.

—Pero se mostró muy grosero al respecto. Claire nunca lo comprendió.

—No obstante, parece que aprendió algo de ellos —dijo Kai—. Jordy dice que trabaja mucho.

—Eso es cierto.

—Y regresó a su casa.

—Sí, también es cierto. Sin embargo, jamás ha dicho dónde estuvo ni lo que hizo durante casi veinte años. Sí, regresó a casa. Se mudó con su hijo a la que había sido su antigua casa.

Mientras la mujer hablaba, Kai volvió a preguntarse por qué la gente tenía hijos. A ella le parecía algo así como estar pidiendo problemas y sufrimientos a gritos.

«Debería llamar a mi madre», pensó. «Para dejar que me vuelva a decir que todo mereció la pena».

Sin embargo, todo eso se vería acompañado por el inevitable sermón, algo agotador considerando lo ajetreada que estaba con Play On, tanto que casi no tenía tiempo de respirar y mucho menos de salir con hombres. Su madre no hacía más que recordarle que ya iba siendo hora de que encontrara un buen hombre para sentar la cabeza y crear una familia. Sólo pensarlo le hacía echarse a temblar. Le gustaban los niños, pero los bebés la ponían muy nerviosa. Algún día, tal vez, aunque para eso faltaba mucho tiempo.

La melodía de la puerta volvió a sonar. La puerta se abrió y entró un hombre, un desconocido para ella. Estuvo a punto de sonreír ante la yuxtaposición de aquella repentina aparición y sus propios pensamientos. No sabía si sería un buen hombre, pero su aspecto era más que bueno. Era alto y llevaba el cabello algo corto para su gusto, pero le gustaba el color rubio oscuro que tenía. Además, tenía el aspecto físico que más le atraía, con un cuerpo esbelto y fibroso.

El hombre miró a su alrededor de un modo muy penetrante y una intensidad que resultaba casi desconcertante. A Kai le daba la sensación de que, si le hacía cerrar los ojos y hacer que se lo describiera todo, lo haría hasta el más mínimo detalle.

«Y se mueve como un gran felino. Elegancia y poder controlado», pensó. Deer Creek era una localidad lo suficientemente pequeña como para haber visto a casi todos los hombres que vivían en ella, pero ninguno le había provocado un interés tan repentino.

Se detuvo durante un instante para contemplar el único objeto personal que Kai se permitía allí, una fotografía sobre el escenario de ella cuando Relative Fusion estaba en lo más alto de su breve pero prometedora carrera. Estaban tocando en su primer concierto a gran escala. Para Kai, había sido como alcanzar la cima, una altura en la que jamás había vuelto a estar. Poco después de aquella noche, Kit había comenzado su caída en picado y la vida maravillosa que había conocido hasta entonces había terminado en aquel momento.

Ella se levantó del taburete en el que estaba sentada y se dirigió hacia el hombre. Esbozó la mejor de sus sonrisas y le dijo:

—¿Le ayudo a encontrar algo?

—A alguien —respondió él sin dejar de mirar la fotografía

«¡Qué voz!», pensó Kai. Tenía debilidad por los timbres de voz duros y graves. El hombre la miró y volvió a mirar la fotografía.

—Usted es Kai Reynolds —dijo, a pesar de que ella no se parecía en nada a la fotografía.

Kai comprendió inmediatamente tres cosas. El desconocido la estaba evaluando y analizando, lo mismo que había hecho con la tienda al entrar. Además, conocía aquellos ojos. Eran los ojos de Jordy. El mismo tono de verde, aunque algo más apagado. Más cansado. Por fin, comprendió la verdad. Resultaba imposible, pero aquél era el aburrido y distante Wyatt Blake. Y la estaba mirando como si Kai acabara de salir de debajo de la piedra más cercana.

Capítulo 2

ERA mucho peor de lo que se había temido. Wyatt miró a la joven. Al ver la pequeña pero bien organizada tienda, había deseado haberse equivocado cuando pensó que iba a tener un problema allí. Cuando él vivía allí de niño, Play On no existía. Había oído que la dueña había sido la componente de una banda de rock de cierto éxito, algo que era una rareza en una localidad tan pequeña como Deer Creek. Sin embargo, la señora Ogilvie, que ya era el centro de información local cuando Wyatt era un adolescente, le había dicho que Jordan iba allí después del colegio casi todos los días. Este hecho lo empujó a conocer la tienda, en especial porque Jordan le había dicho que se quedaba a estudiar en el colegio. No le gustaba que le mintieran, y mucho menos su propio hijo. Si aquello iba a funcionar, algo sobre lo que tenía serias dudas, tendría que haber sinceridad entre ambos.

La hipocresía de aquel pensamiento, dada la cantidad de secretos que él tenía, le llevó a hacer una mueca de arrepentimiento.

—Usted es la dueña —dijo.

Lo dijo más como una acusación que como una pregunta. Wyatt no había tenido intención alguna de sonar tan duro, pero sus pensamientos habían puesto una tensión en su voz. Aquél no era el modo en el que quería abordar la situación, pero aquella mujer parecía la personificación de su peor pesadilla en lo que se refería a Jordan. La historia del rock and roll ya era suficiente en sí misma, pero el cabello rojizo ligeramente de punta, que conseguía darle a su rostro un aspecto sexy y pícaro a la vez, y la pulsera que llevaba tatuada alrededor de la muñeca izquierda terminaba de rematarlo. Ella supondría algo imposible de resistir para un muchacho tan impresionable como Jordan.

—¿Y bien? —insistió, con voz aún más brusca.

—¿Acaso había una pregunta? —replicó ella, con la voz tan fría como la firme mirada de sus ojos grisáceos. No parecía que resultara fácil intimidarla.

—¿Dónde está toda la parafernalia? ¿En la trastienda? Ella parpadeó. Parecía verdaderamente sorprendida.

—¿Cómo dice?

—Los papeles de cigarrillos, las pipas de cristal...

Ella se puso completamente inmóvil. Entonces, entornó los ojos grisáceos y lo miró.

—Esto es una tienda de música. No se venden drogas.

—Ya claro. Como si no lo hubiera tocado nunca cuando era una estrella del rock.

Ella lo miró fijamente. Era alta. Llevaba unos vaqueros negros y una camiseta de color gris que no hubiera llamado en modo alguno la atención si no se le hubiera ceñido de aquel modo tan sugerente a las curvas de su cuerpo.

—De hecho —repuso ella fríamente—, no las toqué nunca. Y, también de hecho, jamás fui una estrella del rock. Tocaba en un grupo.

—De mucho éxito.

—Durante un tiempo.

—Y se sirve de eso.

—Marketing —afirmó Kai—. Sería una estúpida si no lo hiciera. Hay que hacer todo lo posible por permanecer en el negocio en un mundo muy duro. ¿Acaso le supone esto un problema?

—No. Sólo cuando lo utiliza para atraer a los críos.

—¿Cómo dice?

—Rockera sexy. Para un adolescente, no hay atracción mayor.

Durante un instante, ella pareció sorprendida. Cuando tomó la palabra, su voz había adquirido un tono acerado.

—Ese sueño murió gracias a lo que usted me acusa de vender. Igual que no preparo metanfetamina en mi cocina, tampoco tengo nada relacionado con las drogas en mi tienda. ¿Sabe una cosa? Cuando Jordy me contó que su padre no hace más que trabajar y meterse con él, pensé que simplemente se comportaba como un típico adolescente. Parece que me he equivocado. Verdaderamente es usted un... capullo.

Wyatt tuvo la sensación de que aquélla no era la palabra que había utilizado su hijo, pero le molestó más el hecho de que ella no la repitiera. Le habría parecido que una mujer que se movía en el mundo de la música utilizaría un vocabulario mucho peor que ése. Por lo tanto, o se había censurado porque no utilizaba esa clase de lenguaje con un posible cliente o porque estaba protegiendo a Jordan.

Terminó por darse cuenta de que ella sabía que él no era un posible cliente. Y que conocía quién era él.

—¿Cómo lo ha sabido?

—Por favor... Como si hubiera más de dos pares de ojos como ésos en Deer Creek.

Wyatt parpadeó. Por supuesto, sabía que Jordan tenía sus ojos. Junto con las fotos de la infancia de ambos, había sido una de las razones por las que jamás había dudado que el muchacho fuera su hijo. No obstante, no había esperado que una completa desconocida se percatara en cinco minutos.

—Entonces, ¿está mi hijo aquí? —preguntó, sin comentar nada sobre el hecho de que ella lo hubiera reconocido.

—Está en la trastienda.

—¿Haciendo qué? —quiso saber mirando hacia la puerta de acceso.

—Fumando maría —replicó ella. Wyatt la miró alarmado—. ¿Acaso no es eso lo que esperaba?