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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Nina Harrington. Todos los derechos reservados.

LA MUJER QUE QUIERO, N.º 2410 - julio 2011

Título original: The Last Summer of Being Single

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-649-8

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

Promoción

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La amante del conde francés/Una herencia envenenada

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CAPÍTULO 1

–VAMOS, cásate conmigo. Sabes que te interesa.

Ella Jayne Bailey Martínez tamborileó los dedos en su labio inferior y movió la cabeza, como si estuviera pensando la propuesta.

Henri se animó.

–Tengo medio de transporte propio. Podrás ir donde quieras. Vamos, ¿qué me dices, encanto? ¡Podríamos pasarlo muy bien!

–Desde luego, la oferta es tentadora. Pero… el señor Dubois ha prometido que me va a dejar su tarjeta de transporte, y es muy difícil rechazar ese tipo de ofertas.

–¿Dubois? Promesas, promesas, promesas. Lo mío son los hechos, cielo –respondió Henri guiñándole un ojo.

–Sí, eso me temía. Yo soy monógama, y anoche te vi coqueteando con la recepcionista del hotel. ¡Guapo, pero mujeriego! En fin, te veré más tarde.

Henri dejó caer la mano en el brazo de su silla de ruedas y murmuró una maldición en francés antes de encoger los hombros y responder a Ella en inglés:

–¡Maldita sea, me has pillado!

Ella sonrió y le revolvió cariñosamente el poco cabello que le quedaba en la cabeza antes de marcharse por el pasillo en dirección a la cocina, dejando atrás al canoso Romeo.

Con una sonrisa, Henri hizo girar su silla de ruedas y, con sorprendente velocidad, fue al comedor mirador. Allí, le recibió un estallido de carcajadas.

–Espero que mis huéspedes no te estén dejando agotada.

Ella sonrió a su amiga Sandrine, la mánager del hotel en el que ella trabajaba de pianista siempre que podía; también, de vez en cuando, echaba una mano con los almuerzos.

–Son estupendos. Podría pasarme el día hablando con ellos del jazz clásico. Crecí oyendo esa música. ¿Sabías que Henri pasó tres años en Nueva Orleans? ¡Y sus amigos se acaban de comer tres de mis tartas! Los músicos son todos iguales, sean de donde sean. Después de la música, es la comida. También en Francia es así.

Sandrine le puso un brazo sobre el hombro y sonrió.

–Gracias por venir otra vez a ayudarme. No sé qué habría hecho sin ti.

–No ha sido problema para mí. Encantada de poder ayudar. ¿Tienes el hotel lleno también el fin de semana que viene?

–¡Todas las habitaciones ocupadas! Es la primera vez que tengo cuarenta huéspedes un fin de semana.

Sandrine dio a su amiga un abrazo y, al soltarla, le sonrió y añadió:

–Y sé que es gracias a ti. Me he enterado de que fuiste tú quien recomendó este hotel a Nicole, después de que decidiera celebrar su cumpleaños aquí el próximo fin de semana. Va a venir gente de todas partes del mundo. En fin, muchas gracias.

–Me preguntó cuál era el mejor hotel de la ciudad y, naturalmente, le dije la verdad: éste. No sabes cuánto me alegro de que Nicole haya decidido celebrar su cumpleaños en su casa de campo en vez de quedarse en París. Últimamente, no viene casi nunca.

–Ésa es una de las ventajas de cuidarle la casa de campo, ¿no? Vives en la casa tú sola la mayor parte del año; entretanto, Nicole está en París o viajando.

Ella cerró los ojos y sonrió.

–Sí, tienes razón. Me encanta esa casa. No me imagino viviendo en otra parte, a excepción de Mas Tournesol. Tenemos mucha suerte –entonces, abrió los ojos–. Nicole se merece una fiesta de cumpleaños maravillosa y voy a hacer todo lo que esté en mis manos para que así sea. Al fin y al cabo, sólo se es una joven de sesenta años una vez en la vida.

–¡Desde luego! Y no lo olvides, cuenta conmigo para lo que sea.

Ella dio un beso a su amiga y le sonrió.

–Eres un cielo. En fin, me voy porque quiero estar en casa para cuando Dan llegue del colegio. Hasta mañana.

–PSN Media ha presentado una oferta mejor, pero siguen queriendo reducir plantilla. No sé hasta qué punto vamos a poder seguir presionándoles al respecto –explicó Matt, exasperado, por el teléfono móvil.

Sebastien Castellano tamborileó los dedos de ambas manos en el asiento de cuero del coche deportivo italiano mientras trataba de mantener la calma. Tenía los ojos fijos en las hileras de parras que se extendían desde el lugar de la carretera donde había parado el coche hasta perderse en unas verdes colinas en medio del Languedoc.

Había pasado la noche entera y parte del jueves trabajando con Matt y un equipo de negociadores de PSN Media en una sala de conferencias en Montpellier con el fin de salvar los cientos de puestos de trabajo que constituían Castellano Tech en Australia.

Y PSN Media seguía negándose a tomarle en serio.

Cierto que era la empresa de comunicaciones más importante del mundo en su campo, pero Castellano Tech era su empresa, una empresa que había creado de la nada.

Conocía a sus empleados personalmente y muchos llevaban en la empresa desde sus comienzos. Su equipo había convertido Castellano Tech en una de las empresas de sistemas de comunicación más importantes de Australia, y no iba a dejarlos en la estacada por un puñado de dólares. Sus empleados le habían sido fieles y él les debía esa misma fidelidad.

Era una pena que PSN Media no lo viera así. Y a menos que cambiaran de actitud, él no firmaría el trato el lunes. El director ejecutivo de PSN tendría que marcharse de Montpellier en su yate con las manos vacías.

–Matt, sé que has trabajado mucho en esto, pero hemos dejado nuestra posición muy clara: o PSN Media garantiza no reducir plantilla y mantener los contratos de trabajo tal y como están, o yo abandono. Punto.

El director financiero de la empresa suspiró.

–Podría costarte mucho dinero, amigo mío.

Seb también lanzó un suspiro. En PSN Media pensaban que todo individuo tenía un precio y que podían pagarlo. Pero se equivocaban, Sebastien Castellano no iba a dejarse comprar y se lo iba a demostrar.

Seb sabía que Matt sólo estaba cumpliendo con su trabajo, como segundo de abordo. Había trabajado las mismas horas que él durante las dos últimas semanas. Los dos necesitaban un descanso.

–Hace unas horas les dijimos a los de PSN Media que tenían el fin de semana para preparar la propuesta final. Lo siento, Matt, pero no ha cambiado nada desde que salí de viaje a Languedoc. Es así de sencillo.

–Tan cabezota como siempre –respondió Matt con un bufido–. Deja que les llame. Después, creo que los dos nos merecemos descansar.

–La mejor idea que he oído en todo el día –declaró Seb en tono ligero–. Tómate el resto del día libre y ya hablaremos mañana.

–De acuerdo, no se hable más. Quizá vaya a ver a esos flamencos silvestres de los que me hablaste. Ah, y saluda a Nicole de mi parte. Ha debido de alegrarse mucho de que estuvieras en Francia y que pudieras ir a su cumpleaños. Bueno, hasta mañana.

Finalizada la llamada, Sebastien guardó el teléfono sintiéndose excitado y frustrado al mismo tiempo. En cuestión de seis meses, el sistema de comunicaciones diseñado por su equipo y él en un garaje de Sydney podría llegar a ser utilizado en todo el mundo.

Estaba muy cerca de alcanzar su sueño.

Y podría conseguirlo solo. Sin embargo, unirse a PSN Media era la forma mejor y más rápida de vender su tecnología.

Después de diez años de duro trabajo, estaba a un paso de lograr el éxito.

Por supuesto, había pagado un alto precio por su dedicación al trabajo: relaciones sentimentales fallidas y falta de atención con su familia, en Sydney.

Pero había valido la pena.

En cuestión de días, Castellano Tech podría formar parte de una multinacional y ocupar un asiento en la junta directiva, con nuevas responsabilidades y un futuro brillante en la esfera laboral. Trabajaría en Sydney, en las oficinas de su empresa. Y dispondría del tiempo y el dinero necesarios para trabajar en proyectos especiales.

El dinero de la venta de Castellano Tech le proporcionaría los medios técnicos y financieros para financiar Helene Castellano Foundation. Los esquemas piloto por toda Oceanía ya habían demostrado que el acceso a la tecnología moderna y a los sistemas de comunicación contribuía a una mejora en la calidad de vida de las gentes en las zonas más remotas del planeta.

A su madre, Helene, le habría encantado la idea.

Estaba deseando volver a Sydney para ponerse a trabajar. Ya tenía un equipo y había hecho planes, sólo le faltaba luz verde y una buena parte de la cifra de nueve dígitos que PSN Media iba a pagar por su empresa.

Pero eso sería la semana siguiente.

Ese día tenía algo más agradable que hacer.

Ese día iba a reunirse con Nicole Lambert, la encantadora mujer que había sido su madrastra durante doce turbulentos años antes de divorciarse de su padre, marcharse de Sydney y volver a París. En la adolescencia, él le había causado muchos quebraderos de cabeza, pero Nicole siempre le había apoyado y en todo, a pesar de que él, por aquel entonces, jamás se lo había agradecido. Su relación había mejorado durante los últimos años que pasaron juntos en Sydney, pero aún estaba en deuda con Nicole.

Daba la casualidad que las oficinas centrales de PSN Media en Europa estaban en Montpellier, no excesivamente lejos de la vieja casa de campo de la familia Castellano en el Languedoc, donde Nicole iba a celebrar su cumpleaños.

Por primera vez en algunos años, estaban en el mismo país y relativamente cerca el uno del otro.

Nicole se había alegrado mucho de que pudiera asistir a la fiesta de cumpleaños y había insistido en que se hospedara en la casa, no en un hotel.

Por supuesto, Nicole sospechaba que no era el cumpleaños el único motivo que le había llevado allí, y él sentía no poder decirle nada sobre las secretas negociaciones con PSN Media; sobre todo, ahora que se había adelantado una semana la reunión decisiva debido a la llegada del presidente de la compañía.

Lo que significaba que, si llegaban a un acuerdo y firmaba, tal y como él esperaba, en una semana estaría de vuelta en Sydney, ocupando su nuevo puesto de trabajo, y no en Languedoc ayudando a Nicole a preparar su fiesta de cumpleaños. Pero, al menos, iba a pasar un fin de semana con ella. Y eso era lo importante.

Había llegado el momento de darle a Nicole la mala noticia y pedirle disculpas por no serle posible asistir a su fiesta de cumpleaños. Con un poco de suerte, Nicole le perdonaría. Una vez más.

¡Por fin, libre!

Sentada en la bicicleta, pedaleando, Ella casi pudo saborear la sal del Mediterráneo, a sólo unos kilómetros al sur de donde se encontraba, en aquella carretera secundaria. La mezcla de sol y brisa se le antojó paradisíaca.

La paz y la tranquilidad del lugar la hicieron relajarse. Sandrine le había llamado aquella mañana para preguntarle si podía ir al hotel a ayudarla a servir la comida a un grupo de americanos aficionados al jazz que habían ido a un festival de jazz que tenía lugar durante el fin de semana en un pueblo vecino.

Le habría encantado poder ir al festival a oír la música que más le gustaba, la música que cantaba y tocaba a nivel profesional desde que tenía dieciséis años. La música con la que sus padres aún se ganaban la vida. A veces, echaba tanto de menos su lugar de nacimiento que casi le dolía físicamente. Lo mejor era olvidarse de ello y disfrutar la vida en aquel maravilloso lugar. Dan era lo principal, lo único que realmente importaba.

El lado malo de ser ama de llaves era que, de vez en cuando, la dueña de la casa regresaba. Nicole era encantadora, buena y generosa, y le había dado un hogar y un trabajo cuando más lo había necesitado. Por eso, estaba dispuesta a hacer todo lo que estuviera en sus manos con el fin de asegurarse de que disfrutase de una extraordinaria fiesta de cumpleaños. Por primera vez desde que había ido a vivir ahí, la casa iba a estar concurrida, llena de vida y humor. Maravilloso.

Después de la fiesta, Nicole se iba a ausentar una o dos semanas y luego volvería a pasar allí el mes de agosto, como solía hacer. Y ella se vería libre para hacer algo con Dan durante sus vacaciones de verano.

Sonrió mientras contemplaba los viñedos que se extendían hasta los pinares de las colinas por un lado y hasta el mar por el otro, y oyó el revoloteo de la pequeña bandera que Dan había sujetado a su asiento en la bicicleta.

Los sencillos placeres de un niño de seis años. La bandera le hacía tan feliz que habría sido una tontería decirle que se trataba de la bandera española, la de sus abuelos, y que quizá debiera cambiarla por la del sur de Francia, para ser políticamente correctos. Pero daba igual.

Esa zona del Languedoc no era como Niza o Marsella, no había luces de ciudad ni concurridas calles ni bares de moda. Era una zona rural, con pequeños hoteles como el de Sandrine y pequeños pueblos en Carmargue o al este de Provenza.

Necesitaba pasar más tiempo con Dan, el niño estaba creciendo demasiado deprisa. Además, ahora sólo la tenía a ella. Se le partía el corazón cuando iba por las tardes al hotel de Sandrine a tocar el piano, pero necesitaba el dinero extra.

¡Y sólo faltaba un día para las vacaciones de verano! ¡Fantástico!

Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Las vacaciones de verano significaban algo más, algo en lo que no quería pensar. Dan iba a pasar dos semanas con sus abuelos en Barcelona, los mismos abuelos que habían hecho todo lo posible por quedarse con Dan tras la muerte del padre del niño… y casi lo habían conseguido.

«¡Dios mío, Christobal, te habría encantado ver lo maravilloso que es tu hijo!».

Sólo tenía que mirar a Dan a los ojos para ver al hombre que había amado y con el que se había casado. Y nadie iba a quitarle a Dan. Por nada del mundo.

Aunque eso significara decir adiós a su carrera musical.

Seb salió del fresco interior de su coche para estirar las piernas en la verde cuneta de la carretera.

Enfrente, al otro lado de la carretera, las puertas de la verja de Mas Tournesol, la casa de campo en la que había nacido y había pasado los doce primeros años de su vida.

Tenía la impresión de que había pasado mucho tiempo.

Lo que quizá explicara por qué ahora le parecía más estrecha y con más maleza: la perspectiva de un niño de doce años era muy diferente a la de un hombre de treinta.

Por aquel entonces, las puertas de la verja eran dos hojas de hierro forjado con el nombre esculpido en metal: Mas Tournesol. La casa de los girasoles.

Ahora, una de las puertas de la verja se había salido de las bisagras, estaba caída en el suelo y la hierba había crecido entre el metal. Debía de llevar ahí meses. La otra hoja de la puerta no estaba.

Pensó en el río que corría al otro lado de la hilera de árboles a la izquierda de donde se encontraba y recordó lo bien que lo había pasado allí pescando con su padre. A la derecha, los setos separaban la propiedad de los viñedos y campos de girasol que su padre le había vendido al vecino unos días antes de emigrar; pero ahora, el seto era más alto y pegados al seto había otros arbustos en flor.

Una súbita tristeza le invadió al recordar la última vez que había recorrido aquel sendero, camino de su nueva vida en un país lejano.

Cerró los ojos durante un segundo y, mentalmente, conjuró la imagen del jardín de su madre, lleno de flores y abejas recogiendo polen. Y durante un momento, regresó al pasado, al lugar en la tierra que llevaba dentro, a los tiempos más felices de su vida.

Antes de que su madre muriera.

Seb abrió los ojos despacio y se ajustó las gafas de sol. Había evitado ir a aquella casa por muchas razones. Llevaba en Sydney desde los doce años y le gustaba mucho su vida allí, pero seguía sintiéndose francés, llevaba muy dentro su tierra y su cultura. Eso no podía negarse.

Sin embargo, había otra cosa que le había empujado a ir allí y que le producía cierta desazón desde hacía seis meses… y estaba ligada al hecho de que había descubierto que su padre no podía ser su padre biológico.

El hecho le había dejado perplejo al principio, pero no había permitido que le destrozara la vida. Se había criado en el seno de una buena familia y había tenido unos padres que le habían querido mucho.

Al margen de quién pudiera haber sido su padre, estaba orgulloso de su madre, siempre lo estaría. Pero… no lograba entender por qué no le había dicho la verdad. Sobre todo, al final. Durante ese tiempo, había pasado largas horas con ella, a solas, charlando. Y su madre se había llevado el secreto a la tumba.

Ahora que iba a pasar unos días con Nicole, quizá pudiera averiguar la verdad.

Ahora volvía al lugar donde todo había empezado.

Ahora regresaba a la casa que, en esos momentos, pertenecía a su madrastra, Nicole, después de divorciarse de su padre.

Sí, ahora la casa era de Nicole y podía hacer con ella lo que quisiera. Y Nicole probablemente no supiera que esa semana era la semana del aniversario de la muerte de su madre… ni que su madre había muerto en aquella casa.

Seb era consciente de una cosa: jamás se arriesgaría a encariñarse tanto con una persona ni con un lugar. No podría soportar que volvieran a arrebatárselos. Sobre todo, ahora que sabía lo que sabía.

No quería pensar en el pasado, sólo en el futuro. Y eso significaba honrar el nombre de su madre a través de las obras benéficas que realizaba. Su antigua vida ya había acabado. Y cuanto antes regresara a Sydney y empezara sus nuevos proyectos, mejor.

Unos minutos más tarde, Sebastien cruzó la entrada de la propiedad con el coche italiano, deportivo y rojo que había alquilado y tomó el camino de grava.

Con los ojos fijos en la casa, fue aumentando la velocidad hasta llegar a una curva…

Y, de repente, pisó el pedal de freno a fondo, bruscamente, haciendo rechinar las ruedas hasta que el vehículo se detuvo.

Algo estaba tumbado en el camino. Mirándole.