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ÍNDICE

PREFACIO

1. ¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?

Dave Ward

2. ¿QUÉ ES EL CONOCIMIENTO?

¿POSEEMOS CONOCIMIENTO?

Duncan Pritchard

3. ¿QUÉ SIGNIFICA TENER MENTE?

Jane Suilin Lavelle

4. MORALIDAD: ¿ES OBJETIVA, RELATIVA O EMOTIVA?

Matthew Chrisman

5. ¿DEBES CREER LO QUE OYES?

Matthew Chrisman

Duncan Pritchard

Alasdair Richmond

6. ¿SON VERDADERAS LAS TEORÍAS CIENTÍFICAS?

Michela Massimi

7. VIAJE EN EL TIEMPO Y METAFÍSICA

Alasdair Richmond

GLOSARIO DE TÉRMINOS ESENCIALES

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE DE NOMBRES Y DE TEMAS

filosofía

traducción de

JOSEFINA ANAYA Y BARRIOS

FILOSOFÍA PARA TODOS

coordinado por

MATTHEW CHRISMAN

y

DUNCAN PRITCHARD

con la colaboración de

JANE SUILIN LAVELLE

MICHELA MASSIMI

ALASDAIR RICHMOND

DAVE WARD

siglo xxi editores, méxico

CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DF

www.sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi editores, argentina

GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA

www.sigloxxieditores.com.ar

anthropos editorial

LEPANT 241-243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA

www.anthropos-editorial.com

BD31

F5518

2016         Filosofía para todos / coordinado por Matthew Chrisman y Duncan

Pritchard ; con la colaboración de Jane Suilin Lavelle,

Michela Massimi, Alasdair Richmond, Dave Ward ; traducción de Josefina Anaya y Barrios. — México : Siglo XXI Editores, 2016.

181 páginas. – (Filosofía)

Traducción de: Philosophy for everyone.

ISBN-13: 978-607-03-0832-1

1. Filosofía – Libros de texto. I. Chrisman, Matthew, editor. II. Pritchard, Duncan, editor. III. Lavelle, Jane Suilin, colaborador. IV. Massimi, Michela, colaborador. V. Richmond, Alasdair, colaborador.

VI. Ward, Dave, colaborador. VII. Anaya y Barrios, Josefina, traductor.

VIII. ser

primera edición en español, 2016

© siglo xxi editores, s.a. de c.v.

isbn 978-607-03-0832-1

primera edición en inglés, 2014

© routledge - taylor & francis group, londres y nueva york

título original: philosophy for everyone

FILOSOFÍA PARA TODOS

PREFACIO

¿Alguna vez te has preguntado qué es el conocimiento, o si poseemos conocimiento? ¿Y si la moralidad es objetiva o subjetiva? ¿O has pensado en qué consiste la diferencia entre los seres con una mente como nosotros y cosas que no tienen o no parecen tener mente, como las bicicletas o las computadoras? ¿Deberíamos confiar en lo que dicen otras personas, especialmente cuando reportan hechos espectaculares? Y si sí, ¿por qué? ¿Y qué hay con la pregunta de si las teorías científicas aspiran a ser verdaderas o meramente a captar los datos observables de manera atractiva? ¿Crees que viajar en el tiempo sea posible? Si es así, ¿qué significa eso para la naturaleza del tiempo?

Estas preguntas son filosóficas. Un filósofo estadunidense, Wilfrid Sellars, escribió en una ocasión que “alcanzar el éxito en la filosofía sería… ‘saber dónde estamos parados’ en relación con todas estas cosas, no a la manera irreflexiva en que el ciempiés de la historia supo dónde estaba parado antes de verse confrontado a la pregunta ‘¿cómo es que camino?’, pero de la manera reflexiva que significa que no hay restricciones intelectuales”. El objetivo de este libro es introducirte a la forma en que los filósofos piensan acerca de estas preguntas. Esto es, esperamos levantar todas las restricciones intelectuales y ayudarte a empezar a pensar reflexivamente acerca de cuestiones respecto a las cuales todos, de manera implícita y en un sentido irreflexivo, ya sabemos dónde estamos parados.

En el capítulo 1 comenzamos con una introducción general a la práctica de la filosofía. Ahí descubrirás algo más acerca de las preguntas filosóficas y qué es lo que hace que sean filosóficas. También aprenderás de qué forma los filósofos proceden típicamente para tratar de contestar a esas preguntas de forma cuidadosa y sistemática. En el capítulo 2 pasamos a un área de la filosofía conocida como epistemología. Aquí reflexionamos sobre preguntas acerca de la naturaleza del conocimiento y acerca de si poseemos algún conocimiento. En seguida, en el capítulo 3, exploramos algunas cuestiones centrales para la mente filosófica, sobre todo qué es una mente. En el capítulo 4 consideramos otra rama de la filosofía: la teoría ética. Consideraremos varios puntos de vista acerca del estatus de la moralidad: si es objetiva, relativa desde el punto de vista personal o cultural, o bien emotiva. Después, en el capítulo 5, pasamos a un asunto de la historia de la filosofía: el debate entre David Hume y Thomas Reid acerca de si, y cuándo, debemos confiar en el testimonio de otras personas. La filosofía de la ciencia es el tema del capítulo 6. Aquí exploramos la cuestión de la naturaleza y los objetivos de la ciencia: ¿aspira ésta a obtener la verdadera teoría de cómo es la realidad, o solamente a construir un modelo empíricamente apropiado de fenómenos observables? Finalmente, en el capítulo 7 abordamos una cuestión importante en la rama de la filosofía llamada metafísica: la posibilidad de viajar en el tiempo. Esto no es interesante solamente para los aficionados a la ciencia ficción sino también para los filósofos interesados en la naturaleza del tiempo y otros aspectos de la realidad.

Cada capítulo va seguido de un breve resumen, algunas preguntas para estudio y una lista de lecturas adicionales y recursos en internet. En cada capítulo los términos esenciales están resaltados en letras negritas cuando se utilizan por primera vez. Cuando se recalca una palabra de esta forma, puedes repasar su definición en el glosario que encontrarás al final del libro.

Esta excursión por diversas partes de la filosofía no intenta ser una introducción comprensiva del tema (para ello el libro tendría que ser más extenso). Más bien intenta introducir solamente algunos de los temas interesantes en los que reflexionan los filósofos así como ilustrar su forma de pensar en ellos, de manera que sea accesible al lector inteligente que no ha estudiado filosofía con anterioridad pero que está dispuesto a leer cuidadosamente y a pensar profundamente. Si has llegado hasta aquí, lector, estamos seguros de que llenas los requisitos. ¡Bienvenido al equipo!

Aun cuando nuestra intención es que el libro pueda ser usado como una introducción a la filosofía general (de ahí su nombre) para quienquiera que sea, nació de un “MOOC” impartido por la Universidad de Edimburgo. Un MOOC es un “massive open online course”, un curso en línea masivo y abierto. Tuvo lugar inicialmente en la primavera de 2013, con siete video-conferencias, una mesa de discusión en vivo y evaluaciones de compañeros en línea. Queremos agradecer a nuestro colega David Ward por encabezar en nuestro Departamento de Filosofía el esfuerzo para armar el curso y para escribir el primer capítulo, así como a nuestros compañeros en el MOOC que contribuyeron a este volumen: Jane Suilin Lavelle, Michela Massimi y Alasdair Richmond. Queremos agradecer también a la Universidad de Edimburgo por el apoyo institucional, especialmente a Jeff Haywood, Amy Woodgate y Lucy Kendra. Nuestra intención es repetir y refinar el curso en un futuro próximo. De manera que tal vez estés leyendo este libro porque ya estás inscrito en alguna de las futuras entregas de nuestro MOOC. Pero si llegaste al libro por otro camino, tal vez estés interesado en inscribirte en la siguiente presentación de nuestro MOOC. Síguenos la pista en línea.

MATTHEW CHRISMAN

DUNCAN PRITCHARD

1. ¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?

DAVE WARD

INTRODUCCIÓN

¿Qué es la filosofía? En una ocasión le hice esta pregunta a un grupo de estudiantes que acababan de empezar sus estudios en la Universidad de Edimburgo. Después de un momento de reflexión uno de ellos sugirió: “No hay más que hacer que hacerla”. Ahora bien, esta respuesta por sí sola tal vez no es terriblemente informativa, sin embargo, creo que es decididamente correcta. Como veremos en este capítulo y en este libro, la filosofía es una actividad. Así que para descubrir de qué se trata necesitamos hacer algo más que sólo tratar de describirla –cosa que intentaré hacer en este capítulo–: necesitamos meternos de lleno y hacerla. Así, si quieres descubrir qué es la filosofía lo mejor que puedes hacer es que te abras paso por el libro que tienes en las manos y lo recorras. Al hacerlo te darás una buena idea de la clase de preguntas que hacen los filósofos, tanto hoy como a lo largo de la historia, y de las formas características en que tratan de contestarlas. Lo que es más importante, si este libro cumple su función, te verás activamente comprometido con esas preguntas: tratando de resolverlas, articulando tus propios pensamientos sobre ellas y sopesando cómo podrías defender esos pensamientos en respuesta a quienes no estén de acuerdo contigo.

Así pues, la filosofía es una actividad, y en las páginas de este libro encontrarás ejemplos de esta actividad e invitaciones a participar en ella. ¿Qué más podemos decir en este sentido? El objetivo de este capítulo es ver si podemos caracterizar a la filosofía con mayor detalle. Me propongo sugerir que la filosofía es la actividad de determinar la forma correcta de pensar en las cosas. En lo que queda del capítulo voy a intentar decir un poco más acerca de lo que esto significa, y por qué pienso que es correcto. Empezaremos reflexionando acerca de la forma en que esta caracterización de la filosofía se relaciona con otros temas. Después tomaremos nota de algunos rasgos de la filosofía que se siguen de su caracterización, y consideraremos los intentos de los filósofos de encontrar “la forma correcta de pensar en las cosas”. Y finalmente consideraremos por qué la filosofía, tal como la describo en este capítulo, podría ser un quehacer interesante o importante.

DAR UN PASO ATRÁS: LA FILOSOFÍA Y OTRAS MATERIAS

Como acabo de afirmar, la filosofía es la actividad de determinar la forma correcta de pensar en las cosas. Pero ¿acaso no todo el mundo trata de pensar en las cosas de la manera correcta, trátese de la materia de que se trate –desde la astronomía hasta la zoología–? ¿Qué es lo que diferencia a la filosofía de estas u otras materias? Para ver qué hace que la filosofía sea diferente necesitamos distinguir entre lo que hacemos cuando damos un paso atrás y determinamos la forma correcta de pensar en algo y lo que hacemos cuando de hecho continuamos pensando acerca de algo en la forma, sea cual sea, que decidimos es la correcta (o quizá sólo aceptamos acríticamente). Podemos considerar esta distinción entre determinar la forma correcta de pensar y seguir reflexionando de esta forma como correspondiente a la distinción entre trabajar en una materia académica (tomemos la física como ejemplo, por ahora) y hacer filosofía acerca de esa materia.

Así, cuando hacemos física podríamos estar interesados en montar experimentos, registrar datos y tratar de utilizar esos datos para construir una teoría que explique adecuadamente todos los datos que observamos y, optimistamente, todos los datos que observemos en el futuro. Cuando estamos haciendo esto, supongamos (con las debidas disculpas a los físicos por mi cruda caracterización de su quehacer) que estamos pensando en la forma característica de la física. Sin embargo, siempre podemos dar un paso atrás y preguntar si esta forma de pensar es la correcta. Podemos preguntar qué significa que los datos confirmen o refuten una teoría; podemos preguntar qué significa que una teoría sea mejor o peor que otra en lo que a la explicación de ciertos datos se refiere; incluso podemos preguntar si el proyecto de intentar explicar y entender la realidad física identificando sus elementos constitutivos y sus procesos fundamentales, y las leyes que los rigen, es el correcto. Cuando retrocedemos de esta forma hacemos un giro y pasamos de hacer preguntas acerca de la física a hacer preguntas en el ámbito de la filosofía de la física: de seguir pensando en la forma en que la física recomienda determinar si (y por qué) esa forma de pensar es la correcta. Tendrás la oportunidad de reflexionar sobre estas cuestiones de la filosofía de la ciencia con más detalle en el capítulo 6.

Pongamos otro ejemplo para ilustrar la distinción entre trabajar en una materia y hacer la filosofía de esa materia. Supongamos que somos médicos, vivimos en la Edad Media y estamos tratando de entender una cierta enfermedad. En concordancia con la comprensión de la medicina de nuestro tiempo, intentaremos entender la enfermedad en términos de los cuatro “humores” (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema) que componen el cuerpo humano, según nuestras creencias, y cuyo desequilibrio creemos que es la causa de toda enfermedad. Nuestra teorización acerca de la enfermedad podría asumir la forma de identificar los síntomas y luego tratar de relacionarlos con las características que asociamos a uno de los cuatro humores, a manera de entender la enfermedad como una falta o un exceso de ese humor. Al hacer esto, como los buenos médicos medievales que somos, simplemente seguimos la práctica de la teoría médica. Sin embargo, siempre podemos dar un paso atrás y hacer más preguntas acerca del marco de esta teoría y los supuestos que yacen tras ella: podemos preguntar qué significa exactamente que los humores estén en equilibrio o en desequilibrio; podemos preguntar cómo exactamente se relacionan los humores con los tipos de temperamento y personalidad con los que se supone que van de la mano; y (lo más importante) podemos preguntar si estamos pensando en las enfermedades humanas y su tratamiento de la forma correcta: si no sería mejor que nos saliéramos del marco de la teoría de los humores completamente y tratáramos de encontrar otra teoría diferente. El uso del ejemplo de la medicina medieval deja en claro que dar un paso atrás de esta manera suele ser importante: poner en tela de juicio el marco teórico e intentar sustituirlo por uno mejor ha dado como resultado grandes avances en la forma de diagnosticar y tratar enfermedades. Pero observa que lo mismo podría yo haber usado la medicina moderna como ejemplo. Al parecer, en cualquier campo siempre podemos dar un paso atrás en la tarea de desarrollar nuestra indagación, tratar de tener una visión clara del marco o del conjunto de supuestos que conforman nuestra indagación y poner en cuestión si dicho marco es el mejor para la tarea.

Así, en los dos ejemplos anteriores, la física y la medicina (medieval), podemos distinguir entre 1] continuar pensando o investigando según las reglas, prácticas y presuposiciones de una disciplina teórica, y 2] dar un paso atrás para investigar cuáles son esas reglas, prácticas y presuposiciones y reflexionar sobre si son las correctas. Retroceder de esta manera –intentar identificar, clarificar y evaluar los supuestos que yacen tras la forma en que pensamos o actuamos– es lo que hacemos cuando hacemos filosofía. Concebir la filosofía de esta manera nos revela una serie de cosas importantes acerca de ella.

En primer lugar, los límites entre la filosofía y otras materias pueden ser borrosos. El segundo ejemplo de arriba planteó la cuestión de cómo movernos de un marco que ahora vemos anticuado e inadecuado (como la teoría de los humores en la medicina) a uno mejor. Una forma de hacerlo es sencillamente reflexionando sobre él: ¿sabemos realmente qué queremos decir cuando hablamos de humores? Cuando tratamos de reflexionar sobre una enfermedad como falta de flema, o un exceso de bilis, ¿entendemos bien qué significaría que una enfermedad fuera una de esas cosas? Tratar de identificar y sopesar los conceptos y las categorías que empleamos “desde nuestra butaca” es una manera de intentar determinar la forma correcta de pensar en las cosas. Este tipo de teorización desde nuestra butaca acerca de los conceptos que utilizamos y el trabajo que realizamos es, así, una forma de hacer filosofía –quizá la forma en que la gente comúnmente piensa que es hacer filosofía.

Pero ésta no es la única forma que podemos ensayar para encontrar la manera correcta de pensar en las cosas. Podríamos llegar a revisar la forma en que pensamos acerca de la medicina como resultado de salirnos de nuestra butaca y tratar efectivamente de hacerlo: podríamos, por ejemplo, observar que nuestra teoría de los humores propone que algunas formas de tratar las enfermedades deberían funcionar, pero en realidad sencillamente no es así. O podríamos notar que algunas otras formas de tratar enfermedades, que no tienen nada que ver con los humores o su equilibrio, funcionan realmente bien. Si nos topamos con bastantes observaciones como ésta, y si las observaciones forman un patrón nítido y bastante obvio, entonces esto también puede impulsarnos a empezar a concebir la medicina de otra manera. Podríamos expresar esto diciendo que los retos a nuestra forma de pensar pueden ya sea proceder del interior, como en los casos en que nos damos cuenta de que el marco que estamos utilizando para reflexionar en las cosas es inestable o confuso por el solo hecho de pensar acerca de él, o desde el exterior, como cuando los enigmas y los sucesos inexplicados con los que el mundo confronta nuestra actual forma de pensar están tan difundidos que nos vemos obligados a buscar un nuevo marco que dé más sentido a las cosas. Apuntamos arriba que desafiar las formas de pensar “desde el interior” (o “desde la butaca”) es algo característicamente asociado a la filosofía. De esta manera podemos hacer filosofía de la antropología, la biología, la química o la zoología, tratando de identificar los marcos que esas materias emplean para reflexionar acerca del mundo, y considerando si esos marcos implican confusiones o contradicciones que podríamos identificar y tratar de resolver. Pero en muchos casos (y aquí es donde los límites entre la filosofía y otras materias se vuelven borrosos), cuando estamos determinando cómo revisar nuestras formas de pensar de forma óptima, a la luz de los enigmas que el mundo nos ha lanzado, también estamos haciendo filosofía.

Volviendo al ejemplo de la física, piensa en lo que ocurrió a principios del siglo XX con el desarrollo de la mecánica cuántica. Existía un creciente cuerpo de datos que al parecer simplemente no tenían sentido si se empleaban las formas de reflexionar a la sazón acerca de la realidad física. Por ejemplo, parecía que la natural presunción de que los elementos de la realidad deben comportarse ya sea como ondas o bien como partículas (pero no ambas cosas) probablemente era errónea. Y parecía que el acto mismo de observar o medir una cantidad física podía instantáneamente alterar las cosas en otra parte del universo, aparentemente violando nuestra concepción de sentido común de cómo funciona la causalidad. Ahora bien, es claro que el proyecto de determinar la forma óptima de pensar sobre todos estos resultados, y sus implicaciones para nuestra comprensión de la realidad, no era puramente filosófico. Después de todo, necesitábamos la ciencia para proporcionar y describir los extraños resultados experimentales que desafiaron nuestras actuales formas de pensar, para empezar. Y en algunos casos fue necesario que buscáramos nuevos resultados experimentales para comprobar si las revisiones de nuestra forma de pensar que se aventuraron iban por el buen camino. Sin embargo, al intentar revisar nuestras formas de pensar a la luz de los resultados de la mecánica cuántica seguimos haciendo filosofía. Estamos dando un paso atrás ante los resultados en cuestión e intentando llegar a un nuevo marco que les dé mayor sentido.

Por ejemplo, ¿necesitamos modificar nuestra forma de pensar acerca de qué significa que una cosa sea la causa de otra, de manera que la causalidad que ocurre a distancia tenga sentido para nosotros? ¿O bien estos resultados nos están mostrando que tratar de recurrir a una noción de causalidad de sentido común en nuestra comprensión de la naturaleza de la realidad microfísica es sencillamente equivocado? En cualquier caso, ¿hay una nueva y mejor manera de reflexionar que podamos emplear y ayude a que estos extraños resultados nos quepan en la cabeza? Como acabo de decir, cualquiera que sea el marco que se nos ocurra, estará fundamentado por trabajo realizado por científicos, no por filósofos, y muchas de las pruebas que utilicemos para determinar si el marco es bueno implicarán también a científicos que formulen y prueben experimentalmente las predicciones que dicho marco haga. Pero, en realidad, al producir ese marco estamos saliéndonos del proceso de obtener los dichos resultados, y tratando de determinar el mejor camino para pensar acerca de ellos: la actividad que estoy sugiriendo es característica de la filosofía. Aquí, como en muchos sitios, la relación entre los hallazgos que alimentan nuestro pensamiento, y el subsiguiente proceso de pensamiento que se alimenta de ellos, es cerrada e intrincada –y es esta clase de relación la que puede hacer que los límites entre la filosofía y otras materias sean borrosos.

LA FILOSOFÍA: DIFÍCIL, IMPORTANTE Y UBICUA

Estos puntos acerca de la relación entre la filosofía y otras materias nos señalan otros rasgos importantes de la filosofía. Nos muestran, por ejemplo, que la filosofía es una materia muy amplia. Parecería que, sea cual sea la materia que investiguemos, o cómo lo hagamos, siempre podemos dar un paso atrás, tratar de identificar los supuestos que conforman nuestra investigación y sopesar si son las óptimas. En los ejemplos de arriba vimos que dar un paso atrás puede llevarnos de hacer física, o medicina, a hacer filosofía de la física o de la medicina. Y al parecer podemos retroceder de manera similar sea cual sea la materia que estemos estudiando, o la forma en que la estamos estudiando. Esto significa que, independientemente de lo que estemos haciendo, una pregunta filosófica –una pregunta acerca de si el marco que estamos utilizando es el mejor para esta labor– nunca está muy lejos.

Piensa en la clase de intercambio que el comediante Louis CK dice haber tenido con su hija (que hemos editado ligeramente para suavizar el lenguaje florido):

No puedes contestar la pregunta de un niño –¡un niño no acepta nunca una respuesta! Un niño no dirá nunca: “¡Oh, gracias, ya entendí”. Hará más y más preguntas: “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?”, durante horas y horas, y finalmente todo es tan absurdo y abstracto, todo acaba en: “¿Por qué?”

“Bueno, pues porque algunas cosas son y otras cosas no son.”

“…¿Por qué?”[molesto] “Bueno, pues ¡porque las cosas que no son no pueden ser !”

“¿Por qué?”

“¡PORQUE ENTONCES NADA NO SERíA! No puedes tener… ¡Nada no es! ¡Todo es!”

“¿Por qué?”

“Bueno, pues porque si nada no fuera, habría toda clase de cosas que nosotros no… como hormigas gigantes caminando por ahí con sombrero de copa, ¡bailando por ahí! ¡Nada de eso puede ser!”

“¿Por qué?”

[Louis se da por vencido.]

[Louis CK, 2005, HBO Special, “One Night Stand”]

Lo que ocurre en este diálogo nos muestra algo de lo que pasa en la filosofía. El filósofo se parece mucho a la hija en la conversación: continuamente pide razones y explicaciones sobre por qué pensamos y actuamos como lo hacemos. Pero también tiene que realizar el trabajo de Louis: pugnar por producir respuestas a preguntas como éstas, una lucha que a veces implica tratar de explicar por qué son las preguntas que no se deberían estar haciendo. Esto ilustra una serie de puntos importantes acerca de la filosofía.

En primer lugar –el que acabamos de mencionar–, si seguimos preguntando pronto daremos con preguntas que parecen filosóficas: arriba, Louis rápidamente se mete en aguas metafísicas profundas con preguntas acerca de la existencia (tendrás oportunidad de reflexionar más sobre estas cuestiones en la metafísica, en los capítulos 6 y 7).

En segundo lugar, la filosofía es difícil. Verse incesantemente confrontado por las preguntas de los niños, o por los filósofos, probablemente no sería una experiencia tan frustrante si tuviéramos respuestas fáciles a mano para cada pregunta que se nos hiciera.

En tercer lugar (y en estrecha relación con el punto anterior), aparentemente la filosofía suele ser difícil precisamente porque hace preguntas acerca de cosas que generalmente damos por sentadas en el curso de nuestra vida. Probablemente parte de lo que resulta frustrante acerca de batallar para contestar preguntas como las que se le hacían a Louis es que preguntas tales como “¿Por qué no todo existe?” parecen tan básicas que no requieren respuesta. “Por supuesto que hay cosas que no existen” –nos dan ganas de decir: es tan obvio que nos parece una tontería hacer semejante pregunta–. Pero cuando se hace nos vemos batallando para dar razones de nuestras convicciones que puedan satisfacer al que pregunta, y ésta puede ser una experiencia embarazosa y frustrante –de ahí (tal vez) el gradual aumento de la tensión en la conversación anterior.

Finalmente, creo que todos estos puntos nos muestran algo acerca de por qué la filosofía puede ser (y también puede no ser) un importante quehacer. Vimos que la naturaleza de la filosofía, tal como la describimos en este capítulo, significa que las preguntas filosóficas pueden surgir por todos lados, simplemente porque siempre podemos dar un paso atrás y hacer preguntas acerca del marco desde el que estamos pensando. Al igual que la hija de Louis CK, podemos pasárnosla preguntando “¿por qué?”. Por un lado, hemos visto que esto puede convertir a la filosofía en una actividad difícil y frustrante. Y, afrontémoslo, también significa que el espacio de la posible indagación filosófica va a incluir algunas preguntas que a nuestro parecer simplemente no valen la pena. ¡La vida es corta! Parte de la frustración que pueda producirnos la niña, o el filósofo, que lo cuestiona todo es ciertamente legítima: podríamos pasarnos el tiempo ponderando acerca de la mejor manera de reflexionar sobre las agujetas, los tapetes o las chaquetas, pero ¿acaso no hay cosas que valen más la pena? Así que debemos admitir que el que una pregunta sea filosófica en el sentido que hemos venido delineando aquí no significa necesariamente que sea importante. Sin embargo, creo que estas mismas características de la filosofía nos ayudan también a entender en qué sentido las preguntas filosóficas con frecuencia son extremadamente importantes.

En varios momentos de la historia, la manera en que las personas se han conducido en la vida diaria en el mundo presuponía particulares formas de pensar acerca de las cosas que, en el momento en que se pusieron sobre la mesa y se examinaron, resultaron clara y desastrosamente erróneas. Por ejemplo, en el pasado vastas poblaciones practicaron el genocidio, la esclavitud y el sexismo. Hoy nos parece que, en el momento en que intentamos articular una forma de pensar acerca de las cosas para las que estas prácticas son aceptables, vemos que no es posible hacerlo. Nos parece que si alguien sinceramente estuvo de acuerdo con estas prácticas es sólo porque nunca dio un paso atrás e intentó articular por qué fue aceptable matar, o esclavizar, o discriminar a una clase de personas sobre la base de su raza, su posición social o su género. Porque si lo hubieran hecho habrían caído en la cuenta de que la forma de pensar que estas prácticas presuponen no era ciertamente la mejor –en realidad, hoy resulta difícil entender cómo una persona racional, bien adaptada, pudo pensar de la manera requerida para hacer que estas prácticas parecieran aceptables–. Como hay tantos ejemplos de tendencias y prácticas como ésta a lo largo de la historia, sin duda deberíamos preguntarnos si nosotros no estamos pensando acerca del mundo, y actuando en él, en formas que a las siguientes generaciones les parecerán desquiciadas. Quizá la forma en que pensamos acerca de las relaciones entre mente y cuerpo (véase el capítulo 3), o acerca de la religión para entender nuestro lugar en el mundo, podrá parecerle extraña o confusa a generaciones futuras. O quizá la forma que tenemos de responder (o de no responder) al sufrimiento de las personas en países y culturas distantes, o a la forma en que explotamos a los animales para alimentarnos, les parecerán indefendibles a futuras generaciones, tal como algunas de las creencias de nuestros antepasados nos lo parecen a nosotros. La mejor manera de que evitemos tener creencias y prácticas que no resisten el escrutinio, y que a fin de cuentas pueden ser dañinas para nosotros mismos o para los demás, es que hagamos ese escrutinio y veamos qué ocurre. Dar un paso atrás, intentar tener una visión clara de cómo pensamos acerca de las cosas en el presente y ver si podemos sustituir esas formas por otras mejores ha constituido siempre un paso importante para mejorar nuestra forma de vivir en el mundo y de reflexionar acerca de él. Y éste es un motivo importante por el que filosofar puede ser una actividad que vale la pena hacer.

¿CÓMO LA HACEMOS?

Así pues, ahora ya sabemos algo sobre lo que es la filosofía, conocemos algunas de las clases de preguntas que puede hacer y por qué puede ser una actividad importante. Pero, ¿cómo la realizamos? ¿Cuáles son las herramientas y los métodos que los filósofos usan para tratar de llegar a las formas correctas de pensar en las cosas?

En este punto quiero volver sobre algo que dije al principio del capítulo: así como la mejor manera de ver realmente de qué trata la filosofía es meterse en este libro, compenetrarse en las cuestiones que vayan apareciendo, la mejor manera de ver qué hacen los filósofos es adentrarse en los ejemplos de las posturas y argumentos filosóficos que vayas encontrando en los siguientes capítulos. Sin embargo, antes aun de hacer esto, estoy seguro de que ya tienes idea de cómo hacer filosofía. Y esto porque, como ya vimos, la filosofía es algo de lo que no podemos evadirnos en la vida. Todos dedicamos algún tiempo a dar un paso atrás y tratar de determinar la mejor forma de pensar en las cosas: si no fuera así, ¿cómo decidiríamos por quién votar en las siguientes elecciones?, ¿cómo decidiríamos qué hacer con nuestra vida?, ¿qué debo entender (o qué debo hacer con él) de ese extraño sentimiento que me invade siempre que estoy en compañía de esta persona? Todos tenemos al menos cierta idea de cómo intentaríamos responder a preguntas como éstas, aun cuando nos parezcan muy difíciles. Buscamos evidencias a nuestro alrededor (¿qué sé de los partidos entre los que estoy eligiendo?, ¿qué sé acerca de lo que hace que la vida valga la pena?, ¿qué clase de sentimiento es el que tengo cuando estoy con esta persona?). Pensamos si o por qué las evidencias que tenemos nos dan motivos para pensar o actuar de cierta forma (¿me gustan los valores o las políticas de uno de los partidos participantes en las elecciones más que los del otro? Si creo que hacer felices a los demás es lo que más vale la pena en mi vida, ¿cuál es la mejor manera de hacerlo? Si me siento de esa manera siempre que estoy con esa persona, pero nunca pienso otra cosa de ella, ¿será que lo que siento es realmente amor?). Y nos esforzamos por evaluar y sopesar estos motivos con el fin de llegar a una decisión sobre cómo pensar o cómo actuar.

Esta actividad –de dar un paso atrás y tratar de reflexionar clara y correctamente en las cosas– es precisamente la que realizamos cuando hacemos filosofía. Pero en filosofía hacemos un esfuerzo especial para que nuestro pensamiento sobre las evidencias, las razones para pensar y actuar que éstas sugieren, las conclusiones que sacamos de sopesar esas razones y la transición entre cada una de estas etapas y la siguiente, resulte tan claro y poco controvertido como nos sea posible. Continuamente tratamos de hacer preguntas tales como: “¿es esta evidencia realmente lo que aparenta ser?”, “¿nos da de verdad una razón para pensar de esta manera y no de aquélla?”, “¿son las razones a las que he llegado realmente suficientes para mostrar que mi conclusión sobre cómo pensar o actuar debe ser verdadera?” Al hacer preguntas como éstas continuamente estamos intentando asegurarnos de que estamos pensando en el tema que nos ocupa del modo más claro y preciso que nos es posible. Para los filósofos esta tarea es equivalente a la de tratar de pensar en las cosas de la manera correcta, o la mejor: la tarea que en este capítulo equiparo a la filosofía.

En filosofía, a este proceso de aportar evidencias y cadenas de razonamiento que apuntan a demostrar la verdad de alguna aseveración o postura se le llama argumento. De modo que, si bien es cierto que los filósofos se la pasan argumentando en defensa de una u otra postura, aquí no nos referimos al tipo de “argumentación” que debe ser acalorado, áspero o beligerante. Más bien nos referimos a que los filósofos se la pasan intentando encontrar evidencias y cadenas de razonamiento que apunten hacia la forma correcta de reflexionar acerca de algo. En realidad, una buena manera de entender el razonamiento filosófico se basa en el modelo de una conversación respetuosa (y no en un argumento áspero). Tratamos de exponer nuestros puntos de vista tan claramente como sea posible y escuchamos con empatía cuestiones u opiniones opuestas de nuestros interlocutores. En respuesta, podríamos vernos impulsados a defender, clarificar o modificar nuestros propios puntos de vista.

Cuando se hace filosofía los interlocutores a los que estamos tratando de convencer de que acepten nuestro parecer no necesitan ser reales ni estar presentes. En vez de ello podríamos tratar de aclararnos o convencernos de un pensamiento en respuesta a dudas o preguntas que nosotros mismos tenemos. O tal vez podríamos estar sopesando cómo reaccionaría algún filósofo u otro personaje del pasado a nuestros puntos de vista y a las razones por las que los sostenemos. Este proceso de conformar y articular nuestras consideraciones en respuesta a un otro imaginario o real, de manera tal que no solamente los entendemos mejor sino que podemos explicar a otros por qué son los acertados es fundamental para la filosofía. No es accidental que Platón, el filósofo griego de la antigüedad a quien suele considerarse el iniciador de la filosofía occidental (el filósofo A.N. Whitehead describió la filosofía europea como una serie de notas al pie a los escritos de Platón), escribiera la mayoría de sus obras filosóficas como diálogos.

Ahora que ya hemos aclarado que el proceso de argumentación filosófica debe ser constructivo y empático, y no conflictivo, volvamos la mirada a nuestro primer ejemplo de argumento filosófico, para tener un patrón más concreto de cómo proceder en la clase de pensamiento característico de la filosofía. Un tema sobre el que la filosofía se ha interrogado durante mucho tiempo es qué significa para nosotros ser libres, o tener “libre albedrío”. Parecería que en un momento dado tengo mucha libertad para decidir qué hacer o qué no hacer. Por ejemplo, me parece que en este preciso momento podría dejar de escribir este capítulo y dormir una siesta, o ir a la cantina, o tomar una taza de té –pero elijo no hacer ninguna de estas cosas–. Sin embargo, podemos dar el siguiente sencillo argumento que pone en tela de juicio el que yo sea realmente tan libre como creo que soy. Nuestro argumento tiene tres premisas, esto es, tres aseveraciones que postula con el fin de sustentar su conclusión:

Premisa 1. La manera en que el mundo era en el pasado controla exactamente cómo es en el presente y cómo será en el futuro.

Premisa 2. Formamos parte del mundo, al igual que todo lo que nos rodea.

Premisa 3. No podemos controlar cómo fueron las cosas en el pasado, ni la forma en que el pasado controla el presente y el futuro.

Conclusión. Por consiguiente, no controlamos nada de lo que ocurre en el mundo, y esto incluye todo lo que pensamos, decimos y hacemos.

¡Ésta es una sorprendente conclusión! ¿Debemos aceptarla? A primera vista (y tal vez no sólo a primera) este argumento parece convincente: parece que si las premisas son verdaderas entonces la conclusión debe ser verdadera, o, dicho de otra manera, que la verdad de la conclusión se sigue de la verdad de las premisas. Cuando éste es el caso, decimos que un argumento, o forma de razonamiento, es válido. Además, ¡las premisas anteriores suenan bastante bien! Si pensamos que son verdaderas, y que el argumento es válido, entonces la conclusión debe ser verdadera también. Cuando esto es verdad para un argumento –cuando es válido y sus premisas son verdaderas (y por consiguiente tiene una conclusión verdadera)– decimos que el argumento es sólido.

¿Tenemos entonces aquí un argumento sólido? Pensemos de qué forma podríamos cuestionarlo. Podríamos intentar cuestionar la verdad de una o varias de las premisas; por ejemplo, quizás el estado del mundo en el pasado no controla exactamente cómo es en el presente. Quizá podemos apelar a la clase de consideraciones de la mecánica cuántica mencionadas arriba (p. 4) para mostrar que el mundo, que en el pasado fue de un cierto modo, es compatible con las múltiples formas que podría adoptar en el futuro. O podríamos cuestionar nuestra segunda premisa: quizá no somos parte del mundo como el resto de las cosas. Quizás hay algo especial en nosotros y en nuestra mente, tal que las leyes que gobiernan al resto del mundo no se aplican a todo lo que pensamos o hacemos. Podríamos incluso intentar cuestionar la tercera premisa: quizá sí podemos, en cierta forma, controlar cómo fueron las cosas en el pasado, o las leyes que gobiernan la forma en que los estados presente y futuro del mundo se desprenden de leyes pasadas (¡ésta me parece la opción más difícil de aceptar!).

Alternativamente, en vez de cuestionar la verdad de las premisas, podemos cuestionar la validez del argumento y negar que la verdad de las premisas garantiza la verdad de la conclusión. Quizá podríamos tratar de mostrar que lo que queremos decir con “control” cuando decimos que el estado anterior del mundo físico “controla” sus futuros estados es diferente de lo que queremos decir cuando decimos que nosotros “tenemos el control” de nuestras acciones. Si realmente están en juego aquí dos significados diferentes, o sentidos, de control, entonces quizá lo que las premisas del argumento nos dicen acerca de la forma en que el pasado controla el presente no nos muestra realmente nada acerca de si tenemos el control de nuestras acciones o no. Por supuesto, otra opción es simplemente aceptar la conclusión, y por ende (probablemente) considerar, a la luz de esto, si y cómo deberíamos revisar nuestra comprensión de nosotros mismos y de nuestra relación con el mundo.

dualismocapítulo 3