portada

LETRAS MEXICANAS

Marginalia
SEGUNDA SERIE
 [1909-1954] 

ALFONSO REYES

Marginalia

SEGUNDA SERIE
 [1909-1954] 

Fondo de Cultura Económica

Primera edición electrónica, 2017

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959) fue un eminente polígrafo mexicano que cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la crítica literaria, la narrativa y la poesía. Hacia la primera década del siglo XX fundó con otros escritores y artistas el Ateneo de la Juventud. Fue presidente de La Casa de España en México, fundador de El Colegio Nacional y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. En 1945 recibió el Premio Nacional de Literatura. El FCE emprendió, en 1955, la publicación de sus Obras completas, que abarcan 26 volúmenes, y en 2010, la de su Diario, que ocupa 7 tomos.

ÍNDICE

MARGINALIA
SEGUNDA SERIE
 [1909-1954] 

I. De ayer

Lo que hacía la gente de México los domingos por la tarde

Propósito

Notas al “Propósito”

Las gacetas individuales

La doctrina de Commons

Alberto Magno

 

II. La amistad

En torno a la diplomacia

Un libro juvenil de Valle-Inclán

[Carta a don Benito Coquet]

Los cartones de Salvatierra

[Carta a don Jesús Silva Herzog]

Dibujos de Montenegro

Entrevista en torno a lo mexicano

Palabras funestas

Mis relaciones con Unamuno

 

III. A larga vista

Mi idea de la historia

Reflexiones elementales sobre la lengua

 

IV. Al correr de la pluma

Sófocles y La posada del mundo

Del juego a la economía

Se anuncia un nuevo reinado

El hombre y sus inventos

Digresión sobre la compañera

Sistema métrico universal

La “bernardina” y el trueque mudo

Supervivientes

Adán y la fauna

El medio áureo

Pasos de Passy

Bombas de ideas

La asamblea de los animales

Georg Brandes

La caridad de Voltaire

Un Fausto de Heine

Chesterton y los títeres

Canto a Hidalgo

El filósofo de las aves

Entre el mar y el escoger

Talla directa

El Judío Errante y las ciudades

La pareja sustantival

El amor de los libertadores

Un extraño drama

 

V. Epílogos

1952

1953

MARGINALIA

SEGUNDA SERIE
 [1909-1954] 

contraportada

I. DE AYER

LO QUE HACÍA LA GENTE DE MÉXICO
LOS DOMINGOS POR LA TARDE

LOS DOMINGOS, cuando ya los vidrios de las ventanas altas parecen, con la roja luz que reflejan, bocas de hornos encendidos; a poco que el sol se hace más soportable y arrastra sobre la ciudad sus rayos horizontales, la gente de México aparece en las azoteas y se da a mirar las calles, a mirar el cielo, a espiar las casas vecinas, a no hacer nada.

Casi están desiertas las calles, y muchos han ido a llenar los teatros o a discurrir por los obligados paseos, en cumplimiento del rito dominical; y cuando dijerais que nadie se ha quedado en casa, he aquí que surge por las azoteas la gente aburrida, hombres que se están largo tiempo reclinados sobre el antepecho, mirando alguna diminuta figura que se mueve por otra azotea, en el horizonte, a lo más lejano que alcanzan los ojos.

Otras veces, son grupos de muchachos que improvisan estrados sobre la irregular superficie de la azotea, y charlan y ríen con sonoros gritos sintiéndose acaso, en esta altura, un poco libertados del enojoso ambiente humano, y a cuyo porte da más aire de familiaridad el andar en mangas de camisa —pues en una azotea nadie tiene vergüenza de exhibirse así—. Y como sobrevenga la lluvia que, tarde a tarde, cual una bendición, la diosa municipal nos derrama, allá los veréis correr llevando sobre la cabeza las sillas que trajeron, y desaparecer, agachándose, por una baja y angosta puerta que, según la tardanza con que por ella se escurren, ha de dar paso a una tortuosa escalerilla de esas muy astilladas y tan faltas de escalones como de dientes las bocas de los viejos.

La gente de las azoteas es gente sencilla. Es la que aún guarda algo de aquel fácil espíritu burgués propio de los tiempos en que se vivía más de las conversaciones y los saludos de la plaza que de la encerrada vida en los salones; cuando era de rigor salir a saber las horas en el reloj de la torre pública.

Esta filosófica tendencia a mirar la vida desde alturas es también de solitarios; pero de solitarios afables, de los que cultivan su soledad como una religión, no por esquivos, no por enemigos de los hombres, sino por ese candor divino de la contemplación, ya plácida, ya melancólicamente nutrido en el alma.

Como era el caso para Hugues Viane, el viudo de Brujas-La-Muerta, quien miraba desde su ventana, durante largas horas quietas, la inmovilidad de los canales, las calles por donde pasaba alguna piadosa “beguina” con su toca inmaculada sobre la cabeza, la oración de piedra de la catedral, y oía gemir en el aire, plañendo viudez, las venerables campanas de Flandes.

Hay muchos contemplativos que quisieran vivir en torres. Pero si a menudo sugieren las alturas pensamientos de pudorosa soledad (no penséis en las alturas de las montañas, con sus águilas, con sus vientos y con sus rayos; pensad en las discretas alturas de la ciudad), a muchos también comunican una inocente alegría, tan suave como la luz rojiza del sol, por las tardes, en las azoteas.

Mirad, ¿qué se han de cuidar aquellos sencillos de la azotea vecina, qué se han de cuidar del religioso consejo de las campanas ni de la belleza de las cúpulas, tan divertidos como están en espiar las calles y en reír, en señalar las nubes y en reír? ¿Qué sabrán ellos, oh pensativo Amiel, de buscar en el diapasón de su sentimiento la armonía perfecta entre el paisaje de la ciudad y su estado de ánimo? Tras de aquella vidriera lucen dos ojos indecisos. ¡Oh, llamémoslo, quienquiera que sea! Que venga a ver ponerse el sol y a distraer en nuestra compañía silenciosa el aburrimiento del domingo.

México, VI-1909.

PROPÓSITO

con que se anunció Monterrey, Correo Literario de Alfonso Reyes, en su primer número, Río de Janeiro, junio de 1930.

LA NEBULOSA primitiva se fue condensando en planetas y en sistemas solares. Pero, en el orden de la publicación literaria, parece que los planetas —los libros— fueran la primera fase del fenómeno. Luego, sin dejar de ser lo fundamental, los libros van irradiando su nebulosa, su atmósfera atómica, cada vez más cargada y fina. Primero surgen las revistas, para llenar los intersticios entre los libros; después, para llenar los intersticios entre las revistas, aparecen los periódicos literarios, hoy tan en boga, que suelen ser quincenales o semanales, y que acaso tienen por abuelo común, aunque olvidado, a aquel gentilísimo huésped de los domingos de Florencia, Il Marzocco, viejo ya de treinta y cinco años.

Hoy este género de pliegos se ha popularizado como un verdadero síntoma del siglo. No todos saben que uno de los primeros en esta senda ha sido Joaquín García Monge, benemérito de las letras americanas, quien desde San José de Costa Rica hace mucho tiempo que sirve de centro de reunión a los jóvenes escritores de nuestra lengua, primero en sus colecciones Ariel y Convivio, y más tarde con su Repertorio Americano, donde viene recogiendo cuanto artículo o noticia interesan a los destinos espirituales del Nuevo Mundo.

En el campo exclusivamente literario, Les Nouvelles Littéraires, de París, han servido de fecundo ejemplo. Periódicos de este tipo han prendido en las más diversas tierras, planta propicia a todos los climas, tal vez por ser más ágiles y libres que los antiguos suplementos u hojas especiales de los diarios: las abundantes y autorizadas reseñas del veterano Times, de Londres; los Lunes de El Imparcial, de Madrid, que hasta hace unos cuantos años lanzaban firmas y establecían reputaciones; los Domingos de La Nación, de Buenos Aires, hoy convertidos en un magazine de interés más general. En España, sin hablar de la Gaceta Literaria que todos conocen, podría citarse cerca de una docena: sólo en una provincia, en Murcia, recordamos la hoja que Juan Guerrero aderezaba para La Verdad hace unos siete años y que estaba ya como deseando arrancarse del diario, y luego la casi revista Verso y Prosa de poética y cristalina nitidez. En cuanto al Papel de Aleluyas, de Huelva, me figuro que no aparece más, porque nunca más lo he recibido. En Buenos Aires, el Martín Fierro de aguerrida memoria, y ahora la Vida Literaria que Samuel Glusberg publica con cierta irregularidad, pero que por fortuna parece ya bien cimentada, pertenecen a este mismo tipo. Últimamente han aparecido dos valientes hojas juveniles: Número y Letras; pero éstas son más bien pequeñas revistas que tienden naturalmente a ser grandes revistas. En Guadalajara la de México, con Bandera de Provincias, excelente publicación, la flauta provinciana da primera vez una nota de igual afinación y altura que el órgano de la capital.

La revista literaria y el periódico literario son ya dos estratos inconfundibles, dos niveles intencionalmente distintos. Sin torcer mucho las perspectivas, puede decirse —conjugando escalas entre París, Madrid y México— que La Nouvelle Revue Française es a Les Nouvelles Littéraires como la Revista de Occidente es a la Gaceta Literaria y como Contemporáneos es a Bandera de Provincias.

Los periódicos de campanario o de pequeña ciudad, y aun lo que Hilaire Belloc llama la Free Press (diarios más de doctrina que de información, sin respaldos de empresa anónima ni pactos con agencias internacionales de noticias, y redactados por un grupo homogéneo, con ideales definidos), siempre han recurrido a la literatura, por afición unas veces y otras para llenar los huecos. Pero ya también los grandes diarios de empresa comercial y nutridos por los servicios telegráficos reservan regularmente un rinconcillo a la rúbrica literaria, al deleite poético. Esta rúbrica, cuando cae en manos de jóvenes, suele tener una gran eficacia combativa. Entre las más finas y artísticas, recuerdo aquella Rosa de los Vientos que redactaban Sánchez Reulet y Moreno, dos muchachos platenses.

El PEN Club de México, en sus días de apogeo bajo Genaro Estrada, todavía sutilizó un poco más con aquellas “pajaritas de papel”, diminutos pliegos que daban cuenta de un libro, de un hecho, de una reunión, de la llegada de un huésped ilustre. Acaso esta atomización del producto literario sustituye a lo que en otros tiempos era el salón, o a lo que era también el trato epistolar, a lo que más tarde ha sido el Café. La tertulia, la conversación literaria, van pasando de la viva voz a la palabra estampada, como el trato social y las visitas se van esquematizando en la tarjeta. Ese tono medio de voz que correspondía a la carta literaria pocos se atreven a derramarlo en sus libros, y no siempre los que lo hacemos somos bien entendidos.

A este propósito, encuentro en Jean Prévost estas justas observaciones:

En otro tiempo, todos los buenos escritores se comunicaban entre sí directamente y de viva voz con el círculo entero de la gente cultivada, o bien escribían todos los días cartas inacabables. En nuestros días el mundo culto se ha extendido mucho, ya no hay necesidad de enviar por carta más noticias que las puramente privadas, y así diariamente se consume mucho papel en cosas perecederas. Creo que, en nuestros días, hay que imprimir las cartas y las conversaciones. —Pero en ellas no daríamos lo mejor de nosotros mismos—. ¿Qué sabe usted? Petrarca creía que iba a sobrevivir por los versos latinos de la África, y sobrevive por sus sonetos galantes; Voltaire, que por sus tragedias y su Henriade, cuando realmente sobrevive por lo que él llama sus bribonadas del Candide. (Conseils aux jeunes littérateurs, par Charles Baudelaire, suivis d’un Traité du débutant por Jean Prévost.)

El periódico literario no sólo se distingue de la revista literaria por su aspecto material, que en aquél tiende al pliego in extenso de los diarios, y en ésta tiende a la forma del folleto. El periódico literario no sólo es más breve que la revista literaria. Por pequeñas que sean las revistas de Juan Ramón Jiménez (Sí, Ley y nuestro Índice de grata recordación), revistas eran. También la Carmen, de Gerardo Diego, o el Día Estético, de Santo Domingo, o hasta las hojas que aparecieron en Buenos Aires y luego en Montevideo bajo el título de Revista Oral.* No: la revista literaria y el periódico literario se distinguen, además, por la diferencia de intención: la revista procura ser una breve antología de obras literarias en verso y en prosa, en tanto que el periódico literario ofrece su principal interés (aunque todavía deje el sitio de honor a la parte antológica) en las noticias sobre escritores o libros, en el rumor de abejero artístico, en el aroma de vida literaria que trae en sus páginas. Es un tono menos poético y un tono más práctico que la revista. Va dejando de ser la diminuta biblioteca de páginas escogidas y es, cada vez más, estuche de instrumentos y gaceta de avisos para el trabajador literario. Aunque no olvida al público en general, tiene más presente al especialista de las letras. Si aún acepta fragmentos de libros o verdaderos artículos, han de ser cortos, por la escasez de espacio. Si aborda la crítica, prefiere las conclusiones rápidas y las fórmulas epigramáticas. Todavía admite folletones y series de artículos. Todavía se resiente de la forma y el espíritu de la revista, que al cabo ha sido su matriz y no deja de ser su modelo. Pero ya entre la revista y el periódico hay la diferencia que media entre el dibujo sombreado con relieves de claroscuro y el de simple línea o contorno. Mucho más sentimental, la revista; mucho más intelectual —en tendencia al menos— el periódico. Más pintura, en aquélla; pero en éste, más geometría. Allá, todo un cuadro; acá, un esquema.

Según esto, son más propias del periódico que de la revista, aunque hasta hoy se hayan publicado en revistas, las recopilaciones de apuntes, de notas y flecos de la obra, sean anteriores, sean posteriores a la obra: esas orillas de los libros que suele darnos, por ejemplo, André Gide: el Diario de “Los monederos falsos”, montón de materia prima de donde surgió, organizado, el sistema o novela propiamente dicha. Y debieran ser exclusiva y característicamente propias del periódico las investigaciones previas a la obra, que hasta hoy no parecen tener más vehículo que la información personal y directa, la consulta epistolar o verbal. Esas cartas que el mismo Gide vierte en La Nouvelle Revue Française y en que discute con sus críticos la interpretación del Coridón o El inmoralista serán un día atraídas al periódico literario. Nótese, en cambio, que los anticipos o muestrarios de la “Obra en marcha” —según Juan Ramón Jiménez o James Joyce— son de pleno derecho, y aunque procedan de un solo autor, revistas literarias.

Supongamos ahora, no ya una revista literaria, sino un periódico literario de un solo autor. Nunca se dará autor tan solo que no quiera andar en la compañía de sus amigos o entre los camaradas de su pléyade. Como fuere, se encuentra más a sus anchas que en el seno de una redacción colectiva. Es fácil que derive entonces, por la línea de la pesantez, hacia la mayor utilización práctica de su instrumento. Quiero decir que se atreverá a bajar el tono poético un poco más que si se encontrara dentro de un periódico hecho entre varios, pues los colegas son ya un comienzo de público que obliga a cierta postura más compuesta: singular parangón de lo social en lo literario. Lo cual no significa que se prive de la libertad de publicar fragmentos de la obra pura, propia o ajena, cada vez que le plazca. Y siempre habrá de placerle, a menos que se produjera el absurdo de un literato sin bellas letras, de un poeta sin poesía. Usará, pues, de su periódico, ante todo, como de una herramienta para su taller artístico. También podrá ser que lo use a modo de museo privado, para coleccionar esas notas o curiosidades que a todos nos gusta mostrar, aun cuando dudemos que sirvan de algo. Hará de su periódico un órgano de relación, de relación social, con el mundo de los escritores; un boletín de noticias del trabajo; casi una carta circular; en suma, un correo literario.

Sin necesidad de manifiestos de estética ni de programas —fea costumbre esta, en mala hora importada de la política a la literatura—; consintiéndose toda la flexible variedad de la vida, y esperando que la experiencia vaya acabándolo de formar e imprimiéndole su conducta definitiva (tanto es como solicitar a la naturaleza, o conducirla sin violentarla); poco amigo de “encuestas” sobre esas vaguedades de “la inquietud contemporánea” o “el porvenir de nuestros pueblos”, de que ya se ha abusado tanto; pero modestamente dispuesto a ser un terreno de investigaciones literarias precisas; prestándose al diálogo de los amigos que quieran aclarar consultas o cambiar erudiciones por este medio; siempre hospitalario, pero siempre casa privada y no edificio público; siempre habitación de una sola persona que no ha de explicar sus preferencias ni disculparse de ellas; de aparición periódica en lo posible, y frecuente según convenga al redactor único, puesto que es un papel de obsequio, una carta impresa; útil como tarjeta para agradecer los muchos libros que nos enviamos unos a otros y de que apenas podemos ya acusar recibo, a riesgo de abandonar toda otra tarea, el correo literario (este Correo Literario que pongo bajo la advocación de mi ciudad natal por motivos puramente cordiales) sale hoy a desandar la trayectoria de todos mis viajes, en busca del tiempo y del espacio perdidos, para limpiar las veredas de la amistad y atarme otra vez al recuerdo de mis ausentes: a toda rienda, a todo anhelo, todo él galope tendido, ijar latiente, y redoble de pesuñas y espuelas.

NOTAS AL “PROPÓSITO”

I

LAS GACETAS INDIVIDUALES

1. Francis de Miomandre (Les Nouvelles Littéraires, París, 9-VIII-1930) recuerda, a propósito de mi Correo Literario, Les Marges, de Eugène de Monfort, y Heures Perdues, de Jean-Desthieux. Ambas publicaciones me parecen corresponder más bien al tipo de la pequeña revista literaria que no al periódico literario tal como lo he definido. No pretendo hacer de este Correo un órgano cabal de mis preferencias, cuanto de mis deberes literarios y hasta literario-sociales. Es algo anterior a la obra; es el teatro entre bambalinas, el teatro en las tardes grises de la lectura previa, del ensayo: ese teatro sin público que me hace recordar un libro de R. Gómez de la Serna. También a nuestro pobre Jesús Acevedo que, siendo tan aficionado a los toros, había rebasado los límites de la afición vulgar y se iba a buscar la poesía de la plaza de toros de Madrid (“embudo de silencio”) las tardes que no había corrida… (1953. Hoy añado: esta inclinación de Acevedo y hasta cierto articulito que consagró al asunto inspiraron un cuadro de Diego Rivera que poseo, sobre la plaza en la soledad, época cubista, 1914 o 1915.)

2. “Observo, leo, que algunos andan buscando precedentes olvidados por usted, a Monterrey. ¿Puedo agregarle un par más? El de Ramón (Gómez de la Serna) con sus tres o cuatro hojas de Pombo (hacia 1919), que era también una especie de revista íntima, privada. Por otra parte, si aquella hoja-manifiesto llamada Vertical, que publiqué yo en Madrid en 1920, no hubiese sido tan extremada de estilo, suscitando algunas réplicas que me contuvieron sin intimidarme, era mi propósito haber sacado más números con cierta periodicidad… Pero algún día quizá llegue yo a rescatar aquel proyecto.” (Carta de Guillermo de Torre a A. R., de Buenos Aires a Río.)

3. “En España hubo, en los últimos años del siglo XIX, el antecedente de doña Emilia Pardo Bazán, que publicaba una pequeña revista del formato de un volumen in-8º. Pero principalmente pudo recordarse el caso de Chesterton, que tiene un boletín personal análogo al que ha comenzado a publicar Reyes.” (Boletín del PEN Club de Buenos Aires, agosto de 1930.)

4. Monterrey comenzado en Río de Janeiro, junio de 1930, alcanzó hasta el número 14, aparecido ya en Buenos Aires, julio de 1937.

Monterrey, núm. 3, octubre de 1930.

II

Quedó allí constancia de que comenzaba a aparecer en París, Librarie de l’Arc, el Courrier Philosophique d’Eugenio d’Ors publié par ses amis, del que a la fecha habían salido ya los dos números correspondientes al estío y al otoño de 1934. En el segundo número, Eugenio d’Ors declara haber señalado a sus amigos, como uno de los modelos aproximados para su Correo Filosófico, mi Correo Literario. Después insiste en una de sus ideas más caras: la cantidad de conversación oculta en los libros, el “yo” inserto siempre en una asamblea, el puesto de radio clandestino que se descubre hasta en las más impenetrables torres de marfil. La identificación del Pensamiento con el Diálogo ha sido —dice— una de sus preocupaciones más constantes. Pues bien, yo a mi vez declaro en la nota a que aquí me refiero:

“Esta necesidad de diálogo fue también la que me animó a publicar el Monterrey… Todo libro —decía Stevenson— es en cierto sentido íntimo una carta circular para los amigos. Pero toda carta, añado a mi vez, es un pedazo de diálogo… La pregunta con que salimos al mundo hace cinco años… puede reducirse así: —¿Habrá por ahí quien se interese en conversar con nosotros sobre cosas de la inteligencia?”

Y las respuestas nos iban llegando desde la constelación de Goethe.

Monterrey, núm. 12, agosto de 1935, p. 3.