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LA EDUCACIÓN DEMOCRÁTICA PARA EL SIGLO XXI

por


JUAN DELVAL
PAZ LOMELÍ




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PREFACIO

La educación democrática sólo puede basarse en la práctica de la libertad.


Vivimos en sociedades bastante convulsas donde se suceden a diario multitud de acontecimientos preocupantes y desagradables que los medios de comunicación se ocupan de magnificar. Cuando se trata de proponer soluciones y de aliviar la presión muchas personas se refieren a la función que podría tener la educación contribuyendo a resolver, o por lo menos a dulcificar, muchos problemas sociales, tales como la violencia social, la corrupción de políticos y empresarios, el consumo de drogas y todo lo que conlleva su tráfico, y en definitiva todo el desorden social.

Pero aunque se depositen grandes esperanzas en el papel que la educación pueda desempeñar para promover el cambio social, también se señala que tiene que mejorar, que muchas de las funciones que se esperan de ella no se realizan satisfactoriamente, y que por lo tanto es preciso introducir reformas educativas. En muchos países se insiste en que es necesario proporcionar una educación de calidad y que prepare adecuadamente para convertirse en un buen ciudadano que participe activamente en una sociedad democrática.

Pero apenas existe acuerdo en relación con cuáles deben ser esas reformas y cómo pueden llevarse a cabo. Lo que resulta más sorprendente es que periódicamente aparecen propuestas sobre aspectos muy secundarios o puntuales de la educación, pero que se presentan como si pudieran servir para resolver todos los problemas del sistema educativo. Algunos hablan de la educación por competencias, otros de la necesidad de una teoría del currículum, muchos ponen el acento en la importancia de la evaluación, se propone reforzar el uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), algunos propugnan atribuir especial importancia a la enseñanza de idiomas, y sobre todo del inglés, otros consideran que se debe reforzar la enseñanza del español y las matemáticas en los primeros niveles educativos. Cada una de estas propuestas, y de otras muchas semejantes, tienen sus profetas que pronostican que siguiendo sus ideas la educación mejorará considerablemente. Otros señalan que hay que conseguir la alfabetización y escolarización de todos los jóvenes, objetivos encomiables pero que llevan planteados más de 150 años.

Sin embargo, pensamos que son necesarios cambios mucho más profundos, ambiciosos y globales. Lo que vamos a proponer es que en la escuela hay que realizar dos tipos de aprendizajes fundamentales, distintos pero vinculados. Por un lado, aprender a desarrollarse como un ser social, relacionándose con los demás, aprendiendo a respetarlos, a cooperar con ellos, y también a competir dentro de las reglas del juego. Este aprendizaje resulta fundamental para convertirse en un buen ciudadano, pero en la escuela actual este primer aspecto está prácticamente ausente y no se trata de manera explícita.

Por otro lado, hay que desarrollar la capacidad para comprender la realidad y desenvolverse en el entorno, tanto respecto a la realidad física y natural, como a la realidad social. El conocimiento de la ciencia constituye una parte importante de este segundo aspecto. Pero en la enseñanza básica el objetivo no tiene que ser aprender las ciencias sino entender la realidad, y esto constituye también un cambio fundamental de enfoque en la orientación del trabajo escolar.

Para conseguir estos aprendizajes resulta preciso promover cambios en la organización social de la escuela, en la manera de aprender, y en las relaciones de escuela con la comunidad. Sobre todos los aspectos se han realizado experiencias muy interesantes desde hace más de 100 años, algunas integradas en los movimientos que se denominaron la Escuela nueva o la Escuela activa. Conviene recordar las experiencias de Dewey, Montessori, Decroly, Kerschensteiner, Claparède, Neill, Freinet, y tantos otros que no sólo teorizaron de manera original sobre cómo debe ser la educación, sino que pusieron en marcha escuelas que han funcionado de una manera distinta. Lo que sucede es que esas innovaciones, esas experiencias, nunca se han generalizado.

Pero hay dos aspectos que conviene considerar: por una parte que las modificaciones, las innovaciones, no se pueden introducir solas, aisladas, sino que tienen que constituir un conjunto. Una nueva escuela tiene que ser un coctel de todas las innovaciones que se han ido estableciendo en las proporciones justas. Y las proporciones de los ingredientes dependen de las características del medio, de las características de la escuela a la que nos estamos refiriendo.

En este libro lo que se propone es la introducción de un conjunto de cambios en la escuela con el fin de contribuir a proporcionar una educación más adecuada para la formación de ciudadanos que viven en una sociedad democrática en el siglo XXI.

Esos cambios afectan fundamentalmente a los maestros, que son los que pueden llevarlos a la práctica. Para ello tienen que abandonar las prácticas autoritarias, adquirir confianza en su trabajo para que puedan promover las iniciativas de sus alumnos, para que tengan autonomía para trabajar. Esto tiene que hacerse dentro de un proceso generalizado de descentralización educativa.

Las ideas que presentamos aquí son una prolongación y elaboración de las que uno de nosotros ha expuesto en libros anteriores (Delval, 1983, 2000, 2002, 2006) y en numerosos artículos, pero se incorporan una serie de asuntos nuevos que nos parecen importantes. Hemos tenido la oportunidad de presentar estas ideas a numerosos grupos de profesores de diferentes países, en conferencias, seminarios, cursos, talleres y otras reuniones. Tenemos que agradecer las preguntas, comentarios y discusiones de los participantes en esas actividades, lo cual nos ha ayudado considerablemente a precisar las propuestas.