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 EL PAISAJE EN EL ESPEJO

 

  

El tisbita

 

 

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Impreso en España

 

Editado por Bubok Publishing S.L.

Prólogo de la obra: El paisaje en el espejo

Graciela Reveco Manzano

Escritora-Crítica Literaria-Coordinadora de Talleres Literarios

 

 

Cuando Eduardo Reyes Cortez solicitó mi ayuda para armar su obra, y que, además, luego la prologara, descubrí la misma analogía entusiasta, y a la vez suspicaz, de todo autor que se inicia y siente la necesidad de que su pensamiento encuentre un camino de luz y de verdadera proyección, no obstante, dentro de esta simetría, pude apreciar una visión diferente. Eduardo se impone dejar en el lector un mensaje significativo, que no escapa al ser humano corriente, y para llegar a ese objetivo utiliza, como es lógico, todos los elementos ficticios que requiere la transformación de la realidad para que resulte creíble. En consecuencia, es ficción pero dotado de un efecto humano-reparador.

Mi primera intención es dejar un comentario breve y comprometido. Involucrarme desata la emoción de dar continuidad a mis talleres literarios, renovar la energía y acompañar a quienes buscan un espacio en las letras emergentes. Debo decir que veo reflejado en “El Paisaje en el espejo” todas las expectativas que nacen en cada uno de los integrantes del taller cuando reclaman conocimiento de los géneros y los recursos de inspiración. Nos encontramos aquí con la puerta de entrada a un territorio que requiere mucho esfuerzo, pero que es gratificante en todas sus etapas.

Siempre insisto en que escribir todos los días y apoyar con la lectura es una forma de convertirse en el autor de creaciones admisibles. Escribir debe constituirse en un trabajo placentero y cotidiano, leer con asiduidad es un certero aliado hacia el aprendizaje, y cuando ambas frecuencias colisionan con la creatividad natural, estallan las ideas y nace una obra. En otras palabras, no se debe esperar un milagro sobre el talento, que llega espontáneo luego del ejercicio constante, ni esperar que las musas hagan su visita en “invierno”, es necesario escribir, leer y escribir los trescientos sesenta y cinco días del año. Eduardo ha abordado esta inspiración creativa y de ese modo hoy nos enfrenta a una historia a la que le seguirán otras con el mismo entusiasmo.

El Paisaje en el espejo produce diversas sensaciones, deviene como algo más que pequeñas olas en un mar tranquilo, pues hay una tormenta interior en el tema y en la profundidad espiritual de los personajes, hay una realidad fantástica que juega constantemente con las pretensiones idealistas del protagonista. Para lograr que este efecto ejerza alguna suerte de impacto, el autor hace uso del recurso de lo maravilloso y lo fantástico, elementos que son diferentes a la hora de clasificarlos como condicionantes de la acción principal. Lo maravilloso, es importante aclararlo, es un referente de las historias de hadas, constituidas por meras fantasías. Lo fantástico es el género de ficción donde las principales características del argumento son imaginarias e irreales, pero permanecen en una zona de ambivalencia entre lo racional y lo sobrenatural, tal como lo afirma el escritor francés Guy de Maupassant, que realizó una suerte de esbozo de lo que luego sería la definición proba del filósofo e historiador búlgaro Tzvetan Tódorov. Lo fantástico se distingue por su oposición a lo maravilloso y a lo insólito, pues contiene rasgos racionales que lo hacen creíble, y se caracteriza precisamente porque no respeta las leyes que comandan el mundo real.

El contexto general de la historia se extiende sobre un hilo temático armónico, la fabulación está centrada en la acción y la psicología del personaje, y todos sus elementos dejan una libre valoración al lector. El espacio y los tiempos están vinculados a la vida del campo, a los sucesos posibles dentro de una comunidad pequeña, a alguna profecía y otros elementos donde el amor y la fortaleza espiritual están ligados para que el cuerpo pueda responder a una necesidad básica y saludable. Y como corolario, el atractivo no culmina en el punto final, sino que deja abierta una brecha que sugiere continuidad.

En resumen, estamos frente a una literatura emocional y fantástica, intimista en grado mayor, tal vez producto del impacto de algún hecho real, de algún miedo, de algún recuerdo, que el autor traslada a la historia. Provoca atención, sorpresa y necesidad de leer el libro en un solo tirón, porque así lo permite la brevedad de su extensión, con un lenguaje despejado y sin más aditamento que la imaginación del lector.

© Graciela Reveco Manzano

Agradecimientos

En primer lugar quiero agradecer la colaboración que recibí cuando este libro era solo un sueño pero sin embargo ella creyó en el, sin leerlo siquiera. Muchas puertas había tocado y todas se habían cerrado, pero ella, con entusiasmo me empujo a seguir con este sueño.

Hoy se ha hecho realidad después de mucho trabajo, idas y vueltas, la vida probando la fe, pero ya está todo listo!!!!!!! para compartir con todos.

Gracias Assunta María Padovan

 

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A mis dos amores, que decirles más que gracias, por haberme escuchado una y mil veces los relatos de este libro, cuando me corregía o cambiaba algo, cuando las llamaba para leerles las páginas escritas, gracias por su paciencia y comprensión y el apoyo incondicional para que este libro viera la luz.

Gracias a mi ayuda idónea Gaby

Y a mi bella Gabita

 

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1

No lo podía creer, de nuevo en ese lugar.

La casa de fin de semana, donde lo llevaban cuando era chico a visitar al abuelo, ahora le pertenecía por herencia. La quiso cambiar por un auto, también viejo, que le había tocado a uno de sus primos, pero no pudo.

Miró toda la propiedad, el lugar era grande, tenía una pileta o piscina, que en verdad estaba en buen estado.

Una pregunta le taladraba la cabeza: ¿Qué haría con todo eso?

Recorrió el interior de la casa, como buscando algo, un no sé qué, algo que lo inspirara, pero solo le traía recuerdo de las reuniones familiares que allí se hacían, cuando era el cumpleaños de los abuelos o para las fiestas de fin de año.

Miraba como perdido la galería y se veía corriendo con sus primos, jugando inocentemente; en verdad esa infancia fue muy inocente, tan encerrado en sus sueños, en los personajes de la historietas que dibujaba, que no le dejaba tiempo para mirar de otra manera el entorno. Un día era el bucanero Dastan, otro día el turco Mhuseinka, que rescataba a su princesa, o Pinino Más, un delantero goleador de un equipo de fútbol. Otro día conversaba con los árboles, les comentaba lo que le pasaba y lo que no entendía de los mayores. O reía con las hormigas, tirado en el pasto boca abajo, desarmando la marcha ordenada hacia el hormiguero.

Le parecieron tan lejanos esos días, esa inocencia…

La noche había comenzado a dibujar figuras desordenadas por la galería y se dijo que dormiría como dueño en ese lugar. Encendió las luces de la galería y las sombras se proyectaron más allá, hasta el árbol grande, cerca de la piscina.

Entró en la casa y encendió las luces, y así, todo iluminado, le recordó cuando llegaban de visita. Y casi le parecía oír las risas de los chicos y la voz de los mayores ordenando silencio.

Se sentó en un sillón frente a una pantalla grande de televisión; un LCD que adquirió uno de sus primos para el abuelo, pero en realidad fue porque él mismo quería que hubiese uno grande y en consecuencia quedar como el más diligente de todos. Buscó algo para ver. Cabeceó varias veces y pensó en ir a dormir, pero tenía hambre.

“¿Habrá algo de comer en esta casa?”

Fue hasta la cocina, buscó en la heladera, pero nada. Recordó que su abuela acostumbraba a guardar en la despensa algunas latas. Se hizo un festín inesperado, encontró de todo y lo llevó en una bandeja hasta la mesita frente al televisor; se sentía como si hubiera salido a cazar y haber vuelto victorioso. Comió tranquilo y contento. Luego decidió ir a dormir.

Un ruido en la galería lo hizo salir.

“¿Qué habrá sido?”

Fue como si algo se hubiera movido o estremecido. Miró con detenimiento sin trasponer el marco de la puerta, agudizó la mirada y solo encontró a Merlín, el perro de la casa, que lo observaba invitándolo a jugar. Le sonrió y cerró la puerta. Si el perro no ladró, no sería nada malo. Y se fue a dormir. Fue a la cama que usaba cuando visitaba al abuelo. Durmió profundamente.

2

Se despertó con los ladridos de Merlín, que jugaba con los pájaros en el jardín. Corrió las cortinas; lo esperaba un día hermoso. Se llenó de entusiasmo y se puso ropa deportiva pensando que habría mucho que hacer en esa casa.

Fue hasta la cocina, encendió la hornalla, puso la tetera con agua para tomar un café. Iría hasta el almacén cercano para comprar algo de pan casero; ya se sentía el aroma entrar por la ventana. Subió al auto y salió. El almacén no estaba lejos, a menos de cuatrocientos metros de la casa. Entró, y la chica que atendía salió a su encuentro.

-Buen día -saludó en tono amistoso.

-Buenas -respondió mirándola, queriendo reconocer a la chica… pero, no -Pan casero, por favor.

-¿Cuántos quiere?

-Para no escapar al aroma que vengo sintiendo, deme cuatro.

-Ella rió -los puso en una bolsa y se los dio.

-¿Eres nuevo por acá?

-Sí y no. Mi abuelo me dejó la casa.

-¿Tu abuelo?

-Sí, Don Justo.

-Ah, sí, lo siento mucho, realmente era muy buen vecino.

-Gracias, ¿cuánto te debo?

-Solo diez pesos.

-Aquí tienes, gracias –dio la vuelta y salió.

Cuando iba llegando a la casa, recordó que había dejado la tetera en el fuego y se apresuró. Entró corriendo. La cocina estaba apagada y el agua hervía. Algo no estaba bien, pero levantó los hombros y se dispuso a tomar un rico cafecito, acompañado del pan casero aún caliente, y miró la bolsa de papel que encerraba su perdición. El pan le fascinaba desde pequeño, siempre estaba comiendo pan, y ahora estaba allí, en esa casa a la que siempre visitaba y donde no lo dejaban comer demasiado, porque eran como doce niños y él nos les dejaba nada.

Sacó a la galería una mesita con mantel, llevó la taza grande, la que usaba el abuelo, llena de café, y en una panera pequeña, el pan. La miró y sonrió como diciendo:

“Me vengaré ahora, lo comeré todo”

Disfrutó del silencio. Merlín lo miraba echado en el pasto, frente a él. Le tiró algo de pan, que comió gustoso. Se dejó invadir por el relax que le proponía el lugar. Luego, pensó en lavar lo que usó en la noche, de lo contrario todo se convertiría en una selva de trastos sucios.

¿Qué haría con esa herencia? ¿Y si lo vendiera? ¿Cuánto le darían? Con esas preguntas en la cabeza, comenzó a levantar todo lo que había dejado arriba de la mesa, le tiró al perro lo poco que le quedaba de pan y fue hasta la cocina.

Miró extrañado, pues, tras el cansancio, no recordaba haber lavado la noche anterior lo que usó.

“Wow, hasta yo me sorprendo de lo ordenado que soy” -y lavó lo que había usado para tomar el café.

“Ya sé, pensó, llamaré a Gerardo, él sabe mucho de propiedades”

No lo encontró en la oficina y no contestaba el celular. Le dejó un mensaje.

Recorrió toda la propiedad.

“El frente mide unos… tranquilamente doscientos metros y de largo serán…”

Se detuvo un segundo para intentar distinguir el final de la propiedad, siguió y cuando llegó al alambrado pensó con asombró:

“¡¡¡Como unos quinientos metros!!! ¿Qué voy a hacer con esto?”

Había árboles frutales, y una cantidad de diferentes plantas y de flores, que para hacer honor a la verdad nunca supo que allí existían. Lo único que recordaba era la piscina. Las siestas allí, en el agua, con sus primos. El humo del asado que lo hombres mayores hacían mientras conversaban de cosas aburridas, como de política, por ejemplo, y de cuando a veces levantaban la voz y el abuelo les hacía recordar que ‘en esta casa ni de religión ni de política se habla’. Y volvía la alegría y la amistad. Amistad que duró hasta que el abuelo murió. Unos se alejaron porque no les dejaron nada. Y otros porque no le gustó lo que le dejaron.

“Bueno, yo quise cambiar esta propiedad por el auto de mi primo, y él no quiso”

Volvió a la casa. Todo estaba en orden. Miró el piso reluciente, como si lo acabaran de limpiar. No era lógico porque la casa estuvo cerrada medio año, pero no le pareció raro, o no lo advirtió, porque él nunca fue bueno para esos menesteres. Siempre hubo gente que hacía las cosas. No obstante, dentro de él supo que algo no estaba bien.

Se tomaría un tiempo para decidir qué haría, no debía apresurarse. Tenía un poco de dinero en el banco, y calculando con lo que había en la piecita de las mercaderías, supo que lo pasaría bien por unos cuantos días.

Al mediodía se hizo unos fideos con tuco y comió otro de los panes; estaba riquísimo. A la noche se comería una carne al horno. Durmió una siesta que, más que siesta, fue un desquite por todo lo que no había dormido durante largo tiempo. Pensó que ese lugar le curaría la falta de descanso que siempre lo perseguía.

3

Cuando despertó, el atardecer cedía terreno rápidamente a las sombras de la noche que se anunciaba. Como una guerra sin fin entre las sombras y la luz, así se imaginaba esas escenas que había aprendido a distinguir desde que llegó a la casa. En el cielo, las nubes se vestían de diferentes colores, como una competencia de belleza, por un momento eran de color ladrillo, en otros con tonalidades de luz intensa y amarillo. Las formas de las nubes eran para fotografiarlas, no podía dejar de adivinar un pato, una flor, un camello, una ballena.

Los grillos comenzaban las serenatas nocturnas. Pensó que no vendrían mal unas luces en el jardín. Pues eso le daría más visibilidad por si alguien se colaba por la propiedad. Merlín, siempre estuvo a su lado, caminado y escuchándolo como si fuera un fiel secretario, apuntando con sus orejas tiesas todo lo que a él se le ocurría.

La luz de la galería, una vez más, mantenía a raya a las sombras hasta cerca de la piscina. Esto le traía el recuerdo de cuando era niño y quería bañarse de noche, y no lo dejaban ni a él, ni a sus primos. Una noche de luna llena, el mayor de ellos se metió con la novia. Con sus primos más chicos, espiaban detrás de los arbustos esperando que se besaran, hasta que las risitas hacían que los descubrieran. El joven gritaba para que se fueran y ellos corrían a esconderse dentro de la casa.

Se detuvo al entrar en la cocina, se había olvidado de comprar la carne para la cena.

“Bueno, no importa abriré una lata de sardinas”

Ingresó en la despensa, sacó dos latas y cuando iba saliendo, una escoba que estaba apoyada en un armario cubierto con una sábana, cayó al suelo, asustándolo. La levantó y le llamó la atención lo que había debajo de la sábana rayada. La sacó de un tirón y descubrió un enorme freezer conectado al tomacorriente.

“Anoche no lo noté”

Levantó la tapa. La sorpresa fue grande, había bastante carne, de los cortes que quisiera. Se sintió feliz, pues pasaría largo tiempo recurriendo solamente a la despensa. Como un fogonazo, pensó en lo que quedaba en el banco: unos tres mil pesos, más o menos.

“La verdad, sería mucho más tranquilizante que hubiera unos seis ó siete mil, pero veré después cómo me las arreglo”

Contento, sacó un buen trozo de carne y pensó que comería en la galería y que bien merecido tenía compartir con Merlín, pues no lo había dejado solo ni un instante desde que llegó. Descongeló la carne en el microondas. Abrió una lata de jardinera. Aliñó la carne y la metió en el horno. Cuando sacó la mesa ya estaba Merlín moviendo la cola, como si supiera que él también iba a ser parte del festín.

“¡Qué deliciosa carne comimos bajo la noche espectacular! Los grillos y las luciérnagas brindaron un buen espectáculo, ¡qué bien la estoy pasando! Es un lugar único, y pensar que lo quise cambiar por un auto viejo”

Al recordarlo, sonrió sintiéndose culpable, pero feliz. Estiró las piernas por debajo de la mesa, puso las manos en la nuca y en tono reflexivo, pensó:

“Qué voy a hacer con todo esto, no tengo ni la menor idea, pues… trabajar, tengo que trabajar. ¿En el pueblo habrá algo para mí? Mañana iré al banco, veré cuánto es lo que realmente me queda, daré una vuelta y miraré si alguna oficina necesita de mi ayuda, no sé qué voy a hacer”

Miró a Merlín que, contento, lo invitaba a jugar.

-Vos sí que la pasas bien, eh, pero decime: ¿Cómo te mantuviste desde que murió el abuelo? ¿Salías a cazar de noche? –y le tiró el último pedazo de carne que quedaba.

Amontonó los platos y la bandeja en la pileta de la cocina y decididamente fue a acostarse. Ni siquiera pensó en ver una película. Cuando iba a subir la escalera en busca del dormitorio, un ruido le llamó la atención, como si algo se hubiera movido o estremecido. Se asomó y encontró a Merlín nuevamente invitándolo a jugar.

-Está visto que debo acostumbrarme a tus ruidos, Merlín, cuida la casa perrito ¿sí? -sin decir más, cerró la puerta.

Merlín captó la orden y se echó en la entrada, su mirada aguda parecía decir: ‘solo pasarán sobre mi cadáver’.

4

Durmió hasta casi las ocho de la mañana, se despertó entero, con el ánimo suelto, entusiasmado. Quiso recordar el sueño, pero no pudo, no obstante estaba contento.

“Un cafecito no vendría mal, pero lo tomaré en el pueblo y compraré más pan”

Cuando salía, se volvió sobre sus pasos y fue a la cocina. Para su asombro, nada estaba desordenado. Los platos estaban es su lugar, la bandeja como si no la hubiera usado. Se le aceleró el corazón.

“Algo no está bien aquí -pero luego alejó la incertidumbre- los habré lavado y no me acuerdo, qué aplicado que soy y ni sabía”

Dio una vuelta por el pueblo con su auto, miró la marca de la nafta: estaba completo, no podía ser. Lo golpeó para que mostrara lo real, pero nada.

“Llegué hasta acá, y desde casa de mis padres son unos setecientos kilómetros, no sé qué pasa, o qué me está pasando en la cabeza”

Convencido de que el marcador lo engañaba, fue a una estación de servicios y pidió que le completaran el tanque. Grande fue su sorpresa cuando el muchacho le dijo:

-¡Don, lo tiene lleno!

Asombrado, pidió disculpas y se fue hasta el banco. No quería pensar. Solicitó el saldo de la cuenta. Tenía seis mil quinientos pesos.

“Wow, re wow, no puede ser”.

Pidió a la señorita de atención al cliente que le explicara, a través del movimiento de la cuenta, el origen de la suma, pero… ¿cómo podría saberlo ella? No tenía sentido lo que estaba solicitando.

-Señor, lo que pasa es que desde que usted depositó en nuestro banco, por una falla en el sistema, no se le acreditaron los intereses correspondientes, le pedimos disculpas.

De todos modos, por la expresión de su rostro, adivinó que la respuesta tampoco a ella la convenció demasiado, los intereses sobre una caja de ahorro nunca fueron relevantes, pero lo dejó ahí. Salió casi mareado.

“Algo raro está pasando en mi vida”

Fue hasta el café que estaba al lado de la comisaría, entró, buscó una mesa y se sentó. Acudió un hombre mayor a levantar el pedido.

-Un café chico con galletas, por favor.

Se lo acercó una muchacha joven que le sonreía.

-¿Tienes una hermana que trabaja en una panadería? –le preguntó.

Ella respondió con alegría.

–Ya conoció a Catherine, sí, es mi hermana, todos dicen que somos muy parecidas.

-Sí, así es, la conocí ayer, cuando compré pan.

-Me comentó que el nieto de Don Justo había ido al negocio. Bienvenido al pueblo.

-Gracias, tu nombre es…

-Claudia –respondió, con la misma animosidad alegre de Catherine.

Tomó el café y salió. Buscó el auto y se encaminó a su casa, pero antes pasó a comprar el pan. Solicitó cuatro piezas, le dijo que había estado en el café que trabajaba su hermana y ella sonrió tímidamente. Desde entonces, una cosquilla en el estómago no lo dejó tranquilo, era como un aviso de que algo iba a suceder. Nunca había sentido lo que estaba sintiendo desde que llegó a la casa. Ya no era el mismo Tony, como si algo hubiera cambiado o estuviera cambiando, no se daba cuenta qué, ni cómo, pero sabía que algo sucedía, lo sentía en lo más profundo de su ser.

Dejó el auto y, apenas pisó el pasto, apareció Merlín dispuesto a jugar.

-Hola amigo -le dijo, y eso lo volvió loco; corría por todos lados haciendo miles de piruetas, como si hubiera conseguido el público que estaba buscando.

-Pará, loco -le dijo, y le acarició el pelaje, era un perro hermoso, muy bien cuidado, de una raza indefinida, guardián y amigable, al menos habían congeniado desde el principio.

Fue a la habitación, buscó la notebook, a pesar de que había decidido no hacerlo, pues deseaba dejar atrás la vida del chat, del face, del twitter, pero algo no funcionaba y quería saber.

Salió a la galería, se sentó y trató de ver si tenía algo de señal que lo conectara con Internet, pero nada. Mejor así, de lo contrario volvería a la histeria de los mensajes y no lo deseaba. Cuando regresara al pueblo buscaría conectarse, por ahora no tendría Internet. En el intento de enfundar la notebook en el maletín, tuvo un fogonazo del sueño experimentado durante el descanso, a raíz del cual se había despertado tan contento. Miró la galería y recordó que en el sueño había visto mucha gente que estaba en el césped, en la pileta, gente con un ánimo tranquilo, y cómo eran servidos por unos mozos de casaca celeste y de rostro amigable.

“Ya sé, voy a dar una fiesta con mis amigos para festejar lo que me dejaron de herencia y así, en una de ésas, encuentro quién la quiera comprar”

Con esa idea comenzó a preparar unos bifes de costilla con puré. Y no dejó de hacerle uno a Merlín. Comió con una tranquilidad que no podía creer. Siempre le había escapado a esa casa y ahora ella le brindaba algo que nunca pensó.

Fue a dormir la siesta. Y tenía la sensación de que los pájaros cantaban más bajo para que pudiera descansar. Se durmió con la idea de haber interpretado bien el sueño de su alegría.

Cuando se levantó, el reloj marcaba las cinco de la tarde. Fue hasta el patio y en compañía de Merlín recorrió toda la propiedad. Quería poner unos postes de luz que vendrían bien para la fiesta. Fue hasta el pueblo y le comentó la idea al ferretero, éste le ofreció unas cañas con mecheros y le pareció magnífico.

-¿Tú eres el nieto de Don Justo?

-Sí -respondió.

-Sabes, él siempre habló de vos, de que vendrías a vivir a la casa. Es más, nos pidió que te apoyáramos.

-Ja, ja -rió nervioso.

-¿Ya conociste a mi hija Catherine, que trabaja en la panadería?

-Sí, la conocí, es muy simpática.

-Y tengo otra hija que se llama Claudia y trabaja en la cafetería.

-Sí, también la conocí.

-Oh, qué bien.

-Bueno, le agradezco –dijo, y salió.

Se sintió acorralado. Se dirigió al banco, sacó plata para los gastos y volvió a la casa. Entró, cerró la puerta, pero cuando iba a subir a su habitación volvió sobre sus pasos. Miró hacia afuera y allí estaba Merlín contento de verlo, esperando un saludo. Corrió la cortina, movió la mano y el perro saltó de alegría. Subió, se tiró a la cama y empezó a armar todo en su cabeza. ¿Cómo sabía su abuelo que estaría allí en la casa, si murió sin saber que estaba despedido de su empleo? No entendía nada. Miró el cielorraso sin más ideas claras, tomó el teléfono y comenzó a llamar a sus amigos; nadie contestaba, y si respondía el contestador, dejaba un mensaje.

Cuando despertó, al día siguiente, eran casi las cuatro de la tarde.

“¡Cómo he dormido!”

Bajó a tomar algo fresco, pero recordó que no había comprado nada.

“Bueno, al menos habrá hielo”

Al abrir el refrigerador, descubrió con sorpresa que había un grupo de latas y botellas de gaseosas, de la marca que le gustaba. Cerró la puerta y quiso recordar si ya las había visto, si siempre estuvieron allí. No sabía. Con una lata en la mano, se sentó en el sillón frente al televisor, pero no lo encendió. Estuvo un rato, mirando sin mirar la pantalla, y se fue quedando dormido. Despertó sobresaltado con el timbre del teléfono. Era Gerardo, que lo amonestaba por no haberlo llamado.

-Te dejé un mensaje, hombre.

-No me dejaste nada, pero dime: ¿cómo van tus cosas?

-Bien, la casa es bellísima, más de lo que me acordaba. Es más, me gustaría que vinieras.

-Dale, voy este viernes y me quedo hasta el domingo, voy con mi novia, puede ser, ¿no?

-Pues sí, hombre, ¿cómo no?

-¿Y tú? ¿Ya tienes algo por allí o quieres que te lleve a tu antiguo amor, que anda rondando por todos los lugares, buscándote?

-No, gracias, ya tengo compañía por acá, no te preocupes por nada.

-Bien amigo, de todos modos la chica creo que ya encontró reemplazo, ja, ja, ja, nos vemos, llegaré temprano.

Cuando colgó, quedó pensativo, no le importaba para nada su antigua novia, pero tampoco tenía a nadie por ahí, sobre todo en fin de semana. Se le ocurrían ideas que lo desconcertaban. Salió a la galería y buscó la compañía de Merlín, que llegaba con una rama en el hocico para que él la tirara, y así jugar un poco. No estuvo mucho tiempo con el perro, quería relajarse.

Pasaron varias horas, hasta que la eterna lucha entre la luz y la sombra le anunció el fin del día. Frente al televisor, encendido solo para distraerse, se quedó dormido.

5

Lo despertó, como todas las mañanas, el canto de los pájaros y los ladridos del perro que los corría jugando infantilmente. Bajó de la cama.

“Es como si un grupo de amigos se despiertan solo para ir a jugar, así los veo ahora, y es maravilloso contemplarlos”

Se metió en el baño y, cuando se lavaba los dientes, recordó que se había quedado dormido en el sillón. No había nada en su cabeza de cómo llegó a la cama. Su mente comenzaba a tener elementos para relacionar, pero aún no podía verlos.

“Va a ser bueno que venga Gerardo”

Un fuerte sacudón lo sacó de sus pensamientos.

“¿Qué habrá sido? ¿Alguna camioneta?”

Se vistió y bajó. Miró hacia afuera y solo estaba el perro jugando con los pájaros. Sintió otro estremecimiento más claro, pues estaba atento; eran los mismos que las noches anteriores. Abrió la puerta y Merlín llegó a su encuentro, se agachó y mientras lo acariciaba, sus ojos buscaron de dónde venía ese extraño vibrar. Nada a la vista, pero la sensación en el estómago volvía a ponerlo alerta y agudizó los ojos, necesitaba descubrir cualquier detalle que generara la vibración, pero nada. Nada de nada.

Sus ojos se pasearon por la galería y vio algo en lo que antes no había prestado atención. Más o menos a la mitad, había algo sobre el recubrimiento que sobresalía. Se acercó y vio un gran rectángulo de panel puesto sobre la madera.

“¿Qué raro, no?” -y con los dedos trató de despegar la lámina que él creía había sido puesta ahí de ex profeso, pero no pudo.

-Una barreta o un buen martillo, con la parte con la que se sacan los clavos, sí, eso me servirá –dijo en voz alta, y se sintió un poco extraño, pues solo el perro lo acompañaba. No, no solo el perro, también los pájaros posados en una rama.

Fue hasta la cocina, buscó debajo de la pileta y encontró todo lo que necesitaba. Volvió resuelto a descubrir qué había ahí. Con la barreta hizo palanca y al instante se descolgó un panel rectangular de alrededor de dos metros cincuenta por uno de ancho. Era un espejo singular, majestuoso, a pesar de que estaba lleno de polvo. Lo limpió con su pañuelo. Le impresionó la claridad que reflejaba, era como si realmente se manifestara lo que aparecía, como… no sabía qué, no podía definirlo. Lo contempló extasiado, devolvía su imagen pero de una manera diferente. ¿Por qué estaría allí ese espejo? ¿Por qué fue cubierto por esa madera? Decidido, le acercó una reposera y una mesa ratona; ése sería el lugar para reunirse. Cada vez, la casa le resultaba más acogedora, pues se amoldaba perfectamente a ella.

“Mañana viene Gerardo y no he preparado nada, pero todavía hay tiempo” –y con una luz de picardía en su interior, pensó- “¿y si digo en voz alta que por la mañana temprano cortaré el pasto y amontonaré en la entrada todo lo que saque?”

-Bueno –sonrió iluso- mañana tendré que cortar el pasto y amontonaré lo que saque en la entrada, voy a dejar al descubierto todas esas hermosas flores que hay en este lugar, para que lo perfumen todo.

Merlín lo miraba como diciendo ‘¿vas a trabajar?’ Acarició la cabeza del perro y fue a preparar algo para la cena. Pizzas para él y para Merlín un buen bife de costilla.

Cenó cerca del espejo. Mientras comía, se sintió observado, y no era Merlín, pues estaba ocupado en la batalla de sacar toda la carne del hueso. Miró distraídamente y vio un movimiento ‘dentro’ del espejo. Se levantó despacio, lo tocó, pero nada.

“Me habrá parecido”

Merlín, que se detuvo un instante, volvió a su hueso.

Había puesto más luz en la galería y se veía mejor todo el parque que rodeaba la casa.

“Mañana tendré compañía”

Levantó todo, lo llevó a la cocina y lo dejó, como siempre, en la pileta y cuando se disponía a ir al patio, para terminar de recoger las cosas, vio nuevamente un leve movimiento en el espejo. Sí, ‘dentro’ del espejo. Rápidamente, se paró delante de él y nada. De pronto, algo comenzó a escribirse en el vidrio, desde la parte superior al centro, como cuando alguien escribe sobre vapor, y decía: conserva limpio tu corazón. Un calor extraño comenzó a subir por su cuerpo mientras la escritura se evaporaba. Lamentó no tener el celular a mano para sacarle una foto. Mientras se esfumaban las letras, vio que detrás aparecía un hermoso paisaje. Era una playa de arena rubia, las palmeras dibujaban curvas casi caprichosas, el cielo estaba celeste, limpio, sin nubes y el murmullo de las olas tranquilas semejaba una música de fondo. Era como una filmación en el espejo. Se refregó los ojos, volvió a mirar y finalmente se vio asimismo con cara de asombro. ¿Qué había pasado?

Merlín lo observaba casi con una sonrisa perruna. Dejó todo ahí, acarició nuevamente la cabeza del animal y se fue a dormir. Merlín se echó a la entrada como lo haría un guardián de palacio.