Portada: El caballero ha muerto. Cees Nooteboom
Portadilla: El caballero ha muerto. Cees Nooteboom

Créditos

Edición en formato digital: noviembre de 2015

 

Título original: De ridder is gestorven

En cubierta: ilustración de Max Neumann

Diseño gráfico: Ediciones Siruela

© Cees Nooteboom, 2015

© Del prólogo, Connie Palmen, 2009

© De la traducción, Isabel-Clara Lorda Vidal

© Ediciones Siruela, S. A., 2015

 

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

 

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

 

ISBN: 978-84-16638-12-3

 

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

Prólogo

 

EL CABALLERO HA MUERTO

Cita

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Notas

Morir y empezar de nuevo
El caballero ha muerto
de Cees Nooteboom

No se puede matar a un personaje de ficción, aunque a veces a uno le gustaría hacerlo. Bien protegido de la realidad cambiante, encerrado entre las cubiertas de un libro, el personaje queda fijado para la eternidad. Vuelve a vivir en cuanto un lector lo devuelve a la vida. Hasta el final de los tiempos, en cualquier parte del mundo, Edipo se arrancará los ojos, Anna Karénina se tirará a las vías del tren, Samsa se despertará en forma de insecto repugnante y Philip irá en busca de esa chica en particular. Una vez creado, el personaje ya no es propiedad del autor, sino del lector. El autor se aparta y tiene que ver, impotente, cómo sus personajes son amados, difamados, comprendidos o malinterpretados. Con cada creación nace la impotencia de una muerte.

¿Qué hacer si uno ya no es o no quiere ser el escritor y la persona que fue? Como Virginia Woolf, puedes llenarte los bolsillos de piedras, meterte en el agua y ahogarte. O como Jerzy Kosinski, te tragas un puñado de somníferos, te pones una bolsa de plástico en la cabeza y te asfixias. Y si tienes a mano una escopeta, como Ernest Hemingway, puedes hacerte presa de tu deseo de matar. También puedes escribir una novela en la que dejes que se muera aquel escritor. Eso es lo que hizo Cees Nooteboom en su segunda novela El caballero ha muerto. Él mata en una novela al autor de la primera novela, al escritor que él ya no quiere ser. Lo hace para poder convertirse en el escritor que es ahora, el escritor de Rituales, Una canción del ser y la apariencia, La historia siguiente, El día de todas las almas, Perdido el paraíso.

Es el poder del lector el que hace que él pueda afirmar todo eso con impunidad y puede que suene patético, pero como lectora le agradezco que muera y empiece de nuevo.

El respeto que guardo por El caballero ha muerto coincide con el respeto que tengo por el escritor de una obra impresionante. Si Cees Nooteboom no hubiera pasado por una crisis de escritor, que es el tema de su segunda novela, no se hubiera convertido en el escritor que es ahora. Las novelas Philip y los otros y El caballero ha muerto están fundidas en un abrazo mortal y como en todos los amores imposibles, una no puede vivir sin la otra. Porque como Nooteboom, gracias a Dios, solo asesinó a un escritor en la ficción y continuó viviendo y creando obras, podemos tener una visión global de la historia de su oficio de escritor, en la que El caballero ha muerto está bañada de un mar de silencio. En una visión retrospectiva, los grandes vacíos a lo largo del tiempo son los que ayudan a entender algo de la lucha que Cees Nooteboom mantiene con la literatura. Entre la publicación de la primera y de la segunda novela transcurren ocho años; y entre la segunda y la tercera novela existe un silencio novelesco de diecisiete años. En cuanto al contenido, El caballero ha muerto puede que pese como una losa al libro que le anticipó. En la historia personal de Nooteboom como escritor de novelas, la segunda novela es un grito en el desierto. De los años de silencio que le precede y el silencio aún más duradero que le sigue, la segunda novela es el centro centrífugo. De la misma manera que el tiempo puede estar vacío y un vacío puede convertirse en algo significativo gracias a una novela, El caballero ha muerto es una novela dramática, turbulenta y significativa.

La lucha de la que trata esta novela es una lucha contra la discordia entre lo verdadero y lo falso. Es una resistencia a la entrega y al sacrificio que el arte de novelar exige y la escritura ensayística no: la verdadera escritura, la creación, la invención. La relación compleja entre el escritor y la realidad, el escritor y sus personajes y el escritor que se introduce con dificultad como narrador en un libro y adopta un yo determinado es, en la segunda novela, una lucha a vida o muerte. El recuerdo originario que tiene el escritor de un chico que enfermó cuando este tuvo que ayudar en su primera misa, se convierte en su vida adulta en la lucha de un hombre que no sabe cómo arrodillarse ante el altar de la literatura.

La destrucción del escritor imperfecto, que a la vez es una autodestrucción y un perfeccionamiento, hace de El caballero ha muerto una novela apasionante, y eso es así no solo porque Cees Nooteboom llena de odio al escritor por lo que intenta amar, le infunde un terrible miedo a la soledad, al aislamiento y a la traición que exige toda literatura, sino también porque la novela es testimonio de un coraje heroico. Este coraje tiene que ver tanto con la elección existencial del oficio de escritor como con la elección de la naturaleza de la novela, tal como esta debe ser según los ojos de Cees Nooteboom. El caballero ha muerto es el comienzo de un camino poético que Nooteboom tomará diecisiete años más tarde. El escritor en la novela y el autor de la novela se niegan a seguir las primeras huellas que dejaron con su obra anterior en el paisaje de la literatura, no seguirán los caminos trillados del arte de novelar, sino que hostigarán y desafiarán a la novela e intentarán continuamente ir en búsqueda de sus límites.

A veces se encuentra escondida en un párrafo, a veces concierne a una novela entera y a veces a toda una obra, pero cualquier escritor de relevancia ofrece en algún lugar de su obra una visión de su conflicto con la literatura. El caballero ha muerto es un ejemplo de lo dicho y para quien quiera verlo, todas las novelas de Cees Nooteboom tratan de lo que es ser y de lo que es apariencia. En la segunda novela, el escritor cree que su peor suplicio es su aislamiento, un ojo que intenta convertirse en ser humano. Sin embargo, creo que no se trata de eso. No creo que el ojo de este escritor, órgano de pensamiento magistral, necesitase diecisiete años para convertirse en humano, porque ya era humano desde hacía mucho tiempo. Creo que el ojo necesitó diecisiete años para convertirse en un personaje de ficción, para gestarse como un narrador omnisciente sin parangón en la literatura. Cees Nooteboom necesitó tiempo para prestar su mirada a un personaje inventado, a un narrador que te lleva de la mano, que te introduce en realidades existentes e inventadas y que te hace ver y pensar lo que nunca antes habías visto y pensado. Para poder hacer eso, como escritor tienes que estar dispuesto a tener una muerte segura con cada novela nueva.

 

Ámsterdam, diciembre de 20081

CONNIE PALMEN

EL CABALLERO HA MUERTO

 

... un autre but de l’homme, plus secret sans doute, en quelque sorte illégal: son besoin du Non-achevé... de l’Imperfection... de l’Infériorité... de la Jeunesse...

 

WITOLD GOMBROWICZ, La pornographie

1

Una vida destrozada. Menuda tarea la que me he echado encima: rememorar la vida de mi amigo, el escritor. Aquí a mi lado, sobre esta mesa, están sus papeles. Un inconcebible caos de notas dispersas, poemas a medio acabar, diarios, fragmentos de un libro. Y yo le conocí, lo que no facilita las cosas.

Mi amigo ha muerto y yo me dispongo a llevar a cabo un ardid ridículo: voy a convertirme en el ejecutor de su impostura, pues terminaré el libro que él estaba escribiendo. No necesito inventar una intriga, eso ya lo hizo él. Este libro pretendía ser un libro sobre un escritor que murió. Otro escritor termina el libro del muerto. Un principio simple, como el de la enfermera que aparece en las latas de cacao Droste sosteniendo en la mano un bote en el que figura una enfermera sosteniendo... Heme aquí en la misma situación, con escritores —el mío, el suyo— que se desvanecen en la eternidad y que mueren con escritores pisándoles los talones que terminan sus libros pero que también mueren, y así hasta el infinito.

¿Por qué hago esto? ¿Porque le conocí? Eso no basta. Debe de haber otra razón. Él fue más que su muerte absurda, más que los libros malos, o cuando menos mediocres, que publicó a lo largo de su vida. Voy a intentar culminar el intento de rehabilitación que, al parecer, tenía previsto emprender. Tanto él como yo deberemos aceptar como un mal menor el engaño que resulte de ello. Hablando en sus términos: he decidido «erigirle un monumento sobre su invisible tumba», que ayer, en el cementerio de Barcelona, logré evitar en el último momento.

Deberé tratar mis asuntos con prudencia. Hoy empezaré con la conmemoración del héroe. Así que lo llamaré Nuestro Héroe. André Steenkamp, escritor.

Una vida insignificante, atormentada, pero por los asuntos equivocados, y un único amor, o lo que fuera, que al final, cuando llegó la hora, acabó vaciando esa vida. Examino todos esos papeles que ha dejado: infinitas repeticiones, notas contradictorias, gritos patéticos, documentos de impotencia y, lo que es peor, su incapacidad de comprender todo ello. Su única fuerza fue saber lo que le estaba sucediendo. Desde esa conciencia escribió, o mejor dicho: tomó notas. Nunca llegó a escribir de verdad.

Murió antes de ser escritor o porque debía convertirse en escritor y no lo logró. Al fin y al cabo, eso también es posible. Su caligrafía, siempre fea; su escritura, demasiado atormentada. Y aunque me ha dejado mucho material, no es suficiente. No me quedará más remedio que engañar, que poner mi imaginación al servicio de sus fragmentos vociferantes, completar la historia con aquello que mis dotes de observación (¡mucho más sanas!) descubrieron en él y añadir luego los extractos de las numerosas anécdotas que existen sobre su persona, pues he realizado mis pesquisas. Solo el oportunismo más burdo rendiría un homenaje a una persona así. ¡Cuando pienso en ello! ¡Hasta tendré que escribir «él dijo» y «él pensó»! Mejor hubiera hecho legando sus papeles a otro, a uno de sus diligentes hermanos, para que los publicara dentro de veinte años con referencias biográficas, anotaciones técnicas y notas al pie de página. Sé que me avergonzaré más de una vez de lo que estoy haciendo con él. Pero, con el rigor germánico que temporalmente he adoptado para este propósito, me he propuesto acabar el trabajo. Yo sí lo acabaré. Y ojalá que se levante entonces su tambaleante sombra y que se reconozca y se conmemore a sí mismo, que reúna sus cenizas y se pierda para siempre en el reino de los héroes, en ese territorio fabuloso donde los caballeros cabalgan sin rumbo y cantan a pleno pulmón enfundados en armaduras de cobre que relumbran bajo el sol. Sí, así será.