DROGAS INTELIGENTES

Plantas, nutrientes y fármacos para potenciar el intelecto

 

 

 

 

 

 

 

 

Juan Carlos Ruiz Franco

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

 

Diseño de cubierta: David Carretero

 

© 2005, Juan Carlos Ruiz Franco

Editorial Paidotribo

Consejo de Ciento, 245 bis, 1º 1ª

08011 Barcelona

Tel. 93 323 33 11 – Fax. 93 453 50 33

http://www.paidotribo.com/

E-mail:paidotribo@paidotribo.com

 

Primera edición:

ISBN: 978-84-8019-822-6

Fotocomposición: Editor Service, S.L.

Diagonal, 299 – 08013 Barcelona

Impreso en España por Sagrafic

 

 

 

 

 

Debo expresar mi más sincero agradecimiento
a Yago Gallach Pérez, amigo de Valencia,
por revisar y corregir el original,
y por sus valiosas sugerencias.

 

 

Índice

 

 

 

 

 

 

 

Advertencia

 

 

Prólogo

 

 

Prefacio

 

 

1. Introducción

 

1.1. Competitividad y drogas inteligentes

1.2. Las primeras preguntas

1.3. La mente

1.3.1. Breve historia del concepto de mente

1.4. Hechos probados

1.5. Cuestiones más frecuentes

1.6. Términos y conceptos importantes

1.6.1. La denominación «drogas inteligentes»

1.6.2. El término «nootrópico»

Notas bibliográficas

 

 

2. Eficacia y seguridad de las drogas inteligentes

 

2.1. ¿Son de verdad eficaces estas sustancias?

2.2. ¿Son seguras las drogas inteligentes?

2.3. Las drogas oficiales

2.3.1. Neurolépticos

2.3.2. Benzodiacepinas

2.3.3. Antidepresivos

 

 

3. Neurotransmisores y aminoácidos

 

3.1. ¿Qué son los neurotransmisores?

3.1.1. La hipótesis aminérgica y los psicofármacos

3.2. Aminoácidos precursores de los neurotransmisores

Notas bibliográficas

 

 

4. Historia de las drogas inteligentes

 

4.1. Introducción

4.2. Historia de las drogas clásicas

4.2.1. Opio

4.2.2. Plantas estimulantes

a) Café

b) Té

c) Cacao

d) Hoja de coca

e) Tabaco

f) Efedra

g) Otras plantas estimulantes

4.2.3. Cannabis y derivados

4.2.4. Aldous Huxley y la mescalina

4.3. Las drogas modernas

4.3.1. Anfetaminas

4.3.2. Freud y la cocaína

4.4. Las drogas inteligentes de nuestra era

4.4.1. Las vitaminas

4.4.2. Las primeras drogas inteligentes

a) Dihidroergotoxina

b) Antioxidantes

c) Piracetam

d) Linus Pauling

4.4.3. Panorama actual

Notas bibliográficas del capítulo 4

 

 

5. Vademécum de drogas inteligentes

 

5.1. Sustancias tranquilizantes

5.1.1 Plantas y nutrientes tranquilizantes

5.1.2. Vitaminas y minerales tranquilizantes

5.1.3. Aminoácidos tranquilizantes

5.1.4. Sustancias de síntesis y/o más potentes

5.2. Sustancias estimulantes

5.2.1. Plantas y nutrientes estimulantes

5.2.2. Vitaminas y minerales estimulantes

5.2.3. Aminoácidos estimulantes

5.2.4. Sustancias estimulantes más potentes y/o de síntesis

5.3. Potenciadores cognitivos

5.3.1. Nutrientes y plantas

5.3.2. Vitaminas y minerales

5.3.3. Aminoácidos

5.3.4. Potenciadores cognitivos más potentes y/o de síntesis

Notas bibliográficas del capítulo 5

 

 

6. Miscelánea de sustancias y productos

 

6.1. Vitaminas

6.1.1. Vitamina A

6.1.2. Vitaminas del complejo B

6.1.3. Vitamina C (ácido ascórbico)

6.1.4. Vitamina D (colecalciferol)

6.1.5. Vitamina E (tocoferol)

6.1.6. Otras vitaminas

6.2. Minerales y oligoelementos

6.3. Lista de sustancias y productos varios

 

 

7. Dietética

 

7.1. Los principios alimenticios

7.2. El índice glucémico

7.3. Proteínas y grasas

7.4. Las comidas

Notas bibliográficas del capítulo 7

 

 

8. Testimonio: entrevista al dueño de una smart shop

 

 

9. Glosario de términos

 

 

10. Índice alfabético

 

 

Advertencia

 

 

 

 

 

 

Esta obra, así como todo su contenido, tiene un propósito meramente informativo, sin pretender aconsejar el uso de ninguna sustancia de las aquí descritas, labor que pertenece a la competencia del médico. Este libro es descriptivo, no prescriptivo, y los interesados en consumir los productos tratados deberían consultar a un profesional de la salud. No recomendamos la automedicación porque la toma de fármacos sin control médico es potencialmente peligrosa.

El libro sólo menciona principios activos y genéricos, y no nombra marcas para evitar cualquier publicidad a medicamentos concretos. El autor no tiene relación alguna con las empresas que los comercializan, y los cita a efectos puramente informativos, nunca publicitarios.

 

 

Prólogo

 

 

 

 

 

 

Creo conveniente aprovechar estas primeras páginas para explicar al lector, en pocas líneas, de qué trata el libro que tiene en sus manos y de qué no trata.

Comenzando por lo que no es, este libro no es una apología del consumo de drogas, cosa que podrían pensar quienes inter-pretaran el título como una defensa del consumo de sustancias ilícitas. Tampoco explicamos cómo utilizar sabiamente las sustancias psicoactivas, ni ofrecemos una alternativa racional al consumo de drogas. Es cierto que en algunos capítulos entramos en la polémica sobre prohibición/despenalización, pero sólo en la medida en que afecta a nuestro tema, y para aclarar ciertos conceptos y términos.

Este libro trata sobre las llamadas «drogas inteligentes» (smart drugs en inglés), sustancias cuyo objetivo es potenciar el rendimiento intelectual, y sobre la manera de dosificarlas de forma sensata. Empleamos el término «droga» deliberadamente, para reivindicar su uso correcto y no manipulado, partiendo de que designa cualquier sustancia con algún tipo de actividad sobre el organismo o la psique («estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno»), tal como ha sido desde los orígenes de la humanidad y como aún recoge nuestro diccionario, aunque a la definición se hayan añadido últimamente entradas políticamente correctas referentes a su carácter de dura o blanda y a su potencial adictivo, conceptos que le son ajenos. Y bajo esa denominación de «drogas inteligentes» incluimos todo tipo de suplementos y productos, sean nutrientes, plantas o fármacos, como reza en el título.

Con esta obra pretendemos responder a la demanda de información que existe en nuestra sociedad sobre este tipo de sustancias, y que interesa a todos aquellos que utilizan de algún modo su intelecto, en su trabajo o afición, y quieren mejorar sus facultades cognitivas. Estudiantes, profesores, administrativos, escritores, artistas, ajedrecistas, personas que adoran leer y aprender, intelectuales en general…, la lista de los que pueden verse beneficiados con el consumo de drogas inteligentes sería larguísima. Lamentablemente, en castellano se ha escrito muy poco sobre este fascinante tema, frente a la cantidad de libros publicados en inglés. De ahí el propósito de esta obra: informar a la comunidad hispanohablante sobre los suplementos que pueden mejorar su rendimiento intelectual. Espero que el objetivo se cumpla y que el lector quede satisfecho con su lectura.

 

 

Prefacio

 

 

 

 

 

 

Decía Antonio de Senillosa, en el prólogo a 300 medicamentos para superarse física, sexual e intelectualmente, reflexionando sobre lo extraño que le resultaba a Huxley que nuestra era de grandes inventos no haya encontrado una sustancia que proporcione felicidad sin originar el efecto destructor de la droga, que, si se llegara a descubrir algo capaz de hacernos felices sin causarnos problemas, seguramente nos prohibirían tal sustancia por «una arraigada afición a la prohibición y un estúpido prestigio del dolor».

Cuando alguien se decide a escribir sobre productos para mejorar el rendimiento intelectual, es consciente de que va a encontrar algunas dificultades para su difusión. Una, la lógica reticencia de las editoriales a promocionar a un autor desconocido en el mundo de la edición impresa, quizás acrecentada por el asunto que trata la obra. Otra, las leyes en vigor, que controlan y restringen todo lo que suponga hablar de medicamentos y drogas. Otra más, una posible incomprensión, indiferencia o repulsa por parte del público influido por ideas o creencias contrarias al uso de cualquier tipo de pastilla o comprimido que no sean prescritos por un doctor. La última, las críticas que pudieran venir del gremio de especialistas de la salud (médicos, farmacéuticos), que podrían calificar la obra de simplista o reprobar el hecho de hablar de materias a ellos reservadas.

Aunque la Inquisición y el nacionalcatolicismo hayan desaparecido —al menos oficialmente—, todavía perduran en cierto tipo de mentalidad y de actitud hacia todo lo que suponga desviarse de la norma, de lo socialmente aceptado. Muchos aún piensan que el hombre debe rendir cuentas ante algún dios o ante la sociedad, a los cuales tendría que ofrecer alma y cuerpo: al creador su espíritu, y al gobernante su cuerpo en forma de trabajo y sudor. Homo religiosus y homo faber son bien vistos por dirigentes, poderosos y adeptos a ellos, porque son dóciles, conformistas y contribuyen a la perpetuación del sistema. Por el contrario, quienes quieren disfrutar de la vida, superarse o explorar nuevos caminos son mal considerados y tachados de antisociales. A pesar de ello, en general, nuestro mundo moderno persigue cada día más la felicidad y la autosuperación como objetivos supremos de la vida, sin hacer caso de doctrinas oficiales. Poco a poco, el homo ludens irá acabando con los homínidos antecesores (permítaseme la metáfora), máxime en esta sociedad informatizada del siglo XXI en la que vivimos, con tantas horas de ocio a nuestra disposición y con tantos medios para aprovecharlas.

El autor, haciendo caso omiso de los inconvenientes que pudieran surgir, quiere poner al alcance del lector inteligente —y que desea serlo más— un conjunto de informaciones y experiencias propias que comenzó a acumular muchos años atrás, cuando era un adolescente que recorría tanto farmacias como herbolarios, a la vez que husmeaba vademeca y libros especializados buscando fármacos, plantas y otros productos capaces de mejorar el rendimiento intelectual; conocimientos que después pudo poner en práctica gracias a su relación con el mundo del ajedrez, deporte intelectual y juego-ciencia, en cuyos medios —impresos y electrónicos— ha publicado numerosos artículos.

Por supuesto, en este tiempo no podía faltar el experimentar consigo mismo, hacer el papel de cobaya y probar todos los suplementos que podían resultar de interés, fascinante tarea imprescindible debido a la escasez de investigaciones objetivas y rigurosas. El autor reconoce haber disfrutado con esta labor y expone ahora sus resultados con la mayor modestia, a partir de los conocimientos actuales sobre nutrición y suplementación, y desde la posición de un pequeño filósofo que gusta de reflexionar sobre lo que le rodea. Y, sobre todo, como un ser deseoso de mejorar sus capacidades, de superarse, algo que toda persona sana y racional (homo ludens sapiens) tiene que compartir por fuerza.

El libro consta de ocho capítulos —más un glosario de tér-minos y un índice analítico—, de los cuales el primero es una introducción, con una serie de consideraciones lingüísticas y filosóficas que se centran en los conceptos de droga y mente, entre otros. El segundo habla sobre la seguridad y eficacia de las drogas inteligentes, comparadas con las drogas socialmente aceptadas. El tercero presenta una breve exposición de conocimientos básicos de neurobiología, importantes para nuestro asunto. El cuarto narra una historia de las drogas inteligentes, centrándose en las drogas clásicas cuando se utilizaron para aumentar el rendimiento y en los inicios de las smart drugs. Los capítulos quinto y sexto son los centrales de la obra, con una exhaustiva descripción de las sustancias disponibles, clasificadas según sus efectos. El séptimo ofrece unas pautas alimentarias interesantes para el rendimiento intelectual. Por fin, el octavo es una entrevista al dueño de una smart shop, un establecimiento especializado en la venta de smart drugs.

Ha contribuido al empeño puesto en esta obra el hecho de que no haya ninguna publicación sobre esta materia en castellano, sino sólo algún que otro capítulo en varios libros sobre vita-minas en general. Espero que mi labor como pionero rinda sus frutos y que lo que aquí les ofrezco sea de su agrado y les resulte útil. Con eso estaré más que satisfecho.

 

El autor

–1–

Introducción

 

 

 

 

 

 

1.1. Competitividad y drogas inteligentes

 

Nuestro mundo es, ante todo, competitivo. Nuestro estilo de vida prima a los que luchan, compiten y se esfuerzan. Los que una vez fueron valores absolutos, hoy día sirven de bien poco a los ojos de una sociedad que sólo busca lo práctico. Por todas partes vemos que no triunfa el más capacitado, sino el más despierto, el mejor adaptado a los tiempos que corren.

En ocupaciones y actividades tan distintas y dispares como el trabajo, los negocios, los estudios, el deporte, las reuniones de amigos, el sexo, todos queremos dar lo mejor de nosotros mismos, porque a través de ellas nos realizamos. Si triunfamos, nos sentimos satisfechos. Si fracasamos, nuestra moral cae por los suelos. Algunos podrán afirmar que la felicidad no debería consistir en algo externo, sino en el cuidado de cualidades íntimas. Ciertamente, es posible que el ser humano llegue a su plenitud cultivando aquello que constituye propiamente su esencia, si es que se puede saber en qué consiste. Sin embargo, en una clara actitud pragmática —sin que la compartamos necesariamente— debemos decir que quien no tiene en cuenta la realidad que le rodea está condenado al fracaso y al ostracismo.

Todos queremos desempeñar bien las tareas en las que nos embarcamos, pensando en la recompensa, material o espiritual. Y surge enseguida la evidencia de que unos están mejor dotados que otros para el espíritu competitivo que reina en nuestro entorno, y de que no siempre triunfa quien reúne mejores aptitudes, sino el más rápido y astuto. Por eso, quien se queda atrás se interroga sobre si habrá algo que le permita llegar antes. Y no sólo a la hora de competir; también en actividades individuales sin contacto con otros nos preguntamos si existirá alguna receta mágica para rendir más.

Es aquí donde entran en juego las drogas inteligentes. Siendo capaces de potenciar todas las capacidades físicas e intelectuales del individuo, responden a la necesidad del hombre moderno de mejorar su rendimiento sin causarle problemas de salud. Quien a ellas acude busca, ante todo, lucidez, tan aceptable como quienes —en otro tipo de productos— buscan paz, evasión, analgesia o fiesta. Sin hacer caso de discursos moralistas ni de modas o prohibiciones —que en cada época han sido distintas, condicionadas por intereses económicos, políticos y religiosos—, los hombres siempre han tomado toda clase de sustancias activas para diversos fines, entre los cuales se incluye la autosuperación, legítimo objetivo que significa crecimiento personal, deseo de ser más y mejor.

 

 

1.2. Las primeras preguntas

 

¿Podemos ser más inteligentes? ¿Podemos pensar más eficazmente? ¿Puede nuestra memoria ser más rápida, retener mayor cantidad de datos y por más tiempo? ¿Hay algo que podamos hacer para realizar tareas intelectuales y resolver todo tipo de problemas de manera más veloz?

Para contestar estas cuestiones, el lector probablemente pensará en ejercicios de gimnasia mental, de concentración, y en el entrenamiento mediante la práctica de juegos y actividades en los que sea necesario un gran esfuerzo mental. Es indudable que el uso hace al órgano, así que este tipo de tareas permitirá a cualquiera gozar de un cerebro más despierto. Sin embargo, el objeto de este libro es bien distinto, ya que se ocupa de describir las sustancias —alimentos, vitaminas, minerales, aminoácidos, plantas, productos de síntesis, etc.— capaces de mejorar las funciones cognitivas de quienes las toman.

Se preguntará el lector si es esto posible, si realmente una sustancia química puede potenciar sus capacidades intelectuales. La respuesta es afirmativa: el cerebro es el órgano encargado de los procesos cognitivos, y como tal tiene una determinada estructura fisicoquímica susceptible de ser alterada, para bien o para mal, por medio de determinadas sustancias que, por tener esta propiedad, son llamadas psicoactivas.

 

 

1.3. La mente

 

Muchos pensarán que la mente y sus procesos son inmate-riales, que ningún producto químico puede influir sobre ella y que es vano todo intento de mejorar el intelecto con sustancias materiales. No es este sitio para discutir sobre Filosofía de la Mente y sobre los argumentos a favor y en contra de materialismo, mentalismo, funcionalismo y otras teorías al respecto (1), por lo que nos limitaremos a señalar que, independientemente de cuál sea realmente la naturaleza de la entidad a la que nos referimos, es un dato de experiencia que una sustancia química puede —como mínimo— afectar a su funcionamiento, algo que ni los más acérrimos mentalistas negarán. Los avances de la psiquiatría y de las neurociencias parten precisamente de este hecho, lo que ha hecho de la progresiva introducción de psicofármacos desde mediados del siglo XX una verdadera revolución, tanto en las ciencias médicas como en la manera en que la filosofía, la psicología y disciplinas relacionadas explican este tipo de cuestiones. Esta clase de pruebas son también evidentes para los no especialistas, para las personas normales que experimentan un incremento de la actividad de todo su organismo —incluyendo el cerebro y sus funciones— cuando toman un café; que sienten cómo pierden sus inhibiciones —ciertos pensamientos de su cerebro que les incitan a no realizar ciertas acciones— cuando beben una copa de alcohol, y que se quedan dormidos —la actividad cerebral se aletarga— cuando toman un somnífero. Por tanto, nos gustaría evitar muy a propósito una polémica frontal materialismo/mentalismo, porque al lector le puede parecer una discusión bizantina y porque no es el objeto de este libro, aunque nos confesamos más partidarios de la primera tendencia, como es lógico suponer. Sin embargo, es pertinente dedicar algunas líneas al tema.

Puede que hayamos recibido de nuestra tradición cultural una serie de presupuestos, establecidos por ciertos antecedentes filosóficos y religiosos y bendecidos por el lenguaje común, que nos inducen a pensar de manera involuntaria que tenemos una entidad a la que llamamos mente, que es más o menos inmate-rial (o al menos sus procesos son inmateriales), que no tiene nada que ver con sucesos corporales y que resulta, por tanto, imposible de alterar con sustancias químicas.

Esta forma de argumentar es típica de la mentalidad occidental cristiana. Es posible que la relación mente-cuerpo sea sólo un falso problema alimentado por nuestro lenguaje cotidiano, que distingue entre entidades y sucesos físicos, por una parte, y mentales (espirituales), por otra. El mero hecho de decir «mi cuerpo…» parece dar a entender que somos alguien —o algo— que posee un cuerpo, y no que somos un cuerpo. Si hay motivo fundado o no para tal actitud, está por demostrar (2). Supongo que a pesar de lo que aquí podamos decir y de todos los argumentos que se den, muchos seguirán pensando que su mente está por encima de toda influencia química: tal es la arrogancia del ser humano que se siente en la cúspide de la creación (o de la evolución).

 

 

1.3.1. Breve historia del concepto de mente

 

Nuestra cultura occidental tiene como base historicofilosófica la unión del cristianismo con diversas corrientes filosóficas griegas, de las que esta religión fue tomando teorías y conceptos para completar las deficiencias que presentaba en sus comienzos.

La filosofía griega fue, hasta la aparición de los sofistas y Só-crates, especulación casi exclusivamente sobre la naturaleza en su conjunto, sobre la physis. Cuando el discurso se dirigía al alma, era sólo como parte del universo y reflejo suyo, como un microcosmos dentro del macrocosmos. En este ambiente, fueron las sectas religiosomistéricas las que más centraron su atención en el espíritu del ser humano, haciendo hincapié en su carácter inmaterial e inmortal. Estas ideas se veían representadas en filosofía en la rama más esotérica del pitagorismo. Al parecer, este tipo de preocupación por lo espiritual tiene sus raíces en religiones orientales, y es muy posible que se hubiera ido introduciendo en la Hélade por el contacto con los pueblos persas y egipcios, principalmente.

La época dorada de Atenas supuso un giro en lo que respecta al objeto de la especulación filosófica. Los sofistas, con su escepticismo y agnosticismo declarados, manifestaban que era demasiado difícil pronunciarse sobre la naturaleza del universo. Además, lo realmente importante en este momento (siglo V a. C.) era la pólis, la ciudad, y el ser humano en tanto que parte constitutiva suya. Es cierto que muchos filósofos posteriores volvieron a estudiar la naturaleza, pero el punto de partida será ya distinto.

Sócrates, en la línea de los sofistas en lo que respecta al objeto de su pensamiento, pero contra ellos en su planteamiento y propósito, habla de su espíritu interior y busca fundamento a normas morales absolutas indagando sobre las esencias de las cosas. Es gracias a su inspiración por lo que Platón, su alumno, crea el Mundo de las Ideas —separado del terrenal, humano y sensible—, lugar al que pertenece el alma y al que vuelve tras la muerte y la separación del cuerpo. Fue este filósofo quien popularizó el concepto de alma inmaterial, recogiendo las tradiciones de las sectas esotéricas que existían en Grecia y continuando con la tendencia que había iniciado su maestro. A pesar de que hoy día se conceda gran relevancia a los escritos de este autor, lo cierto es que los siglos posteriores estuvieron más influidos por las escuelas helenísticas (epicureísmo, estoicismo, escepticismo y cinismo), surgidas del cambio sociopolítico que supuso la caída de la pólis ante el empuje panhelénico de Alejandro Magno, con planteamientos éticos más apropiados que el platonismo para la vida durante el periodo posclásico y el dominio romano. Así, las sucesivas fases de la Academia platónica pasaron bastante desapercibidas durante siglos, excepto para sus miembros y personas cercanas. Sin embargo, la creciente preocupación por cuestiones religiosas —cuando el Imperio Romano entra en crisis, y con él la seguridad de sus ciudadanos—, las influencias orientales y la difusión de todo tipo de cultos esotéricos y mistéricos cambiarían después este orden de cosas (3). Sea como fuere —y esto constituiría objeto de largas disertaciones— en este ambiente de inestabilidad sociopolítica y de mesianismo obsesivo, el cristianismo se fue imponiendo como religión de Occidente, de forma que en los siglos IV y V su poder era ya grande, a pesar de los intentos helenizantes de románticos como el emperador Juliano, llamado «el apóstata» por sus enemigos.

El cristianismo primitivo, igual que el judaísmo, del cual surgió, no creía en ningún tipo de entidad incorpórea: la resurrección de la que se habla en los Evangelios es de los cuerpos, no de las almas. La religión cristiana, como heredera y continuadora de la judía, a pesar de las divergencias entre los primeros padres de la Iglesia, era una religión monista: sólo admitía una sustancia en el mundo (monos = uno), la corporal, y las referencias a entidades espirituales son bastante vagas. Entonces, ¿de dónde vino la creencia en el alma como algo distinto y separado del cuerpo, como una sustancia incorpórea y con estrechas relaciones con la religión? La respuesta a esta pregunta será la misma que responda a la cuestión de dónde surgió la idea de mente inmaterial, la cual se suele situar más allá de los procesos neuroquímicos, por encima o sin relación con ellos.

 

 

El filósofo griego Platón

 

El emperador Juliano (“El Apóstata”)

 

Como hemos dicho antes, los primeros padres de la Iglesia, para justificar sus creencias a los ojos del mundo grecorromano, con el fin de convertir a los paganos y para expandir su religión, fueron tomando términos, conceptos y teorías de los sistemas filosóficos que mejor se adaptaban a sus necesidades. Es evidente que los pensadores de corte más espiritual e idealista les iban a ser de mayor utilidad que los más cientifistas. Fue Agustín de Hipona, el segundo padre de la Iglesia Católica en orden de importancia después de Tomás de Aquino, quien, por su filiación neoplatónica, introdujo en el cristianismo la idea de un alma in-material ya en los siglos IV y V. Ésta es la manera en que se incorporó esta entidad —que luego será llamada «mente»— a la cultura occidental cristiana. Por supuesto, estamos simplificando demasiado; en realidad, no pudo tratarse del mérito de una sola persona, sino que la explicación habría que buscarla en los préstamos conceptuales y filosóficos que los pensadores cristianos fueron tomando de la filosofía griega en el transcurso de varios siglos, que de hecho fue lo que permitió su difusión y aceptación por parte del mundo grecorromano.

Dando un gran salto sobre una Edad Media poco original —y casi exclusivamente ocupada en crear una doctrina escolástica que pudiera conciliar aristotelismo y platonismo a la luz de la fe cristiana— el filósofo y científico francés René Descartes (siglo XVII) postuló la existencia de dos sustancias en el ser humano: la mente y el cuerpo, y dio a esta hipótesis una envoltura conceptual. Aparece así la idea del ser humano como compuesto de un cuerpo semejante a una máquina (la res extensa), dentro del cual hay una mente inmaterial (la res cogitans) (4). De esta manera nace el dualismo, la distinción mente-cerebro, alma-cuerpo o espíritu-materia, según se quiera, que hoy está presente en nuestra cultura, en nuestra ciencia, en nuestra filosofía, en el sentido común y en las cabezas de casi todos los occidentales. Descartes no hace sino plasmar explícitamente, dándole una envoltura científica, aquello que el sentido común parece dictarnos, guiados por las trampas que el idioma nos tiende: esas parejas de conceptos opuestos que he citado y que están en la misma base de muchas ciencias (la psicología, entre otras). Más tarde, en el siglo XVIII, Kant se encargará de demostrar en su Crítica de la Razón Pura que la idea clásica de alma-mente y todos los conceptos metafísicos similares (Dios y mundo como totalidad) no tienen ninguna base justificable en la experiencia, sino que son creaciones de la razón, cuando ésta se permite especular (fantasear) sin atenerse a los hechos.

 

El filósofo francés René Descartes

 

Volviendo al tema del libro, con esta digresión historicofilosófica queríamos mostrar la razón por la que muchas personas, habiendo recibido una educación cristiana, o por lo menos con la impregnación de cristianismo que tiene toda nuestra cultura, dudan de que un producto químico pueda afectar un proceso intelectual, influidos y condicionados por este bagaje cultural que empezamos a asimilar desde que nacemos. Creo que es aquí donde nacen la mayoría de las opiniones contrarias a la utilidad de las drogas inteligentes, un punto de partida cuando menos sospechoso, como hemos mostrado. A la luz de lo expuesto, podría tratarse tan sólo de un error historicofilosófico, ideado o explicitado por pensadores de corte religioso y mentalista, después aceptado y asumido por el lenguaje y el sentido común.

 

 

1.4. Hechos probados

 

Las neurociencias han avanzado muchísimo en las últimas décadas. La teoría predominante en ellas postula que nuestra conducta, nuestras emociones y nuestros pensamientos están controlados por unas sustancias llamadas neurotransmisores: la llamada hipótesis aminérgica. La mayor o menor concentración de estas sustancias en el cerebro y su mejor o peor funcionamiento implica contar con un mejor o peor estado de ánimo y una mejor o peor actividad cognitiva. Los fundamentos de la suplementación para el intelecto que tratamos en este libro parten, en gran medida, del control de estos mensajeros químicos (5). En la misma línea, cuando alguien sufre un estado depresivo durante cierto tiempo, acaba acudiendo a la consulta del psiquiatra, quien suele recetarle algún tipo de antidepresivos. Precisamente un ejemplo de mejora de la neurotransmisión de la que hablamos se consigue con la toma de estos productos, gracias a los cuales aumenta el tiempo que están en contacto ciertos neurotransmisores con sus receptores, normalmente la serotonina, sustancia encargada de estabilizar nuestro ánimo.

Llegados a este punto, algunos lectores pueden creer que sólo vamos a hablar de manipulación farmacológica. Sin embargo, hay muchos productos totalmente naturales que podemos incluir entre las drogas inteligentes, presentes en plantas, alimentos y bebidas, y que han sido frecuentemente utilizados a lo largo de la historia por distintas culturas. Más aún, la toma de todo tipo de drogas psicoactivas es tan antigua como el mismo ser humano. ¿Se ha preguntado el lector por qué hay tantos aficionados al alcohol, una droga tradicional? Simplemente, porque se sienten bien cuando beben, olvidan sus inhibiciones y sacan a relucir toda su energía. Cierto es que los perjuicios son luego mayores, pero siempre está esa sensación subjetiva beneficiosa. Si hablamos del café, todos los estimulantes —y el café es uno de ellos—, desde el más suave hasta el más fuerte, actúan siguiendo mecanismos similares, así que tomar una cantidad elevada de este popular producto equivale a tomar cierta dosis de cocaína, con los riesgos que ello supone.

A veces surge la pregunta: ¿por qué se aceptan socialmente café, alcohol y tabaco, y no cocaína y otras sustancias? El problema subyacente es que somos esclavos de nuestra cultura: aceptamos sin cuestionarnos lo que hemos recibido de nuestra tradición (consumo de alcohol, café, tabaco, etc.) y criticamos y rechazamos los productos que nos son extraños. Es lo que se llama etnocentrismo: nuestra cultura nos induce a no criticar el consumo de ciertas drogas bendecidas por la costumbre. En cambio, la mayoría descarta tomar comprimidos de vitaminas. En nuestra opinión, tan bueno —o tan malo— es tomarse una copa como una anfetamina, porque ambas se consumen con el mismo fin (sentirse bien) y ambas pueden tener efectos secundarios.

Centrándonos en las drogas inteligentes, la opción que aquí planteamos es usar una clase de productos que pueden mejorar los procesos intelectuales con métodos no agresivos para el organismo. Estamos convencidos de que en éste, como en otros temas similares, es necesario estar bien informados. Después, cada uno hará lo que crea más conveniente con esa información, pero no nos parece adecuado optar por la táctica del avestruz y esconder la cabeza ante todos los avances científicos sólo porque nos escandalizan moralmente. Siempre habrá personas que tengan esa información y que la usen en su propio beneficio. Y si los demás no la tienen, quedarán en inferioridad de condiciones en este competitivo mundo en que vivimos.

 

 

1.5. Cuestiones más frecuentes

 

1.5.1. ¿Qué son las drogas inteligentes?

 

Son sustancias que mejoran el rendimiento físico y/o intelectual con muy pocos efectos secundarios. Pueden ser nutrientes, plantas o productos de síntesis. A efectos prácticos, podemos considerar droga inteligente cualquier producto que potencie alguno de los aspectos relacionados con nuestra vida intelectual. No sólo hablamos de inteligencia, memoria, concentración…, sino también de facilidad para relajarse, estado del sistema inmunitario, etc., es decir, todo lo que esté implicado, directa o indirectamente, en nuestro bienestar, factor que influye, condiciona o incluso determina el correcto funcionamiento de nuestro cerebro.

 

 

1.5.2. ¿Dónde se pueden adquirir drogas inteligentes?

 

Algunas de las sustancias que aquí tratamos pueden encontrarse en farmacias, de venta más o menos libre, según el criterio del farmacéutico. Otras en herbolarios, establecimientos de dietética y de suplementos para deportistas. Otras en las denominadas smart shops, que tanto auge tienen últimamente en algunas de nuestras ciudades. Por último, hay varias que sólo podemos conseguir en tiendas on line en Internet.

 

 

1.5.3. ¿ Qué beneficio puede obtenerse de su uso?

 

Los efectos varían mucho dependiendo de la persona. Su consumo puede suponer mejoras en el cociente intelectual, la memoria, el nivel de energía, la capacidad de concentración, así como proporcionarnos unos reflejos más rápidos, una mayor sensación de bienestar y en general un aumento de nuestras capacidades cognitivas.

 

 

1.5.4. ¿Cómo pueden funcionar las drogas inteligentes, es decir, sustancias químicas, si la mente es inmaterial?

 

Volviendo a lo que hemos expuesto anteriormente y sin entrar de lleno en discusiones filosóficas, es evidente que el órgano con el que pensamos es el cerebro, el cual consiste en una compleja red de neuronas y sinapsis, alimentada y oxigenada por la sangre. Que este órgano, con esta estructura material, existe es obvio; que exista esa mente inmaterial en la que algunos creen es dudoso y necesita ser demostrado por no ser evidente, sin que aquí afirmemos o neguemos tal existencia. Yendo un paso más allá, es cierto que no puede demostrarse su no existencia, pero parece que la carga de la prueba está del lado de los que afirman que hay algún tipo de entidad que no se puede compartir públicamente. Sobre las cosas que podemos ver, oír, oler y tocar es posible cierto consenso, siempre limitado por diferencias culturales e individuales. En cambio, sobre las cosas en las que solamente se cree, sin más fundamento que la educación recibida o algún tipo de fe, no puede haber acuerdo a no ser que los creyentes lleguen a convencernos de su existencia.

psique