cover.jpg

 

LA PALABRA EN LA MÚSICA

Ensayos sobre Nietzsche

LA PALABRA EN LA MÚSICA

Ensayos sobre Nietzsche

Jesús Ferro Bayona

Ediciones Uninorte

Barranquilla, Colombia

 

Ferro Bayona, Jesús.

La palabra en la música : ensayos sobre Nietzsche / Jesús Ferro Bayona. -- Barranquilla: Ediciones Uninorte,reimpr., 2009.

xiv, 106 p. ; 14,5 x 21,5 cm.

Incluye índices

ISBN 978-958-8252-97-1 (impreso)

ISBN 978-958-971-109-6 (PDF)

ISBN 978-958-741-417-2 (ePub)

1. Nietzsche, Federico, 1844-1900--Crítica e interpretación. 2. Filosofía alemana--Siglo XX. I. Tít.

(193 F395 - Ed.22)

img1.jpg

www.uninorte.edu.co

Km 5 vía a Puerto Colombia,

A.A. 1569, Barranquilla (Colombia)

 

© Universidad del Norte, 2009

© Jesús Ferro Bayona, 2009

 

Primera edición, abril de 2009

Primera reimpresión, noviembre de 2009

 

Dirección Ediciones Uninorte

Sandra Álvarez M.

 

Coordinación editorial

Zoila Sotomayor O.

 

Diseño y diagramación

Luz Miriam Giraldo Mejía

 

Diseño de portada

Joaquín Camargo Valle

 

Editora asistente

María Angélica Diaz Granados

 

Editor senior

Alfredo Marcos María

 

Desarrollo ePub

Lápiz Blanco SAS

www.lapizblanco.com

 

Hecho en Colombia

Made in Colombia

 

© Reservados todos los derechos. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio reprográfico, fónico o informático así como su transmisión por cualquier medio mecánico o electrónico, fotocopias, microfilm, offset, mimeográfico u otros sin autorización previa y escrita de los titulares del copyright. La violación de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

El autor

JESÚS FERRO BAYONA

 

En la década de 1960, estudió Letras y Lenguas Clásicas, y posteriormente Filosofía, en la Universidad Javeriana. De 1970 a 1973, en la Universidad de Lyon, fue alumno del destacado representante de la Fenomenología en Francia, en los campos de la filosofía, el arte y el psicoanálisis, Henri Maldiney, quien dirigió su tesis de máster en Filosofía. Se graduó asimismo de máster en Teología en el Instituto Sévres de París; conoció en esa época al historiador e intelectual Michel de Certeau, con quien se formó en la investigación histórica. También en París, realizó los estudios doctorales en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Sorbona.

 

A su regreso a Colombia, fue profesorinvestigador de la Maestría en Filosofía de la Universidad Javeriana, en donde trabajó con el maestro universitario Alfonso Barrero Cabal. Desde 1980 ha desempeñado el cargo de Rector de la Universidad del Norte, en Barranquilla. En su trayectoria como académico, ha sido directivo del ICETEX; de la Asociación Colombiana de Universidades, ASCÚN, de la que fue presidente en el período 1987-1988; del Centro Interuniversitario de Desarrollo, CINDA, con sede en Santiago de Chile, y es miembro del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología en representación de las universidades privadas del país.

 

Ha desarrollado una constante labor académica e intelectual, y ha publicado varios libros sobre temas de filosofía, cultura y educación, entre los que se mencionan Nietzsche y el retorno de la metáfora (1984, 2a ed. 2004), Visión de la universidad ante el siglo XXI (1994, 2a ed. 2000), Educación y cultura (2001), y El individuo en la cultura y la historia (2005). Fue condecorado en 1995 con la Medalla Simón Bolívar del Ministerio de Educación Nacional, y en el año 2000 con la Medalla de la Orden Nacional al Mérito del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia. Cónsul honorario de Francia en Barranquilla desde 1989, la República Francesa, por intermedio del Ministere de L'éducation Nationale, le otorgó en 1995 la Medalla de la Orden de las Palmas Académicas.

Prólogo

La idea que nos hace pensar que la música se halla en el origen de la filosofía nos viene de Pitágoras, siglos VI-V antes de la era cristiana. La tradición atribuye al filósofo eléata, y a su misteriosa escuela, el descubrimiento de los principales intervalos musicales que podrían expresarse en simples relaciones numéricas entre los cuatro primero números enteros. Y aunque el número es para él la esencia de las cosas, los cuatro primeros números contienen el secreto entero de la escala musical. También es cierto que, en una perspectiva moral, pensaba que mientras el cuerpo se purifica por medio de la medicina, el alma lo hace por medio de la música.

En Platón, más tarde, se define el pensamiento sobre la música, recibido de tradiciones diversas —homéricas, dionisíacas, filosóficas—, en una concepción que prefiere acentuar sus fines ético-educativos. En su tratado La república muestra cómo le importan, sobre todo a su filosofía, las ideas morales y formativas, con el fin de contrarrestar las nuevas tendencias musicales de su tiempo y la posibilidad de que la música se entendiera como ciencia. En sentido socio-político, por tanto, Platón considera que la música es un arte, una techné, que se debe enseñar y practicar desde la niñez del ciudadano, pero con el objetivo primordial de formar las virtudes del alma.

En la era moderna, filósofos como Schopenhauer, Adorno y Bloch le han dado un lugar especial a la música en sus pensamientos. La música, según Schopenhauer, expresa la esencia íntima, la raíz en sí del fenómeno, la voluntad misma, lo que significa afirmación radical, pues esta última es su propósito filosófico en los escritos sobre el mundo como voluntad y representación. A ese respecto, precisa en la obra referida, la música, considerada como expresión universal, no tiene nada de la hueca generalidad de la abstracción, pues es precisa y clara como la realidad concreta, pensamiento que influye sobremanera en las primeras obras de Nietzsche.

Theodor Adorno, por su parte, escribió su Filosofía de la nueva música, en la que analiza los cambios que tuvo durante la primera mitad del siglo XX, al tiempo que denuncia, al mejor estilo crítico de W. Benjamin, la comercialización masiva que la ha invadido en desmedro de la calidad estética, lo que afecta su estructura misma, y de la producción del fenómeno de la vacuidad de la apreciación individual en manos del mercado.

En el pensamiento de Ernst Bloch leemos que la música es la más alta manifestación de la utopía, la más utópica de todas las artes, marcada por la teurgia subjetiva que en la modernidad caracteriza a la interioridad iluminada por las sonoridades del mundo invisible, una forma de clari-audiencia, contrapunto de la clarividencia, que puede dar paso a que los sonidos hablen como lo hace la palabra.

Podemos decir, después de esta breve e incompleta síntesis, que la música ha constituido una vertiente ineludible de la filosofía, unas veces incluida como tema particular de la estética, otras, como en Adorno y Bloch, convertida en núcleo de la reflexión filosófica.

En la filosofía de Friedrich Nietzsche el espacio de la música es preponderante y decisivo. Filosofía y música no son únicamente pensadas en sus estrechas conexiones, sino que constituyen, desde los inicios de sus escritos, una especie de manifiesto musical sobre el origen de la filosofía, pero repensada a través de la evidencia de los sonidos, ya que el pensamiento de Nietzsche se vive y se construye con cierta complejidad que caracteriza su obra.

De esa elaboración filosófico-musical tratan los ensayos recogidos en este libro. Aspiramos a transmitirle al lector de qué manera el «espíritu de la música» anima la filosofía y se convierte en tejido de la escritura nietzscheana, pero también intentamos proponer una lectura, a partir de Nietzsche, que nos sirva de puente para el encuentro con la reflexión filosófica en torno a la música del Caribe.

Estos ensayos fueron escritos en diversos momentos de los últimos años; salvo el cuarto y el quinto que corresponden a meses más recientes, en las vísperas de la llegada del diciembre primaveral, en el Trópico. Su proyecto corresponde a un proceso de elaboración reflexiva iniciado en los Alpes franceses, pero culminado para mi dicha en la proximidad del Caribe. Agradezco a Valerie Durán, quien colaboró en la revisión de los tres primeros ensayos, y a Alfredo Marcos por su cuidadosa corrección de estilo.

Jesús Ferro Bayona

Barranquilla, diciembre 7 de 2008

Filosofía y tragedia clásica en las primeras obras de Nietzsche

La enseñanza de Nietzsche en Basilea impresionó mucho a sus mejores alumnos, quienes cincuenta años después guardaban una grata memoria. Los testimonios coinciden en reconocer la madurez del joven profesor, la libertad de espíritu, el inconformismo con los métodos y programas, el estricto sentido de la justicia, la reserva para los elogios, el cuidado en desarrollar la personalidad de cada cual y escuchar a los demás, así como su amor por la lengua y por el buen decir. Trazos que caracterizarán, según Nietzsche, a los nuevos pedagogos. Para comprender mejor el sentido y, en especial, el alcance de las primeras obras de Nietzsche, es preciso recorrer el decenio que va de 1869 a 1879.

 

I

 

Las primeras lecciones de Nietzsche serán publicadas en 1872 bajo el título El nacimiento de la tragedia según el espíritu de la música (Die Geburt der Tragodie aus dem Geiste der Musik). Algunos comentaristas y críticos se olvidan de este subtítulo, tratando de buscar el problema de la filosofía como filosofía. Sin embargo, la segunda parte del título —según el espíritu de la música—, no se puede borrar, no sólo en razón de las circunstancias en las que el libro fue escrito —bajo una intensa atracción por Wagner y su música—, sino también porque la música es, en este libro, una categoría estética que forma parte esencial del tema filosófico.

Es preciso decir, también, que los estudios filológicos están en el origen de este primer libro, pero el interés filológico no sepulta las aproximaciones que él percibe entre la civilización griega y la música wagneriana. Cualquiera que sea la acepción metafísica en que se la tome, se puede afirmar, con toda certeza, que «el espíritu de la música» está en el origen de la inspiración de esta obra.

Dieciséis años después, y con posterioridad a la publicación de la segunda edición de El nacimiento de la tragedia (1886), Nietzsche vuelve a afirmar su concepción del espíritu de la música en su esencia metafísica. En Ecce homo comenta: «Este escrito fue, justo por ello, un acontecimiento en la vida de Wagner: sólo a partir de aquel instante se pusieron grandes esperanzas en su nombre»{1}. Pero inmediatamente escribe: «He encontrado muchas veces citado este escrito como El renacimiento de la tragedia en el espíritu de la música»; y critica el hecho, a renglón seguido: «sólo se ha tenido oídos para percibir en él una nueva fórmula del arte, del propósito, de la tarea de Wagner».

Nada más cierto. Nietzsche no quiere ser más —en 1888, y desde mucho antes, tras su rompimiento con el músico operático— un áulico de Wagner y su música. Por eso, hay que atender a cada una de las palabras de esta obra, titulada Ecce homo, escrita entre octubre y noviembre de 1888, en donde hace una crítica de sí mismo y de su obra. No es de extrañar, por ello, que critique la excesiva identificación de esa obra con la música de Wagner, porque «—en cambio, no se oyó lo que de valioso encerraba en el fondo ese escrito. Helenismo y pesimismo, éste habría sido un título menos ambiguo; es decir, una primera enseñanza de cómo los griegos acabaron con el pesimismo —de con qué lo superaron».

Vienen entonces estas palabras, que son una clave para entender el libro de 1872: «Precisamente la tragedia es la prueba de que los griegos no fueron pesimistas»{2}.

 

II

 

Superación del pesimismo por medio de la tragedia, tal es el objetivo de la primera obra de Nietzsche. Se debe tomar en serio esta victoria, a la vez que entender la importancia que tiene esta metafísica de la tragedia en la filosofía de Nietzsche, a pesar de que muchos traten de darle inicio a su pensamiento con otras obras como Humano, demasiado humano (1878) o con Más allá del bien y del mal (1886).

En toda su obra, Nietzsche no buscará otra cosa que precisar y ahondar en la experiencia humana como experiencia trágica, que, según lo que afirma en Ecce homo, es experiencia de la destrucción del pesimismo. Experiencia de la superación de sí. Otra muestra de la importancia que tiene para Nietzsche El nacimiento de la tragedia son los cuatro prefacios que escribirá para distintas ediciones de la obra{3}. Más aún, en ninguno de los prefacios se desmiente, sino que se afirma en el alcance que tenía su visión filosófica en los años de 1870.

En Ecce homo precisa que en esa obra ya había «encontrado la idea de lo trágico: la noción definitiva de la psicología de la tragedia»{4}. Debe ponerse atención al sentido de la palabra «psicología». El sentido nietzscheano no es el usual de la psicología, sino que apunta al análisis de las actitudes filosóficas o pseudofilosóficas.

Nietzsche no abandonará la idea de lo trágico. Entre El nacimiento de la tragedia (1872) y Ecce homo (1888) existe una línea de continuidad. A pesar de que entre una y otra obra han pasado casi veinte años, el término «trágico» conserva el alcance de las primeras reflexiones filosóficas. Incluso, con respecto a la música, volverá a decir, con una seguridad innegable: «En este escrito (NT){5} deja oír su voz una inmensa esperanza. Yo no tengo, en definitiva, motivo alguno para renunciar a la esperanza de un futuro dionisíaco de la música»{6}.

 

III

 

En todo el recorrido que va de 1872 a 1888, durante el cual escribió obras de un marcado acento moral, o de un tono (élan) poético-metafísico como Zaratustra, Nietzsche mantiene su definición de El nacimiento de la tragedia como una obra filosófica.

Es cierto que en ella trata un problema, que en la historia de la filosofía se calificaba de estético, pero el tratamiento que le da Nietzsche al problema estético es desde el punto de vista de la filosofía, más exactamente, de la metafísica.

En la dedicatoria del libro, escrita con el título: Prólogo a Richard Wagner, al finalizar el año de 1871, Nietzsche escribirá: «Acaso [algunos] encontrarán escandaloso el ver que un problema estético es tomado tan en serio, si es que no son capaces de reconocer en el arte nada más que un accesorio divertido, nada más que un tintineo inútil, añadido a la "seriedad de la existencia": como si nadie supiese qué es lo que significa semejante "seriedad de la existencia", cuando se me hacen objeciones. Yo diría, para instrucción de esos hombres serios, que estoy convencido de que el arte es la tarea suprema y la actividad propiamente metafísica de esta vida»{7}.

En el Ensayo de autocrítica —escrito en 1886, pero antepuesto al prólogo de El nacimiento de la tragedia de las ediciones posteriores—, Nietzsche caracteriza en dos ocasiones la problemática del libro como una «metafísica de artista»{8}. Así, pues, cuando en Ecce homo Nietzsche declare que los valores estéticos son los únicos que reconoce El nacimiento de la tragedia, es preciso entender que esos valores son metafísicos, lo que equivale a decir que son los valores que identifican la actitud «última» del hombre.

Nos encontramos aquí con una nueva aclaración por hacer. El enfoque que Nietzsche le da a la «actitud última del hombre», en cuanto actitud metafísica, no lo toma en el sentido tradicional de la filosofía, que ha examinado el problema filosófico desde las ideas ontológicas. Nietzsche no lo interpreta como el problema del ser.

En su perspectiva —de una radicalidad profunda, como lo afirma Jaspers, pero también de una subjetividad desgarrada—, el problema de la filosofía no es tomado como un problema ontológico, sino como un problema vital —pero no en el sentido biológico, vale decir.

Nietzsche busca interpretar el problema del ser, no como lo ha pensado la metafísica occidental, sino como el problema del valor, del valor de la existencia, desde una perspectiva metafísica.

El ser es interpretado como valor. Con esa perspectiva, Nietzsche nos está diciendo que el problema filosófico es metafísico —pero no en sentido tradicional—, porque lo está pensando desde los conceptos fundamentales de la crítica de la cultura y la moral, y, por supuesto, de la estética.

Se dan, en este solo enunciado, las señales claras de su filosofía del rompimiento con la metafísica occidental. Por ello, Martin Heidegger pudo afirmar, en el siglo XX, que el modo de pensar de la metafísica occidental había acabado con Nietzsche.

 

IV