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Colección Recursos, nº 138

Familia, escuela y comunidad: un encuentro necesario

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Primera edición en papel: febrero de 2013

Primera edición: diciembre de 2013

 

© Maria Jesús Comellas i Carbó (coord.), Marcelle Missio Panella, Laura Sánchez Rodríguez,

Beatriu Garcia Fandino, Natalia Bodner Papo, Isabel Casals Missio, Mirta Lojo Suárez

 

© De esta edición:

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ISBN: 978-84-9921-514-3

 

Fotografía cubierta: Ingimage

Diseño y producción: Editorial Octaedro

Digitalización: Editorial Octaedro

1. Estado de la cuestión

Antes de iniciar el análisis de las dos instituciones educativas por excelencia, familia y escuela, es preciso hacer una breve reflexión sobre algunos de los aspectos propios de la sociedad actual por la incidencia directa en la dinámica de estos dos grupos, por la repercusión en la población infantil y adolescente y por ser el foco del debate en el marco educativo y social. No se trata de ahondar en causas, consecuencias o culpabilidades de algunas de las respuestas que se generan por dichos cambios ni tampoco hablar de pérdidas de referentes, sino más bien partir de su análisis para valorar la posible repercusión y abrir el debate y el diálogo sobre su influencia, y acciones que se puedan derivar.

1.1. Por qué la familia es el foco del debate

El interés por la familia y por su dinámica acapara, desde hace bastante tiempo, la atención de profesionales e instituciones relacionadas con el mundo educativo, las ciencias sociales, el tejido asociativo y los medios de comunicación, como respuesta a lo que se interpreta como una actuación familiar poco seria, un estilo educativo poco apropiado y una participación y colaboración poco constante de los padres y madres en relación al proceso educativo y escolar de sus hijas e hijos.

Los motivos y argumentos que se dan son recurrentes en relación a algunos de los factores de la práctica familiar cuando, de hecho, son reflejo de los cambios de la sociedad. Haremos una breve referencia de los que destacan por estar presentes en la mayoría de foros y encuentros vinculados con las familias y valoraremos brevemente su influencia en el proceso educativo:

 

1.1.1. Los estilos de vida y los cambios sociales

La exigencia de una mayor calificación profesional comporta mayor formación, así como mayor movilidad de los puestos de trabajo, lo que incide en la vida personal y familiar. El acceso al mundo de la información y la diversidad de medios de comunicación son factores relevantes también para comprender los cambios en los estilos de vida.

Estos factores tienen incidencia clara en las diferentes maneras de organizarse, tanto del grupo familiar como de otros sectores sociales, porque han repercutido en las prácticas profesionales.

Se trata, pues, de cambios en profundidad y, ante el desconcierto se buscan, con una cierta lógica, las causas de las respuestas infantiles y adolescentes, foco de la alarma social en la familia.

Evidentemente, el grupo familiar decide sobre su estilo de vida, aunque en algún momento entrará en contradicción con las demandas escolares y de otros profesionales y con las repercusiones relacionadas con la elección hecha.

Las dificultades de la familia son evidentes y lógicas porque es un contexto donde los vínculos afectivos tienen una influencia capital. Además entran en juego otras circunstancias, aspectos individuales y colectivos y resulta muy complejo mantener unos referentes cuando, en general, se han cambiado o, al menos, modificado socialmente. Asimismo aumentan las dificultades para responder a las exigencias de la institución escolar, y, lógicamente, las criaturas, que no están al margen y son mucho más vulnerables que las personas adultas, presentan respuestas y reacciones no siempre aceptables o aceptadas.

Por su parte, la escuela ha tenido que democratizar las dinámicas, modificar los estilos educativos y las formas de mostrar su autoridad. Estos cambios provocan dificultades tanto en el claustro como en las propias familias, y se han buscado razones de dichas dificultades en la carencia de apoyo familiar y en exigencias que no forman parte de las obligaciones y competencias de ambas instituciones.

El problema radica fundamentalmente en las demandas y exigencias que se hacen mutuamente, sin compartir un enfoque educativo en relación a las necesidades reales de las criaturas, en un mundo lleno de estímulos y con mensajes contradictorios y paradójicos que crean necesidades artificiales.

Las acciones compartidas deberían centrarse en el logro de unos objetivos comunes sobre el rol adulto, el de la infancia y el de la adolescencia, y el debate tendría que desarrollarse en relación a unos estilos educativos que den respuestas adecuadas en el momento actual.

1.1.2. Las demandas y obligaciones atribuidas

Esta situación compleja genera una serie de exigencias poco apropiadas hacia las familias, centradas especialmente en el rendimiento escolar. Desde el contexto familiar es imposible dar respuesta a ese reto, por lo que muchas de las actuaciones acaban siendo consideradas como inadecuadas. Esto se interpreta, con demasiada frecuencia, como dimisión del rol parental, lo que pone de manifiesto la necesidad de hacer un debate en profundidad sobre las necesidades reales de la infancia (en todas sus dimensiones), sobre las demandas que cada colectivo profesional hace a las familias y sobre la necesidad de coordinación profesional a fin de modificar esta visión que fragiliza a todos los actores.

1.1.3. La poca participación familiar en la escuela

Desde diferentes contextos han salido voces críticas en relación a la diferente e irregular participación y asistencia de madres y padres en las convocatorias y demandas escolares, lo que se interpreta como falta de interés e implicación en el proceso educativo. Curiosamente, ante estos comentarios, en pocas ocasiones se escucha la voz de las familias, y, en el momento de hacer la planificación de acciones, son representadas minoritariamente.

Esta valoración negativa hacia las familias incrementa la exigencia y se van formulando, desde la escuela y otras instancias sociales, más demandas y más responsabilidades como forma de fomentar la implicación familiar. Se exige, de manera especial, hacer el seguimiento de los aprendizajes escolares, poco vinculados a la vida cotidiana.

Menos evidente es el mensaje a la hora de valorar la acción familiar en el aprendizaje de otras competencias, como la autonomía y la participación, y su influencia positiva en el desarrollo personal, formativo y social, cada vez más necesario en el mundo actual.

Toda esta presión, estas demandas y valoraciones negativas generan desconfianza y repercuten en un mayor alejamiento del grupo familiar, exceptuando una pequeña minoría. Esta, con más formación y cualificación profesional, sigue las indicaciones profesionales y recibe, en respuesta, el reconocimiento de ser «familias comprometidas y competentes» que pueden compartir complicidades con el profesorado, lo que repercute en una dinámica más negativa y un mayor alejamiento en la mayoría de las familias por sentirse excluidas de este perfil familiar.

Esta valoración dicotómica que pone el acento sobre las carencias ha creado, progresivamente, un círculo vicioso que alimenta la desconfianza mutua e incrementa la vulnerabilidad del grupo familiar más frágil. Por eso, se impone hacer un análisis profundo sobre los factores globales que afectan a la sociedad en todas sus dimensiones, a fin de abrir nuevos espacios y formas de cooperación que den respuestas a las necesidades actuales.

1.2. Desconcierto en relación al rol adulto y el rol infantil

Un factor que ha incidido en la representación social de la infancia y ha provocado cambios educativos es la declaración universal de los derechos de la infancia, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (resolución 1.386 XVI de 20 de noviembre de 1959). En su preámbulo se plantean los derechos humanos fundamentales, factores que han sido determinantes para promover el progreso social y elevar el nivel de vida con un concepto más amplio de libertad.

Se considera que el niño, por su insuficiente madurez física, cognitiva y social, necesita unos cuidados especiales, que incluyen la protección jurídica adecuada, tanto antes como después del nacimiento, considerando que la humanidad tiene que otorgar a la infancia lo mejor que le pueda dar e insta a padres y madres, hombres y mujeres individualmente y a las organizaciones privadas, las autoridades locales y los gobiernos respectivos, a reconocer estos derechos y a trabajar para que se observen por la vía de medidas legislativas y de otra índole adoptadas progresivamente.

Unos años más tarde, se firma la Convención de los Derechos de la Infancia (1989) de carácter vinculante para los países que la firmen, a fin de favorecer la concreción de medidas que deben hacer posible cumplir los principios de la declaración universal.

Cambios de esta magnitud ponen en entredicho muchas prácticas escolares, familiares y sociales que eran vigentes, porque estaban influenciados por la representación social que había de la niñez. Del mismo modo inciden en cómo la propia infancia y adolescencia percibe y construye su identidad, ya que, en muchos momentos, se encuentran con personas adultas que dudan de su papel y responden de maneras muy diferentes ante situaciones equivalentes, sin convicción, estabilidad o coherencia, otorgándoles un espacio social inédito y una libertad para tomar decisiones, pese a que no tienen información ni recursos para llevarlas a cabo.

Surge, entonces, un repertorio de nuevos enfoques educativos, familiares y escolares, con la pretensión de estar más en consonancia con estos nuevos tiempos, esperando que puedan dar respuesta al malestar existente, aunque en muchos momentos son formas de actuar más reactivas que reflexivas.

Se habla entonces de autoridad, o más bien de pérdida de autoridad y se hace referencia al pasado. Antes, ser maestro, médico o alguna de las profesiones valoradas socialmente comportaba la aceptación o sumisión por parte de las personas usuarias, más por el estatus reconocido que por la buena práctica profesional, y las familias lo apoyaban. Esta sumisión incondicional a la autoridad deja de ser el modelo vigente en las relaciones entre las figuras adultas.

Evidentemente, esta situación genera confusión, malestar y un debate estéril en relación a nuevas formas de ejercer y reconocer la autoridad, basadas en la experiencia y el conocimiento más que en aspectos externos y formales. Mientras se va debatiendo, se asiste a una pérdida del ascendente de la figura adulta, y se responde oscilando entre el modelo anclado en el pasado (castigos, gritos y prohibiciones) y el sentimiento de culpabilidad, que lleva a explorar formas de adultez más próximas y que buscan compartir complicidades con las criaturas en lugar de educar.

Esta pérdida de credibilidad y ambivalencia provoca que la voz adulta no sea escuchada, que sus decisiones sean cuestionadas y que las criaturas confundan el derecho a discrepar con el de no obedecer, actitud que se manifiesta en muchos momentos, con más o menos habilidad, y crea inseguridad y desconcierto.

Se trata de la famosa ley del péndulo en busca del equilibrio, lo que no implica ir en contra de lo que se había vivido ni desestimar todo lo que se hacía, sino buscar nuevos referentes que puedan mejorar las prácticas anteriores y dar respuesta a la situación actual, recolocando el rol educativo adulto.