Pedagogía

de la Interioridad

Pedagogía

de la Interioridad

APRENDER A «SER»

DESDE UNO MISMO

Ana Alonso Sánchez

NARCEA, S. A. DE EDICIONES

MADRID

 

© NARCEA, S. A. DE EDICIONES, 2017

Paseo Imperial, 53-55. 28005 Madrid

www.narceaediciones.es

Cubierta: Fernando García de Miguel

ISBN papel: 978-84-277-1799-2
ISBN ePdf: 978-84-277-1849-4
ISBN ePub: 978-84-277-2266-8

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Índice

Introducción

I. BASES PARA UNA PEDADOGÍA DE LA INTERIORIDAD

1. Bases antropológicas

Dimensiones humanas: relacional, física, psicológica y espiritual

El desarrollo humano: la realización plena de lo que se es

El desarrollo espiritual

El desarrollo espiritual en la infancia

Una invitación a la reflexión

Nuestras aportaciones para una Pedagogía de la Interioridad

2. Bases psicológicas

Inteligencia e inteligencias

La inteligencia espiritual

Otra forma de conocer: contemplar

La energía psíquica: «Flow»

Nuestras aportaciones para una PedagogÍa de la Interioridad

3. Bases desde las tradiciones espirituales

Nuestras aportaciones para una Pedagogía de la Interioridad

4. Qué entendemos por Interioridad

Orientar la mirada

Interioridad: mirar hacia dentro para ver mejor lo que está fuera

II. PEDADOGÍA DE LA INTERIORIDAD

5. Qué es educar la Interioridad

Características y finalidades de la educación de la interioridad.

Educar la Interioridad en Infantil y Primaria. Orientaciones

El educador o educadora de la interioridad. Sus actitudes

6. Cómo hacer para educar la Interioridad

Una educación para «ser» y «convivir»

Interioridad y conflictos cotidianos

Áreas de trabajo: Área de desarrollo emocional, Área de valores-creatividad y Área de desarrollo espiritual

Orientaciones para trabajar cada una de las Áreas

Cómo cuidar la interioridad en Educación Infantil

Trabajar la interioridad en Educación Primaria

Trabajar los conflictos cotidianos en Educación Infantil y Primaria

III. RECURSOS Y HERRAMIENTAS PARA EDUCAR LA INTERIORIDAD

7. Herramientas para educar la interioridad

Dinámicas corporales

Relajación

Visualización

Narraciones, cuentos y relatos

Mandalas

Meditación

La Asamblea

Los Rincones: «Rincón del silencio» y «Rincón de los conflictos»

8. Contribuciones de la Educación de la Interioridad a las Competencias Básicas

Educación de la interioridad y competencias básicas

Educación de la interioridad y educación religiosa

A modo de conclusión

Introducción

La cultura en la que vivimos nos ha inducido tradicionalmente a mirar hacia fuera. Como consecuencia, el modelo pedagógico propuesto por ésta ha estado orientado desde siempre a la adquisición de conocimiento sobre aquellos ámbitos que están fuera de nosotros; de tal modo, que podemos llegar a conocer el mundo en el que vivimos con tanto nivel de profundidad como nos propongamos.

Pero, ¿qué aprendemos a conocer de nosotros mismos? ¿Qué sabemos de nuestro propio mundo interior? ¿Dónde, cómo y cuándo aprendemos a descubrirlo y a profundizar en él?

Es importante conocer y aprender a situarnos en el mundo que nos rodea, poder conseguir con ello una cultura y el acceso a posibilidades de trabajo y progreso profesional. Pero no lo es menos, llegar a conocernos y entendernos a nosotros mismos, saber quiénes somos, qué queremos y hacia dónde queremos ir. Si el conocimiento primero nos da la posibilidad de obtener un cierto nivel cultural y, en el mejor de los casos, desarrollar un trabajo acorde con él, este último nos da la posibilidad de poder encontrarle sentido a todo ello y aprender a vivir sin dejar que la vida lo haga por nosotros. ¿No será importante tener todo ello en cuenta en el ámbito educativo y elaborar una pedagogía que pueda facilitar que esto suceda?

Nunca como ahora el acceso a la información, a las comunicaciones y a todo tipo de comodidades ha estado tan fácil, sin embargo, a medida que han ido creciendo estas posibilidades lo ha hecho también el consumo de determinadas sustancias y de antidepresivos; existe fracaso en las relaciones, sensación de vacío existencial, violencia, luchas de poder, etc. Todos queremos tener más razón, más prestigio, más títulos, más…. lo que sea; con tal de subirnos al tren de la vida y poder ocupar un puesto que nosotros llamamos «digno» en ella. Y, cuando lo hayamos conseguido, ¿nos bastará con eso para sentirnos satisfechos? Parece que hubiéramos entendido que es así, como vamos a ser felices, y en consecuencia, todos luchamos por llegar a serlo. ¿No tendrá algo que ver la educación en todo esto?

Es bien cierto que los cambios sociales han permitido grandes avances, que a todos nos han facilitado la vida dándonos una mayor comodidad y confort, pero, pensándolo bien, nos la han complicado al mismo tiempo. En el fondo, esto ha hecho que se fueran creando necesidades nuevas en nosotros que hemos de procurar satisfacer, pero de tal modo que, aunque tenemos más necesidades, el tiempo para satisfacerlas sigue siendo el mismo. Es así como nos encontramos con que no hay tiempo para perder y que, a perderlo, le solemos llamar «no hacer nada», o lo que es lo mismo, simplemente «ser» y «estar»; en una palabra: realizar actividades no productivas. No nos damos cuenta, que cuando fuimos niños era lo que hacíamos, y sin embargo, éramos felices.

Conscientes de ello, del mismo modo que a muchos nos preocupa el medio ambiente, también nos preocupa el estilo de vida que estamos mostrando a nuestros hijos, a veces, hasta a nuestros alumnos. En ellos proyectamos, de alguna forma, el ritmo de nuestra frenética actividad haciendo que siempre estén ocupados; hasta tal punto que, cuando no hacen nada, se aburren.

Está claro que conocer todo y tenerlo todo, no siempre nos satisface. Tal vez, lo que más estemos necesitando sea pararnos, pensar más en nosotros mismos, en la calidad de nuestras relaciones, y en aquello realmente valioso para cada uno, aquello de lo que nadie quisiéramos prescindir.

Hoy se sabe que es nuestra inteligencia espiritual la que nos otorga la capacidad de todo ello, así como la de realizar actividades improductivas: como disfrutar de una puesta de sol, contemplar una flor, escuchar una pieza musical, o acariciar aun niño; o lo que es lo mismo, disfrutar sin necesidad de estar haciendo nada. Si esto nos pasa pocas veces ¿no será que con nuestro modo de vida hemos atrofiado esta capacidad, o la hemos omitido en una educación que nos preparó más para «hacer», que para «ser» y «sentir»?

Cuando la Unesco, tras analizar los cambios de vida del mundo contemporáneo y las tensiones que ello provoca, planteó a través del Informe Delors soluciones alternativas para la educación de este siglo, ya se estaba haciendo eco del modo de vida del que anteriormente hemos hablado. Sin embargo, ¿cuántos educadores y educadoras, desde entonces, hemos tenido en cuenta y hemos puesto en marcha sus orientaciones?

El citado Informe, hablaba de cuatro pilares básicos de la educación: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir, y aprender a ser.

En la escuela, nos hemos ocupado principalmente de los dos primeros, pero ¿cuál ha sido y está siendo el espacio y el tiempo explícitos que dedicamos a estos últimos? Aprender a ser se refiere, según Delors, al desarrollo global de cada persona: cuerpo, mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético, responsabilidad individual, espiritualidad, etc. Aprender a convivir, en una sociedad multicultural, nos invita además, a acoger y a aceptar al otro, así como a descubrir aquello que tenemos en común. Sin embargo, todo ello será difícil si antes no nos descubrimos a nosotros mismos, y enseñamos a las nuevas generaciones a que hagan lo mismo: un reto educativo, al que la Educación de la Interioridad quiere intentar responder.

La interioridad, no obstante, no es un tema nuevo del que nunca se haya hablado; sin embargo, actualmente parece haberse puesto de moda. Aunque no debería ser así, ya que toda moda es pasajera, pero interioridad seguiremos teniendo siempre, y nuestra implicación en ella no puede ser sólo temporal. Lo novedoso, por tanto, no será hablar de la interioridad, sino plantearnos la necesidad de una pedagogía para desarrollarla, en el ámbito educativo, como un derecho de todos; y esto como respuesta, tal vez, a algo de lo que sin darnos cuenta, nos hemos ido olvidando y, con ello, contribuyendo a que nuestros alumnos o nuestros hijos también lo hagan: de nosotros mismos.

Si hasta ahora el mundo interior se abordaba desde la filosofía, desde la psicología o desde la espiritualidad, aquí no vamos a obviarlo. Tendremos en cuenta las aportaciones de estos ámbitos sin necesariamente circunscribirnos a ninguno de ellos, porque la educación de la interioridad y el poder ser educado en ella, tal como aquí se entiende, no se inscribe en ninguno de los campos del saber, es patrimonio común de todos ellos y un derecho de cada persona, con independencia de su ideología, tradición religiosa o pensamiento.

Para que ello sea posible, hemos de ser nosotros, los educadores y los padres, los primeros que nos tomemos la responsabilidad de un nuevo modo de hacer lo de siempre; pero esto no será posible, si nosotros mismos no nos sumergimos en un proceso personal de encontrar sentido a lo que hacemos, y también sentido a lo que somos. Nos conviene recuperar el protagonismo, el apasionamiento por ello, y empezar a crear con nuestras propias huellas el camino que está por hacer o está empezando a hacerse, y que va a permitir que nuestros hijos y nuestros alumnos puedan pisarlo. No podemos hacer que ellos lo emprendan sin que nosotros hayamos empezado a andarlo.

Estructura del libro

Así pues, éste es el objetivo de esta obra, proponer una Pedagogía de la Interioridad, que ayude a nuestros alumnos y a nuestros hijos a «aprender a ser» desde sí mismos, y como consecuencia, a convivir con los otros desde el respeto a las diferencias de cada uno.

A lo largo de esta obra ofrecemos algunas pautas para poder hacer este camino, no es más que una forma, de las muchas que puede llegar a haber. Mi deseo último no es sólo dar ideas, sino enriquecer las que ya posee el lector y crear otras nuevas; de tal manera que lo que aquí exponemos pueda servir de ayuda para su reflexión personal, y que, a partir de entonces, desde lo que cada uno piensa, siente o intuye, encuentre la mejor forma de hacer descubrir a sus alumnos o a sus hijos, aquello que ya ha probado, y que por lo mismo, es en lo que cree.

La primera parte de la obra, más teórica y denominada «Bases para una Pedagogía de la Interioridad», se orienta fundamentalmente a este fin. En ella se presentan aquellas bases que, desde ámbitos diferentes justifican el porqué y el cómo de lo que se hace después. Su objetivo no es enseñar ni convencer a nadie de lo que, posiblemente, todos ya sabemos, sino refrescar ideas, dar argumentos para repensar e invitar a una reflexión que provoque una respuesta personal activa y creativa en cada uno. Con este objetivo, al terminar cada capítulo de esta primera parte, se introducen unos cuadros bajo el título: «Nuestras aportaciones para una pedagogía de la interioridad», donde se presentan las conclusiones más importantes de lo tratado en cada uno, y aquellas ideas que serán puntos de referencia y de apoyo para asentar sobre ellos el planteamiento y desarrollo del Programa que se explicitará después.

La segunda parte, está dirigida a la «Pedagogía de la Interioridad» propiamente dicha, y en ella se hace el planteamiento y desarrollo las características de un programa para llevar a cabo la educación de la interioridad concretamente en las etapas educativas de Infantil y Primaria.

La tercera parte titulada «Recursos y herramientas para educar la interioridad», es una recopilación de medios que pueden ayudarnos a llevar a cabo el trabajo que nos proponemos. Se explican las características de cada herramienta y algunas formas posibles de poder utilizarlas.

Finalmente, se presentan las contribuciones de la educación de la interioridad en su relación con las competencias básicas y con el currículo de algunas áreas y se dan algunas orientaciones y requisitos mínimos para el establecimiento de un Programa de Educación de la Interioridad.

El conjunto de la obra está basado en mi experiencia personal. Siempre he sido una persona buscadora, y lo sigo siendo. Puedo comprobar cómo la propia vida me va dando respuestas a través de los acontecimientos y de las personas con las que me voy encontrando, ayudándome a crecer en mí. Gracias a quienes siempre lo han hecho desde el respeto y el cuidado de lo que soy, y a quienes no han sabido o no han podido hacerlo en algún momento. Todas y todos me han enseñado algo.

Del mismo modo, mi trabajo como maestra, como educadora, con una gran diversidad de grupos de alumnas y alumnos de todos los niveles de educación infantil y primaria, me ha enseñado a escuchar y observar mucho a los niños, a reflexionar sobre lo que hago y a aprender de ellos. Es lo que me ha llevado a desarrollar y dar forma al contenido de este libro.

A los niños y niñas con quienes yo aprendí, y a quienes me han ayudado a creer en mí misma y a crecer, dedico este trabajo, que también lo fue interior, con el deseo de seguir siempre aprendiendo.

I

BASES PARA UNA PEDAGOGIA DE LA INTERIORIDAD

Aunque la utilización del término «interioridad» es relativamente reciente, no lo es así aquel ámbito al que con esta palabra nos estamos refiriendo. Interioridad existe desde que el ser humano es ser humano, y la prueba de ello está en que desde muy antiguo ha habido disciplinas que se han interesado por conocer y reflexionar, desde sus diferentes perspectivas, sobre la parte no material de la persona, aquello que no se puede ver de ella pero que hay pruebas evidentes y manifiestas de que existe: lo que piensa, lo que siente…; en definitiva, todo aquello que vive o puede llegar experimentar dentro de sí mismo: su mundo interior.

De igual modo, la existencia de diferentes tradiciones y corrientes espirituales a lo largo de la historia de la humanidad, es la prueba evidente de que también existe algo más de lo que habitualmente percibimos a través de los sentidos, y de que cada cual canaliza su búsqueda generalmente influenciado por la cultura imperante que le ha tocado vivir.

A la hora de plantearnos una pedagogía de la interioridad no podemos hacerlo sin tener en cuenta las aportaciones de ámbitos tan variados que han llegado a conclusiones interesantes sobre aquello que ahora quiere ser objeto de nuestra pedagogía.

Disciplinas como la Filosofía, la Antropología o la Psicología tienen mucho que decir en todo esto, así como aquello que está en la base de todas las tradiciones espirituales.

Aquí no vamos a hacer un estudio exhaustivo desde ninguna de estas ramas del saber, porque tampoco es nuestro objetivo, pero sí encontrar en algo de todas ellas aquellos argumentos que justifican lo que vamos a hacer y por qué lo hacemos.

De la misma manera, tendremos en cuenta los avances de las neurociencias en los últimos años que, sin lugar a dudas, también tienen mucho que decirnos a la hora de plantearnos una pedagogía hoy.

Sin querer extendernos demasiado, y deteniéndonos sólo en aquello que nos interesa para el objetivo que nos proponemos, los siguientes capítulos que conforman lo que es la primera parte de esta obra, tienen por objeto sentar las bases y el fundamento de las concreciones que hacemos en capítulos posteriores. Tener en cuenta estas bases, y reflexionar sobre ellas, nos ayudará a entender el porqué de la pedagogía de la interioridad que aquí se propone y el cómo llevarla a cabo.

1. Bases antropológicas

En el contexto educativo, podemos entender las bases antropológicas de la Pedagogía de la Interioridad, como aquel modelo de persona en el que ésta se sustenta.

La idea que se tiene del ser humano es importante en todas las profesiones que implican un contacto más o menos directo de persona a persona. Quienes nos dedicamos a la educación, con mayor razón si cabe, no podemos obviarlo, porque, aunque intencionadamente nunca nos hayamos parado a pensarlo, o en el quehacer diario no reflexionemos explícitamente sobre ello, nuestra concepción más o menos consciente de lo que somos está implícita en el mismo, e indudablemente condiciona nuestras metas y nuestro quehacer.

Tomar en serio la educación de nuestros alumnos o de nuestros hijos implica necesariamente reflexionar sobre lo anterior no dándolo por hecho, comprobar en qué medida lo que hacemos está de acuerdo con aquello que creemos o pensamos y, como consecuencia, ver sus posibles implicaciones en las materias curriculares y más allá de ellas.

Nadie pone en duda que el fin de la educación es la educación integral de la persona, pero al decir «integral» ¿a qué integridad nos estamos refiriendo realmente? ¿Qué entendemos cada educador o educadora por integridad de la persona o educación integral de la misma? Al referirnos a la educación integral como la educación de todas las dimensiones de la persona ¿estamos de acuerdo en la consideración equitativa de todas ellas? ¿Cómo y de qué manera la realizamos diariamente en el aula de acuerdo con nuestra consideración? Nuestra reflexión personal sobre ello es más importante de lo que parece, porque del resultado de la misma puede que surja el planteamiento principal que nos haga optar o no por una Educación de la Interioridad, por verla innecesaria, o por considerarla urgente.

Dimensiones humanas

Constituido por diferentes dimensiones, el ser humano forma en sí mismo una unidad, un potencial lleno de recursos que se despliega y repercute en su conducta. A cada dimensión corresponde una forma de conocer la realidad y una forma de interactuar con ella, sin nuestras sensaciones, sentimientos, pensamientos e intuiciones.

Sin dejar de constituir una unidad manifestada en nuestro cuerpo, las dimensiones están relacionadas entre sí, de modo que lo que se gesta en cada una de ellas repercute de una forma u otra en las demás. Crecer como persona implica abrirnos a las posibilidades de todas ellas dando lugar así a un proceso de transformación personal llevado a cabo por la realización plena de las potencialidades y facultades innatas que residen en cada una.

El fin último será pues, lograr el pleno desarrollo físico, psicológico, espiritual y social de la persona, que se llevará a cabo a través de los diferentes procesos de maduración y aprendizaje.

A continuación profundizamos brevemente en las características de cada una de estas dimensiones: relacional, fisica, psicológica y espiritual, de modo que, comprendiendo su funcionamiento y repercusiones, podamos extraer pistas para desarrollar el programa pedagógico del que estamos hablando.

Dimensión relacional, interpersonal o social

Nuestra dimensión relacional es aquella que nos proporciona la capacidad de poder establecer relaciones con el entorno y con los otros y de llegar a crear vínculos de responsabilidad y calidad en la interacción con ambos.

Desde el momento mismo de nuestro nacimiento entramos en interrelación con un entorno —absolutamente nuevo— al que nos tenemos que ir abriendo y con el que vamos interactuando, de tal modo que éste, junto con nuestros programas genéticos irá determinando lo que llegaremos a ser. Durante los primeros años de vida, en nuestra indefensión primigenia, vivimos totalmente a expensas del entorno, hasta el punto de que si éste, por la razón que sea, no responde a la satisfacción de nuestras necesidades básicas, podemos llegar a desaparecer como individuos —en el peor de los casos—, o puede que, quedemos mermados en alguna de nuestras capacidades si éstas no han recibido la atención suficiente, en otros. No hemos nacido por tanto para vivir aislados, pero sí en cambio, con una identidad que el paso del tiempo nos tiene que ir ayudando a desvelar y llevar progresivamente a su máxima expansión.

A medida que crecemos la responsabilidad del entorno va decayendo en uno mismo; es entonces cuando, de alguna forma, no dependemos de él para sobrevivir, somos nosotros quienes a través de un proceso de aprendizaje o sin él, hemos de llegar a saber quiénes somos y hemos de crecer sabiéndolo.

Si en los primeros años vivimos a expensas del entorno, en adelante, somos también nosotros quienes vamos a configurar ese entorno y, dependiendo de nuestros progresos así será nuestra contribución a él. Nuestras experiencias de vida son una imitación a tomar en serio el descubrimiento de nuestra propia identidad que, sin dejar de saberse parte de un todo interrelacionado, ha de hacer lo posible por desplegarse en lo más genuino de sí, y contribuir con sus cualidades al enriquecimiento y mejora del entorno.

Querámoslo o no, con el entorno interactuamos hasta que nos morimos, mediante el ejercicio de nuestra propia identidad. Si desconocemos nuestra identidad, el hecho puede llevar a confusión e inclinarnos a buscar en sistemas sociales aquello que creemos que nos falta.

En nuestras relaciones manifestamos y revelamos actitudes profundas que delatan algo de nosotros mismos, y el nivel de profundidad o superficialidad con que las vivimos es de alguna manera el reflejo de cómo nos vivimos y experimentamos a nosotros mismos.

Desde este enfoque y teniendo en cuenta lo dicho, consideramos entonces que observar y aprender a cuestionarse la propia conducta es un paso importante para crecer como persona, porque todo ello siempre nos revela alguna información sobre nosotros mismos y sobre aquello que nos puede estar sucediendo o no a otros niveles.

Dimensión física

Nuestra dimensión física es nuestra corporalidad, la forma singular y única de manifestar nuestra presencia ante el entorno. A través de nuestro cuerpo nos relacionamos y percibimos la información del mundo exterior por medio de las sensaciones, y es también a través suyo, como expresamos la realidad de otro mundo, nuestro mundo interior que, con consciencia o sin ella, se manifiesta en todo cuanto hacemos y en cómo lo hacemos. A través de nuestro cuerpo también, y como respuesta a lo que sucede en ambos, mantenemos una conducta determinada.

Se suele decir que «el cuerpo no engaña» porque es la transparencia más profunda de cuanto somos, todo él habla de nosotros, y aún cuando nos opongamos a ello, el cuerpo nos revela, y nuestra oposición pasa factura. El cuerpo envuelve y contiene todas las demás dimensiones, de manera que manifiesta como unidad o fragmentación la conjunción de todas ellas; así, la coherencia o incoherencia de nuestros mensajes verbales, gestos, posturas, etc., revela, entre otras cosas, nuestra autenticidad o falta de ella.

Escuchar nuestros mensajes corporales, observarnos a nosotros mismos en aquello que expresamos y cómo lo hacemos, así como escuchar de vez en cuando a los otros cuando reciben aquello que con intención o sin ella les estamos transmitiendo, puede ayudarnos a detectar nuestras propias coherencias o incoherencias, y como consecuencia —siempre que queramos— invitarnos a reflexionar acerca de por qué nos sucede.

Dimensión psicológica

Afectiva

Incluye el complejo mundo de nuestras emociones y sentimientos. Tiene referencia y relación directa con el cuerpo, ya que existen mecanismos fisiológicos a los que están asociados, y es a través suyo cómo vivenciamos ambos.

Las emociones son conocidas como el sistema más antiguo de cognición destinado a mejorar la supervivencia. Las emociones surgen habitualmente como respuesta a un acontecimiento externo o interno que provoca en el organismo un estado y lo predispone a dar una respuesta. Son por tanto, universales y necesariamente positivas. Influyen en el pensamiento y dirigen la atención, estableciendo las metas que nos son prioritarias y nos organizan para llevar a cabo acciones concretas. Contienen y expresan valores, indican qué cuestiones nos preocupan y qué es realmente significativo para nosotros; cómo vemos la realidad y qué valores tenemos. Son parte de quiénes somos y de cómo nos vemos. No obstante, el hecho de vivir en una cultura determinada nos condiciona para vivir algunas emociones de una forma concreta y no de otra.

Los sentimientos, en cambio, se aprenden como resultado de la cristalización y elaboración de varias emociones. Varían de una persona a otra y muchos de ellos también son producto del proceso de culturización seguido por cada una.

Conocer qué nos emociona y por qué, y la manera cómo nos sentimos ante determinados sucesos, acontecimientos o situaciones nos ayuda a reconocer una parte importante de nuestra identidad única, que puede tener mucho en común con la de otros, pero nunca ser igual.

Acceder al trasfondo de nuestras emociones y sentimientos, puede delatar principios y valores que nos mueven por debajo de los mismos y ayudarnos a reconocer nuestra verdadera identidad que está más allá de todos ellos. Por otro lado, aceptarlos, aprender a manejarlos e interactuar adecuadamente con ellos, nos permitirá vivir con mayor libertad, elegir nuestras conductas y el momento más adecuado para llevarlas a término; en definitiva, dirigir nuestra propia vida.

Intelectual

La dimensión intelectual comprende el mundo de nuestras ideas, pensamientos e imágenes, saberes e informaciones que nos permiten conceptualizar la realidad. Los pensamientos, que emergen del almacén de experiencias que hay en nuestra memoria, o que se crean en base a la información que procede del exterior, influyen en nuestras emociones, cuerpo y relaciones de manera que determinan el modo en que nos sentimos y nuestro modo de actuar.