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Byung-Chul Han

Hiperculturalidad

Cultura y globalización

Traducción de
Florencia Gaillour

Herder



Título original: Hiperkulturalität. Kultur und Globalisierung

Traducción: Florencia Gaillour

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2005, Merve Verlag, Berlín

© 2018, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-4062-5

1.ª edición digital, 2018

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Herder

www.herdereditorial.com


ÍNDICE

TURISTA EN CAMISA HAWAIANA

CULTURA COMO PATRIA

HIPERTEXTO E HIPERCULTURA

EL EROS DE LA CONEXIÓN

COMIDA FUSIÓN

CULTURA HÍBRIDA

HIFANIZACIÓN DE LA CULTURA

ÉPOCA DE LA COMPARACIÓN

LA ELIMINACIÓN DEL AURA DE LA CULTURA

EL PEREGRINO Y EL TURISTA

WINDOWS Y MÓNADAS

ODRADEK

IDENTIDAD HIPERCULTURAL

INTERCULTURALIDAD, MULTICULTURALIDAD Y TRANSCULTURALIDAD

APROPIACIÓN

SOBRE LA PAZ LARGA

CULTURA DE LA AMABILIDAD

HIPERLOGO

EL CAMINANTE

UMBRAL

Sin embargo, el temor humano ante lo desconocido es, muchas veces, tan grande como su horror ante el vacío, aunque lo nuevo sea superación de ese vacío. Por eso, muchos ven solo desorden sin sentido donde en realidad un nuevo sentido está luchando por lograr un nuevo orden. Es verdad que el viejo nomos se hunde sin duda y con él todo un sistema de medidas, normas y proporciones tradicionales. Pero el venidero no es, sin embargo, ausencia de medida ni pura nada hostil al nomos. Incluso en la más encarnizada lucha de nuevas y antiguas fuerzas nacen medidas justas y se forman proporciones sensatas.

También aquí hay dioses y aquí reinan,

grande es su medida.

CARL SCHMITT


TURISTA EN CAMISA HAWAIANA

Where do you want to go today?

MICROSOFT

El etnólogo británico Nigel Barley sostuvo alguna vez que la «verdadera llave del futuro» radica en que «conceptos fundamentales como cultura dejan de existir». De acuerdo con Barley, nosotros somos entonces «prácticamente turistas en camisas hawaianas».1 ¿Se llama «turista» al nuevo hombre después del fin de la cultura? ¿O vivimos finalmente en una cultura que nos da la libertad de dispersarnos como alegres turistas a lo ancho del mundo? ¿Cómo se deja describir esta nueva cultura?


1 Cfr. Der Spiegel, 44/2000.


CULTURA COMO PATRIA

Nuestro Dasein histórico experimenta con aflicción
espiritual y claridad que su futuro equivale
a la desnuda disyunción exclusiva entre la salvación
de Europa o su destrucción. La posibilidad
de la salvación exige, sin embargo, dos cosas:

1. La preservación de los pueblos europeos ante el asiático;
2. La superación de su propio desarraigo y fragmentación.

MARTIN HEIDEGGER

En las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal Hegel señala, respecto de la génesis de la cultura griega, que «es sabido que los comienzos de la cultura coinciden con la llegada de los extranjeros a Grecia».1 Es constitutivo del origen de la cultura griega la «llegada de los extranjeros». Los griegos conservarían «agradecidos el recuerdo» de esta llegada en su mitología. De aquí que Prometeo provenga del Cáucaso. El mismo pueblo griego se ha desarrollado a partir de una colluvies, que significa, originalmente, barro, inmundicia, mezcolanza, desorden o barullo.

Según Hegel, un «prejuicio corriente sostiene que una vida hermosa, libre y feliz ha de surgir mediante el simple desarrollo de un primitivo parentesco familiar, de una raza que, desde su origen, está unida por la naturaleza».2 Sin embargo, es «su propia heterogeneidad mediante la cual [el espíritu] consigue la fuerza bastante para existir como espíritu». La heterogeneidad en sí no crea ningún «espíritu griego hermoso y libre»; para ello es necesario también una «superación» de la heterogeneidad. No obstante, la necesidad de esa superación no la convierte en algo negativo, que podría haber estado ausente sin más, ya que la heterogeneidad en sí misma es un «elemento [constitutivo] del espíritu griego». La presencia de los extranjeros, vista de este modo, es necesaria para la formación de lo propio.

Para la descripción de la génesis histórica del mundo griego, Hegel se esmera claramente en resaltar el efecto constitutivo de lo extraño, de la heterogeneidad en sí misma. Sin embargo, con respecto a la identidad de la cultura europea, utiliza un tono del todo distinto. Aquí evoca enérgicamente la «patria». Si bien es cierto que Europa ha recibido su religión de Oriente, Hegel sostiene que todo aquello que satisface «nuestra vida espiritual», Europa lo ha obtenido de Grecia: «El nombre de Grecia tiene para el europeo culto, sobre todo para el alemán, una resonancia familiar».3 En este caso, deja de tratarse de la heterogeneidad en sí. Lo extraño es ahora degradado a mera «materia». Hasta hace un momento, la extrañeza había sido un elemento espiritual, una forma. Sin embargo, después de que «la humanidad europea se instaló dentro de sí como en su casa» abandonó definitivamente lo «histórico», «lo recibido de afuera». Es satisfactorio este estar en casa: «Así como en la vida corriente ocurre que nos sintamos a gusto entre las gentes y las familias que viven contentas y satisfechas en su casa, sin querer salir de ella y buscar nuevos horizontes, así nos sentimos a gusto con los griegos».4 La felicidad es, en este contexto, un fenómeno de la familia, de la patria y de la casa. Esto tiene su origen en el «no salir hacia afuera, hacia otro lado», en el lugar, que vendría a ser sinónimo de «espíritu».

Ante la comprensión histórico-genealógica, sorprende el énfasis de Hegel en el sentimiento hacia lo patrio. La formación de la cultura griega tiene lugar gracias a la llegada de los extranjeros, es decir, de la heterogeneidad en sí misma. Lo histórico no coincide, en apariencia, con la Historia, que produce lo propio, el lugar en sentido enfático. Sobre el «parentesco familiar» o la «amistad», en tanto causas del marchitarse del espíritu, no se habla más. Hegel evoca antes la casa, la familia y la patria. Lo que cuenta es estar «contento y satisfecho en su casa». Con respecto a la cultura europea, parece que el espíritu hegeliano ha abandonado «la heterogeneidad en sí misma», que le otorgaba antiguamente esa «fuerza» para «existir como espíritu». No hay más una cultura extranjera, una «llegada de los extranjeros» que la quite de su feliz «no salir hacia afuera, hacia otro lado». De esta manera, la cultura europea se vuelve autosuficiente. Está satisfecha consigo misma. Ninguna heterogeneidad la inquieta. No obstante, de acuerdo con la teoría de Hegel, esto tendría como consecuencia una petrificación mortífera.

En Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad, Herder opina, de modo similar, que «toda la cultura del norte, este y oeste europeo es una planta que brotó de semillas romanas, griegas y árabes».5 La cultura europea es, por lo tanto, todo menos pura; es una especie de bastarda. Si bien Herder no desarrolla una teoría de la cultura que eleve explícitamente lo impuro como elemento constitutivo, llega, no obstante, a un concepto de cultura que hace que su comparación valorativa parezca cuestionable. En Filosofía de la historia para la educación de la humanidad, Herder comenta que «el bien» ha sido «diseminado en el mundo […] en mil formas».6 Por eso «falla» toda comparación. A pesar de esto, cada cultura tiende a absolutizar su perspectiva relativa. En consecuencia, no es capaz de mirar por encima de sí misma, de lo propio. Lo extraño, que ya tendría el carácter de enfermedad, es tratado entonces con «desprecio y repugnancia».7 Sin embargo, justamente esta «ceguera» la hace «feliz»; es decir: la formación de la identidad feliz presupone ceguera. La «felicidad nacional» surge cuando el «alma» olvida su «diversidad» inherente y eleva una parte de ella como totalidad. A partir de unos «sonidos despiertos», explica Herder, conforma un «concierto» y no percibe los tonos dormidos, a pesar de que estos, «mudos y oscuros», «apoyen el canto sonoro». La felicidad del alma se debe, por consiguiente, a una sordera.

¿Nos acercamos hoy a una cultura que no se caracteriza por esa sordera-ceguera feliz, a una cultura que se vuelve sonora y que se abre a un espacio de sonido hipercultural, que se desespacializa, una cultura en la que tonos diferentes, sin distancia entre sí, se amontonan unos con otros? La constitución hipercultural de la yuxtaposición, de la simultaneidad o de la disyunción inclusiva, también transforma la topología de la felicidad.

Aquellos «turistas en camisa hawaiana» no conocen ni la «felicidad nacional» ni el «canto» feliz del alma. Ellos tienen una felicidad constituida de una manera del todo distinta, una felicidad que nace de una desfactifización (Defactifizierung), de suprimir la conexión al aquí, al lugar. Lo extraño no sería en este caso una «enfermedad», sino lo nuevo, que debe ser apropiado. Ellos habitan un mundo que pierde sus límites y se transforma en un hipermercado de la cultura, en un hiperespacio de posibilidades. ¿Son menos felices que aquellas almas que pueblan una nación o una patria? ¿Es su forma de vida menos deseable que la de los otros? ¿No experimentarían, a causa de la desfactifización, un aumento de libertad? ¿No sería el turista en camisa hawaiana la figura de esa felicidad futura, es decir, del homo liber? ¿O es la felicidad, por el contrario, un fenómeno del límite y del lugar? ¿Habría, entonces, una nueva época de los nativos, de los eremitas, de los ascetas o de los fundamentalistas del lugar?


1 G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid, Madrid, 2001, p. 408.

2 Ibíd., p. 404.

3 G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la historia de la filosofía, México, FCE, 1995, p. 139.

4 Íbid.

5 J.G. Herder, Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad, Buenos Aires, Losada, 1959, pp. 543-544.

6 Íd., Filosofía de la historia para la educación de la humanidad, Sevilla, Espuela de plata, 2007, p. 60.

7 Ibíd., pp. 58-59.