DIOSAS DE ESTAMPITA

 

 

Alejandro López

 

 

 

 

 

 

DeParado

Alejandro López nació en Goya, Corrientes, en 1968. Publicó La asesina de Lady Di (Adriana Hidalgo, 2001), La asesina (Eloísa Cartonera, 2003), Kerés cojer? = Guan tu fak (Interzona, 2005), Rubias del cielo (Mansalva, 2016) y Las malas lenguas (Blatt & Ríos, 2017). Su obra de teatro Cuentos putos fue incluida en la serie Decálogo, indagaciones sobre los 10 mandamientos. Tomo III (Libros del Rojas, 2010).

 

 

 

DeParado

 

 

 

 

El amor es lo único que realmente contagia,

lo demás son habladurías.

 

Discurso final de Ninshuí,

criada hermegenética, 2500 a.C. TT

3
Dios, te lo ruego, no lo aceptes en el Cielo

Los odio. Los re odio con toda mi alma y se merecen que los haga pelota por hijos de puta. A mi vieja la dejo para el final por yegua pelirroja mal teñida y por haber elegido a ese sorete para que sea mi padre. A él más vale que lo reviento primero porque, además de sorete y cana, es un asesino. Lo despierto de la siesta, que seguro está escabio, y le apunto de lejos para que no me pueda manotear. Voy a decirle que siempre me dio asco como hombre y como padre. Que lo odio desde el primer día que tengo memoria. Lo detesto por llamarme nena trolita, por decirme puto y gritarme maricón cada vez que puede. Después, en cuanto escabia, me pone la pija enfrente para que se la chupe. Lo odio con todo mi ser. Pero no sé si voy a poder decirle todo lo que tengo en el pensamiento porque posta que ahí mismo me pongo a llorar como una pajera. Eso me va a cagar la puntería, de una. A la buzarda directo le tiro que seguro no fallo. Que se desangre, pero que siga escuchando. Al final le digo: que te metas conmigo me la banco, pero lo que hicistes con la Ivana Shirley no tiene perdón. Ella es un ángel. Te vas a acordar de mí en el cielo o en el infierno. No me importa adónde te ubique Dios.

Capaz encima que va al cielo porque el Padre Ignacio, que tiene el perdón fácil, le pide a Dios que pase por alto todo el mal que nos hizo. Seguro que lo terminan mandando al cielo como cualquier cristiano. ¡No, no, no! ¡Por favor! Qué película de mierda. Te lo ruego, Dios, no lo aceptes en el cielo. Ni a él ni a ninguno de los que hasta ahora –y si sale todo liso– tengo en la mente. Ayudame, Dios, haceme el aguante que ahora soy otra persona y quiero empezar, por fin, mi vida de nuevo. Estoy distinta. Te lo juro por mí misma. Es ahora o nunca que tengo que hacer justicia. Dame gas y no me abandones vos también en este momento tan choto de la vida. Después me voy directo a la cocina a hacer unos tererés para olvidar el momento de mierda que, seguro, me va a hacer pasar este diablo hasta en su misma muerte. A sentarme tranquila y a pintarme las uñas que anoche no pude de los nervios que tenía. A quedar diosa perfecta y esperar que vuelva mamá del hospital con la Ivana Shirley como si nada pasó.

Va a salir todo joya. Dios y el Padre Ignacio están conmigo adentro de mi alma. Lo siento en el pecho. Es por eso que lloro cada dos segundos, porque sé que esta vez voy a triunfar. A la Ivana Shirley, pobre ángel, que no tiene la culpa de nada, la saco del medio lo antes posible para que no sufra. Encima con los alaridos que pega no me puedo arriesgar porque voy a necesitar la paz de espíritu completa. Y después de batirle todo a la vendida de mi vieja, de tirarle a la cara la ponzoña que vengo juntando, le lleno el cuerpo de bala. ¡Que reviente!

Posta que se me van a ocurrir mil cosas para decirle no más verle la cara de conchuda, la risa de hija de puta, porque seguro que se me va a reír como siempre. Que no sirvo para nada, ni para matarla, capaz que me refriega la muy ladrona. Pero Dios me va a iluminar para que no me quede con nada adentro, porque a partir de hoy, otra persona. Luis Aníbal quedó en el pasado y soy nueva. Como si me fui a Personal para que me cambien el chip, el equipo, todo. Como si tuviera otro número y tiré el celu a la mierda. Adiós mi vida vieja. Ahora no soy más de Personal, como si cambié la compañía.

Lo que menos me cabe de esta yegua vendida es que no me haya creído nunca. A mí que soy la hija porque, aunque somos adoptadas con la Ivana Shirley, soy la hija. Sin embargo le cree a ese pedazo de cana mal parido. Siempre prefirió tener la chota y la plata adentro de la casa, que darse cuenta de que lo que le digo es pura verdad. Pero hoy va a tener que creerme sí o sí, aunque no me haya escuchado nunca. Como que ahora me llamo Jessica Anahí.

Primero le rompo la botella de vino en el piso y le digo que se arrodille. Hasta que vea sangre, hasta que me crea y pida perdón. A mí, a Dios, a la Ivana Shirley y al Padre Ignacio, que era el único ser vivo que me amaba de verdad. Con lo bueno y con lo malo. Me da igual que la yegua me grite que soy un reverendo puto mentiroso porque esta vez, me crea o no me crea, la reviento igual. De una. No sé cuántas veces le di la oportunidad para que lo eche a ese hijo del diablo, pero nunca me quiso hacer caso. Así que perdiste la llamada, vieja. Aunque sea a balazos te voy a hacer entender las cosas. ¿Por qué no me hiciste caso nunca? ¿Por qué? Siempre te fui con la verdad, con la sinceridad bien de frente. Porque si ustedes son el demonio, yo camino con Dios. En las buenas y en las malas. Él es el único que nunca me dejó, ni me va a dejar. Porque hasta el Padre Ignacio me abandonó cuando se fue no más para el cielo. Pero Dios no me va a cagar porque le estoy haciendo el favor al mundo, que no sé cuántas criaturas llevan vendidas. Soretes de la vida. No se le roba a la gente desesperada.

Ya que nunca me dejaron ir al templo de mina, por lo menos me voy a dar el gusto de ir al cielo divina y con mucho maquillaje. Con esta blusa celeste recién estrenada y con la tanga haciendo juego. Tengo la cara hecha un cuadro de lo hermosa que quedé. Estoy para la propaganda. Posta que Dios y el Padre Ignacio me sacan una foto cuando me vean llegar al cielo. De una.

Al Padre Ignacio lo mandó matar papá porque se había puesto pesado y se metió a investigar en el hospital. Él era el único que me amaba de verdad. Con el amor de Dios y con el amor de la carne. Y aunque mamá dice que se acercó a mí para que le confiese la información sobre el negocio, yo sé que no es verdad. Me lo dijo de conchuda celosa. El Padre me bendijo hasta el final. Hasta cuando ya lo andaba buscando el comisario Rojas. Él sabía de movida que lo estaba controlando la gente de civil, pero no se apichó ni un metro. La última vez que nos encontramos en el paseo detrás de la terminal, que me hizo llamar con Irma, la catequista, me dijo: yo sé que es tu viejo el que me mandó pegar. Pero no te preocupes porque hacer rato que lo perdoné y a vos también. Y a mí ni me importaba nada ya, de la desesperación que tenía incrustada como costra en el espíritu. Porque yo no había batido nada a nadie. Salvo a la yegua de mi madre, que le solté todo la noche que vine estallada, medio escabio, después de estar con el Padre. Fue ella la que me tiró la lengua. De pajera no más que fui, de pasada, porque nunca quise armar bardo. Siempre fui de cortarme sola, sin que nadie me crea, sin que nadie me apoye.

Ella me tiró de la lengua porque andaba caliente detrás del Padre y no se bancó la verdad. Él me cojía a mí. Nada más que a mí. Eso nunca se lo pudo bancar. Por más la buena que se hacía, por más tanga roja que se le marcaba bien el orto para ir al templo como una desubicada. Por más sonrisa que le encajara, el Padre Ignacio me eligió a mí y yo, por amor, le confesé en qué andaban estos dos diablos. Por eso ella lo mandó al frente con el comisario y, al pobre, lo cagaron a palos. Pero después, como seguía jodiéndoles la vida, lo hicieron quemar vivo, que seguro lo tiraron en alguna zanja. Nunca más supimos nada. Que en paz descanse. Que los ángeles lo tengan en su coro.

La vida es muy traicionera. La gente que te tiene que amar te apunta directo al cuerpo y ahí te dejan. Al final, como decía el Padre Ignacio, sólo hay que contarle las cosas a Dios porque es el único que nos protege y nos levanta con amor. No le importa la mierda en que estemos revolcados. Él no mira para los costados. Ni le interesa si sos gay, esto o lo otro. Así que, cuando puedo, me encierro en mí misma y le cuento todo a Dios. Sólo a él, y al Padre Ignacio también, que seguro está al lado, viendo quién se va y quién se queda en esta puta Tierra.

Repasé tanto lo que estoy por hacer que esta vez no me apicho. Dios me va ayudar para que saque un diez en este examen ahora que me vestí no más de mina como siempre soñé. Antes de que suene el timbre de salida, entro al salón y le encajo un chumbazo a la Eve, por conchuda y para que no me moleste más. Me dan ganas de lanzar cuando la escucho decir mi nombre con esa voz de pito que me saca. Luis Aníbal Alarcón. Te la chupa de a montón, le baten desde el fondo Linardo, Crespo y Karman, siempre los mismos. Ella nunca me defendió. Ni una sola sanción les puso porque, en el fondo, me echa la culpa a mí. Una vez me tiró que tenía que ser menos maricón, menos puto, batió, con la boca arrugada, si no iba a tener problemas en la vida. Qué mierda sabe de la vida una conchuda. Nada. Seguro me tiene bronca porque ella no se come un lagarto hace años. Desde cuando su macho la abandonó. Dejada del ojete.

Cuando termine con ella sí que me hago la fiesta. Primero al Kevin, porque aunque le chupé la pija más de quince veces me sigue gritando puto cada vez que hay alguien con él. Pero cuando estamos solos bien que le cabe y me dice: putito, chupamela como vos sabés. Dale, dale, no seas maricón, y me la muestra para que me tiente. Me jode hasta que aflojo y se la agarro porque, aunque no la tenga tan grande como el Padre Ignacio, sinceramente, lo amo. Lo amo igual o más que al Padre todavía. Porque él no es cura y me calienta de verdad. Eso me tiene confundida. Pero en un segundo, cuando le vea la cara y me acuerde lo que me hizo, se me pasa y lo reviento.

Se va a poner como loco. Nunca me vio vestido de mina y la verdad es que estoy re buena de mujer. Como chabón no tanto, pero como mina estoy para re darme. Aunque me pida de rodillas que no lo mate, voy a agujerearle el corazón para que sepa lo que es morir de amor. Que te destrocen el corazón, Kevin, como vos hiciste conmigo. Mirá la mina que te perdiste, chabón, le voy a decir. A la gente no se la usa y se la tira como un forro con leche. La gente está para que se la quiera y se le haga el amor. Puto, voy a gritarle, delante de todos. Como él hace conmigo. De una.

Y mientras estoy pensando para mí misma, tratando de secarme las lagrimas lo más prolija, me golpean la puerta del baño. Me doy cuenta al toque de que es la voz del Padre Ignacio, que la reconozco de acá a la China, y me dice: Jessi, abrí, y yo le digo, sin abrir todavía: ¿cómo sabe mi nombre, Padre, si usted me conoció Luis Aníbal? Y él se mete igual en el baño aunque no abra la puerta porque, al estar muerto, pobre, puede atravesar los muros. Me mira a los ojos directo, como sólo él sabe y me dice: estás re linda, como siempre, y me da flor de chupón. Cuando se separa, recién veo que tiene la cara quemada y la boca llena de labial. Me agarra la mano, salimos juntos por el pasillo del Mitre y, aunque nos encontramos con la dire, no nos dice nada. Como si no nos viera. Entonces yo le pregunto: ¿ya estoy muerta, Padre? ¿Ya me disparé? Él me mira con toda la cara de misericordia que tiene puesta siempre, eternamente, y me dice: no, todavía no. Me señala un coro de ángeles que se acercan volando, me retocan el maquillaje, que está todo corrido por tanta lágrima, por tanto amor, y me elevan en el aire posta, entre todos. Me depositan frente a la conchuda de la Eve, que está controlando cómo, los que voy a matar en un instante, terminan la recuperación de Física. Los ángeles guardianes, que ahora son más de cien, me sacan la pistola de la mochila, me la ponen en la mano y se encargan de hacer todo lo que quiero, pero sin que yo me dé cuenta ni sufra. Mientras tanto me cantan al oído la canción más dulce y más hermosa del mundo. Me entrego a ese amor que me invade toda y, una vez que termino de reventarlos, atravieso, sin problemas, la puerta cerrada que custodian mis ángeles. Como si estuviera hecha de pura luz.

Me voy caminando despacito a tomar el colectivo que me lleva para casa. A continuar con la misión divina que tengo en esta tierra y seguir eliminando soretes del mundo. Para que los que queden acá, puedan vivir su vida en paz. La misma paz que siento en el cuerpo y el espíritu. El chofer me mira con cara de querer darme manija, pero yo, sabiendo que tengo algo más importante que hacer, le regalo mi mejor sonrisa. Me ubico en la última fila, donde estoy sola. Hecha un mar de amor, con mi pollera negra tubo y unas plataformas blancas soñadas. El Padre Ignacio aparece por la puerta de atrás, se me sienta al lado y me dice: sos la más valiente de las valientes. Hace señas para que me recueste en su hombro y pueda descansar a su lado. Hasta que lleguemos a la última parada y vayamos juntos, los dos de la mano, al encuentro con Dios en la mismísima puerta de casa. De lejos ya veo estacionado el Corsa de papá y respiro aliviada. Por fin las cosas están saliendo de maravillas en mi propia vida y no sólo en la tele. Me siento en el cielo.

4
El divino pelo de mi reina

Mi reina y yo quedamos inconscientes arriba del meteorito por unos instantes que parecieron una eternidad. Se ve que en un momento fuimos arrojadas al vacío y nos despertamos por efecto del impacto. Sinceramente pensé que estábamos muertas. Es que casi nos hicimos pelota. Pero como caíamos de ancas sobre el agua zafamos de pedo. Un susto, nada más. En pocas brazadas estuvimos las dos con las plataformas en Terra firme. Vivitas y con las colas de acá para allá que parecíamos un festival. Quedamos con el pelo tipo plumero chamuscado, pero igual diosas. Evidentemente habíamos entrado muy de costado al agujero negro y acabamos nosotras por un lugar, las naves en otro siglo y toda la ropa andá a saber por dónde. Por suerte estábamos en Andes, hacía un frío de cagarse y no tuvimos que proyectar ningún holograma porque no había nadie en kilómetros a la redonda.

Mi reina ordenó que nos hicieran dos caballos con cuero asados bajo tierra, bien discreto, así partido al medio no más con láser, a la que te criaste. Nada que ver con ese potrillo criogenizado que nos llegaba dos décadas después con olor a viaje o con un gusto a meteorito que daba mala estrella. Igual ella se sentía un poco bajón porque era la primera vez que no se armaba quilombo con su llegada al planeta. Eternamente operó con pompa, ceremonia y estampita. Así que la tuve que bancar un rato hasta que se le pasaron las nubes negras. Encima pálida del susto porque pensó que esta vez la palmaba de verdad. Ella ya había pasado por una muerte prematura en otra época y la sensación la dejó con palpitaciones y de muy mal humor.

En el siglo 2 a.C. la había matado su media hermana en un arrebato de furia incontenida. Lo que pasa es que unas semanas antes a mi reina le habían asesinado injustamente a Dumuzi, su primer marido. Se hacía la dolida, que tocado negro, que llanto en las piedras santas, que capelinas de azabache, que abluciones en el Ganges. ¡Cada holograma habremos montado, por favor! Puro cuento. En el fondo estaba aliviadísima, ya que había heredado a lo pavota y al Dumuzi este –que sinceramente era un soso a la octava– al final no lo quería ni ver. En los últimos tiempos ella andaba de templo en templo, a cuatro naves, que no paraba un minuto en palacio. Acto que había, acto al que asistíamos, y si no se inventaba. Las cosas como son.

Es que por derecho ella podía reclamar que un hermano del marido muerto se hiciera cargo de su situación. Y cae de cajón que si vas a la casa de un tipo totalmente casado a reclamarle que te copule y te haga un hijo por ley, es muy probable que te encuentres con la jermu furiosa en el camino. Pero ella, que estaba encendida y caliente como un sol, no escuchaba razonamientos. Quería hacer quilombo igual. ¡Qué jóvenes éramos! Que la ley es la ley, que los derechos son los derechos, que pin que pan. En fin. Me rogó que la acompañara. El hermano de Dumuzi vivía en el bajomundo así que estacionamos medio canutas. Me pidió que me quedara esperándola en nave y que si en tres días TT (Tempus Terra) no regresaba, que fuera con el chisme a su bisabuelo Anú, que él tenía poder suficiente para rescatarla. Anú la adoraba como si fuera su propia hija. Lo cual literalmente se dice que es cierto, pero no me voy a meter con estos chismes justo ahora que la están por matar.