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ANTONIO FORNÉS

Siguiendo el consejo de Kant, «atrévete a pensar», Antonio Fornés se licenció en Filosofía y en Humanidades por la Universidad Ramon Llull de Barcelona. También se diplomó en Ciencias Religiosas y completó tres másters, entre ellos el de Edición de la Universidad Pompeu Fabra. Escribió el libro Las preguntas son respuestas y, hoy, sigue atreviéndose a reflexionar con esta nueva obra mientras prepara su doctorado en Filosofía, una tesis sobre el pensador francés del siglo XVIII Joseph de Maistre.

Conoce más al autor en esta entrevista.

Primera edición digital: junio de 2012

© Antonio Fornés Murciano

© de esta edición:

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Travessera de Les Corts, 171, 5º-1ª

08028 Barcelona

Tel: 93 491 15 60

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ISBN: 978-84-938702-5-6

IBIC: VSP

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Twitter: @EdDieresis

A los gigantes que pueblan los recuerdos

felices de mi infancia. Solo gracias a que me

aupé sobre vuestros hombros, fui capaz de vislumbrar

el camino hacia una vida auténtica y plena.

«Nacemos una sola vez y no nos es dado

nacer dos (…). Pero tú retrasas tu felicidad y,

mientras tanto, la vida se va perdiendo lentamente

por ese retraso, y todos y cada uno de

nosotros, aunque por nuestras ocupaciones no

tengamos tiempo para ello, moriremos.»

Epicuro, Fragmentos

«No se sabe si fue un ataque de parálisis u otra cosa,

pero el caso es que estaba sentado en su silla y, sin más ni

más, cayó redondo. Mandaron llamar al médico

para que lo sangrase, pero vieron que el fiscal no era ya

más que un cuerpo sin alma. Únicamente entonces se dieron

cuenta con dolor de que el difunto había tenido alma,

aunque por modestia él no lo había mostrado nunca.»

Nikolái Gógol, Almas muertas

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Pulsa tu tecla de reinicio

Vivimos sumergidos en el gris. Ferozmente empeñados en las mezquindades propias de nuestros quehaceres diarios, poco a poco vamos insensibilizándonos ante la maravillosa pluralidad de colores que el mundo nos ofrece hasta que, finalmente, un día todo nos parece niebla y ceniza.

Pero, frente a esta deriva, lo único que necesitaríamos es un empujón, un acontecimiento que nos arranque de la rutina y que por un momento nos permita alcanzar una lucidez desconocida hasta ahora. Curiosamente, no suele ser un instante feliz. Estamos siempre tan ocupados, tan inmersos en el frenético ritmo de nuestra vida diaria, nos sentimos al acabar el día tan cansados que no nos queda tiempo ni mental ni físico para nosotros mismos. Por ello, cuando impelidos finalmente por algún acontecimiento externo miramos al fin en nuestro interior, descubrimos con sorpresa a un extraño, a un individuo durante años abandonado y encadenado en las oscuras profundidades de nuestro ser… El resultado tiende a producir un vértigo aterrador que generalmente nos hace huir de nuevo hacia la tranquilizadora superficie, poblada de aburrimiento y trabajo. Olvidamos ese momento y seguimos como si nada hubiera pasado…

De hecho, la mayoría no hacemos otra cosa que huir a lo largo de toda nuestra vida. Huimos de nuestros temores, de nuestras limitaciones y, sobre todo, de nuestros auténticos deseos. El resultado de esa huida hacia regiones más tranquilizadoras es siempre negativo, produce dolor, angustia emocional y una intensa sensación de desasosiego e insatisfacción. Corremos continuamente hacia delante con la inconfesable intención de impedir que la vida nos alcance y, como consecuencia, la dejamos escapar burdamente. ¡Qué gran ironía! A cambio de esa tremenda carrera de obstáculos, de todos nuestros desvelos y esfuerzos, obtenemos siempre la misma amarga recompensa: la muerte. Triste premio de consolación sin duda para la cantidad de sufrimiento que, sin saber muy bien por qué razón, soportamos a lo largo de nuestra existencia.

Pero en algunas ocasiones, el impacto de mirar en nuestro interior, de pensar por un minuto en nosotros mismos, tiene efectos totalmente imprevistos: nos transforma radicalmente, cambia nuestro modo de ver el mundo y sus habitantes, subvierte nuestras relaciones sociales y nos conduce inexorablemente al único camino que vale la pena ser recorrido, el de la plena conciencia de nosotros mismos, de nuestra existencia. Nos convierte, por decirlo de una forma solemne, en auténticos seres humanos. Es entonces cuando empezamos a atisbar la gran verdad sobre la que todos deberíamos cimentar nuestro transitar por este mundo, el hecho de que sólo tenemos una auténtica tarea que llevar a cabo durante toda nuestra vida: vivir plenamente, sentir la existencia en su auténtica sustancialidad.

Este objetivo, aparentemente fácil pero que día a día nos empeñamos en complicar con la mayoría de nuestros actos, sólo podemos satisfacerlo desde nuestro interior, reiniciando nuestra existencia, redescubriéndonos como seres valiosos e irrepetibles.

Para empezar, resulta forzoso sincerarnos con nosotros mismos y nuestros deseos, arrinconar por un momento el montón de cosas superfluas, improductivas, a las que irreflexivamente dedicamos nuestro existir y concentrar esfuerzos en aquello que realmente merece la pena. Mi queridísimo perro Happy (un nombre que, quizás en un curioso guiño de mi inconsciente, resulta toda una declaración de intenciones) es un ejemplo incuestionable del entusiasmo con el que debemos afrontar esta labor fundamental. Happy, desembarazado de prejuicios y miedos, indiferente al qué dirán, seguro de su condición y sus anhelos, siempre y en todo momento inasequible al desaliento, cada mañana me persigue incansable por toda la casa a la espera de su galleta matutina. Paciente y a la vez obstinado, no permite que las diferentes circunstancias de cada día le distraigan del que es su objetivo último y trascendental. Por supuesto, su perseverancia acaba obteniendo a diario el premio esperado y, haciendo honor a su nombre, Happy se retira feliz mientras se relame complacido. Vivir es mucho más sencillo de lo que pensamos…

Por eso no nos merecemos desperdiciar nuestra existencia de una forma superficial, ramplona, mecánica. Somos demasiado valiosos para conformarnos con eso, poseemos demasiadas aptitudes. Si nos lo proponemos, si dejamos atrás la rutina que nos rodea, somos capaces de tanto… Por ello el objetivo de estas páginas no es otro que el de empujarte, lector, para que esta vez no hagas como si nada hubiera ocurrido. Pues de la misma forma que nuestro ordenador se detiene bruscamente cuando el exceso de tareas abiertas lo colapsa y debemos reiniciarlo, también nosotros, a fin de no caer en el sinsentido vital y evitar los múltiples callejones sin salida a los que nos arrastran los quehaceres cotidianos, necesitamos ineludiblemente detenernos, silenciar todo el ruido del mundo exterior y encontrarnos a solas con nosotros mismos.

Necesitamos reiniciarnos, en definitiva, para ser capaces de enfrentarnos radicalmente con todas las emociones nocivas que invaden nuestro espíritu y, transformados así, afrontar decididamente la búsqueda del único horizonte existencial que tiene sentido: el de una vida plena y feliz.