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Título original: Religionsboka. Verdens religioner. Kristendommen. Livssyn og etikk

Edición en formato digital: marzo de 2013

Colección dirigida por Michi Strausfeld

© De la ilustración de cubierta, Fidel Sclavo

© Gyldendal Norsk Forlag AS, 1989. [All rights reserved]

© De la traducción, Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo, 2009

© Ediciones Siruela, S. A., 2009, 2013

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

28010 Madrid

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-15803-23-2

Conversión a formato digital: El poeta (edición digital) S. L.

www.siruela.com

Índice

Portada

Portadilla

Introducción

Conceptos religiosos

EL LIBRO DE LAS RELIGIONES

PRIMERA PARTE

Religiones de África

Religiones tribales

Religiones originarias de la India

Hinduismo

Budismo

1. Theravada

2. Mahayana

3. Tibetano

4. Lamaísmo

5. Zen

Religiones de Extremo Oriente

Confucionismo

Taoísmo

Sintoísmo

1. Tenrikyo

Religiones de Oriente Próximo

Judaísmo

Islam

Cristianismo

1. Iglesia católica romana

2. Iglesia ortodoxa

3. Iglesia luterana

4. Iglesia metodista

5. Iglesia baptista

6. Otras iglesias reformadas

7. Movimiento ecuménico

8. Comunidades especiales

SEGUNDA PARTE

Concepciones no religiosas de la vida

Humanismo

Materialismo

Marxismo

TERCERA PARTE

Nuevas religiones y concepciones de la vida

Corrientes religiosas nuevas

Corrientes del ocultismo

1. Astrología

1. Espiritismo

1. Ufología

Movimientos alternativos

CUARTA PARTE

Ética

Créditos

ÉTICA

Vida y doctrina

Este libro ha repasado una serie de filosofías de la vida que para muchas personas han sido la respuesta a sus preguntas existenciales. Éstas incluyen las grandes religiones, pero también corrientes que no tienen ningún fundamento religioso, tales como el humanismo, el existencialismo, el marxismo y el materialismo. También hemos estudiado el conjunto de valores, o ética, de cada una de estas concepciones de la vida. En esta parte final del libro nos centraremos en algunos conceptos clave.

Aunque los contextos y condiciones religiosas o culturales puedan variar mucho, a menudo nos encontramos ejemplos de concordancia en cuanto a las implicaciones prácticas, tanto para el estilo de vida de cada uno como para la sociedad en general.

Muchas veces ha sido la gente con una sólida fe religiosa u otra fuerte convicción la que ha liderado la lucha por importantes cambios sociales, por ejemplo en cuestiones de desarme, contaminación medioambiental o relaciones entre países ricos y pobres.

No sólo importa qué filosofía de vida se elige, sino también si se quiere tener o no una filosofía de vida. Lo contrario de una filosofía de vida es indiferencia y carencia de convicciones. Incluso el presupuesto de un Estado o el programa de un partido político expresan actitudes ante cuestiones existenciales. Sería difícil encontrar un partido político con una visión neutral.

Salvar el planeta en el que vivimos de una catástrofe global no sólo es una cuestión racional; para muchos, esta cuestión se ha convertido en uno de los problemas esenciales de la existencia. Con el informe entregado por la Comisión Medioambiental de las Naciones Unidas en 1987 se logró unir a personas con muy diversas visiones de la vida en torno a una resolución conjunta sobre numerosos problemas relacionados con el futuro de la Tierra. Las similitudes éticas de las diferentes filosofías son generalmente más acentuadas que las diferencias.

Hay a menudo un abismo entre la teoría y la práctica de los seres humanos. La historia nos da cuenta de casos de opresión y atrocidades en nombre del cristianismo y del marxismo, por ejemplo. La inquisición religiosa en Europa y las persecuciones de Stalin en la Unión Soviética son dos muestras de ello. Resulta difícil ver la relación entre estas prácticas y las ideas sobre el amor al prójimo y la justicia.

La cuestión de teoría y práctica también se puede ilustrar desde otro ángulo. No basta con tener buenas ideas, hay que ponerlas en práctica. El poeta noruego Nordal Grieg atacó a los bienintencionados humanistas que sentían antipatía por la injusticia, pero que a la vez no luchaban por lo que era justo.

Ética y moral

«¡Esto es inmoral!» es una frase que se oye a menudo. Tal vez la digamos también nosotros. Expresiones como moral cívica, moral comercial, moralidad sexual aparecen a menudo en las conversaciones y en los titulares de los periódicos. O se emplea la palabra ética. «¿Esto es ético?», nos preguntamos. Hablamos a menudo de ética del trabajo o de ética médica. Y cuando lo hacemos sobre cómo abordan o tratan los periódicos los temas y a las personas, hablamos de ética periodística.

Las palabras ética y moral se usan a menudo indistintamente. No obstante, tienen significados algo diferentes. La moral tiene que ver con las acciones, es decir, con la conducta de una persona. La ética suele tratar de los valores en los que se basan las acciones.

Podríamos decir que la ética y la moral son como la teoría y la práctica. La ética es la teoría moral, o la filosofía moral.

Todo ser humano tiene una moral, porque todos realizamos actos que pueden ser juzgados éticamente. Pero no todo el mundo tiene una ética ponderada.

El haber meditado sobre cuestiones éticas sirve a menudo de apoyo para la moral.

Ética descriptiva y ética normativa

La ética descriptiva retrata las nociones éticas imperantes en diferentes sociedades y grupos de población, las acciones que son habituales y los argumentos que las sostienen. Utilizando métodos científicos –y los requerimientos de objetividad de la ciencia–, esta ética describe sin tener en cuenta si lo que revela es bueno o malo. La ética descriptiva no se basa, por tanto, en un conjunto de valores o códigos, sino que intenta cartografiarla dentro de la sociedad.

Ejemplos de la ética descriptiva pueden ser las encuestas de opinión hechas a diversos grupos de población sobre cuestiones de defensa, verdad y mentira, moral sexual, aborto, o sobre actitudes ante la evasión de impuestos, robos en tiendas, fraude a la seguridad social, etc. Casi a diario nos enfrentamos con la ética descriptiva en forma de estadísticas y encuestas de opinión.

Un peligro obvio de esta clase de encuestas es que puedan tender a desarrollar una especie de «moral estadística», es decir, la noción de que lo que hace la mayoría debe ser lo correcto. ¡A falta de otras normas nos atendremos a la estadística! Pero la respuesta a lo que está bien y lo que está mal nunca puede ser «lo que es habitual». La ética descriptiva no debe ser normativa. Si resulta que los prejuicios raciales están muy extendidos, esto no los hace éticamente aceptables. Aunque otros intenten dejar de pagar sus impuestos, no se vuelve éticamente defendible para ti hacer lo mismo.

La ética normativa intenta mostrar qué acciones son buenas y cuáles son éticamente inaceptables. Argumenta a favor de ciertos valores o normas. Es, en otras palabras, «normativa». No pretende mostrar cómo es la moral de una persona, sino cómo debe ser.

¿Debemos, por ejemplo, guardar o rechazar las normas predominantes en nuestra sociedad? ¿Sobre qué valores debemos basar nuestras prioridades?

Los diez mandamientos y el «principio de reciprocidad» son ejemplos de la ética normativa.

Conceptos clave de la ética

Valores

Solemos preguntarnos qué queremos conseguir con nuestros actos. ¿Cuáles son los valores que más apreciamos? ¿Qué es lo que más valor tiene para nosotros? ¿Dinero? ¿Coche? ¿Vacaciones? ¿Salud? ¿Libertad? ¿Amistad? ¿Amor?

Algunos valores son sobre todo medios para conseguir otros. El dinero es el ejemplo más obvio. No tiene ningún valor propio, pero puede emplearse para obtener algo. Un buen coche, por ejemplo. Pero ¿ese coche es realmente un valor en sí? ¿No es sólo un medio para moverse rápida y cómodamente de un lugar a otro, y, tal vez también, para sentir el placer de la velocidad o para despertar la admiración de amigos y conocidos?

Se cuenta del mítico rey griego Midas que el dios Dionisio le recompensó con la posibilidad de que se cumpliera su deseo más grande. Midas le pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro. Y su deseo se cumplió tan al pie de la letra que todo aquello a lo que se acercaba se convertía efectivamente en oro. Incluso la comida. Entonces el rey Midas tuvo que pedir al dios que retirara el regalo, pues no podía alimentarse de oro.

Casi todo el mundo sería capaz de hacer una larga lista de valores que desea promover mediante sus acciones:

1. Vida, salud.

2. Paz, libertad, verdad, justicia.

3. Conocimiento, experiencia, desarrollo personal.

4. Amistad, camaradería, vida amorosa, vida familiar.

5. Placer sensual, placer estético.

La lista podría hacerse mucho más larga. Pero siempre será una cuestión acerca de qué valores son los que más apreciamos. Muchas veces tenemos que elegir entre dos de ellos.

Damos prioridad a distintos valores muchas veces al día, tal vez sin ser muy conscientes de ello. Una elección que tenemos que hacer a menudo es sobre el uso del dinero. ¿Queremos gastar nuestro dinero en ropa y otras cosas que nos aporten placer y satisfacción? ¿En libros que ayudan a ampliar los conocimientos? ¿En viajes que proporcionan experiencias valiosas? ¿O no debemos gastar todo nuestro dinero en nosotros mismos, sino comprarle un regalo a una tía mayor, por ejemplo? ¿Acaso sería correcto apartar un poco de dinero para ayudar a los pobres del Tercer Mundo?

«Conflicto de intereses» es una expresión que describe muy bien esta disyuntiva. Los diferentes intereses suelen tirar hacia diferentes direcciones, y uno de ellos tiene que ceder. El conflicto de intereses más común surge entre otra gente y nosotros. Constantemente tenemos que confrontar nuestros intereses y nuestros bienes con lo que es bueno para otros. Mi propia felicidad puede ser la desgracia de otros. El preocuparse sólo por el bienestar de uno mismo se conoce como egoísmo ético.

Conciencia

Conciencia significa nuestra capacidad de reacción ante el bien y el mal. Podríamos decir que la conciencia es el perro guardián de las normas. Si infringimos una de nuestras normas, la conciencia empieza a gruñir. En casos muy serios se nos puede echar encima con todo su peso. O nos puede forzar a retroceder, a obrar de otra manera o a pedir perdón a alguien.

Para muchos, la conciencia es una instancia implacable. No se puede regatear con ella. Podemos engañar al prójimo, pero no a la conciencia. Tal vez podamos escondernos de la policía y del aparato judicial, huir de la censura moral de otros, pero no podemos escondernos de la conciencia. Y tampoco podemos huir de ella, porque forma parte de nosotros mismos. Mucho tiempo después de haber cometido una mala acción, la conciencia nos puede reclamar responsabilidades por lo que hemos hecho, o por lo que hemos dejado de hacer.

Muchos viven la conciencia como una autoridad absoluta. Pero ¿de dónde viene? ¿Todos los seres humanos tienen la misma conciencia? Podemos distinguir, a grandes rasgos, entre dos visiones diferentes de la conciencia.

La conciencia es un control

innato del ser humano

Esta visión se conoce desde Sócrates y a través de toda la historia. Ha ocupado un lugar central en la teología cristiana. «Y con esto muestran que los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia», dice Pablo en Romanos 2, 15. Se ha dicho que la conciencia es «el oído que escucha la voz de Dios». Incluso sobre una base no religiosa se ha señalado que la conciencia es «natural», es decir, un control universal e innato dentro del ser humano.

La conciencia está condicionada

por el ambiente

Esta visión ha predominado sobre todo en la psicología y las ciencias sociales de los últimos tiempos. Desde que somos pequeños se nos exigen ciertas cosas. Debemos comportarnos de acuerdo con ciertos valores y códigos, y tener «mala conciencia» cuando actuamos de una manera diferente a lo que requieren las normas. Las exigencias del entorno de la infancia siguen vivas en cierto modo en la conciencia del adulto. No es, por tanto, un control constante o inalterable inherente a la naturaleza humana, sino algo moldeado por las condiciones externas. La conciencia es un «eco» de los valores y normas imperantes en la sociedad y en el entorno en que nos criamos.

Seguramente las dos visiones son parcialmente correctas. Nacemos con la capacidad de hablar, pero no nacemos con ningún idioma en particular. Es algo que tenemos que aprender. Lo mismo ocurre con la conciencia. Nacemos con la capacidad de vivir como seres responsables, pero lo que esto significa en concreto puede variar de una cultura a otra.

De la misma manera que el idioma es la herramienta con la que podemos comunicarnos con otras personas, la conciencia es la voz que nos avisa cuando nos apartamos del bien. Si no usamos nuestra lengua materna, corremos el riesgo de perderla. Y si actuamos constantemente en contra de nuestra conciencia, ésta podrá acabar por borrarse. Decimos de algunas personas que «no tienen conciencia».

Según la visión cristiana, la conciencia humana es un regalo de Dios, pero hacen falta ajustes continuos en relación con la doctrina de Jesucristo y las demandas morales de la Biblia. No es, por tanto, la conciencia la que indica lo que está bien y lo que está mal, sino la herramienta que tienen los seres humanos para avisarles cuando infringen las normas éticas. La conciencia es como un tribunal. Juzga lo que está bien y lo que está mal, pero precisa de una información exterior sobre lo que está mal y lo que está bien. Castiga a los seres humanos cuando éstos infringen una norma, pero no determina estas normas en sí.

Derecho positivo

y sentimiento de justicia

Toda sociedad se basa en una determinada ética, que se manifiesta mediante un conjunto de leyes, reglas y acuerdos. Todo contrato o convenio contiene algo de la regla de oro. Por eso, infringir la ley o incumplir un acuerdo o un contrato equivale a menudo a violar las reglas morales generalmente aceptadas. La honradez y la reciprocidad no sólo son las bases de una buena práctica, sino de la vida social en general.

Y sin embargo el concepto del individuo sobre lo que está bien y lo que está mal no se corresponde siempre con las leyes de su país. Hay que distinguir entre el sentimiento de justicia del individuo y el derecho positivo. Derecho positivo significa la legislación de una sociedad en una época determinada.

Vemos constantemente ejemplos de conflictos entre el sentimiento de justicia de un individuo o un grupo y el derecho positivo. Decimos que el derecho positivo –o la ley– va en contra del sentimiento de justicia. En algunos casos esto puede conducir a la desobediencia civil, lo que significa que una persona o un grupo infringen intencionadamente el derecho positivo.

Ejemplos de conflictos de este tipo los encontramos en casos de objeción de conciencia, eutanasia, violación consciente del voto de silencio o del secreto profesional, huelgas y manifestaciones ilegales y en muchos actos de sabotaje (por ejemplo, contra la construcción de nuevas centrales de energía o la fabricación de armas nucleares). En algunas de estas situaciones los hay que han colocado su propia conciencia y códigos por encima de las leyes de su país. Sobre todo en Estados totalitarios encontramos ejemplos constantes de conflicto entre el derecho positivo y el sentido de justicia de la gente, como sucede en casos de prohibición de la religión, censura política y leyes de estado de excepción («presos de conciencia»).

También hay personas cuya conciencia les hace no aceptar acciones que son absolutamente legales. En muchos países es legal practicar abortos con el fin de poner fin a un embarazo no deseado, pero no siempre el personal médico está dispuesto a realizar esta operación, pues entra en conflicto con su sentimiento de justicia.

Responsabilidad y solidaridad

La base de toda ética es un sentido de responsabilidad. ¿Por quién sentimos responsabilidad? ¿De qué nos sentimos responsables?

Hablamos de responsabilidad individual, es decir, la responsabilidad que tiene cada uno de sí mismo y de su entorno inmediato. Y hablamos también de responsabilidad colectiva, es decir, la responsabilidad de la sociedad sobre asuntos que el individuo no puede solucionar por su cuenta. Ejemplos de responsabilidad colectiva son la protección de la naturaleza y el medio ambiente, la lucha contra la contaminación, el trabajo a favor de la paz, el desarme, y un reparto equitativo de los recursos.

Pero también la responsabilidad colectiva pertenece al individuo. Si las instituciones y organizaciones internacionales no se ocupan de las personas del Tercer Mundo, es mi responsabilidad trabajar para que empiecen a preocuparse. No puedo esconderme detrás de la responsabilidad colectiva de la sociedad, porque yo formo parte de esta sociedad. Por eso tengo la responsabilidad de tomar parte en ella.

También se habla mucho de no asumir responsabilidades, es decir, que nadie asume la responsabilidad de las cosas que ocurren, o de lo que no ocurre. Hoy en día las condiciones de la sociedad, tanto nacional como internacionalmente, son tan complejas que en muchas situaciones puede resultar difícil establecer un claro reparto de responsabilidades.

Corremos el riesgo de que los ordenadores tengan que tomar las decisiones porque los seres humanos no tienen capacidad de captar enormes cantidades de datos lo suficientemente deprisa. ¿Entonces quién será responsable de las decisiones?

En la sociedad agraria y artesanal del pasado las responsabilidades eran mucho más claras y visibles, más transparentes. Si el pan sabía mal, la responsabilidad era del panadero, y si el caballo estaba mal herrado, el culpable era el herrero.

El siguiente ejemplo puede ilustrar lo diferente que es la situación actual: recientemente una empresa internacional promovió una venta masiva de leche maternizada en polvo en el Tercer Mundo. A través de grandes campañas de publicidad se presentaba como algo muy «moderno» y «europeo» no amamantar a los hijos. El resultado de esta campaña fue que murieran muchos más bebés que antes de infecciones e intoxicaciones. Especialmente en países cálidos (con mala higiene) no hay nada mejor que la leche materna. ¿Quién tiene la culpa? ¿El director de la empresa? ¿Los accionistas? ¿Los empleados? ¿Yo soy responsable cuando compro productos de la empresa en cuestión?

La palabra solidaridad es un concepto que trata de responsabilidad recíproca. Ser solidario con alguien quiere decir sentir responsabilidad, interdependencia y unidad, y echar una mano a los que tienen problemas. En la práctica esto se llama «trabajo solidario».

La solidaridad es una condición indispensable dentro de la familia. Pero si no somos capaces de sentirnos solidarios con personas fuera de la familia nuclear, nuestros horizontes son demasiado limitados.

Libre albedrío

En este libro hemos mencionado varias veces la capacidad de elegir, y hemos presumido que las personas se encuentran ante alternativas entre las que pueden elegir libremente. Pero ¿tiene el ser humano libre albedrío?

En la historia de la filosofía hay dos puntos de vista extremos sobre esta cuestión: el determinismo y el indeterminismo. Ambas palabras provienen, como podemos ver, del verbo latino determinare.

Determinismo quiere decir que todo lo que ocurre está ya determinado por diversas causas. Tanto nuestras actitudes y acciones como nuestras elecciones y nuestra voluntad están determinadas por condiciones externas tales como la herencia de los padres y el ambiente en el que uno crece. Por eso no tenemos libre albedrío. La sensación de elegir libremente es una mera ilusión.

Los indeterministas discrepan. Tenemos libre albedrío, dicen. Somos algo más que unos robots programados. Somos capaces de elegir entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo equivocado. Si no tuviéramos libertad, tampoco tendríamos responsabilidad. ¿Pero somos responsables de nuestros actos?

¿Quién tiene razón? No hay duda de que el determinismo ha sido reforzado por los descubrimientos científicos de los últimos ciento cincuenta años. El darwinismo señala la importancia de los factores genéticos y del medio ambiente. El psiquiatra Sigmund Freud (1856-1939) mostró cómo el estado mental del ser humano puede verse afectado por deseos, necesidades y experiencias que han sido reprimidos en el subconsciente. Muchas elecciones que hacemos no son tan libres como pensamos, decía Freud, sino que están influenciadas por las fuerzas de nuestro subconsciente.

El existencialista francés Jean-Paul Sartre (1905-1980) dio la vuelta por completo al determinismo. Nuestras elecciones no están determinadas ni por quiénes somos ni por lo que somos. Nos convertimos en lo que elegimos. Una persona que actúa de un modo vil y mezquino no actúa así porque es de naturaleza vil y mezquina. Son sus actos viles y mezquinos los que le convierten en una persona vil y mezquina. Según Sartre, el individuo es totalmente responsable de lo que hace, y también de todo aquello que no hace. ¡Dime qué haces y te diré quién eres!

Ambos puntos de vista tendrán algo de razón. Cuando actuamos, tenemos la sensación de actuar libremente. Pero cuando miramos hacia atrás a nuestros actos, encontramos a menudo razones y motivos de por qué actuamos así. Tal vez podamos señalar circunstancias atenuantes para una persona que ha hecho algo malo. Pero no se puede echar mano de circunstancias atenuantes en el momento en el que se hace una elección ética.

¿Qué es malo? ¿Qué es bueno?

Hemos visto cómo elegimos nuestros actos de acuerdo con ciertos valores. Pero la ética no surge preguntando lo que es valioso o bueno. Tenemos que preguntar qué es bueno para quién. Tenemos que preguntar qué es justo.

Pero ¿es posible formular reglas para el bien y el mal? ¿Existen tales reglas aceptables para todo el mundo? Del Nuevo Testamento conocemos dos reglas para actuar bien:

Ama a tu prójimo como a ti mismo. Esta regla se conoce como «el mandamiento de la caridad». Aunque no siempre logramos cumplirlo, la mayoría de las personas opinarían que se debería cumplir.

Trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti. Esta regla se llama la «Regla de Oro» o el «principio de reciprocidad».

A través de la historia, los filósofos morales han intentado formular otras reglas para una conducta correcta, algunas de las cuales han tenido una amplia aceptación como pautas éticas.

El llamado «utilitarismo», o ética de la felicidad, dice que la acción correcta es la que conduce a una mayor felicidad. Pero por felicidad no sólo se debe entender alegría y disfrute, sino también conocimientos y amistad, realización personal, etc. Todo el mundo desea lograr esta clase de felicidad. Por lo tanto la labor de la ética tiene que consistir, con ayuda de la razón, en saber cómo lograrla.

Has de comportarte de tal manera que tus actos conduzcan a la mayor felicidad posible para el mayor número de personas posible.

Los defensores de la ética de la felicidad se preguntan ante todo qué es «bueno» y qué es «malo». La llamada ética del deber se pregunta qué es cierto y qué es erróneo. Su punto de partida es que el ser humano tiene que actuar obedeciendo a una autoridad o control normativo. Ésta puede estar en Dios o en el poder estatal, pero también puede estar dentro del propio ser humano. El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) opinaba que el deber del ser humano es actuar acorde con una ley moral interior, que existe en todos los seres humanos. Señaló el siguiente requerimiento para una actuación correcta:

Obra sólo según la máxima que al mismo tiempo puedas querer que se convierta en una ley universal.

Es decir: antes de actuar debo estar seguro de que realmente deseo que lo que voy a hacer lo hicieran todas las demás personas en mi misma situación. Para Kant esto no era sólo una norma de vida, sino un «imperativo categórico». Era un imperativo, es decir, un mandamiento u obligación que no se puede ni esquivar ni cuestionar. Y era categórico, es decir, tenía validez en todas las situaciones sin excepción. Incluso la mentira más inocente sería de esta manera evitada. Porque no me gusta estar rodeado de gente que miente constantemente, ¿no?

Al contrario que la ética de la felicidad, el «imperativo categórico» de Kant exige acción inmediata sin preguntar si es apropiada o no, o si es adecuada para lograr felicidad o satisfacción. La ley moral tiene así la misma validez absoluta que la ley natural.

Kant también formuló el imperativo categórico de otro modo:

Obra de tal modo que uses al ser humano como un fin en sí mismo y nunca como un medio.

Hemos señalado aquí algunas normas o reglas de actuación muy generales. Pero de cada una de ellas podemos sacar una serie de normas individuales. La Regla de Oro te dice que no debes robar a los demás, ni intentar pasar antes que alguien que está haciendo cola. El imperativo categórico de Kant significa que uno no debe hacer trampas con la declaración de la renta, ni pasarse un disco en rojo.

Argumentación ética

Un dilema ético significa que uno puede elegir entre dos o más alternativas de acción. Basándose en un conjunto de valores y normas será posible llegar a la alternativa correcta.

Cuando uno se encuentra ante una elección, se puede hacer una lista de pros y contras, lo que quiere decir que basándonos en determinados valores y normas podemos argumentar a favor y en contra de cada una de las alternativas de acción. De esa forma puede resultar más fácil llegar a la buena elección, es decir, la alternativa de acción más acorde con los valores y normas de uno mismo.

Aunque la ética nunca podrá ser una ciencia en línea con la matemática y la física, puede ayudarnos a hacer una elección. No podemos demostrar lo que está bien y lo que está mal, pero podemos concienciarnos de nuestros propios valores y normas, podemos meditar sobre ellos, discutirlos, examinarlos con el fin de comprobar si son contradictorios, para así poder justificar nuestras elecciones éticas mediante la lógica y la razón.

A menudo hay que hacer la elección en el transcurso de unos segundos. No siempre tenemos tiempo para sentarnos con papel y lápiz. Se nos hace una pregunta, y en ese instante tenemos que decidir si vamos a mentir o a contar la verdad. En estos casos puede resultar una gran ventaja tener un conocimiento consciente de los valores y normas que intentamos defender.

Nos encontramos a veces en situaciones en las que tenemos que apoyar con razones lo que hemos hecho o lo que pretendemos hacer. Especialmente en la política y en la vida pública es preciso razonar las elecciones que uno hace basándose en principios éticos generales.

Intención, fines y medios

«La honestidad es la mejor política», se suele decir. Pero muchas personas se han encontrado en situaciones en las que no les parecía bien decir la verdad, en consideración hacia otra persona. Un médico, por ejemplo, ¿debe decir siempre la verdad a un paciente? ¿Debemos decir la verdad sobre un regalo que no nos gusta? Se dice que una «mentira piadosa» es la que se blanquea con otros valores que no son la verdad.

También se dice que «el fin justifica los medios». Claro que surgen situaciones en las que la consideración hacia una persona ha de ceder ante la consideración hacia varias. ¿Debe un tren o un avión esperar a un pasajero retrasado, retrasando entonces a cientos de personas?

En relación con guerras y represiones surgen casos extremos en los que hay que establecer prioridades. ¿Es correcto matar a una persona con el fin de lograr la libertad de una nación? La mayoría de los noruegos contesta que sí, pero algunos discrepan. Sea cual sea la situación, dicen algunos, jamás se justifica matar a alguien.

Toda defensa militar se basa en la posibilidad de que puedan surgir situaciones en las que el fin justifique los medios. Pero toda represión política y militar se basa en el mismo razonamiento. Un modelo ético idéntico era el que estaba detrás de los campos de concentración alemanes y las bombas nucleares sobre Hiroshima (6 de agosto de 1945) y Nagasaki (9 de agosto de 1945), en Japón.

Una variante extrema del principio de que el fin justifica los medios la encontramos en el terrorismo. El fin por el cual luchan los terroristas puede ser justo. Pero los medios son a menudo rechazables. Tiene que haber un límite para los medios que se pueden emplear al servicio del bien. Está claro que el principio de que el fin justifica los medios ha de emplearse con la máxima cautela.

Una tercera frase dice que «la intención es lo que cuenta». Si compramos un regalo de cumpleaños que no gusta, la buena intención tendrá que contar. Pero también existe el peligro de que nos envolvamos tanto en nuestros propios sentimientos que no tengamos en cuenta las consecuencias.

Un bondadoso y rico hombre de negocios regala todo su dinero a buenas causas, sin preocuparse por si el dinero acaba donde verdaderamente hace falta. Su negocio quiebra y gran parte de sus empleados pierden el trabajo.

Otro hombre de negocios hace grandes donaciones a organizaciones de ayuda eficaces, que aseguran que el dinero va donde más falta hace. Pero la motivación de este hombre es la de conseguir buena publicidad. Aspira a ocupar una buena posición en la sociedad, algo que más adelante tendrá efectos positivos para su negocio y para sus empleados.

¿Cómo debemos juzgar las acciones de estos dos hombres?

¿Qué es lo que hace

que una acción sea buena?

No siempre resulta fácil evaluar lo que es justo o bueno. ¿Debemos dar más importancia a la intención que hay detrás de una acción, a la acción en sí, o al resultado o consecuencia de ella?

Se puede enfatizar la motivación o la voluntad que se encuentra detrás de una acción. Para que una acción pueda llamarse buena, tiene que realizarse sin pensar en una ganancia propia. Lo que se enfoca es la motivación, el deseo o la intención detrás de una acción.

A veces la atención se centra en la acción en sí. Muchos nos hemos encontrado en una situación pensando: no puedo hacer esto, no puedo participar en esto, aunque el fin de la acción sea bueno y aunque la acción pueda aportar algo positivo.

Otras veces la atención no se fija en la acción o en la persona que la realiza, sino en los resultados concretos de aquélla. Esto se llama ética de consecuencias. Hay situaciones en las que puede ser correcto mentir. ¿También puede haber situaciones en las que sería correcto robar? ¿Podría justificarse alguna vez quitarle la vida a alguien?

Lo más corriente es que se evalúen tanto la intención de una acción como la acción en sí y el resultado o las consecuencias de la misma. Pero algunas veces parece que el fin es lo decisivo. Hay ciertas acciones que no consideraríamos jamás, a pesar de las consecuencias positivas que pudieran tener. Y ocurre que la consecuencia de la acción se percibe como decisiva en el momento que podemos decir si hemos actuado correctamente.

Los cuatro puntos principales de la ética

Hemos visto cómo el fundamento de la ética es un sentimiento de responsabilidad, de conciencia y un conjunto de valores y normas. Al fin y al cabo, nuestras deliberaciones éticas tendrán que acabar en una acción práctica. Vamos a resumir los cuatro puntos principales de la ética:

1. Horizonte. Nuestro horizonte ético señala hacia fuera y tiene que ver con la responsabilidad. ¿Nuestro sentimiento de responsabilidad llega más allá de nuestro círculo inmediato de familiares y amigos? ¿Cómo de amplio es nuestro horizonte ético? ¿Abarca a los que realmente necesitan nuestro apoyo? ¿O es nuestro horizonte demasiado estrecho?

2. Corazón. Por «corazón» nos referimos a la conciencia, la cual señala hacia dentro de nosotros mismos. ¿Qué profundidad tiene nuestra conciencia? No hay ninguna ética sin un buen corazón. Nos podemos endurecer y proteger contra el frío, de la misma manera que podemos endurecer nuestra conciencia.

3. Cabeza. No basta con sentir responsabilidad o remordimiento de conciencia. No basta con «ser bueno». Tenemos que usar nuestra cabeza o nuestro cerebro para meditar sobre cuáles van a ser los valores y normas que deseamos usar como fundamento de nuestra conducta. Tenemos que analizar la situación con el fin de aclarar dónde podemos emplear mejor nuestros esfuerzos. No debemos ser débiles y arriesgarnos a que nuestras acciones tengan el efecto opuesto al pretendido. No debemos actuar sin sentido común ni a ciegas. El ser una persona éticamente responsable requiere cierta capacidad de juicio.

4. Acción. No basta con tener un horizonte ético, un buen corazón y una cabeza despejada. No podemos llegar a una buena moral con el pensamiento. Tenemos que actuar. Necesitamos una práctica ética. Nuestras deliberaciones éticas no deben cesar nunca, pero no podemos quedarnos toda la vida sentados sopesando los pros y los contras. Tenemos que elegir constantemente entre distintas alternativas de acción. Siempre estaremos en un cruce de caminos.

EL LIBRO DE LAS RELIGIONES

INTRODUCCIÓN

Imagina que llegas volando a nuestra galaxia, la Vía Láctea. Durante milenios has estado vagando entre estrellas y sistemas solares, dando vueltas y vueltas alrededor de un planeta sin ver ninguna señal de vida. Justo cuando estás a punto de abandonar la Vía Láctea descubres que eres un planeta vivito y coleando dentro de una de las numerosas espirales de la misma. Y entonces te despiertas. Todo ese viaje ha sido un sueño. Pero sabes que ese planeta al que te acercas en el sueño es donde vives...

¿Hace falta tener una visión de la vida?

Tal vez aún seas joven y tengas una larga vida por delante. Pero sabes que la vida no es eterna. ¿Cómo quieres que sea la existencia en tu único viaje por el planeta Tierra? ¿Qué preguntas optas hacer y qué respuestas recibes?

Mientras desayunas tienes aún ese extraño sueño en la cabeza. Caes en la cuenta de que disfrutas de una oportunidad única por el hecho de vivir en esta tierra. Entonces, abres el periódico. En medio de la alegría de vivir tal vez te lleguen pensamientos sombríos. Piensas en lo que pone sobre la extinción de los bosques, la contaminación y la frágil capa de ozono, las armas nucleares, los residuos atómicos y el sida. ¿Hasta qué punto te consideras responsable del futuro de este raro planeta?

Asimismo muchos de los problemas cotidianos sobre los que vas pensando camino del instituto o del trabajo salen de lo más profundo de ti. amor y sexo, relaciones con la familia y los amigos, notas y carreras universitarias con un cupo de admisión determinado. Todo eso tiene que ver con tu visión de la vida o tu orientación en ella.

Camino de casa tal vez vayas hablando de un partido de fútbol, del viaje en interrail del verano o de la fiesta de fin de curso. También eso tiene que ver con tu visión de la vida. ¿Cómo quieres emplear tu tiempo libre? ¿Vas a asistir a reuniones de alguna asociación religiosa? ¿Vas a afiliarte a algún partido político? ¿Vas a trabajar en tu tiempo libre para conseguir algo de dinero para tus gastos?

Primero tienes que hacer un montón de deberes. ¿Pero por qué? ¿Qué vas a hacer cuando acabes el instituto?

Por la noche quedas con unos amigos. a uno de ellos acaban de hacerle la carta astral. Tu amigo cree firmemente en la astrología. ¿Cómo puede estar tan seguro? otra chica te cuenta que estaba pensando en una amiga suya justo en el instante en que ésta la llamó. ¿Fue telepatía? ¿Los sucesos llamados sobrenaturales son hechos o bulos? Luego, la conversación gira en torno a la vida y la muerte. ¿Hay vida después de la muerte?

Entonces tú cuentas tu sueño, que estabas viajando por el espacio. Harto de hielo, piedra y un calor abrasador te ibas alejando de la Vía Láctea. Pero justo en ese instante divisaste a lo lejos un planeta azul y blanco. En ese planeta te despertaste.

«¿Y qué significa ese sueño?», te preguntas. ¿Pueden los sueños decirnos algo de nosotros mismos?

¿Quién soy? ¿De dónde vengo?

¿Adónde voy?

El ser humano empieza pronto a preguntar. Un niño de 3 años es capaz de hacer preguntas a las que los adultos no saben contestar. Un niño de 5 años puede meditar sobre los mismos enigmas que un anciano.

El deseo de enterarse de lo que es la vida es un impulso básico en el ser humano. No sólo necesitamos bebida y comida, calor, comprensión y cercanía física. Necesitamos encontrar una respuesta a por qué vivimos.

Preguntamos: ¿Quién soy? ¿Cómo surgió el mundo? ¿Qué fuerzas dirigen la marcha de la historia? ¿Existe Díos? ¿Qué nos ocurre al morir? Éstas son las denominadas preguntas existenciales, porque tienen que ver con toda nuestra existencia.

Muchas de las preguntas existenciales son tan generales que se repiten en todas las culturas. aunque no siempre han sido formuladas con la misma claridad, constituyen la base de todas las religiones. No conocemos ningún pueblo o tribu que no haya tenido alguna forma de religión.

De vez en cuando en el transcurso de la historia ha habido personas que se han hecho estas preguntas existenciales sobre una base puramente humana, o no religiosa. Pero hasta nuestros días no hemos encontrado pueblos relativamente grandes que hayan vivido sin pertenecer a una determinada religión. ahora bien, eso no significa necesariamente que rechacen las grandes preguntas existenciales.

Se ha dicho que vivir es elegir. Muchas personas harán sus elecciones en la vida sin pensar demasiado en la relación entre dichas elecciones o en si su actitud ante la vida es consecuente. Otras sienten la necesidad de convertir su actitud ante la vida en algo más unificado y constante.

Podemos constatar que cualquier ser humano tiene una visión de la vida. la cuestión es si se trata de algo elegido por nosotros y si somos conscientes de lo que hemos elegido.

Cara a cara con la muerte

Dos destinos humanos en concreto sirven de ejemplo de cómo pueden estar entretejidas la realidad cotidiana y las profundas cuestiones existenciales. Uno de los ejemplos procede de la segunda Guerra Mundial, el otro de la realidad reciente de Centroamérica.

Kim Malthe-Bruun (1923-1945) tenía 17 años cuando estalló la guerra, y pudo comprobar con sus propios ojos cómo la ocupación de un país por una potencia extranjera destrozaba importantes valores humanos. Al año siguiente, en 1941, se enroló en un barco, pero en 1944 desembarcó en Dinamarca y se unió a la resistencia ilegal. Unos meses más tarde fue arrestado por los alemanes, y en el mes de abril de 1945 fue condenado a muerte y fusilado.

No era raro que los jóvenes se uniesen a la lucha contra la dictadura de los nazis. Si hubiera ocurrido hoy, tal vez tú y tus amigos os habríais implicado. ¿Cómo crees que hubieras reaccionado ante el anuncio de tu condena a muerte? ¿Qué habrías escrito al darte los carceleros papel y lápiz para que enviaras una última carta a tus allegados?

Sabemos lo que escribió Kim. En la carta de despedida a su madre dice entre otras cosas:

Hoy he sido sometido a un consejo de guerra junto con Jörgen, Niels y Ludvig. Nos han condenado a muerte. Sé que eres una mujer fuerte y vas a sobrellevarlo, pero quiero que lo entiendas. Yo soy insignificante y mi persona pronto habrá caído en el olvido, pero la idea, la vida, la inspiración que me llenaron seguirán vivas. Te las encontrarás por todas partes... en los árboles en primavera, en personas que conocerás, en una sonrisa amable...

El 14 de marzo de 1983 Marianella García Villas (1948-1983) fue asesinada por las fuerzas militares de la república centroamericana de El Salvador. Desde hacía ya varios años se estaba librando una guerra civil entre las fuerzas del gobierno y la guerrilla rebelde. Durante ese tiempo, grupos del ejército y movimientos extremistas secuestraron y mataron a miles de personas. La joven abogada Marianella creó un comité de derechos humanos con el fin de investigar casos de desapariciones y tortura. Por esa razón fue incluida en 1980 en las "listas de la muerte" de los grupos terroristas. Ella sabía que su vida corría peligro.

¿Cómo responderías tú a una amenaza como ésa? Marianella respondió siguiendo con su lucha. A principios de 1983 fue a un territorio conflictivo donde debía realizar una misión para el comité de derechos humanos. Marianella no volvió nunca. Pero en una carta de 1980 podemos leer lo que la impulsó:

Yo lucho por la vida, por lo real y por lo útil. No deseo morir, pero he vivido tan de cerca la muerte y sus efectos que la considero ya algo natural. Todos vamos a morir algún día, pero siempre será demasiado pronto para el que desee intensamente vivir. Cada minuto que transcurre tiene sentido, mayor profundidad que ninguna otra cosa, aunque pueda parecer cotidiano y rutinario. Cada soplo de aire, cada canto de cigarra y cada vuelo de paloma son como un poema.

Sé que los que luchan por la justicia siempre estarán en posesión de la verdad, con la ayuda de Dios la harán resplandecer y progresarán.

Es mejor ser mucho que tener mucho.

La alegría de vivir

Marianella y Kim lucharon por las ideas y los valores en los que creían. Incluso sacrificaron sus vidas por lo que ellos consideraban verdadero. Pero una visión de la vida no sólo se manifiesta en relación con guerras y sucesos dramáticos. No sólo tiene que ver con hazañas heroicas e ideas grandiosas. Nuestra visión de la vida también tiene que ver con la misma alegría de vivir. El vuelo de una paloma es como un poema, escribe Marianella en su carta. Y Kim, en la celda de una cárcel, esperando la muerte, escribe sobre los árboles en primavera y una sonrisa amable.

Si algo tuvieron en común estos dos luchadores por la libertad es precisamente la sensación de que la vida es algo infinitamente valioso. En las cartas de Kim y Marianella arde una pasión por esos valores de la vida que corremos el riesgo de ignorar como algo obvio.

¿Tenemos que encontrarnos cara a cara con la muerte para sentir la vida?

«El que no vive el ahora, no vive nunca: ¿tú qué haces?», escribe el poeta danés Piet Hein (1905-1996) en uno de sus poemas. El pintor y escritor finlandés Henrik Tikkanen (1924-1984) expresa una reflexión parecida en este sugerente aforismo: «La vida empieza cuando descubrimos que vivimos».

¿Por qué leer sobre religiones?

Una rápida mirada al mundo que nos rodea muestra que las religiones desempeñan un importante papel en la vida social y política de todos los continentes. En la década de 1980 esto se pudo comprobar claramente con el islam en oriente Próximo e Irán, la Iglesia católica en Polonia y América Latina, el hinduismo en la India y el judaísmo en Israel. Pero también en Europa occidental y en Estados Unidos vemos ejemplos de cómo las cuestiones religiosas y morales pueden intervenir directamente en la vida política.

Los conocimientos sobre religión resultan útiles en un mundo en el que conviven distintas culturas. somos muchos los que viajamos al extranjero, y muchos son los inmigrantes y exiliados que llegan a nuestro país. Al mismo tiempo, el estudio de las religiones puede ser importante para el desarrollo personal del individuo. Las religiones del mundo ofrecen respuestas a las preguntas que se han venido haciendo los seres humanos en todas las épocas. La historia de las grandes religiones del mundo constituye una parte importante de la historia y del desarrollo de la humanidad.

La primera parte de este libro intenta presentar las principales ideas de cada religión, a la vez que contar cómo expresan su fe religiosa los seres humanos. También vamos a ver qué lugar ocupa la religión en la vida cotidiana y en la sociedad.

En el estudio de las religiones la palabra tolerancia es clave, y significa respetar a las personas con una visión de la vida distinta a la tuya. Tolerancia no tiene por qué significar que se borren las diferencias y contrastes, que dé igual cuál sea tu fe, o que creas o no en algo. Una postura tolerante puede perfectamente combinarse con una fuerte convicción y un intento de convencer a otros. Pero no es compatible con el ridiculizar las creencias de otros, utilizar la fuerza o las amenazas.

La historia nos proporciona numerosos ejemplos de fanatismo e intolerancia. Las religiones han luchado entre ellas, y muchas guerras se han librado en nombre de la religión. Muchos seres humanos han sido perseguidos por culpa de sus convicciones, algo que también vemos hoy en día.

A menudo, la intolerancia es una consecuencia de que las personas no tengan el suficiente conocimiento de lo que están hablando. El que es ajeno a una religión sólo ve sus formas de expresión y no lo que éstas significan para cada uno. Para los cristianos, la comunión tiene un significado especial. Una descripción objetiva de lo que ocurre durante la comunión no puede explicar realmente lo que ésta representa para ellos.

El respeto por las opiniones, percepciones y vida religiosa de los demás es una condición necesaria para la convivencia humana. No significa que debamos aceptar todo como igual de verdadero, sino que todos tienen derecho a ser respetados por sus opiniones, si éstas no van en contra de los derechos humanos básicos.

CONCEPTOS RELIGIOSOS

Se han hecho muchos intentos de encontrar una definición de religión, pero ninguna de las que se han dado abarca todo.

Es habitual describir la religión como «la fe en uno o varios dioses», pero esta definición podría ser demasiado limitada. El budismo, por ejemplo, quedaría excluido, porque en un principio no se basaba en la fe en un dios.

Tampoco basta con decir que la religión es «la fe en algo sagrado, divino o sobrenatural por encima del ser humano y por lo que éste se siente dependiente». Ésta sería, por el contrario, una definición demasiado amplia. No todas las manifestaciones de fe en fuerzas sobrenaturales, magia o hechicería pueden llamarse religión.

En lugar de establecer una definición inalterable y general podríamos estudiar la religión desde cuatro puntos de vista: creencias (fe), ceremonias y ritos, comunidad (organización religiosa) y experiencia.

Creencias (fe)

La religión tiene siempre un lado racional. El creyente alberga determinadas ideas sobre el origen del mundo y de los seres humanos, sobre lo divino y el sentido de la vida. Todo esto forma el contenido de la religión, que se expresa a través de ritos religiosos y del arte, y, sobre todo, del lenguaje. Las expresiones lingüísticas pueden comprender escrituras sagradas, credos, dogmas y mitos.

El Mito

El mito es un cuento que suele aparecer acompañado de un rito. El rito suele repetir el acto relatado en el mito.

Por tanto, el mito religioso tiene un sentido más profundo que, por ejemplo, las leyendas y cuentos populares. El mito pretende explicar algo. Es una explicación ilustrativa de las preguntas básicas: ¿De dónde venimos y adónde vamos? ¿Por qué vivimos y por qué morimos? ¿Cuál es el origen del ser humano y del mundo? ¿Cuáles son las fuerzas que dirigen la evolución del mundo?

El mito nos habla de algo que sucedió en tiempos remotos, en los comienzos del mundo. En la mayoría de las religiones hay mitos sobre la creación que cuentan cómo surgió el mundo. No se trata de informar sobre hechos históricos. Lo esencial del mito es proporcionar a los seres humanos una explicación unitaria sobre la existencia.

Los conceptos religiosos que se expresan en el mito pueden dividirse en tres clases: el concepto divinidad (ya sea una o varias), mundo y ser humano.

El concepto «divinidad»

Monoteísmo. La fe religiosa, en la mayor parte de las grandes religiones, es monoteísta, es decir: fe en la existencia de un solo dios. Tenemos ejemplos de que el monoteísmo de algunas religiones surgió como una reacción de las personas al culto de varios dioses (politeísmo). El islam surgió como renovación o reforma de la religión nómada árabe de aquella época, que era una religión con muchos dioses tribales.

Monolatría.