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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Brenda Streater Jackson

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Un auténtico hombre, n.º 1981 - mayo 2014

Título original: The Real Thing

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4284-7

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

 

–Me han dicho que tienes un problema y que necesitas mi ayuda.

Un problema era decir poco, pensó Trinity Matthews mirando a Adrian Westmoreland. Si no fuera así, y si Adrian no fuese tan guapo, lo que tenía que hacer no sería tan difícil.

Cuando se conocieron el año anterior en la boda de su primo Riley, él estaba con el resto de los Westmoreland. Ella se había fijado en sus hermanos y primos, pero sobre todo en Adrian, al lado de su gemelo idéntico, Aidan.

Trinity había descubierto años antes, cuando su hermana Tara se casó con Thorn Westmoreland, que todos los hombres de la familia eran guapísimos. Altos, atractivos, musculosos, con un aire de primitiva masculinidad. Pero nunca había pensado que algún día saldría con uno de esos hombres, aunque fuese un pequeño engaño para solucionar su problema. Tara le había contado algo y era su turno de contarle el resto.

–Tengo un problema, es verdad –asintió, dejando escapar un suspiro de frustración–, pero antes de nada quiero darte las gracias por quedar conmigo esta noche.

Él había sugerido que fuesen al restaurante Laredo, uno de los mejores de Dénver.

–De nada.

Trinity intentó no dejarse afectar por esa voz profunda, ronca y masculina.

–Mi objetivo es completar mi residencia en el Dénver Memorial Hospital y volver a Bunnell, Florida, para trabajar junto a mi padre y mis hermanos en la clínica, pero ese objetivo se ve amenazado por el doctor Casey Belvedere. No sé si sabes que es un respetado cirujano y…

–Está loco por ti.

El corazón de Trinity dio un vuelco. Estaba claro que los Westmoreland no se andaban con rodeos.

–Quiere salir conmigo y, aunque yo he hecho todo lo posible por desanimarlo, no me deja en paz. Incluso le he dicho que estaba saliendo con otra persona, pero no sirve de nada. Cada día es más insoportable. Me ha dado a entender que si no salgo con él me hará la vida imposible. He hablado de ello con el gerente del hospital y no me ha hecho mucho caso. La familia del doctor Belvedere es muy respetada en la ciudad por su dedicación a causas filantrópicas. En este momento están financiando un ala de pediatría en el hospital y el gerente no tiene intención de decirles nada para no perder su apoyo económico. Dice que debe tener cuidado porque esta es una batalla en la que el hospital saldría perdiendo –Trinity hizo una pausa–. Pero se me ha ocurrido un plan. Bueno, en realidad se le ocurrió a mi hermana Tara cuando le conté lo que pasaba. Parece que ella tuvo que soportar algo parecido mientras hacía su residencia en Kentucky. La diferencia es que el gerente del hospital la apoyó y consiguió que despidieran al médico que la molestaba, pero yo no tengo ese apoyo.

Adrian se quedó callado un momento y Trinity se preguntó qué estaría pensando.

–Hay otra solución a tu problema –dijo él entonces.

–¿Ah, sí?

–Belvedere es cirujano, ¿verdad?

–Eso es.

–Entonces, deberíamos romperle una mano. Así no podría volver a operar.

Ella lo miró, con los ojos como platos.

–Imagino que lo dices de broma.

–No, lo digo completamente en serio.

Trinity estudió sus ojos oscuros, tan serios. Solo entonces recordó lo que Tara le había contado sobre los gemelos, su hermana pequeña, Bailey, y su primo Bane. Según Tara, años antes eran el terror de Dénver y se metían en todo tipo de problemas.

Pero entonces eran muy jóvenes. En aquel momento Bane estaba en el ejército, los gemelos habían estudiado en la universidad de Harvard, Adrian tenía un doctorado en ingeniería y Aidan era médico, y Bailey, la más joven, seguía estudiando. Pero era evidente que tras las atractivas facciones de Adrian Westmoreland, su irresistible encanto y sus títulos universitarios había un hombre capaz de todo.

–No creo que tengamos que recurrir a eso –dijo Trinity, tragando saliva–. Como ha sugerido Tara, podemos hacernos pasar por novios y esperar que eso funcione.

–Si es así como prefieres solucionarlo…

–Sí, claro. Pero no podrías salir con otras chicas durante un tiempo.

Adrian se echó hacia atrás en la silla.

–Dejar a un lado mi vida social hasta que esto se resuelva no es ningún problema para mí.

Ella exhaló un suspiro. Desde que volvió a Dénver para dirigir y trabajar en la empresa de su familia, Blue Ridge Land Management, Adrian tenía una vida social muy activa. No quedaban muchos Westmoreland solteros en la ciudad… de hecho, él era el último. Su primo Stern iba a casarse en unos meses, y todos lo demás estaban casados. Adrian sería un partidazo para cualquier mujer, pero, por lo que le habían contado, lo pasaba en grande saliendo con unas y con otras, sin la menor intención de casarse.

Y se alegraba de que no estuviera interesado. La única razón por la que estaban allí era porque necesitaba su ayuda para librarse del doctor Belvedere. De hecho, era la primera vez que se veían desde que se mudó a Dénver hacía ocho meses. Adrian, al contrario que el resto de sus parientes, que tenían un rancho a las afueras de la ciudad, vivía en el centro de Dénver, como ella.

–Creo que deberíamos poner el plan en acción ahora mismo.

La voz de Adrian interrumpió sus pensamientos. Y la sorprendió aún más cuando tomó su mano para llevársela a los labios. Trinity intentó no pensar en el extraño aleteo que sentía en el estómago.

–¿Por qué tienes tantas ganas de empezar?

–Es una cuestión de tiempo –respondió él–. No mires, pero el doctor Belvedere acaba de entrar en el restaurante. Y nos ha visto.

Adrian notaba su nerviosismo. Aunque había aceptado la sugerencia de Tara, eso de fingirse su novia no parecía gustarle demasiado.

Y, aunque el doctor Belvedere no sabía conquistar a una mujer, entendía que estuviese loco por ella. ¿A qué hombre no le gustaría? Como su hermana, Trinity era una belleza.

Cuando conoció a Tara años antes, lo primero que le preguntó fue si tenía alguna hermana. Ella sonrió, comprensiva, y respondió que su hermana estaba aún en el instituto.

¿Tanto tiempo había pasado? Adrian recordó la reacción de todos los hombres en la boda de Riley, cuando Trinity apareció con Thorn y Tara. Fue entonces cuando le contaron que pensaba mudarse a Dénver por dos años para hacer la residencia en el hospital.

–¿Estás seguro de que es él? –le preguntó.

–Completamente –respondió Adrian, estudiando sus facciones.

Tenía la piel bronceada, una melena oscura que le caía por los hombros y los ojos de color marrón claro más bonitos que había visto nunca–. Y es lo que había planeado.

Trinity arqueó una ceja.

–¿Cómo que lo habías planeado?

–Cuando Tara me llamó para contarme su idea, decidí poner el plan en acción inmediatamente. Descubrí, gracias a una fuente muy fiable, que Belvedere frecuenta este restaurante, especialmente los miércoles por la noche.

–¿Por eso sugeriste que cenásemos aquí?

–Sí, esa es la razón. El plan es que nos vea juntos, ¿no?

–No estaba preparada para verlo esta misma noche, pero con un poco de suerte se dará cuenta de que no tiene nada que hacer y…

–¿Te dejará en paz? No cuentes con eso –la interrumpió Adrian–. Ese hombre está loco por ti y, por alguna razón, cree que tiene derecho a perseguirte. No será tan fácil que te deje en paz. Sigo pensando que deberíamos romperle una mano y acabar con todo esto de una vez.

–No.

Él se encogió de hombros.

–Lo que tú digas. Pero deberíamos hacer algo para llamar su atención.

–¿Qué?

–Esto –Adrian se inclinó y la besó.

Debería haber sido un mero roce, pero sus bocas se fusionaron como imanes. Era un beso potente, ardiente e inesperado. Sin saber por qué, Trinity quería seguir besándolo, hacer lo que fuera para que el beso no terminase, pero el ruido de platos y cubiertos la hizo recordar dónde estaban y, lentamente, se apartó, dejando escapar un suspiro.

–Tengo la impresión de que hemos llamado su atención. Puede que incluso se haya enfadado.

–¿Y qué más da? Ahora estás conmigo y Belvedere no hará ninguna tontería en público. Pero creo que por esta noche ya hemos actuado suficiente. ¿Nos vamos?

–Sí, claro.

Unos minutos después, Adrian le tomaba la mano para salir del restaurante.

 

 

–¿Qué tal tu cena con Trinity?

Adrian levantó la mirada al escuchar la voz de su primo Dillon. La reunión del consejo había terminado y todos se habían ido de la oficina, dejándolos solos.

Él nunca había visto a Dillon como un magnate de los negocios… hasta que volvió a Dénver para trabajar en la empresa familiar. Hasta entonces siempre lo había visto como el hombre que había mantenido unida a la familia después de la horrible tragedia que se llevó a sus padres.

Los padres de Adrian y sus tíos, los padres de Dillon, habían muerto en un accidente de avión más de veinte años atrás, dejando a Dillon, el primo de más edad, y al hermano mayor de Adrian, Ramsey, como cabezas de familia. Ellos dos habían conseguido mantener a los quince Westmoreland unidos. No había sido fácil, y Adrian era el primero en confesar que él, Aidan, Bane y Bailey, los cuatro más jóvenes, habían sido los más problemáticos. Volver a casa del colegio un día y descubrir que había perdido a sus padres y sus tíos había sido peor que horrible.

No supieron lidiar con el dolor. Se habían rebelado de una manera que lo avergonzaba, pero Dillon, Ramsey y los demás habían sido extraordinariamente comprensivos. Por esa razón, y muchas otras, Adrian adoraba a su familia. Especialmente a Dillon, que se había enfrentado a los servicios sociales para evitar que los llevasen a una casa de acogida.

–Creo que las cosas fueron bastante bien –respondió por fin, sin preguntarse por qué sabía su primo que había cenado con Trinity. Dillon hablaba a menudo con los Westmoreland de Atlanta, especialmente con Thorn, y seguramente Tara habría mencionado algo.

–Espero que el plan funcione. Aunque no entiendo que el gerente del hospital no haga nada. Me da igual el dinero que los Belvedere aporten al hospital, el acoso sexual es algo que nadie debería tolerar. Lo que le está pasando a Trinity no debería pasarle a ninguna mujer.

Adrian estaba de acuerdo. Si fuese por él, Trinity no tendría que tolerarlo.

–Probaremos con el plan de Tara y si no funciona…

–Los Westmoreland nos encargaremos de ello, de manera legal –lo interrumpió Dillon–. No quiero que te metas en líos, esos días ya han pasado.

Adrian no dijo nada porque recordaba bien «esos días».

–No haré nada ilegal, no te preocupes –le aseguró. Por supuesto, no le habló de la sugerencia de romperle una mano al canalla–. ¿Conoces a alguien de la familia Belvedere?

–Roger, el hermano mayor, y yo, estamos en el consejo de dirección de un par de empresas, pero no somos amigos porque es arrogante y estirado. He oído que todos los Belvedere son así.

–Una pena –murmuró Adrian, levantándose de la silla.

–Los Belvedere hicieron una fortuna en la industria alimenticia, en productos lácteos. Tengo entendido que Roger tiene aspiraciones políticas y pronto anunciará que se presenta a gobernador.

–Pues le deseo lo mejor. El problema lo tenemos con su hermano Casey. Nos vemos más tarde.

Una hora después, Adrian había terminado un informe importante que necesitaba su primo Canyon. Él y otro de sus primos, Stern, eran los abogados de la empresa. Por el momento, Adrian era el único de su rama de la familia que trabajaba en la empresa Blue Ridge, fundada por su padre y el padre de Dillon hacía más de cuarenta años.

Había quince Westmoreland en Dénver. Sus padres, Thomas y Susan Westmoreland, habían tenido ocho hijos, cinco chicos: Ramsey, Zane, Derringer y los gemelos, Adrian y Aidan, y tres chicas, Megan, Gemma y Bailey.

Su tío Adam y su tía Clarisse habían tenido siete hijos: Dillon, Micah, Jason, Riley, Canyon, Stern y Bane. La familia estaba muy unida y normalmente se reunían los viernes para cenar en casa de Dillon. Él había faltado a las dos últimas cenas, pero como supuestamente estaba saliendo con Trinity, sus días de juerga tendrían que esperar.

Adrian tiró el bolígrafo encima de la mesa y se reclinó en el sillón, pensando por enésima vez en el beso que habían compartido en el restaurante. Un beso que le había dado casi sin pensar. Podría decirse sí mismo que solo lo había hecho para engañar a Belvedere, pero él sabía la verdad.

Todo había empezado cuando fue a buscar a Trinity a casa. Ella debía estar mirando por la ventana, porque antes de que saliera del coche ya estaba en la puerta y había tenido que hacer un esfuerzo para no sonreír como un cocodrilo.

Qué guapa era. Y no era solo el bonito vestido estampado o los zapatos azules de tacón, a juego con el bolso. Ni su pelo, liso, suelto, destacando una estructura ósea perfecta. Era todo el conjunto y le había parecido incluso más guapa que en la boda de Riley.

Adrian contuvo el aliento al recordar el sabor de sus labios, tan irresistiblemente dulces.

Trinity había vuelto en silencio en el coche. Mejor, porque él estaba ardiendo. Gran error. ¿Cómo iba a evitar que Belvedere le pusiera las zarpas encima cuando solo podía pensar en ponerle encima sus propias zarpas?

Nervioso, se levantó para acercarse a la ventana, desde la que podía ver todo el centro de Dénver. Cuando Tara lo llamó para hablarle de su plan había pensado que no sería ningún problema hacerse pasar por el novio de su hermana durante unos días, pero no había contado con aquella irresistible atracción. Una atracción que le ocupaba todos los pensamientos. Y eso no era bueno.

Frustrado, se pasó una mano por la cara. Trinity no era la primera mujer por la que se sentía atraído, y no sería la última. Respirando profundamente, miró su reloj. Iba a cenar en McKays con Bailey y la sorprendería por una vez llegando puntual.

Pero antes de irse llamaría a Trinity para ver cómo habían ido las cosas en el hospital. Quería comprobar que Belvedere no la había molestado después de verlos juntos en el restaurante.

 

 

–¿Qué tal anoche con Adrian?

Trinity se dejó caer en el sofá del salón después de un largo día de trabajo. Sabía que Tara la llamaría tarde o temprano y querría detalles.

–Genial –respondió–. El doctor Belvedere nos vio juntos en el restaurante.

–¿Ah, sí?

–Sí.

–¿Fue una coincidencia o lo teníais planeado?

–Parece que Adrian no pierde el tiempo. Se enteró de que Belvedere suele cenar en ese restaurante los jueves y reservó mesa allí. Pero no me lo contó, y cuando apareció yo no estaba preparada.

–Bueno, da igual. Tú quieres terminar con esta situación lo antes posible, ¿verdad?

–Claro que sí, pero…

–¿Pero qué?

–No había contado con un par de cosas.