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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 406 - diciembre 2018

© 2011 Maya Banks

¿Te acuerdas de mí?

Título original: Enticed by His Forgotten Lover

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

© 2011 Maya Banks

Pasiones y traición

Título original: Wanted by Her Lost Love

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-753-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

¿Te acuerdas de mí?

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintitrés

Pasiones y traición

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

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Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Rafael de Luca había estado en situaciones peores antes y no tenía la menor duda de que aún sería peor en el futuro. Pero esas personas jamás sabrían que no guardaba ni un solo recuerdo de ninguna de ellas.

Contempló el concurrido salón de baile con malhumorada resignación mientras bebía a sorbos un insípido vino. La cabeza le latía con tal fuerza que sentía ganas de vomitar.

–Rafe, ya has aguantado bastante –murmuró Devon Carter–. Nadie sospecha nada.

Rafael se giró para mirar a sus tres amigos: Devon, Ryan Beardsley y Cameron Hollingsworth cubriéndole protectoramente las espaldas. Así había sido desde la facultad, cuando no eran más que unos jóvenes decididos a destacar en el mundo de los negocios.

Habían ido a verlo al hospital, siendo ya víctima de ese enorme agujero negro en la memoria. Pero no se habían compadecido de él. Al contrario. Se habían portado como unos auténticos bastardos y siempre les estaría agradecido por ello.

–Por lo visto yo nunca me marcho temprano de una fiesta –observó Rafe.

–¿Y a quién le importa lo que sueles hacer? –bufó Cam–. Es tu fiesta. Diles que…

–Son importantes socios de negocios, Cam –Ryan alzó una mano–. Necesitamos su dinero.

–¿Quién necesita un equipo de seguridad con vosotros tres cerca? –bromeó Rafael, agradecido por tener en quien confiar. Nadie más sabía lo de su pérdida de memoria.

–El hombre que se acerca es Quenton Ramsey tercero –susurró Devon al oído de su amigo–. Su esposa se llama Marcy. Ya ha accedido a participar en Moon Island.

Rafael asintió y se apartó ligeramente de la protección de sus tres amigos para saludar con una cálida sonrisa a la pareja que se aproximaba. Junto a sus socios había localizado el lugar perfecto para un complejo vacacional: una diminuta isla frente a la bahía de Galveston, en Texas. Las tierras le pertenecían y lo único que había que hacer era construir el hotel y mantener a los inversores contentos.

–Quenton, Marcy, qué alegría veros de nuevo. Marcy, permíteme decirte lo hermosa que estás esta noche. Quenton es un hombre afortunado.

Las mejillas de la mujer se sonrojaron mientras Rafael le besaba la mano.

Asintió con educación y fingido interés en la pareja, aunque le volvía a picar la nuca. Tenía la cabeza inclinada, como si estuviera atento a cada palabra que le decían, aunque su mirada vagaba por el salón buscando la causa de la inquietud que sentía.

Al principio le pasó desapercibida, pero rápidamente le llamó la atención una mujer que estaba de pie al otro lado del salón y que lo taladraba con la mirada.

Rafael no estaba seguro de por qué se sentía atraído por ella. Por regla general las prefería altas, de largas piernas y rubias. Se derretía ante los ojos azules y la piel pálida. Sin embargo, aquella mujer era pequeñita, incluso a pesar de los tacones, y su piel era de un suave tono oliváceo. El rostro quedaba enmarcado por una sedosa maraña de negros rizos que llegaban hasta los hombros y sus ojos eran del mismo color.

No la había visto en su vida. ¿O sí?

Maldijo el agujero negro de su memoria. No recordaba nada de las semanas anteriores al accidente que había sufrido cuatro meses atrás y tenía lagunas de otros períodos. Amnesia selectiva. Su médico había sugerido la existencia de algún motivo psicológico y a Rafael no le había gustado la insinuación. Él no estaba loco.

Sí recordaba a Dev, Cam y Ryan. Cada instante de la última década, los años en la facultad, los éxitos en los negocios. Recordaba a la mayoría de las personas que trabajaban para él, aunque no a todas, lo cual provocaba no pocas tensiones en la oficina, sobre todo cuando intentaba cerrar un negocio millonario.

En aquellos momentos no recordaba quién era la mitad de sus inversores y, a esas alturas, no podía permitirse perder a ninguno.

La mujer no le quitaba la vista de encima. Cuanto más lo miraba, más fría se volvía su mirada y más se cerraba la mano en torno al pequeño bolso.

–Disculpadme –murmuró él a los Ramsey, encaminándose hacia la misteriosa joven.

Su equipo de seguridad lo siguió de cerca. La mujer no fingió timidez y no apartó la mirada un solo instante. Tenía la barbilla alzada en un gesto desafiante.

–Disculpe, ¿nos conocemos? –preguntó Rafael con una voz tierna que normalmente resultaba muy eficaz con las mujeres.

Lo más probable era que dijera que no, o que mintiera descaradamente e intentara convencerle de que habían pasado una noche maravillosa en la cama. Lo cual era del todo imposible porque ella no era su tipo.

Pero la mujer no hizo nada de lo que él había esperado que hiciera. Y al levantar la vista hacia su rostro lo que vio fue ira.

–¿Que si nos conocemos? –susurró–. ¡Bastardo!

Antes de que él pudiera asimilar la reacción de la joven, recibió un derechazo que le hizo tambalearse hacia atrás mientras se llevaba una mano a la nariz.

–Hijo de…

No tuvo tiempo de preguntarle si se había vuelto loca, pues uno de sus guardas se interpuso entre ellos y, en medio de la confusión, la empujó a un lado haciendo que cayera al suelo. La mujer se llevó de inmediato una mano a los pliegues del vestido.

Y entonces lo vio. La tela había ocultado la curvatura de su barriga, ocultado el embarazo.

–¡No! –rugió Rafael–. Está embarazada.

Los guardas dieron un paso atrás y miraron perplejos a su jefe, mientras la mujer se ponía apresuradamente en pie. Salían chispas de sus ojos mientras corría por el pasillo, golpeando ruidosamente el suelo de mármol con los tacones.

Rafael miraba fijamente la figura que huía, muy sorprendido para hacer o decir nada. La última mirada que le había dirigido no había sido de ira ni de rabia. Lo que había visto era dolor, y lágrimas. Le había hecho daño a esa mujer, pero no sabía cómo ni por qué.

Y la siguió por el pasillo. Atravesó a la carrera el vestíbulo del hotel y, al llegar a las escaleras que conducían a la calle, vio un par de zapatos que resplandecía.

Se agachó y recogió las sandalias. Una mujer embarazada no debería llevar unos tacones tan altos. ¿Por qué demonios había salido corriendo? Parecía buscar un enfrentamiento, pero a la primera oportunidad había huido.

–¿Qué demonios ha pasado, Rafe? –preguntó Cam al darle alcance.

Todo el equipo de seguridad, junto con Cam, Ryan y Devon lo había seguido hasta la calle y en esos momentos lo rodeaban con gesto de preocupación.

Rafael dejó escapar un suspiro de frustración antes de arrojar el par de sandalias a las manos de Ramon, el jefe de seguridad.

–Encontrad a la dueña de estos zapatos.

–¿Y qué quieres que haga con ella cuando la encuentre? –preguntó Ramon.

–No tienes que hacer nada –Rafael sacudió la cabeza–. Sólo infórmame. Yo me encargaré.

–No me gusta, Rafe –anunció Ryan–. Existe la posibilidad de que se haya filtrado a la prensa lo de tu pérdida de memoria.

–Cierto –Rafael asintió lentamente–. Sin embargo, hay algo en ella que me perturba.

–¿La has reconocido? –Cam enarcó las cejas–. ¿La conoces?

–No lo sé –Rafael frunció el ceño–. Pero voy a averiguarlo.

 

 

Bryony Morgan salió de la ducha, se envolvió los cabellos en una toalla y se puso una bata. Ni siquiera el agua caliente había conseguido calmarla.

«¿Nos conocemos?».

La pregunta resonó una y otra vez en su cabeza hasta que sintió ganas de estrellar algún objeto… preferiblemente contra ese hombre.

¿Cómo había podido ser tan estúpida? Ella no perdía la cabeza por un tipo atractivo. Se había mostrado inmune a hombres de gran encanto.

Pero en cuanto Rafael de Luca había aparecido en su isla, se había rendido ante él. Sin luchar. Sin resistirse. Lo tenía todo. Era la perfección en traje de chaqueta. Un traje del que había conseguido desembarazarle y, para cuando se marchó de la isla, su piloto privado ni siquiera había sido capaz de reconocerlo.

Había pasado de ser una persona sobria y estirada a convertirse en alguien relajado, tranquilo y descansado… En una persona enamorada.

El repentino torrente de dolor que la invadió ante el recuerdo le obligó a cerrar los ojos.

Era evidente que no se había enamorado. Había llegado, visto y vencido. Ella había sido muy ingenua como para ver los verdaderos motivos.

Sin embargo, sus mentiras y traición no iban a salirle gratis. Haría lo que tuviera que hacer, pero no iba a dejarle construir en las tierras que ella misma le había vendido.

Había necesitado de todo su valor para reventarle la fiesta aquella noche, pero en cuanto había sabido que el motivo de la misma era reunir a los potenciales inversores para el proyecto que pretendía destrozar sus tierras, había decidido hacerle frente, allí mismo, delante de todos, desafiándole a mentir cuando todos los asistentes conocían sus planes.

Con lo que no había contado era con que negara conocerla siquiera. Aunque, ¿qué mejor estrategia que la de hacerle parecer una idiota de pueblo? O una especie de activista chiflada en contra del progreso.

Si no se calmaba, la tensión se le iba a disparar.

¿Había servicio de habitaciones en ese hotel? Se moría de hambre. Se frotó la barriga y se esforzó por liberarse de toda ira y estrés.

Se obligó a relajarse mientras se peinaba y secaba los cabellos.

Estaba a punto de terminar cuando alguien golpeó su puerta con fuerza.

–Comida. Por fin –murmuró mientras apagaba el secador.

Corrió a la puerta y la abrió. Sin embargo no había ningún carrito con comida. Ningún empleado del hotel. Ante ella estaba Rafael, con sus sandalias colgando de una mano.

Bryony dio un paso atrás e intentó cerrar la puerta, pero él adelantó un pie, evitándolo.

Indómito, como siempre, se abrió paso al interior de la habitación y se paró ante ella. Bryony odiaba lo pequeña y vulnerable que se sentía, aunque durante un tiempo le había encantado sentirse protegida cuando se acurrucaba contra su cuerpo.

–Márchate o llamo a seguridad –gruñó.

–Hazlo –contestó él con calma–. Pero dado que soy el dueño de este hotel, puede que te cueste un poquito hacer que me echen de aquí.

–Pues llamaré a la policía. Seas quien seas, no puedes entrar a la fuerza en mi habitación.

–He venido para devolverte tus zapatos. ¿Me convierte eso en un criminal?

–¡Venga ya, Rafael! Deja tus jueguecitos. Lo he pillado, en serio. Me di cuenta en cuanto me miraste hoy. Aunque debo admitir que lo de «¿nos conocemos?», fue un toque maestro. Demasiado.

Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no soltarle otro puñetazo.

–¿Sabes qué? Jamás te tomé por un cobarde. Jugaste conmigo. Me comporté como una monumental idiota. Pero el hecho de que evitaras la confrontación me pone enferma.

Le golpeó el pecho con un dedo e ignoró la expresión de estupor en su rostro.

–Pues que sepas que no te saldrás con la tuya. Aunque me cueste cada centavo que tengo, lucharé contra ti. Teníamos un acuerdo verbal, y te vas a ceñir a él.

Se cruzó de brazos, tan furiosa que tenía ganas de sacudirle una patada.

–¿Y bien? ¿Pensabas que no volverías a verme jamás? ¿Pensabas que me escondería en algún agujero al descubrir que no me amabas y que sólo te habías acostado conmigo para que accediera a venderte las tierras? Pues no podrías estar más equivocado.

Rafael reaccionó como si lo hubiera golpeado de nuevo. Su rostro palideció y la mirada se volvió gélida.

–¿Insinúas que tú y yo nos hemos acostado? –preguntó él en un susurro–. Ni siquiera sé cómo te llamas.

No debería sentirse dolida. Hacía tiempo que era consciente de por qué la había elegido, seducido y mentido. Y no podía echarle toda la culpa. Se lo había puesto demasiado fácil.

Sin embargo, el hecho de que estuviera allí de pie, negando siquiera conocer su nombre, le había provocado una herida en el corazón imposible de curar.

–Deberías marcharte –le indicó con la mayor calma que pudo.

Rafael ladeó la cabeza mientras la estudiaba con atención. Y, para desesperación de Bryony, alargó una mano y enjugó una lágrima que rodaba por su mejilla.

–Estás disgustada.

Por el amor de Dios, ese tipo era imbécil. Rezó para que su bebé hubiera heredado el cerebro de su madre y estuvo a punto de soltar una carcajada, pero lo que surgió fue un sollozo sofocado.

–Fuera de aquí.

Pero él le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos. Y de nuevo le enjugó las lágrimas en un gesto sorprendentemente tierno.

–No podemos habernos acostado. Aparte de que no eres mi tipo, no olvidaría algo así.

Bryony lo miró boquiabierta y desistió de intentar hacerle marchar. La que se iba era ella.

Ajustándose la bata, salió al pasillo antes de que él la agarrara de la muñeca.

–Por el amor de Dios, no intento hacerte daño.

Rafael la empujó al interior de la habitación, cerró la puerta y la miró furioso.

–Ya me has hecho daño –murmuró ella entre dientes.

–Es evidente que sientes que te he hecho algún mal –él la miró con una mezcla de ternura y confusión–. Y te pido perdón por ello, pero tendría que acordarme de ti y de lo que se supone que hicimos para poderte ofrecer una compensación.

–¿Compensación? –ella lo miró, perpleja ante la diferencia entre el Rafael de Luca del que se había enamorado y el tipo que tenía enfrente. Se abrió la bata lo justo para mostrar la barriga que se marcaba bajo el camisón de seda–. Haces que me enamore de ti. Me seduces. Me dices que me amas. Consigues que firme los papeles para venderte unas tierras que han pertenecido a mi familia desde hace un siglo. Me mientes sobre nuestra relación y tus planes para esas tierras. Y, por si no bastara con eso, encima tuviste que dejarme embarazada.

Rafael palideció. Dio un paso al frente y, por primera vez, resultó lo suficientemente atemorizante como para que ella diera un paso atrás y se apoyara contra la mesa.

–¿Me estás diciendo que nos acostamos juntos y que soy el padre de tu bebé?

–¿Me estás diciendo que no lo hicimos? ¿Insinúas que me he imaginado las semanas que pasamos juntos? ¿Te atreves a negar que me abandonaste sin decir nada y sin mirar atrás?

–No te recuerdo –anunció Rafael con voz ronca–. No recuerdo nada de ti. De nosotros. De eso –señaló la barriga de Bryony.

–No lo recuerdas…

–Sufrí un… accidente –él deslizó una mano por los cabellos–. Si lo que dices es cierto, debimos conocernos durante el periodo en que en mi mente estaba completamente en blanco.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Rafael vio cómo el rostro de la joven palidecía. Soltó un juramento y la agarró de los brazos, sintiéndola floja y temblorosa.

–Siéntate antes de que te caigas –dijo secamente.

La condujo hasta la cama y ella se sentó, sujetándose al borde del colchón.

–¿Esperas que crea que sufres amnesia? –ella lo miró espantada–. ¿Es lo mejor que has podido inventar?

Rafael hizo una mueca, pues él mismo sentía algo parecido ante la idea de la amnesia.

–No pretendo enfurecerte, pero ¿cómo te llamas? Me encuentro en desventaja.

–Hablas en serio –Bryony suspiró y se pasó una mano por los cabellos–. Me llamo Bryony Morgan.

–Bueno, Bryony, parece que tú y yo tenemos mucho de qué hablar.

–Amnesia –ella volvió a mirarlo fijamente–. ¿De verdad piensas seguir con esa historia?

–¿Crees que me gusta que una mujer me sacuda un puñetazo en público y asegure estar embarazada de mi hijo cuando, por lo que yo sé, es la primera vez que nos vemos? Ponte en mi lugar. Si un hombre al que no hubieras visto jamás apareciera y te dijera las cosas que tú me has dicho a mí, ¿no sospecharías algo?

–Esto es una locura –murmuró Bryony.

–Escucha, puedo demostrarte lo que me sucedió. Puedo enseñarte mi expediente médico y el diagnóstico. No te recuerdo, Bryony. Siento mucho tener que decirlo, pero es la verdad. Sólo cuento con tu palabra de que entre nosotros ha habido algo.

–Sí, y no olvidemos que no soy tu tipo.

Rafael dio un respingo. ¡Tenía que acordarse de ese comentario!

–Me gustaría que me lo contaras todo desde el principio. Cuéntame dónde y por qué nos conocimos. Quizás algo de lo que me digas me refresque la memoria.

Alguien llamó a la puerta.

–¿Esperas a alguien a estas horas? –preguntó él.

–El servicio de habitaciones. Me muero de hambre. No he comido en todo el día.

Bryony se ajustó la bata y fue a abrir la puerta. Segundos después, un camarero apareció empujando un carrito con las bandejas tapadas.

–Lo siento –se disculpó ella cuando estuvieron de nuevo a solas–. No esperaba visita y sólo he pedido comida para uno.

Él alzó una ceja. Allí había comida para un pequeño regimiento.

–Siéntate y relájate. Podemos hablar mientras comes.

Bryony se retrepó en el pequeño sillón junto a la cama y alargó la mano hacia un plato.

Rafael aprovechó para estudiar el rostro de la mujer que había olvidado.

Era preciosa, no podía negarlo, aunque no era el tipo de mujer hacia el que se sentía atraído. Él prefería mujeres dulces y, según sus amigos, sumisas.

Era consciente de que eso le hacía parecer un imbécil, pero no podía negar el hecho de que le gustaban las mujeres un poco más obedientes. El que se hubiera enamorado de la antítesis de las mujeres con las que había salido en los últimos cinco años, era fascinante.

Aceptaba el hecho de que podía haberse sentido atraído por ella, incluso haberse acostado con ella, pero ¿enamorarse? ¿En unas pocas semanas?

Las mujeres tendían a ser criaturas emotivas y entraba dentro de lo posible que se hubiera creído que él estaba enamorado. Desde luego, el dolor y la traición no parecían fingidos.

Y luego estaba lo del embarazo. Seguramente le haría parecer un completo bastardo, pero sería de imbéciles no pedir una prueba de paternidad. A fin de cuentas entraba dentro de lo posible que se lo hubiera inventado todo tras averiguar lo de su pérdida de memoria.

Sintió la repentina necesidad de llamar a su abogado para preguntarle quién había firmado el contrato de venta de las tierras que había adquirido. No había visto los papeles antes del accidente, para eso pagaba a otras personas, y una vez finalizado el trato, no había motivo para mirar atrás… salvo en esa ocasión.

–¿En qué piensas? –preguntó ella.

–Que esto es un enorme lío que…

–A mí me lo vas a decir –murmuró Bryony–. Lo que no entiendo es por qué es tan malo para ti. Eres inmensamente rico. No estás embarazado y no has vendido unas tierras que pertenecieron a tu familia durante generaciones a un hombre que va a destrozarlas para construir un complejo turístico.

El dolor que reflejaba la voz de la joven le produjo a Rafael una incómoda sensación en el pecho. Algo parecido a un sentimiento de culpa, pero, ¿por qué debería sentirse culpable?

–¿Cómo nos conocimos? –preguntó–. Necesito saberlo todo.

–La primera vez que te vi llevabas un traje de chaqueta, zapatos que costaban más que mi casa, y gafas de sol. Me irritó mucho no poder ver tus ojos y me negué a hablar contigo hasta que te las quitaste.

–¿Y dónde sucedió todo eso?

–En la isla Moon. Preguntabas por una franja de tierra en primera línea de playa, y por su dueño. Y yo era la dueña y me imaginé que eras un tipo trajeado con planes para construir en la isla y salvar a la población local de una vida de pobreza.

–¿No estaba en venta? –él frunció el ceño–. Debía estar en venta. No habría sabido nada de ese lugar de no ser así.

–Lo estaba –Bryony asintió–. Yo… yo necesitaba venderla. Mi abuela y yo no podíamos pagar los impuestos. Pero estábamos de acuerdo en que no se la venderíamos a un constructor.

Se interrumpió, claramente incómoda con las revelaciones que le había hecho.

–En fin, te tomé por uno de esos tipos estirados y te envié al otro extremo de la isla.

Él la miró furioso y, por primera vez, en los labios de la joven apareció una sonrisa.

–Estabas tan enfadado que volviste a mi casa y aporreaste la puerta. Exigiste saber a qué demonios estaba jugando y dijiste que no actuaba como alguien desesperada por vender un pedazo de tierra.

–Eso sí parece propio de mí –admitió él.

–Te expliqué que no estaba interesada en vendértela a ti y cuando hablé de la promesa hecha a mi abuela de que sólo venderíamos a alguien dispuesto a firmar un compromiso de no utilizarla con fines comerciales, me pediste que te la presentara.

Un incómodo cosquilleo se instaló en la nuca de Rafael. Aquello no era propio de él. Él no entraba en el terreno personal. Todo el mundo tenía un precio. Se habría limitado a seguir aumentando la oferta.

–Lo demás resulta bastante embarazoso –siguió ella–. Te presenté a Mamaw. Os caísteis de maravilla. Ella te invitó a cenar y después dimos un paseo por la playa. Me besaste, y yo te devolví el beso. Me acompañaste a mi casa y quedamos en vernos al día siguiente.

–¿Y así fue?

–Desde luego –susurró Bryony–. Y al siguiente, y al otro. Me llevó tres días conseguir que te quitaras ese traje.

Él alzó una ceja y la miró fijamente.

–¡Cielos! –la joven se sonrojó violentamente y se tapó la boca con la mano–. No quería decir eso. Llevabas ese traje a todas partes, incluso a la playa. De modo que te llevé de compras. Te compramos ropa de playa.

–¿Ropa de playa? –aquello empezaba a sonar como una pesadilla.

–Pantalones cortos, camisetas –ella asintió–. Chanclas.

Quizás el médico estuviera en lo cierto y había perdido la memoria a propósito. ¿Chanclas? miró sus carísimos zapatos de cuero e intentó imaginarse con chanclas.

–Y yo me puse esa ropa de playa…

–Desde luego. También te compraste trajes de baño. Nunca había conocido a alguien que viajara a una isla sin traje de baño. Después te llevé a mi rincón preferido de la playa.

Hasta ese momento el relato de aquellas semanas era tan distinto de él mismo que le parecía estar escuchando la historia de otra persona.

–¿Y cuánto duró esa relación que dices que mantuvimos? –gruñó.

–Cuatro semanas –contestó ella con calma–. Cuatro maravillosas semanas. Pasamos todos los días juntos. Tras la primera semana abandonaste tu habitación de hotel y te instalaste en mi casa. En mi cama. Hacíamos el amor con las ventanas abiertas para oír el mar.

–Entiendo.

–No me crees –ella entornó los ojos.

–Bryony –empezó Rafael con mucho tacto–. Me resulta muy difícil. He perdido un mes de mi vida y lo que me cuentas suena tan inusual en mí que me cuesta creerlo.

–Comprendo que no sea fácil –ella apretó los temblorosos labios–. Pero intenta verlo desde mi punto de vista. Imagina que la persona de la que estabas enamorado, y que pensabas estaba enamorada de ti, de repente no te recuerda. Imagina las dudas al descubrir que todo lo que te había contado era mentira, y que te había hecho una promesa que no iba a mantener. ¿Cómo te sentirías?

–Me sentiría muy disgustado –contestó él.

–Sí, eso lo describe bastante bien –Bryony se puso de pie–. Escucha, esto no tiene sentido. Estoy muy cansada y creo que deberías marcharte.

–¿Quieres que me vaya? –Rafael se levantó de un salto–. Después de soltarme esta historia, después de anunciarme que voy a ser padre, ¿esperas que me marche sin más?

–Ya lo hiciste una vez –contestó con voz cansada.

–¿Cómo demonios puedes asegurarlo? ¿Cómo sabes lo que hice o dejé de hacer si ni siquiera yo lo sé? Dices que me amabas y que yo te amaba. Acabo de decirte que no recuerdo nada. ¿Por qué dices que te abandoné, que te traicioné? Sufrí un accidente. ¿Cuál fue el último día que me viste? ¿Qué hicimos? ¿Te dije que te abandonaba?

–Fue el día después de cerrar el trato –ella estaba muy pálida–. Dijiste que debías regresar a Nueva York. Una emergencia. Dijiste que no te llevaría más de uno o dos días. Dijiste que volverías y que hablaríamos sobre lo que haríamos con las tierras.

–¿Y qué día fue eso? La fecha, Bryony, quiero la fecha exacta.

–El tres de junio.

–El día del accidente.

Ella lo miró espantada y se llevó una mano a la boca. Parecía a punto de desvanecerse y él la atrapó por la cintura, obligándola a sentarse a su lado.

–¿Cómo? ¿Qué sucedió? –ella no se resistió y se limitó a mirarlo fijamente.

–Mi avión privado se estrelló sobre Kentucky –explicó él–. No recuerdo gran cosa. Desperté en un hospital sin saber cómo había llegado allí.

–¿Y no recuerdas nada? –insistió ella.

–Sólo he olvidado esas cuatro semanas, aunque tengo alguna que otra laguna.

–De modo que te olvidaste de mí… –Bryony soltó una amarga carcajada.

–Sé que es desagradable oírlo –él suspiró–. Puede que no te recuerde, Bryony, pero no soy ningún bastardo. No me satisface ver lo herida que te sientes.

–Intenté llamarte –continuó ella–. Al principio esperé. Me inventé un montón de excusas. Que la emergencia había sido grave, que estabas muy ocupado. Pero cuando intenté llamar al número que me diste, nadie me permitió hablar contigo.

–Después del accidente se tejió una importante red de seguridad a mi alrededor. No queríamos que nadie supiera lo de mi pérdida de memoria. Temíamos que los inversores perderían su confianza en mí.

–Pues parecía que me habías dejado tirada y que no habías tenido las agallas de decírmelo a la cara.

–¿Y por qué ahora? ¿Por qué has esperado tanto tiempo para venir a enfrentarte a mí?

Ella lo miró con desconfianza. Desde luego, lo sensato hubiera sido no esperar tanto.

–No descubrí que estaba embarazada hasta la décima semana. Mamaw estaba enferma y pasaba mucho tiempo con ella. No quería disgustarla contándole que sospechaba que nos habías seducido y mentido a las dos sobre tus planes para las tierras. Le habría partido el corazón, y no sólo por las tierras. Ella sabía cuánto te amaba. Quería verme feliz.

Rafael se sentía como un auténtico gusano.

–Tenemos que tomar algunas decisiones, Bryony.

–¿Decisiones?

–Dices que estaba enamorado de ti –Rafael la miró a los ojos–. También dices que estás embarazada de mí. Hay mucho que decidir y no lo vamos a resolver en una noche.

Ella asintió.

–Quiero que vengas conmigo.

–¿Y adónde vamos exactamente? –Bryony se humedeció los labios.

–Si lo que dices es cierto, una gran parte de mi vida y futuro cambió en esa isla. Tú y yo vamos a regresar al lugar donde todo comenzó.

Ella lo miró perpleja, como si hubiera esperado que la dejara tirada.

–Vamos a revivir esas semanas, Bryony. Quizás estar allí hará que recuerde.

–¿Y si no lo hace? –preguntó ella con cautela.

–Entonces habremos pasado un montón de tiempo conociéndonos de nuevo.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

–¿Te has vuelto loco? –exclamó Ryan.

Rafael dejó de pasear por el despacho y miró a su amigo a los ojos.

–Preferiría no hablar de quién ha perdido la cabeza –señaló–. No soy yo quien está buscando a la mujer que me engañó con mi hermano.

–Eso ha sido un golpe bajo –intervino Devon.

Rafael dejó escapar un suspiro. Era cierto. Fuera cual fuera el motivo que tuviera Ryan para buscar a su exnovia, no se merecía ese trato.

–Lo siento, tío –se disculpó.

–Creo que los dos estáis locos. Ninguna mujer merece tantas molestias. Y en cuanto a ti, no sé qué decir sobre esa locura de volver a la isla Moon. ¿Qué esperas conseguir?

Quería recuperar la memoria. Quería saber por qué había actuado de manera tan poco propia de él.

–Ella dice que nos enamoramos.

Los otros tres lo miraron como si acabara de anunciar que iba a hacer voto de castidad.

–También asegura que el hijo que espera es tuyo –señaló Devon–. Eso es asegurar mucho.

–¿Has hablado con tu abogado? –preguntó Ryan–. Toda esta situación me pone de los nervios. No nos hará ningún bien si va por ahí contando que eres un auténtico bastardo al seducirla y abandonarla antes de que se secara la tinta del contrato.

–No, aún no he hablado con Mario –murmuró Rafael–. No he tenido tiempo.

–¿Y cuánto tiempo vas a dedicar a buscarte a ti mismo? –preguntó Cam.

–Tanto como sea necesario.

–Me encantaría seguir aquí –Devon consultó el reloj–, pero tengo una cita.

–¿Copeland? –bufó Cam.

Devon hizo un mohín en dirección a su amigo.

–¿El viejo sigue empeñado en que te cases con su hija si quieres la fusión?

–Sí –Devon suspiró–. Ella es un poco… alocada y Copeland cree que yo conseguiré equilibrarla.

–Pues dile que no hay trato –Cam se encogió de hombros.

–No está tan mal. Es joven y… exuberante. Hay peores mujeres con las que casarse.

–En otras palabras, volvería loca a una persona tan inflexible como tú –rió Ryan.

Devon le dedicó un gesto grosero a su amigo y se dirigió hacia la puerta.

–Yo también tengo que irme –Cam se puso de pie–. Antes de iniciar tu búsqueda, tenemos que quedar para tomar algo, Rafe.

Ryan no se había apartado de la ventana y se volvió hacia su amigo en cuanto estuvieron a solas.

–Oye, siento lo que dije sobre Kelly –se disculpó Rafael–. ¿Aún no la has encontrado?

–No –Ryan sacudió la cabeza–. Pero lo haré.

Rafael no comprendía el empeño de su amigo en encontrar a su antigua novia. Todo había sucedido durante las cuatro semanas perdidas de su vida. Kelly se había acostado con el hermano de Ryan. Ryan la había echado de su vida y, aparentemente, pasado página.

–¿No te acuerdas de Bryony? –preguntó Ryan–. ¿Nada en absoluto?

–No –Rafael tamborileó con un bolígrafo sobre el escritorio.

–¿Y no te parece raro?

–Pues claro que es raro –contestó él exasperado–. Todo esto es raro.

–¿No crees que si te hubieras enamorado de esa mujer y pasado con ella cada instante del día durante cuatro semanas, no tendrías al menos una leve sensación de déjà vu?

–Entiendo tu punto de vista, Ryan –Rafael soltó el bolígrafo–, y agradezco tu preocupación. Algo sucedió en esa isla. No sé qué es, pero en mi mente hay un enorme boquete y ella está en el centro. Tengo que regresar, aunque sólo sea para desmentir su versión.

–¿Y si lo que dice es verdad?

–Entonces tengo mucho tiempo que recuperar.

 

 

Bryony se paró frente al edificio de oficinas y miró hacia arriba. La moderna arquitectura del rascacielos relumbraba bajo el sol otoñal.

La ciudad la asustaba y fascinaba a partes iguales. Todo el mundo parecía ocupado y nadie se paraba siquiera un segundo. La ciudad latía con gente, coches, luces y ruidos. ¿Cómo podía alguien soportar ese ruido constante?

Aun así, había estado dispuesta a abrazar esa vida, consciente de que, si iba a compartir su vida con Rafael, tendría que acostumbrarse a la ciudad.

Una semilla de duda crecía a cada aliento que exhalaba y no podía evitar preguntarse si no estaría haciendo un ridículo aún mayor que la primera vez.

–Debo estar loca por confiar en él –murmuró.

Pero si decía la verdad, si esa historia extraña e increíble era cierta, entonces no la había traicionado. No la había abandonado.

–Bryony, ¿verdad?

Ante ella había dos hombres que ya había visto en la fiesta de Rafael.

–En efecto, Bryony.

Ambos eran altos. Uno de ellos tenía el pelo castaño y corto, y le sonrió. El otro era rubio con cabellos revueltos, y fruncía el ceño mientras entornaba los azules ojos.

–Soy Devon Carter, un amigo de Rafael –el sonriente extendió una mano–. Y éste es Cameron Hollingsworth.

Cameron seguía escrutándola con la mirada, y Bryony lo ignoró, centrándose en Devon.

–Encantada de conocerte –murmuró al fin, sin saber muy bien qué decir.

–¿Has venido para ver a Rafe? –preguntó Devon.

Ella asintió.

–Nos encantará acompañarte.

–No hace falta –Bryony sacudió la cabeza–. Puedo ir yo sola. No quiero causar molestias.

Cameron le dedicó una mirada fría y calculadora.

–No es ninguna molestia –insistió Devon–. Te acompañararé hasta el ascensor.

–¿No me crees capaz de encontrar el ascensor? –ella frunció el ceño–. ¿O acaso eres uno de esos amigos entrometidos?

Devon sonrió despreocupadamente y la miró como si supiera exactamente cómo se sentía.

–Entonces te deseo un buen día –dijo él al fin.

Bryony deseó no haber sido tan grosera.

–Gracias, encantada de conocerte.

Impregnó su voz de tanta sinceridad que estuvo a punto de creérselo ella misma. Devon asintió, pero Cameron no pareció impresionado. Los dos amigos entraron en un BMW que les aguardaba.

Respiró hondo y atravesó las puertas giratorias para entrar en el edificio. El vestíbulo era precioso. En el centro había una gran fuente y se paró frente a ella para permitir que el sonido del agua le relajara. Echaba de menos el mar. No salía muy a menudo de la isla y, en medio de la gran ciudad, sólo pensaba en regresar al tranquilo lugar en el que había crecido.

Se le formó un nudo en la garganta y el dolor le oprimió el pecho. Por su culpa, las tierras de la familia estaban en manos de un hombre decidido a construir un complejo turístico con campo de golf y a saber qué más.

Pero la isla Moon era especial. Las familias llevaban viviendo allí desde hacía generaciones y todo el mundo se conocía. La mitad de la isla se dedicaba a la pesca o a las gambas y la otra mitad vivía jubilada tras años trabajando en Houston o Dallas.

Entre los residentes había un acuerdo no escrito por el que la isla seguiría siendo un paraíso para quien buscara una vida más tranquila.

Pero todo eso iba a cambiar por su culpa. Las excavadoras iban a invadirlo todo y, lentamente, el mundo exterior cambiaría su forma de vivir.

Bryony se mordió el labio y se dirigió hacia el ascensor. Le dolía pensar en lo ingenua y estúpida que había sido.

Furiosa, pulsó el botón de la tercera planta. Le había creído cuando le había asegurado que quería las tierras con fines personales. Al firmar los documentos, el nombre que había aparecido era el suyo, no el de ninguna empresa. Rafael de Luca. Y también le había creído cuando le había dicho que la amaba y que regresaría. Que quería que estuvieran juntos.

Se sentía tan humillada por su estupidez que no soportaba pensar más en ello. Y al presentarse en Nueva York se había encontrado con la historia de la pérdida de memoria. Demasiado oportuno.

–Por favor, que esté diciendo la verdad –susurró.

Porque, si decía la verdad, entonces a lo mejor no era tan mala persona.

–¿Tiene cita? –al salir del ascensor, se topó con un mostrador. La recepcionista sonrió.

–Rafael me está esperando –asintió ella tras unos segundos de incertidumbre.

–¿Es usted la señorita Morgan?

Ella asintió de nuevo.

–Sígame. El señor de Luca pidió que la llevara de inmediato a su despacho. ¿Le apetece un café o té? –miró la enorme barriga–. Si lo prefiere, tenemos descafeinado.

–Gracias, estoy bien –Bryony sonrió.

–Señor de Luca, la señorita Morgan está aquí –la recepcionista abrió una puerta.

–Gracias, Tamara –Rafael alzó la vista del escritorio y se puso en pie.

–¿Necesitará alguna cosa más? –preguntó amablemente Tamara.

–Que nadie me moleste –Rafael sacudió la cabeza.

La mujer sonrió y se marchó, cerrando la puerta tras ella.

Bryony miró a Rafael. Estaban tan cerca que podía olerlo, pero no sabía cómo actuar. No podía mantener la pose airada de amante despechada porque, si no se acordaba de ella no se le podía culpar por comportarse como si no existiera.

Pero tampoco podía retomar la relación donde la habían dejado arrojándose en sus brazos.

–Antes de que esto vaya más lejos, hay algo que debo hacer –él suspiró.

–¿Qué? –Bryony frunció el ceño antes de enarcar las cejas al verlo aproximarse.

Rafael le tomó el rostro entre las manos ahuecadas y se acercó aún más a ella.

–Tengo que besarte.

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

Bryony intentó zafarse, pero Rafael estaba decidido a no dejarla escapar. La sujetó por los hombros y la atrajo bruscamente hacia sí antes de besarla apasionadamente.

No estaba muy seguro de qué esperar. ¿Fuegos artificiales? ¿La memoria milagrosamente recuperada? ¿Imágenes de las semanas perdidas?

No sucedió nada de eso. En cambio, lo que sí sucedió lo llenó de pánico.

Rafael sintió que su cuerpo despertaba. Cada músculo se tensó. El deseo y la lujuria se enroscaron alrededor del estómago y se puso dolorosamente duro.

¡Cómo le correspondía esa mujer! Tras la resistencia inicial, se fundió contra él y le devolvió el beso con pasión. Le rodeó el cuello con los brazos moldeando sus deliciosas curvas contra su cuerpo. Un cuerpo que pedía a gritos que la tumbara sobre el escritorio y saciara su deseo.

Pero a medida que la consciencia se abría paso, se contuvo. ¿En qué estaba pensando? Esa mujer, a la que no recordaba, estaba embarazada, aunque eso no le impidiera querer arrancarle la ropa.

Bueno, al menos no podría dejarla embarazada otra vez…

¿Que no era su tipo? Nunca había conocido a una mujer con la que tuviera tanta química.