Todo Ajram

¿Dónde está el límite?
 Ganar en la bolsa es posible
 La solución

 

Josef Ajram

 

 

Primera edición en esta colección: octubre de 2012

Esta obra recopila los 3 títulos de Josef Ajram publicados hasta la fecha por Plataforma Editorial.

¿Dónde está el límite?

Primera edición: marzo de 2010

© Josef Ajram 2010

Las fotografías del pliego interior pertenecen al autor

Editor literario: Albert Figueras

Ganar en la bolsa es posible

Primera edición: marzo de 2011

© Josef Ajram 2011

Editor literario: Albert Figueras

Plataforma Editorial no se hace responsable de las consecuencias de la aplicación que se realice de las opiniones, consejos, enseñanzas, procedimientos, instrucciones, métodos o fórmulas contenidos en la obra Ganar en la bolsa es posible, en especial por lo que respecta a las hipotéticas decisiones de inversión o desinversión en bolsa que pudieren tomar los lectores de este libro. Las enseñanzas y consejos del autor corresponden únicamente al criterio y saber del mismo.

La solución

Primera edición: noviembre de 2011

© Josef Ajram 2011

© del epílogo, Albert Figueras, 2011

Editor literario: Albert Figueras

Plataforma Editorial

c/ Muntaner, 231, 4-1B – 08021 Barcelona

Tel.: (+34) 93 494 79 99 – Fax: (+34) 93 419 23 14

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www.plataformaeditorial.com

Diseño de cubierta: Lucía Casado

Fotografía de portada: © Sebas Romero / Red Bull Content Pool

Depósito Legal:  B. 7.088-2013

ISBN Digital:  978-84-15577-95-9

Contenido

Portadilla

Créditos

Prólogo

¿Dónde está el límite?

1. Pesadilla en Kailua Bay (Hawái)

2. Mi nombre es Josef Ajram

3. Un chaval alto

4. El hombre que dijo: «Yo terminé un Ironman»

5. La Marathon des Sables

6. Me pagan por hacer deporte

7. Algo que me marcó profundamente

8. Broker

9. Un día aciago

10. Day-trader

11. Tattoo-man

12. Un viaje de descubrimiento

13. Momentos duros

14. El futuro

Apéndices

Ganar en la bolsa es posible

1. El método Ajram

2. Day... ¿qué?

3. Algunos conceptos para empezar

4. Reglas personales para operar

5. Momentos clave del día (operativa)

6. Algunos conceptos avanzados

7. Reflexiones finales

Anexos

La solución

1. El momento. ¡Eureka!

2. La solución

Apéndice. Artículos de Josef Ajram

Epílogo de Albert Figueras

La opinión del lector

Prólogo

 

Todavía recuerdo el momento en que decidí crear un blog. Un momento en el que cambió mi vida sin quererlo, en el que descubrí la importancia de comunicar las experiencias vividas en mi día a día. Fue a raíz del blog donde vi la oportunidad de compartir cientos de experiencias, comentarios, preguntas y dudas con el mundo 2.0, personas de diferentes lugares del mundo que decidían invertir parte de su tiempo en mis inquietudes.

Aquel blog creado a inicios del año 2006 fue creciendo y fue creciendo en número de visitas. Sin quererlo, la repercusión de lo que decía cada vez era más influyente. Un blog que empezaba con 20 visitas al día, de repente tenía 1.000 visitas al día y con el tiempo ha llegado ya a 4.000 visitas.

Recuerdo también el día en que Jordi Nadal me propuso escribir un libro. Sorprendido, le dije: «¿De qué quieres que sea?». Sin dudarlo, me contestó: «De ti y de tus experiencias en el deporte y la bolsa». Ese momento me dejó flasheado, muy sorprendido y pensando quién narices iba a comprarlo. A día de hoy, ese primer libro, titulado ¿Dónde está el límite?, lleva 13 ediciones y ha sido una increíble experiencia ver de qué manera ha ayudado a tantas personas a superar su día a día, mucho más allá de los desafíos deportivos.

Me fascina el mundo bursátil, intentar entender por qué hay ese constante baile de números, cómo es posible adivinar lo que puede pasar en cada momento. Desde los 18 años, cuando me abrí una cuenta de valores en Agentes de Bolsa Asociados, tenía muy claro que yo de mayor quería dedicarme a eso, y ante la imposibilidad de recibir una correcta formación al respecto en la universidad, decidí empezar a empaparme de información y a desarrollar poco a poco el que ahora es el método Ajram y que, gracias a Plataforma Editorial, ha cobrado forma como libro con Ganar en la bolsa es posible, un libro que lleva 10 ediciones y que nace del exitoso curso de principiantes que realizo desde inicios del año 2010. El objetivo es muy claro, proporcionar unas bases muy sólidas para quien quiera conocerlo todo de la bolsa española. Recibir una cultura bursátil para que no tengamos futuros disgustos como los habidos con Bankia, las preferentes o productos financieros tan absurdos como los de Nueva Rumasa. Es un libro donde enseño que la bolsa no ha de tener una sola dirección para ser rentable, sino que es posible ganar cuando la bolsa sube y cuando la bolsa baja.

Sí, puede parecer que ganar cuando algo baja es complicado de conseguir, pero en renta variable todo es posible y más con los productos financieros existentes hoy en día. Y eso es lo que han aprovechado los grandes profesionales del riesgo, los Hedge Funds, que han conseguido que todos los mandatarios políticos doblaran la rodilla ante la velocidad de los mercados. Este es el argumento principal de La solución, un pequeño manuscrito que demuestra lo más brevemente posible la manipulación que hemos sufrido desde la caída de Lehman Brothers hasta nuestros días.

JOSEF AJRAM

 

 

¿Dónde está el límite?

 

1. Pesadilla en Kailua Bay (Hawái)

 

«¡Suerte, Josef!», te ha dicho mientras te ajustabas el gorro de silicona verde y las gafas de natación justo antes de poner los pies en el agua de Kailua Bay.

A las seis de la mañana, el sol empezaba a despuntar perezosamente sobre las aguas oscuras y la temperatura era buena; todavía no hacía demasiado calor. Te sentías bien, animado para empezar y con aquel gusanillo en la barriga que siempre notas antes de que sucedan cosas grandes.

 

«¡Suerte, Josef!» A lo largo de tu vida, has tenido mucha suerte. O el azar ha estado de tu parte, como prefieras decirlo. Estás convencido de que ha sido una buena compañera de viaje para ti, pero hace falta algo más que suerte para moverte a buen ritmo por las aguas templadas del sur de la Isla Grande de Hawái. Esto es el Ultraman. Esto es el océano Pacífico, Josef, no la piscina municipal. Ni siquiera la piscina olímpica.

Tienes que nadar 10 km a mar abierto si quieres pasar a la siguiente etapa, los 150 km en bicicleta para completar el primer día. Este es tu objetivo inmediato, y tu primera meta se llama Keauhou Bay. ¡Vamos, Josef!

 

Anteayer, cuando llegaste junto con tus asistentes Carlos y Javier, hicisteis este mismo recorrido por la carretera que bordea la costa, siguiendo la falda del mítico volcán Mauna-Loha, que ocupa más de la mitad de la Isla Grande del archipiélago. Tan sólo 10 km. ¿Qué son 10 km en coche por una carretera rápida? Cinco minutos si vas a buena velocidad; mucho menos si disfrutas conduciendo y llevas una buena máquina, como las que te gustan, un buen cavallino o un mítico Lamborghini Diablo

Pero ahora estás nadando, Josef, brazada a brazada. De momento el agua está tranquila y sólo tienes que procurar mantener el ritmo para no gastar más energía de la estrictamente necesaria. Concéntrate en eso. Te quedan tres días por delante, muchos kilómetros de bicicleta y dos extenuantes maratones seguidas, 84 km entre la tierra volcánica, la vegetación exhuberante y una humedad que ahoga.

 

¿Recuerdas la primera vez que escuchaste la palabra Hawái? Probablemente fue en la escuela, y seguro que nunca imaginaste que algún día estarías nadando en sus aguas, tratando de llegar a un puerto llamado Keauhou Bay. Quizás fue un profesor de ciencias naturales, que te hablaba de un misterioso archipiélago que surgió del océano a causa de la lava expulsada por una cadena de volcanes que habían entrado en erupción hacía millones de años.

En estas islas, todo tiene algo de lucha, de supervivencia. Es un buen lugar para organizar la prueba de resistencia más dura que existe. Ultraman y Hawái, dos nombres que comparten el espíritu luchador, el espíritu del guerrero, Josef. La energía desbocada de la Tierra, capaz de agrietar el océano y vomitar lava y más lava hasta hacer sobresalir de las profundidades una tierra fértil y salvaje en pleno trópico, en mitad de la nada. Unas islas que las tradiciones, el espíritu Aloha, algunas películas taquilleras, un poco de música y el turismo han convertido en un idílico paraíso. ¿Sabes cuántas personas sueñan pasar una semana en este lugar, con una guirnalda de flores en el cuello, un cóctel en la mano, hombres y mujeres bellos, y todo lo que la imaginación de cada cual sea capaz de añadir a estos ingredientes? Millones, Josef, millones de seres humanos.

 

Acabas de pasar el kilómetro cuatro; una hora nadando, aproximadamente. Lo primero que tienes que conseguir es llegar a la mitad del recorrido. A partir de ahí sólo quedará restar, ya te lo he repetido muchas veces. Una vez pasada la mitad, sólo queda restar.

El agua sigue tranquila, el sol ya ha salido por completo y aquel negro profundo e intrigante empieza a verse azul.

No estás solo, Josef. Si prestas atención, oirás el chapoteo distante de los otros treinta y cinco participantes y los remos de las canoas de los asistentes. ¿Habrá abandonado alguno ya?

Parece que por ahora vas bien. No estuvo de más entrenar fuerte estos dos últimos meses en Barcelona. A veces te da pereza levantarte a las seis de la mañana para coger la bicicleta o irte a la piscina unas cuantas horas. Pero si quieres lograr terminar el Ultraman, esta es la única manera, ya lo sabes. Entrenar, entrenar y entrenar con disciplina férrea. Casi con disciplina de guerrero, Josef. En realidad, como todo en la vida: si realmente deseas conseguir algo, la única manera es luchar por ello. Luchar de verdad y no quedarte esperando a que llegue.

¡Vamos a por el quinto kilómetro, Josef! De la mitad en adelante, todo consiste en restar, ya lo sabes. Imagínate que eres el capitán James Cook, el intrépido Capitán Cook, que embarcó en su mítico Endeavour en Plymouth para explorar el mundo y llegó hasta este lugar recóndito en su segundo viaje, en 1778. El primer europeo que daba noticia del archipiélago que, en aquel momento bautizó como las Islas Sandwich, en honor a su principal patrocinador, John Montagu, IV conde de Sandwich. Esto lo leíste por ahí.

Y también leíste en algún lugar que otros afirman que el primer europeo que divisó estas islas fue en realidad un primo de Hernán Cortés, un tal Álvaro de Saavedra Cerón, que, navegando cerca de estas costas con las naos repletas de especias, se vio sorprendido por una tempestad enorme que le llevó a la muerte sin haber podido pisar tierra firme; sus compañeros decidieron regresar a Las Molucas, de donde procedían, y los honores se los llevó Cook más de dos siglos después.

¿Sabes Josef? Tienes algo en común con Saavedra ¡pero no te preocupes, no es su fin! También tú fuiste el primer español en participar y terminar un Ultraman, en 2007. Y ahora esperas poder repetir la hazaña, ¿no? Pues nada, nada, nada… Brazos, piernas, cabeza, respira…

 

«A veces te da pereza levantarte a las seis de la mañana para coger la bicicleta o irte a la piscina unas cuantas horas. Pero si quieres lograr terminar el Ultraman, esta es la única manera.»

 

Kilómetro seis, Josef. ¡Kilómetro seis! Y ahí está esta maldita corriente que no cesa. Como el año pasado. Temías encontrártela y, efectivamente, aquí está.

¡Cómo empuja, la cabrona! Es como aquellas pesadillas, en que alguien te persigue y te pones a correr, pero no avanzas. Quieres huir de alguien, pero parece que el suelo es como un lago de chicle pegajoso que te impide moverte. Haces fuerza con las piernas, deseas avanzar y haces fuerza con todos los músculos, pero cada vez te cuesta más, cada vez te mueves menos y estás agotado. Agotado. Al límite.

En aquellas pesadillas, sudas, tienes sed, sólo deseas que aquello se termine, que se termine… hasta que te despiertas con mal cuerpo, con dolor de cabeza, las piernas adormecidas y de mal humor.

Sólo que esto no es un sueño, Josef. Esto es el Pacífico, en algún punto entre Kailua Bay y Keauhou Bay, 2 h y 20 min después de empezar una aventura loca llamada Ultraman Hawái y una maldita corriente que te tiene preso como si se tratara de una horrible pesadilla, dando brazadas inútiles sin conseguir ir hacia adelante. Y empiezas a estar cansado.

Sí, ya lo sé que estás cansado.

¿Por qué te habrás metido en esto? Esta vez no lo conseguirás. Si esta puta corriente sigue así diez minutos más, te agotará todas las reservas. Y lo peor es que los del equipo que te han puesto del programa Informe Robinson del Canal+ están esperándote en el puerto de Keauhou con sus cámaras, para filmar tu llegada, justo cuando salgas agotado del agua y te dirijas hasta el lugar donde los organizadores y los jueces aguardan con las bicicletas para empezar la ruta. Encima esto. ¿Qué van a filmar? ¿El fracaso?

¡Vamos, Josef! Hay demasiadas personas implicadas en esto. ¡Sigue dando brazadas, tío! Ya descansarás cuando todo termine… Quince minutos más y habrás dejado atrás la corriente. En 2007 sucedió lo mismo: el peor tramo está entre el kilómetro seis y el kilómetro ocho. Ya no puedes echarte atrás. Por ti, pero también por los asistentes, por Ana, por los del equipo del Plus, por los patrocinadores, por los internautas que estarán esperando para ver qué escribes en el blog esta noche…

Piensa en otras cosas, Josef. No es la primera vez que parece que todo está a punto de terminar, ¿verdad? No es la primera vez que estás convencido de que el barco se hunde sin remedio, que tu vida parece una montaña rusa y que estás justo en la bajada loca, cuando la vagoneta se precipita al vacío y te da la sensación de que acabará estrellándose en el suelo. ¿Qué haces? ¿Qué puedes hacer? Contraer los músculos para sacar fuerza, ¿no? Y cerrar los ojos o disfrutar de la caída. Pero tú no eres de los que cierras los ojos, Josef. Si no, no estarías aquí. Tú miras de frente a las adversidades.

 

La vagoneta que se precipita al vacío… como aquel maldito lunes de abril, cuando no tenías que ir a la Bolsa, pero el compromiso se anuló y acabaste pasando por ahí para ver cómo iban las cosas. ¿Te acuerdas?

La semana anterior, las cosas iban bien y decidiste hacer crecer un dinero. «¡Nunca más!», dijiste. ¿Recuerdas?

No tenías que estar en la Bolsa, pero estabas. Y decidiste invertir aquí y allí, porque te parecía una buena oportunidad. Pero ese día aciago que no tenías que estar allí, estabas y te arriesgaste. Y cuando te diste la vuelta para ver cómo evolucionaba el mercado… empezaste a ver números rojos.

Estabas convencido de que volvería a subir, ¿verdad, Josef?; eso es lo que sucede casi siempre… Casi siempre, menos aquel día. A veces las cosas se tuercen y no puedes hacer nada para remediarlo.

Como ahora mismo, en el océano.

Aquí estás, nadando contra esta corriente diabólica. Como un iluso, tratando de medir tus fuerzas contra los elementos, contra lo inevitable.

 

Llegó un momento, aquella aciaga mañana de abril, que los valores no paraban de bajar y bajar y bajar. Contabas lo que llevabas perdido y no dabas crédito… 10.000 euros, 20.000, 30.000… «¡Que pare de una puta vez!», decías. «¡Que pare, que pare!»

Pero no se detenía, no podías hacer nada para que se detuviese y, lo que es peor, no podías vender esa cantidad de acciones. ¡Imposible! ¿Quién iba a querer comprar algo que dos minutos después de haberlo comprado ya valía un 10% menos?

Te diste cuenta de que estabas sudando cuando ya hacía horas que tenías la camisa empapada. La taquicardia ya ni la notabas. Bebías y bebías para contrarrestar el agua que ibas perdiendo mientras ni pestañeabas, esperando un cambio de signo.

90.000 euros, 100.000, 110.000… Cierre de la sesión. ¡Joooder!

¡110.000 euros perdidos en una mañana, Josef! Y tenías que explicarte a ti mismo que habías optado por una operación que no parecía demasiado arriesgada pero que, a pesar de todo, las cosas se habían torcido. Lo más duro es reconocer el error. Y eso que aquel lunes, precisamente aquel lunes, no tenías que ir a la Bolsa, porque habías quedado para salir con unos amigos.

A veces la vida te lleva al límite, Josef. Pero siempre has sabido levantarte. Tu punto fuerte es la perseverancia. ¿Qué hiciste el día después de haber perdido 110.000 euros en la Bolsa? Pues lo que tenías que hacer, lo que sabes hacer mejor en tu vida: regresar a la Bolsa. Perseverar.

¿Y qué haces ahora después de una brazada que parece inútil porque la corriente se encarga de ir en tu contra? Pues otra brazada, y otra, y otra. Casi con los ojos cerrados, casi sin mirar, como para no perder ni una pizca de la poca energía que todavía te queda viendo algo innecesario, porque ya sabes lo que tienes delante: agua, agua y más agua…

 

«¿Y qué haces ahora después de una brazada que parece inútil porque la corriente se encarga de ir en tu contra? Pues otra brazada, y otra, y otra.»

 

«¡Kilómetro nueve!», te anuncia el asistente desde la canoa amarilla. ¡Vamos, Josef! 3 h y 10 min. ¿Te vas a rendir ahora? Abre los ojos, mira un instante por encima del agua. Seguro que ya se ve el puerto. Igual que el año pasado: Keauhou Bay, el embarcadero, el gran reloj digital que indica tu marca a los jueces.

Caminar por la arena. ¡Caminar!, no tendrás que nadar más. Piensa en eso. Sí, ya sé cómo odias nadar… Qué poco te gusta el mar… No protestes tanto. ¿Y ahora qué dirás? ¿Aquello de que «Soy capaz de ir hasta el fin del mundo en bicicleta. Y corriendo, si queréis. Pero nadando, no. No quiero nadar más…?.» ¿Eso dirás?

«¡Vamos, Josef! ¡Buen ritmo, no te detengas!» Ah, esa es la voz de Sheryl desde la canoa.

 

Si hay un lugar en el mundo para luchar, este es Hawái. El otro día te explicaban que la lucha era el juego favorito de los reyes y los nobles de este archipiélago antes de que llegasen Cook y su gente. Parece que las batallas de los antiguos polinesios eran épicas, hasta el punto de que en la lengua nativa «campo de batalla» es sinónimo de «campo de juego». ¿Te acuerdas de eso, Josef?

Luchar para conseguir un objetivo, luchar para conocer mejor dónde no está el límite; luchar y esforzarse para tratar de averiguar dónde se encuentra realmente.

 

Fíjate, ya ves el fondo, la arena, el agua mansa.

La costa, la gente, la música.

Sólo 10 km, Josef, ¡ya llegaste!

Tienes sed, que te den agua.

El marcador oficial: 3:35:03. ¡Increíble, tres horas y media nadando! Creías que no lo ibas a conseguir esta vez, ¿no? Bueno, ya tienes más cerca tu nuevo tatuaje. Esta vez toca una máscara Hawáiana en el pecho, ¿no?

Los cámaras. El documental.

–He entrenado mucho estas últimas semanas. Entrenar es la base para sentirte bien, para asegurarte de que llegas, para hacerlo con ilusión. De todos modos, me he encontrado con más dificultades de las previstas, y esto me ha desmoralizado un poco. Te dices: «A ver si no voy a tener el buen día» –explico mientras corro por la arena para quitarme el bañador, calzarme y buscar mi bici.

–¡Bien, Josef! Logramos la toma y el audio. ¡Suerte con la bicicleta!

***Voz en off: ¿Estás preparado para ser uno de ellos?

Josef: Si el hecho de hacer este tipo de cosas puede servir para conseguir un objetivo o un reto, pues a mí me compensa totalmente los esfuerzos.

Voz en off: Bienvenidos al Mundo de Josef. Diario de un Ultraman.

2. Mi nombre es Josef Ajram

 

Antes de continuar quisiera aclarar algo: Yo no soy ningún ex broker que un buen día tuvo un bajón, decidió replantearse la vida, empezar de cero, abandonar la Bolsa y dedicarse a ir en bicicleta.

No, no soy de ésos.

Lo que sí decidí un buen día es que podía ser un broker respetado y mostrarme como soy, una persona que ama el desafío, alguien que lleva la filosofía del carpe diem al extremo. Alguien que sabe bien dónde no está su límite y que se empeña en buscar dónde está.

 

Sí, me llamo Josef Ajram Tarés, un nombre que quizás es poco común. Mi padre nació en Siria y pertenece a una familia media de la rama cristiana de ese país.

Cuando cumplió 18 años, el Gobierno de su país tomó una medida extraordinaria: dar visados para que algunos jóvenes pudieran ir a estudiar al extranjero. Mi padre se encontraba entre los escogidos y decidió venir a Barcelona. Estuvo primero en Madrid y luego llegó a Barcelona, un poco por casualidad.

Mi padre era muy disciplinado en el estudio, de modo que aprendió rápidamente el idioma y empezó a estudiar la carrera de Medicina. En la facultad conoció a mi madre y se casaron.

 

Siempre he alabado mucho la valentía de mi madre, y más aún conociendo cómo eran mis abuelos.

Hace treinta y cinco años, no se debía de entender demasiado bien que una mujer catalana se casara con un hombre sirio. La actitud de mis padres en general, y de mi madre en particular, me ha servido como punto de referencia en la vida: ambos han sido muy luchadores, uno por la valentía de dejar a su familia y emigrar a otro país, y mi madre por dar el paso de hacer aquello que sentía.

 

Mis relaciones con la parte de la familia que está en Siria son, lógicamente, distantes, aunque correctas. Siempre que nos encontramos, es un reto. Mis abuelos paternos son dos personas entrañables y muy buena gente. Unas personas fantásticas, al igual que mis tíos. Tenemos mucha familia en Siria; son una gran familia.

Antes íbamos allí cada año, pero después, a medida que mi hermano Jacinto y yo fuimos haciéndonos mayores, las visitas se fueron espaciando porque uno crece y prefiere ir a ver mundo. Otro mundo, quiero decir.

Sin embargo, tengo que aclarar que creo que mi padre no gestionó bien dos cuestiones en relación con su país. Una fue no enseñarnos el idioma cuando éramos pequeños, lo que obviamente nos limitaba mucho a la hora de relacionarnos con gente de nuestra edad o incluso con nuestros familiares cuando viajábamos hasta allí.

La segunda cosa ha sido una cierta «saturación» de Siria. Y es que íbamos cada verano, cada verano y demasiado tiempo. Para nosotros era «ir de vacaciones al pueblo», ahora bien, si resulta que este «pueblo de veraneo» está situado a 4.000 km de Barcelona y, encima, desconoces el idioma que allí se habla, pues evidentemente, es inevitable que al cabo de dieciocho años le cojas manía. Es así.

 

«La actitud de mis padres en general, y de mi madre en particular, me ha servido como punto de referencia en la vida.»

 

De todos modos, indudablemente hay una parte positiva: hemos tenido la suerte de vivir dos culturas totalmente distintas en un país que es un verdadero polvorín, ya que tiene frontera con Irak, el Líbano, Jordania, Turquía e Israel; es decir, está en medio de todo y, bueno, esto ha supuesto que, a pesar de las dificultades con el idioma, he tenido el privilegio de conocer Siria al detalle. Además, con los años, acabas chapurreando un poco la lengua y he podido conocer ciudades y pueblos de Siria o de Jordania, por ejemplo. Considero que esto es algo que te enriquece mucho, tanto como persona como en la vertiente cultural.

 

***

Siria es un país al que no me iría a vivir, pero creo que es de los más interesantes de zona de Oriente Medio. Pero, bueno, mi hija Morgana, que acaba de nacer, pues conocerá Siria, ¡claro que sí!

La moraleja que aplicaré a mi familia, a mis hijos, es que no hay que imponer las cosas. Si ves que un chaval de 14 años se lo pasa bomba aquí, pues no hace falta irse un mes a Siria. No hace falta. El hogar tira mucho, pero también es verdad que recuerdo que, a veces, los días se hacían muy pesados. Interminables.

En cualquier caso, a veces creo que soy tan reflexivo porque en esa época pensaba y pensaba; tenía mucho tiempo para pensar.

 

«La moraleja que aplicaré a mi familia, a mis hijos, es que no hay que imponer las cosas.»

 

¿Personalmente? Bueno, el hecho de llamarme Josef Ajram despierta mucha curiosidad. Siempre ha sido como un indicativo de lo que podía suceder o de lo que está sucediendo ahora. Siempre tenía que defenderme de bromas fáciles de los compañeros cuando era pequeño, o tenía que ir dando explicaciones de dónde viene el apellido o del por qué.

Ahora, al pasar los años, me doy cuenta de que esto te obliga a tener un discurso determinado y que te enriquece mucho, en comparación con si hubiera tenido un nombre mucho más anónimo, para entendernos. Siempre tienes que tener la frase preparada para poder responder cuestiones como: «¿Dé dónde viene este nombre?», o bien «¿Ajram o Arjam?», o «¿Josef con f o con ph?».

Es decir, de entrada, no pasas desapercibido.

3. Un chaval alto

 

Siempre he destacado por mi complexión. Tenía 14 años y ya había alcanzado la altura que tengo ahora: 1,90. O sea que, inevitablemente, empecé a jugar a baloncesto. Me gustaba, disfrutaba en la cancha, hice muchos amigos y, bueno, se me daba bien, ¿por qué no decirlo?

En un momento determinado, en casa incluso recibimos una carta en la que me invitaban a jugar en el Barça, el F.C. Barcelona. ¿Qué sueño, no? Sin embargo, mis padres lo consultaron con la escuela, y los profesores lo desaconsejaron a causa de mis malas notas. El problema de siempre.

Cosas así te quedan marcadas. Siempre piensas: «¡Qué lástima!», y resulta inevitable verlo como una oportunidad desaprovechada. Ante este tipo de disyuntivas, nunca sabes qué hubiera sucedido, de escoger la alternativa, claro. Te queda la incertidumbre. Pero, mirando hacia atrás, hubo una época en la que pensaba que era una pena.

En cualquier caso, con aquello ya me di cuenta de que los estudios y yo tendríamos un problema. Yo siempre he sido un estudiante bastante malo; no me avergüenza decirlo. Yo era de aquellos que suspendía cinco, seis, siete materias la primera, la segunda y la tercera evaluación… hasta junio; pero en junio acababa aprobándolo todo. En realidad, nunca he tenido que repetir ningún curso. Pero era mal estudiante, tengo que reconocerlo.

 

«En la vida, si algo me motiva, soy el mejor; ahora bien, si no me motiva, es un desastre. Me aburre. No me apetece, se me hace pesado…»

 

Naturalmente, este asunto a mi familia le preocupaba bastante. Ellos son médicos, están acostumbrados a la disciplina del estudio y hubiesen querido que yo siguiera su ejemplo. Sin embargo, para mí estudiar no era eficiente. No me gustaba estudiar. Perdía mucho el tiempo y tenía la sensación de que no me aportaba nada. Sí, estudiar no me aportaba nada.

Este fue uno de los detonantes. En la vida, si algo me motiva, soy el mejor; ahora bien, si no me motiva, es un desastre. Me aburre. No me apetece, se me hace pesado…

 

 

El fin del baloncesto y la primera bicicleta

 

En relación con el deporte, pues el baloncesto me gustaba y me motivaba. Trataba de ser lo más bueno posible. Jugué con distintos equipos, hasta que llegué a formar parte del equipo de la Torrassa en L’Hospitalet, una localidad colindante con Barcelona. Me ficharon allí.

Estuve jugando con este equipo hasta que un buen día, por una tontería –con el tiempo te das cuenta de que fue una verdadera tontería–, me sancionaron internamente por un problema con los compañeros de equipo. Me dije: «Pues se acabó el baloncesto»; yo soy así. Además, pensándolo bien, ya estaba un poco cansado de estar encerrado entre cuatro paredes y de la disciplina que tenía que llevar porque, en aquella época, ya entrenaba bastantes días por semana.

Total, que tenía una bicicleta que me había comprado con un dinero que gané organizando una fiesta para 400 personas en la escuela en el año 1995. Fue una buena inversión, en realidad: me compré una bicicleta que entonces me costó 60.000 pesetas de la época (cerca de 400 euros actuales), una cantidad que entonces representaba muchísimo dinero, y más para mí.

 

Así pues, empecé a ir en bicicleta; en realidad, cuando dejé el baloncesto, me monté en la bicicleta y no me bajaba de ella para nada. Iba a la escuela en bicicleta; si tenía tiempo libre, iba en bici. Siempre bici, siempre bici… En aquella época, llegué a participar en carreras locales, marchas cicloturísticas y ese tipo de cosas. Me pasé muchos años yendo en bicicleta.

Hasta que las cosas fueron por otros derroteros: entre 2001 y 2003, estuve un par de años sin hacer demasiado deporte aeróbico. El trabajo me tenía absorbido, empezaba a ganar un poco de dinero y no tenía demasiadas obligaciones… Empecé a salir de noche, a vivir la noche; fue una época de cachondeo, de salir de marcha. Pero visto en perspectiva, fue sólo un bache que duró hasta el año 2003, cuando pensé que ya era suficiente, que había llegado el momento de dar un nuevo rumbo a mi vida.