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Corey Robin. Estados Unidos, 1967

Profesor de Ciencias Políticas en el Brooklyn College y en el CUNY Graduate Center, Corey Robin es el autor de La mente reaccionaria, aclamado por The New Yorker como «el libro que predijo a Trump», y de Fear: The History of a Political Idea, que ganó el Premio al Mejor Primer Libro de Teoría Política otorgado por la Asociación Americana de Ciencia Política. Sus ensayos y reseñas han aparecido en muchos medios, como The New York Times, Harper’s, The New Republic y The London Review of Books. Sus libros y escritos han sido traducidos a más de diez idiomas. A lo largo de su trayectoria, Robin ha recibido numerosas subvenciones y premios, como las becas de la Fundación Russell Sage, el Consejo Americano de Sociedades Docentes y el Centro para los Valores Humanos de la Universidad de Princeton. Hasta 2019 será miembro del Cullman Center for Scholars and Writers en la Biblioteca Pública de Nueva York, donde seguirá trabajando en su último proyecto: una biografía intelectual de Clarence Thomas. Robin ha sido protagonista de perfiles en prestigiosos medios como The New York Times, que le definió como «el intelectual público por excelencia para la era digital», el Chronicle of Higher Education («uno de los luchadores más persistentes del mundo») y Tablet («un Sartre para la era de las redes sociales»). Ha aparecido en NPR y MSNBC, entre otros medios de comunicación. Actualmente vive en Brooklyn junto con su esposa, su hija y demasiados gatos.

 

 

 

Título original: The Reactionary Mind: Conservatism from Edmund Burke to Donald Trump (2017)

 

© Del libro: Corey Robin

© De la traducción: Daniel Gascón

Edición en ebook: agosto de 2019

 

© Capitán Swing Libros, S. L.

c/ Rafael Finat 58, 2º 4 - 28044 Madrid

Tlf: (+34) 630 022 531

28044 Madrid (España)

contacto@capitanswing.com

www.capitanswing.com

 

ISBN: 978-84-121355-5-8

 

Diseño de colección: Filo Estudio - www.filoestudio.com

Corrección ortotipográfica: Rafael Díaz

Composición digital: leerendigital.com

 

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La mente reaccionaria

 

 

Cubierta¿Qué es el conservadurismo y qué está realmente en juego para sus defensores? Corey Robin analiza el asunto desde sus raíces, en la reacción contra la Revolución francesa. Argumenta que el derecho fue inspirado, y todavía está unido, por su hostilidad para emancipar las órdenes inferiores. Algunos conservadores avalan el libre mercado, otros se oponen a ello. Algunos critican al Estado, otros lo celebran. Detrás de estas diferencias está el impulso de defender el poder y el privilegio contra movimientos que exigen libertad e igualdad, al mismo tiempo que hacen llamamientos populistas a las masas. Pero, a pesar de su oposición a estos movimientos, los conservadores favorecen una concepción dinámica de la política y la sociedad, que involucra a menudo la autotransformación, la violencia y la guerra. Las ideas conservadoras también son altamente adaptables a los nuevos desafíos y circunstancias de cada momento. Esta parcialidad a favor de la violencia y la capacidad de reinvención han sido capitales para su éxito. Desde Edmund Burke hasta Antonin Scalia y Donald Trump, desde John C. Calhoun hasta Ayn Rand, La mente reaccionaria avanza la idea de que todas las ideologías de derechas, desde el siglo XVIII hasta hoy, son improvisaciones sobre el mismo tema: la experiencia vivida de tener poder, verlo amenazado y tratar de mantenerlo.

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Índice

 

 

Portada

La mente reaccionaria

Prefacio a la segunda edición

Parte I. Reacción. Manual básico

01. La vida privada del poder

02. Sobre la contrarrevolución

03. El alma de la violencia

Parte II. Los viejos regímenes europeos

04. El primer contrarrevolucionario

05. El valor de mercado de Burke

06. En los márgenes de Nietzsche

Parte III. Vistas americanas

07. Metafísica y chicle

08. El príncipe como paria

09. En busca del imperio perdido

10. Una criatura de la discriminación positiva

11. Un programa sobre nada

Agradecimientos

Sobre este libro

Sobre Corey Robin

Créditos

Prefacio a la
segunda edición

Como a la mayoría de los analistas de la política estadounidense, la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016 me dejó atónito. A diferencia de la mayoría de analistas de la política estadounidense, no me asombró la victoria de Trump en las primarias del Partido Republicano en 2016. La inspiración para esta segunda edición de La mente reaccionaria se encuentra en algún lugar entre mi sorpresa ante la elección de Trump y la falta de sorpresa ante su nominación.

La mente reaccionaria sostenía, entre otras cosas, que muchas de las características que hemos terminado asociando con el conservadurismo contemporáneo —el racismo, el populismo, la violencia y un constante desprecio hacia la costumbre, la convención, la ley, las instituciones y las élites establecidas— no responden a una evolución reciente o excéntrica de la derecha estadounidense. En realidad, son elementos constitutivos del conservadurismo, cuyos orígenes hay que buscarlos en la reacción europea contra la Revolución francesa. Desde el comienzo, el conservadurismo empleó una mezcla de esos elementos para construir un movimiento de base amplia de élites y masas contra la emancipación de los estamentos inferiores. Trump, el más exitoso practicante de la política de masas ejercida por los privilegiados en los Estados Unidos contemporáneos, me parecía perfectamente elegible como conservador y como republicano.

En la conclusión original de La mente reaccionaria, sin embargo, defendía que el conservadurismo —al menos en su encarnación más reciente como reacción contra el comunismo internacional y la socialdemocracia, el New Deal y los movimientos de liberación de los años sesenta— estaba muriendo. No porque ya no fuera popular ni porque se hubiera vuelto radical o extremo, sino porque ya no tenía una lógica atractiva. A partir de su oposición a la Unión Soviética, el movimiento obrero, el estado de bienestar, el feminismo y los derechos civiles, el conservadurismo había logrado la mayor parte de sus objetivos básicos, que a su vez venían fijados por los puntos de referencia que supusieron el New Deal, los años sesenta y la Guerra Fría. Sus constantes triunfos sobre el comunismo, los trabajadores, los afroamericanos y, hasta cierto punto, sobre las mujeres habían despojado al movimiento de su atractivo contrarrevolucionario, al menos para una mayoría del electorado. Su victoria, en otras palabras, sería la fuente de su derrota. Un impulso reaccionario e insurgente —cuando el libro salió por primera vez en 2011, ese impulso lo representaba el Tea Party— podría seguir despertando a la derecha y provocando un ocasional espasmo de actividad que condujese a una posesión temporal del poder. A largo plazo, sin embargo, la trayectoria era descendente. Y eso se mantendría hasta que la izquierda no inaugurase una nueva ronda de políticas emancipatorias, como había hecho en 1789, en el siglo XIX con los movimientos contra la esclavitud y a favor de los trabajadores, en 1917, en la década de 1930 y en la de 1960. Mientras esa insurgencia de izquierdas no brotase de una forma profunda y constante (en vez de episódicamente), el pronóstico para la derecha no tenía buena pinta.

En las semanas posteriores a la elección de Trump, su victoria de noviembre me empezó a parecer menos sorprendente, y así sigue pareciéndomelo ahora que ya lleva varios meses como presidente. Retrospectivamente, no creo que infravalorase o entendiera mal a Trump y a los republicanos; creo que sobrevaloré a Hillary Clinton y a los demócratas. Después de ver cómo Trump se incorporaba al partido y al establishment que una vez amenazó refundar —en asuntos como el comercio, la relación con China, la construcción de un muro en la frontera entre México y Estados Unidos, las infraestructuras o los derechos a las prestaciones, entre otros muchos—, y tras ver que el Partido Republicano, pese a su control de las tres ramas electas del gobierno federal, ha fracasado de forma evidente —al menos hasta ahora— en la tarea de impulsar su agenda con respecto a la sanidad, los impuestos y los gastos, creo que mi afirmación original sobre la debilidad e incoherencia del movimiento conservador se sostiene.[1]

Incluso en el poder y contando con el control del gobierno federal, la causa conservadora flaquea. Flaquea porque sus predecesores, hasta la administración de George W. Bush, tuvieron mucho éxito a la hora de alcanzar los objetivos decisivos del movimiento, y porque sus antagonistas tradicionales de la izquierda no tienen todavía suficiente presencia ni son lo bastante potentes como para representar una amenaza real para la distribución establecida del poder. Movimientos reaccionarios anteriores mostraron su hostilidad hacia una izquierda empeñada en una reconstrucción amplia del antiguo régimen. La promesa de esos movimientos era que podían defender el régimen frente a una insurgencia progresista de manera más eficaz que sus voces más establecidas. De Goldwater a Reagan, así es como el movimiento conservador consolidó su poder. Trump basó su campaña en un discurso antiestablishment similar: no estaba atado al antiguo régimen; tenía el toque populista; se reía de la casta republicana y de las élites liberales; prometía acabar con los demonios de la corrección política y revertir las normas restrictivas del feminismo y el antirracismo. Esa vieja religión fue suficiente para que él y su partido llegaran al poder. Sin embargo, no ha bastado para convertir ese poder en gobierno. La incapacidad que ha mostrado Trump para remodelar el Partido Republicano, su constante reversión al statu quo del partido y su incapacidad —más allá de acciones ejecutivas que no están sujetas a las otras áreas del gobierno ni dependen de ellas— para actuar sobre ese statu quo son señales que evidencian que el movimiento no tiene un sentido claro del poder ni un propósito definido. Su fracaso a la hora de gobernar, de implementar las partes más básicas de su programa, al menos hasta ahora, no es una señal de incompetencia, sino de incoherencia. (Cuando le preguntaron al senador republicano de Nebraska Ben Sasse qué representaba su partido, respondió: «No lo sé». Cuando le pidieron que describiera el Partido Republicano en una palabra, Sasse, que tiene un doctorado en Historia por la universidad de Yale, respondió: «Signo de interrogación». Después de que los republicanos del senado se mostraran incapaces de rechazar el Obamacare antes del receso del 4 de julio en 2017, el congresista republicano Steve Womack de Arkansas fue igual de contundente y duro: «Nos han dado una oportunidad de gobernar y ahora encontramos todas las razones del mundo para no hacerlo»).[2] Trump no es la fuente de esa incoherencia: es el síntoma principal, como explico en el capítulo 11.

El propósito de esta segunda edición, sin embargo, no es hacer predicciones sobre el futuro o emitir una evaluación de Trump a partir de unos pocos meses de presidencia. No soy un politólogo empírico, sino un teórico político que trabaja con textos e ideas y cuyo método es la lectura atenta y el análisis histórico. Mi objetivo en esta nueva edición es situar el ascenso y gobierno de Trump en el amplio arco de la tradición conservadora, constituido en términos generales por las ideas que han sido llevadas a la práctica. Para entender el ascenso de Trump debemos prestar atención a lo que ha dicho —cómo habla al pueblo estadounidense, los tropos y temas que moviliza—. Para entender su gobierno, debemos prestar atención a lo que ha hecho. El grueso de mis análisis se centra en el ascenso de Trump y por tanto en sus palabras, aunque también intento señalar las ocasiones en que el gobierno se aparta de sus palabras, cosa que ocurre a menudo. Sostengo que, en buena medida, el fenómeno Trump, tan perturbador e indignante —en particular su racismo, su violencia y su desdén hacia la ley—, no es nuevo, pero que hay elementos de su ascenso y su gobierno que sí resultan novedosos. Para entender lo que hay de nuevo en Trump, me centro menos en la brutalidad retórica que le ha granjeado con justicia un desprecio y una condena universales, y más en las innovaciones imprevistas y a menudo inadvertidas que ha ofrecido, en particular con respecto a las actitudes de la derecha hacia el Estado y el mercado. Me parece que aquí es donde uno puede ver con claridad cómo Trump ha roto con sus predecesores.

Más allá de las elecciones de Trump, tengo dos razones para escribir esta nueva edición de La mente reaccionaria. En primer lugar, hace tiempo que pienso que la primera edición pecaba de falta de atención a las ideas económicas de la derecha. Aunque algunos de los ensayos trataban esas ideas de pasada, solo uno —el dedicado a Ayn Rand— las afrontaba directamente. Parte de este descuido tenía que ver con la génesis de mi interés en el conservadurismo y con el momento en que muchos de los ensayos de este libro se concibieron por primera vez: los años de George W. Bush, cuando el neoconservadurismo era la idea dominante en la derecha y la guerra, la actividad principal. El foco sobre la guerra y la violencia eclipsaba naturalmente algunos viejos temas conservadores relacionados con el mercado. En esta edición, he intentado remediar esto. He reducido cuatro de los capítulos que trataban sobre la guerra y la paz, y he añadido tres capítulos nuevos sobre las ideas económicas de la derecha: uno sobre Burke y su teoría del valor; otro sobre Nietzsche, Hayek y la escuela económica austriaca; y otro sobre Trump. El resultado es un relato mucho más extenso de las ideas de la derecha sobre la guerra y el capitalismo, que muestra que el compromiso con el libre mercado no es algo singular del conservadurismo estadounidense ni un elemento reciente de la derecha. Las tensiones entre lo político y lo económico, entre una concepción aristocrática de la política y las realidades del capitalismo moderno, son un leitmotiv de la tradición conservadora en Europa y en Estados Unidos, y por tanto constituyen también un leitmotiv de este libro.

En segundo lugar, de todas las críticas que este libro generó, la que me pareció más acertada fue una que provenía más de los lectores que de los reseñistas. Esta crítica era menos sustantiva que estructural: el libro, se quejaban los lectores, comenzaba con una tesis que se argumentaba con contundencia, pero luego se deslizaba hacia una colección de ensayos aparentemente informe. A lo largo de los años, me he tomado en serio esta crítica. Aunque tenía una estructura clara en la cabeza para la primera edición, resulta evidente que no logré transmitir esa sensación a mis lectores.

Para la segunda edición, he revisado el libro. Comienza con tres ensayos teóricos que plantean los bloques de construcción de la derecha. Lo llamo un «manual básico» de la reacción. Examina contra qué reacciona la derecha (movimientos emancipatorios de la izquierda) y lo que intenta proteger (lo que llamo «la vida privada del poder»); cómo hace sus contrarrevoluciones a través de una reconfiguración de lo viejo y de préstamos de lo nuevo, especialmente de la izquierda; cómo combina el elitismo y el populismo, convirtiendo el privilegio en algo popular; y la centralidad de la violencia en sus medios y fines.

El resto del libro está organizado cronológica y geográficamente. La segunda parte nos lleva a la zona cero de la política reaccionaria: los viejos regímenes europeos desde el siglo XVII hasta comienzos del siglo XX. Situándome en tres momentos distintos de la contrarrevolución —la Guerra Civil inglesa, la Revolución francesa y el interregno protosocialista entre la Comuna de París y la Revolución bolchevique—, analizo cómo Hobbes, Burke, Nietzsche y Hayek intentaron formular una política del privilegio en y para la era democrática. Los capítulos sobre Burke, Nietzsche y Hayek prestan especial atención a sus intentos de forjar, en el contexto de una economía capitalista, una política aristocrática de la guerra y del mercado. La tercera parte nos lleva a la apoteosis reaccionaria del conservadurismo estadounidense desde 1950 hasta ahora. Aquí ofrezco una lectura atenta de cinco momentos de la reacción estadounidense: la utopía capitalista que trazó Ayn Rand a mitad de siglo; la fusión de la ansiedad de raza y de género en el Partido Republicano de Barry Goldwater y Richard Nixon; los tambores de guerra en la imaginación neoconservadora; y las visiones darwinistas de Antonin Scalia y Donald Trump.

Este libro está modelado a partir de la estructura de la música clásica, con un tema y sus variaciones. La primera parte anuncia el tema. Las partes segunda y tercera son las variaciones, donde cada capítulo es una amplificación o modificación del tema original. El libro no es una historia exhaustiva de la derecha; es una colección de ensayos sobre la derecha. Y, aunque la sensibilidad que informa estos ensayos es historicista, y sigue por tanto el cambio y la continuidad a lo largo del tiempo —muestra, por ejemplo, que Hayek y la escuela austriaca de economía reflejaban algunas ideas contenidas en los textos de Burke sobre el mercado, o que las inconsistencias de Trump están vinculadas a declaraciones anteriores sobre la contradicción que encontramos en Burke y Bagehot—, la estructura del conjunto es más episódica que estrictamente histórica. Todos los capítulos en las partes 2 y 3 se pueden leer como ejemplos de las tesis de la primera parte. Pero, aunque es posible que el lector no quede convencido de la primera parte si no lee el resto de los capítulos, cada uno de estos puede leerse como un ensayo independiente sobre una figura, un tema o un momento particular.

Con una excepción: el capítulo 11. Ahí explico lo que considero nuevo y viejo en el caso de Donald Trump basándome en mi lectura de la tradición conservadora. Por escandalosas y estremecedoras que hayan sido las palabras de Trump, muchas son coherentes con las palabras de sus antecesores. Para entender mi enfoque sobre Trump —lo que subrayo y lo que me salto—, hay que leer todo el libro. En el último capítulo, para evitar el riesgo de repetirme, he tenido que asumir que el lector había leído los capítulos anteriores. Reconozco que esto coloca mis argumentos en una posición vulnerable a la malinterpretación y el reconocimiento erróneo; los lectores pueden pensar que no he prestado suficiente atención a los aspectos de Trump que les resultan más perturbadores. Pero, puesto que he revisado este libro con la vista puesta en el futuro —mirando más allá de los titulares del momento con la esperanza de que esta edición pueda soportar la prueba del tiempo mejor que las que la precedieron—, he decidido confiar en la buena fe del lector de hoy y en la distancia histórica del lector de mañana.

[1] Mark Landler, «Trump’s Foreign Policy Quickly Loses Its Sharp Edge», New York Times (11 de febrero, 2017), A1; Tom Phillips, «Trump agrees to support ‘One China’ policy in Xi Jinping call», The Guardian (10 de febrero, 2017), https://www.theguardian.com/world/2017/feb/10/donald-trump-agreessupport-one-china-policy-phone-call-xi-jinping; John Wagner, Damian Paletta y Sean Sullivan, «Trump’s Path Forward Only Gets Tougher after Health-Care Fiasco», Washington Post (25 de marzo, 2017), https://www. washingtonpost.com/politics/trumps-path-forward-only-gets-tougherafter-health-care-fiasco/2017/03/25/eaf2f3b2-10be-11e7-9b0d-d27c98455440_story.html; Steven Mufson, «Trump’s Budget Owes a Huge Debt to This Right-Wing Washington Think Tank», Washington Post (27 de marzo, 2017), https://www.washingtonpost.com/news/wonk/wp/2017/03/27/trumpsbudget-owes-a-huge-debt-to-this-right-wing-washington-think-tank/; Julie Hirschfeld Davis y Allen Rappeport, «After Calling NAFTA “Worst Trade Deal”, Trump Appears to Soften Stance», New York Times (31 de marzo, 2017), A12; Shane Goldmacher, «White House on edge as 100-day judgment nears», Politico (10 de abril, 2017), http://www.politico.com/story/2017/04/donald-trump-first-100-days-237053; David Lauder, «Trump backs away from labeling China a currency manipulator», Reuters (13 de abril, 2017), http://www.reuters.com/article/us-usa-trump-currency-idUSKBN17E2L8; Abby Phillip y John Wagner, «Trump as “Conventional Republican”? That’s What Some in GOP Establishment Say They See», Washington Post (13 de abril, 2017), https://www.washingtonpost.com/politics/gop-establishmentsees-trumps-flip-flops-as-move-toward-a-conventional-republican/2017/04/13/f9ce03f6-205c-11e7-be2a-3a1fb24d4671_story.html; Ryan Koronowski, «14 ways Trump lost bigly with the budget deal», Think Progress (1 de mayo, 2017), https://thinkprogress.org/14-ways-trump-lost-bigly-with-the-budget-dealfbe42e852730; Shawn Donnan, «Critics pan Trump’s ‘early harvest’ trade deal with China», Financial Times (14 de mayo, 2017), https://www.ft.com/content/16a9b978-3766-11e7-bce4-9023f8c0fd2e; Ben White, «Wall Street gives up on 2017 tax overhaul», Politico (17 de mayo, 2017), http://www.politico.com/story/2017/05/17/tax-reform-wall-street-238474; Kristina Peterson, «Congressional Republicans Face Ideological Rifts Over Spending Bills», Wall Street Journal (29 de mayo, 2017), https://www.wsj.com/articles/congressional-republicansface-ideological-rifts-over-spending-bills-1496059200; Richard Rubin, «GOP Bid to Rewrite Tax Code Falters», Wall Street Journal (30 de mayo, 2017); Julie Hirschfeld Davis y Kate Kelley, «Trump Plans to Shift Infrastructure Funding to Cities, States and Business», New York Times (4 de junio, 2017), A18.

[2] Jenna Johnson, Juliet Eilperin y Ed O’Keefe, «Trump Is Finding It Easier to Tear Down Old Policies than to Build His Own», Washington Post (4 de junio, 2017), https://www.washingtonpost.com/politics/trump-isfinding-it-easier-to-tear-down-old-policies-than-to-build-his-own/2017/06/04/3d0bcdb2-47c5-11e7-a196-a1bb629f64cb_story.html; Kristina Peterson y Richard Rubin, «Intraparty Disputes Stall Republicans’ Legislative Agenda», Wall Street Journal (27 de junio, 2017), https://www.wsj.com/articles/intraparty-disputes-stall-republicans-legislative-agenda1498608305.