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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 499 - abril 2020

 

© 2011 Nina Harrington

Retorno al pasado

Título original: The Boy is Back in Town

 

© 2012 Cara Colter

El corazón del soldado

Título original: Battle for the Soldier’s Heart

 

© 2012 Teresa Carpenter

En los brazos del sheriff

Título original: The Sheriff’s Doorstep Baby

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-363-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Retorno al pasado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

El corazón del soldado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Epílogo

En los brazos del sheriff

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Retorno al pasado

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MARIGOLD Chance hizo una mueca mientras miraba las imágenes de su cámara digital. De todos los crímenes contra la fotografía que había cometido por deseo de su hermana Rosa, y eran muchos, los últimos habían sido los peores.

El perro salchicha con un abriguito o el jersey rojo que había hecho para el pequinés de la peluquera podían pasar, pero convencer a la fox terrier del dueño del periódico local para posar con una gabardina de cuadros era la gota que colmaba el vaso.

Rosa tenía muchas explicaciones que dar.

–¡Eres un genio! –el grito de su hermana hizo que dos mujeres que pasaban por la calle se volvieran–. Lola está preciosa, ¿a que sí? –siguió, quitándole la cámara–. Me dijiste lo importante que era tener buenas imágenes en mi página Web y ahora las tengo.

Mari suspiró, mientras intentaba quitarle la cámara.

–Te has pasado la mitad del tiempo tumbada en el suelo, jugando con el cachorro y dándole galletas. La que ha trabajado he sido yo.

Rosa se encogió de hombros.

–¿Qué quieres que diga? Algunos estamos bendecidos con el toque creativo. A los animales no les gusta posar para una foto y Lola no quería estar parada más de unos segundos. Creo que el soborno es aceptable en estas circunstancias.

–¿Ah, sí?

–Además, mi hermana mayor tiene pocas oportunidades de ser fotógrafa de moda canina y lo mínimo que puedo hacer es sacrificar mi dignidad en nombre de tu futura carrera. Puede que necesites esto en tu currículo algún día.

–No debería haberte contado que están despidiendo gente en mi departamento. A mí no van a despedirme, tonta. Además, muchos ingenieros informáticos quieren irse a otras empresas, pero yo no. Me encanta lo que hago y no tengo intención de dedicarme a otra cosa por el momento.

–¿Por eso estabas buscando trabajo en Internet esta mañana?

Mari empujó juguetonamente a su hermana.

–¿Has estado espiándome, jovencita? No buscaba trabajo, solo quería comparar el sueldo de los ingenieros informáticos en Dorset con los de California.

–No creo que se puedan comparar.

–No, pero las cosas han cambiado mucho desde que yo vivía aquí. Aparentemente, hasta hay Wi-Fi en el club náutico. ¿Es posible?

Mari se sentía culpable por no contarle la verdad a su hermana, pero aún no podía revelar su secreto, por mucho que quisiera ver la expresión de Rosa cuando supiera que iba a comprar la casa en la que se habían criado.

Rosa se había llevado el mayor disgusto de su vida cuando la familia fue desahuciada de la casa en la que una vez habían sido tan felices y Mari sabía cuánto deseaba volver a vivir allí.

Pero no quería contárselo hasta que tuviese la escritura en la mano. Rosa era lo bastante intuitiva como para saber que estaba preocupada por su trabajo y por buenas razones: ella había sido quien mantuvo a la familia desde los dieciséis años, cuando su padre se marchó y su madre fue incapaz de lidiar con la situación.

Había decidido entonces sacrificar su sueño de ir a la universidad para ponerse a trabajar y llevar dinero a casa y seguía sintiéndose responsable en aquel momento, cuando tenía un buen salario como experta informática en California. Tras la muerte de su madre, Rosa estaba sola y su hermana era lo primero.

Rosa era la única persona en la que confiaba por completo, pero no quería compartir con ella sus miedos sobre el futuro.

Por suerte, su hermana estaba distraída con un spaniel que se había atrevido a salir a la calle sin uno de sus jerséis para perros.

–Nos vemos en casa. Ah, y gracias por las fotografías. Sabía que podía confiar en ti.

Después de decir eso, Rosa se dirigió hacia el spaniel sacando una galleta del bolsillo.

–De nada, cariño –murmuró Mari.

Marigold Chance no había sido nunca una chica que destacase en los deportes o en las fiestas. Le había dejado eso a su hermano mayor, Kit, y a su hermana pequeña, Rosa, los dos seres extrovertidos. Ella era la clase de persona que se quedaba atrás, intentando no llamar la atención, viendo cómo los demás lo pasaban bien… normalmente, en eventos que ella misma había organizado. Todas las familias necesitaban una Mari que organizase la vida de los demás, por grande que fuese el precio a pagar. Especialmente en tiempos de crisis.

Intentando olvidar recuerdos tristes, se dirigió por la calle empedrada hacia el puerto y fue recompensada al ver algo de lo que no se cansaría nunca: la bahía de Swanhaven delante de ella.

El mar era de color gris aquel día, las blancas crestas de las olas movidas por el viento. Mari esbozó una alegre sonrisa a pesar del frío. El puerto de Swanhaven había sido construido con bloques de granito para proteger a la antigua flota pesquera. En aquel momento había más barcos de recreo que de pesca, pero seguía siendo un puerto seguro, con un paseo marítimo que atraía a mucha gente, incluso una fría tarde de febrero.

Pero había un sitio especial que quería visitar antes de que se hiciera de noche, el sitio que para Rosa y ella significaba tanto. Estaba deseando volver a vivir allí y nada iba a detenerla. Nada en absoluto.

 

 

–Bueno, ya sabes cómo es tu padre. Cuando se le mete una idea en la cabeza no hay forma de pararlo –la voz de su madre por el móvil perdía fuerza a ratos, como si se la llevara el viento–. Ha decidido experimentar con la nueva barbacoa, aunque estemos en medio de una ola de calor. Y eso me recuerda… ¿qué tiempo hace en Swanhaven?

Ethan Chandler sujetó con mano firme el timón del barco que había alquilado en el náutico, dejando que el viento lo sacara del muelle para llevarlo a mar abierto.

–Te encantará saber que el cielo está cubierto de nubes y hay un viento de varios nudos. La semana que viene te vas a helar de frío.

–Recuerdo muy bien cómo es febrero en Swanhaven, pero no te preocupes, tu padre y yo tenemos muchas ganas de ver nuestra nueva casa. Estamos muy orgullosos de ti, cariño.

Ethan respiró profundamente. ¿Orgullosos? Pues no deberían estarlo.

Aparte de dar un par de clases privadas en el club náutico de Swanhaven, había intentado pasar desapercibido desde que llegó al pueblo. Arreglar la casa era buena excusa, pero en un pueblo tan pequeño la gente tenía buena memoria y el peso del accidente en el que murió Kit Chance era más difícil de llevar a medida que pasaban los días.

Él no se sentía orgulloso de sí mismo y en cuanto sus padres se hubieran instalado allí, tomaría el primer avión con destino a Florida.

–¿Qué tal te las arreglas tú solo? –le preguntó su madre.

Ethan esbozó una sonrisa al mirar la casa sobre el acantilado. Eso era algo de lo que sí podía sentirse orgulloso. Era un sitio silencioso, aislado, a solo diez minutos de Swanhaven, menos aún por barco. Perfecto.

–Todo va bien. La casa estará lista para el fin de semana que viene.

«O eso espero».

–Qué alegría, cariño. Estoy deseando ver cómo ha quedado. Y no te preocupes por tu padre, ya sé que al principio no se mostró muy ilusionado, pero está encantado de que hayas terminado el trabajo por él. ¿Quién sabe? Con un poco de suerte, incluso podría empezar a pensar en retirarse.

Ethan iba a responder, pero las palabras se le quedaron atragantadas.

Sus padres habían tardado años en entender que su único hijo no tenía interés en convertirse en la cuarta generación de arquitectos del gabinete Chandler y Chandler. Ethan no tenía intención de pasar el resto de su vida metido en un despacho, mirando el mar por la ventana cuando podía estar navegando. Lamentaba que se hubieran llevado una desilusión, pero por fin parecían haber aceptado que él tenía su propia vida.

De modo que lo mínimo que podía hacer por ellos era volver a Swanhaven para terminar la casa. Era una ironía que su madre hubiera decidido volver a Swanhaven precisamente, pero había crecido en la zona y guardaba recuerdos felices de los veranos que habían pasado allí antes del accidente que había cambiado sus vidas. La suya sobre todo.

Habían hablado de Swanhaven muchas veces y él sabía que, aunque su madre adoraba la bahía, no habían querido volver debido al accidente, pero parecían haber decidido borrar ese momento de su memoria.

–Buena suerte, mamá. Si alguien puede convencerlo, eres tú.

–Nos vemos el sábado, cariño. Y ten cuidado.

«Ten cuidado».

Eso era lo que solía decirle antes de que saliera a navegar. Siempre eran sus últimas palabras. Solo un año antes las había pronunciado con los ojos llenos de lágrimas cuando tomó parte en la regata Green Globe, que significaba estar meses solo en alta mar, luchando contra el traidor océano, donde un simple error podía costarte la vida.

Por desgracia, la regata había sido un fracaso. Por eso, había decidido dejar el coche en el muelle de Swanhaven y salir a navegar en un barco más pequeño que el que solía usar de niño solo para sentir el viento en la cara.

Conocía aquel sitio como la palma de su mano. Kit Chance le había enseñado dónde estaban las corrientes y dónde los mejores sitios para dejarse empujar por el viento.

Ethan sonrió para sí mismo mientras sujetaba el timón. Ver la bahía desde allí le llevaba tantos recuerdos… algunos muy tristes. Esos veranos pasados con Kit Chance habían sido los más felices de su vida y seguía echándolos de menos.

Su madre había dejado de pedirle que no participase en más regatas porque Ethan siempre se reía de sus preocupaciones. Tal vez había algo más en la vida, pero aún no lo había encontrado. Enseñar a adolescentes a navegar durante unos meses al año en Florida no había reducido su deseo de colocarse al timón de un barco para ponerse a prueba, para intentar ganar a toda costa.

A Kit le habría encantado, pero había muerto en un accidente que nadie hubiera podido prevenir o evitar.

Y él había sobrevivido.

El sentimiento de culpa por ese accidente seguía siendo un gran peso sobre sus hombros, especialmente en aquel sitio, el pueblo de Kit. Por el momento, había conseguido pasar casi desapercibido y concentrarse en el trabajo…

Ethan movió los hombros, intentando liberar la tensión. Tenía siete días para terminar la casa antes de que llegasen sus padres y luego honraría a Kit de la única manera posible: navegando a toda vela y enseñando a los niños a vivir la vida a tope, como hubiera hecho su amigo.

Con un poco de suerte, a sus padres les gustaría la casa. Especialmente cuando supieran que había hecho un par de cambios en los planos originales. En lugar de una gran zona de aparcamiento, Ethan había hecho un garaje, un muelle y un cobertizo para el barco. Esto último era un regalo para su padre en particular.

Tal vez, solo tal vez, podrían encontrar tiempo para navegar juntos como antes, cuando iba a Swanhaven en el mes de julio para tomar parte en la regata.

El viento se mezcló con la lluvia y Ethan inclinó la cabeza, riendo. Muy bien, viento, lluvia, una galerna, no le importaba.

 

 

Marigold Chance metió las manos en los bolsillos del chaquetón y se preparó para enfrentarse con el viento mientras dejaba atrás el paseo marítimo de Swanhaven para dirigirse a la zona más salvaje de la costa de Dorset.

Dejando atrás el pueblo, caminó a toda prisa para entrar en calor, mirando hacia su objetivo: un camino serpenteante que subía hasta los acantilados al otro lado de la bahía.

Habían construido unos escalones naturales desde la playa, pero Mari se detuvo y cerró los ojos un momento antes de seguir adelante, desesperada por aliviar la jaqueca que había estado molestándola durante las últimas veinticuatro horas.

Aquella zona de la playa estaba cubierta de piedrecillas alisadas por el efecto del viento y las olas. Estaba nevando cuando llegó a Swanhaven y seguía habiendo algunos copos de nieve sobre el hielo, entre las piedras, pero no le molestaba el viento helado en las mejillas porque el chaquetón acolchado la tapaba casi hasta las orejas.

La presión de su trabajo como ingeniera informática empezaba a afectarla, pero merecía la pena. En unos años podría abrir su propia empresa y trabajar desde cualquier parte del mundo. Desde Swanhaven, por ejemplo. Aquel pequeño pueblo costero donde había pasado los primeros dieciocho años de su vida era donde quería establecer su hogar, un sitio seguro y acogedor para ella y para Rosa.

Un hogar que nadie pudiese arrebatarles.

Mari respiró lentamente para llevar oxígeno a sus pulmones y se concentró en las gaviotas que volaban sobre su cabeza, los perros ladrando en la playa, el rumor de las olas y el ruido musical del viento en las velas de los barcos amarrados al muelle.

Aquella era la banda sonora de su vida y había quedado grabada en su corazón, estuviera donde estuviera. Allí podía escapar de la cacofonía de coches, aviones, aparatos de aire condicionado y llamadas de empresas cuyos servidores se habían quedado colgados.

En el bolso llevaba tres smartphones y dos móviles, pero durante una maravillosa hora los había apagado todos y era una delicia.

Empezó a respirar con un poco más de tranquilidad, siguiendo el movimiento de las olas, y durante un segundo se sintió como una chica de dieciséis años, como si nunca se hubiera ido de Swanhaven.

El mar había sido una parte fundamental de su infancia y lo adoraba. Sabía lo cruel que podía ser, pero no había mejor sitio en el mundo. Su hermano Kit entendía eso.

Poniéndose de espaldas al viento, Mari se quitó el guante izquierdo y metió la mano en la bolsa de ordenador que llevaba a todas partes para sacar una fotografía que sujetó con fuerza para que no se la llevase el viento. Aunque había viajado con ella por todo el mundo, era perfecto mirar esa fotografía precisamente allí.

El rostro de su madre, una mujer alta, delgada y guapa, estaba iluminado por el sol que se reflejaba en el agua del puerto de Swanhaven. Tenía un brazo sobre los hombros de Rosa, que debía tener catorce años entonces, y estaba radiante, llena de vida. Su hermana pequeña siempre sonreía para la cámara sin la menor vacilación, pero en aquella ocasión Rosa y su madre tenían algo por lo que sonreír: estaban mirando a Kit, que daba saltos a unos metros.

A los diecisiete años, Kit era su héroe. Un chico lleno de vida, divertido, guapo y encantador. Todo el mundo lo quería y era el niño mimado de la familia. No estaba parado ni un momento, siempre saltando de un lado a otro, siempre en acción, especialmente cuando se trataba de navegar.

Mari recordaba el día que hicieron esa fotografía, con Kit dando saltos que hacían reír a su hermana y a su madre…

Aquella era la familia feliz que ella añoraba.

Mirando la fotografía casi podía sentir en la cara el sol de esa mañana de abril, cuando todos eran tan felices. Resultaba difícil creer que hubiese tomado la foto solo unos meses antes de la regata anual de Swanhaven, cuando Kit perdió la vida en un accidente y su familia quedó destrozada.

Kit había sido el chico de oro, el único hijo varón.

Lo echaba tanto de menos… era como un dolor físico que no cesaba nunca. Con los años había aprendido a apartarlo de su mente para poder sobrevivir cada día, pero el dolor de haberlo perdido seguía allí, siempre estaría allí. Volver a Swanhaven y ver los barcos en el puerto la devolvía al pasado.

Lo habían pasado tan bien todos juntos…

El viento estuvo a punto de robarle la foto, de modo que la guardó en la bolsa antes de volver a ponerse el guante.

Tal vez no estaba preparada para ver su antigua casa, pensó. El sueño de su madre había sido volver a comprarla algún día, pero había muerto antes de que ella pudiese ayudarla y se le rompía el corazón al pensar que estaba a punto de hacer realidad ese sueño y su madre no lo vería.

Pero seguía teniendo que cuidar de Rosa, por eso trabajaba horas y horas sin importarle que comprar la casa fuera a costarle su propio sueño de tener una empresa propia.

Mari se enfrentó con el viento que llegaba del mar, caminando a toda velocidad y resbalando sobre las mojadas piedras hasta llegar al final del malecón. Delante de ella estaba la curva de la bahía, los acantilados en la distancia…

Los tejados impedían ver su antigua casa, pero sí podía ver un cartel de la inmobiliaria del pueblo anunciando la próxima subasta y el número de contacto.

Había hablado un par de veces con los nuevos propietarios, una pareja de ancianos, pero solo se habían mostrado interesados en vender cuando una cadera rota los obligó a irse al pueblo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y Mari las apartó con la mano enguantada. El frío y la pena la asaltaban, pero en sus labios había una secreta sonrisa.

Había trabajado sin parar, incluso los fines de semana y las vacaciones, para ahorrar el dinero que necesitaba, pero por fin, después de una paga extra por haber trabajado esas navidades, lo tenía. Era increíble, pero al fin podía entregar un depósito para comprar la casa que su padre había construido ladrillo a ladrillo.

Seguramente sería su única oportunidad de recuperar el antiguo hogar de su familia. Otras mujeres tenían una vida social, bonitas casas, ropa de diseño, incluso novios.

Ella, en cambio, era una chica soltera a la que todos pedían consejo, dispuesta a trabajar cuando ninguno de sus compañeros quería hacerlo porque preferían pasar las fiestas con sus familias.

Ascender en la empresa significaba viajar continuamente, pero lo hacía. Y le gustaba llegar a una oficina donde todos los empleados estaban al borde de un ataque de pánico y marcharse dejando los ordenadores funcionando a la perfección.

Eso era muy satisfactorio porque ella no tenía compromisos personales, pero todo tenía un precio; en su caso, una terrible soledad.

Sin embargo, aquello con lo que llevaba tres años soñando estaba a punto de hacerse realidad. Tan cerca que casi podía tocarlo. Tenía el dinero, había pedido un sitio en la subasta y sabía cuál eral el precio que pedían por la propiedad.

Aquella era la casa en la que había nacido, la casa en la que había sido feliz, y podía hacer una oferta por encima del precio de salida, con un préstamo ya aprobado por el banco.

Tenía que comprar aquella casa.

Tenía que hacerlo.

Allí era donde terminaban sus agotadoras jornadas de trabajo y los incesantes viajes. Allí era donde iba a pasar el resto de su vida, en el sitio en el que había crecido, con Rosa. Estaba lista para volver a Swanhaven.

En ese momento, un golpe de viento helado hizo que moviera los pies y se frotase las manos para entrar en calor. Hora de ir a casa a tomar un té. Ya volvería a ver la casa cuando quisiera, al día siguiente tal vez.

Iba a darse la vuelta cuando sus ojos se clavaron en un barquito, el único que había en el mar en ese momento. Era demasiado pequeño para haber cruzado el Canal de La Mancha, de modo que debía ser alguien del pueblo.

¿Pero quién sería tan temerario como para salir a navegar con aquel viento?

Se acercaba al malecón a demasiada velocidad. Ni siquiera había arriado la vela y el viento parecía lanzarlo hacia la bocana del puerto. No iba a poder parar… iba a chocar contra el rompeolas.

Tenía que hacer algo, gritar, buscar ayuda. Mari miró alrededor, asustada, pero no había nadie lo bastante cerca y, en cualquier caso, el viento ahogaría sus gritos. El móvil era inútil, no le daría tiempo. Solo quedaban unos segundos antes de que el barco chocase contra el rompeolas…

Asustada, empezó a correr, moviendo los brazos frenéticamente sobre su cabeza para atraer la atención del marinero, que no parecía entender el peligro en el que estaba.

–¡Cuidado, cuidado! –gritó. Pero el viento le devolvía los gritos, haciendo que sus ojos se llenasen de lágrimas.

Su corazón latía con tal fuerza que pensó que iba a desmayarse y cuando llegó al borde del agua tuvo que doblarse sobre sí misma, apoyando las manos en las rodillas para llevar oxígeno a sus pulmones, sin atreverse a mirar el barco, sacudido violentamente de lado a lado como un barquito de papel.

Sabía lo que iba a pasar y no podía mirar.

Con los ojos cerrados, esperó el terrible golpe del casco contra el rompeolas, tapándose los oídos para bloquear el horror. Sabía que iba a ocurrir y, sin embargo, no podía hacer absolutamente nada para evitarlo.

Los segundos parecían convertirse en horas… pero no ocurría nada.

Lo único que oía era el ruido de las olas golpeando la playa y los gritos de las gaviotas sobre su cabeza.

Despacio, muy despacio, Mari se atrevió a abrir los ojos… justo a tiempo para ver a un hombre alto saltar del barco al muelle para amarrarlo al bolardo del pontón con una mano mientras con la otra se apartaba el flequillo de la cara.

La vela estaba arriada y doblada, el barco colocado en línea con el muelle, como si las aguas estuvieran totalmente en calma. Y él parecía tan tranquilo.

Atónita, Mari se quedó mirándolo en silencio mientras ataba la soga al bolardo, miraba su reloj y se daba la vuelta tranquilamente para alejarse por el muelle.

Pero durante un segundo logró ver su rostro y su corazón se detuvo.

Ethan Chandler había vuelto al pueblo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MARI guiñó los ojos para mirar bien a Ethan y asegurarse de que no estaba equivocada.

Pero claro que era él. Nadie se parecía a Ethan Chandler, que había dado la vuelta al mundo en su barco. Era comprensible que pudiese llegar a puerto y amarrar tranquilamente en un día de lluvia y viento como aquel.

Ethan. Estaba mirando a Ethan Chandler, pensó, sintiendo que el oxígeno escapaba de sus pulmones. Tal fue la sorpresa que tuvo que agarrarse al murete de piedra del puerto con las dos manos porque se le doblaban las rodillas.

No podía creerlo. Tenía que ser una pesadilla por falta de sueño, por culpa de la cafeína o el vino de la cena de la noche anterior. No encontraba otra explicación.

El chico al que había visto por última vez diez años antes, mirándola desde el asiento trasero del coche de sus padres mientras se iban de Swanhaven, dejándola atrás agarrándose a las ruinas de su vida, se interponía entre ella y el pueblo.

Mari respiró profundamente para llevar oxígeno a su cerebro.

Sentía como si estuviera a punto de sufrir un infarto.

Ethan Chandler, con un pantalón cargo y una camisa azul bajo un chaquetón marinero de color café.

Ethan Chandler, campeón de regatas, el chico cuya familia alquilaba una casa al lado de la suya en verano y que se había convertido no solo en parte de Swanhaven sino en la estrella del club náutico y la única celebridad del pueblo. En las tiendas incluso vendían un aftershave que él había anunciado unos años antes…

Con una camisa de color azul que hacía juego con el color de sus ojos, incluso bajo la luz gris de aquel día de febrero, que casi ocultaba un bronceado cultivado bajo el sol de Florida.

A los diecisiete años, Ethan Chandler era el chico más guapo que había pisado el pueblo. El chico más guapo que había visto nunca. Un atleta y el campeón de todas regatas, destinado a hacer algo grande en la vida.

Pero Ethan a los veintiocho años era una revelación.

Por supuesto, había visto fotos suyas en las revistas, guapo como un modelo, de anchos hombros, el sol y el viento marcados en su rostro.

Pero había un mundo de diferencia entre ver a Ethan al timón de un yate en la portada de una revista y verlo en persona, tan cerca que podía distinguir la sombra de barba en su rostro.

Ethan siempre había sido un chico seguro de sí mismo y de su encanto, pero aquello… metro ochenta y cinco, anchos hombros, el pelo brillante movido por el viento. Era un regalo para los ojos.

Notó que le ardía la cara y se enfadó consigo misma. Marigold Chance no se ruborizaba nunca. Jamás.

Y entonces, casi como si supiera que alguien estaba mirándolo, Ethan dejó de caminar y se volvió.

De inmediato, sin pensarlo siquiera, Mari se tapó la cara con la capucha del chaquetón y empezó a caminar a toda velocidad en dirección contraria, temiendo mirar atrás por si Ethan la había reconocido. Aunque, por una parte, le hubiera gustado que corriese tras ella para decir que lamentaba haber herido sus sentimientos diez años antes, cuando se marchó sin decir adiós después de haberla besado.

Pero eso significaría que le había importado, que seguía importándole. Y eso era imposible.

No, Ethan solo había sido el mejor amigo de su hermano, el chico que había sobrevivido al accidente en el que murió Kit.

Agotada, aminoró el paso, pero su corazón latía con tal fuerza que apenas podía respirar. Unos pasos más y daría la vuelta a la bahía. Y Ethan no podría ver sus lágrimas.

Se había engañado a sí misma pensando que por fin había logrado superar la muerte de Kit…

Idiota.

Solo tenía que ver a Ethan Chandler, sin intercambiar una sola palabra con él, para volver a los dieciséis, a ese tiempo horrible después del accidente, cuando lo único que quería era estar sola. Asustada, sola, atrapada en sus propios pensamientos, traumatizada por completo.

Solo una persona fue capaz de romper la prisión en la que se había encerrado y esa persona era Ethan. Él había hecho lo que no había hecho nadie más: la había desafiado, pidiendo que lo perdonase, obligándola a hablar hasta que las barreras por fin habían caído.

Y durante una hora, un día, se había agarrado a Ethan como si estuviera ahogándose y él fuera un salvavidas.

El chico que había convencido a su hermano para que participase en una regata para la que no estaba preparado. El chico que le había tomado el pelo cada verano, el chico del que estaba secretamente enamorada. Porque era perfecto, tan admirable, tan inalcanzable.

Y en ese momento, cuando era más vulnerable, la había besado. Y ella le había devuelto el beso.

Tenía dieciséis años y era su primer beso, de modo que no era una experta, pero sabía que era un beso de verdad.

Y la había destruido.

El sentimiento de culpa por besarlo, por desear a Ethan cuando él había llevado la tragedia a su familia, había sido demasiado. Se sentía tan débil, tan disgustada consigo misma…

Cuando se marchó del pueblo al día siguiente, sin despedirse siquiera, supo que había sido una ingenua al pensar que podría importarle. Ni siquiera le había dicho adiós.

Mari cerró los ojos. Tenía veintiséis años y era una profesional de la informática, una adulta acostumbrada a solucionar crisis que otros no podían solucionar. Ethan seguramente estaría de paso en Swanhaven con sus padres y no pasaba nada porque se vieran un momento. No iba a pasar nada en absoluto.

Pero en ese momento, cuando por fin empezaba a respirar con normalidad, escuchó pasos a su espalda. Y cuando volvió la cabeza vio a Ethan corriendo hacia ella…

Intentó detenerse de golpe, pero el camino era resbaladizo y acabó agarrándola por el chaquetón mientras ella miraba los ojos azules del chico que le había roto el corazón diez años antes.

Mari respiró su aroma, a colonia masculina y a camisa limpia, mientras su mano se movía como por voluntad propia para tocarlo.

–Hola, Mari. ¿Estás bien? Me había parecido que eras tú. No sabía que hubieras vuelto al pueblo y… –Ethan se quedó callado cuando sus ojos se encontraron– no esperaba volver a verte.

Cuando la soltó, Mari estuvo a punto de caer al suelo.

–Ethan –susurró, casi sin voz–. No sabía que estuvieras por aquí. Yo… creí que ibas a chocar contra el rompeolas.

–¿Por qué?

–Porque ibas demasiado rápido.

–Bueno, había un poco de viento…

Ella parpadeó varias veces, incrédula. ¿Un poco de viento?

–Ya, pues me has dado un susto tremendo. ¿Cómo se te ocurre salir a navegar con un tiempo como este? No lo entiendo.

La sonrisa de Ethan le decía que no estaba equivocada: el chico al que conoció se había convertido en un hombre, pero seguía siendo tan arrogante como siempre. Y, de repente, ella volvió a ser la chica de dieciséis años un poco gordita y torpe que era el objeto de sus bromas.

Era tan exasperante que le daban ganas de gritar.

Debería ser capaz de lidiar con aquel hombre que se había convertido en una estrella. Los dos eran tan jóvenes la última vez que se vieron, meros adolescentes intentando encontrar su sitio en el mundo.

Mari se clavó las uñas en las palmas de las manos para intentar calmarse.

–Estoy acostumbrado a navegar con mal tiempo y Swanhaven es un lago tranquilo comparado con las aguas de los Mares del Sur, por ejemplo. Pero siento haberte asustado.

Y con la seguridad y la confianza de diez años bajo los focos, Ethan dio un paso adelante para apretar su brazo.

–¿Se te ha pasado el susto?

Eso irritó tanto a Mari que la dejó sin palabras. Como le ocurría diez años antes cuando miraba de lejos a su héroe, el chico de oro, mientras él la ignoraba o le tomaba el pelo.

–Llevas el pelo diferente –dijo Ethan entonces, con una radiante sonrisa de anuncio–. Me gusta, está muy bien.

Mari se miró los guantes. ¿Cómo se atrevía a estar más guapo que antes cuando ella estaba hecha un asco? Tenía el pelo mojado y aplastado por el gorro de lana…

Y estaba tan nerviosa que no se atrevía a hablar.

¿Por qué seguía afectándola de esa forma?

Ethan siempre se había mostrado tan seguro de sí mismo, con el encanto de la gente guapa que todo lo tenía fácil. Y lo sabía. Nada había cambiado.

–Gracias –Mari se aclaró la garganta, intentando controlar los latidos de su corazón–. Hace mucho que no nos veíamos.

–Sé que tu madre ha fallecido y lo siento mucho. Era una mujer estupenda –dijo Ethan entonces–. Yo estaba en una regata por los Mares del Sur cuando ocurrió. Si no, hubiera venido al funeral.

–Sí, claro –asintió ella–. ¿Sabes que Rosa sigue en Swanhaven? Le gusta mucho el pueblo y al menos una de nosotras sigue aquí.

Antes de que él pudiera responder, Mari empezó a colocarse la bufanda para no tener que mirarlo a los ojos.

Era una mujer madura y podía charlar con un conocido sin ponerse nerviosa. Aunque fuese un personaje famoso que solía ser amigo de la familia.

–¿Qué haces por aquí en pleno mes de febrero? Pensé que vivías en Florida.

–Y así es, pero mi madre ha decidido que quiere una casa en Swanhaven –respondió Ethan, con esa voz tan masculina que hacía que le temblasen las rodillas–. Ya está construida y he venido para dar los últimos toques antes de que vengan la semana que viene.

¿Iba a quedarse allí durante toda una semana? No, no, no, ¿cómo podía pasar?

–¿Entonces no vas a mudarte a Swanhaven?

Él esbozó una de esas sonrisas suyas, un poco torcida.

–No, yo prefiero Florida, pero vendré por aquí a menudo. Tengo un compromiso con el club náutico.

–Pues buena suerte… pero me estoy congelado y le prometí a Rosa que volvería pronto a casa. Encantada de volver a verte, Ethan. Tal vez volvamos a vernos en otra ocasión.

«Cuando el puerto de Swanhaven se congele».

Él sonrió, señalando el camino del acantilado.

–Si vas a casa, te acompaño. Me gustaría saludar a Rosa. Estoy muerto de hambre y, con un poco de suerte, ella me dará algo de comer. ¿Te importa?

Estaba señalando su antigua casa, la casa que estaba en venta, la casa que ella iba a comprar.

No lo sabía. Ethan no sabía que habían perdido la casa cuando su padre abandonó a la familia, pero Mari no iba a contarle toda la historia. Si se quedaba por allí alguien se lo contaría tarde o temprano. Preferiblemente cuando ella hubiese vuelto a California.

«Ay, Ethan. Han cambiado tantas cosas desde la última vez que nos vimos».

–Rosa vive en el pueblo ahora y he oído que en el café del puerto sirven unos aperitivos estupendos.

Ethan torció el gesto, sorprendido.

–¿Habéis vendido la casa? Pensé que a tu madre le encantaba.

Mari tragó saliva.

«Díselo de una vez».

Pero cuando miró a Ethan, tan alto, tan orgulloso y tan lleno de vida, solo se le ocurrió pensar que Kit debería estar allí. Su encantador y aventurero hermano, siempre dispuesto a saltarse las reglas. Ella había vivido los primeros años de su vida a la sombra de Kit, pero daría cualquier cosa por verlo sonreír de nuevo. Por verlo vivo otra vez.

Pero en lugar de Kit, allí estaba Ethan Chandler, el mejor amigo de su hermano. El chico que llevaba el timón del barco la mañana que Kit cayó por la borda y se ahogó.

Y se le rompía el corazón. No, peor, rompía la capa de rabia contenida que llevaba años escondiendo.

–¿Es que no lo sabes? Perdimos la casa cuando mi padre enfermó y su empresa cerró, debiendo miles de libras. No hemos vivido allí desde el verano que tú te fuiste de Swanhaven. El verano que Kit murió, el verano que lo perdimos todo. Así que adiós, Ethan. Nos vemos otro día.

Mari le dio la espalda a aquel hombre tan guapo al que había idolatrado de adolescente y se alejó a grandes zancadas de vuelta a Swanhaven, al mundo que había creado para sí misma cuando todo a su alrededor se convertía en ruinas.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

–¿QUÉ tal esta? –preguntó Mari, señalando una fotografía en la pantalla del ordenador.

Rosa dejó la labor que estaba haciendo para mirar la foto de un hombre de unos sesenta años y bastante buena planta.

–¿Crees que la tía Alice aceptaría que contratásemos un acompañante para el baile de San Valentín?

–Seguro que sí.

–Pues a los setenta y nueve años, un hombre de sesenta y tantos le parecerá un playboy.

Mari le hizo un guiño.

–Puede que los socios del club náutico de Swanhaven pusieran mala cara.

–No lo creo. La fiesta de San Valentín solo tiene lugar una vez al año y la tía Alice dirige el club, de modo que debería dar ejemplo a los más jóvenes. Tenemos que ponernos guapas… vestidos, zapatos, bolsos, de todo –Rosa se frotaba las manos, encantada–. Nosotras también necesitaríamos un acompañante… a menos que tengas un esclavo sexual escondido en tu apartamento de California.

–Pues claro que lo tengo –bromeó Mari mientras apagaba el ordenador–. Pero últimamente he estado muy ocupada, como tú sabes.

–Trabajo, trabajo, viajes, viajes. Qué excusa más penosa. Ya sé que prefieres quedarte en California antes que volver a Swanhaven.

–Oye, ¿no he venido este año? No te quejes tanto –replicó Mari–. Aunque la verdad es que me sentí un poco culpable por dejarte sola después del funeral de mamá. Gracias otra vez por todo lo que hiciste.

–La tía Alice está intentando convencerme para que pase más tiempo con ella en el club, pero ya nada es lo mismo, ¿verdad?

Rosa apretó su mano antes de levantarse del sofá para acercarse a la ventana desde la que se veía la calle empedrada que llevaba al puerto.

Mari se levantó también y le pasó un brazo por los hombros.

–No, ya no es lo mismo.

Las dos se quedaron calladas un momento.

Al otro lado de la carretera había una fila de casas pintadas de blanco que iba desde la iglesia hasta el club náutico, que servía como centro de reunión para la gente del pueblo. Aquella era una casa temporal a la que se habían mudado con su madre cuando tuvieron que dejar el hogar familiar…

–¿Sabes que después de todos estos años sigo sintiendo que defraudé a mamá?

Rosa se volvió para mirarla.

–No te hagas eso a ti misma. Mamá estaba orgullosa de tu éxito.

–Pero se lo prometí. Le prometí que haría todo lo posible para recuperar la casa… y ahora que nuestra vieja casa por fin está en venta, ella ya no está aquí para disfrutarla.

–Pero hiciste todo lo posible –le recordó su hermana–. Ah, por cierto, hay una cosa que no te he contado y el suspense me está matando. No puedo guardármelo un minuto más.

–Por favor, no me hagas volver al puerto a buscar perros sin abrigo. Hace un frío horrible y estoy agotada.

–Protesta todo lo que quieras, pero estoy decidida a presumir de hermana. Eres una de las celebridades del pueblo, una de las pocas personas que ha tenido éxito cuando se marchó de aquí.

–¿Yo una celebridad? –Mari se agarró al respaldo del sofá fingiendo que se desmayaba–. Me dedico a solucionar problemas informáticos y a diseñar páginas Web. Eso no me convierte en una celebridad.

–Aquí lo eres.

–El cuartel general de mi empresa está en California y allí es donde están las auténticas celebridades.

–Porque hay un problema de valores –dijo su hermana–. Pero hay una cosa que tengo que contarte… Ethan Chandler ha vuelto al pueblo. Imagino que lo veremos en el club esta noche y quería que lo supieras. Ha sido una pesadilla guardar el secreto durante estos días, pero estaba segura de que te lo encontrarías en el pueblo… ¿por qué pones esa cara?

Mari tomó a su hermana por los hombros.

–Lo he visto esta tarde, en el muelle. Volvía a puerto en un barco más pequeño que tu bañera y me dio un susto de muerte.

–¿Lo has visto?

–¿Por que no me habías dicho que estaba en Swanhaven?

–Porque sé que te pone nerviosa. Y cuando Kit murió fuiste muy dura con él, Mari. Pero se ha hecho famoso… espera, he guardado un artículo para ti –Rosa buscó en un cesto lleno de viejos periódicos y cartas sin abrir hasta que por fin encontró una revista–. Mira, aquí está.

Era el suplemento de un periódico de tirada nacional con una preciosa fotografía de un yate. Y frente al timón, un imponente hombre de anchos hombros, bronceado, guapísimo.

Ethan.

Llevaba una camiseta blanca con el logo de un famoso diseñador, pantalón corto azul marino y gorra. Sus bronceadas y fuertes piernas abiertas para mantener el equilibrio, los ojos azules concentrados en el mar delante de él, alerta e inteligente, los brazos estirados sobre el timón. Mari miró su mano izquierda para ver si llevaba alianza, pero estaba tapada por el artículo, en el que lo ensalzaban por su trabajo en una fundación para adolescentes con problemas.

–¿A que está guapísimo? –exclamó Rosa, con expresión soñadora.

Mari tuvo que contenerse para no arrebatarle la revista a su hermana.

–Has olvidado lo arrogante que era y cuánto me tomaba el pelo por ser tan estudiosa. Sí, le causé una gran impresión… además, no vivía aquí, solo venía de vacaciones con sus padres.

–Su madre nació en el pueblo de al lado –dijo Rosa–. Además, sus padres se han hecho una casa aquí y la buena noticia es que Ethan ha vuelto al pueblo para ponerla a punto antes de que lleguen.

–Ya –murmuró Mari, enarcando una ceja.

–Yo creo que sería un detalle que alguien lo invitase al baile de San Valentín para darle la bienvenida a Swanhaven. Lo haría yo misma, pero como vosotros teníais una relación tan especial… ¿dónde vas?

Mari se puso una bufanda al cuello antes de responder:

–Al puerto, a aclarar mi cabeza. Creo que estoy empezando a alucinar.

–¿Por qué?

–Me ha parecido que sugerías que invitase a Ethan Chandler al baile de San Valentín. Lo cual es completamente ridículo, por supuesto. Además, no teníamos una relación especial, ¿de acuerdo? Y no quiero hablar más de eso.

Rosa sonrió.

–Eso fue hace mucho tiempo, Mari.

–Lo sé, pero no me gusta que Ethan Chandler gane siempre, por mucho riesgo que haya o por muchos obstáculos que se pongan en su camino.

–Siempre te ha puesto nerviosa, pero hay quien piensa que un hombre así es un regalo para las mujeres.

–Ethan no me pone nerviosa –protestó Mari–. Yo tengo poderes especiales que me hacen inmune a los hombres guapos. Mis problemas son otros, por ejemplo los sesenta y cinco e-mails que han llegado esta tarde y a los que aún no he contestado. Todos son urgentes, así que olvídate de Ethan y empieza a organizar la cita de la tía Alice, ¿eh?

Rosa hizo una mueca.

–Una cosa más. No sé por qué, pero le prometí a Ethan que lo ayudaría a decorar la casa de sus padres si él aceptaba participar en la primera regata del verano. ¿Quieres un chocolate caliente?

Mari la agarró por la cintura cuando se dirigía a la cocina.

–No, de eso nada, siéntate.

Rosa se dejó caer sobre el sofá, poniendo cara de víctima.

–Me pareció buena idea. Estaba en el pueblo comprando materiales y empezamos a hablar… Ethan será un buen carpintero, pero no sabe mezclar colores. Así que me dio pena y decidí intercambiar una semana de trabajo por dos días de su tiempo en el mes de julio. Sus padres estarán aquí en verano y no le importa salir en televisión para promocionar la regata de Swanhaven. La publicidad será estupenda, Mari. Necesitamos celebridades como Ethan más que nunca.

Mari se sentó en el brazo del sofá, atónita.

–¿Ahora eres diseñadora de interiores? Bueno, este día está lleno de sorpresas…

El timbre de la puerta sonó en ese momento.

–¿Quién puede ser a esta hora y con tan mal tiempo?

–Si es uno de tus novios, puedo desaparecer…

Riendo, Rosa se levantó para abrir la puerta. Y al otro lado estaba Ethan Chandler, con una sonrisa en los labios.

Sus anchos hombros parecían ocupar todo el dintel y Mari tuvo que contenerse para no dar un paso atrás. Aquel hombre la abrumaba de todas las maneras posibles.

Y que Rosa estuviera detrás de él, asintiendo locamente con la cabeza, no ayudaba nada. Pero tenía que ser amable y podía serlo.

–Hola, Ethan, me alegro de volver a verte. ¿Querías algo?

–Primero, quería comprobar que habías llegado a casa sana y salva. Segundo, está nevando, pero voy al club. Tercero, he venido a advertirte que podrían acosaros los de la televisión local. Pero como sois mis dos chicas favoritas, estoy dispuesto a hacer de escolta personal… –Ethan levantó la cabeza, olfateando el aire–. ¿Y qué es ese olor tan delicioso? ¿Bollos de mora o canela?

–Las dos cosas –respondió Rosa–. Y tengo que ir al club, así que me vendría muy bien que me llevaras.

–Encantado.

–Voy a buscar mi abrigo, bajo en cinco minutos… tal vez diez –Rosa se dirigió a la escalera, dejándola sola con Ethan.

Los dos se quedaron en silencio, roto solo por el crepitar de los leños en la chimenea y el tictac del reloj.

–Tenemos que encontrar la forma de solucionar esta situación –dijo él, unos segundos después.

–¿Qué situación?

–Mis padres van a vivir en Swanhaven una parte del año y probablemente yo vendré a visitarlos a menudo. ¿No podemos dejar atrás el pasado o al menos llegar a una tregua? Agradecería cualquier idea.

–¿Una tregua? –Mari sacudió la cabeza–. Solo se llega a una tregua cuando ha habido un conflicto. Pero me gustaría hacerte un par de preguntas.

–Dime.

Ethan la miraba con total concentración, como si fuera la persona más importante del mundo para él en ese momento.

–¿Por qué ha venido la cadena local de televisión para hablar con los vecinos de Swanhaven? ¿Y por qué vienen tus padres en invierno en lugar de quedarse en Florida? No quiero que ni mi hermana ni esta comunidad tomen parte en una campaña de publicidad de la que no sabemos nada. Por favor, dime la verdad.

Él metió las manos en los bolsillos del pantalón.

–Muy bien, de acuerdo. No hay ninguna campaña de publicidad, pero acabo de saber que la televisión local viene hacia Swanhaven y están buscando una entrevista exclusiva. Yo no los he invitado, te lo prometo, puedes culpar a la empresa de Relaciones Públicas.

–¿Qué empresa de Relaciones Públicas? ¿Desde cuándo necesitas una empresa de Relaciones Públicas?