Dante Alighieri

La Divina Comedia

(Edición completa)

Título original: Divina Commedia (1555)


e-artnow, 2013
ISBN 978-80-7484-248-1

Cubierta: William-Adolphe Bouguereau; Dante and Virgil in Hell, „They smote each other not alone with hands,/But with the head and with the breast and feet,/Tearing each other piecemeal with their teeth“, 1850.

INFIERNO


CANTO I


A mitad del camino de la vida, 1

en una selva oscura me encontraba 2

porque mi ruta había extraviado. 3


¡Cuán dura cosa es decir cuál era esta salvaje selva, áspera y fuerte que me vuelve el temor al pensamiento! 6


Es tan amarga casi cual la muerte; mas por tratar del bien que allí encontré, de otras cosas diré que me ocurrieron. 9


Yo no sé repetir cómo entré en ella pues tan dormido me hallaba en el punto que abandoné la senda verdadera. 12


Mas cuando hube llegado al pie de un monte, 13

allí donde aquel valle terminaba que el corazón habíame aterrado, 15


hacia lo alto miré, y vi que su cima ya vestían los rayos del planeta que lleva recto por cualquier camino. 18


Entonces se calmó aquel miedo un poco, que en el lago del alma había entrado la noche que pasé con tanta angustia. 21


Y como quien con aliento anhelante, ya salido del piélago a la orilla, se vuelve y mira al agua peligrosa, 24


tal mi ánimo, huyendo todavía,

se volvió por mirar de nuevo el sitio que a los que viven traspasar no deja. 27


Repuesto un poco el cuerpo fatigado, seguí el camino por la yerma loma, siempre afirmando el pie de más abajo. 30


Y vi, casi al principio de la cuesta, una onza ligera y muy veloz, 32

que de una piel con pintas se cubría; 33


y de delante no se me apartaba,

mas de tal modo me cortaba el paso, que muchas veces quise dar la vuelta. 36


Entonces comenzaba un nuevo día, y el sol se alzaba al par que las estrellas que junto a él el gran amor divino 39


sus bellezas movió por vez primera; 40

así es que no auguraba nada malo de aquella fiera de la piel manchada 42


la hora del día y la dulce estación; mas no tal que terror no produjese la imagen de un león que luego vi. 45


Me pareció que contra mí venía,

con la cabeza erguida y hambre fiera, y hasta temerle parecia el aire. 48


Y una loba que todo el apetito 49

parecía cargar en su flaqueza,

que ha hecho vivir a muchos en desgracia. 51


Tantos pesares ésta me produjo,

con el pavor que verla me causaba que perdí la esperanza de la cumbre. 54


Y como aquel que alegre se hace rico y llega luego un tiempo en que se arruina, y en todo pensamiento sufre y llora: 57


tal la bestia me hacía sin dar tregua, pues, viniendo hacia mí muy lentamente, me empujaba hacia allí donde el sol calla. 60

Mientras que yo bajaba por la cuesta, se me mostró delante de los ojos alguien que, en su silencio, creí mudo. 63


Cuando vi a aquel en ese gran desierto «Apiádate de mi yo le grité , seas quien seas, sombra a hombre vivo.» 66


Me dijo: «Hombre no soy, mas hombre fui, y a mis padres dio cuna Lombardía pues Mantua fue la patria de los dos. 69


Nací sub julio César, aunque tarde, 70

y viví en Roma bajo el buen Augusto: tiempos de falsos dioses mentirosos. 72


Poeta fui, y canté de aquel justo 73

hijo de Anquises que vino de Troya, cuando Ilión la soberbia fue abrasada. 75


¿Por qué retornas a tan grande pena, y no subes al monte deleitoso que es principio y razón de toda dicha?» 78


« ¿Eres Virgilio, pues, y aquella fuente de quien mana tal río de elocuencia?

respondí yo con frente avergonzada . 81


Oh luz y honor de todos los poetas, válgame el gran amor y el gran trabajo que me han hecho estudiar tu gran volumen. 84


Eres tú mi modelo y mi maestro;

el único eres tú de quien tomé

el bello estilo que me ha dado honra. 87


Mira la bestia por la cual me he vuelto: sabio famoso, de ella ponme a salvo, pues hace que me tiemblen pulso y venas.» 90


«Es menester que sigas otra ruta me repuso después que vio mi llanto , si quieres irte del lugar salvaje; 93


pues esta bestia, que gritar te hace, no deja a nadie andar por su camino, mas tanto se lo impide que los mata; 96


y es su instinto tan cruel y tan malvado, que nunca sacia su ansia codiciosa y después de comer más hambre aún tiene. 99


Con muchos animales se amanceba, y serán muchos más hasta que venga 101

el Lebrel que la hará morir con duelo. 102


Éste no comerá tierra ni peltre, sino virtud, amor, sabiduría, y su cuna estará entre Fieltro y Fieltro. 105


Ha de salvar a aquella humilde Italia por quien murió Camila, la doncella, Turno, Euríalo y Niso con heridas. 108


Éste la arrojará de pueblo en pueblo, hasta que dé con ella en el abismo, del que la hizo salir el Envidioso. 111


Por lo que, por tu bien, pienso y decido que vengas tras de mí, y seré tu guía, y he de llevarte por lugar eterno, 114


donde oirás el aullar desesperado, verás, dolientes, las antiguas sombras, gritando todas la segunda muerte; 117


y podrás ver a aquellas que contenta el fuego, pues confían en llegar a bienaventuras cualquier día; 120


y si ascender deseas junto a éstas, más digna que la mía allí hay un alma: te dejaré con ella cuando marche; 123


que aquel Emperador que arriba reina, puesto que yo a sus leyes fui rebelde, no quiere que por mí a su reino subas. 126


En toda parte impera y allí rige; allí está su ciudad y su alto trono.

iCuán feliz es quien él allí destina!» 129


Yo contesté: «Poeta, te requiero por aquel Dios que tú no conociste, para huir de éste o de otro mal más grande, 132


que me lleves allí donde me has dicho, y pueda ver la puerta de San Pedro y aquellos infelices de que me hablas.» 135

Entonces se echó a andar, y yo tras él.

CANTO II


El día se marchaba, el aire oscuro a los seres que habitan en la tierra quitaba sus fatigas; y yo sólo 3


me disponía a sostener la guerra, contra el camino y contra el sufrimiento que sin errar evocará mi mente. 6


¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme!

¡Memoria que escribiste lo que vi, aquí se advertirá tu gran nobleza! 9


Yo comencé: «Poeta que me guías, mira si mi virtud es suficiente antes de comenzar tan ardua empresa. 12

 

Tú nos contaste que el padre de Silvio, 13

sin estar aún corrupto, al inmortal reino llegó, y lo hizo en cuerpo y alma. 15


Pero si el adversario del pecado le hizo el favor, pensando el gran efecto que de aquello saldría, el qué y el cuál, 18


no le parece indigno al hombre sabio; pues fue de la alma Roma y de su imperio escogido por padre en el Empíreo. 21


La cual y el cual, a decir la verdad, como el lugar sagrado fue elegida, que habita el sucesor del mayor Pedro. 24


En el viaje por el cual le alabas escuchó cosas que fueron motivo de su triunfo y del manto de los papas. 27


Alli fue luego el Vaso de Elección, 28

para llevar conforto a aquella fe que de la salvación es el principio. 30


Mas yo, ¿por qué he de ir? ¿quién me lo otorga?

Yo no soy Pablo ni tampoco Eneas: y ni yo ni los otros me creen digno. 33


Pues temo, si me entrego a ese viaje, que ese camino sea una locura; eres sabio; ya entiendes lo que callo.» 36


Y cual quien ya no quiere lo que quiso cambiando el parecer por otro nuevo, y deja a un lado aquello que ha empezado, 39


así hice yo en aquella cuesta oscura: porque, al pensarlo, abandoné la empresa que tan aprisa había comenzado. 42

 

«Si he comprendido bien lo que me has dicho respondió del magnánimo la sombra la cobardía te ha atacado el alma; 45


la cual estorba al hombre muchas veces, y de empresas honradas le desvía, cual reses que ven cosas en la sombra. 48


A fin de que te libres de este miedo, te diré por qué vine y qué entendí desde el punto en que lástima te tuve. 51

 

Me hallaba entre las almas suspendidas 52

y me llamó una dama santa y bella, 53

de forma que a sus órdenes me puse. 54


Brillaban sus pupilas más que estrellas; y a hablarme comenzó, clara y suave, angélica voz, en este modo: 57


“Alma cortés de Mantua, de la cual aún en el mundo dura la memoria, y ha de durar a lo largo del tiempo: 60


mi amigo, pero no de la ventura, tal obstáculo encuentra en su camino por la montaña, que asustado vuelve: 63


y temo que se encuentre tan perdido que tarde me haya dispuesto al socorro, según lo que escuché de él en el cielo. 66


Ve pues, y con palabras elocuentes, y cuanto en su remedio necesite, ayúdale, y consuélame con ello. 69


Yo, Beatriz, soy quien te hace caminar; 70

vengo del sitio al que volver deseo; amor me mueve, amor me lleva a hablarte. 72


Cuando vuelva a presencia de mi Dueño 73

le hablaré bien de ti frecuentemente.”

Entonces se calló y yo le repuse: 75


“Oh dama de virtud por quien supera tan sólo el hombre cuanto se contiene con bajo el cielo de esfera más pequeña, 78


de tal modo me agrada lo que mandas, que obedecer, si fuera ya, es ya tarde; no tienes más que abrirme tu deseo. 81


Mas dime la razón que no te impide descender aquí abajo y a este centro, desde el lugar al que volver ansías.” 84


“ Lo que quieres saber tan por entero, te diré brevemente me repuso por qué razón no temo haber bajado. 87


Temer se debe sólo a aquellas cosas que pueden causar algún tipo de daño; mas a las otras no, pues mal no hacen. 90


Dios con su gracia me ha hecho de tal modo que la miseria vuestra no me toca, ni llama de este incendio me consume. 93


Una dama gentil hay en el cielo 94

que compadece a aquel a quien te envío, mitigando allí arriba el duro juicio. 96

 

Ésta llamó a Lucía a su presencia; 97

y dijo: «necesita tu devoto

ahora de ti, y yo a ti te lo encomiendo». 99


Lucía, que aborrece el sufrimiento, se alzó y vino hasta el sitio en que yo estaba, 101

sentada al par de la antigua Raquel. 102


Dijo: “Beatriz, de Dios vera alabanza, cómo no ayudas a quien te amó tanto, y por ti se apartó de los vulgares? 105


¿Es que no escuchas su llanto doliente?

¿no ves la muerte que ahora le amenaza en el torrente al que el mar no supera?” 108


No hubo en el mundo nadie tan ligero, buscando el bien o huyendo del peligro, como yo al escuchar esas palabras. 111


“Acá bajé desde mi dulce escaño, confiando en tu discurso virtuoso que te honra a ti y aquellos que lo oyeron.” 114


Después de que dijera estas palabras volvió llorando los lucientes ojos, haciéndome venir aún más aprisa; 117


y vine a ti como ella lo quería; te aparté de delante de la fiera, que alcanzar te impedía el monte bello. 120


¿Qué pasa pues?, ¿por qué, por qué vacilas?

¿por qué tal cobardía hay en tu pecho?

¿por qué no tienes audacia ni arrojo? 123


Si en la corte del cielo te apadrinan tres mujeres tan bienaventuradas, y mis palabras tanto bien prometen.» 126


Cual florecillas, que el nocturno hielo abate y cierra, luego se levantan, y se abren cuando el sol las ilumina, 129


así hice yo con mi valor cansado; y tanto se encendió mi corazón, que comencé como alguien valeroso: 132


«!Ah, cuán piadosa aquella que me ayuda!

y tú, cortés, que pronto obedeciste a quien dijo palabras verdaderas. 135


El corazón me has puesto tan ansioso de echar a andar con eso que me has dicho que he vuelto ya al propósito primero. 138


Vamos, que mi deseo es como el tuyo.

Sé mi guía, mi jefe, y mi maestro.»

Asi le dije, y luego que echó a andar, 141

entré por el camino arduo y silvestre.


CANTO III


POR MÍ SE VA HASTA LA CIUDAD DOLIENTE, POR MÍ SE VA AL ETERNO SUFRIMIENTO, POR MÍ SE VA A LA GENTE CONDENADA. 3

 

LA JUSTICIA MOVIÓ A MI ALTO ARQUITECTO.

HÍZOME LA DIVINA POTESTAD,

EL SABER SUMO Y EL AMOR PRIMERO. 6


ANTES DE MÍ NO FUE COSA CREADA

SINO LO ETERNO Y DURO ETERNAMENTE.

DEJAD, LOS QUE AQUÍ ENTRÁIS, TODA ESPERANZA. 9


Estas palabras de color oscuro

vi escritas en lo alto de una puerta; y yo: «Maestro, es grave su sentido.» 12


Y, cual persona cauta, él me repuso: «Debes aquí dejar todo recelo; debes dar muerte aquí a tu cobardía. 15


Hemos llegado al sitio que te he dicho en que verás las gentes doloridas, que perdieron el bien del intelecto.» 18


Luego tomó mi mano con la suya

con gesto alegre, que me confortó, y en las cosas secretas me introdujo. 21


Allí suspiros, llantos y altos ayes resonaban al aiire sin estrellas, y yo me eché a llorar al escucharlo. 24


Diversas lenguas, hórridas blasfemias, palabras de dolor, acentos de ira, roncos gritos al son de manotazos, 27


un tumulto formaban, el cual gira siempre en el aiire eternamente oscuro, como arena al soplar el torbellino. 30


Con el terror ciñendo mi cabeza

dije: «Maestro, qué es lo que yo escucho, y quién son éstos que el dolor abate?» 33


Y él me repuso: «Esta mísera suerte tienen las tristes almas de esas gentes que vivieron sin gloria y sin infamia. 36


Están mezcladas con el coro infame de ángeles que no se rebelaron, no por lealtad a Dios, sino a ellos mismos. 39


Los echa el cielo, porque menos bello no sea, y el infierno los rechaza, pues podrían dar gloria a los caídos.» 42


Y yo: «Maestro, ¿qué les pesa tanto y provoca lamentos tan amargos?»

Respondió: «Brevemente he de decirlo. 45


No tienen éstos de muerte esperanza, y su vida obcecada es tan rastrera, que envidiosos están de cualquier suerte. 48


Ya no tiene memoria el mundo de ellos, compasión y justicia les desdeña; de ellos no hablemos, sino mira y pasa.» 51


Y entonces pude ver un estandarte, que corría girando tan ligero, que parecía indigno de reposo. 54


Y venía detrás tan larga fila

de gente, que creído nunca hubiera que hubiese a tantos la muerte deshecho. 57


Y tras haber reconocido a alguno, vi y conocí la sombra del que hizo por cobardía aquella gran renuncia. 60


Al punto comprendí, y estuve cierto, que ésta era la secta de los reos a Dios y a sus contrarios displacientes. 63


Los desgraciados, que nunca vivieron, iban desnudos y azuzados siempre de moscones y avispas que allí había. 66


Éstos de sangre el rostro les bañaban, que, mezclada con llanto, repugnantes gusanos a sus pies la recogían. 69


Y luego que a mirar me puse a otros, vi gentes en la orilla de un gran río y yo dije: «Maestro, te suplico 72


que me digas quién son, y qué designio les hace tan ansiosos de cruzar como discierno entre la luz escasa.» 75


Y él repuso: «La cosa he de contarte cuando hayamos parado nuestros pasos en la triste ribera de Aqueronte.» 78


Con los ojos ya bajos de vergüenza, temiendo molestarle con preguntas dejé de hablar hasta llegar al río. 81


Y he aquí que viene en bote hacia nosotros un viejo cano de cabello antiguo, 83

gritando: «¡Ay de vosotras, almas pravas! 84


No esperéis nunca contemplar el cielo; vengo a llevaros hasta la otra orilla, a la eterna tiniebla, al hielo, al fuego. 87


Y tú que aquí te encuentras, alma viva, aparta de éstos otros ya difuntos.»

Pero viendo que yo no me marchaba, 90


dijo: «Por otra via y otros puertos a la playa has de ir, no por aquí; más leve leño tendrá que llevarte». 93


Y el guía a él: «Caronte, no te irrites: así se quiere allí donde se puede lo que se quiere, y más no me preguntes.» 96


Las peludas mejillas del barquero del lívido pantano, cuyos ojos rodeaban las llamas, se calmaron. 99


Mas las almas desnudas y contritas, cambiaron el color y rechinaban, cuando escucharon las palabras crudas. 102


Blasfemaban de Dios y de sus padres, del hombre, el sitio, el tiempo y la simiente que los sembrara, y de su nacimiento. 105


Luego se recogieron todas juntas, llorando fuerte en la orilla malvada que aguarda a todos los que a Dios no temen. 108


Carón, demonio, con ojos de fuego, llamándolos a todos recogía; da con el remo si alguno se atrasa. 111


Como en otoño se vuelan las hojas unas tras otras, hasta que la rama ve ya en la tierra todos sus despojos, 114


de este modo de Adán las malas siembras se arrojan de la orilla de una en una, a la señal, cual pájaro al reclamo. 117


Así se fueron por el agua oscura, y aún antes de que hubieran descendido ya un nuevo grupo se había formado. 120


«Hijo mío cortés dijo el maestro¬

los que en ira de Dios hallan la muerte llegan aquí de todos los países: 123


y están ansiosos de cruzar el río, pues la justicia santa les empuja, y así el temor se transforma en deseo. 126


Aquí no cruza nunca un alma justa, por lo cual si Carón de ti se enoja, comprenderás qué cosa significa.» 129


Y dicho esto, la región oscura

tembló con fuerza tal, que del espanto la frente de sudor aún se me baña. 132


La tierra lagrimosa lanzó un viento que hizo brillar un relámpago rojo y, venciéndome todos los sentidos, 135

me caí como el hombre que se duerme.


CANTO IV


Rompió el profundo sueño de mi mente un gran trueno, de modo que cual hombre que a la fuerza despierta, me repuse; 3


la vista recobrada volví en torno ya puesto en pie, mirando fijamente, pues quería saber en dónde estaba. 6


En verdad que me hallaba justo al borde del valle del abismo doloroso, que atronaba con ayes infinitos. 9


Oscuro y hondo era y nebuloso,

de modo que, aun mirando fijo al fondo, no distinguía allí cosa ninguna. 12


«Descendamos ahora al ciego mundo dijo el poeta todo amortecido :

yo iré primero y tú vendrás detrás.» 15


Y al darme cuenta yo de su color, dije: « ¿Cómo he de ir si tú te asustas, y tú a mis dudas sueles dar consuelo?» 18


Y me dijo: «La angustia de las gentes que están aquí en el rostro me ha pintado la lástima que tú piensas que es miedo. 21


Vamos, que larga ruta nos espera.»

Así me dijo, y así me hizo entrar al primer cerco que el abismo ciñe. 24


Allí, según lo que escuchar yo pude, llanto no había, mas suspiros sólo, que al aire eterno le hacían temblar. 27


Lo causaba la pena sin tormento

que sufría una grande muchedumbre de mujeres, de niños y de hombres. 30


El buen Maestro a mí: «¿No me preguntas qué espíritus son estos que estás viendo?

Quiero que sepas, antes de seguir, 33


que no pecaron: y aunque tengan méritos, no basta, pues están sin el bautismo, donde la fe en que crees principio tiene. 36


Al cristianismo fueron anteriores, y a Dios debidamente no adoraron: a éstos tales yo mismo pertenezco. 39


Por tal defecto, no por otra culpa, perdidos somos, y es nuestra condena vivir sin esperanza en el deseo.» 42


Sentí en el corazón una gran pena, puesto que gentes de mucho valor vi que en el limbo estaba suspendidos. 45


«Dime, maestro, dime, mi señor

yo comencé por querer estar cierto de aquella fe que vence la ignorancia : 48


¿salió alguno de aquí, que por sus méritos o los de otro, se hiciera luego santo?»

Y éste, que comprendió mi hablar cubierto, 51


respondió: «Yo era nuevo en este estado, cuando vi aquí bajar a un poderoso, coronado con signos de victoria. 54


Sacó la sombra del padre primero, y las de Abel, su hijo, y de Noé, del legista Moisés, el obediente; 57


del patriarca Abraham, del rey David, a Israel con sus hijos y su padre, y con Raquel, por la que tanto hizo, 60


y de otros muchos; y les hizo santos; y debes de saber que antes de eso, ni un esptritu humano se salvaba.» 63


No dejamos de andar porque él hablase, mas aún por la selva caminábamos, la selva, digo, de almas apiñadas 66


No estábamos aún muy alejados

del sitio en que dormí, cuando vi un fuego, que al fúnebre hemisferio derrotaba. 69


Aún nos encontrábamos distantes, mas no tanto que en parte yo no viese cuán digna gente estaba en aquel sitio. 72


«Oh tú que honoras toda ciencia y arte, éstos ¿quién son, que tal grandeza tienen, que de todos los otros les separa?» 75


Y respondió: «Su honrosa nombradía, que allí en tu mundo sigue resonando gracia adquiere del cielo y recompensa.» 78


Entre tanto una voz pude escuchar: «Honremos al altísimo poeta;

vuelve su sombra, que marchado había.» 81


Cuando estuvo la voz quieta y callada, vi cuatro grandes sombras que venían: ni triste, ni feliz era su rostro. 84


El buen maestro comenzó a decirme: «Fíjate en ése con la espada en mano, que como el jefe va delante de ellos: 87


Es Homero, el mayor de los poetas; el satírico Horacio luego viene; tercero, Ovidio; y último, Lucano. 90


Y aunque a todos igual que a mí les cuadra el nombre que sonó en aquella voz, me hacen honor, y con esto hacen bien.» 93


Así reunida vi a la escuela bella de aquel señor del altísimo canto, que sobre el resto cual águila vuela. 96


Después de haber hablado un rato entre ellos, con gesto favorable me miraron: y mi maestro, en tanto, sonreía. 99


Y todavía aún más honor me hicieron porque me condujeron en su hilera, siendo yo el sexto entre tan grandes sabios. 102


Así anduvimos hasta aquella luz, hablando cosas que callar es bueno, tal como era el hablarlas allí mismo. 105


Al pie llegamos de un castillo noble, siete veces cercado de altos muros, guardado entorno por un bello arroyo. 108


Lo cruzamos igual que tierra firme; crucé por siete puertas con los sabios: hasta llegar a un prado fresco y verde. 111


Gente había con ojos graves, lentos, con gran autoridad en su semblante: hablaban poco, con voces suaves. 114


Nos apartamos a uno de los lados, en un claro lugar alto y abierto, tal que ver se podían todos ellos. 117


Erguido allí sobre el esmalte verde, las magnas sombras fuéronme mostradas, que de placer me colma haberlas visto. 120


A Electra vi con muchos compañeros, 121

y entre ellos conocí a Héctor y a Eneas, y armado a César, con ojos grifaños. 123


Vi a Pantasilea y a Camila, 124

y al rey Latino vi por la otra parte, que se sentaba con su hija Lavinia. 126


Vi a Bruto, aquel que destronó a Tarquino, 127

a Cornelia, a Lucrecia, a Julia, a Marcia; 128

y a Saladino vi, que estaba solo; 129


y al levantar un poco más la vista, vi al maestro de todos los que saben, 131

sentado en filosófica familia. 132


Todos le miran, todos le dan honra: y a Sócrates, que al lado de Platón, están más cerca de él que los restantes; 135


Demócrito, que el mundo pone en duda, Anaxágoras, Tales y Diógenes,

Empédocles, Heráclito y Zenón; 138


y al que las plantas observó con tino, 139

Dioscórides, digo; y via Orfeo,

Tulio, Livio y al moralista Séneca; 141


al geómetra Euclides, Tolomeo,

Hipócrates, Galeno y Avicena,

y a Averroes que hizo el «Comentario». 144


No puedo detallar de todos ellos, porque así me encadena el largo tema, que dicho y hecho no se corresponden. 147


El grupo de los seis se partió en dos: por otra senda me llevó mi guía, de la quietud al aire tembloroso 150

y llegué a un sitio en donde nada luce.


CANTO V


Así bajé del círculo primero

al segundo que menos lugar ciñe, 2

y tanto más dolor, que al llanto mueve. 3


Allí el horrible Minos rechinaba. 4

A la entrada examina los pecados; juzga y ordena según se relíe. 6



Digo que cuando un alma mal nacida llega delante, todo lo confiesa; y aquel conocedor de los pecados 9


ve el lugar del infierno que merece: tantas veces se ciñe con la cola, cuantos grados él quiere que sea echada. 12


Siempre delante de él se encuentran muchos; van esperando cada uno su juicio, hablan y escuchan, después las arrojan. 15


«Oh tú que vienes al doloso albergue me dijo Minos en cuanto me vio, dejando el acto de tan alto oficio ; 18


mira cómo entras y de quién te fías: no te engañe la anchura de la entrada.»

Y mi guta: «¿Por qué le gritas tanto? 21


No le entorpezcas su fatal camino; así se quiso allí donde se puede lo que se quiere, y más no me preguntes.» 24


Ahora comienzan las dolientes notas a hacérseme sentir; y llego entonces allí donde un gran llanto me golpea. 27


Llegué a un lugar de todas luces mudo, que mugía cual mar en la tormenta, si los vientos contrarios le combaten. 30


La borrasca infernal, que nunca cesa, en su rapiña lleva a los espíritus; volviendo y golpeando les acosa. 33


Cuando llegan delante de la ruina, allí los gritos, el llanto, el lamento; allí blasfeman del poder divino. 36


Comprendí que a tal clase de martirio los lujuriosos eran condenados, que la razón someten al deseo. 39


Y cual los estorninos forman de alas en invierno bandada larga y prieta, así aquel viento a los malos espiritus: 42


arriba, abajo, acá y allí les lleva; y ninguna esperanza les conforta, no de descanso, mas de menor pena. 45


Y cual las grullas cantando sus lays largas hileras hacen en el aire, así las vi venir lanzando ayes, 48


a las sombras llevadas por el viento.

Y yo dije: «Maestro, quién son esas gentes que el aire negro así castiga?» 51


«La primera de la que las noticias quieres saber me dijo aquel entonces¬-

fue emperatriz sobre muchos idiomas. 54


Se inclinó tanto al vicio de lujuria, que la lascivia licitó en sus leyes, para ocultar el asco al que era dada: 57


Semíramis es ella, de quien dicen 58

que sucediera a Nino y fue su esposa: mandó en la tierra que el sultán gobierna. 60


Se mató aquella otra, enamorada, 61

traicionando el recuerdo de Siqueo; la que sigue es Cleopatra lujuriosa. 63


A Elena ve, por la que tanta víctima 64

el tiempo se llevó, y ve al gran Aquiles 65

que por Amor al cabo combatiera; 66


ve a Paris, a Tristán.» Y a más de mil 67

sombras me señaló, y me nombró, a dedo, que Amor de nuestra vida les privara. 69


Y después de escuchar a mi maestro nombrar a antiguas damas y caudillos, les tuve pena, y casi me desmayo. 72


Yo comencé: «Poeta, muy gustoso 73

hablaría a esos dos que vienen juntos y parecen al viento tan ligeros.» 75


Y él a mí: «Los verás cuando ya estén más cerca de nosotros; si les ruegas en nombre de su amor, ellos vendrán.» 78


Tan pronto como el viento allí los trajo alcé la voz: «Oh almas afanadas, hablad, si no os lo impiden, con nosotros.» 81


Tal palomas llamadas del deseo,

al dulce nido con el ala alzada, van por el viento del querer llevadas, 84


ambos dejaron el grupo de Dido 85

y en el aire malsano se acercaron, tan fuerte fue mi grito afectuoso: 87


«Oh criatura graciosa y compasiva que nos visitas por el aire perso 89

a nosotras que el mundo ensangrentamos; 90


si el Rey del Mundo fuese nuestro amigo rogaríamos de él tu salvación, ya que te apiada nuestro mal perverso. 93


De lo que oír o lo que hablar os guste, nosotros oiremos y hablaremos mientras que el viento, como ahora, calle. 96


La tierra en que nací está situada en la Marina donde el Po desciende y con sus afluentes se reúne. 99


Amor, que al noble corazón se agarra, a éste prendió de la bella persona que me quitaron; aún me ofende el modo. 102


Amor, que a todo amado a amar le obliga, 103

prendió por éste en mí pasión tan fuerte 104

que, como ves, aún no me abandona. 105


El Amor nos condujo a morir juntos, y a aquel que nos mató Caína espera.» 107

Estas palabras ellos nos dijeron. 108


Cuando escuché a las almas doloridas bajé el rostro y tan bajo lo tenía, que el poeta me dijo al fin: «tQué piensas?» 111


Al responderle comencé: «Qué pena, cuánto dulce pensar, cuánto deseo, a éstos condujo a paso tan dañoso.» 114


Después me volví a ellos y les dije, y comencé: «Francesca, tus pesares llorar me hacen triste y compasivo; 117


dime, en la edad de los dulces suspiros ¿cómo o por qué el Amor os concedió que conocieses tan turbios deseos?» 120


Y repuso: «Ningún dolor más grande que el de acordarse del tiempo dichoso en la desgracia; y tu guía lo sabe. 123


Mas si saber la primera raíz

de nuestro amor deseas de tal modo, hablaré como aquel que llora y habla: 126


Leíamos un día por deleite,

cómo hería el amor a Lanzarote; 128

solos los dos y sin recelo alguno. 129


Muchas veces los ojos suspendieron la lectura, y el rostro emblanquecía, pero tan sólo nos venció un pasaje. 132


Al leer que la risa deseada 133

era besada por tan gran amante,

éste, que de mí nunca ha de apartarse, 135


la boca me besó, todo él temblando.

Galeotto fue el libro y quien lo hizo; no seguimos leyendo ya ese día.» 138


Y mientras un espiritu así hablaba, lloraba el otro, tal que de piedad desfallecí como si me muriese; 141

y caí como un cuerpo muerto cae.


CANTO VI


Cuando cobré el sentido que perdí antes por la piedad de los cuñados, que todo en la tristeza me sumieron, 3


nuevas condenas, nuevos condenados veía en cualquier sitio en que anduviera y me volviese y a donde mirase. 6


Era el tercer recinto, el de la lluvia eterna, maldecida, fría y densa: de regla y calidad no cambia nunca. 9


Grueso granizo, y agua sucia y nieve descienden por el aire tenebroso; hiede la tierra cuando esto recibe. 12


Cerbero, fiera monstruosa y cruel, 13

caninamente ladra con tres fauces sobre la gente que aquí es sumergida. 15


Rojos los ojos, la barba unta y negra, y ancho su vientre, y uñosas sus manos: clava a las almas, desgarra y desuella. 18


Los hace aullar la lluvia como a perros, de un lado hacen al otro su refugio, los míseros profanos se revuelven. 21


Al advertirnos Cerbero, el gusano, la boca abrió y nos mostró los colmillos, no había un miembro que tuviese quieto. 24


Extendiendo las palmas de las manos, cogió tierra mi guía y a puñadas la tiró dentro del bramante tubo. 27


Cual hace el perro que ladrando rabia, y mordiendo comida se apacigua,

que ya sólo se afana en devorarla, 30


de igual manera las bocas impuras del demonio Cerbero, que así atruena las almas, que quisieran verse sordas. 33


Íbamos sobre sombras que atería

la densa lluvia, poniendo las plantas en sus fantasmas que parecen cuerpos. 36


En el suelo yacían todas ellas,

salvo una que se alzó a sentarse al punto que pudo vernos pasar por delante. 39


«Oh tú que a estos infiernos te han traído me dijo reconóceme si puedes:

tú fuiste, antes que yo deshecho, hecho.» 42


«La angustia que tú sientes yo le dije¬-

tal vez te haya sacado de mi mente, y así creo que no te he visto nunca. 45


Dime quién eres pues que en tan penoso lugar te han puesto, y a tan grandes males, que si hay más grandes no serán tan tristes.» 48


Y él a mfí «Tu ciudad, que tan repleta de envidia está que ya rebosa el saco, en sí me tuvo en la vida serena. 51


Los ciudadanos Ciacco me llamasteis; 52

por la dañosa culpa de la gula,

como estás viendo, en la lluvia me arrastro. 54


Mas yo, alma triste, no me encuentro sola, que éstas se hallan en pena semejante por semejante culpa», y más no dijo. 57


Yo le repuse: «Ciacco, tu tormento tanto me pesa que a llorar me invita, pero dime, si sabes, qué han de hacerse 60


de la ciudad partida los vecinos, 61

si alguno es justo; y dime la razón por la que tanta guerra la ha asolado.» 63


Y él a mí: «Tras de largas disensiones 64

ha de haber sangre, y el bando salvaje echará al otro con grandes ofensas; 66


después será preciso que éste caiga y el otro ascienda, luego de tres soles, con la fuerza de Aquel que tanto alaban. 69


Alta tendrá largo tiempo la frente, teniendo al otro bajo grandes pesos, por más que de esto se avergüence y llore. 72


Hay dos justos, mas nadie les escucha; 73

son avaricia, soberbia y envidia las tres antorchas que arden en los pechos.» 75


Puso aquí fin al lagrimoso dicho.

Y yo le dije: «Aún quiero que me informes, y que me hagas merced de más palabras; 78


Farinatta y Tegghiaio, tan honrados, Jacobo Rusticucci, Arrigo y Mosca, y los otros que en bien obrar pensaron, 81


dime en qué sitio están y hazme saber, pues me aprieta el deseo, si el infierno los amarga, o el cielo los endulza.» 84


Y aquél: « Están entre las negras almas; culpas varias al fondo los arrojan; los podrás ver si sigues más abajo. 87


Pero cuando hayas vuelto al dulce mundo, te pido que a otras mentes me recuerdes; más no te digo y más no te respondo.» 90

 

Entonces desvió los ojos fijos,

me miró un poco, y agachó la cara; y a la par que los otros cayó ciego. 93


Y el guía dijo: «Ya no se levanta hasta que suene la angélica trompa, y venga la enemiga autoridad. 96


Cada cual volverá a su triste tumba, retomarán su carne y su apariencia, y oirán aquello que atruena por siempre.» 99


Así pasamos por la sucia mezcla

de sombras y de lluvia a paso lento, tratando sobre la vida futura. 102


Y yo dije: «Maestro, estos tormentos crecerán luego de la gran sentencia, serán menores o tan dolorosos?» 105


Y él contestó: «Recurre a lo que sabes: pues cuanto más perfecta es una cosa más siente el bien, y el dolor de igual modo, 108


Y por más que esta gente maldecida la verdadera perfección no encuentre, entonces, más que ahora, esperan serlo.» 111


En redondo seguimos nuestra ruta, hablando de otras cosas que no cuento; y al llegar a aquel sitio en que se baja 114

encontramos a Pluto: el enemigo. 115


CANTO VII


«¡Papé Satán, Papé Satán aleppe!» 1

dijo Pluto con voz enronquecida; y aquel sabio gentil que todo sabe, 3


me quiso confortar: «No te detenga el miedo, que por mucho que pudiese no impedirá que bajes esta roca.» 6


Luego volvióse a aquel hocico hinchado, y dijo: «Cállate maldito lobo, consúmete tú mismo con tu rabia. 9


No sin razón por el infierno vamos: se quiso en lo alto allá donde Miguel tomó venganza del soberbio estupro.» 12


Cual las velas hinchadas por el viento revueltas caen cuando se rompe el mástil, tal cayó a tierra la fiera cruel. 15


Así bajamos por la cuarta fosa,

entrando más en el doliente valle que traga todo el mal del universo. 18


¡Ah justicia de Dios!, ¿quién amontona nuevas penas y males cuales vi, y por qué nuestra culpa así nos triza? 21

 

Como la ola que sobre Caribdis, 22

se destroza con la otra que se encuentra, así viene a chocarse aquí la gente. 24


Vi aquí más gente que en las otras partes, y desde un lado al otro, con chillidos, haciendo rodar pesos con el pecho. 27


Entre ellos se golpean; y después cada uno volvíase hacia atrás,

gritando «¿Por qué agarras?, ¿por qué tiras?» 30


Así giraban por el foso tétrico

de cada lado a la parte contraria, siempre gritando el verso vergonzoso. 33


Al llegar luego todos se volvían para otra justa, a la mitad del círculo, y yo, que estaba casi conmovido, 36


dije: «Maestro, quiero que me expliques quienes son éstos, y si fueron clérigos todos los tonsurados de la izquierda.» 39


Y él a mí. «Fueron todos tan escasos de la razón en la vida primera, que ningún gasto hicieron con mesura. 42


Bastante claro ládranlo sus voces, al llegar a los dos puntos del círculo donde culpa contraria los separa. 45


Clérigos fueron los que en la cabeza no tienen pelo, papas, cardenales, que están bajo el poder de la avaricia.» 48


Y yo: «Maestro, entre tales sujetos debiera yo conocer bien a algunos, que inmundos fueron de tan grandes males.» 51


Y él repuso: «Es en vano lo que piensas: la vida torpe que los ha ensuciado, a cualquier conocer los hace oscuros. 54


Se han de chocar los dos eternamente; éstos han de surgir de sus sepulcros con el puño cerrado, y éstos, mondos; 57


mal dar y mal tener, el bello mundo les ha quitado y puesto en esta lucha: no empleo mas palabras en contarlo. 60


Hijo, ya puedes ver el corto aliento, de los bienes fiados a Fortuna, por los que así se enzarzan los humanos; 63


que todo el oro que hay bajo la luna, y existió ya, a ninguna de estas almas fatigadas podría dar reposo.» 66


«Maestro dije yo , dime ¿quién es esta Fortuna a la que te refieres que el bien del mundo tiene entre sus garras?» 69


Y él me repuso: «Oh locas criaturas, qué grande es la ignorancia que os ofende; 71

quiero que tú mis palabras incorpores. 72


Aquel cuyo saber trasciendo todo, los cielos hizo y les dio quien los mueve tal que unas partes a otras se ilulninan, 75


distribuyendo igualmente la luz; de igual modo en las glorias mundanales dispuso una ministra que cambiase 78


los bienes vanos cada cierto tiempo de gente en gente y de una a la otra sangre, aunque el seso del hombre no Lo entienda; 81


por Lo que imperan unos y otros caen, siguiendo los dictámenes de aquella que está oculta en la yerba tal serpiente. 84


Vuestro saber no puede conocerla; y en su reino provee, juzga y dispone cual las otras deidades en el suyo. 87


No tienen tregua nunca sus mudanzas, necesidad la obliga a ser ligera; y aún hay algunos que el triunfo consiguen. 90


Esta es aquella a la que ultrajan tanto, aquellos que debieran alabarla, y sin razón la vejan y maldicen. 93


Mas ella en su alegría nada escucha; feliz con las primeras criaturas mueve su esfera y alegre se goza. 96


Ahora bajemos a mayor castigo; 97

caen las estrellas que salían cuando eché a andar, y han prohibido entretenerse.» 99


Del círculo pasamos a otra orilla sobre una fuente que hierve y rebosa por un canal que en ella da comienzo. 102


Aquel agua era negra más que persa; y, siguiendo sus ondas tan oscuras, por extraño camino descendimos. 105


Hasta un pantano va, llamado Estigia, 106

este arroyuelo triste, cuando baja al pie de la maligna cuesta gris. 108


Y yo, que por mirar estaba atento, gente enfangada vi en aquel pantano toda desnuda, con airado rostro. 111


No sólo con las manos se pegaban, mas con los pies, el pecho y la cabeza, trozo a trozo arrancando con los dientes. 114


Y el buen maestro: «Hijo, mira ahora las almas de esos que venció la cólera, y también quiero que por cierto tengas 117


que bajo el agua hay gente que suspira, y al agua hacen hervir la superficie, como dice tu vista a donde mire. 120


Desde el limo exclamaban: «Triste hicimos el aire dulce que del sol se alegra, llevando dentro acidïoso humo: 123


tristes estamos en el negro cieno.»

Se atraviesa este himno en su gaznate, y enteras no les salen las palabras. 126


Así dimos la vuelta al sucio pozo, entre la escarpa seca y lo de enmedio; mirando a quien del fango se atraganta: 129

y al fin llegamos al pie de una torre.


CANTO VIII


Digo, para seguir, que mucho antes 1

de llegar hasta el pie de la alta torre, se encaminó a su cima nuestra vista, 3


porque vimos allí dos lucecitas, y otra que tan de lejos daba señas, que apenas nuestros ojos la veían. 6


Y yo le dije al mar de todo seso: «Esto ¿qué significa? y ¿qué responde el otro foco, y quién es quien lo hace?» 9


Y él respondió: «Por estas ondas sucias ya podrás divisar lo que se espera, si no lo oculta el humo del pantano.» 12


Cuerda no lanzó nunca una saeta

que tan ligera fuese por el aire, como yo vi una nave pequeñita 15


por el agua venir hacia nosotros, al gobierno de un solo galeote, gritando: «Al fin llegaste, alma alevosa.» 18


«Flegias, Flegias, en vano estás gritando 19

díjole mi señor en este punto ;

tan sólo nos tendrás cruzando el lodo.» 21


Cual es aquel que gran engaño escucha que le hayan hecho, y luego se contiene, así hizo Flegias consumido en ira. 24


Subió mi guía entonces a la barca, y luego me hizo entrar detrás de él; y sólo entonces pareció cargada. 27


Cuando estuvimos ambos en el leño, hendiendo se marchó la antigua proa el agua más que suele con los otros. 30


Mientras que el muerto cauce recorríamos uno, lleno de fango vino y dijo: «¿Quién eres tú que vienes a destiempo?» 33

.

Y le dije: « Si vengo, no me quedo; pero ¿quién eres tú que estás tan sucio?»

Dijo: «Ya ves que soy uno que llora.» 36


Yo le dije: «Con lutos y con llanto, puedes quedarte, espíritu maldito, pues aunque estés tan sucio te conozco.» 39


Entonces tendió al leño las dos manos; mas el maestro lo evitó prudente, diciendo: «Vete con los otros perros.» 42


Al cuello luego los brazos me echó, besóme el rostro y dijo: «!Oh desdeñoso, bendita la que estuvo de ti encinta! 45


Aquel fue un orgulloso para el mundo; y no hay bondad que su memoria honre: por ello está su sombra aquí furiosa. 48


Cuantos por reyes tiénense allá arriba, aquí estarán cual puercos en el cieno, dejando de ellos un desprecio horrible.»` 51


Y yo: «Maestro, mucho desearía

el verle zambullirse en este caldo, antes que de este lago nos marchemos.» 54


Y él me repuso: «Aún antes que la orilla de ti se deje ver, serás saciado: de tal deseo conviene que goces.» 57


Al poco vi la gran carnicería

que de él hacían las fangosas gentes; a Dios por ello alabo y doy las gracias. 60


«¡A por Felipe Argenti!», se gritaban, 61

y el florentino espiritu altanero contra sí mismo volvía los dientes. 63


Lo dejamos allí, y de él más no cuento.

Mas el oído golpeóme un llanto,

y miré atentamente hacia adelante. 66


Exclamó el buen maestro: «Ahora, hijo, se acerca la ciudad llamada Dite, 68

de graves habitantes y mesnadas.» 69


Y yo dije: «Maestro, sus mezquitas 70

en el valle distingo claramente, rojas cual si salido de una fragua 72


hubieran.» Y él me dijo: «El fuego eterno que dentro arde, rojas nos las muestra, como estás viendo en este bajo infierno.» 75


Así llegamos a los hondos fosos

que ciñen esa tierra sin consuelo; de hierro aquellos muros parecían. 78


No sin dar antes un rodeo grande, llegamos a una parte en que el barquero «Salid gritó con fuerza aquí es la entrada.» 81


Yo vi a más de un millar sobre la puerta de llovidos del cielo, que con rabia decían: «¿Quién es este que sin muerte 84


va por el reino de la gente muerta?»

Y mi sabio maestro hizo una seña de quererles hablar secretamente. 87


Contuvieron un poco el gran desprecio y dijeron: « Ven solo y que se marche quien tan osado entró por este reino; 90


que vuelva solo por la loca senda; pruebe, si sabe, pues que tú te quedas, que le enseñaste tan oscura zona.» 93


Piensa, lector, el miedo que me entró al escuchar palabras tan malditas, que pensé que ya nunca volvería. 96


«Guía querido, tú que más de siete veces me has confortado y hecho libre de los grandes peligros que he encontrado, 99


no me dejies le dije así perdido; y si seguir mas lejos nos impiden, juntos volvamos hacia atrás los pasos.» 102


Y aquel señor que allí me condujera «No temas dijo porque nuestro paso nadie puede parar: tal nos lo otorga. 105


Mas espérame aquí, y tu ánimo flaco conforta y alimenta de esperanza, que no te dejaré en el bajo mundo.» 108


Así se fue, y allí me abandonó

el dulce padre, y yo me quedé en duda pues en mi mente el no y el sí luchaban. 111


No pude oír qué fue lo que les dijo: mas no habló mucho tiempo con aquéllos, pues hacia adentro todos se marcharon. 114


Cerráronle las puertas los demonios en la cara a mi guía, y quedó afuera, y se vino hacia mí con pasos lentos. 117


Gacha la vista y privado su rostro de osadía ninguna, y suspiraba: « ¡Quién las dolientes casa me ha cerrado!» 120


Y él me dijo: «Tú, porque yo me irrite, no te asustes, pues venceré la prueba, por mucho que se empeñen en prohibirlo. 123


No es nada nueva esta insolencia suya, que ante menos secreta puerta usaron, que hasta el momento se halla sin cerrojos. 126


Sobre ella contemplaste el triste escrito: y ya baja el camino desde aquélla, pasando por los cercos sin escolta, 129

quien la ciudad al fin nos hará franca.


CANTO IX


El color que sacó a mi cara el miedo 1

cuando vi que mi guía se tornaba, lo quitó de la suya con presteza. 3


Atento se paró como escuchando,

pues no podía atravesar la vista el aire negro y la neblina densa. 6


«Deberemos vencer en esta lucha

comenzó él si no… Es la promesa.

¡Cuánto tarda en llegar quien esperamos.» 9


Y me di cuenta de que me ocultaba lo del principio con lo que siguió, pues palabras distintas fueron éstas; 12


pero no menos miedo me causaron, porque pensaba que su frase trunca tal vez peor sentido contuviese. 15


« ¿En este fondo de la triste hoya bajó algún otro, desde el purgatorio donde es pena la falta de esperanza?» 18


Esta pregunta le hice y: «Raramente él respondió sucede que otro alguno haga el camino por el que yo ando. 21


Verdad es que otra vez estuve aquí, por la cruel Eritone conjurado, 23

que a sus cuerpos las almas reclamaba. 24


De mí recién desnuda era mi sombrío, cuando ella me hizo entrar tras de aquel muro, a traer un alma del pozo de Judas. 27


Aquel es el más bajo, el más sombrío, y el lugar de los cielos más lejano; bien sé el camino, puedes ir sin miedo. 30


Este pantano que gran peste exhala en torno ciñe la ciudad doliente, donde entrar no podemos ya sin ira.» 33


Dijo algo más, pero no lo recuerdo, porque mi vista se había fijado en la alta torre de cima ardorosa, 36


donde al punto de pronto aparecieron tres sanguinosas furias infernales que cuerpo y porte de mujer tenían, 39


se ceñían con serpientes verdes; su pelo eran culebras y cerastas con que peinaban sus horribles sienes: 42


Y él que bien conocía a las esclavas de la reina del llanto sempiterno Las Feroces Erinias dijo mira: 45


Meguera es esa del izquierdo lado, esa que llora al derecho es Aleto; Tesfone está en medio.» Y más no dijo. 48


Con las uñas el pecho se rasgaban, y se azotaban, gritando tan alto, que me estreché al poeta, temeroso. 51


«Ah, que venga Medusa a hacerle piedra 52

las tres decían mientras me miraban¬-

malo fue el no vengarnos de Teseo.» 54


«Date la vuelta y cierra bien los ojos; si viniera Gorgona y la mirases nunca podrías regresar arriba.» 57


Asf dijo el Maestro, y en persona me volvió, sin fiarse de mis manos, que con las suyas aún no me tapase. 60


Vosotros que tenéis la mente sana, observad la doctrina que se esconde bajo el velo de versos enigmáticos. 63


Mas ya venía por las turbias olas el estruendo de un son de espanto lleno, por lo que retemblaron ambas márgenes; 66


hecho de forma semejante a un viento que, impetuoso a causa de contrarios ardores, hiere el bosque y, sin descanso, 69


las ramas troncha, abate y lejos lleva; delante polvoroso va soberbio, y hace escapar a fieras y a pastores. 72


Me destapó los ojos: «Lleva el nervio de la vista por esa espuma antigua, hacia allí donde el humo es más acerbo.» 75


Como las ranas ante la enemiga

bicha, en el agua se sumergen todas, hasta que todas se juntan en tierra, 78


más de un millar de almas destruidas vi que huían ante uno, que a su paso cruzaba Estigia con los pies enjutos. 81


Del rostro se apartaba el aire espeso de vez en cuando con la mano izquierda; y sólo esa molestia le cansaba. 84


Bien noté que del cielo era enviado, y me volví al maestro que hizo un signo de que estuviera quieto y me inclinase. 87


¡Cuán lleno de desdén me parecía!

Llegó a la puerta, y con una varita la abrió sin encontrar impedimento. 90


«¡Oh, arrojados del cielo, despreciados!

gritóles él desde el umbral horrible .

¿Cómo es que aún conserváis esta arrogancia? 93


¿Y por que os resistis a aquel deseo cuyo fin nunca pueda detenerse, y que más veces acreció el castigo? 96


¿De qué sirve al destino dar de coces?

Vuestro Cerbero, si bien recordáis, aún hocico y mentón lleva pelados.» 99


Luego tomó el camino cenagoso,

sin decirnos palabra, mas con cara de a quien otro cuidado apremia y muerde, 102


y no el de aquellos que tiene delante.

A la ciudad los pasos dirigimos, seguros ya tras sus palabras santas. 105