La colección Emaús ofrece libros de lectura

asequible para ayudar a vivir el camino cristiano en el momento actual.

Por eso lleva el nombre de aquella aldea hacia

la que se dirigían dos discípulos desesperanzados

cuando se encontraron con Jesús,

que se puso a caminar junto a ellos,

y les hizo entender y vivir

la novedad de su Evangelio.

Josep Castanyé

Martín Lutero, monje y reformador

Colección Emaús 143

Centre de Pastoral Litúrgica

Director de la colección Emaús: Josep Lligadas

Diseño de la cubierta: Mercè Solé

Fotografía de la cubierta: Cathopic

© Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA

Nàpols 346, 1 – 08025 Barcelona

Tel. (+34) 933 022 235

cpl@cpl.es – www.cpl.es

Edición digital: junio de 2017

ISBN: 978-84-9165-033-1

Printed in UE

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Presentación

El año 2017 es una fecha importante en la historia del mundo cristiano. Se cumple, precisamente, el quinientos aniversario de la Reforma protestante. Hace, por lo tanto, quinientos años que una serie de hechos, personajes y acontecimientos llevaron a la ruptura institucional y doctrinal en lo que entonces era el mundo católico occidental. La división tuvo lugar en ese momento, pero todavía continúa y las discrepancias en el seno del cristianismo no han sido superadas del todo. El ambiente ecuménico de los últimos cien años ha acercado muchas posturas antes fuertemente enfrentadas, y el nuevo clima entre las Iglesias ha permitido superar las condenas mutuas de otras épocas y ha acercado a los representantes de las diferentes confesiones. De esta manera se ha pasado de la condena al diálogo. Y el diálogo ha traído un mejor conocimiento mutuo y un acercamiento decidido hacia el otro. Este nuevo clima ha facilitado el hecho de saberse escuchar, exponer y discutir con sinceridad las diferencias y así incorporarlas, en la medida de lo posible, a la propia confesión. Actualmente se puede decir que, en el fondo del diálogo ecuménico, late el deseo de que los diferentes caminos, muchas veces muy paralelos, acerquen mutuamente hasta llegar al punto de encuentro total.

El quinientos aniversario de la Reforma protestante afecta pues a todos los cristianos. A los miembros de las Iglesias de procedencia luterana, les afecta de manera directa para rememorar aquellos hechos, personajes y fechas que determinaron su origen. Por tanto, con gozo y acción de gracias. Pero este aniversario afecta también a los católicos en la medida en que nos da la ocasión de conocer un poco mejor la novedad de la doctrina propagada por los reformadores. Será una conmemoración que permitirá a los católicos repasar con mejor conocimiento de causa los efectos y repercusiones que esos hechos tuvieron para una Reforma (Contrareforma) de la misma Iglesia católica. La reforma se esperaba desde hacía tiempo, tanto dentro como fuera de la institución eclesial, y ese anhelo había provocado muchas iniciativas, sin que ninguna de ellas llegara a buen puerto. La Reforma que inicialmente se impuso fue la del Protestantismo. Pero no fue una reforma general de la Iglesia y pronto se generó otra, que se le opuso directamente. De este enfrentamiento surgieron las guerras de religión y la división espiritual del mundo cristiano occidental. No fue hasta principios del siglo XX que desaparecieron progresivamente las tensiones y, gracias a los esfuerzos a nivel ecuménico, hoy en día podemos gozar de un clima de diálogo y buena relación que deja atrás el espíritu de épocas pasadas.

En el fondo de toda esta rebelión doctrinal y espiritual, encontramos al personaje sajón Martín Lutero. Con su obra teológica y su espíritu apasionado se opuso directamente contra las instituciones eclesiales que, según él, eran auténticos obstáculos para una reforma tan necesaria como profunda del estamento eclesial. Con gran valentía y decisión supo comunicar y extender con rapidez sus ideas y vivencias espirituales, consiguiendo reunir a su alrededor a un gran número de seguidores entusiastas y ganarse la benevolencia y protección de algunos príncipes. Y así, lo que inicialmente eran ideas y doctrinas de un monje y profesor de teología, se convirtió en la llama que transformó gran parte del cristianismo, primero entre los estados europeos y después a nivel mundial.

Aún es muy común pensar que Lutero es la causa principal de esta Reforma por las 95 tesis sobre las indulgencias que, la vigilia de Todos los Santos del año 1517, colgó en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Y, en realidad, estas tesis y su publicación fueron lo que llamó la atención de las autoridades eclesiásticas que detectaron una serie de afirmaciones de tono herético. Pero la doctrina que llevó realmente a la Reforma ya se había formulado desde antes, durante los años de monacato y profesorado que Lutero había pasado en el convento agustino y en la nueva universidad de Wittenberg. Después, durante el largo proceso cargado de disputas, amenazas y condenas en que la Iglesia católica romana le implicó, radicalizó sus posturas y convicciones básicas, pero sin llegar nunca a ofrecer una sistematización clara y completa de su pensamiento teológico.

El pensamiento de Lutero se construyó a partir de sus propias vivencias personales, ya sea a partir de adoptar una postura ante una nueva situación concreta, o como reacción a una disputa, como defensa de un ataque… Al margen de los comentarios académicos a textos bíblicos, fruto de sus clases, y de los «escritos de la reforma» del año 1520, su pensamiento se ha de buscar en sus sermones, en sus cartas, en sus libritos de edificación, o en las respuestas a los ataques y acusaciones de sus adversarios. Todo lo que surge de su pluma tiene siempre un tono muy personal, vivencial, de lenguaje cercano y claro, muy vivo y plástico, pero a menudo también exagerado, hiperbólico e incluso contradictorio.

Caracterizando su estilo, Lortz dice: «La característica constitución espiritual y anímica de Lutero y la transformación que hizo de sí mismo, el exaltado ímpetu de su voluntad y del afecto en el amor y en el odio, el sentimiento y la vivencia junto con una conciencia de sí mismo y la posterior conciencia de su misión, la complacencia en las paradojas junto a una falta de precisión conceptual teológica, la total entrega y vivencia en la preocupación que le abruma en cada momento o en la nueva idea que le libera y, finalmente, el maravilloso poder del lenguaje que en infinitas gradaciones va penetrando cada vez más clara y más insistentemente en los oídos y en el alma y a menudo se lleva con poder elemental al lector o al oyente: todo esto lleva necesariamente a Lutero, por un lado, a los exagerados superlativos, de los que su obra está llena a más no poder, e implican, por otra, importantes y profundas vacilaciones que llegan hasta contradicciones manifiestas».1

1 J. Lortz, Historia de la Reforma I, Madrid: Taurus 1963, pp. 165-166.

En las páginas siguientes será necesario, pues, reseguir los principales pasos de su vida y de su obra, poniendo especial énfasis en aquellas doctrinas que constituyen la base de su pensamiento. Muchos de estos pensamientos chocaron con la institución eclesial del momento y llevaron a la ruptura con la Iglesia romana.

I. Infancia y juventud

La familia de Lutero era originaria de Möhra, en la Sajonia Ernestina, pequeño pueblo del norte de Alemania formado por unas sesenta familias. Sus padres pertenecían al estrato social de los campesinos que con su pesado trabajo se ganaban medianamente bien la vida. En Möhra había nacido y vivió Hans Luther, padre de Lutero, hasta que se casó con Margarethe Lindemann y se fueron a vivir a Eisleben, ciudad de unos 2700 habitantes y donde el padre empezó a trabajar en las minas. De este matrimonio, el dia 10 de noviembre de 1483, nació su primer hijo al que pusieron el nombre de Martín. A este primogénito, le siguieron tres chicos y tres chicas más. Al año siguiente la familia se trasladó a Mansfeld, donde el padre aparece como trabajador de las minas. En general, los historiadores resaltan que Hans no solo era buen trabajador, sino también un buen administrador y ciudadano responsable, llegando a conseguir una buena participación en el negocio de la mina en que trabajaba y desarrollando cargos públicos en la comuna de Mansfeld.

La educación del joven Martín ha de inscribirse en los cánones normales de esa época, marcada por una pedagogía dura y tradicional en la cual la autoridad paterna dominaba sin tapujos la escena familiar. La escuela se encargaba de acompañar los primeros pasos evolutivos del niño con una disciplina de castigos y amenazas y con una instrucción de tipo memorístico y repetitivo. Llegado a la edad de catorce años, en 1497, Martín Lutero es enviado a la escuela superior de Magdeburg, donde pasa un año entero con los «hermanos de la vida común». En realidad se sabe muy poco de esta estancia de Lutero, pero mucho más tarde él mismo recordará con alegría y agradecimiento ese tiempo pasado en Magdeburg. Al año siguiente, 1498, Lutero se traslada a Eisenach a casa de unos familiares que le facilitan seguir con su formación en estudios humanísticos. Se trata de una ciudad con una fuerte huella clerical, de tal manera que más tarde puede hablar de esta ciudad como «nido de sacerdotes».

Pasados los tres años de estudios en Eisenach se traslada a la famosa y populosa ciudad de Erfurt (ca. 25.000 habitantes), donde inicia sus estudios universitarios y de la cual los historiadores afirman que, en tiempos de Lutero, se contaban noventa edificios religiosos. Estamos en el año 1501, cuando Lutero empieza sus estudios de artes (trivium y quadrivium) en una universidad que sigue el aristotelismo, se impone la «vía moderna», y donde va entrando progresivamente el nominalismo. Con su asidua y frecuente participación en las disputas académicas propias del ritmo de la universidad, Lutero adquiere una capacidad especial para la polémica y la disputa, de tal modo que pronto fue conocido con el despótico sobrenombre del «filósofo». Se conocen pocos detalles del paso de Lutero por la universidad de Erfurt, pero sí que consta que el día 7 de febrero de 1505 obtuvo el título de «maestro en Artes».