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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Aimee Carson. Todos los derechos reservados.

CÓMO ROMPER UN CORAZÓN, N.º 2203 - Enero 2013

Título original: Dare She Kiss & Tell?

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-2592-5

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

Hunter contempló en el monitor a la mujer que estaba a punto de salir a antena. Estaba en una sala contigua al plató del canal WTDU de televisión de Miami. Carly Wolfe sonrió al presentador y al público. Era más bella de lo que se había imaginado. Tenía una melena castaña que le caía por los hombros y unas piernas maravillosas que mantenía cruzadas de forma muy elegante a la vez que sexy. Llevaba un vestido de piel de leopardo bastante corto y atrevido y unos zapatos de aguja a juego. Un look muy indicado para aquel programa de medianoche y aún más para seducir y despertar la libido de todos los hombres que la contemplaban sin pestañear.

El presentador, Brian O’Connor, un hombre rubio, bastante atractivo, se recostó en su silla, tras la mesa de caoba, y fijó la mirada en el sofá de invitados en el que Carly Wolfe estaba sentada.

–He seguido con gran interés todos los comentarios que han ido saliendo en su blog y he disfrutado mucho con sus audaces e ingeniosos intentos para tratar de provocar una reacción en Hunter Philips, antes de publicar su historia en el Miami Insider. Pero, tal vez, un hombre como él, propietario de una empresa consultora de seguridad informática tan importante, no disponga de mucho tiempo para la prensa.

–Sí, es posible. Me dijeron que es un hombre muy ocupado –replicó ella con una cálida sonrisa.

–¿Cuántas veces ha intentado ponerse en contacto con él?

–He llamado a su secretaria seis veces –dijo ella, agarrándose la rodilla con las manos en un gesto lleno de coquetería–. Siete, si contamos la vez que llamé para contratar los servicios de seguridad de su empresa para mi red social.

Se escucharon algunas risas del público del plató. El presentador sonrió también levemente. Hunter, por el contrario, sin apartar la vista del monitor, esbozó un gesto de contrariedad. Carly Wolfe, con su espontaneidad y simpatía, había conseguido meterse al público en el bolsillo.

–No me atrevería a asegurarlo –dijo Brian O’Connor, haciendo gala del sarcasmo que le había hecho tan popular en la pequeña pantalla–, pero me imagino que la empresa de Hunter Philips tendrá asuntos más importantes que el de ocuparse de la seguridad de su humilde red social.

–Esa es la impresión que saqué de su secretaria –respondió ella con un guiño divertido.

Hunter miró a Carly: sus cautivadores ojos de color ámbar, su piel tersa de porcelana, su cuerpo tentador... Había aprendido a controlar sus impulsos y a no dejarse llevar por la atracción física de una mujer, pero viéndola ahora en el monitor, comprendía que sus sex-appeal y su sentido del humor componían una mezcla explosiva e irresistible.

Sintió deseos de marcharse pero permaneció inmóvil, sin poder apartar la vista del monitor.

Años atrás, se había sometido a un entrenamiento muy estricto para aprender a controlar sus emociones y dominar cualquier situación por peligrosa que fuera. ¿Pero estaba preparado para hacer frente al peligro que suponía una periodista tan atractiva como aquella mujer?

No pudo evitar seguir con atención el curso de la entrevista.

–Señorita Wolfe –dijo Brian O’Connor–, ¿podría resumir, para los pocos ciudadanos de Miami que no hayan leído aún su artículo, en qué consiste esa invención de Hunter Philips que ha suscitado esa enemistad entre ustedes?

–Se trata de una aplicación, pensada para rupturas de parejas, denominada «El Desintegrador».

Hubo una segunda oleada de carcajadas entre el público asistente. Solo Hunter permaneció impasible sin mover un músculo. Se acordó de Pete Booker, su socio en el negocio, que fue quien buscó aquel nombre tan original pero, tal vez, poco afortunado.

–Al que más y al que menos le han roto el corazón alguna vez. Ya sea por mensaje de texto o de voz, o incluso por correo electrónico. ¿Tengo razón o no? –dijo ella volviéndose hacia el público con una sonrisa de complicidad.

El público respondió entregado con una lluvia de aplausos, mientras Hunter torcía la boca en un gesto de frustración. Había diseñado esa aplicación en su tiempo libre para vencer el nerviosismo que sentía últimamente, no para crear un problema de imagen a su empresa. Era un programa que había desarrollado hacía ocho años en un momento de flaqueza. Nunca debería haber dado el visto bueno a su socio para que reelaborase y comercializase finalmente la idea.

–¿Sigue aún interesada en hablar con el señor Philips? –preguntó el presentador a Carly.

–Por supuesto. ¿Qué piensan ustedes? –replicó ella, volviéndose de nuevo al público–. ¿Debería dejar de perseguir al señor Philips o insistir hasta que me diga lo que tenga que decirme?

Por los vítores y muestras de apoyo y entusiasmo que se escucharon en el plató, Hunter no tuvo la menor duda de qué lado estaba el público. Estaba tenso, a punto de estallar. Años atrás, había tenido una experiencia análoga. Había sido acusado y juzgado por un delito que no había cometido, gracias a otra bella reportera en busca de una historia que contar a sus lectores. Pero ahora estaba dispuesto a usar cualquier medio a su alcance para no dejarse vencer.

–¿Señor Philips? –dijo uno de los ayudantes de realización del programa–. Entra en un minuto.

 

 

Mientras se emitía una cuña publicitaria, Carly trató de relajarse. Esperaba que Hunter Philips estuviera viendo el programa y se diera cuenta de que el público compartía su indignación por aquella aplicación tan indignante que había diseñado.

Ella misma no había sido ajena a esa experiencia tan humillante en más de una ocasión. Sintió la sangre hirviéndole en las venas al recordar el frío mensaje de Jeremy a través de El Desintegrador. Y cuando Thomas la dejó para salvar su carrera, ella se enteró a través de un artículo de prensa. Fue sin duda, toda una humillación. Pero aquello de El Desintegrador era algo diferente. Cruel y despiadado. Y lo que era aún peor, frívolo e irrespetuoso.

Por nada del mundo, iba a permitir que Hunter Philips siguiera en la sombra, enriqueciéndose a costa del dolor de la gente.

Tras la pausa publicitaria, el presentador volvió a aparecer muy sonriente.

–Afortunadamente, hemos tenido la suerte de recibir hoy mismo una llamada telefónica sorpresa. Señorita Wolfe, creo que está a punto de ver cumplidos sus deseos.

Carly se quedó de piedra. Tuvo un inquietante presentimiento. Comenzó a respirar de forma entrecortada mientras el presentador seguía hablando de forma distendida y desenfadada.

–Damas y caballeros, por favor, demos la bienvenida a nuestro programa al creador de El Desintegrador, el señor Hunter Philips.

Carly sintió una gran desazón. Era increíble. Después de haber estado semanas persiguiéndolo, él había demostrado ser más astuto que ella, presentándose allí por sorpresa cuando menos preparada estaba. Trató de recobrar la calma mientras aquel hombre entraba en el plató, acercándose a ella, entre los aplausos del público. Llevaba unos pantalones oscuros y una elegante camisa negra de manga larga bajo la que se adivinaba un torso duro y musculoso.

Tenía el pelo muy corto por los lados pero no tanto por arriba. Era alto y delgado y su cuerpo atlético y fibroso no parecía tener un solo gramo de grasa. Era una imagen realmente turbadora para cualquier mujer. Pero tenía también el aspecto de un depredador dispuesto a saltar sobre su presa en cualquier momento. Y ella tuvo la impresión de que iba a ser su objetivo.

Brian O’Connor se levantó para saludar a Philips. Los dos hombres se dieron la mano y luego Hunter Philips se sentó en el sofá de invitados junto a Carly.

–Muy bien. Así que, señor Philips... –comenzó diciendo el presentador.

–Hunter, por favor.

La voz de Hunter Philips era suave, pero tenía un tono metálico que disparó todas las alarmas internas de Carly. No iba a ser fácil de tratar, se dijo para sí. Después de todas las estratagemas que había urdido contra él, tendría que andarse con cuidado. Pero ya no podía volverse atrás.

–Hunter –repitió el presentador–, toda Miami ha estado siguiendo con mucha atención el blog de la señorita Wolfe, mientras ella trataba de conseguir la opinión de usted sobre el asunto. ¿Qué puede decirnos sobre ello?

Philips Hunter se giró ligeramente en el asiento para poder clavar su mirada en Carly Wolfe. Sus ojos azules eran tan fríos y cortantes como el hielo. Ella se sintió casi paralizada, como un cervatillo cegado en la noche por los faros de un automóvil.

–Lamento profundamente no haber podido aceptar su amable oferta de trabajo para la mejora de la seguridad de su red social. Parecía muy interesante –dijo él secamente–. Por desgracia, tampoco pude hacer uso de las entradas para la convención de Star Trek que tan gentilmente me envió como incentivo para que aceptase su oferta.

Se escuchó un murmullo de sonrisas por el plató. Algo ciertamente sorprendente, porque Hunter Philips distaba mucho de ser el estereotipo de persona capaz de arrancar las risas del público.

Carly sintió angustiada la inquietante mirada de Hunter clavada en ella.

«Ahora es tu oportunidad, Carly», se dijo para sí. «Mantente firme y no pierdas los nervios».

Trató de adoptar la sonrisa con la que acostumbraba a desarmar a los hombres, con la esperanza de que pudiera influir algo en aquel hombre inquietante y sombrío que tenía a su lado.

–Veo que la ciencia ficción no es lo suyo, ¿verdad?

–No. A decir verdad, prefiero las películas de misterio y suspense –respondió él.

–Estoy segura de ello. Lo tendré en cuenta para la próxima vez.

–No habrá una próxima vez –afirmó él con un tono mezcla de amenaza y sarcasmo.

–Es una lástima –respondió ella, sosteniendo su penetrante mirada–. Aunque, al final, todos mis intentos resultaron infructuosos, todo fue muy divertido.

El presentador se rio entre dientes.

–Me encantó esa historia de cuando trató de hacerle llegar una caja de dulces con un mensaje.

–Ni siquiera consiguió pasar el control de seguridad –dijo Carly con ironía.

Hunter arqueó una ceja y se dirigió a ella como si él fuera el presentador del programa.

–Pero lo mejor de todo fue cuando solicitó un puesto de trabajo en mi empresa.

A pesar de la rabia que sentía, Carly hizo un esfuerzo y trató de poner su mejor sonrisa.

–Esperaba conseguir, a través de una entrevista de trabajo, un contacto más personal con usted.

–¿Un contacto más personal, dice usted, señorita Wolfe? –intervino Brian O’Connor con ironía.

Hunter clavó deliberadamente la mirada en los labios de Carly y luego en sus ojos.

–No me cabe duda de que los encantos de la señorita Wolfe son más eficaces en persona.

Carly sintió el corazón latiéndole con fuerza. Aquel hombre no solo estaba poniéndola a prueba, estaba acusándola de flirtear descaradamente con él.

–Lo único cierto –exclamó ella, tratando de ocultar su indignación– es que mientras usted hace lo posible por escabullirse, yo trato, en cambio, de buscar el contacto directo con las personas.

–Sí –replicó Hunter con un tono a la vez acusador y sensual–. No hace falta que lo diga.

Carly apretó los labios. Si iba a ser acusada de usar sus encantos femeninos como herramienta de negociación, podría hacerle al menos una pequeña demostración. Se echó un poco hacia atrás y cruzó las piernas, de modo que la falda del vestido se le subió por encima de medio muslo.

–¿Y a usted? ¿No le gusta el contacto con la gente? –preguntó ella, en tono inocente.

Él bajó instintivamente la mirada hacia sus piernas. Fue solo una fracción de segundo, pero lo suficiente para darse cuenta del poder de sus encantos y de su intención de hacerle perder la cabeza. Sin embargo, conservó la serenidad.

–Eso depende de con quién esté. Me gustan las personas interesantes e inteligentes. Codificó el currículum que me envió a la oficina con mucha creatividad. Usó un sencillo cifrado por sustitución, muy fácil de descifrar, pero, aun así, consiguió que llegara directamente hasta mí.

–Como experto en protección de datos, pensé que apreciaría el esfuerzo.

–Y así fue –respondió él con una pequeña sonrisa pero sin bajar la guardia en ningún momento–. Mi silencio sobre el asunto debería haber sido, para usted, respuesta suficiente.

–Creo que un simple «sin comentarios» habría sido más elegante por su parte.

–Dudo de que se hubiera conformado con eso. Y ahora, dado que rechacé su oferta de entrevistarme, tengo que devolverle el anillo decodificador que me envió como regalo.

Mientras se oían murmullos de todo tipo entre el público asistente, Hunter metió la mano en el bolsillo del pantalón y, sin dejar de mirarla, sacó de él un pequeño objeto. Ella se quedó aturdida y desconcertada, mientras él extendía el brazo hacia ella con el anillo en la mano.

–Casi llegué a pensar que, con tal de perseguirme, se apuntaría también al gimnasio de boxeo al que voy a entrenarme.

A juzgar por su tono de voz, parecía casi decepcionado de que no lo hubiera hecho.

Ella pareció recobrar la seguridad en sí misma. Sonrió y alargó la mano.

–Si hubiera sabido que frecuentaba ese tipo de instalaciones deportivas, habría ido allí a verle.

Hunter depositó el anillo en la palma de su mano. Ella percibió la calidez de sus dedos en la piel y sintió como si una corriente eléctrica de un millón de voltios le recorriera todo el cuerpo.

–De eso, no me cabe ninguna duda –replicó él.

Carly tuvo la sensación de que aquel hombre estaba pendiente de todos sus gestos como si pretendiera registrarlos en alguna de sus bases de datos. Lo que no acertaba era a adivinar con qué propósito. Sintió un escalofrío solo de pensarlo.

Hunter siguió mirándola fijamente como esperando una respuesta, pero el presentador anunció entonces de manera providencial que iban a hacer una nueva pausa para la publicidad.

–¿Por qué me persigue, señorita Wolfe? –le preguntó él durante el descanso.

–Porque quiero que admita públicamente que su aplicación es una basura –dijo ella muy altiva.

–En tal caso, me temo que tendrá que esperar sentada.

Carly estuvo a punto de decirle algo fuerte pero, afortunadamente, el presentador anunció en ese momento el final de la pausa publicitaria.

–Señorita Wolfe, ahora que tiene al señor Hunter a su disposición, ¿qué le gustaría decirle?

«Que se vaya al infierno», fue la respuesta que acudió en seguida a su mente. Por desgracia, ese tipo de expresiones no estaba permitido en aquel programa de máxima audiencia.

–En nombre de todos los afectados, me gustaría darle las gracias por esa aplicación tan maravillosa que ha desarrollado y por los mensajes tan bonitos que envía, como por ejemplo ese de «Se acabó, nena». Enhorabuena, es usted todo un poeta. Debe de haberle llevado muchas horas componer esas frases tan sublimes.

–En realidad, solo me llevó unos pocos segundos. Se trataba de hacer mensajes cortos y directos.

–Oh, sí, y muy ingeniosos –replicó ella–. Pero lo que contribuye a hacer aún más divertida la experiencia es la avalancha masiva de correos electrónico que El Desintegrador es capaz de enviar, notificando a los amigos y seguidores de las redes sociales que una se ha quedado sola y sin compromiso. Todo un reclamo –añadió ella con una sonrisa.

–Me gusta la eficiencia –dijo Hunter–. Vivimos en un mundo muy dinámico.

–¿Sabe lo que más me gusta de su aplicación? –añadió ella, apoyando el brazo en el respaldo del sofá–. La extensa lista de canciones que se pueden elegir para acompañar al mensaje.

–Lo que no consigo entender –dijo Hunter, dirigiéndose al presentador–, es por qué la señorita Wolfe está utilizando su columna del Miami Insider para meterse conmigo. Creo con quien debería estar enojada sería con el hombre que le envió el mensaje... su exnovio.

–No llevábamos mucho tiempo juntos –replicó ella–. Nuestra relación no era nada serio.

–Ya, pero todo el mundo sabe que no hay odio mayor que el de una mujer despechada.

Ella comprendió que, sin saber cómo, se habían cambiado los papeles y que él era ahora el que la estaba atacando a ella. De manera sutil, eso sí.

El presentador parecía satisfecho del espectáculo que le estaba brindando a su audiencia.

–Esto no es la venganza de una mujer despechada –dijo Carly con una leve sonrisa.

–El amor y el odio son dos caras de la misma moneda –replicó Hunter.

–Yo nunca he estado enamorada, tal vez sea usted el que ha diseñado esa aplicación para divertirse despachando a sus amigas.

–No suelo guardar rencor cuando termino una relación –replicó Hunter.

–Créame. Si me hubiera sentido despechada por mi ex, me habría vengado de él, no de usted.

–La creo. Pero ¿se puede saber qué tengo yo que ver con sus problemas amorosos?

–No fue el hecho de que me dejara plantada lo que me molestó, sino el método que eligió para hacerlo: la famosa aplicación que usted inventó.

–Sí, yo la diseñé –dijo él tranquilamente.

Ella se sintió aún más indignada con esa respuesta. Era tan escueta y sincera que parecía echar por tierra toda la fuerza de su acusación. Y él lo sabía.

–Mi novio fue simplemente un cobarde. Pero usted –añadió ella, bajando la voz pero recalcando las palabras–, está explotando el lado más bajo de la gente solo por dinero.

–Por desgracia, la naturaleza humana es lo que es –dijo él, arqueando una ceja y haciendo una breve pausa antes de continuar–: Quizá el problema estribe en que usted es demasiado ingenua.

Esas palabras tuvieron la virtud de despertar el resentimiento de Carly. Ya las había escuchado antes a los dos hombres más importantes de su vida. Hunter Philips pertenecía al mismo club de hombres despiadados que su propio padre y Thomas. Un club gobernado por la impiedad, donde el dinero era el rey y el éxito estaba por encima de cualquier otra consideración.

–Ese es el tipo de excusas que contribuye a destruir la decencia de la especie humana.

Se produjo un silencio expectante tras esas palabras.

«Te has lucido, Carly», se dijo ella. «Con esas frases tan sublimes e histriónicas, a nadie le va a caber la menor duda de lo loca que estás».

Se había dejado llevar de nuevo por sus emociones. ¿Es que no había aprendido nada en esos últimos tres años?

Hunter pareció satisfecho, como si hubiera estado esperando esa reacción desde el principio.

–¿Me está acusando de ser el responsable de la decadencia de la especie humana? ¿No le parece una acusación demasiado grave para una aplicación tan insignificante? –exclamó él, frunciendo el ceño de forma aún más acentuada, y luego añadió dirigiéndose al público–: ¡Si hubiera sabido la importancia que iba a tener mi aplicación, la habría prestado más atención cuando la diseñé!

Los asistentes rompieron a reír y Carly se dio cuenta de que su papel en el programa había dejado de ser el de una simpática periodista amena y divertida para convertirse en el de una mujer amargada, despechada y algo desquiciada tras haber sido abandonada por su novio.

Hunter la miró fijamente y creyó ver en ella una gran dosis de frustración. Había conseguido desenmascararla, tocando sus puntos débiles. Ella comprendió que era algo más que un atractivo e inteligente hombre de negocios. Tenía la astucia de un zorro y el peligro de una pantera negra.

–Lamentablemente –dijo el presentador con un tono de contrariedad–, el tiempo es un imperativo en televisión y el de nuestro programa está tocando a su fin.

Hunter clavó los ojos en ella, preguntándose quién habría resultado vencedor en aquella contienda dialéctica. Ella sostuvo su mirada de forma penetrante, como si le estuviera lanzando dardos afilados para tratar de traspasar la armadura de acero en la que parecía escudarse, pero convencida de que rebotarían en ella sin afectarle lo más mínimo.

–Es una lástima que no podamos continuar esta charla otro día –dijo ella–. Me encantaría saber el motivo que le llevó a desarrollar El Desintegrador.

Por primera vez, ella percibió un destello de luz en su mirada. Tenía un brillo tan intenso que tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos o parpadear al menos.

–A mí también –dijo O’Connor, y luego preguntó volviéndose al público–: ¿Les gustaría escuchar la historia? –se oyó un clamor entusiasta de aprobación y entonces el presentador se dirigió de nuevo a ella–: ¿Estás dispuesta, Carly?

–Por supuesto. Pero me temo que el señor Philips esté demasiado ocupado para aceptar la invitación –replicó ella con un tono lleno de cordialidad.

Carly miró a Hunter. Seguía aparentemente impasible, pero tenía que estar librando una batalla interna para buscar una salida airosa a la comprometedora situación en que le había puesto. Disfrutaba solo de pensarlo. Era un placer mayor que el de los dardos afilados tratando de atravesar su coraza de acero. Pero su inesperada respuesta vino a poner fin a su efímera dicha.

–Si usted está dispuesta, señorita, yo también –dijo Hunter.

Capítulo 2

 

Un segundo show. ¿Por qué había aceptado él acudir de nuevo al plató de televisión?

Tras una breve charla con el productor del programa, Hunter se dirigió a la salida del edificio de la WTDU, sin mirar siquiera las fotos de los famosos que poblaban las paredes de los pasillos. Solo pensaba en una cosa: llegar el primero a la meta. Carly Wolfe había sido una dura adversaria, pero se había dejado llevar por su indignación. Él había sido el ganador de la prueba.

Sin embargo, cuando el presentador O’Connor había lanzado el reto de un segundo debate, él había visto la expresión desafiante de Carly, con sus ojos ámbar encendidos de ira, y había dudado. Recordó sus respuestas irónicas llenas de ingenio y espontaneidad, y su sonrisa cortante, pero a la vez seductora y desafiante. ¿Qué hombre no quedaría cautivado por la astuta y encantadora Carly Wolfe? Y eso sin mencionar el intento de querer sacarle de sus casillas con aquel descarado y espectacular cruce de piernas.

No le preocupaba la posibilidad de perder el segundo duelo verbal ni de sucumbir a sus encantos. Ella era sin duda una mujer muy hermosa y sensual. El sexo podía llegar a ser un problema para él, pero sabía que podía controlarlo. Había vivido ya una vez con una hermosa periodista y decir que su relación no había acabado demasiado bien hubiera sido un eufemismo.

Pero era de la opinión de que de los fracasos de la vida era donde más se aprendía.

La voz de Carly llamándole, en ese instante, interrumpió sus pensamientos. Volvió la cabeza y la vio acercándose a él, tratando de mantener el equilibrio sobre aquellos tacones de vértigo.

–Resulta curioso, señor Philips, que haya estado todas estas semanas tan ocupado como para no poderme dedicarme cinco minutos de su valioso tiempo y, sin embargo, haya acudido tan voluntariamente a este programa de televisión –dijo Carly secamente con tono frío y distante.

–Llámame Hunter, por favor –dijo él, tratando de sobreponerse a su embriagador perfume.

Ella le lanzó una mirada desafiante, como no dando crédito a sus palabras de acercamiento, y siguió caminando, acelerando el paso para conseguir mantenerse a su altura.

–¿Por qué insistes tanto en que te tutee? ¿Pretendes aparentar que eres un hombre con corazón?

–Por lo que parece, estás muy enfadada.

–Todo lo que quería era unos minutos de tu tiempo, pero parecías estar demasiado ocupado para atenderme. Sin embargo, te has prestado venir aquí e incluso has aceptado volver. ¿Por qué?

–Me venía bien.

Carly se puso delante de él, obligándolo a pararse o a pasar por encima de ella.

–¿Te venía bien? ¿Un sábado a medianoche? –exclamó ella con tono de incredulidad–. Se supone que deberías estar agotado después de pasar toda la semana protegiendo a tus clientes importantes de los piratas informáticos y diseñando esas aplicaciones tan simpáticas que haces. Espero que saques provecho de todo eso.