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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Harlequin Books S.A

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Atrapados en el amor, n.º 1320 - julio 2014

Título original: When the Lights Went out…

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4648-7

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

 

Kane Haley se recostó en la silla pensando en la cita que tenía para comer. Antes de eso lo único que le quedaba ya por hacer era ocuparse de aquel último asunto.

Una voz al otro lado del teléfono interrumpió sus pensamientos. Hacía un rato que lo habían puesto en espera y empezaba a impacientarse.

–Lo siento, señor Haley.

–¿A qué se refiere?

–El esperma que donó ha sido retirado accidentalmente –dijo el hombre lo más rápidamente posible.

Kane se incorporó en la silla mientras asimilaba la información.

–¿Con retirado quiere decir que una mujer se lo ha llevado? –preguntó lentamente–, ¿que una mujer va a tener un hijo mío? ¿Quién? –preguntó casi gritando.

–No le podemos dar esa información, pero ocurrió porque la mujer trabaja para su empresa y el encargado pensó que venía a recogerlo. Sentimos las molestias.

–¿Molestias? ¡Maldita sea! Dígame el nombre de la mujer.

–No podemos hacer eso, señor Haley. Nos demandarían.

A Kane le daba igual que los demandasen. Quizás él también lo hiciese.

Había hecho la donación porque a su mejor amigo, Bill Jeffers, le habían diagnosticado cáncer. Como iba a empezar la radioterapia, quiso conservar su esperma para el futuro. Kane lo había acompañado y el asesor le sugirió que donase también por si el esperma de su amigo no servía.

Después, al enterarse de que la esposa de su amigo Bill se había quedado embarazada, había decidido pedir al banco de esperma que destruyese su donación.

Al parecer, era demasiado tarde.

–¿Cuándo ocurrió? Supongo que eso sí me lo podrán decir.

–Ha sido hace poco, pero no le puedo dar más información. Gracias.

Oyó el tono que indicaba que su interlocutor había interrumpido la comunicación. Kane colgó el auricular con fuerza. ¿Y ahora qué? ¿Qué podía hacer? Podía preguntarle a Maggie, pero no quería contarle el problema: Maggie era su eficiente ayudante, tan estricta con él como con ella misma. No podía confesarle aquel descuido. Tendría que arreglárselas él solo. Investigaría entre sus empleadas y averiguaría quién de ellas estaba embarazada.

Pero, ¿cómo iba a preguntarles quién era el padre?

No podía hacer la pregunta así como así. No, tenía que buscar una justificación para hacerla.

Llamaron a la puerta y entró Maggie.

–¿Vas a salir a comer?

–Sí, sí, pero... –dijo, y tuvo una repentina inspiración–. Quería hacerte una pregunta. ¿Hay alguna empleada que esté embarazada?

–Sí –dijo Maggie mirándolo fijamente.

–Ya. ¿Y les damos algún tipo de ayuda?

Maggie parpadeó y se puso colorada.

–Ofrecemos cobertura médica.

–Estaba pensando ofrecer algo más. Por ejemplo, instalar un jardín de infancia en el edificio. He leído un artículo sobre las ayudas que reciben las empresas que atienden las necesidades de sus empleados.

–¿De verdad?

–Sí. Así que mañana hablaré con las empleadas que están embarazadas. Necesitaré una lista.

–Muy bien.

–¿Puedes conseguirla? –preguntó. Le maravillaba la eficacia de Maggie.

–Haré lo que pueda.

Maggie dejó unos papeles sobre su mesa y salió del despacho.

Al día siguiente, Kane se enteraría quién iba a tener un niño suyo.

Capítulo 1

 

Sharon Davies se acercó a los ascensores, intentando convencerse de que su vida era completamente normal, tranquila y feliz.

Tenía un buen trabajo en Kane Haley, Inc., de Chicago. Una compañía de gestión de cuentas en expansión. Le gustaba su trabajo, tenía una familia maravillosa, el sol brillaba... y aquella mañana, en casa, se había hecho la prueba del embarazo.

La puerta del ascensor se abrió pero Sharon no se movió, y alguien la empujó por detrás.

–Vamos, señorita. Tengo que hacer unas entregas.

–Lo siento –murmuró ella, y se hizo a un lado–. Suba, yo tomaré el siguiente.

El mensajero y unas cuantas personas más entraron en el ascensor. Aquel se volvió y la miró.

–Venga, que hay sitio

–¡No! No puedo –dijo Sharon dando un paso hacia atrás.

El mensajero la miró como si estuviese loca. Quizás lo estuviese. No había muchas personas cuerdas que pudiesen afirmar que se habían quedado embarazadas precisamente en aquel ascensor.

Las puertas se cerraron y Sharon se miró fijamente en los espejos que las cubrían.

Llevaba un sobrio traje de lana gris, una blusa de seda color ciruela solo con el botón superior desabrochado. La falda era estrecha pero de una longitud moderada, y los zapatos eran de tacón bajo. No trataba de llamar la atención de ningún hombre, ni lo intentaba desde hacía dos meses. Había llegado tarde al trabajo después de una horrorosa mañana en la que todo le salió mal. Sharon odiaba los ascensores, pero no por ello se había sentido tentada de subir dieciséis pisos andando; le gustaba hacer ejercicio, pero no estaba loca.

Las puertas de otro ascensor se abrieron. Sharon respiró profundamente y entró, cruzando los brazos sobre el pecho para que nadie viese cómo le temblaban las manos. Se apoyó contra la pared y cerró los ojos.

La imagen de la cara de Jack llenó su mente, pero aquel día no tuvo el efecto relajante de siempre. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero los abrió y parpadeó varias veces para secarlos. No iba a llorar.

Las puertas se abrieron en la última planta, la suya, y salió apresuradamente. Con una sonrisa en los labios saludó a sus compañeros y se dirigió a su mesa. Se sentía más segura detrás de la mesa, aunque aún nadie podía notar que estaba embarazada.

Estaba sola en el departamento, así que descolgó el auricular y llamó a la consulta de su médico. Le dieron cita para el día siguiente a las nueve de la mañana. A continuación se dirigió al despacho de su jefe. Andrew Huffman era para ella lo más parecido a una figura paterna desde que su padre se marchó de casa, dejando a sus cinco hijos. Ella era la mayor de los hermanos.

La dura lucha por salir adelante, que aún continuaba, le había enseñado, día tras día, que no se podía confiar en los hombres, al menos en algunos. Ahora, gracias al trabajo de su madre y a su propia contribución, todos sus hermanos podían ir a la universidad.

Cuando comenzó a trabajar para Kane Haley Inc., recién salida del instituto, lo hizo en el departamento de Andrew Huffman. Él la animó a aprender y a madurar, sirviéndose de la formación que le ofreció la empresa y asistiendo a clases nocturnas, para asumir cada vez más responsabilidades. Finalmente, terminó la carrera en agosto, su jefe se había alegrado tanto como ella.

Llamó a la puerta de Andy a sabiendas de que él estaría en su despacho. Le quedaba poco para jubilarse y estaba postrado en una silla de ruedas, pero tenía la utilidad de un hombre con la mitad de su edad.

–Pasa.

–Buenos días, Andy. Tengo una cita con el médico mañana por la mañana, así que no llegaré hasta las diez o diez y media. ¿Te parece bien?

–Sí, ¿te ocurre algo?

–No. Es un chequeo rutinario –dijo Sharon. Desde luego, no iba a decírselo a nadie hasta que el médico confirmase su embarazo. No estaba segura de que las pruebas caseras fuesen fiables. O quizás esperaba que el diagnóstico no se confirmase.

–De acuerdo. A lo mejor tengo buenas noticias para ti la semana que viene. Tu propio proyecto –exclamó Andy con una sonrisa.

Sharon intentó parecer entusiasmada.

–¿De verdad? ¿Me puedes dar más detalles?

–Aún no, pero sigue trabajando así.

Sharon volvió a su mesa. Andy y ella habían hablado sobre la posibilidad de que fuese responsable de un proyecto. Sin tener acabada la carrera, él no podía permitirle asumir aquella responsabilidad, pero le había prometido que tendría la oportunidad.

El día anterior aquella noticia la habría alegrado. Ahora no estaba segura de poder responsabilizarse.

Quería llamar a Jen por teléfono. Su amiga, Jennifer Martín, era la encargada del departamento de Prestaciones Sanitarias. Había sido Jen quien le sugirió que se comprase la prueba del embarazo. Cuando a la hora de la comida Sharon se quejó de que se encontraba cansada y tenía náuseas ocasionales, Jen le dijo que le sonaba a embarazo.

Sharon y Jen se habían reído con complicidad. Esta había descubierto que estaba embarazada un mes después de que su prometido falleciera en un accidente de coche. Sharon se había tomado sus palabras muy en serio, por su parte, Jen no sabía que ignoraba el incidente del ascensor, pues era conocido solo por Jack y Sharon.

Ojalá supiese quién era Jack.

 

 

–Sí, la prueba era correcta, señorita Davies. Está embarazada de ocho semanas, aproximadamente. Su bebé se está desarrollando sin problemas –dijo el médico–. Le voy a prescribir unas vitaminas, y quiero que venga a revisión cada seis semanas hasta el sexto. Después, vendrá cada dos semanas hasta el último mes. Entonces quizás le pida que venga una vez a la semana.

La auxiliar le sonreía mientras tomaba nota.

–¿A quién anoto como padre? –preguntó.

Sharon la miró fijamente. Había estado yendo a la consulta de la doctora Norman desde que empezara a trabajar para Kane Haley Inc. hacía ocho años. Trabajaba para la empresa y estaba en el mismo edificio, lo cual resultaba muy cómodo.

–No quiero especificar el nombre del padre –contestó Sharon con calma, cruzando las manos sobre el regazo.

–¿No sabe quién es el padre? –preguntó la doctora Norman.

–Sí, pero no quiero que aparezca su nombre en la ficha. Es mi hijo y yo me voy a hacer cargo de él.

–¡Ah! Un hombre casado –murmuró la doctora apretando los labios.

¿Lo estaría? Sharon no lo creía, pero no podía estar segura de ello.

Cuando él la estrechó entre sus brazos, acariciándola mientras hablaban y compartían los detalles más íntimos de sus vidas, le habló del accidente de coche en el que murieron su esposa y su hijo que aún no había nacido. Pero aquello había ocurrido hacía ocho años. Quizás no le había hablado de su vida actual porque se estaban acariciando de forma inapropiada.

–Señorita Davies. ¿Se encuentra bien? –preguntó la doctora.

–Sí, ¿por qué?

–No ha contestado a mi pregunta. Me preguntaba si su familia... Supongo que no tiene problemas económicos, ya que tiene un seguro médico, pero tener un hijo también es una carga emocional. ¿Va a ayudarla su familia?

–Sí.

–De todos modos, tengo que recomendarle que informe al padre, aunque ya no estén juntos. Tiene derecho a conocer su inminente paternidad.

Sharon miró al frente. Aunque quisiese contarle a Jack los resultados de su extraña aventura, todo lo que sabía de él era su nombre. Ni siquiera estaba segura de poder reconocerlo. Hasta que el ascensor se atascó, ni siquiera lo había mirado. Media hora más tarde, las luces se apagaron.

Recordaba su aroma; una maravillosa esencia masculina que le hacía pensar en el otoño y en un hombre sexy. Recordaba su voz, aquel seductor murmullo que la había excitado y le había hecho que se olvidase del peligro.

–Me gustaría que asistiese a clases de preparación al parto. Necesitará un compañero –dijo la doctora, que al ver que Sharon no decía nada, continuó hablando.

–Puede ir sin él, pero se sentirá mejor si va acompañada. Todas las demás mujeres tendrán pareja.

–Sí. ¿Cuándo empiezo?

–En el quinto mes. Le recomendaré unos libros para que se vaya orientando. Si tiene alguna duda, lo que sea, llame a la enfermera. ¿De acuerdo?

La doctora se puso de pie y le dio la receta y un papel con los títulos de los libros.

–Gracias –dijo Sharon.

Se marchó y metió los papeles en el bolso antes de que se encontrase con alguien de la oficina. No quería que se supiese nada hasta que su cuerpo cambiase tanto que ya no lo pudiese ocultar.

La consulta estaba en la planta doce, así que subió por las escaleras hasta las que ocupaba su empresa, de la catorce a la dieciséis. En la planta quince había una pequeña cafetería. Sharon se detuvo allí en vez de volver directamente a su oficina. Unas amigas le hicieron señas y ella se apresuró hacia donde estaban.

–Hola, Sharon. Siéntate con nosotras –le ofreció Maggie, que, aunque era la ayudante del señor Haley, no actuaba de manera distinta a las demás.

–Voy por un zumo primero –dijo Sharon.

–¿Ya no tomas tónica? –le preguntó Lauren Conner cuando volvió a la mesa.

–Estoy un poco resfriada y el médico me ha recomendado que beba zumo.

–Bien hecho –dijo Maggie–. A medida que me hago mayor me voy dando cuenta de cómo todo lo que comes te afecta.

Sharon y Lauren se rieron. Las dos tenían poco más de veinte años; Maggie tenía treinta y tres, pero aún no tenía la edad que la mayoría de la gente consideraría como el principio de la cuesta abajo.

–Creo que aún te quedan algunos años, Maggie –le aseguró Sharon.

–Espero que sí, pero necesito toda mi energía para estar a la altura de Kane.

Jennifer Martin entró en la cafetería y se unió a ellas.

–Hola. Siento llegar tarde, pero el gran jefe me ha estado haciendo algunas preguntas –dijo mirando a Maggie–. ¿Tú sabes algo?

Maggie continuó comiendo sus uvas tranquilamente.

–¿Te refieres al posible jardín de infancia?

–Sí –contestó Jen.

Sharon se incorporó en la silla.

–¿Un jardín de infancia en el edificio? –preguntó. Jen y Maggie asintieron.

–¡Jen, eso sería estupendo para ti! –dijo Lauren aplaudiendo–. Sería una gran ayuda, ¿verdad?

–Sería estupendo–asintió Jen–. Cuando me lo preguntó no me lo podía creer.

Jen estaba embarazada de siete meses, y había logrado ocultarlo hasta hacía poco.

–Aunque Kane decida seguir adelante con ello no estará listo inmediatamente, pero será muy útil para el futuro.

–Kane no había considerado la idea hasta ayer. Me dijo que había leído un artículo –le informó Maggie–. Esta mañana le di una lista de empleadas embarazadas, pero no incluí a ninguna que no haya hecho público su estado.

–Ha decidido formar un comité para estudiar la idea. Matt Holder y yo formamos parte de él; ¡una mujer embarazada de siete meses y un soltero! Ojalá que el resto de los miembros tengan experiencia con bebés –dijo Jen.

–Pues espero que Kane no forme parte de él. Está divorciado y no tiene hijos, así que tampoco tendrá experiencia –señaló Maggie.

–Resulta curioso que haya pensado en ello, ¿verdad? –comentó Sharon–. Es un jefe excelente.

–Sí –dijo Maggie con ternura.

Todas sospechaban que Maggie sentía algo por su jefe, pero ella nunca lo admitiría, y a ninguna se le pasaría por la cabeza preguntar.

Sharon tenía mucho en lo que pensar. Terminó el zumo y se puso de pie.

–Será mejor que vuelva a la oficina. Aún no he ido, pues tenía una cita con el médico.

–¿Te encuentras mejor? –le preguntó Jen.

–Sí. Me he tomado un zumo; la doctora dijo que necesitaba más vitamina C. Hasta luego.