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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Harlequin Books S.A.

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cómo seducir a un millonario, n.º 126 - febrero 2016

Título original: Taming the Takeover Tycoon

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones sonproducto de la imaginación del autor o son utilizadosficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filialess, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N: 978-84-687-7803-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséi

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Becca siempre había admirado la figura de Robin Hood. Pero el hombre que en aquellos momentos arrojaba una flecha que impactaba en el centro de la diana no era precisamente su prototipo de héroe moderno.

Jack Reed no era Robin Hood. Era lo contrario de todo lo que ella defendía. De cada cosa en la que creía. Las personas deberían ayudar e incluso sacrificarse por los que necesitaban ayuda. Algunos confundían aquel grado de compasión con debilidad, pero Becca estaba muy lejos de ser una presa fácil.

Reed bajó el arco y miró a su invitada. Llevaba un carcaj colgado a la espalda, vaqueros y una camisa blanca remangada. Era un hombre de innegable atractivo físico, pero su sonrisa era tan engreída que Becca sintió ganas de borrársela de una bofetada. Y quizá lo hubiera hecho si pensara que serviría de algo.

Jack Reed poseía una casa en su Cheyenne natal, en el Estado de Wyoming, además de dos residencias en Los Ángeles: un ático de lujo en un rascacielos del centro y la espectacular mansión en Beverly Hills a la que Becca había ido a verlo. Echó a andar hacia ella sobre un césped impecable. Se esperaba su visita, pero no iba a gustarle nada lo que Becca tenía que decirle.

–Becca Stevens, directora de la Fundación Benéfica Lassiter –se presentó, y señaló la diana con la cabeza–. Justo en el centro... Impresionante.

–Practiqué el tiro con arco en la universidad –repuso él con una voz profunda y varonil, casi hipnótica–. Intento practicar un poco cada semana.

–Imagino que no tendrá mucho tiempo libre, con una agenda tan apretada –dedicarse a desmantelar empresas y amasar ganancias debía de ser una ocupación muy exigente–. Le agradezco que me haya recibido.

Su anfitrión agrandó la sonrisa, obviamente destinada a desarmar a sus oponentes.

–Los amigos de J.D. son mis amigos.

–Si J.D. estuviera vivo no creo que lo considerara su amigo en estas circunstancias.

–¿Directa a la yugular, señorita Stevens? –preguntó él sin perder la sonrisa. Siendo un tiburón de las finanzas sin duda estaría acostumbrado a que le hablaran sin tapujos.

–Pensé que querría ir al grano.

–Solo quiero ayudar a Angelica Lassiter a recuperar lo que le corresponde por derecho.

Becca soltó una fría carcajada y suspiró.

–Lo siento. Es que la idea de que alguien como usted se sacrifique por los demás me parece...

–Angelica era la única hija de J.D. –la interrumpió él, endureciendo la expresión.

–Se olvida de Sage y Dylan.

–Ellos son los sobrinos huérfanos de Ellie Lassiter, adoptados después de que los médicos les dijeran a Ellie y a J.D. que...

–Conozco la historia, Jack.

–Entonces también sabrás que Angelica era la favorita de J.D., su carne y su sangre, y que él le había confiado la dirección de Lassiter Media los meses anteriores a su muerte. No tiene sentido que en su testamento tan solo le dejara un ridículo diez por ciento de las acciones mientras que la mayoría de los derechos de voto pasan al exnovio de Angelica –hizo una pausa–, por mucho que J.D. hubiera elegido a Evan McCain para su hija...

–J.D. quería a Evan como yerno y nadie duda de su talento para los negocios –Jack Reed echó a andar hacia la diana y ella lo siguió–. Pero Angelica confiaba en Evan. Estaban enamorados.

–Traicionada por el hombre con el que iba a casarse... Trágico, ¿verdad?

–Evan no tenía nada que ver con el testamento de J.D.

–Puede que sí, puede que no. En cualquier caso, nada le impedía a Evan devolverle a Angelica lo que le correspondía. Podría haber hecho lo que se esperaba de él –torció el gesto–. Sinceramente, no sé cómo puede dormir por las noches.

Una imagen apareció de repente ante los ojos de Becca... Jack Reed desnudo en la cama, con las manos detrás de la cabeza y un brillo de lujuria en sus penetrantes ojos negros. Sintió un hormigueo por todo el cuerpo y se le aceleró el corazón.

Si la mitad de lo que publicaba la prensa amarilla era cierto, no se podían contar las mujeres que habían sucumbido a la embriagadora fuerza varonil que Becca sentía que emanaba de él en aquellos momentos. El efecto era irresistiblemente seductor, y en el caso de Becca tan apreciado como un chorro de agua hirviendo sobre una quemadura de tercer grado.

Intentó mantener la concentración mientras seguían caminando.

–He venido para rogarte que muestres algo de decencia, por respeto a la memoria de J.D. No te metas en esto. Angelica se quedó destrozada por la muerte de su padre y no está en condiciones de relacionarse con gente como tú.

–No subestimes a Angelica... Es más fuerte de lo que crees.

–En estos momentos está desesperada.

Él se echó a reír.

–No te gusta andarte por las ramas, ¿verdad?

–Se rumorea que estás interesado en Lassiter Media y todo el mundo se está preparando para una OPA hostil. Los donativos a la fundación están cayendo en picado y los beneficiarios empiezan a buscar otras opciones. ¿Sabes por qué?

–Estoy seguro de que vas a decírmelo.

Desde luego que iba a decírselo...

–El nombre de Jack Reed se asocia con la clase de problemas que cualquier persona en su sano juicio querría evitar a toda costa.

Él pestañeó lentamente y sonrió como si le agradara aquella descripción.

–Si Angelica quiere mi ayuda, se la daré.

–Fuiste tú quien la buscó, no al revés –le recordó ella.

–¿Y qué?

A Becca le latía furiosamente el corazón. Nadie quería tener a Jack Reed como enemigo, pero ella tenía que defender sus principios. No podía permitirse perder aquella batalla. Y además, se había enfrentado a situaciones peores que aquella y había sobrevivido.

–Sé lo que estás tramando, aunque Angelica no pueda o no quiera ver la verdad. Cuando te hayas aprovechado de ella para conseguir el control mayoritario de la empresa, le dispararás la próxima flecha a la espalda y venderás las acciones de Lassiter Media igual que has hecho con todas las empresas que has adquirido.

–Así que soy el malo de la película, ¿no?

–En serio, ¿cuánto dinero necesita una persona? ¿Vale la pena traicionar la memoria de tu amigo y a la familia de J.D.?

–Esto no es por dinero.

–Contigo siempre es por dinero.

Jack apretó la mandíbula mientras arrancaba la flecha de la diana.

–Entiendo tu posición, pero Angelica y yo vamos a seguir adelante con esto... Y te aseguro que vamos a ganar –añadió con dureza.

Becca desvió la atención de la implacable advertencia que expresaban sus penetrantes ojos negros a las plumas rojas de la flecha, el astil y la punta letal. Entonces pensó en la falta de empatía de aquel hombre y su obsesión por acaparar riquezas. ¿Cómo era posible que un cuerpo tan fabuloso albergara un alma tan depravada? ¿Cómo podía Jack Reed vivir en paz consigo mismo?

Le arrebató la flecha de la mano, la partió en dos con la rodilla y se alejó velozmente y sin mirar atrás.

 

 

Jack no pudo reprimir una sonrisa al observar el espectacular trasero de Becca mientras se alejaba a grandes zancadas.

El instinto le había advertido que se la quitara de encima cuando llamó a su oficina para solicitar un encuentro. Cuando Jack se fijaba un objetivo se comprometía al doscientos por ciento. Nada ni nadie podía apartarlo de su propósito, por mucho que en algunos círculos se describiera su empeño como patológico.

Los mismos círculos insinuarían que sus motivos para recibir a Becca no eran exactamente desinteresados y que con toda probabilidad se valdría de su posición en aquel asunto de los Lassiter para sacar provecho personal.

Becca desapareció de su vista y Jack volvió a sonreír.

Menuda mujer...

Su teléfono móvil empezó a sonar. Miró la pantalla y apartó con el pie la flecha partida antes de responder.

–Logan, ¿qué pasa?

–Solo quería asegurarme de que todo sigue su curso.

Logan Whittaker procedía de una familia humilde y había trabajado muy duro para labrarse una próspera carrera como abogado. Como socio del bufete Drake, Alcott and Whittaker en Cheyenne, Wyoming, se había ocupado de los asuntos de J.D. Lassiter, incluido el cumplimiento de su última voluntad. El testamento había supuesto serios desafíos para Logan, pero también le había brindado una recompensa inesperada al permitirle encontrar a su futura esposa.

–Esta mañana he vuelto a hablar con Angelica Lassiter. Sigue decidida a llegar hasta el final.

–¿Estás seguro? Le he repetido mil veces a Angelica que el testamento es inimpugnable. J.D. estaba en su sano juicio cuando redactó las cláusulas. Evan McCain seguirá como presidente de Lassiter Media por mucho que Angelica quiera plantar batalla. Creía que estaba entrando en razón.

Jack retrocedió hacia la línea de tiro.

–Tiene dudas, como es lógico. Su padre ejerció una enorme influencia en su vida y para ella es muy duro desatender su última voluntad. Pero Angelica lo ha dado todo por esa empresa. Es tan testaruda como J.D. y tiene el mismo talento para los negocios.

–¿Hasta cuándo piensas seguir presionándola?

–Hasta que sea necesario. Las instrucciones eran muy estrictas.

–Ya lo sé, maldita sea. Pero todo esto me deja un amargo sabor de boca.

–Nadie dijo que fuera a gustarte.

–Eres un hijo de perra, ¿lo sabías?

–Y eso me lo dice un abogado mercantilista...

–¿Cómo ha ido tu cita con Becca Stevens?

–Tal vez dirija la Fundación Lassiter, pero no es la madre Teresa de Calcuta –respondió Jack mientras sacaba una flecha del carcaj–. Se puso sus guantes de boxeo y me dijo que no me metiera en esto.

–¿La has echado de tu propiedad?

Jack se sujetó el móvil entre la oreja y el hombro y colocó la flecha en el arco mientras recordaba el fuego que ardía en los bonitos ojos verdes de Becca Stevens.

–La habría invitado a comer si no pensara que intentaría clavarme un cuchillo.

–¿Será un problema?

–Eso espero.

Logan soltó un gemido.

–Por Dios, Jack. ¡Dime que no estás pensando en seducirla!

–No eres el más apropiado para darme lecciones –cuando J.D. dejó cinco millones de dólares en herencia a una mujer desconocida, Logan se había encargado de encontrarla, seducirla y llevársela a la cama.

–No voy a negarlo, pero yo me enamoré de Hannah Armstrong y me casé con ella. Presentaré mi dimisión el día que el matrimonio se te pase por la cabeza.

Jack se echó a reír, terminó la llamada y volvió a ocupar la posición tras la línea de tiro. Tensó el arco y apuntó mientras pensaba en Becca Stevens, la inconfundible malicia de sus ojos y la convicción de sus palabras. Entonces se la imaginó en sus brazos, en el sabor de su piel suave y perfumada y en sus gemidos de placer mientras él la penetraba con una pasión salvaje.

Lanzó la flecha y se colocó la mano a modo de visera. ¿Cuándo fue la última vez que erró un tiro? La flecha había pasado volando dos metros por encima de la diana.

 

 

–Becca, tengo que preguntarte algo –le dijo Felicity Sinclair en voz baja y con un brillo en sus ojos azules mientras acercaba su silla a la mesa.

–¿Tiene algo que ver con Lassiter Media?

Fee acababa de ascender a vicepresidenta de relaciones públicas y estaba rebosante de ideas y proyectos. Desde que Becca se hacía cargo de la Fundación Lassiter, las dos habían colaborado estrechamente y se habían hecho muy buenas amigas.

–Tiene que ver con Chance Lassiter –dijo Fee, colocándose el pelo rubio detrás de la oreja.

–Querrás decir tu novio...

Fee alargó el brazo sobre la mesa para apretarle la mano, haciendo destellar el diamante que llevaba en el dedo.

–Ya sabes todo lo que tuve que pasar el mes pasado. La verdad es que me siento un poco extraña en Cheyenne. Me encantaba vivir en Los Ángeles...

–Bueno, ahora estás aquí. Simplemente tendrás que venir de visita más a menudo –Becca le apretó la mano–. ¿Lo prometes?

–Si tú prometes venir a visitarnos al Big Blue.

–Llevaré mi sombrero Stetson...

Chance Lassiter era hijo del multimillonario Charles Lassiter, el difunto hermano menor del también fallecido J.D. Lassiter. Chance se había ocupado del Big Blue, el rancho de ganado famoso de todo el mundo. J.D. se lo había dejado en herencia y era lo más importante en la vida de Chance... después de su novia, naturalmente.

–Estoy deseando que llegue el día de la boda... Y lo que quería preguntarte, Becca, es si estarías dispuesta a ser mi dama de honor.

A Becca le escocieron los ojos por la emoción. Fee sería una novia fabulosa, y con su talento para organizar grandes eventos la ceremonia sería espectacular. No podía evitar un poco de envidia...

Entre sus prioridades no se contaban casarse y formar una familia, aunque tenía la esperanza de que algún día conocería a su hombre perfecto: un alma buena, generosa y altruista. Pero de momento concentraba todas sus energías en salvar la fundación de la tormenta que había provocado la inesperada muerte de J.D.

–Para mí sería un honor, Fee –le dijo a su amiga, abrazándola.

Las dos se pasaron un buen rato hablando de vestidos y flores, hasta que la conversación giró a un tema mucho menos agradable.

–¿Has hablado ya con Jack Reed? –le preguntó Fee cuando llegaron los cafés.

Becca asintió. De repente sentía náuseas.

–Tiene un campo de tiro en su jardín de Beverly Hills.

Fee hizo una mueca.

–Un Robin Hood como los que a ti te gustan...

–¿Estás de broma? Le expliqué cómo está afectando su relación con Angelica a Lassiter Media y a la fundación. Muchos de los donativos proceden de los fondos Lassiter, pero otros benefactores nos están dando la espalda por culpa de los rumores de una OPA por parte de Reed.

–Su reputación lo precede.

–Es el tiburón más despiadado que hay en todo el país. Si tuviera ocasión no perdería un segundo en desmontar la empresa y venderla. Le importa un bledo la fundación –el estómago le dio un vuelco–. Es una lacra para la humanidad.

–Pero tiene carisma, ¿verdad? –comentó Fee, llevándose la taza a los labios.

–Todo el carisma que puede tener una serpiente.

–Y arrebatadoramente atractivo...

Becca soltó un bufido.

–Desde luego. Como Jay Gatsby.

–Gatsby era guapísimo.

–Gatsby era granuja.

–Admítelo, Jack Reed está como un queso.

A Becca le dio otro vuelco el estómago.

–Siempre he creído que el poder debe emplearse para hacer el bien y ayudar a los más desfavorecidos.

–Pues te deseo suerte si piensas convencer a Reed de eso.

–La avaricia es una enfermedad –dijo Becca, estremeciéndose. Llamó a la camarera y le señaló el menú–. Un brownie con caramelo, por favor.

Fee miró a su amiga con curiosidad.

–¿Desde cuándo tienes antojo de dulce?

–En la escuela siempre fue la chica gordita que intentaba escaquearse de la clase de la gimnasia. Cada vez que me sentía mal me atiborraba de pasteles o caramelos –hasta que se unió al Cuerpo de Paz y su vida dio un vuelco radical.

Fee bajó su taza y la observó.

–Pues estás hecha una modelo...

–Ya no sucumbo con tanta frecuencia al antojo de dulces, tranquila –dijo Becca mientras la camarera le servía el brownie–. Cabré sin problemas en el vestido de dama de honor.

–Me da igual si usas una talla treinta y seis o una cincuenta –Fee tenía un físico impresionante, pero nunca juzgaba a las personas por su aspecto–. Lo que no soporto es verte tan inquieta.

Becca atacó el brownie y suspiró de placer cuando el chocolate se deshizo en su lengua.

–Creo en la fundación –dijo, lamiéndose el caramelo del pulgar–. Creo en la labor que lleva a cabo. ¿Sabes cuánto hemos ayudado a las personas sin hogar, a los damnificados, a los refugiados...?

Empujó el plato hacia Fee y su amiga tomó un pedacito.

–Tu equipo hace un trabajo increíble.

–Y todos quieren seguir haciéndolo.

–Por desgracia, no es tu empresa –dijo Fee con una mueca.

Lassiter Media se encontraba en el centro del conflicto entre dos personas, Evan y Angelica, que habían pasado de ser novios a punto de casarse a convertirse en enemigos.

–Es imposible que J.D. quisiera este cisma en la familia cuando redactó su testamento.

–No me explico cómo pudo dejarle tan poca cosa a Angelica, viendo lo unidos que estaban y lo mucho que ella se desvivió por la empresa –añadió Fee–. No tiene ningún sentido.

Becca se llevó otro pedazo de brownie a la boca.

–J.D. era un hombre muy listo –reflexionó mientras masticaba–. Un buen hombre con un gran corazón. La Fundación Lassiter no era un simple medio para evadir impuestos. Significaba tanto para él que por fuerza debía tener una buena razón para repartir su herencia como lo hizo.

–Debía de saber que Angelica se rebelaría.

–Hasta sus hermanos le han dado la espalda, y eso que al principio apoyaban su decisión de impugnar el testamento. Se ha quedado sola.

–Salvo por Jack Reed, el Carnicero.

–Espero que Angelica desista en su empeño antes de provocar más daños a la familia, la empresa y la fundación.

–No te hagas ilusiones, mientras Jack Reed siga azuzándola.

Becca pensó en Jack, tan arrogante, sexy e implacable, con un carcaj colgado a la espalda, y gimió por lo bajo.

–Al final todo vuelve a Jack.

–No has acabado con él, ¿verdad?

–No puedo abandonar –declaró Becca, apartando el plato–. No está en mi naturaleza.

Fee suspiró.

–El problema es que tampoco está en la naturaleza de Jack Reed...

Capítulo Dos

 

Jack esperó hasta el fin de semana antes de ceder. Sacó un esmoquin del armario y consiguió una entrada para el baile benéfico de la Fundación Lassiter. Cuando llegó, el presentador había acabado el discurso, se habían servido los postres y la música sonaba en el salón de baile, animando a que las parejas danzaran bajo una espectacular araña de Swarovski. Se dirigió hacia las mesas de las personalidades y vio la sorpresa reflejada en el rostro de Becca al reconocerlo. Llevaba el pelo suelto y estilosamente despeinado cayéndole sobre los hombros, sin pendientes ni colgantes, sentada con la espalda muy recta y luciendo un vestido blanco sin tirantes que realzaba sus sugerentes curvas. Una imagen seductora e inocente. Jack se detuvo a su lado y ella lo miró con una ceja arqueada.

–¿Te has dado cuenta?

–¿De que estás preciosa esta noche?

La mirada entornada de Becca le advirtió que no intentase coquetear con ella.

–Todo el mundo ha dejado de hablar, e incluso de respirar, cuando has entrado. Nadie esperaba verte en una recaudación benéfica.

–Te sorprendería saber que también yo participo en obras de caridad.

–¿La Fundación Jack Reed para la autocomplacencia crónica?

Él esbozó una media sonrisa.

–¿Nunca te han dicho que eres adorable?

–Aún no has visto nada.

La otra pareja sentada a la mesa estaba sumida en una conversación. Tal vez los invitados se hubieran quedado atónitos al verlo aparecer, pero pasado el desconcierto inicial todos volvían a sus asuntos.

Jack se sentó en la silla vacía junto a Becca.

–Mis donaciones siempre son anónimas.

Becca tomó un sorbo de agua.

–Muy oportuno.

–Tu trabajo es dar a conocer esta fundación. Cuanto mayor sea la publicidad, mayor es la recaudación de fondos –las luces se atenuaron en la pista de baile y Jack se acercó más para aspirar el perfume de Becca. Era una fragancia suave y sutil a manzana roja, irresistiblemente femenina y sexy–. Pero si tuvieras tanto dinero como yo, ¿irías por ahí proclamando lo generosa que eres?

–Yo jamás tendré tanto dinero como tú, ni tampoco lo necesito. No me parezco en nada a ti –él bajó la mirada a sus labios y ella frunció el ceño antes de levantarse–. Ni se te ocurra.

No podía negar que se sentía atraído por Becca Stevens. Quería probar aquellos labios e invitarla a avivar la llama. Y si no se equivocaba, y Jack rara vez se equivocaba, una parte de ella deseaba lo mismo.

–¿Tan transparente soy? –le preguntó, levantándose también él.

–Eres un libro abierto.

–Para algunas cosas.

–¿Quieres que te haga una lista?

Jack se cruzó de brazos mientras los camareros servían café.

–Adelante.