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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Lori Foster

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Rompiendo con el pasado, n.º 232 - septiembre 2017

Título original: Getting Rowdy

Publicada originalmente por HQN™ Books

Traducido por Fernando Hernández Holgado

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9170-044-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Si te ha gustado este libro…

Dedicatoria

 

 

Cuando escribo, a menudo solicito información rápida a través de Facebook y Twitter. A todas mis amigas lectoras, que con tanta generosidad comparten su experiencia en diferentes campos, GRACIAS.

¡Sois mi fuente de investigación favorita!

 

Dedicada a todas mis amigas lectoras superespeciales que tanto se esfuerzan a la hora de hacerme llegar sus opiniones.

 

Para Jena Scott,

Gracias por trasmitirle todas mis preguntas sobre los cuerpos policiales a tu padre y, por favor, dale las gracias por el tiempo que se ha tomado en contestarlas. Mi respuesta favorita cuando le pregunté por la situación de alguno de mis delincuentes de ficción fue la muy escueta frase de «esos tipos están jodidos».

 

Para Rhonda Copley,

Una de las claves de esta novela era comprender qué le sucede a un niño que se ve atrapado en la insostenible situación de tener unos padres delincuentes. Te dije lo que yo necesitaba que ocurriera y tú me explicaste cómo podía conseguirlo. No tengo manera de agradecerte lo suficiente tu paciencia a la hora de ayudarme con los detalles.

 

Y, por último, para Amy Miles—Bowman.

Si no hubiera sido por tu ayuda, habría tenido que ir de bar en bar en busca de información. Como abstemia que soy, eso habría sido bastante incómodo para mí (sonrisa de oreja a oreja). Tu conocimiento como propietaria y gerente de bar ha guiado a mi musa en algunas de las encrucijadas de la trama y, por ello, siempre te estaré agradecida.

Capítulo 1

 

Avery Mullins titubeaba en la puerta del bar recientemente reformado. A esa hora tan temprana del día, apenas se distinguía el sombrío interior a través de las puertas dobles de cristal y madera de roble de la entrada, las nuevas que habían instalado dos semanas atrás.

Unas puertas que ella misma había ayudado a elegir.

Letreros recién pintados llenaban el enorme ventanal de la fachada principal, publicitando comida, dos mesas de billar, baile y bebida. En la parte superior de la fachada, unas luces de neón anunciaban el nombre del bar: Getting Rowdy. Se sonrió al recordar cómo había sugerido aquel nombre y cómo Rowdy había seguido su consejo.

¡Cuántas cosas habían cambiado en tan poco tiempo! El establecimiento había pasado de ser un mísero y ruinoso garito conocido por sus copas baratas y la disponibilidad de drogas ilegales a convertirse en un bar nuevo y prometedor, con una clientela que estaba creciendo a gran velocidad. Y más notable incluso había sido el cambio de su propia situación. Había pasado de ser una ajetreada camarera a convertirse en encargada de la barra.

Una sensación de satisfacción la tenía sonriendo la mayor parte de los días. Gracias a las propinas y al aumento de sueldo que había conseguido, ya no tenía que trabajar en dos sitios diferentes para llegar a fin de mes.

Seguía viviendo en un apartamento que solamente siendo generosa podría describir como modesto. Y, para seguir manteniendo el anonimato, continuaba yendo al trabajo en autobús en vez de en coche. Pero…

Había cambiado.

Antes de conocer a Rowdy Yates, propietario de bar, jefe y abrasadora tentación, antes de dejarse arrastrar por su entusiasmo por sacar adelante un bar hundido, Avery se había limitado a… sobrevivir. Ni más ni menos. En realidad, no se había sentido desgraciada. O, más bien, simplemente no había tenido tiempo de ahondar en conceptos tales como la felicidad.

Pero tampoco había disfrutado de la vida. No como lo estaba haciendo en aquel momento.

Le encantaba que Rowdy la incluyera en las decisiones que había que tomar sobre el bar. Lo hacía casi como si fuera su socia, en vez de una simple empleada. Al final él siempre tenía la última palabra, pero agradecía sus aportaciones. Era un hombre orgulloso, aunque no tan terco como para no ser capaz de escuchar. Fuerte, pero jamás intimidante. La había hecho sentirse importante otra vez.

Y, por supuesto, toda mujer que ponía sus ojos en él reconocía su atractivo. Ella incluida.

Se llevaban de maravilla y trabajaban juntos para conseguir que el bar tuviera el mayor éxito posible. Como socios y también como amigos, según a Avery le gustaba pensar.

Rowdy quería más. El cielo sabía que no se había mostrado nada tímido a la hora de evidenciar su interés por ella.

Y, aunque él no lo supiera, Avery correspondía a aquellos sentimientos. Pero… ¿se atrevería a mantener una relación íntima con un rompecorazones como Rowdy? Él había sido sincero, ella no tenía que preocuparse por lo que quisiera o dejara de querer, porque se lo había expresado con total claridad. A veces su sinceridad podía llegar a ser tan brutal que quitaba el aliento.

Él quería sexo.

Preferiblemente con ella, pero, cada vez que ella se negaba, y se negaba cada vez… a él no le costaba nada encontrar «compañía» en cualquier otra parte. Teniendo en cuenta cómo se le insinuaban las clientas, dudaba de que pasara alguna noche solo.

Y sin embargo siempre se lo proponía a ella antes de buscar «una segunda opción». En palabras de Rowdy, que no suyas.

¿Por qué hacía eso?

Si ella le importaba realmente, ¿por qué no esperaba hasta conseguir su aceptación?

De todas formas, si era sincera consigo misma, Avery tenía que admitir que aquello podía aplicarse en los dos sentidos. Si Rowdy le gustaba, ¿por qué lo hacía esperar? Después del año que había pasado, se merecía un poco de diversión.

Y con Rowdy Yates, ese chico malo y descarado con un cuerpo exquisito y una libido hiperactiva, la diversión sería mayúscula.

El frío viento de octubre atravesó la cazadora de Avery, provocándole un escalofrío que la obligó a regresar al presente. Soñar despierta con Rowdy había llegado a convertirse en su principal ocupación. Rara vez pasaba un solo minuto sin que él invadiera su mente.

Quizá aquella noche, antes de que él se liara con alguna otra, ella le diera alguna pista sobre sus sentimientos.

Una vez tomada la decisión, Avery abrió la puerta. Solo Rowdy y ella tenían las llaves. Que confiara tanto en ella era algo que no dejaba de sorprenderla y de complacerla. Jamás haría nada que le hiciera arrepentirse de ello.

Atravesó el oscuro interior del bar sin encender las luces. El sol de primera hora de la mañana apenas penetraba las sombras. Normalmente llegaba a eso de las dos de la tarde, una hora antes de comenzar su turno, para poder prepararse bien. Pero aquel día tenía que hacer unos recados, además de una importante llamada de teléfono, y se había dejado el móvil al lado de la caja registradora.

Después de localizar el teléfono detrás de la barra, justo donde lo había dejado, se dispuso a marcharse. Apenas había dado unos cuantos pasos cuando oyó el primer ruido.

Alarmada y con el corazón enloquecido, se detuvo a escuchar.

¡Sí! Había vuelto a oírlo. Un ligero susurro, un suave… ¿gemido?

Tragó saliva. ¿Habría entrado alguien por la puerta de atrás? ¿Un borracho? ¿Un vagabundo?

¿Un ladrón?

¿O algo peor?

No. Sacudió la cabeza, negando aquella posibilidad. A ninguna persona de su pasado se le ocurriría ir a buscarla allí. Había veces en que ni ella misma podía dar crédito a los cambios que se habían producido en su vida. Cambios de los que, desde que conoció a Rowdy, ya no se arrepentía.

Además, las reformas del local habían empezado por la actualización de todos los sistemas de seguridad, con la instalación de cerraduras nuevas tanto en la puerta delantera como la trasera, así como en todas las ventanas. No era nada fácil forzar la entrada.

Antes de su propia transformación, Avery había sido una completa cobarde. Por supuesto, algunos podrían haberlo definido como discreción, pero ella sabía bien la verdad. Durante demasiado tiempo había confiado por completo en los demás… para todo.

Un año atrás, si hubiera tenido que enfrentarse a un ruido extraño, habría salido corriendo por la puerta y llamado sin más a la policía. Y aunque al final hubiera resultado ser una falsa alarma, no le habrían importado nada los posibles inconvenientes que pudiera haber causado a los demás.

Pero el año entero que había pasado escondida le había enseñado a tener más confianza en sí misma, a resolver sus propios problemas. La independencia la había liberado, así que esa vez no pensaba escabullirse.

Intentando no hacer el menor ruido, avanzó muy despacio siguiendo la dirección del sonido, aguzando bien el oído. Escuchó otro ruido que parecía proceder del despacho de Rowdy. ¿La radio, quizá? ¿El aullido del viento?

La puerta de Rowdy estaba entornada, cuando él solía mantenerla cerrada. Podía ser lo suficientemente valiente para haber llegado hasta allí, pero que perdiera su sentido común era algo bien distinto. Solo en caso de que alguien hubiera conseguido forzar la entrada, Avery buscó el número de la policía y acercó el pulgar a la tecla de llamada. Avanzando pegada a la pared, contuvo la respiración hasta que estuvo justo al lado de la puerta.

—Sí, así, así…

Al reconocer la voz áspera y susurrante de Rowdy, Avery se relajó. Imaginando que estaría hablando por teléfono con alguna de sus amigas, puso los ojos en blanco, entró….

Y su estómago dio un salto mortal.

Repantigado en el butacón de su escritorio y agarrado con fuerza a los apoyabrazos, con su rubia cabeza echada hacia atrás, Rowdy soltó un nuevo gemido, esa vez más grave y más profundo. Avery podía verlo de perfil. El enorme escritorio ocultaba la mayor parte de su cuerpo, pero no la cabeza de la mujer que se movía sobre él, sobre su regazo para ser más precisos.

Santo Dios. Sabía lo que estaba haciendo, ni siquiera un idiota podría haberlo malinterpretado. Los celos, el dolor y el resentimiento crecieron hasta atragantarla. Quería moverse, de verdad quería moverse, pero sus pies permanecían pegados al suelo.

También quería desviar la mirada, pero no lo hizo.

Rowdy se puso entonces rígido, en tensión, con su expresión reflejando un intenso placer. Y, entonces, con un gruñido final de satisfacción, volvió a suspirar y a relajarse, aflojando todos sus músculos. Suspirando profundamente, acarició el pelo de la mujer y le dijo:

—Levántate, cariño. Ya estoy seco.

«¡Ay, Dios santo!», exclamó Avery para sus adentros.

Intentó tragar saliva, pero no tenía. Se esforzó por cerrar los ojos, pero ni siquiera era capaz de pestañear.

De rodillas ante él, la pelirroja emitió su propio suspiro de satisfacción y fue levantándose muy despacio sobre los muslos de Rowdy.

—Ahora me toca a mí…

¡Vaya! Bajo ningún concepto iba a quedarse para ser testigo de algo así. Horrorizada, Avery dio media vuelta dispuesta a escapar y de repente el suelo crujió.

Rowdy desvió la mirada y la descubrió en el marco de la puerta. Sus ojos de color castaño claro pasaron de la dulce satisfacción a una concentración extrema. No se irguió, ni apartó su manaza del cabello de la mujer.

Quizá ni siquiera respiró.

Sus miradas se encontraron durante dos intensos segundos antes de que Avery fuera capaz de rehacerse y marcharse. El calor le abrasaba el rostro. El corazón le atronaba contra las costillas. «Por favor, que no me siga. Por favor».

A su espalda, oyó la ronca maldición de Rowdy y después la risa aguda de la mujer.

No, no y no. La humillación no dejó de perseguir a Avery hasta la puerta. Una vez allí, sin aliento y en medio de una confusa mezcla de sentimientos, se detuvo para lanzar una mirada por encima del hombro.

Nadie la seguía. De hecho, podía oír la queda conversación entre Rowdy y la mujer.

La furia le oprimía el pecho. Le escocían los ojos. «¡Maldito seas, Rowdy Yates!».

Obligándose a alzar la barbilla, Avery empujó la puerta del bar y se alejó del primer hombre que había despertado su interés durante cerca de un año entero.

 

 

Rowdy tuvo que reprimir las ganas de gritarle a Avery que volviera, de salir corriendo tras ella y decirle… ¿qué? «¿Siento que me hayas descubierto en medio de una felación?». Imposible. Lo mataría si lo intentaba siquiera.

Podía decirle la verdad. «Me habría gustado que hubieras sido tú la que estuviera de rodillas». Soltó un resoplido burlón ante lo absurdo de aquella idea.

Avery ya sabía que él la deseaba. ¡Diablos! Había sido tan abierto y tan directo que su insistencia parecía casi una obsesión, por absurdo que pudiera parecer.

Un creciente desasosiego le hizo olvidar el placer del orgasmo. ¡Maldita sea! No le debía ninguna explicación a Avery. Era su empleada. Y punto.

Aquello era lo que Avery quería.

¿Pero y si no volvía?

No, no podía pensar una cosa así. Durante el poco tiempo que llevaba conociéndola, Avery había demostrado tener una fortaleza de hierro, una gran dosis de orgullo y, posiblemente, un resentimiento aún mayor que el suyo.

Volvería, aunque solo fuera para hacerle sufrir su desaprobación.

Además, le encantaba su trabajo y se le daba muy bien. Miró el reloj. ¿Por qué habría ido tan pronto al bar?

Fuera cual fuera la razón, no importaba. Lo había visto y eso le había hecho retroceder todo el terreno que había ganado con ella hasta entonces. Porque, últimamente, se había estado ablandando un poco. O algo así.

Quizá no.

Con Avery Mullins era difícil decirlo.

La había deseado desde la primera vez que la vio en el bar. Tenía un pelo rojo increíble, una actitud matadora y toneladas de energía contenidas en un cuerpo tan pequeño como tentador. Era una mujer inteligente, perspicaz y observadora.

Y sexy como un demonio, aunque ella lo negara, al igual que negaba que lo deseaba.

El contraste entre su orgullo personal y su ética en el trabajo, por un lado, y el lugar donde había elegido trabajar, por otro, le intrigaban. La había conocido antes de comprar el bar, cuando aquel local había sido poco menos que un basurero repleto de indeseables y delincuentes. Todavía no estaba seguro de que ella no hubiera influido en sus ganas de quedarse con el bar.

A la larga, conseguiría seducirla. Se negaba a aceptar que las cosas pudieran resultar de otra manera. Pero, incluso a él, lo que acababa de ocurrir le parecía mal.

En esos momentos no tenía ningún motivo para continuar la velada con… Diablos. ¿Cómo se llamaba?

Sintiendo el latigazo de la censura de Avery, aunque ella no se hubiera quedado para compartirla con él, Rowdy agarró del brazo a la mujer y tiró de ella para que se levantara.

—Vamos, cariño. La diversión ha terminado.

—Para ti —se quejó, e intentó acurrucarse en su regazo.

—Si no recuerdo mal, a ti ya te ha tocado divertirte dos veces.

—Por lo menos.

Le dirigió una tórrida y satisfecha sonrisa y se restregó contra él.

Su melena, también de color rojo, pero no del intenso rojo natural de Avery, se derramó sobre su brazo. También ella era pequeña, pero no tenía el mismo orgullo que Avery.

Y, por lo que se refería a su actitud vital, las dos mujeres eran como dos mundos aparte.

¿De verdad había imaginado algún tipo de parecido entre ellas? Qué idiota. Quizá había estado demasiado desesperado, pero la idea no le gustaba nada, así que se la quitó de la cabeza.

Manteniendo a la mujer a distancia, se levantó y se giró para abrocharse los tejanos.

—Es más tarde de lo que pensaba. Ya es hora de que te marches.

—¿Es por ella?

«Justamente», respondió para sí.

—No.

La mujer se abrazó a su espalda y restregó sus senos contra él.

—Ha sido una noche increíble.

En aquel momento, después de haber visto a Avery, el tono de ronroneo y las caricias de aquella mujer lo dejaron frío.

—Me alegro.

Aunque se sentía como un canalla, rodeó el escritorio y se dirigió hacia la puerta para esperarla allí, evidenciando su impaciencia.

La mujer hizo un puchero antes de aceptar lo inevitable. Humedeciéndose los labios, se inclinó hacia Rowdy e intentó darle un beso, que él esquivó, para luego dirigirse hacia el bar.

Rowdy la agarró del brazo y la hizo cambiar de dirección.

—La puerta trasera está más cerca.

Si había alguna posibilidad de que Avery siguiera en el bar, era preferible no tentar a la suerte.

—¿Tú te lo has pasado bien?

—Sí, claro.

Había intentado seducir a Avery la noche anterior, pero, como era habitual, ella lo había rechazado sin miramientos.

No había querido hacerlo, pero al final había terminado por aceptar una alternativa.

—Necesito dinero para un taxi.

—Sin problema.

Aquella dama no era de la ciudad y se alojaba con su familia, de modo que acompañarla a su casa no había sido una opción. Y Rowdy tampoco había querido llevarla a su apartamento, de manera que… al final se la había llevado a su despacho.

No había sido una buena idea. Debería haber alquilado una habitación para pasar la noche. La próxima vez lo haría.

Porque, como las pesadillas jamás lo abandonaban durante demasiado tiempo, sabía que habría una próxima vez. Y otra más después.

Tenía veintinueve años y había vivido solo durante la mayor parte de su vida. En ocasiones, el dolor del pasado lejano se cerraba a su alrededor provocándole el sofocante desasosiego de un niño desesperado.

Maldijo para sus adentros. Odiaba su propia debilidad.

Disgustado, sacó su cartera y le entregó un billete de veinte dólares. En aquel momento, con todo un nuevo día por delante, se moría por unas cuantas horas de sueño.

—¿Con esto tendrás suficiente?

—Gracias —la mujer cerró sus dedos de uñas perfectas alrededor del billete y dijo con voz seductora—: Vengo aquí cada dos semanas.

Rowdy abrió la puerta trasera del bar mientras contestaba:

—Lo siento, cariño, pero ya te dije ayer que el trato era para una sola noche.

—No tiene por qué serlo.

—Sí —mientras le mantenía abierta la puerta, estaba pensando ya en todo lo que tenía que hacer antes de abrir para la jornada—. Tiene que serlo.

—Si cambias de opinión…

Rowdy la empujó con toda la delicadeza de la que fue capaz.

—No cambiaré de opinión.

Había sido una distracción agradable, pero nada más. En aquel momento, quería concentrarse en el bar… y en Avery.

La mujer se marchó con desgana, pero se fue.

Como se iban todas.

Y así era como él quería que fuera. Normalmente. Pero, por extraño que pudiera parecer y aunque todavía no se hubieran acostado, disfrutaba de la compañía de Avery.

Diablos, disfrutaba tanto que la había convertido en barman en cuanto compró el local. Y si quería que continuara a su lado, cosa que estaba clara, el sexo en el despacho tendría que acabarse.

A menos que fuera con ella.

¿Y no era aquella una idea endiabladamente agradable?

 

 

Durante el año anterior, Avery había aprendido todo tipo de cosas sobre sí misma. Era más fuerte de lo que jamás habría pensado. Más decidida. Más resistente.

Pero para volver al bar aquella noche antes de que empezara su turno, necesitó hasta la última gota de esa confianza en sí misma. No podía apartar de su cerebro la sensual imagen de Rowdy inmerso en un acto tan íntimo. Su aspecto, los sonidos que había proferido. Había sido un momento tan tórrido…

Si era sincera consigo misma, tenía que reconocer que sentía unos celos que rayaban con la curiosidad. Entre ellos no había ningún tipo de compromiso, de modo que Rowdy no la había traicionado en ningún sentido. Pero seguía sintiéndose traicionada… y mucho.

Rowdy vivía la vida de acuerdo con sus propias normas. ¿Hasta qué punto era eso algo liberador?

Atendía su negocio y asumía responsabilidades, pero, en lo referente a las relaciones personales, evitaba los compromisos y, en cambio, satisfacía a placer su saludable apetito sexual. Avery no era ya la patética ingenua de un año atrás, pero sabía que un chico malo como Rowdy estaba tan alejado de su campo de experiencia que hasta sentía vértigo.

Sabía que no podría jugar con Rowdy sin terminar quemándose. No podía permitirse el lujo de tener una aventura sin arriesgarse a que le rompiera el corazón.

Por triste que fuera, no podía hacer nada con él, salvo trabajar, de modo que haría bien en apartar cualquier otro pensamiento más íntimo de su mente.

Pero después de haberle visto durante un orgasmo…

«¡No!», se ordenó a sí misma, «¡Deja de pensar en eso!».

Rowdy ni siquiera estaba en el bar cuando ella regresó y comenzó a organizarlo todo a toda velocidad. Durante un buen rato tuvo suficiente trabajo como para no ponerse nerviosa.

A las tres, solo media hora antes de que abriera el bar, entró Rowdy. Llevaba unos tejanos gastados y una camiseta negra. Iba recién afeitado, con el pelo húmedo, y lucía un aspecto tan suculento como siempre.

Se preparó para la inevitable incomodidad del primer encuentro, para lo que diría Rowdy y para lo que diría ella.

Pero no ocurrió nada.

Rowdy se puso directamente a trabajar. Jones, el cocinero recién contratado, y Ella, una de las tres camareras, también estaban en pleno ajetreo. El trabajo los mantuvo a todos demasiado ocupados como para dedicarse a cotorrear.

Avery desvió la mirada mientras Rowdy llenaba la caja registradora de monedas y billetes pequeños. Se ocupó de otras cosas cuando él colocó la pizarra blanca con las especialidades del día. Y charló con Ella aprovechando que Rowdy echaba un vistazo general al bar.

Pero, en todo momento, fue consciente de su presencia.

Rowdy, el muy maldito, se comportaba como si no hubiera pasado nada.

Quizá para él lo ocurrido no había tenido ninguna importancia. A lo mejor sabía tomarse con toda calma que lo hubieran sorprendido en la intimidad del acto sexual.

Él miraba repetidamente en su dirección. Avery lo sabía porque sentía su mirada cada vez. Aquel hombre tenía una manera de mirar que era casi como un contacto físico y ardiente.

A medida que la noche fue avanzando y el bar empezó a llenarse de clientes, la tensión de Avery aumentó. Había imaginado que Rowdy la abordaría, aunque solo fuera para preguntarle por qué se había presentado tan pronto en el bar.

Pero no lo había hecho.

¿La estaría evitando? Al final tendría que hablar con ella, pero Avery prefería retrasar todo lo posible ese momento. Todavía tenía que pensar en lo que iba a decirle.

En el mejor de los escenarios, intentaría seguirle el juego y comportarse como si lo ocurrido no hubiera tenido el menor impacto en ella.

A la hora de la cena, cuando la mayoría de la clientela empezó a pedir platos de la reducida carta, Avery se dedicó a ordenar su zona de trabajo. No tenía a nadie que la ayudara, de modo que mantener la barra preparada era una de sus principales responsabilidades. Cada vez que podía, reorganizaba sus cosas.

Moviéndose a toda prisa a lo largo de la barra, se dedicó a recoger servilletas sucias y sobres vacíos de pajitas y a secar el líquido derramado en su superficie. Cuando se volvía hacia el fregadero, a punto estuvo de chocar con Rowdy. Desprevenida, retrocedió tambaleante y lo miró frunciendo el ceño.

—¿Qué pasa?

A él no pareció importarle la aspereza de su tono.

—¿Es que piensas ignorarme durante toda la noche?

Avery respiró hondo, pero no le sirvió de nada. Contestó sin pensar:

—Eres tú quien me está ignorando.

—No —se volvió y la hizo volverse para evitar que los vieran los clientes—. Pero cada vez que te miraba, tenías la cara tan roja que pensaba que estabas a punto de desmayarte.

Sí, ya que lo decía, era cierto que el calor le abrasaba las mejillas. Esperando transmitir desinterés, Avery intentó darle un codazo para apartarlo de su camino. Pero era sólido como una roca y no fue capaz de desplazarlo un solo centímetro, así que lo rodeó precipitadamente.

—No sé de qué estás hablando.

—Tonterías —se cruzó de brazos y se apoyó contra la barra—. Tenemos que hablar de lo que ha pasado.

A punto de estallar, Avery abrió la boca dispuesta a soltarle una buena bronca, pero de repente quedó fascinada ante el espectáculo de sus abultados bíceps, de la camiseta ceñida contra su pecho y de los tejanos desteñidos a la altura de su… bragueta.

Ahogando un gemido, se dedicó a colocar más servilletas y vasos limpios para hacer algo con las manos que no fuera alargarlas hacia él.

—¿Sobre qué?

—Avery —la regañó—, sabes a qué me refiero.

Una chispa de furia se abrió paso a través de su vergüenza. Avery miró a su alrededor, pero no había nadie cerca que pudiera oírlos.

—¿Te refieres a tu inadecuada conducta en tu despacho?

—Sí —elevó la comisura de los labios en una sonrisa—. A eso.

Si él era capaz de mostrarse tan indiferente, ella también.

—Siento haberos interrumpido. Espero que no tuvieras que…. —estuvo a punto de atragantarse— detenerte por mi culpa.

—En realidad, acababa de terminar, pero eso ya lo sabes, ¿no?

Avery se quedó sin aliento.

Él bajó la voz hasta convertirla en un ronco susurro:

—Lo que quiero decir es que lo viste tú misma.

Alzándose de puntillas, Avery gruñó:

—¡Estaba en estado de shock! Y, de hecho, pensé que los dos seguiríais durante unas cuantas horas después de que yo desapareciera de escena.

—No —Rowdy cambió de humor, hasta ponerse excesivamente serio—. Lamento que tuvieras que ver una cosa así.

Antes de que pudiera autocensurarse, Avery se descubrió replicando:

—Pero no lamentas haberlo hecho, ¿verdad?

Rowdy la observó sin responder, como si estuviera analizándola.

«¡Dios santo!», exclamó Avery para sus adentros, y se afanó en sacar a toda velocidad las bolsas de los cacahuetes y las galletitas saladas para rellenar los cuencos.

—Olvida lo que he dicho. No es asunto mío.

—Yo ya te pedí que…

—Sí, ya lo sé —lo cortó a demasiada velocidad y en voz demasiado alta. Su risa forzada no habría podido convencer a nadie—. Si no soy yo, te vale con cualquier otra, ¿verdad?

Con cualquier otra, sí. Menuda forma de hacerla sentirse especial.

—Avery…

Avery depositó el cuenco sobre la barra con tanta fuerza que los cacahuetes salieron disparados.

—Créeme, Rowdy, lo comprendo.

—Me temo que no.

Por algún motivo, aquello la enfureció de verdad. Con los brazos en jarras y las mejillas ardiendo, se enfrentó a él.

—Quieres sexo. Constantemente.

Rowdy miró a su alrededor y, agarrándola de un brazo, se la llevó a un aparte.

—Tranquilízate, ¿quieres?

Una vez que ya se había lanzado, Avery continuó:

—Con cualquier mujer que esté disponible. Y como yo no estoy preparada, entonces…

—No es así.

—¿Ah, no?

«Cierra la boca, Avery», se ordenó. Pero no podía. Cuando Rowdy andaba cerca, perdía toda capacidad de autocontrol.

—¿Entonces cómo es? —le preguntó.

Rowdy ignoró aquella pregunta sacudiendo la cabeza y formuló otra.

—¿Qué quieres decir con que no estás preparada?

«¡Oh, mierda!», exclamó Avery para sus adentros.

Rowdy se le acercó y pareció atravesarla con la mirada.

—No me has pedido que espere, Avery. Ni una sola vez. Lo único que he oído de ti ha sido un no rotundo.

Avery se lo quedó mirando fijamente, ansiando desesperadamente decirle: «espera».

Como si le hubiera leído el pensamiento, Rowdy susurró:

—Avery…

El teléfono del bar empezó a sonar justo en aquel momento, interrumpiendo lo que quiera que Rowdy planeara decir.

Avery alargó la mano hacia el aparato, pero él se le adelantó.

Sin dejar de observarla, respondió:

—Bar y parrilla Rowdy —podría haber contestado con el nombre que ella le había sugerido para el bar, el Getting Rowdy, pero rara vez se refería al local de esa manera—, ¿en qué puedo ayudarlo? —entrecerró los ojos—. Sí, está aquí. Un momento —le tendió el teléfono a Avery.

Avery arqueó las cejas.

—¿Es para mí?

—Tú eres Avery Mullins, ¿no?

Avery retrocedió a tal velocidad que chocó contra la barra ¿Alguien había preguntado por ella, llamándola por su nombre? Un puño invisible le oprimió los pulmones.

—¿Quién es?

Rowdy volvió a estrechar los ojos, entre preocupado y receloso.

—No lo ha dicho. Es un hombre.

Un hombre. Con todo tipo de pensamientos agitando su mente, presa de una creciente y abrumadora preocupación, Avery intentó decidir qué hacer, cómo reaccionar.

Rowdy tapó entonces el auricular del teléfono.

—¿Cuál es el problema?

Avery se mordió el labio. Sería algún cliente, se dijo, alguien que necesitaba información sobre el bar. La persona que llamaba no tenía por qué saber que había sido el propietario quien había contestado el teléfono y que por tanto podría proporcionarle cualquier información que necesitara.

Rowdy se acercó a ella, hasta tocarla casi.

—¿Quieres que atienda la llamada por ti?

Era tan grande y tan tremendamente masculino que, sin querer, la hacía sentirse aún más pequeña de lo que era y mucho más vulnerable.

Sentimientos que había intentado enterrar en lo más profundo.

—No —era una mujer independiente y adulta. Ya era hora de que se comportara como tal—. No, claro que no.

Intentó sonreír, pero no lo consiguió del todo. Agarró el teléfono y contestó con moderado recelo:

—¿Diga?

El frío silencio que siguió a su pregunta fue más estruendoso que un disparo.

El corazón comenzó a latirle a un ritmo salvaje. Y la manera de mirarla de Rowdy no ayudaba. Volvió a preguntar con voz algo más alta:

—¿Diga?

Oyó una leve risa y de repente la línea se cortó.

Su preocupación se trocó en verdadera alarma.

—¿Avery?

A partir de aquel momento, tendría que tener más cuidado. Se acabaron los paseos hasta la parada de autobús. O volver a su apartamento sin estar preparada para lo peor.

—Ya está bien, Avery —Rowdy la agarró por los hombros—, cuéntame lo que te pasa.

Pero no había ningún motivo para compartir su absurdo pasado con Rowdy.

—No me pasa nada.

Nada que él pudiera solucionar, por lo menos. Pero no iba a decírselo.

Se las había arreglado bastante bien antes de conocer a Rowdy. Y, puesto que él no quería ataduras de ningún tipo, continuaría arreglándoselas igual de bien sola.

—Nada, ¿eh? ¿Es por eso por lo que estás estrangulando el teléfono? —le quitó el aparato de las manos y se lo llevó a la oreja.

—Ha colgado —Avery se volvió para continuar rellenando los cuencos de la barra. Pero, cuando terminó, Rowdy seguía de pie a su espalda. Esperando. A lo mejor ella había interpretado mal la llamada—. ¿Qué te dijo exactamente?

—Me preguntó si Avery Mullins trabajaba aquí.

Bueno, aquello sonaba fatal. No había muchas maneras de interpretar lo ocurrido. Solo podía asumir lo peor.

Alguien la había localizado.

Rowdy la agarró del brazo y tiró de ella con suavidad.

—Trabajas para mí.

—¿En serio? ¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta?

Rowdy cerró los ojos ante aquella pésima disposición a colaborar.

—No te hagas la listilla.

—Lo siento. Tienes razón, trabajo para ti —adoraba su trabajo, lo que significaba que en aquel momento debería estar atendiendo a sus clientes, en vez de ponerse enferma de los nervios—. Y, si te apartaras de mi camino, podría seguir haciéndolo.

Rowdy escrutó su rostro, consciente de que no iba a dejarse persuadir, y soltó un gruñido de exasperación.

—Esta noche, cuando cerremos, no te vayas. Quiero hablar contigo.

Ella abrió la boca para negarse, pero Rowdy la cortó antes de que hubiera podido decir una sola palabra:

—Es por algo relacionado con el trabajo. Ella, la camarera, también tendrá que quedarse.

Ah, bueno, en ese caso…

—Solo podré quedarme hasta las dos y media.

Si salía más tarde perdería el autobús y no quería tener que pagar un taxi.

Rowdy asintió, aceptando su condición.

—No tardaremos mucho.

—En ese caso, de acuerdo.

Sin soltarle el brazo, Rowdy le acarició la piel con el pulgar.

—¿Seguro que estás bien?

¡Ah!.Rowdy tenía sus defectos, pero también era un hombre tierno y protector.

Y tenía un crudo atractivo viril que debería estar prohibido.

—Completamente.

Había trabajado duro para poder recomponer su vida. No iba a dar marcha atrás en un momento como aquel.

—¡Rowdy! —lo llamó de repente alguien, con excesiva familiaridad.

Se giraron ambos a la vez, buscando la procedencia de aquella voz.

Dos rubias y una morena lo saludaron con la mano, pero Avery no vio a ninguna pelirroja. Se cruzó de brazos y esbozó una leve sonrisa.

—Si piensas volver a utilizar el despacho, te sugiero que esta vez cierres la puerta con llave,

Rowdy la tomó suavemente de la barbilla. Alzándole el rostro.

—Hablaremos después.

—Sobre el trabajo —aclaró ella, pero él ya se había marchado, saliendo de detrás de la barra para dirigirse a saludar al trío de mujeres.

 

 

La luna y el parpadeante resplandor de una farola iluminaban la noche oscura. Un viento helado traspasaba su abrigo. Se levantó el cuello y, con la grava del aparcamiento crujiendo bajo sus zapatos, se alejó de la cabina de teléfonos. Una eufórica sensación de satisfacción estuvo a punto de arrancarle una carcajada.

Ya estaba. Ya la tenía.

Avery Mullins podía haber llegado a pensar que se había escondido bien pero, con dinero, era posible descubrir a cualquiera… u ocultar el más oscuro secreto. Le había llevado un año, pero pronto todo habría terminado.

Estaba loco por verla otra vez. Todo el mundo sería más feliz cuando Avery regresara al lugar al que pertenecía. Nunca más volvería a ser tan descuidado. Los dos habían errado en sus cálculos: él había subestimado sus capacidades y ella su determinación.

Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para obligarla a pagar su osadía.

No tardaría en enmendar sus errores. Avery no volvería a tomarlo por un estúpido. nunca más

Capítulo 2

 

Avery apretó los dientes mientras se esforzaba por ignorarlas. Imposible. Las mujeres que rodeaban a Rowdy eran atractivas, sexys y estaban dispuestas a todo. Si Rowdy se metía con ellas en su despacho, ¿qué haría ella? ¿Renunciar a su trabajo? Probablemente no.

Podría arrojarles agua fría. Desvió la mirada hacia las botellas de agua con gas que guardaba debajo de la barra. Era una posibilidad.

Pero mientras ella seguía atendiendo a sus clientes, Rowdy se deshizo de aquellas tres mujeres y tuvo después que esquivar a otras que intentaron colgarse de su brazo. Fue educado con todas ellas, pero nada más.

En realidad, tampoco importaba. A ella por lo menos.

Rowdy alzó la mirada y sorprendió su ceño fruncido. Le guiñó un ojo, esbozó una leve sonrisa y continuó saludando a la clientela.

Desde que unas cuantas semanas atrás abrieron el bar, Rowdy había puesto un especial empeño en participar en todas las tareas, en supervisar todos los aspectos de su funcionamiento y en mezclarse con la clientela. Los hombres disfrutaban del ambiente informal del bar, pero Avery sospechaba que las mujeres estaban más interesadas en Rowdy que en cualquier otra cosa que pudiera ofrecerles el establecimiento.

Les había llevado tiempo volver a amueblar el interior. Había reparado muchas cosas y lo que no había podido arreglarse Rowdy lo había sustituido con materiales de segunda mano. Para reducir gastos, él mismo había hecho gran parte del trabajo, como pintar las paredes, limpiar a fondo suelos y ventanas y asegurarse de que todo estuviera limpio y reluciente.

Siempre que le había sido posible, Avery había colaborado, trabajando codo a codo a su lado…. y enamorándose de él a casa segundo.

No podía decir qué era lo que tenía Rowdy, pero, desde el mismo día en que lo conoció, había sucumbido a su rudo encanto. Y si a su maravilloso rostro se añadía un cuerpo tan fuerte y tan bien trabajado, el resultado era un espectacular bombón para la vista.

Pero había mucho más que su atractivo físico. Rowdy sonreía como si conociera todos sus secretos, la miraba como si ya hubieran tenido una relación íntima. Aquel hombre hacía de la seguridad en sí mismo un auténtico arte y afrontaba cada día con una despreocupada actitud desafiante.

Avery sabía que Rowdy hacía lo imposible por ocultarlo, pero había algo extremadamente sensible y considerado en la manera que tenía de tratar la vida: la suya propia y la de los demás.

Cuando su hermana se casó con el inspector Logan Riske, Rowdy se había encontrado de la noche a la mañana con un cuñado policía. Avery se sonrió al imaginar cómo habría reaccionado Rowdy ante la noticia. Por principio, no confiaba en la policía. Pero, por lo que ella había visto, se llevaba bien con Logan, y también con el detective Reese Bareden, su compañero en el cuerpo.

La mayor parte del pasado de Rowdy continuaba siendo un misterio para Avery, pero no le hacía falta ser psicóloga para saber que había tenido una vida dura, que había aprendido en la escuela de la calle y que era todo un superviviente. Había muchas posibilidades de que hubiera pasado algún tiempo fuera de la ley; de ahí sus recelos hacia la policía.

Ocupada en lavar vasos, Avery no vio a Rowdy cuando se metió con ella detrás de la barra. Al volverse, tropezó con él.

Demonio de hombre…

—¿Por qué tienes que aparecer siempre así, tan de repente?

Lanzándole una mirada cargada de insinuaciones, pasó por detrás de ella.

—Vengo a rellenar unas copas.

—¡Ah, gracias! —sirviéndose de aquella conversación intrascendente como disculpa, Avery intentó no pensar en que horas antes lo había visto sorprendido en una situación de lo más comprometida—. Esta noche ha venido mucha gente.

—Pero nos las estamos arreglando bastante bien —la miró de reojo—. ¿Qué tal vas tú?

Avery se quedó sorprendida.

—¿Qué quieres decir?

—Como tú misma has dicho, hay mucha gente. ¿Necesitas ayuda?

Oh. «Tranquilízate, Avery», se dijo. A Rowdy no le importaba que ella lo hubiera visto en una situación tan íntima, lo cual resultaba bastante significativo.

—Me las puedo arreglar bien. No hay ningún problema.

—Avísame si la cosa se vuelve agobiante —recogió la bandeja y se dispuso a salir de la barra—. Vendré dentro de un momento para que puedas descansar un poco.

—De acuerdo.

Al ver el movimiento de sus músculos mientras se alejaba, Avery sintió que los dedos de los pies se le curvaban dentro de los zapatos. Una reacción habitual cuando lo miraba.

Pero el flujo de clientes la mantuvo demasiado ocupada como para que pudiera seguir soñando despierta. Le gustó que se le acumulara el trabajo porque aquello la tuvo entretenida. Encontró el ritmo y se sumergió en el trabajo. Se sentía… zen.

Cuando las cosas volvieron a tranquilizarse, vio a Rowdy al final de la barra, intentando intervenir en una discusión que iba subiendo de tono entre dos hombres y una mujer. Una silla cayó al suelo. Se elevaron las voces.

Antes de que la situación se le fuera de las manos, Rowdy consiguió controlarla. Los hombres cedieron. Rowdy ejercía aquel tipo de influencia. La mujer se marchó enfadada y ninguno de los dos hombres intentó retenerla.

Con una media sonrisa, Avery observó cómo Rowdy levantaba la silla, lo cual le recordó el aspecto que había lucido mientras estuvo reformando el bar. La forma en que se habían hinchado sus bíceps cuando cargaba equipo pesado. La flexión de muslos cuando se agachaba. El dibujo de aquellos marcados abdominales cada vez que se había levantado la camiseta para enjugarse el sudor de la frente.

Y el puro placer de su rostro cada vez que terminaba una tarea.

Aunque no se había sentido del todo cómodo con la situación, Rowdy había terminado aceptando la ayuda de su nueva familia y amigos. A Avery le había costado un poco acostumbrarse a verlos trabajar juntos.

Con su casi un metro noventa de estatura, para ella Rowdy era una especie de gigante. Su cuñado, Logan, medía pocos centímetros menos que él; su amigo Reese era todavía más alto y el hermano de Logan, Dash, venía a medir más o menos lo mismo que Rowdy. Pero dejando de lado el aspecto físico, los cuatro no podían ser más distintos.

Como policías que eran, Logan y Reese eran tipos que siempre estaban concentrados, atentos. Pero Rowdy tenía una naturaleza especialmente vigilante. Los dos inspectores se relajaban de cuando en cuando, mientras que Rowdy nunca parecía bajar la guardia.

El hermano de Logan, Dash, era propietario de una constructora. Por lo que Avery había visto, estaba orgulloso de su trabajo, pero, una vez terminada la jornada, para él todo era placer. Y seducía a las mujeres con facilidad.

Pero también en aquel aspecto le ganaba Rowdy. Un aire de peligrosidad parecía intensificarlo todo en él: su atractivo, su aspecto, su actitud y su capacidad.

Su éxito con las mujeres…

Avery tenía la sensación de que Rowdy solo pasaba el tiempo de dos maneras: o trabajando o disfrutando de compañía femenina. En resumen, parecía incansable; y más que decidido a convertir aquel bar en un éxito. Se quedaba después de que ella se hubiera ido y casi siempre lo encontraba allí cuando llegaba.

Aquel día… Bueno, aquel día también lo había encontrado allí. Y a una hora más que temprana. ¿Se quedaría a menudo a pasar la noche en el bar? ¿Se habría permitido otras aventuras en su despacho?

Ella se acercó para pedir una copa.

—Crisis superada —bromeó la camarera, refiriéndose a cómo había apaciguado Rowdy la discusión—. Lo tiene todo, ¿eh?

—Ha hecho un gran trabajo —se mostró de acuerdo Avery.

Con treinta y cuatro años, Ella le sacaba ocho. A diferencia de Avery, la camarera llevaba siempre tacones, escote y no paraba nunca de sonreír. Se pasaba la vida coqueteando, llamaba «cielo» o «cariño» a todo el mundo y le gustaba el contacto físico. Nada demasiado íntimo, por lo menos cuando estaba trabajando, pero le gustaba acercarse a la gente.

En algunas mujeres, aquella personalidad tan habitual en los bares podía parecer un estereotipo, pero no en el caso de Ella. Era demasiado sincera y cariñosa como para poder ser otra cosa que auténtica.

Enredándose un mechón de su melena castaña en el dedo, Ella se inclinó hacia la barra mientras Avery servía tres chupitos de whisky.

—¿Sobre qué crees que querrá hablarnos esta noche?

Avery se encogió de hombros.

—Rowdy no ha dicho nada, así que ¿quién sabe?

—Jones espera que por fin se haya decidido a contratar a alguien que lo ayude en la cocina. La pobre criatura no para por las noches.

Aunque Avery jamás se habría referido a aquel cocinero fibroso y eficiente que debía de tener más de sesenta años como «pobre criatura», estuvo de acuerdo en que trabajaba mucho. Jones, al igual que Ella, era un hombre feliz. Llevaba su larga melena canosa recogida en una cola de caballo, tenía más tatuajes de los que Avery podía contar y maldecía constantemente mientras cocinaba, sobre todo las noches que había más trabajo.

Cuando la situación lo permitía, alguna de las camareras le echaba una mano, pero aquellas ocasiones eran poco habituales. Rowdy había esperado poder contar con tres camareras a jornada completa, pero Ella había sido la única que había aceptado. A las otras dos, que antes ganaban mucho dinero bailando en la barra de striptease, no les había gustado que la quitara. Se habían quedado trabajando a tiempo parcial y rotando turnos para así poder trabajar también en un club.

—Dudo que tenga que ver con la cocina, puesto que la reunión va a ser tarde.

Como todavía había tantas remodelaciones en marcha, era habitual que Rowdy convocara reuniones. Pero, cuando tenían que ver con la cocina, lo hacía antes de que empezara la jornada de trabajo, porque la cocina cerraba a las once.

—Bueno, qué más da. Siempre nos paga bien cuando nos tenemos que quedar, así que no importa —Ella recogió la bandeja—. Ese hombre es increíble.

Sí que lo era. Increíblemente grande. Viril.

Y con una energía sexual fuera de lo común.

Ella se alejó despacio, contoneándose con cada paso.

Sin necesidad de la barra de striptease, la camarera conseguía generosas propinas. Y aquella noche había tanta gente en el bar que tampoco a Avery le estaba yendo nada mal.

A la una en punto, cuando Rowdy dio el aviso de la última ronda, Avery estaba más que dispuesta a poner fin a la noche. Rowdy le había dejado tomarse dos descansos, pero continuaban teniendo mucho trabajo.

Al final, cuando el último cliente salió por la puerta y Rowdy pudo cerrar por fin, se reunieron en la sala de descanso. En cuanto Avery y Ella se sentaron alrededor de la mesa, Rowdy anunció: