Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Judy Russell Christenberry
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Cómo conquistar un corazón, n.º 5446 - diciembre 2016
Título original: Beauty & the Beastly Rancher
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9018-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
JOE Crawford echó atrás su sombrero y se secó el sudor de la frente con un pañuelo. Llevaba más de una hora en el tractor, arando un trozo de tierra en el que tenía intención de plantar alfalfa.
Era un trozo pequeño, pero no le gustaba nada desaprovechar las cosas. Podría producir suficiente alfalfa para que el ganado comiera durante un mes. Todo lo que hacía falta era un poco de sudor.
Tal vez no atrajera a las mujeres como sus hermanos, pero era un duro trabajador y ganaba mucho dinero con sus esfuerzos. Ya en el instituto se dio cuenta de que las mujeres no se interesaban por él, de manera que se centró en estudiar y en ganar una beca de cuatro años para estudiar agricultura en la universidad estatal de Oklahoma. A los treinta y cinco años, suponía que el amor ya había pasado de largo por su vida.
Hizo girar el tractor hacia el otro extremo del campo, hacia la carretera que flanqueaba sus tierras. Su mirada se detuvo en el rincón en que la carretera giraba hacia el sur. Había allí un viejo puesto de frutas construido años atrás. De no haber estado en las tierras de Derek Pointer, Joe lo habría tirado. Era un adefesio.
Pero aquel día estaba ocupado. Alguien estaba vendiendo en él vegetales y frutas. No podía imaginar a quién habría dado permiso la viuda Pointer para ponerse a vender allí. O tal vez se trataba de alguien que lo había ocupado sin permiso.
Tenía buena vista, y cuando captó un destello de movimiento volvió a mirar y descubrió que, quien quiera que fuese, había conseguido un potencial cliente. Dos hombres con muy poca pinta de dedicarse a comprar vegetales y frutas bajaron de un coche.
Joe se encogió de hombres. Había todo tipo de gente en el mundo. Apartó a los hombres de su mente. Casi había alcanzado el extremo del campo cuando un nuevo movimiento llamó su atención. En aquella ocasión fue una niña pequeña que corría entre sus tierras y el puesto de fruta.
Sin saber por qué, Joe supo al instante que algo iba mal. La niña le hacía señas con sus bracitos. Joe detuvo el tractor, se bajó y caminó hacia ella.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—Esos hombres están haciendo daño a mi mamá. Ayúdela, por favor.
Joe había notado el aire fanfarrón con que los hombres habían bajado del coche. No sabía quién estaba vendiendo en el puesto, pero dos contra uno no era justo.
—Quédate aquí. Te avisaré cuando puedas venir —dijo, y a continuación corrió hacia el puesto, cuya visión quedaba obstaculizada por su estructura de tres lados.
Unos gritos angustiados le hicieron comprender que la mujer tenía problemas. La vio cuando rodeó el lateral del puesto, tumbada en el suelo, con un hombre sujetándole las manos detrás de la cabeza y el otro sobre ella, tirando de sus ropas. No reconoció a ninguno de ellos. Debían de ser de fuera.
Joe era un hombre grande, el más grande de los Crawford. Su padre siempre le había dicho que no debía aprovecharse de otros hombre más pequeños, pero no se había referido a momentos como aquél. Golpeó con su poderoso puño al hombre que estaba de pie, que cayó de espaldas y soltó las manos de la mujer. Cuando se volvió, el otro hombre se lanzó sobre él.
No le importaba que opusieran resistencia. Así no harían daño a la mujer. Golpeó al otro hombre con sumo placer en el estómago. Luego se volvió hacia el primero, que se había puesto en pie y se disponía a atacarlo. Pero nunca llegó a hacerlo.
La mujer, Anna Pointer, según había comprobado ya Joe, había tomado un tablón del suelo y golpeó con él la cabeza del hombre, que cayó al suelo hecho un guiñapo.
—Buen trabajo —dijo Joe con una sonrisa. Luego sacó el móvil de su bolsillo y llamó a la oficina del sheriff.
—Tenemos un intento de violación donde la autopista gira hacia el sur, en el viejo puesto de frutas. Dos hombres han atacado a una mujer. Los retendremos hasta que pueda venir.
Cuando se volvió hacia la mujer vio que estaba a punto de caerse, como si las piernas no le obedecieran. La sujetó con una mano.
—¿Se encuentra bien, señora Pointer? —preguntó, manteniendo las distancias—. ¿Le han hecho daño?
—Sólo… algunos moretones. ¡Oh! Mi pequeña…
—Está bien. ¿Cómo se llama?
—Julie.
Joe buscó una caja de madera para que se sentara. Cuando se volvió, un movimiento cercano y el grito de la mujer lo alertaron. El hombre al que había golpeado en el estómago trató de atacarlo, pero era bastante más pequeño que él y no era precisamente robusto.
Lo golpeó con fuerza en la mandíbula. Luego, tomó un trozo de cuerda que había en el suelo y ató al hombre. Después hizo lo mismo con el otro.
—Supongo que eso los contendrá un rato —dijo a la mujer mientras se alejaba de nuevo a por la niña.
Esperaba que estuviera donde la había dejado, pero la niña lo había seguido y la encontró a unos metros del puesto.
—Tu madre está bien, Julie. Quiere asegurarse de que tú también estás bien. Ven aquí.
Julie se acercó, pero rodeó a Joe a bastante distancia. Él no se sorprendió. No atraía demasiado a los niños a causa de su tamaño y sus rasgos irregulares. Tenía el pelo castaño oscuro, unas cejas espesas y una nariz torcida que le daban un aspecto un tanto áspero. Sus cuatro hermanos eran muy atractivos. Las mujeres los perseguían constantemente. Pero nadie perseguía a Joe. Había aceptado aquel hecho en su vida, pero no le gustaba asustar a los niños.
—¡Mamá! —gritó Julie, y voló a los brazos de su madre.
—Oh, nena, estaba tan preocupada por ti. ¿Estás bien?
—Sí. ¿Te han hecho daño esos hombres?
Ambas estaban llorando, y Joe apartó la vista. Sentía que estaba invadiendo su intimidad.
De pronto oyó el llanto de un bebé. Miró a su alrededor, sorprendido, y vio una caja que servía de cuna para un bebé envuelto en una manta. La mujer fue hasta la caja y sacó al bebé, que era mayor de lo que Joe había imaginado. Había olvidado que la esposa de Derek estaba embarazada cuando éste murió en un accidente de coche. El accidente había despertado muchos comentarios porque iba acompañado de una mujer que no era su esposa.
—¿Ha venido aquí con Julie y el bebé? ¿No sabe lo peligroso que es?
Ella alzó la cabeza y lo miró con expresión desafiante.
—Lo sé.
—Debería haberlo pensado antes de poner a los niños en peligro.
—Quería vender los excedentes. ¡No se me ha ocurrido pensar que unos hombres considerarían que era una oportunidad ideal para violarme!
El sonido de una sirena en la distancia impidió hablar a Joe. Iba a decirle a la mujer que debería conocer la naturaleza de los hombres. Después de todo, había estado casada con uno que sólo pensaba en sí mismo. Pero había sido un hombre atractivo.
Los agentes saltaron del coche en cuanto éste se detuvo en medio de una nube de polvo.
—¿Va todo bien, Crawford?
—Ahora sí. Esos dos pasaban por aquí y al darse cuenta de que la señora Pointer estaba sola la han tumbado en el suelo y han tratado de desnudarla —Joe miró a los hombres. El que había recibido el golpe en la cabeza empezaba a recuperar la conciencia. El otro estaba sentado y luchaba por librarse de las ataduras.
—Seguro que han lamentado su decisión cuando te han visto llegar —dijo uno de los agentes, sonriente.
—La señora Pointer se ha ocupado del de la izquierda. Puede que necesite atención médica, aunque no la merece. Ninguno de los dos parece muy listo. Y si vuelvo a verlos por aquí, ya no podrán irse.
—No puede probar nada —espetó el que estaba sentado.
—Si estás muerto, no tendré que probar nada —Joe habló en un susurro, para que la señora Pointer no lo oyera.
El hombre se volvió hacia los agentes.
—¿Han oído su amenaza? ¡Voy a presentar una denuncia!
Joe no pareció asustarse en lo más mínimo. Anna Pointer acudió a su lado.
—No creo que le sirva de mucho una vez que yo declare lo que han tratado de hacer. Además, como ha dicho él, si vuelven podrían acabar muertos.
Los agentes asintieron.
—Por aquí nos gusta proteger a nuestras mujeres. Y no presentamos cargos contra quien lo hace, así que más vale que mantenga la boca cerrada.
A continuación llevaron a los dos hombres hasta el coche y los hicieron entrar en la parte trasera.
—La cuerda no es muy segura. Más vale que lo esposéis —dijo Joe.
Los agentes lo hicieron así.
—Gracias por recordárnoslo —dijo uno de ellos—. Al sheriff no le habría hecho ninguna gracia que se nos escaparan —se volvió hacia la mujer—. La llamaremos para que presente los cargos. Usted es la señora Pointer, ¿verdad?
—Sí. Gracias por todo.
Los policías se alejaron en medio de una nube de polvo. Joe y la señora Pointer contemplaron el coche. Ella tenía al bebé en brazos mientras Julie se sujetaba al faldón de su camisa.
—No va a volver a hacerlo, ¿verdad? —preguntó Joe, que quería asegurarse de que había entendido el peligro que corría.
—No volveré a traer a los niños. Los dejaré en la guardería de la iglesia —contestó ella sin mirarlo.
—¿No se da cuenta de lo que ha estado a punto de pasar? ¿Qué le sucede?
Era una mujer muy guapa y, después de lo sucedido, Joe pensó que era lógico que estuviera tensa.
—No me arriesgaré a venir con los niños, pero necesito vender el producto. Tengo que pagar el plazo de la hipoteca y carezco de dinero. Debo vender lo que pueda.
Joe se quedó mirándola. Si soplara un viento fuerte se la llevaría en volandas. Julie tampoco parecía especialmente bien alimentada. Sólo el bebé parecía un poco gordito. ¿Estarían pasando hambre? Miró las cajas de fruta y verdura y se dijo que estaba pensando tonterías.
—Puede vender sus productos en el mercado de Lawton. Allí ganará más dinero.
—Pero tendría que pagar una fuerte cantidad por el puesto. Gracias de todos modos —la señora Pointer empezó a cargar las cajas en la parte trasera de la baqueteada camioneta que estaba aparcada junto al puesto.
—¿Se va?
—Ése ha sido el primer coche que ha pasado en dos horas. Además… no me siento muy bien —dijo ella mientras llevaba más cajas a la camioneta.
Joe tomó cuatro de un golpe y la siguió.
—¿Está segura de que ese trasto anda?
—Esta mañana funcionaba.
Joe frunció el ceño. Derek no había sido un buen marido. Él lo sabía. Había oído que solía dejar a menudo a su mujer para irse por ahí de juerga. Pero siempre había parecido tener dinero para gastar. ¿Habría dejado a su viuda en la ruina?
—Trae los mandiles, por favor, Julie —dijo ella con suavidad.
La niña tomó los mandiles que colgaban de una cuerda sujeta entre dos postes y los llevó hacia su madre arrastrándolos por el suelo.
—Buen trabajo, Julie —Joe tomó a la niña por la cintura y la alzó de manera que los mandiles no tocaran el suelo. Cuando la dejó en la camioneta, la niña lo miró.
—Gracias. Ha sido divertido —Julie entregó los mandiles a su madre y luego volvió junto a la caja del bebé.
—Es una buena ayudante —dijo Joe. Era tan bonita como su madre.
—Sí, lo es —la mujer se aclaró la garganta—. Creo que aún no le he dado las gracias por su ayuda.
—Me alegra haber estado cerca.
Siguieron llevando cajas a la camioneta hasta que todo quedó cargado. Ella volvió a dar las gracias educadamente a Joe y luego metió a la niña y al bebé en el vehículo.
Joe se alegró al ver asientos para niños en la camioneta. Mientras ella montaba al bebé, él preguntó a Julie si podía ayudarla con el cinturón de su asiento.
—Puedo hacerlo yo sola. Mamá me ha enseñado.
—Eres una niña muy lista. Seguro que tu madre está orgullosa de ti.
—Sí. La ayudo en todo.
—Hoy la has ayudado, desde luego.
La mujer se sentó tras el volante y se puso su cinturón.
—Gracias de nuevo, señor Crawford.
Giró la llave de contacto. No pasó nada. Pisó el pedal del acelerador y repitió el proceso. El motor se puso en marcha, pero a Joe no le gustó nada el sonido. Probablemente necesitaba una buena revisión.
Tras contemplar un momento cómo se alejaban se encaminó hacia su tractor. Ya apenas le quedaba tierra que arar. Mientras lo hacía no dejó de pensar en la mujer a la que acababa de salvar. Creía que su nombre de pila era Anna. No había conocido bien a su marido porque era cuatro años más joven que él y no habían coincidido en el instituto. Sus hermanos si lo habían conocido bien. Solían mencionar lo estúpido que era.
Según parecía, Anna había sufrido bastante durante su matrimonio. Su marido no sólo la había traicionado, sino que también la había dejado sin un centavo.
Miró por encima de la valla la tierra baldía. Se preguntó por qué no la trabajaría la señora Pointer, o por qué no contrataba a alguien para hacerlo. Tal vez debería arrendarla. Eso podría servirle para pagar la hipoteca. Debería preguntárselo.
Movió la cabeza. Sabía que no le agradaría que fuera a visitarla. Pero no podía tolerar que sufriera. Si podía echarle una mano, tal vez acabaría por encontrar un hombre que pudiera ocuparse de ella y de su pequeña familia. Alguien que fuera bueno con ella y con sus hijos. Derek había sido un hombre afortunado pero había arrojado su fortuna por la borda.
Cuando terminó de arar guardó el tractor y fue a por su todoterreno, un modelo de tan sólo dos años con todos los accesorios, no como el de Anna Pointer. Pensaba hacer algunas averiguaciones sobre ella. Su madre estaba al tanto de todo lo que sucedía en el condado. Ella podría ponerlo al tanto.
Carol Crawford acababa de llegar de casa de su hija Lindsay. Había pasado la tarde cuidando del niño de ésta y del hijo y el bebé recién adoptado por su segundo hijo, Pete. Estaba sonriendo cuando Joe entró en la cocina.
—¡Joe! ¿Vienes a comer con nosotros? ¡Qué bien!
Joe abrazó a su madre y la besó en la mejilla.
—¿No te cansas nunca de alimentar a hombres hambrientos? —preguntó. Ya que su madre había tenido cinco varones antes de dar a luz a Lindsay, se había pasado casi toda la vida alimentándolos.
—Claro que no. ¿Cómo estás? No te he visto desde el pasado domingo, cuando comiste con nosotros.
—Lo sé. He estado arando. Hoy he estado cerca de la tierra de los Pointer.
—Oh. ¿Has visto a Anna? Estoy preocupada por ella.
—¿Por qué?
—Ya nadie la ve nunca. Apenas viene por el pueblo, y tiene dos hijos de los que cuidar.
—¿Cuántos años tiene Julie?
La pregunta sorprendió a la madre de Joe, pero éste no se molestó en explicar el motivo de su curiosidad.
—Creo que casi cuatro. Nació unos diez meses después de que Anna se casara con Derek. Terrible error.
—Sí. ¿Sabes si Derek le dejó algo al morir?
Carol dejó de guardar las compras que había hecho y se volvió hacia su hijo.
—Supongo que sí. Creo que Derek estaba asegurado.
—Hoy casi la violan cuando trataba de vender sus productos en el viejo puesto que hay donde la autopista gira al sur.
—¿Qué? ¡Oh, no! ¿Qué ha pasado?
Joe contó a su madre lo sucedido y recalcó lo lista que había sido Julie y la determinación de Anna.
—¡Espero que haya aprendido la lección! —dijo Carol con el ceño fruncido.
—Ha dicho que no volvería a llevar a los niños, pero que necesitaba vender sus productos para poder pagar la hipoteca.
Carol sirvió dos vasos de limonada de la nevera sin dejar de fruncir el ceño.
—Supongo que eso quiere decir que no tiene ingresos.
—Eso he pensado yo —dijo Joe mientras se sentaban a la mesa—. Le he dicho que podía llevar sus productos al mercado de Lawton, pero me ha dicho que no podía permitirse pagar el puesto.
—¿Por qué no habrá hablado con alguien al respecto? La comunidad se habría ocupado.
—Supongo que tiene su orgullo. Después de todo, su marido ya la abochornó bastante.
—Tendremos que hacer algo para ayudarla.
Joe se relajó. Sabía que su madre querría ayudar.
—He pensado en alquilarle algo de tierra. Pero no se lo he dicho. Me preguntaba si tú aún contabas con un puesto gratis en el mercado por pertenecer al Comite de Dirección.
—Lo había olvidado, pero sí cuento con ese puesto. Pero el problema es que debe ser utilizado por mí o por algún miembro de mi familia. Por mucho que quisiera, no podría cedérselo a Anna.
—Si yo la acompañara, nadie podría decir nada, ¿no?