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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Sherryl Woods

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El susurro de las olas, n.º 94 - enero 2016

Título original: Sea Glass Island

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7828-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

Queridas amigas,

La mayoría de nosotras hemos terminado por aceptar que nuestros sueños cambian con el transcurso de la vida. A veces esto es producto de la madurez y de las nuevas experiencias vitales. A veces nos vemos simplemente forzadas a aceptar una dura y nueva realidad.

 

Ese es el caso tanto de Samantha Castle como de Ethan Cole en El susurro de las olas. Pero mientras Ethan ha abrazado su nueva vida dirigiendo una pequeña clínica de urgencias en la costa de California del Norte, Samantha continúa luchando por enfocar de una manera nueva su futuro. Ella sabe que la carrera de actriz con la que antaño había soñado no resulta ya tan exitosa y satisfactoria como había esperado. Como las lectoras saben ya a estas alturas, Sand Castle Bay es el lugar perfecto para revisar objetivos y ambiciones. Y gracias a un pequeño empujón de su abuela, también ha sido el lugar ideal para que las hermanas Castle descubran el amor.

 

Espero que disfrutéis con este capítulo final de la trilogía de las hermanas Castle y que la historia de Samantha os recuerde que a menudo hay un nuevo e inesperado sueño esperándonos a la vuelta de la esquina, con tal de que abráis vuestro corazón a las nuevas posibilidades.

 

Con mis mejores deseos,

Sherryl Woods

 

Capítulo 1

 

Samantha hundió la cuchara en el cubo de helado de cereza y suspiró mientras lo sentía derretirse en su boca. Los placeres culpables como aquel eran lo único que la mantenía en pie en aquellos días. Una buena dosis de helado significaba la esperanza de que su carrera como actriz pudiera remontar. Una actitud positiva que la había ayudado a capear tiempos duros en el pasado, al fin y al cabo.

Aunque eso cada vez estaba resultando más difícil de creer. Últimamente, el silencio de su teléfono había resultado ensordecedor. Durante la última primavera, había conseguido un papel menor en un programa de televisión de máxima audiencia que se filmaba en Nueva York, pero que no le había reportado otras oportunidades a pesar del entusiasmo mostrado por el director y de los productores. Los programas de otoño habían empezado a rodarse, pero ella no había recibido ninguna de las prometidas ofertas de trabajo, ni siquiera para minúsculas apariciones.

Hacía semanas que no recibía una sola llamada para hacer anuncios. Si no hubiera sido por su trabajo como camarera en un lujoso restaurante del Upper East Side, se habría visto en la más grave situación económica que había enfrentado desde que llegó a Nueva York cerca de quince años atrás. Aun así, ya había tenido que echar mano de sus ahorros.

Aunque su hermana Gabriella le había organizado una fantástica campaña de publicidad en primavera, sus efectos se habían agotado en cuestión de semanas, que no de meses, y en aquel momento, una vez más, iba cuesta abajo. Había agotado su lista de contactos. Pero con todo lo que estaba pasando por la vida de Gabi en aquellos días, a Samantha no le había parecido bien pedirle más asesoría gratuita en publicidad. Gabi se estaba acostumbrando a su nueva vida como madre soltera y esforzándose por arreglarse con el muy paciente hombre de su vida, quien había aceptado posponer su boda hasta después de la de su hermana Emily, que se celebraría dentro de unas pocas semanas.

Siempre optimista, Samantha había sobrevivido a más de un momento difícil desde que llegó a Nueva York recién salida del instituto, como una jovencita fresca e ilusionada. Aquel último periodo de abstinencia, sin embargo, era el peor que podía recordar. Sobre todo cuando se presentaba acompañado de las miradas compasivas de las otras actrices que aspiraban a los mismos papeles. Su antaño expansivo y siempre generoso representante había empezado a esquivar sus llamadas para luego despedirse. Su sustituto, aunque entusiasta, no había conseguido ningún resultado prometedor.

Samantha tenía treinta y cinco años, y seguía siendo hermosa, pero su mejor momento ya lo había dejado atrás. Papeles que antaño habrían sido suyos con solo pedirlos iban a parar ahora a mujeres de veintipocos años. Pero, al mismo tiempo, no era lo suficientemente mayor para el pujante sector de las actrices maduras. No había suficiente optimismo en el universo que pudiera compensar aquella dura realidad.

Cuando sonó el teléfono, se lanzó a descolgarlo, lo que hablaba bien de lo desesperada que estaba. No le gustó la sensación.

–Hola, Samantha. Me alegro de haberte encontrado –dijo su hermana pequeña, Emily, como si localizarla en su casa fuera una rareza y no algo cotidiano en aquellos días–. Tenemos que hablar. Ahora que Gabi ya ha tenido el bebé, es hora de que nos pongamos serias sobre mi boda. Está a la vuelta de la esquina.

A pesar de su humor más bien sombrío, Samantha se sonrió.

–¿Sabe Boone que no siempre fuiste tan en serio con lo de la boda? –bromeó–. Recuérdamelo otra vez, ¿para cuándo era? ¿Para qué momento del año que viene?

–Muy graciosa. Queda menos de un mes.

–¿Tan pronto? –se burló Samantha.

–¿Pronto? Los preparativos han durado una eternidad. ¿Cuánto tiempo estuvimos separados Boone y yo? Años y años. Necesitamos compensar el tiempo perdido.

Era maravilloso oír el entusiasmo de la voz de Emily, pensó Samantha mientras se esforzaba por no envidiarla. Boone y ella se merecían aquella felicidad tan largamente postergada.

–¿Cuándo vendrás a Carolina del Norte? –le preguntó Emily–. Tienes que hacerte otra prueba de vestido, aunque no hayas ganado ni un gramo. Es más bien una muestra de solidaridad con Gabi, que todavía sigue luchando con el sobrepeso del embarazo. Y está la fiesta premamá que darán Gabi y la abuela, y luego el ensayo de cena. Estoy pensando que necesitaremos una lluvia de regalos, una noche solo de chicas. Este va a ser el mejor verano que habrán tenido nunca las hermanas Castle en Sand Castle Bay.

–No me lo perdería por nada del mundo –le aseguró Samantha–. Al fin y al cabo, ¿no fui yo la que predijo el pasado agosto que Boone y tú ibais a volver juntos?

–Sí, demostraste una gran percepción, pero no sería la primera vez que te ofrecen algún irresistible papel en el último momento y me dejas tirada. Me estoy acordando de mi fiesta de graduación en la universidad…

–Bueno, jamás te dejaría tirada el día de tu boda –la tranquilizó Samantha.

La probabilidad de que le saliera un gran papel era abismalmente pequeña. Además, nunca le fallaría a Emily después de haberle prometido que haría de dama de honor. El hecho de que Emily se lo hubiera pedido había constituido toda una sorpresa. Su relación siempre había estado teñida por algún tipo de rivalidad entre hermanas que ella nunca había llegado a comprender del todo, pero Emily parecía estar esforzándose sinceramente por olvidarla.

–Pasado mañana saldré para el sur –le dijo a su hermana, sin mencionarle que su boda le proporcionaba la excusa perfecta para abandonar Nueva York durante aquellos deprimentes días de la canícula veraniega–. Estaré allí para cualquier cosa que necesites.

–¿Te traerás a alguien contigo? ¿El tipo de la cadena de televisión o el productor? He perdido la cuenta.

–Sinceramente, yo también –admitió Samantha–. Pero no hay nadie a quien quiera tener a mi lado en una ocasión tan importante como la boda de mi hermana pequeña.

Hubo una leve vacilación al otro lado de la línea, hasta que Emily preguntó, tímida:

–¿Ni siquiera Ethan Cole?

El corazón de Samantha sufrió un pequeño y previsible vuelco.

–¿Por qué diablos habría de llevar a Ethan? Esa es una historia vieja. Ni siquiera es historia, ahora que lo pienso. En aquel tiempo, él ni siquiera reparaba en mi existencia.

–¡Ajá! –exclamó Emily, triunfante–. Sigues sintiendo algo por él. Yo le dije a Gabi que estaba segura. Ella también lo está. Por lo que respecta a la cosa romántica, nuestros poderes de observación son tan buenos como los tuyos.

–¿Y has deducido eso solo porque yo te pregunté por qué lo habías mencionado? –inquirió Samantha con tono irritable, detestando cualquier posibilidad de que a su edad sus sentimientos fueran tan fáciles de leer, para que cualquiera los detectara. Sobre todo cuando el hombre en cuestión probablemente ni siquiera la reconocería si llegaba a encontrarse con él.

–Lo he deducido porque durante todo el tiempo que estuviste en casa, después del huracán del verano pasado, no te quitaste su vieja camiseta de fútbol americano –respondió Emily–. Y, sorprendentemente, la camiseta desapareció una vez que volviste a Nueva York. Apuesto a que en este mismo momento está en tu armario.

–No es verdad –replicó Samantha, bajando la mirada a la camiseta verde y oro que lucía en aquel instante.

¿Y qué si todavía escondía un no tan secreto flechazo por el mejor pasador del instituto? Tres años mayor que ella y rodeado por multitudes de admiradoras del pueblo, Ethan ni siquiera la había mirado en aquel entonces. Ella no había sido más que una chiquilla insignificante, que ni siquiera había sido registrada por su radar. Dudaba seriamente que hubiera descubierto la profundidad de sus sentimientos por él durante todos aquellos años, desde que la vio en algún anuncio de detergentes. Y eso suponiendo que la hubiera reconocido.

–Ya sabes que nunca se casó –comentó Emily con naturalidad–. Y Boone y él juegan al golf juntos. Boone le ha invitado a la boda.

El estúpido corazón de Samantha dio otro de aquellos irritantes y elocuentes vuelcos y sobresaltos.

–No lo habrá hecho pensando en mí, espero.

–Por supuesto que no –dijo Emily–. Pero es el padrino de Boone, lo que quiere decir que vas a verlo mucho.

Samantha soltó un gruñido. Había esperado aquella clase de maniobra casamentera de su abuela, que había organizado una activa campaña para que Emily y Boone volvieran y había maniobrado además para que Gabi terminara liándose con Wade Johnson. Por lo demás, Samantha estaba segura de que Cora Jane demostraría muy poco respeto por su capacidad para encontrar sola al hombre adecuado. Aunque ciertamente tampoco había mucha evidencia de que ella hubiera hecho buenas elecciones hasta el momento. Los hombres con los que había salido habían carecido de todo poder para retenerla.

–¿Te encargó la abuela que planearas esto? –le preguntó, por tantear.

–¿Que planeara qué? –replicó Emily con expresión inocente–. Ya te lo dije, Boone y Ethan son amigos de toda la vida. Tiene perfecto sentido que quiera a Ethan en su boda.

–Supongo que sí –concedió Samantha.

–Tengo que dejarte. Te quiero –dijo Emily–. Nos vemos pronto.

–Eso, nos vemos pronto –repitió Samantha.

De repente, volver a Sand Castle Bay para la boda de su hermana se había convertido en una perspectiva mucho más interesante… y quizá un punto peligrosa.

 

 

Gabi mecía suavemente a Daniella Jane en sus brazos mientras observaba el rubor de las mejillas de Emily.

–Bueno, ¿has averiguado lo que querías saber cuando hablaste con Samantha? –le preguntó.

–Oh, Samantha sigue loca por Ethan, eso está claro –respondió Emily con una sonrisa.

–Lo que quiere decir que piensas entrometerte –adivinó Gabi.

–¿Y por qué no? –inquirió Emily, alargando los brazos para recoger al bebé de los brazos de Gabi y arrullarlo–. La abuela lo hace todo el tiempo.

–Y se lo consentimos porque es Cora Jane y nosotras la amamos y respetamos –le recordó Gabi–. Samantha y tú no siempre os habéis llevado bien, sin que yo nunca haya llegado a entender el porqué.

–Yo sé que todo es culpa mía –admitió Emily, haciendo una mueca–. Y lo peor es que sinceramente no recuerdo cuándo empezó. Puesta a sentir esta absurda vena competitiva, habría debido tenerla contigo. Nosotras somos las ambiciosas de la familia. O al menos tú lo eras hasta que te volviste blanda y tuviste este precioso bebé. Daniella Jane es lo único bueno que sacaste de tu relación con ese saco de basura que era Paul. Ahora que te has enamorado perdidamente de Wade, y, por mucho que me duela verlo, te has vuelto simplemente boba.

–Oye, tengo una excitante galería de arte con una decena de artistas temperamentales trabajando in situ. Y estoy intentando convertir eso en un destino turístico –protestó Gabi–. No me he aflojado precisamente. Simplemente he redirigido mis objetivos.

–Ya, ya –dijo Emily–. No me estás comprendiendo. No logro entender por qué siempre he tenido esa rivalidad con Samantha, pero sinceramente quiero superarla. Es hora de hacerlo. No quiero que ninguno de aquellos viejos rencores arruine el que debería ser el mejor momento de mi vida.

–Amén a eso, y pedirle que sea tu dama de honor ha sido un gesto verdaderamente dulce –comentó Gabi–. Sé lo mucho que ella lo ha valorado.

–No es que compense precisamente lo mal que la he tratado durante tantos años, como si la única finalidad de su vida fuera fastidiarme –Emily hizo cosquillas a Gabriella, y sonrió cuando la niña se echó a reír–. Dios mío, si es una monada… Creo que quiero una.

–Tengo el presentimiento de que Boone estará más que dispuesto a cooperar –rio Gabi–, pero puede que antes quieras terminar de una vez por todas con esta boda.

–Primero, Boone y yo tenemos que coincidir en el mismo lugar y en el mismo momento si vamos a hacer un bebé –gruñó Emily–. Ahora mismo está inspeccionando todos los restaurantes que tiene su cadena desde Los Ángeles hasta aquí.

–¿Así que estarás separada de él mucho tiempo? ¿Veinticuatro horas? –se burló Gabi.

–Dos días, en realidad –repuso Emily con un suspiro teatral.

Gabi se echó a reír.

–Eres patética. Estuvisteis separados durante años antes de que os reconciliarais. Incluso después de que volvierais juntos, vuestros empleos os retuvieron en ciudades diferentes durante una buena temporada.

–Y ahora estoy echada a perder –reconoció Emily–. Con Boone viviendo conmigo en Los Ángeles mientras trabajo en esos hogares para mujeres maltratadas con sus familias, he descubierto lo muy maravillosa que es la convivencia conyugal. No tenía ni idea de que me adaptaría tan rápidamente a tener a alguien en mi vida las veinticuatro horas del día. Añade a eso a B.J., y en conjunto han sido los meses más increíbles de mi vida.

–Es verdaderamente fantástico verte tan feliz –le dijo Gabi–. Es estupendo que B.J. y tú hayáis congeniado tan rápido. No todas las madrastras tienen esa suerte.

–Créeme, conozco esas historias –dijo Emily–. ¿Qué me dices de ti? Puedo ver la madre feliz en que te has convertido, ¿pero qué planes tienes con Wade? ¿Por qué no se ha trasladado aquí contigo?

–Por muy abierta que tenga la mente Cora Jane, no quiero poner a prueba sus límites sugiriéndole que mi novio y yo vivamos juntos bajo su techo. Wade y yo estamos comprometidos con nuestra relación. Con eso es suficiente por ahora.

–¿Eres realmente feliz? –le preguntó Emily, mirándola con preocupación–. Quedarte aquí, en Sand Castle Bay, ¿es lo que quieres? ¿Y la galería de arte es suficiente para ti?

–Aquí tengo algo más que un trabajo, Em. Tengo una familia, un hombre maravilloso y esa chiquitita que tienes en los brazos. Mi vida está plena. No necesito un anillo en el dedo, al menos por ahora. Y, ciertamente, no necesito volver a la estresante y exigente vida que llevaba en Raleigh. Además, creo que a papá le daría un ataque si le presentara ahora mismo la factura de otra boda. Tú no estabas aquí cuando la abuela le entregó la tuya. El pobre papá no acaba de entender que las bodas no son baratas, sobre todo con una hija que tiene gustos tan caros.

–Oye, no fui yo quien insistió en invitar a medio estado de Carolina del Norte. Eso tienes que agradecérselo a la abuela y a papá. Boone y yo nos habríamos contentado con la familia y unos pocos amigos.

–Eso lo dices ahora –replicó Gabi–, porque yo no te oí protestar mucho cuando la lista de invitados creció y creció hasta incluir a la mitad de la población de Los Ángeles.

–Bueno, es lo que es ahora –dijo Emily con tono despreocupado–. Volvamos a Samantha. ¿Tienes alguna idea de cómo le está yendo? No parecía muy contenta cuando hablamos hace un rato. Su carrera, ¿está volviendo a fallarle?

Gabi esbozó una mueca.

–Me avergüenza reconocer que no he pensado mucho en ello. Últimamente he estado algo distraída.

–Es comprensible –comentó Emily–. No te ha pedido ayuda como relaciones públicas, ¿verdad?

–No, y tampoco lo hará de buen grado. Hace unos meses tuve que acorralarla para que me permitiera ayudarla. La campaña pareció funcionar, así que supongo que simplemente pensé que la cosa rodaría sola. Así es a veces: un trabajo lleva a otro, pero no debí dar eso por supuesto. Debí haberle preguntado al respecto –terminó, sintiéndose culpable.

–¿Por qué? No tienes por qué estar al tanto de todo –dijo Emily con un extraño tono defensivo en la voz–. Si Samantha quería ayuda, pudo haberte dicho algo. Pero así es ella. Sufre en silencio, y luego se resiente de que nadie corra en su ayuda.

Gabi se quedó mirando a su hermana pequeña con expresión consternada.

–Eso no es verdad, Emily. Samantha no es así. ¿Cómo has podido decir algo tan cruel?

Emily se mostró sorprendida por la vehemencia de Gabi, y enterró la cara entre las manos.

–Porque soy mala y vengativa –dijo con voz débil, antes de alzar la mirada a los ojos de Gabi–. ¿Qué es lo que me pasa? Siempre veo lo peor en ella, incluso cuando no ha hecho nada malo.

–Es en ocasiones como esta cuando echo de menos a mamá –confesó Gabi en voz baja.

Emily parpadeó varias veces para contener unas súbitas lágrimas ante la inesperada mención de su madre, que había fallecido varios años atrás.

–¿Qué tiene que ver mamá con esto?

–Quizá ella entendería por qué tienes esa actitud hacia nuestra hermana mayor. Papá, desde luego, no tendría ni idea. Siempre fue ajeno a todo lo que pasaba en casa. Y dudo que la abuela estuviera el suficiente tiempo con nosotras en aquellos años como para conocer la raíz del problema entre las dos.

Emily suspiró.

–Y cada vez resulta más obvio que no es algo que pueda desecharse así como así. Esas palabras dañinas y gratuitas salen así sin más de mi boca, a veces, y no sé por qué.

–Entonces rebusca más profundo y averígualo –le aconsejó Gabi–. Samantha y tú lo significáis todo para mí, y yo no quiero quedarme atrapada en medio. Quiero que las tres seamos hermanas en el sentido más positivo y pleno de la palabra, ¿de acuerdo? De hecho, en mi escenario ideal, Boone y tú terminaréis estableciéndoos aquí y Samantha se casará también con alguien del pueblo, y todas seremos vecinas para que nuestros hijos puedan crecer juntos.

Emily asintió, con los ojos todavía nublados por las lágrimas.

–Yo también quiero eso –insistió–. Bueno, quizá no vivir aquí a tiempo completo, pero el resto del tiempo sí. Trabajaré sobre ello, Gabi. Te lo prometo. Quizá una vez que llegue Samantha, ella y yo podamos sentarnos y debatir sobre todo esto. ¿Quién sabe? Quizá ella me robó mi muñeca favorita cuando yo tenía dos años y he borrado ese recuerdo.

Gabi sonrió ante la idea de que algo tan inocuo hubiera podido causar una rivalidad que había durado años. Y las anteriores acusaciones de Emily sobre que su hermana albergaba latentes resentimientos parecían hablar de algo mucho más complicado.

–Simplemente trabaja sobre ello, cariño. Sea lo que sea.

Emily le devolvió a Daniella y le dio a su sobrina una última palmadita. Besó luego a Gabi en una mejilla.

–Hecho –prometió.

Gabi observó marcharse a su hermana mientras se preguntaba si aquello podría ser así de sencillo.

 

 

Ethan Cole acababa de ver a su último paciente del día, una turista que se había herido en un pie con un clavo oxidado de las muchas tablas sueltas que había por el suelo, consecuencia de la reciente tormenta que había asolado las costas de Carolina del Norte. Aunque la mayor parte de la costa había sido limpiada inmediatamente, los detritos todavía llegaban a la orilla de cuando en cuando, sobre todo en las zonas más desiertas de la playa. Le había puesto cuatro puntos y la vacuna contra el tétanos, y le había dicho que volviera en cuanto advirtiera la más leve infección en la zona de la herida.

Estaba terminando sus notas cuando la puerta volvió a abrirse y Boone Dorsett entró en la pequeña clínica de urgencias. Había abierto la clínica con otro médico que había servido también en Irak y Afganistán. Ambos habían sido conscientes de que resultaba muy improbable que las urgencias de aquella pequeña comunidad de costa alcanzaran nunca el nivel de cualquiera de los casos con los que habían topado en sus guardias en el ejército. Golpes, contusiones y algunos puntos de sutura eran como un juego de niños comparados con lo que habían visto o, en el caso de Ethan, sufrido en primera persona.

Había perdido la pierna izquierda en la explosión de una bomba artesanal en Afganistán. Aunque eso tal vez no le habría impedido trabajar en un quirófano una vez que se encontró de vuelta en el país, le había costado renunciar a la dosis de adrenalina que acompañaba las muchas horas pasadas en la unidad de traumatismos, o la realización de complejas operaciones quirúrgicas de alto riesgo.

–¿Estás ocupado? –le preguntó Boone con tono tranquilo, pero expresión preocupada.

Ethan estudió el rostro de su amigo.

–Parece como si necesitaras hablar. ¿Los nervios de la boda?

Boone se sentó. Movía nervioso una pierna, aunque respondió negativamente.

–Si no es por la boda, ¿qué es lo que te pasa? –inquirió Ethan.

Había oído que era deber del padrino mantener al novio tranquilo y concentrado, además de asegurarse de que se presentara a tiempo para la boda. Emily Castle se lo había dejado muy claro. Y también su abuela. Era la amonestación de Cora Jane la que resonaba en sus oídos. Le había amenazado con infligirle un daño físico si fallaba a la hora de entregar a Boone exactamente a las diez y media del día fijado, para que el que faltaban todavía dos semanas.

–Hay algo que quizá necesites saber –admitió Boone.

–De acuerdo –repuso lentamente Boone–. ¿Qué es?

–Eres el padrino, ¿no?

–No dejas de recordármelo.

–Eso quiere decir que tienes la obligación de pasar algún tiempo con la dama de honor.

Ethan se quedó paralizado.

–¿Qué quiere decir «pasar algún tiempo»? Avanzar juntos por la nave de la iglesia, ¿verdad? ¿Quizá sentarnos juntos a la cabecera de la mesa y brindar sentidamente por lo inevitable que fue que los dos acabarais juntos?

–Creo que quizá Emily esté esperando algo más que eso –reconoció Boone, removiéndose nervioso.

Ethan entrecerró los ojos.

–¿Y por qué Emily habría de esperar algo más? ¿Y por qué me estás advirtiendo tú?

–Porque quiero que estés advertido. Sé cómo eres con las citas. Desde que volviste de allá, te has convertido en una especie de ermitaño social.

–Seguía comprometido cuando volví –le recordó Ethan.

Al menos lo había estado durante veinte minutos, hasta que la veneración por el héroe se apagó y Lisa le confesó que no podía seguir con alguien que «no estuviera entero». Aquella fue la primera vez que Ethan se vio realmente a sí mismo como probablemente le veían los demás, como alguien que ya no era el mismo hombre que solía ser.

Lo único bueno que había tenido aquella desagradable ruptura era su creciente determinación no ya de asegurarse de que su lesión no le limitara la vida, sino de procurar que muchachos con discapacidades físicas como la suya aprendieran a verse a sí mismos de una manera positiva. Aquella misión de salvar su propia dignidad y ayudar a los demás había dado un sentido muy necesario a su existencia. El Proyecto Orgullo llenaba horas de su tiempo que de otro modo habría ocupado con la presunta vida social que Boone o, más probablemente Emily, creían que necesitaba.

–Han pasado ya tres años desde que rompiste con Lisa –le recordó Boone.

–Desde que ella me dejó –lo corrigió Ethan en honor a la verdad.

–Era una imbécil egoísta –exclamó Boone, vehemente–, pero no hablemos de eso. Mi bajísima opinión sobre tu ex no es el tema.

–¿Cuál es el tema entonces? –preguntó Ethan, frunciendo el ceño.

No había duda alguna sobre la incomodidad de su amigo cuando finalmente masculló:

–Solo Dios sabe por qué, pero parece que a Emily se le ha metido en la cabeza la idea de que tú y su hermana Samantha sois perfectos el uno para el otro.

–¿Perdón? –inquirió Ethan, esperando haber oído mal.

–Vamos, Ethan –dijo Boone, impaciente–. Sabes perfectamente lo que he dicho. No he dejado el menor margen a una mala interpretación.

–Samantha, la dama de honor –dijo Ethan, comprendiendo al fin las implicaciones de aquella pequeña conspiración de la novia. Sacudió la cabeza y lanzó a su amigo una mirada de advertencia que esperaba le metiera miedo–. ¡Ni hablar, Boone! Tienes que decirle a Emily que se olvide. Verme sometido a maniobras casamenteras, intromisiones o como quieras llamarlo, no forma parte en absoluto de aquello a lo que me comprometí.

Boone lo miró con expresión incrédula.

–¿Es que no conoces a Emily? ¡Ella ha conseguido que me presente aquí parloteando como una maldita colegiala de algo que no es para nada asunto mío!

–De acuerdo, es una mujer dura y decidida. Eso te lo concedo, pero tú eres más duro todavía –dijo Ethan.

Boone se encogió de hombros.

–No tanto.

–Te dejaré plantado –le amenazó Ethan–. Te juro que lo haré.

Boone se limitó a poner los ojos en blanco, escéptico.

–No, no lo harás. Además, yo también lo veo, en cierta forma. Samantha y tú. Ella es preciosa. Tú eres atractivo. Tendréis bebés preciosos, y esa es una cita textual de Emily, por cierto.

Ethan se lo quedó mirando fijamente.

–¿Qué te ha pasado? ¿Desde cuándo te dedicas a hacer de casamentero, y además sobre la base de lo preciosos que resultarían los bebés resultantes?

–Emily se mostró muy convincente –dijo Boone, y luego sonrió–. Además, ella dice que Samantha tuvo en su momento un flechazo contigo. Parece pensar que es una cosa del destino, o algo así.

Ethan rebuscó en su memoria, pero ninguna imagen acudió a su mente, solo fragmentos de conversaciones mucho más recientes.

–Samantha, ¿no es actriz? ¿Y más joven que yo, como mínimo un par de años? Se fue a Nueva York para convertirse en estrella, ¿no? ¿Suena eso a alguien perfecto para la vida de un médico de pueblo? La experiencia con Lisa me curó en espanto de tener relaciones poco realistas por lo que se refiere a las mujeres.

–Emily cree que Samantha está preparada para cambiar de vida. No deja de decir que este verano la transformará, o algo parecido. Créeme, tiene un plan.

En aquel momento, Ethan no pudo disimular su diversión.

–¿Y qué piensa Samantha de eso?

–Puede que no se haya dado cuenta todavía –admitió Boone–. Pero lo hará, una vez que Emily pase algún tiempo con ella. Tengo una completa confianza en la capacidad de persuasión de Emily. Y también está altamente motivada. Samantha y ella no siempre se han llevado bien. Creo que contempla esto como una oportunidad de cambiar las tornas y forjar un vínculo sólido con su hermana mayor.

–¿Metiendo a un hombre en su vida? –preguntó Ethan, incrédulo–. ¿Uno al que ni siquiera ella quiere?

–Emily está convencida de que no se equivoca –replicó Boone–. Y, para que lo sepas, creo que Cora Jane está de su lado en esto, también. Tiene un don impresionante para estas cosas. Si quieres saber mi opinión, no tienes ninguna posibilidad. Te lo advierto sinceramente.

–Que Emily, o Cora Jane, para el caso, te tengan comiendo de su mano y te hayan lavado la cabeza con todas esas tonterías del destino y del vínculo fraternal no significa que vayan a tener el mismo efecto sobre el resto de nosotros –dijo Ethan.

De hecho, podía garantizarle que él no iba a cumplir con el programa. Había acabado hartándose de estúpidas y frívolas mujeres para las que la apariencia lo era todo. Su ex se había encargado de ello.

Se dio cuenta exactamente de lo amargo que sonaba aquello. Bueno, estaba amargado. En realidad, llevaba tiempo asumiéndolo como un mal necesario con tal de mantener su corazón a salvo, al margen de quién estuviera maquinando contra él. Y, hasta el momento, le había funcionado perfectamente, como una seda.

Solo que todavía no lo había puesto a prueba con gente como Emily o Cora Jane. Y eso, lamentaba mucho admitirlo, resultaba un tanto preocupante.