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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2011 Kayla Perrin. Todos los derechos reservados.

CHICAS CON SUERTE, N.º 24 - Diciembre 2012

Título original: Getting Lucky

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-1231-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

 

 

Le dedico este libro a las amigas solteras con las que me lo pasé genial en el viaje a Atlanta del verano pasado: Sharon Wickham, La-Reine Camara-Leslie, y Karlene Millwood.

¡Ojalá que el próximo viaje nos depare fantásticas sorpresas románticas!

Capítulo 1

 

Annelise

 

 

Entro en el restaurante lo más rápido que puedo teniendo en cuenta mi abultado vientre, y al ver que Claudia está esperando ya en nuestra mesa de siempre, me dirijo hacia allí. No tenemos reserva, pero el personal del Liaisons nos conoce y nos guarda cada semana nuestra mesa preferida. Pase lo que pase, Lishelle, Claudia y yo comemos juntas aquí todos los domingos para charlar de cómo nos ha ido la semana... y también para chismorrear a placer, claro.

Es una suerte que Lishelle no haya llegado aún, porque no sé si se ha enterado de algo y prefiero hablarlo antes con Claudia. La verdad es que es poco probable que Lishelle no lo sepa, porque es presentadora de las noticias en una cadena de televisión local. Estar bien informada forma parte de su trabajo, y teniendo en cuenta que en esta ocasión la noticia está relacionada con cierto famoso cantante de hip-hop de Atlanta... en fin, lo más probable es que ya esté enterada.

Razón de más para que hoy comamos juntas, así Claudia y yo podremos ayudarla a lidiar con este acontecimiento tan inesperado; a juzgar por la cara que pone mi amiga mientras lee el periódico que tiene sobre la mesa, está claro que también se ha enterado de la noticia bomba.

–Hola –le digo, sonriente, al llegar a la mesa.

Tengo una mano sobre mi vientre, que ha sufrido un cambio increíble en cuestión de semanas. Estoy embarazada de cinco meses y hace poco que ha empezado a notarse de forma patente; tres semanas atrás apenas tenía un pequeño abultamiento que solo se me notaba si me ponía de perfil, pero ahora mi vientre ha crecido de forma exponencial. No es enorme, pero sí lo bastante grande como para que salte a la vista que estoy esperando un bebé.

Antes de quedarme embarazada, cuando veía a mujeres con el vientre ligeramente abultado caminando como patos y con las manos sobre el estómago, creía que lo hacían por puro teatro, pero ahora las entiendo. Lo de las manos es una especie de gesto protector que una empieza a adoptar al poco de enterarse de que está embarazada, y lo de caminar como un pato es lo que pasa cuando se carga en la zona pélvica con un peso extra al que tu cuerpo no está acostumbrado.

–¡Hola! –Claudia se levanta al saludarme, y me da un cálido abrazo antes de echarse hacia atrás y bajar la mirada hacia mi vientre–. Tienes más barriga que la semana pasada.

–El viernes por la noche noté por primera vez que el bebé se movía –admito, con una sonrisa de oreja a oreja.

A menos que se haya estado embarazada, cuesta entender lo maravilloso que es sentir cómo se mueve en tu interior una pequeña vida. La primera vez que experimenté esa sensación fue increíble, y tuve la suerte de que Dom, mi novio, estuviera conmigo en ese momento. No fue más que un pequeño cosquilleo, como si tuviera a una mariposa atrapada dentro de mí, pero tal y como me había pasado al ver la ecografía que era prueba palpable de que una vida crecía en mi vientre, sentir que mi bebé se movía contribuyó a que cristalizara en mi mente la realidad de mi embarazo.

Dentro de cuatro meses seré una mamá.

–¿En serio?, ¿notaste cómo se movía? –a Claudia se le iluminan los ojos al preguntármelo.

–Sí.

Mi amiga suelta una exclamación de entusiasmo y posa una mano sobre mi vientre con cuidado, como si albergara la esperanza de captar al bebé en pleno movimiento.

–¡Es increíble, Annie! Antes de que nos demos cuenta, el bebé ya estará aquí.

–Sí, es sorprendente cuánto pueden cambiar las cosas en un año.

El año pasado me quedé hundida cuando mi matrimonio se fue a pique. Charles, mi marido, tenía una aventura, pero lo peor de todo fue enterarme de que había robado fondos de la asociación benéfica Wishes Come True aprovechándose de su puesto en la junta directiva. Dom fue el auditor que se encargó de investigar las cuentas, y nos enamoramos perdidamente; en resumen, mi vida cambió de forma radical de un día para otro: de estar hundida y casada con un hombre que no me amaba y que estaba metido en un escándalo enorme, pasé a estar en el séptimo cielo y más feliz que nunca.

Pero la felicidad del momento se desvanece cuando poso la mirada en el periódico que Claudia tiene abierto sobre la mesa, y le pregunto con cara de circunstancias:

–¿Crees que Lishelle lo sabe?

–Puede que sí, es lo más probable. Presenta las noticias, seguro que ha oído algo en la redacción.

–Yo no estoy tan segura, ella no se encarga de la sección de sociedad; además, no trabaja los fines de semana, así que... –dejo la frase inacabada mientras me siento frente a Claudia, porque soy consciente de que lo que estoy diciendo es más que improbable.

Vuelvo a bajar la mirada hacia el ejemplar del Atlanta Journal Constitution que mi amiga estaba leyendo. Desde donde estoy lo veo al revés, pero aun así veo con claridad tanto la foto como el titular: Uno de los solteros de oro de Atlanta abandona la soltería.

–No pasa nada si se ha enterado, ya ha superado lo de Rugged –afirma Claudia.

Nuestros ojos se encuentran, y la miro en silencio durante un largo momento mientras me pregunto si de verdad cree lo que acaba de decir. Sí, es cierto que Lishelle nos ha asegurado una y otra vez que no quiere tener una relación con Rugged y que lo suyo con él no fue más que una aventura pasajera, y también es cierto que fue ella la que rompió la relación, pero nunca me he creído del todo que no sienta nada por él.

Justo antes de conocerle había pasado por una ruptura muy dura con un tipo por el que estaba loca... aunque quizás «ruptura» no es la palabra adecuada, porque Glenn no era realmente su pareja. Para mí fue durísimo enterarme de que mi marido me estaba poniendo los cuernos, así que me imagino que Lishelle lo pasó incluso peor al saber que su novio de su época de universitaria, el chico al que nunca había llegado a olvidar, le ocultó que estaba casado al regresar a su vida años después. El muy capullo la utilizó para conseguir dinero, la engañó hasta que logró sacarle una verdadera fortuna.

Es comprensible que mi amiga haya estado protegiendo con celo su corazón después de semejante traición, y más aún si se tiene en cuenta que previamente ya había estado casada y se había divorciado porque su marido le había sido infiel.

En fin, esa es mi opinión. Con Rugged, un célebre rapero de Atlanta que tiene seis años menos que ella, Lishelle era otra persona. Se la veía más feliz, más llena de vida, y no ha vuelto a ser la misma desde que le dijo a Rugged que aquella relación no tenía futuro y que era mejor cortar.

A pesar de mi opinión personal, le digo a Claudia:

–Supongo que tienes razón, fue ella la que cortó.

–Exacto –mira por encima de mi hombro, y se apresura a doblar el periódico y a echarlo bajo la mesa.

A juzgar por su actitud, dos cosas me quedan claras: la primera es que nuestra amiga acaba de llegar, y la segunda que lo que acaba de decirme, lo de que a Lishelle no va a importarle la noticia del compromiso de Rugged, es una mentira como una catedral.

Me vuelvo y veo que Lishelle viene hacia nosotras con paso firme. Tiene una belleza innata, pero la verdad es que en este momento parece una supermodelo. Se ha alisado con una plancha su negra melena, tiene los ojos ocultos tras unas gafas de sol, y lleva puesto un ajustado vestido negro que resultaría más apropiado para un viernes por la noche.

–Hola, chicas –nos saluda, al llegar a la mesa. Se sienta junto a Claudia después de besarme en la mejilla, y añade con una sonrisa picarona–: Perdonad que llegue un poco tarde, es que estaba... ocupada.

Enarco las cejas de golpe. El vestido, esa sonrisa... está claro que Claudia sospecha lo mismo que yo, porque pregunta con cierto escepticismo:

–¿Y se puede saber qué te tenía tan ocupada?

–¿Queréis que os diga cómo se llama? –Lishelle se quita las gafas de marca, y nos mira con una sonrisita traviesa.

–¿Has conocido a alguien? –le pregunto, atónita.

–Algo así.

–Qué bien, y vienes a un sitio público con la ropa que te delata –comenta Claudia.

–Esta gente no sabe que anoche llevaba este vestido. Bueno, ¿pedimos una ronda de mimosas? –me mira sonriente antes de añadir–: Para ti no, claro.

–No, claro que no –en domingo, los restaurantes de Atlanta empiezan a servir alcohol a las doce y media de la mañana, por eso llegamos a esa hora más o menos–. Tendré que conformarme con un té de jengibre.

Lishelle le hace una seña a Sierra, la menudita camarera asiática que nos sirve todos los domingos desde que me alcanza la memoria. Hubo un paréntesis de tres meses cuando Sierra se creyó enamorada y se marchó a Los Ángeles para vivir junto al hombre de sus sueños, pero por desgracia aquella relación iniciada a través de Internet se fue a pique cuando llegó el momento de vivirla en el mundo real; aunque pueda parecer egoísta, la verdad es que nosotras nos alegramos de que Sierra volviera, porque no acabábamos de encajar con Apple, la camarera que nos tocó en su ausencia. Sierra está haciendo un curso de preparación para entrar en Medicina, y se paga los estudios trabajando de camarera.

–Buenas tardes, chicas. ¿Qué tal va todo? –nos saluda, con voz dulce.

–Fantásticamente bien.

Claudia y yo intercambiamos una mirada al oír la contestación de Lishelle. No tenemos ni idea de quién es el tipo con el que ha estado, pero da la impresión de que está muy colada por él.

–Dos mimosas y un té de jengibre, ¿verdad? –dice Sierra.

–Qué bien nos conoces –le contesta Lishelle.

Ella fue la que peor se tomó la súbita marcha de Sierra, así que se llevó una alegría cuando la joven regresó y nos contó que su relación con Braden se había terminado. Desde entonces ha sido más generosa que de costumbre a la hora de darle propinas, y aunque ella alega que lo hace para ayudarle a pagar los estudios, tanto Claudia como yo creemos que es un incentivo para evitar que vuelva a marcharse.

–Hasta hablas diferente –comenta Claudia, cuando Sierra se marcha tras tomarnos nota–. ¿Quién es él?, ¿cuántas horas habéis estado dale que te pego?

–¿Y cómo demonios has conseguido ligar en una fiesta de despedida? –ahí es donde se suponía que iba a ir Lishelle anoche, a la fiesta de despedida de un compañero suyo que se jubilaba.

–Se llama Damon y es amigo de Maureen, una de las maquilladoras. ¿Os acordáis de que os comenté que quería presentarme a un amigo suyo, que me dijo que seguro que haríamos muy buena pareja? Tanto él como yo hemos estado muy atareados, así que no habíamos podido quedar, pero anoche se presentó de improviso en la fiesta y prácticamente me rogó que accediera a ir a cenar con él. Me ofreció comida de verdad en vez del horrible picoteo que estaba sirviendo la empresa de catering que habían contratado para la fiesta, así que no pude resistirme. La verdad es que nos lo pasamos muy bien... y no seáis mal pensadas, ¡qué mentes tan calenturientas!

–¿Cómo que no seamos mal pensadas? A ver, ¿qué quiere decir exactamente lo de que os lo pasasteis «muy bien»? –le pregunta Claudia.

–Que fuimos a cenar al Sambucca y pasamos una velada muy agradable. Damon es muy guapo y la conversación fluyó a las mil maravillas, es de esos hombres con los que se puede hablar durante horas. Cuando nos dijeron que ya era hora de cerrar el local me propuso ir a su casa, y me pareció buena idea.

–Acababas de conocerle –le recuerdo con sequedad.

–Os he dicho que no seáis mal pensadas. Me propuso que fuera a su casa para seguir charlando, estaba contándome que fue jugador de fútbol americano en la universidad. El tema me resultaba fascinante, y quise seguir con la conversación.

–Sí, claro, seguro que eso es lo único que querías –comenta Claudia con sarcasmo.

Sierra llega en ese momento con las bebidas, y esboza una pequeña sonrisa mientras las coloca sobre la mesa. Seguro que a lo largo de los años nos ha oído hacer un montón de comentarios jugosos, pero siempre ha tenido la delicadeza de no decir nada al respecto.

–Sierra, ¿podrías traerme también un zumo de naranja en vaso de tubo? –le pregunto.

–Claro, ahora mismo vuelvo.

Lishelle espera a que se marche de nuevo antes de asegurar:

–Aunque os cueste creerlo, puedo pasar la noche en la casa de un tipo sin tirármelo.

Claudia finge que se atraganta con la bebida y se echa a toser, y yo sofoco a duras penas una carcajada.

–¿Tan mala opinión tenéis de mí? –nos pregunta Lishelle, fingiéndose muy dolida.

–Anda, cuéntanos lo que pasó después –le pido, sonriente.

–No digo que no me sintiera tentada. Hace mucho que no estoy con nadie, y Damon está buenísimo. El hecho de que no me lanzara a por él demuestra que tengo un autocontrol férreo... joder, tendríais que ver los muslos que tiene. Ya os he comentado que jugó al fútbol americano en la universidad, ¿verdad?

–Sí –se limita a contestar Claudia.

–No acabé de creerme que solo quisiera seguir hablando y supuse que tarde o temprano intentaría llevarme a la cama, pero fue muy dulce y mantuvo su promesa. Estuvimos charlando, bebimos un poco de vino... y sí, nos dimos un morreo... pero entonces puso una película y la vimos acurrucaditos en el sofá, me quedé dormida entre sus brazos. Así que sí, la verdad es que lo pasé muy bien.

–Da la impresión de que quieres volver a verle –comenta Claudia.

–Por supuesto –Lishelle contesta sin vacilar.

Mientras ella nos explica que por fin está preparada para empezar a salir con hombres en plan serio, no puedo evitar pensar que aún no se ha enterado de lo de Rugged. Parece demasiado animada como para saber que su ex está a punto de casarse.

–¿Ese tipo te gusta?, ¿te gusta de verdad? –me alegraría que fuera así, puede que lo de Rugged no le duela tanto como yo esperaba si está interesada en otro.

–Claro que sí. Es muy atractivo, tiene un cuerpo fantástico, y a juzgar por cómo flirteaba conmigo y me miraba como si yo fuera un suculento bistec, no hay riesgo de que resulte ser uno de esos gays que aún no han salido del armario.

–¿Por qué no le llamas? Hazlo hoy mismo, toma la iniciativa y proponle una segunda cita –le sugiero yo.

–¿Lo dices en serio?, ¿quieres que le llame? –no parece demasiado convencida.

–¿Por qué no? No hay ninguna ley que te impida hacerlo, y la gente suele malgastar mucho tiempo en jueguecitos por no querer llamar demasiado pronto. Es una tontería fingir desinterés, ¿de qué sirve?

Incluso Claudia me mira de forma rara y ensancha un poco los ojos, está claro que intenta advertirme que debo poner el freno ahora que ya he ganado terreno. Lishelle ha debido de notar que pasa algo, porque se vuelve a mirar a Claudia... que se apresura a levantar el menú, y ese sí que es un gesto muy revelador. Siempre elegimos el bufé, nunca leemos el menú.

Como quiero desviar la atención de Lishelle, suelto una pequeña carcajada antes de decir:

–Estoy divagando, ¿verdad? Parezco Cupido fumando crack. Me da por hacer de celestina por culpa de las hormonas del embarazo.

Lishelle me mira con una mirada penetrante que hace honor a su condición de avezada periodista, y me pregunta con firmeza:

–¿Qué es lo que pasa?

Tardo unos segundos en contestar. Mierda, está claro que intuye que estamos ocultándole algo, porque vuelve a mirar a Claudia... y esta a su vez lanza una mirada por encima de Lishelle, y exclama como si nada:

–¡Mira, ya viene Sierra con tu bebida!

En cuanto Sierra me pone delante mi zumo de naranja, tomo un buen trago y esquivo la mirada de Lishelle.

–¿Vais a serviros del bufé?

Sierra lo pregunta por pura formalidad, porque siempre elegimos el bufé, pero quizás se ha dado cuenta de que estamos tardando más de lo normal en ir a servirnos y piensa que a lo mejor hoy preferimos pedir algo del menú.

–Sí –le contesta Lishelle.

–Avisadme si queréis café o cualquier otra cosa –nos dice, antes de irse hacia otra mesa.

–Y hablando del bufé... estoy hambrienta, vamos a por la comida –comenta Claudia.

–No corras tanto –Lishelle permanece sentada, con lo que evita que Claudia pueda huir de la mesa–. ¿Qué es lo que pasa?

Yo miro a Claudia sin saber qué hacer, y ella me devuelve la mirada.

–¿Va a desembuchar alguien? –insiste Lishelle.

La culpa la tengo yo, y aunque podría fingir que no pasa nada, Lishelle es condenadamente intuitiva y no se lo tragaría; además, la conozco lo bastante bien como para saber que ella habría hecho algún comentario sobre el compromiso si estuviera enterada, así que está claro que no tiene ni idea. A lo mejor sus amigos de la cadena han querido protegerla ocultándole la noticia.

No tiene sentido intentar suavizar la situación. No hay forma de sacar con sutileza el tema de Rugged, tengo que decírselo a bocajarro.

–¿Qué te parece lo del compromiso de Rugged con la modelo? –le pregunto, consciente de que estoy soltando una bomba.

Los ojos de Lishelle se ensanchan ligeramente y la boca se le entreabre, está clarísimo que no se había enterado.

Claudia me mira ceñuda, pero ya es demasiado tarde. Mi falta de tacto ha sido total.

Lishelle suelta una carcajada muy forzada antes de preguntarme:

–¿Qué...? ¿Qué es lo que has dicho?

–Perdona, cre... creía que ya lo sabías, y solo quería... la noticia ha salido en todas partes, estaba convencida de que te habías enterado.

Claudia hace una mueca que grita a las claras que quiere que me calle, así que le hago caso y cierro la boca.

Transcurren varios segundos en silencio. Lishelle necesita un momento para digerir la información, y Claudia y yo esperamos a ver qué es lo que dice. Si necesita despotricar o incluso llorar, aquí nos tiene para apoyarla.

Al cabo de un largo momento, la consternación que se refleja en el rostro de Lishelle desaparece y da paso a una expresión de despreocupación.

–Así que va a casarse con Randi, ¿no? –se limita a decir.

–Lo siento, no tendría que habértelo dicho así.

–¿Por qué te disculpas? –se ríe como queriendo enfatizar que la noticia no le importa lo más mínimo–. Rugged y yo no estamos saliendo, rompimos hace meses.

–Sí, pero... –me callo de golpe cuando Claudia me da una patada por debajo de la mesa.

–¿Pero qué? Recuerda que fui yo la que rompió la relación.

Sí, eso ya lo sé, podría recitar de memoria las razones que Lishelle repitió hasta la saciedad para explicar por qué Rugged y ella no encajaban como pareja. Dos de sus argumentos principales eran que él es un rapero y que es menor que ella.

–Exacto –la voz de Claudia suena demasiado almibarada.

Está interpretando un papel, el que cree que Lishelle necesita que represente en este momento. Ella y yo hemos tenido más de una conversación sobre el tema de Rugged, y las dos pensamos que Lishelle optó por ocultar lo colada que estaba por él en realidad, pero si lo que nuestra amiga quiere es fingir que está feliz de la vida, no tengo problema en seguirle la corriente.

–Cuéntale lo que me has dicho del bebé –añade Claudia, en un intento desesperado de cambiar de tema de conversación.

–¿Qué le pasa al bebé? –pregunta Lishelle.

–La noté por primera vez, se movió y la noté. Fue el viernes por la noche –no puedo evitar sonreír de oreja a oreja.

–¡Qué bien! ¿Ya ha empezado a dar pataditas?

–Más bien fue una especie de revoloteo, como si tuviera una mariposa atrapada en el estómago batiendo las alas.

–O un ángel, un ángel que bate sus alas –los ojos de Lishelle se inundan de lágrimas, pero de repente me mira con expresión interrogante y añade–: ¡Un momento...! ¡Has dicho que la notaste, en femenino! ¿Significa eso lo que creo?

Claudia frunce los labios antes de decir:

–Dijiste que no queríais saber el sexo del bebé.

–Y así es. Ya sé que a las dos os parece muy arcaico, pero Dom y yo queremos reservar esa sorpresa para cuando nazca.

–¿Cómo se supone que vamos a mimarlo a más no poder si no sabemos si es niño o niña? –protesta Lishelle.

–Comprad colores neutros, tal y como hacía la gente en la Edad de Piedra.

–Sigo creyendo que deberíais saberlo. Da igual que os enteréis antes o después, será una sorpresa de todas formas –argumenta Claudia.

–Dom y yo lo vemos como si fuera una especie de Navidad. Sabes que vas a recibir regalos, pero si los abres antes de tiempo o echas un vistazo, se pierde parte de la sorpresa especial que recibes al abrirlos en la mañana de Navidad.

Claudia se encoge de hombros, pero la expresión de su rostro revela que mi argumento no la convence. Ya sé que tanto Lishelle como ella están deseando saber el sexo del bebé, pero me alegra que Dom opine lo mismo que yo en este tema, porque no estoy dispuesta a echar a perder la mayor sorpresa de toda mi vida.

–Es curioso... Dom está convencido de que es niño, y yo de que es niña.

–¿Cómo te encuentras?, ¿sigues con el dolor de espalda? –me pregunta Lishelle.

–Gracias por darme el nombre de aquel quiropráctico, me siento mucho mejor; además, las náuseas por fin se me han pasado. Espero que a partir de ahora todo vaya viento en popa –tanto Claudia como yo sonreímos, pero el rostro de Lishelle refleja de pronto una profunda tristeza–. ¿Qué te pasa?

–¿De... de verdad que Rugged va a casarse? –da la impresión de que le cuesta respirar.

Es Claudia la que contesta:

–Al parecer, se declaró hace un par de noches. Estaba en un club con Randi, fue un acontecimiento por todo lo alto... será mejor que me calle.

–Lishelle, si te duele... –empiezo a decir yo, con voz suave.

–Supongo que... que di por hecho que me llamaría, que me enviaría un correo electrónico o algo antes de que la noticia saliera a la luz.

–Lo siento –no añado nada más, porque no ayudaría en nada recordarle que en los últimos dos meses se ha negado a contestar a las llamadas de teléfono de Rugged.

Lishelle sonríe de repente, se pone de pie, y dice como si no tuviera ni la más mínima preocupación:

–Estoy hambrienta, vamos a por la comida.

Capítulo 2

 

Lishelle

 

 

¡Mierda! ¡Maldita sea!, ¡me cago en todo...! ¡Mieerdaaa!

He parado el coche en el aparcamiento de un centro comercial donde puedo desahogarme en privado. Aporreo el volante de mi Mercedes rojo SLS AMG, el coche soñado que me compré tras la traición de Glenn para darle un subidón a mi maltrecho amor propio, pero en este momento mi llamativo deportivo no me calma lo más mínimo; de hecho, no creo que haya nada que pueda calmarme.

Durante la comida he procurado ocultar lo que siento, y me he marchado del Liaisons antes de derrumbarme y empezar a despotricar. No quería reaccionar mal ante la noticia de la boda de Rugged delante de Claudia y Annelise, les he insistido tanto en que Rugged y yo no hacíamos buena pareja, que ahora no podía quedar como una mentirosa... aunque está claro que lo soy, la fuerza con la que me aferro al volante en este momento da fe de ello.

Lo que no alcanzo a entender es por qué me afecta tanto la noticia, porque fui yo la que rompió con él. No le veía futuro alguno a nuestra relación, y me di cuenta de que era mejor cortar antes de que la cosa fuera más allá; no tanto por mí, sino por Rugged, porque saltaba a la vista que estaba muy pillado por mí.

Puede que por eso me cueste tanto asimilar el hecho de que vaya a casarse. Estaba loco por mí y quería tener una relación seria con todo lo que eso conlleva, ¿cómo es posible que en cuestión de unos meses ya esté comprometido con otra?

Ahora entiendo el extraño comportamiento de Maureen ayer por la noche en la cadena. No trabajo los sábados, pero uno de los presentadores más veteranos se jubila y le organizaron una fiesta. Le comenté a Maureen que iba a marcharme pronto porque la comida era penosa, pero ella me pidió que me quedara un poco más. Entendí a qué se debía su insistencia cuando apareció su atractivo amigo y no me extrañó, porque ella había estado intentando que nos conociéramos desde que él se vino a vivir a Atlanta hace un par de meses; aun así, en cuanto le vio aparecer actuó como si estuviera contentísima, y en vez de presentarnos y dejar que la naturaleza siguiera su curso, prácticamente lo lanzó a mis brazos. También la noté nerviosa, como si le importara mucho que me interesara en él.

Teniendo en cuenta lo guapo que es Damon, tuve que preguntarle a Maureen si habían estado liados, y por suerte me dijo que no; al parecer, es el hermano de un tipo con el que ella estuvo saliendo en plan serio cuando estudiaba en la universidad.

Ahora, a posteriori, me doy cuenta de que Maureen estaba deseando que conociera a Damon porque estaba enterada de lo del compromiso de Rugged. Apuesto a que llamó a Damon y le suplicó... me quedo corta, puede que incluso le pagara... en fin, seguro que le suplicó que viniera a la cadena para que me sirviera de distracción.

A lo mejor ahora sí que puede servirme para eso...

Suelto un poco el volante y dejo que mi mente repase lo que sucedió anoche, lo cachonda que me puso Damon. No es habitual que sienta una atracción inmediata hacia alguien, pero con él fue algo instantáneo. Es sexy, divertido y el tipo de hombre al que en otras circunstancias habría intentado seducir, pero lo que yo quería no era una aventura de una noche, sino algo real.

Ahora estoy lista para darle un acelerón a la relación y acostarme con él. Teniendo en cuenta los muslos tan fuertes que tiene, seguro que se le da bien follar. ¿Tendrá la lengua igual de fuerte...?

Recuerdo de repente cómo me recorría el coño la lengua de Rugged, y contengo el aliento mientras el clítoris me palpita ante la gráfica imagen que aparece en mi mente. Por mucho que crea que mi relación con él carecía de futuro, la verdad es que echo de menos nuestras increíbles relaciones sexuales. Madre mía, le encantaba comerme el coño... ¿se lo come a Randi con las mismas ganas?

–¡Mierda! –he estado intentando controlar mi tendencia a decir tacos desde que se me escapó uno en directo el mes pasado, pero tengo la impresión de que hoy no me va a quedar más remedio que tener manga ancha.

Ni siquiera sé por qué me sorprende tanto que Rugged se haya comprometido. Ya sabía que estaba saliendo con esa modelo delgaducha... bueno, más bien aspirante a modelo. Randi es hija de un productor de televisión de la zona, y yo creo que por eso ha conseguido que la contraten para varias campañas publicitarias. Me quedé de piedra cuando salió a la luz que Rugged estaba saliendo con ella, porque después de estar conmigo, la verdad es que no me parecía que fuera su tipo.

Le echo un vistazo al reloj del coche, y veo que son las dos y media. Ya llevo diez minutos aparcada aquí.

A lo mejor Rugged me llamó por eso... la semana pasada vi que tenía tres llamadas perdidas suyas en el teléfono, pero no me dejó ningún mensaje. Puede que quisiera advertirme que pensaba proponerle matrimonio a Randi antes de hacerlo.

En todo caso, ¿qué más me da que vaya a casarse? Al fin y al cabo, no me rompió el corazón ni me dejó por otra.

Arranco el coche y al salir del aparcamiento del centro comercial tuerzo a la derecha para poner rumbo a mi casa, una elegante construcción de piedra rojiza situada en Buckhead, pero las palabras de Annelise me resuenan en la mente: ¿Por qué no le llamas? Hazlo hoy mismo, toma la iniciativa y proponle una segunda cita.

Le doy al botón de llamada que hay en el volante y con los controles del Bluetooth del coche busco el número de Damon, que anoche programé en mi Blackberry. Eso es lo que me encanta de este coche, que puedo sincronizarlo con mi móvil y no me hace falta usar un auricular porque el coche en sí es el Bluetooth. En cuestión de segundos estoy llamando al número de Damon.

Soy consciente de que no estoy llamándole porque esté planteándome hacer avanzar nuestra relación, sino porque necesito una distracción; ah, y por si te interesa, te diré que no suelo actuar así... de hecho, me mantuve célibe durante dos años después de divorciarme de mi adúltero marido. Cuando me acuesto con alguien, suele ser porque voy a tener una relación con él.

Rugged es buen ejemplo de ello... pero no quiero seguir pensando en él, porque la verdad es que mi mundo se ha puesto patas arriba en cuanto me he enterado de que va a casarse. No sé por qué, porque era imposible que construyéramos una vida juntos.

Pero aun así...

¿Aun así qué? Si yo no quiero estar con él, está claro que cualquier otra tiene derecho a echarle el guante.

–¿Diga?

La voz de barítono de Damon me arranca de mis pensamientos.

–Hola, Damon, soy Lishelle.

–¡Hola! –suena como si estuviera cansado y no me extraña, estuvimos despiertos hasta muy tarde.

–Me preguntaba qué estarías haciendo.

–¿Ahora mismo?

–Sí –pongo la voz más seductora posible al añadir–: Me gustaría retomar las cosas donde las dejamos anoche.

–¿En serio? –parece sorprendido, pero no estoy segura de si la sorpresa le resulta grata o no.

–Ya sabes lo que dicen, no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy –también vive en Buckhead, bastante cerca de mi casa.

–Ese es un argumento que no puedo rebatir –me contesta él, con una carcajada.

–¿Es eso un sí?, ¿quieres verme? –le pregunto, insinuante.

–Sin ninguna duda.

Estoy sonriendo de oreja a oreja cuando le doy al botón para terminar la llamada. Mi sonrisa se ensancha aún más cuando llego a casa de Damon, porque me abre la puerta sin nada más que unos vaqueros desgastados con la cintura bajada hasta por debajo de las caderas.

Sus ojos se iluminan al verme y comenta sonriente:

–No esperaba verte tan pronto.

–Lo de esperar a que la otra persona llame primero es un juego pueril que no sirve para nada –le pongo una mano en el pecho y le obligo a retroceder un paso para poder entrar con él en la casa.

Sus labios se curvan en una sonrisa sensual y pícara, una sonrisa que revela que está deseando ponerme las manos encima.

El sentimiento es mutuo.

La verdad es que al verle a la luz del día, con esa maravilla de cuerpo que es puro músculo, no entiendo cómo contuve las ganas de llevármelo a la cama anoche, pero ahora no voy a pararme a pensar en eso. No, ahora solo puedo pensar en saciar mi sed de lujuria.

Esto es muy inusual en mí, porque soy muy selectiva a la hora de elegir con quién me acuesto. Un tipo tiene que atraerme de verdad para que me interese en él, y suelo preferir que no solo se estimule mi cuerpo, sino también mi cerebro. Supongo que, de vez en cuando, una mujer conoce a un hombre con el que conecta a nivel carnal, y eso es lo que me ha pasado a mí con Damon.

Cuando anoche vine a su casa no esperaba que cumpliera su promesa de no desnudarme. Eso fue lo que me prometió en el Sambucca, que si le acompañaba a su casa, charlaríamos y pasaríamos un rato agradable, pero nada más.

Con excepción de un beso ardiente, eso fue lo que pasó, y me pareció genial. El hecho de que cumpliera su promesa hace que me caiga incluso mejor.

–¿No quieres hablar? –me pregunta, en tono juguetón.

–Puede que después, ahora quiero que vuelvas a besarme.

Su sonrisa deja claro que sabe que me tiene en sus redes. Anoche estuve a punto de arrancarme la ropa cuando nos besamos, pero me contuve porque los dos estábamos jugando a portarnos bien.

Damon se acerca a mí, y un instante después se me cierran los ojos cuando sus labios entran en contacto con mi piel. Su beso empieza en mi cuello con largas caricias de la lengua, que se desliza después desde la base del cuello hasta la parte baja de mi mandíbula y va dejando a su paso una dulce sensación. Después de hacerme lo mismo en el otro lado del cuello, hunde los dientes en mi mejilla con suavidad y desde allí desciende hasta mi boca, pero en vez de besarme me mordisquea el labio inferior. Mientras me mordisquea y me chupa, la caricia de sus dedos en la parte baja de la mandíbula intensifica el delicioso cosquilleo que me recorre el cuerpo.

Yo permanezco de pie, inmóvil, me limito a dejar que me seduzca. Nunca antes me habían besado así, y no puedo evitar saborearlo durante un largo momento.

Después de succionar mi labio inferior, Damon se echa hacia atrás y me mira; a juzgar por la sonrisa que le ilumina el rostro, está claro que sabe lo efectivo que es su beso.

–Anoche no me besaste así –lo digo en un tono un poco acusador. Si me hubiera besado así, creo que me habría desnudado en un abrir y cerrar de ojos.

–Anoche acordamos que no íbamos a acostarnos juntos, así que te di un beso menos... intenso. Pero ahora quieres algo más –se inclina hacia delante y empieza a chuparme el lóbulo de la oreja.

–Ohhh... –gimo de placer mientras el coño me palpita. Siento la necesidad súbita de desnudarme, de sentir las manos y la boca de este hombre por todo mi cuerpo.

Me llevo las manos a la espalda a ciegas y lucho por bajarme la cremallera del vestido, pero tras varios infructuosos segundos, Damon me detiene al decir:

–No, déjame a mí.

Creo que va a hacer que me gire para poder tener acceso a mi espalda con facilidad, pero en vez de eso me rodea con los brazos y desliza las manos hacia la cremallera. Justo cuando sus dedos la encuentran, su boca se posa sobre la mía.

Sus labios vuelven a recorrerme con la habilidad de alguien que ha perfeccionado el arte de la seducción, sabe cómo usarlos para excitar. Lo que empieza siendo un beso lento, uno de esos en los que se refleja que los dos estamos disfrutando por igual de cada segundo, no tarda en dar paso a una pasión desatada, a un beso en el que abrimos las bocas hambrientos y restregamos las lenguas como si no pudiéramos saciarnos el uno del otro. Nuestra respiración se entrecorta, nuestras emociones están a flor de piel. Damon me baja el vestido por los hombros y las caderas, y noto cómo se desliza hasta el suelo.

Me sorprendo cuando él interrumpe de improviso nuestro ardiente beso y se echa un poco hacia atrás. Suelta un profundo gemido cuando recorre con la mirada mi torso, mis senos desnudos. Le gusta lo que está viendo, le gusta mucho, y esa realidad es puro poder en manos de una mujer.

–Joder, qué buena estás –me susurra al oído.

Me cubre los pechos con las manos, me excita los pezones con las palmas, y cuando los tengo bien endurecidos empieza a acariciarlos una y otra vez con los pulgares. Cierro los ojos y arqueo la espalda mientras suelto un gemido, quiero algo más que estas caricias enloquecedoras.

Me estremezco al sentir su lengua entre los senos y abro los ojos para mirarle, para ver cómo se cierran sus labios sobre mis pezones, pero él se limita a besarme entre los senos antes de alzar la cabeza y susurrar:

–Quiero hacerte un montón de cosas ahora mismo... –me besa la mejilla–... aquí mismo... –me besa la otra mejilla–... pero creo que tendríamos que ir más allá de la puerta de entrada. Tengo una cama perfectamente funcional.

–Ya lo sé –apenas me queda aliento para responder.

Damon me toma de la mano y me lleva por su loft hacia la escalera que conduce arriba. El dormitorio abarca todo el segundo nivel, y como las persianas están subidas, se ven unas vistas fantásticas del parque Buckhead Triangle.

En cuanto entramos en el dormitorio, me empuja con suavidad y caigo boca abajo sobre la cama. Se coloca encima de mí antes de que tenga tiempo a ponerme de espaldas, y siento sus manos en las piernas y su boca en el trasero. Me mordisquea y me lame, está enloqueciéndome de deseo.

–Me encanta tu trasero –desliza un dedo por la tira del tanga desde la parte superior de mi trasero hasta mi coño, y en cuestión de segundos me baja la prenda por las caderas y me la quita del todo.

Me da la vuelta hasta ponerme de espaldas, y me abre las piernas para dejar mi coño al descubierto. Estamos a pleno día, la luz del sol entra de lleno y yo estoy tumbada de espaldas desnuda, expuesta por completo ante este hombre por primera vez.

Me apoyo en los codos para alzarme un poco y nuestras miradas se encuentran. El ardor que emana de sus ojos es tan potente como una caricia, y me recorre el cuerpo una deliciosa sacudida de placer. Él me sostiene la mirada mientras baja la cabeza, su sonrisita revela que sabe a la perfección dónde quiere tenerme: bajo su control. Contengo el aliento, expectante. Me encanta ver cómo me come el coño un hombre.

Sus labios se abren, su lengua asoma. Mi cuerpo está tan anhelante, que estoy aferrando con fuerza las sábanas.

Me roza el clítoris con la lengua... es un lametazo rápido y juguetón al que le sigue otro más. Mi coño palpita, ya estoy mojada.

Damon gime de placer y deja de jugar. Me cubre el clítoris con la boca por completo y se pone manos a la obra con muchas ganas. Me chupa con fuerza, se bebe la miel que sale de mi cuerpo, me mordisquea y recorre mi endurecido clítoris con la punta de la lengua. Cierro los puños mientras lo contemplo, mientras disfruto viendo cómo me devora el coño este hombre tan impresionante.

Me abre más las piernas y añade los dedos... primero introduce uno en mi húmedo agujero, y luego otro; mientras mis gemidos de placer van ganando intensidad, me mete el tercero y empieza a frotarme con fuerza. Sigue acariciándome con los dientes y la lengua, y las sensaciones son tan increíbles que soy incapaz de seguir apoyada sobre los codos. Me dejo caer sobre la cama y se me cierran los ojos, me concentro en las sensaciones de placer carnal mientras este hombre me chupa y me folla con los dedos sin parar. Me aprieto los pezones, los masajeo para estimularme aún más.

Mi respiración cada vez es más entrecortada. Me falta muy poco, estoy a punto de perderme en un orgasmo.

–Oh, Dios... sí, oh, sí... ¡dame más, Rugg...! ¡Oh!

–¿Lo quieres más rudo?, ¿así? –me dice Damon, mientras me folla más fuerte con los dedos.

Me doy cuenta de golpe de lo que he dicho, y mis propias palabras me impactan tanto que me corro antes de tiempo. Tengo un orgasmo pequeñito, uno de esos que se tienen cuando algo te distrae; por suerte, Damon no me ha entendido bien y no se ha dado cuenta de que he gritado el nombre de otro hombre mientras está comiéndome el coño.

–Joder, qué coño tan dulce tienes –añade, mientras sigue lamiéndome y metiéndome los dedos.

No sabría decir cómo he pasado del más puro éxtasis a mencionar a Rugged, solo sé que me fastidia sobremanera. Sí, me fastidia porque no tendría que estar pensando en él en un momento así.

Aprieto las piernas alrededor de los hombros de Damon, estoy decidida a olvidarme de Rugged. Intento recobrar mi orgasmo, pero es un esfuerzo inútil. Se me ha escapado, y no hay forma de retomarlo. Así que gimo, arqueo la espalda y monto todo un numerito, finjo que estoy teniendo el clímax más increíble de la historia.

Damon no para, me aferra los muslos y sigue torturándome el coño hasta que le pido jadeante:

–¡Fóllame! ¡Necesito tenerte dentro ahora mismo!

Él se quita los vaqueros y los calzoncillos en un abrir y cerrar de ojos. Debería excitarme aún más al ver que está erecto, pero mi entusiasmo decae un poco... su polla es tirando a pequeña.

.

Su cuerpo no tarda en tensarse, y contraigo las paredes vaginales a su alrededor para intentar alargar su orgasmo. Yo aún no me he recuperado del todo del mío.

Una vez saciado, desciende hasta cubrirme y me besa. Su hermoso cuerpo está resbaladizo por el sudor. Nos quedamos así, besándonos y abrazándonos, hasta que nuestra respiración se normaliza, y al final él se echa hacia atrás y me mira con esa sonrisa suya tan dulce, la que indica que le gusto.

Me siento culpable. No puedo hacerlo, no puedo dejar que esto avance para ver si puedo tener una relación con él. Yo necesito una polla grande y dura, una que pueda entretenerme durante horas.

–Me alegro de que hayas venido –me dice él.

–Yo también –le contesto, sonriente.

–¿Tienes planes para esta noche? Podríamos salir a cenar –traza uno de mis pezones con un dedo al añadir–: y después podríamos volver aquí y repetir lo que acaba de pasar.

–Ojalá pudiera, pero ya tengo planes –miento porque no quiero herirle. Parece un buen tipo, pero es que... eso no me basta.

–Bueno, ¿y mañana noche?

–Eh... ya hablaremos, ¿vale? –ya estoy saliendo de la cama y recogiendo mi ropa.

–¿Tienes tiempo de ducharte?

–Prefiero hacerlo cuando llegue a mi casa –espero que el pobre no se dé cuenta de que estoy dándole la patada.

Voy a dejar pasar unos días. No contestaré a sus llamadas, le daré largas con sutileza. Espero que así capte la indirecta, pero si no es así, me inventaré alguna excusa para no verle.

Porque aunque tenía la esperanza de que follar con Damon me ayudaría a olvidar a Rugged, solo me ha servido para acordarme aún más de él.