cover.jpg
portadilla.jpg

 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Jasmine Communications, LLC. Todos los derechos reservados.

EMOCIONES AL LÍMITE, Nº 66 - junio 2013

Título original: Suddenly Sexy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

 

© 2004 Kimberly Groff. Todos los derechos reservados.

AROMAS DE PASIÓN, Nº 66 - junio 2013

Título original: The Sex Solution

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Publicado en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Pasión son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3114-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Emociones al límite

 

Aromas de pasión

 

Emociones al límite

Susanna Carr

1

 

Las chicas malas se divertían más.

Julie Kent hizo una mueca de envidia y cerró de golpe el libro. Respiró hondo, invadida por la frustración. Probablemente estaba mal que quisiera ser como la mala de la serie de espionaje Sexo, espías y zafiros, aunque la mala fuera la protagonista. Sapphire era sexy, agresiva, dura y atrevida. También era una ladrona. Y un personaje de ficción.

Aun así, a Julie no le habría importado ser un poco más como Sapphire y un poco menos… Julie. Quería romper las normas, sudar, correr riesgos, enfrentarse al mundo y conocer hombres. Sapphire se acostaba con más hombres en ese libro que con los que se había acostado Julie en toda su vida.

Y aquel era solo uno de los libros de la serie. Julie suspiró y metió el libro de bolsillo en el cajón de debajo de su escritorio. Lo cerró y apoyó la barbilla en la mano. No pedía tener mucho sexo con muchos hombres. Tratar la cama como un tiovivo no era para ella, aunque no podía decir que tuviera muchas oportunidades de hacer eso. Ella solo quería mucho sexo con un hombre: Eric Ranger.

Volvió la cabeza y miró la puerta cerrada del despacho de Eric por encima de su cubículo gris. Pensó en los músculos del hombre y se lamió el labio inferior. Eric se movía con una gracia letal que ella encontraba embaucadora. Seguro que podía enseñarle escenas ardientes como las que acababa de leer e idear posiciones imaginativas que le darían máximo placer.

—¿Julie?

Esta reprimió un grito y se volvió en su silla. Su amiga Asia estaba apoyada en la pared del cubículo y sonreía comprensiva, con las manos de uñas perfectas en la parte superior de la pared. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?

—Tienes que mejorar tus dotes de observación —se burló Asia.

—Perdona, estaba soñando despierta —Julie sintió que se ruborizaba.

—Sí, y creo que sé quién era el protagonista de ese sueño —Asia golpeó el cubículo con la mano—. Uno de estos días tienes que dejar de fantasear e intentarlo de verdad.

Julie asintió con la cabeza. Su amiga siempre le daba ese tipo de consejos bienintencionados, pero ella no entendía que ambas funcionaban con reglas distintas. Asia era muy atractiva y tenía tanta autoestima como un héroe de aventuras. Las dos cosas iban de la mano. Su amiga pasaba por la vida sabiendo que podía tener a cualquier hombre que quisiera.

Julie, por su parte, como mucho podía calificarse de «bonita» en un día bueno. Estaba acostumbrada a que no la vieran los hombres, sobre todo cuando salía con Asia. No le importaba. A veces le gustaba creer que el hombre apropiado se sentiría de inmediato atraído por ella sin ningún esfuerzo por su parte, ¿pero a quién pretendía engañar? Un hombre como Eric podía resultar increíblemente sexy con vaqueros y camiseta, pero una mujer como ella necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir.

—¿Qué te trae por mi cubículo? —preguntó. Ella no tenía nada que ver con los casos de Asia y la hora del almuerzo había pasado ya.

—El jefe dice que Eric no contesta al teléfono ni al interfono. He pensado que quizá te apetezca ver si está en su despacho —contestó Asia—. Tenemos que vernos todos en la sala de reuniones en diez minutos.

—Iré a buscarlo —Julie se alegraba de tener una excusa para hablar con Eric y agradecía la ayuda de su amiga.

—A menos que estés ocupada —comentó Asia, alejándose ya.

Julie alzó los ojos al cielo.

—Eso no estaría mal.

Se levantó y echó a andar hacia el despacho de Eric. De ocupada nada. Sabía que su ciudad no era un centro de espionaje internacional ni de actividades criminales. Redmond, cerca de Seattle, era una ciudad pequeña, conocida por Microsoft y porque afirmaba ser la capital de bicicletas del noroeste. Julie tenía más probabilidades de toparse con un friqui de la informática o con un ciclista que con un villano. Sin embargo, al entrar a trabajar en Gunthrie Security & Investigations, había soñado con persecuciones a alta velocidad, maniobras arriesgadas y aventuras en las que salvaba al mundo y se ganaba un apodo interesante.

Y tenía un apodo, sí. Chica Uniformes. De lunes a viernes de ocho a cuatro y media seguía el rastro de los uniformes de los guardias de seguridad destinados en toda la zona de Seattle.

Pero de luchar contra el crimen, nada. Perry Gunthrie era un anciano encantador que pensaba en serio que el trabajo de ella era importante. Y probablemente lo era para la empresa. Eran tiempos duros y no había muchos casos de investigación. Los contratos de seguridad apenas los mantenían a flote.

Pero Eric Ranger cambiaría todo eso. Julie no tenía dudas de que lo conseguiría, aunque solo estaría allí unas cuantas semanas más, hasta que se terminara su baja médica. Eric no hablaba mucho de su trabajo, pero Julie había descubierto que trabajaba para el Programa de Propiedad Intelectual, Arte y Antigüedades de la ICE, la Agencia de Inmigración y Aduanas. A ella le encantaban las siglas. Le parecían muy de James Bond. El trabajo de Eric consistía en encontrar arte robado y reliquias históricas y devolverlas a sus legítimos dueños. Había resultado herido en una misión de la ICE en Muscat, dondequiera que estuviera eso. Sonaba exótico y emocionante y ella estaba dispuesta a apostar a que había sido herido cazando a un gran criminal.

Julie suspiró. Algunas personas se llevaban toda la diversión.

Ahora Eric ayudaba a Perry, su padrino, mientras estaba de baja. A Julie le había sorprendido mucho enterarse de eso. Ella no podía conseguir que su último novio la ayudara a mudarse un sábado, pero Eric lo dejaba todo y cruzaba el país desde Washington hasta Seattle para ayudar a un amigo de la familia. Suponía que aquel hombre debía de tener alguna característica mala que ella aún no había descubierto, pero, si era así, no quería saberla.

Hacerle un favor a Perry no habían sido unas vacaciones para Eric. En las últimas seis semanas había hecho todo lo posible por conseguir más clientes. Había tenido muchas reuniones con empresas, hecho muchos números y pasado muchas noches sin dormir. Julie nunca había visto a nadie trabajar tanto. Había intentado mostrar su apoyo cuidando de él entre bastidores. No pensaba que fuera de mucha ayuda y tampoco había aprendido nada sobre cómo ser un agente especial, pero todavía tenía unas semanas para observar a Eric antes de que él volviera a Washington.

Julie se detuvo delante del despacho y se pasó los dedos por el pelo liso. Llamó suavemente a la puerta.

—¿Eric?

Nada.

Llamó más fuerte.

—¿Eric? Soy Julie.

Probablemente él no recordaba su nombre, pero ella se negaba a llamarse «Chica Uniformes».

Tampoco hubo respuesta. Probablemente no estaba en su despacho. Podía haber salido a correr o a hacer ejercicio. Ella debería imitarlo si quería ser una buena detective, pero apenas si conseguía sobrevivir a la clase de aerobic sin querer morirse.

Giró el picaporte, abrió la puerta y encontró la habitación oscura.

—¿Eric?

Se asomó y se quedó paralizada con el corazón en la garganta. Eric Ranger estaba dormido, tumbado en el sofá y vestido solo con unos diminutos boxers negros.

Julie observó su belleza masculina. El corazón le latía con fuerza. Estudió cada plano y ángulo de su pecho escultural y de su estómago plano. Eric era fuerte y musculoso. Ella sentía su poder incluso tumbado allí en el sofá.

La cicatriz del costado atrajo su mirada hacia allí. Era larga, profunda y muy roja. Mientras lo observaba dormir, se dio cuenta de que había una serie de marcas que alteraban su piel dorada. Tenía marcas en las manos, en las piernas y en las plantas de los pies. Algunas parecían muy antiguas. Aquel era el cuerpo de un guerrero. Era un hombre que había visto el lado duro y brutal de la vida.

Julie sujetó el picaporte con fuerza y vaciló. Sabía que lo educado sería cerrar la puerta y llamar con fuerza hasta que él despertara. Pero quería memorizar cada línea. No, eso no era cierto. Quería tocarlo. Acariciarlo. Acurrucarse a su lado y sentir el poder y la fuerza de su cuerpo mientras lo despertaba lentamente.

Pero no haría nada de eso. Porque era una chica demasiado buena para su bien. Se preguntó vagamente qué haría Sapphire en su situación.

Probablemente se lanzaría sobre él. De acuerdo, quizá no inmediatamente. Primero lo ataría y atormentaría hasta que él le pidiera que lo soltara. Y luego lo montaría a horcajadas y lamería cada pulgada de su cuerpo.

Julie se pasó la lengua por el labio inferior. ¡Pero no! Apretó la lengua firmemente en el paladar. ¿Por qué pensaba aquello? Ella jamás haría algo así por mucho que le apeteciera.

Oyó chirriar el metal de una silla a sus espaldas. Miró por encima del hombro y vio que los demás empleados se dirigían a la sala de reuniones. Tenía que dejar de hacer el tonto y despertar a Eric antes de que alguien fuera a buscarlos a los dos.

Respiró hondo, entró en el despacho, esquivó un montón de ropa en el suelo y cerró la puerta. Sentía calor en la piel y era consciente de que necesitaba controlar la excitación que se había instalado en su vientre.

Pasó las manos por su vestido azul turquesa y carraspeó nerviosa. Quizá no tuviera el coraje de pasar la lengua por la piel dorada de Eric, pero podía actuar como si viera hombres casi desnudos todos los días.

Aunque ninguno tan apetitoso.

—Eric —dijo—. Tienes que levantarte. Va a empezar la reunión.

Él no se movió.

—La reunión que tienes que dirigir tú —prosiguió ella en voz más alta—. La del futuro de la empresa.

Todavía nada.

Ella tendió la mano y le tocó el hombro. ¡Vaya! Aquel hombre era puro músculo. Su piel era cálida y suave. Apartó la mano de mala gana.

—¿Eric?

Él siguió sin moverse. Julie frunció el ceño. Aquello no podía ser bueno. ¿Siempre dormía tan profundamente? Se suponía que los agentes especiales tenían el sueño ligero y estaban preparados para disparar a matar en cuanto oían pasos. Todos los que leían novelas de espionaje sabían eso. Si no despertaban era porque estaban muertos, drogados o en coma hasta el siguiente libro.

Estudió el cuerpo dormido de Eric. Estaba inmóvil y su pecho escultural apenas se movía con la respiración. Umm.

Se inclinó sobre él, con la cara encima de la suya, buscando muestras de respiración.

—¿Eric? —susurró.

Su mundo se volvió de pronto del revés. Un momento estaba allí y al siguiente tenía los pies en el aire. Soltó un grito cuando su espalda chocó con la alfombra. Sus brazos, extendidos por encima de la cabeza, estaban clavados al suelo y un gran peso descendió sobre sus costillas cortándole la respiración.

Parpadeó al ver la cara de Eric a centímetros de la suya. Tenía la boca seca. El pelo de él estaba revuelto y sus ojos azul oscuro seguían borrosos de sueño. Había barba de dos días en su cara y ella ansiaba frotar su mejilla allí.

Eric cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos.

—¿Julie?

Sabía su nombre. Aquello resultaba esperanzador.

Y no se apartaba. La mantenía clavada al suelo con la rodilla colocada íntimamente entre los muslos de ella y el torso fuerte apretando los pechos femeninos.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó ella sin aliento. ¿Y podía utilizar aquel movimiento para echarla en su cama?

Eric se levantó con un movimiento elegante. Le tendió la mano con gentileza y la ayudó a incorporarse.

—Lo siento —dijo. Apartó la mano y se frotó la parte de atrás del cuello—. No pretendía hacer eso. ¿Estás bien?

—Muy bien. No ha pasado nada —excepto que ahora conocía la sensación del cuerpo de él contra el suyo—. Me han dicho que te llame para la reunión.

—¡Maldita sea! —él miró su reloj, un objeto sofisticado que parecía tan complicado como la consola de un coche de carreras—. Enseguida voy.

—Tarda lo que quieras —Julie se colocó el vestido y se acercó a la puerta; se sentía desequilibrada, como si su mundo se hubiera salido de su eje.

—¿Julie?

Ella se volvió y mantuvo los ojos con firmeza por encima de los hombros desnudos de él, pero no sirvió de nada. Bajó la vista hasta los boxers y se sonrojó.

—¿Qué?

—No pretendía asustarte.

—¿Asustarme? —ella frunció el ceño. ¿Creía que un revolcón accidental la asustaba? ¿En serio? ¿De qué pensaba que estaba hecha? Alzó la barbilla con orgullo herido—. Eric, el único que parece asustado eres tú.

 

 

Había metido la pata. Eric apretó los dientes con decepción. Seis semanas de ser un caballero y un movimiento instintivo lo había arruinado todo. Tirar a una mujer al suelo no era el modo de ganarse su corazón.

Se lavó la cara en el lavabo de hombres. Lamentaba haberse quedado a dormir en el despacho en lugar de haber vuelto a su hotel en Bellevue. Ahora estaba alerta, pero era demasiado tarde para arreglarlo. Se miró al espejo. Vio las cicatrices, el cansancio y la oscuridad en sus ojos. No era el caballero de armadura brillante que quería Julie.

Había pasado casi toda su vida adulta como agente del Gobierno. Se sentía honrado de servir a su país, aunque pasaba la mayoría de los días fuera de sus fronteras. Echaba de menos estar allí, pero estaba orgulloso de sus logros.

Hablaba tres idiomas, podía entenderse bien en cualquiera ciudad importante y manejar una pistola y una navaja con la misma facilidad que un tenedor y un cuchillo. ¿Por qué, pues, se sentía como un monstruo al lado de Julie?

Porque era un monstruo. Se pasó las manos mojadas por el pelo y dejó que el agua cayera por la cabeza y el cuello. Había sido un niño salvaje y destructivo. Su vida hogareña había sido un campo de batalla y después un terreno baldío. Cuando se fue de casa, había sido entrenado para destruir y disparar a matar. Julie era lo contrario. Era creativa y veía el bien en todo el mundo. Le gustaban las novelas de espionaje y creía que el bien siempre vencía al mal.

Eric no recordaba cuándo había dejado de creer en ese cuento de hadas, pero no quería que ella descubriera la verdad. Él podía ser un amargado, pero la dulzura de ella le resultaba adictiva de un modo que él no había entendido nunca. Si se acercaba a ella o la tocaba, la mancharía con la oscuridad de su mundo.

Y no iba a permitir que ocurriera eso. Haría todo lo necesario para proteger el punto de vista inocente que tenía ella del mundo.

¿Qué era lo que le había hecho fijarse en ella? Había algo que hacía que él quisiera estar cerca de ella. Julie siempre sonreía, sus ojos brillaban de entusiasmo. Tenía una energía interminable y una curiosidad insaciable.

Pero, además, había algo en ella que le hacía sudar. Una sensualidad natural en su modo de andar, en su modo de reír y en su modo de vestir. El viernes anterior, Julie había aparecido con vaqueros, un top rosa y chanclas. Y él se había sentido tan embrujado por ella que le había costado mucho concentrarse.

Y en aquel momento necesitaba concentrarse. Se secó la cara y agarró el borde del fregadero. Ese día tenía que dar malas noticias a la empresa. Visualizó inmediatamente la imagen de Julie. Ella se disgustaría y él no podría hacer nada para consolarla. Un punto más contra él.

Respiró hondo y se enderezó. No era propio de él aplazar las cosas. Tiró del cuello de la camisa, miró su reloj y se dirigió a la sala de reuniones.

En cuanto entró en la habitación, todos los que estaban alrededor de la mesa guardaron silencio.

En Gunthrie S&I trabajaban quince personas. Diez solo estaban cualificados para trabajo administrativo. Los demás tenían licencia de investigadores.

Ace, un fanático de los ordenadores que siempre llevaba vaqueros y camisetas, hacía investigaciones informáticas. Martha se ocupaba de entrevistas y vigilancia. Era una mujer con aspecto de abuela que decía a menudo que hacía bien su trabajo porque era prácticamente invisible. Max era un militar retirado y se ocupaba de investigar los antecedentes y el entorno de la gente.

Todos ellos habían aprendido su trabajo con Perry. La única empleada que tenía experiencia de verdad era Asia, que había sido policía y era la mejor investigadora de Gunthrie.

Hasta que había llegado Eric. A Asia no le había gustado que él se hiciera cargo. Eric sabía que él tenía lo que necesitaba Perry en aquel momento para mantener la empresa funcionando. Coordinaba misiones, entrenaba a los agentes y sabía cómo presentar su trabajo a otras organizaciones y empresas.

Mientras trabajaba con Perry en las últimas seis semanas, le había dado un curso intensivo en las técnicas más avanzadas para llevar a cabo investigaciones criminales. En el pasado, Perry había buscado siempre las últimas tendencias, pero ahora lo abrumaban y hacían que se sintiera derrotado. Cuando Eric le había sugerido que probara un tipo de investigación diferente, le había costado bastante convencerlo de intentarlo.

Eric vio a su padrino sentado a la cabecera de la mesa y le sonrió alentador. Buscó automáticamente con la vista a Julie.

Esta hablaba en susurros con su amiga Asia. Eric se instaló a los pies de la mesa y pensó lo extraña que era aquella amistad. No se parecían en nada. Asia era astuta y agresiva y Julie, cálida y amistosa.

Notó que los demás empleados lo miraban. ¿Sabían que todos corrían el riesgo de perder sus empleos? Eran buenas personas, aunque algunos más raros que otros. Había pocos a los que les confiaría un coche, y mucho menos una pistola. Todos los empleados parecían emular a sus ídolos detectives, hasta en las frases. Compensaban la falta de experiencia y saber tecnológico con trabajo duro y entusiasmo.

—Voy a abrir la reunión con algunas noticias —dijo Eric—. Ya no ofrecemos servicios de seguridad a Bellows and Groggins. El contrato lo ha ganado Murphy y Asociados.

Hubo un silencio denso. Eric hizo una pausa para que asimilaran la noticia. Miró a Julie y frunció el ceño cuando vio que no parecía preocupada. De hecho, lo miraba como si él pudiera aportar una buena solución para mantener la empresa a flote.

Había algo en aquella mirada. Como si confiara plenamente en las habilidades y las estrategias de él. Como si supiera que detrás de las cicatrices y la fatiga, había un héroe dispuesto a salvar el mundo.

Lo miraba de tal modo que él casi lo creía también.

No se dio cuenta de que había prolongado demasiado la pausa. Todos los empleados empezaron a hablar a la vez y a alzar las voces con pánico y rabia.

Eric alzó las manos y les hizo un gesto de silencio.

—Pero esto nos da la oportunidad de avanzar en una nueva dirección.

Estaba decidido a probar su idea, pero no sabía cómo reaccionaría el resto de los empleados. Perry se había quedado sorprendido al oírla.

—Las investigaciones son un campo lucrativo y Perry ha dado su aprobación —dijo Eric, que no creía necesario mencionar cuánto le había costado convencer al viejo—. Se requerirán muchas horas de trabajo, así que todo el mundo será asignado a un caso.

La tensión en la habitación empezó a desaparecer lentamente. Era normal. Todos los empleados de Gunthrie S&I querían estar en un caso. Ansiaban resolver otros puzles que los que aparecían en las secciones de crucigramas o sudokus de los periódicos.

Eric vio que Julie se enderezaba en su silla. Debería haberlo imaginado. La joven había dado la lata a Perry para que le diera un caso. Eric captaba su sed de aventura y emociones. Y a él le tocaba tener aquello controlado.

—¿Qué tipo de investigaciones? —preguntó Max, acariciando su bigote a lo detective Magnum.

Eric hizo una pausa mientras intentaba ofrecer la descripción más profesional.

—Vamos a ofrecer investigaciones prematrimoniales y misiones de señuelos.

Max miró a Martha, la mujer de aspecto de señorita Marple que se sentaba a su lado.

—¿Quieres decir que vamos a espiar a novios infieles? —preguntó Max.

Eric suspiró hondo. Su truco de intentar que sonara más importante no había funcionado.

—Es un modo de describirlo.

—¿Y provocarles tentaciones? —preguntó Martha.

Eric se encogió.

—Sí.

—Nunca hemos hecho eso —respondió Max—. Cuenta conmigo.

Empezaron a hablar todos. Eric oyó que alguien reclamaba derecho de antigüedad y otro insistía en que su familiaridad con los clubs nocturnos era imprescindible para el proyecto.

—Propongo que hagamos una prueba —comentó Eric por encima de las voces. Y esperó que se acallaran de nuevo—. Primero tendremos que montar un equipo de vigilancia. Audio, visual…

Un par de personas alzaron la mano. Eric les asignó los papeles que iban mejor con sus puntos fuertes y débiles.

—Necesitamos un equipo que investigue antecedentes y entornos —dijo.

Se alzaron varias manos.

—Y necesitamos un señuelo —siguió Eric mientras anotaba los nombres de los voluntarios.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó Martha con el ceño fruncido.

—Una mujer seductora que se insinúe a nuestro objetivo a ver si él muerde el anzuelo.

—¡Oh! —Julie alzó la mano—. Elígeme a mí.

Eric sintió un sudor frío. No, ella no. Era demasiado inocente y dulce. No la quería como cebo. Podía ser peligroso.

—Tiene que seducir a un hombre que probablemente sea un bastardo —dijo entre dientes.

Julie agitó la mano con frenesí.

—Yo puedo hacerlo.

—Tiene que saber autodefensa —prosiguió Eric.

Julie se sujetó el brazo que agitaba en el aire con el otro.

—El mes pasado hice un curso.

—Eric —comentó Perry, divertido—. Creo que alguien se está ofreciendo como señuelo.

Eric miró a Julie a los ojos. Los de ella estaban brillantes y tenía las mejillas sonrosadas. Irradiaba entusiasmo. Estaba increíblemente hermosa y sexy.

Él quería darle todo lo que ansiaba su corazón, pero no podía encomendarle aquella misión. Ella descubriría lo emocionalmente agotador que era fingir y mentir de un modo convincente todo el tiempo, empezaría a ver el lado oscuro del mundo y se cuestionaría por qué quería salvarlo.

Y no sería él el que destruyera aquella inocencia. Quería que la conservara algo más de tiempo.

—¿Alguien más? —preguntó, esforzándose por no mirarla.

2

 

Julie frunció el ceño. ¿Qué pasaba allí? Él no anotaba su nombre. ¿Cuántos señuelos iban a necesitar? Y, además, no parecía haber muchas candidatas donde elegir.

—No, en serio, puedo hacerlo —insistió—. Puedo ser el señuelo.

Eric no la miró.

—Lo tendré en cuenta. ¿Asia? ¿Qué dices tú?

Julie bajó la mano de golpe. Por supuesto. Se sonrojó profusamente y le dio un vuelco el estómago.

¿En qué estaba pensando? Asia era espectacular y glamurosa. En sus ojos había un desafío y una promesa de peligro que los hombres encontraban irresistibles. Asia podía hacer caer en la tentación a cualquier hombre. Julie jamás podría conseguirlo.

Asia se recostó en la silla y jugó con el bolígrafo que tenía en las manos.

—Lo siento, yo sería un señuelo horrible, pero me gustaría dirigir la prueba.

—Eric estará al cargo —le informó amablemente Perry—. Pero tú serías un señuelo estupendo. Sé que tuviste que practicar en el Cuerpo de Policía.

—Allí el foco era muy diferente. No íbamos a por una persona concreta. Además —se encogió de hombros—, yo no entro a los hombres, me entran ellos a mí.

Julie asintió en silencio. Lo había visto incontables veces. Estaba segura de que Asia podía entrarles sin problemas, pero su amiga nunca había tenido que practicar.

—Sin embargo —prosiguió Asia—, creo que Julie lo haría muy bien.

—Gracias —musitó esta con suavidad, con la vista fija en sus manos unidas en el regazo. Agradecía lo que intentaba hacer su amiga, pero sería inútil. Ella no era como Asia.

Eric respiró hondo.

—Podemos contratar a alguien de fuera.

Julie apretó los ojos con fuerza. ¿Podía haber mayor humillación?

Asia se echó hacia delante en su silla.

—Eso sería un desperdicio cuando tenemos a alguien aquí.

Julie le puso una mano en el brazo.

—No importa —susurró—. Olvídalo.

Asia cedió de mala gana y Julie sintió que a su amiga le temblaba el brazo de rabia. A ella le costó trabajo permanecer en su silla el resto de la reunión. Sabía que la gente la miraba con lástima, pero eso no le dolía tanto como el rechazo firme y rápido de Eric.

Hundió los hombros, intentando hacerse más pequeña e invisible, con los ojos llenos de lágrimas. Oyó la voz de Eric que comentaba la estrategia, pero no lo escuchó.

¿Qué era lo que él pensaba que ella no podía hacer? ¿Creía que no podía seducir a un hombre o no estaba seguro de que pudiera resultar útil en la investigación? ¿Quizá ambas cosas? Apretó los labios con dolor.

De acuerdo; ella no era tan sexy como Asia. Aquello no era nada nuevo. No era misteriosa ni exótica, pero tampoco parecía un zombie. Solo necesitaba un apodo sexy y podía ser el mejor señuelo que Eric había visto en su vida.

Pero quizá él consideraba aquello imposible. Había visto y hecho de todo a lo largo de su vida profesional. Probablemente se había acostado con mujeres espectaculares de todo el mundo y estado con las mejores seductoras que ocultaban tesoros importantes. Julie no podía compararse con eso.

Se sobresaltó cuando sus compañeros se levantaron. No se había dado cuenta de que la reunión había terminado y los siguió con la mirada mientras salían de la habitación charlando con entusiasmo de sus misiones. Sentía envidia, sabedora de que tendría que quedarse en un trabajo de escritorio. Eso no tenía nada de emocionante aunque acabara trabajando en un caso. ¿Por qué se iba a alegrar de ser una Bosley cuando quería ser un ángel de Charlie?

Miró con cautela en dirección a Eric y vio que la observaba. Él le sostuvo un momento la mirada y ella no pudo apartar la vista. Los ojos azules de él eran tormentosos e intensos. Parecía a punto de decir algo. Julie procuró prepararse. Sabía que lo que dijera sería brusco y brutal.

Eric lo pensó mejor y apretó los labios en una línea sombría. Salió de la sala de reuniones sin decir ni una palabra.

Julie se hundió en su silla y respiró hondo.

—Eso podría haber ido mejor —murmuró Asia.

—Gracias por defenderme —Julie le dio una palmadita en el brazo—. Pero, si quieres el trabajo de señuelo, hazlo.

Asia alzó los ojos al cielo.

—¡Oh, por favor! Por eso dejé el cuerpo de policía. Siempre querían que trabajara para Antivicios y me vistiera de prostituta cuando lo que yo quería era resolver casos.

Daba la impresión de que ninguna de las dos podía conseguir lo que quería por culpa de su aspecto. Julie nunca había pensado en eso. Siempre había asumido que su amiga lograba lo que se proponía, pero quizá su aspecto tuviera tanto de desventaja como de beneficio.

Asia tomó su libreta y su bolígrafo.

—¿Qué vas a hacer ahora? —preguntó.

Julie se encogió de hombros.

—¿Antes o después de meterme en un agujero a lamerme las heridas?

—Vamos, Julie —comentó Asia con un deje de exasperación en la voz—. No es necesario rendirse a la primera señal de oposición.

Julie señaló la puerta abierta.

—Él cree que no puedo ser una mujer seductora.

—No ha dicho eso.

—Entonces cree que no puedo hacer trabajo de detective —aquello dolía casi tanto como lo anterior.

—Tampoco ha dicho eso —Asia apoyó el codo en el respaldo de su silla y la lanzó una mirada dura y directa—. De hecho, no ha hecho ningún comentario. Te toca a ti enfrentarte a él y averiguar por qué no quiere que hagas de señuelo.

—Tienes razón —evidentemente no le iban a asignar una misión interesante solo porque la pidiera. La vida nunca funcionaba así. Tenía que descubrir por qué Eric estaba contra ella y demostrarle lo mucho que se equivocaba sobre sus habilidades.

Asia se levantó del asiento y le hizo un gesto.

—Pues entra ahora mismo en su despacho y averígualo.

Julie asintió. Se levantó de mala gana. Quería aquel trabajo, pero no estaba preparada para descubrir qué era lo que creía Eric que le faltaba. La respuesta sería algo personal. Fuera lo que fuera, no se creía capaz de hacerse la valiente y afrontar bien la crítica.

Asia se cruzó de brazos y apoyó la cadera en la mesa de reuniones.

—Sí, entra así y te hundirá en la miseria.

—Lo siento —sonrió Julie—. Mi autoestima está un poco baja.

Pero era algo más que eso. Todas sus fantasías sensuales y salvajes sobre Eric habían muerto durante la reunión. ¿Cuántas veces había fantaseado que él se sentía tan abrumado por el deseo que no podía controlarse? Sus sueños de ser una mujer fatal para él jamás se harían realidad. La realidad era una píldora amarga de tragar.

—Pues claro que tu autoestima está un poco baja —respondió Asia—. Pero tienes que parecer más fuerte y osada de lo que te sientes.

—No creo que pueda —nunca se le había dado muy bien fingir.

—Pues entonces acepta su decisión sin cuestionarla y sigue ocupándote de los uniformes.

Julie se estremeció.

—De eso nada. Quiero esta misión.

—Bien —Asia señaló la puerta—. Ve al despacho de Eric con las pistolas desenfundadas y no aceptes un no por respuesta.

Las pistolas desenfundadas. Bien. Porque así era como ella quería afrontar la vida.

—Será una pérdida de tiempo —murmuró.

—Muéstrale que puedes ser tan fiera y tenaz como él —la alentó Asia.

—¿Para que me eche de su despacho?

Asia apretó los dientes.

—Si quieres ser un señuelo, tienes que demostrar que puedes afrontar cualquier situación sin alterarte cuando todo va mal.

Su amiga tenía razón.

—La policía perdió mucho cuando te fuiste —comentó Julie.

—Ya lo sé. Y ahora deja de ganar tiempo y muévete —ordenó Asia.

 

 

Eric oyó el ruido de sus pasos. Eran suaves pero decididos. Echó atrás la cabeza y lanzó un gemido. Había olvidado que Julie Kent era tan terca como dulce.

Al menos podrían hablar en privado. No le gustaba rechazarla delante de gente, pero ella tenía que darse cuenta de que no estaba preparada para ser un señuelo. Eric se levantó del escritorio justo cuando ella llamaba a la puerta.

—Adelante, Julie.

Se abrió la puerta y se asomó ella.

—¿Cómo sabías que era yo?

—Lo he supuesto.

Eric se cruzó de brazos y se preparó para lo que seguiría. Ella tenía que saber que él era el jefe y el experto. Tenía que aceptar su respuesta final, pero tendría compasión de ella. Lo último que quería era desmoralizarla.

Ella cerró la puerta y se quedó de pie delante de su escritorio. Él pensó que estaba nerviosa, pero ella puso los brazos en jarras y lo miró a los ojos.

—Quiero ser el señuelo.

—Eso no va a pasar.

Ella parpadeó.

—¿Por qué?

—No tengo nada contra ti, pero no das el tipo.

Julie enarcó una ceja.

—¿Te importaría explicar eso?

Eric sabía que tendría que elegir sus palabras con mucho cuidado.

—No tienes experiencia en ese trabajo.

—Hace tiempo que salgo con hombres —comentó ella—. Y me las arreglo bastante bien.

—No me refería a eso —dijo él.

Se le encogió el estómago al pensar en los hombres con los que salía. Probablemente eran caballeros que sabían tratarla como a una princesa. Él no podría competir con eso. Apartó aquel pensamiento.

—Estoy seguro de que los hombres con los que has salido no eran ningún problema para ti, pero vamos tras otro tipo de hombres.

—¿No eran problema para mí? ¿Qué es lo que intentas decir? ¿Qué solo salgo con empollones feos?

Aquello iba de mal en peor. Eric optó por esquivar esa pregunta.

—La candidata a señuelo tiene que pensar deprisa cuando intenta atrapar a un hombre.

—¿Y solo puede hacer eso si tiene el entrenamiento y la experiencia adecuados?

—Así es.

Julie alzó las manos en el aire con frustración.

—¿Y cómo consigo experiencia si nadie me da una misión?

—Ese no es mi problema.

—¿Y si me entrenas tú? —preguntó ella con ojos brillantes de entusiasmo—. Puedes enseñarme todo lo que necesito saber.

¿Enseñarle a seducir a un hombre? Imposible. Aquella idea tenía todas las papeletas para ser un desastre. Pero eso no le impidió imaginar lo que sería enseñarle el arte de la seducción. Apartó de su mente la imagen de su mano acariciando la piel suave y desnuda de ella.

—Eso no va a pasar —gruñó.

—Lo haré gratis —se ofreció ella.

—Si quieres tomar parte en la investigación, puedes ayudar a coordinar tareas —ofreció él.

—¿Un trabajo administrativo? —Julie gimió—. Vamos, Eric. Estoy todo el día sentada a una mesa. Quiero salir, quiero acción.

Solo puedo ofrecerte la tarea de coordinadora —era el único trabajo donde ella no correría peligro—. Eres una novata y podrías comprometer nuestros casos.

—Eso son tonterías —Julie lo miró de hito en hito—. Estás hablando de contratar a gente de fuera, pero no puedes llamar a una agencia y pedir que te envíen un señuelo. ¿Qué características pedirías?

Eric pensó que tenía que haber previsto aquello. Podía mentir y decir que necesitaba gente que supiera combate cuerpo a cuerpo, pero sabía que acabaría por saberse la verdad. Lo mejor era acabar con aquello de una vez.

—Tiene que ser alguien inteligente, seductora y, sobre todo, cautelosa.

Julie respiró hondo, como si se esforzara por controlar su temperamento.

—O sea que tiene que ser lista y sexy.

Hubo una pausa incómoda.

—Y cautelosa —añadió Eric.

—¿Tú crees que yo no cumplo esos requisitos? —preguntó ella con un todo de voz peligroso.

—Julie, pueden salir mal muchas cosas —dijo él. Dio la vuelta a su mesa y se acercó a ella—. A veces un hombre puede intuir que es una trampa. Un hombre paranoico puede resultar impredecible.

—Responde a la pregunta, Eric.

—Eres demasiado inocente para ese tipo de trabajo —contestó él—. No permitiré que hagas eso.

—¿Inocente? —preguntó ella, como si se sintiera ofendida por esa descripción.

—Tú ves la parte buena de todo el mundo, lo cual está bien, pero no es bueno a la hora de investigar.

—Sé juzgar a la gente —replicó ella.

—¿Y si te atacan?

—Eso es improbable. Y si pasara, me he entrenado en autodefensa.

—¿Una clase de un día? —preguntó él.

—A ella le brillaron los ojos con rabia.

—No.

—¿Un curso de fin de semana?

Julie apretó los labios.

—Puede.

Eric movió la cabeza.

—Eso no es suficiente.

—¿Quieres apostar?

Eric tenía la impresión de que iba a decir eso y actuó con rapidez. La agarró por el brazo y le dio la vuelta. Le puso un brazo alrededor del cuello y la clavó contra él antes de que ella tuviera tiempo de protestar.

—Eh, eso no es justo —Julie tiró de su brazo, pero él no pensaba soltarla. Sabía que no le hacía daño, solo estaba incómoda.

—¿Cuánto vamos a apostar? —preguntó.

Julie se retorció contra él e intentó clavarle el codo en el estómago y las costillas. Sus golpes eran débiles, pero el modo en que se frotaba contra la entrepierna de Eric anulaba las buenas intenciones de este.

Julie alzó la mano hasta su cara, posiblemente para arañarlo, pero él no se lo iba a permitir.

—¿Estás intentando atacarme o conseguir una muestra de ADN del atacante para cuando el forense examine tu cuerpo sin vida? —preguntó.

Ella gruñó e intentó pisarle el pie con fuerza, pero él se movió en cuanto sintió moverse los músculos de la pierna de ella. Aunque hubiera conseguido su propósito, las bailarinas de ella no le habrían hecho mucho daño.

—Esto no prueba nada —murmuró ella, mientras intentaba atacar alguna parte del cuerpo de él—. Tú estás entrenado para acabar con un hombre aunque estés dormido. Por aquí no hay muchos que hagan eso.

—Eso no lo sabes —Eric la soltó con brusquedad.

Julie se alisó el pelo y tiró de su vestido hacia abajo.

—Es poco probable que alguien se ponga violento por aquí.

—¿En qué universo vives tú?

¿Y con qué hombres salía? Probablemente empollones informáticos que solo se ponían violentos jugando a un videojuego.

—Aunque alguien se pusiera violento, yo no estaría en un callejón desierto con él —continuó ella—. Tendría vigilancia de audio y vídeo.

—Eso no es suficiente seguridad. Pasaría demasiado tiempo hasta que llegáramos a ti.

Julie apretó los puños a los costados y respiró hondo.

—Quiero ser señuelo.

—He dicho que no. Y conociendo tu aptitud para la autodefensa, mi respuesta alternativa es jamás en la vida.

—Muy bien —ella se volvió y fue hacia la puerta—. Voy a hablar con Perry.

—De eso nada —Eric se adelantó y puso la mano en la puerta para que ella no la abriera.

—Él no dirá que no —le informó Julie, tirando del picaporte.

Eso era lo preocupante, que Perry sentía debilidad por Julie.

—Él no está al cargo de esto, estoy yo.

Julie vaciló. Soltó el picaporte y se volvió despacio, casi de mala gana.

Cuando alzó la cara, sus labios quedaron a centímetros de los de él. Un temblor recorrió el cuerpo de Eric, que sintió la boca seca. Sentía una gran tentación de besarla en los labios, probar su dulzura y sentirla ablandarse contra él.

—Dime la verdadera razón por la que no me dejas ser un señuelo. ¿Crees que soy lista y sexy? —preguntó ella en voz baja. Lo miró a los ojos.

Aquello era territorio peligroso.

—Creo que eres temeraria —gruñó él. Sabía que ella se lanzaría a un proyecto con un entusiasmo sin límites.

A ella le brillaron los ojos con determinación.

—Puedo ser cautelosa.

Eric alzó los ojos al cielo.

—Y puedo ser sexy.

En aquel momento su voz sonaba muy sensual. El cuerpo de él se tensó con anticipación.

—Pero no puedes seducir a un hombre —él jamás le permitiría seducir a un desconocido.

—Sí puedo.

Eric negó con la cabeza.

—Y tú no podrías seducir a un hombre que no te interesara. Eres demasiado sincera.

Julie sacó la barbilla y achicó los ojos. ¿Por qué le ofendía aquella frase?

—Puedo seducir a quien yo quiera.

Eric alzó las manos como si se rindiera.

—Aceptaré tu palabra, pero no te doy el trabajo.

Ella le puso un dedo en el pecho.

—Podría seducirte a ti si quisiera.

Todo a su alrededor se inmovilizó y Eric sintió que la sangre rugía en sus venas. Quería tomarse aquello como una invitación, pero sabía que Julie no lo había dicho en ese sentido. Tragó saliva.

—¿Quieres hacerlo?

La tensión aumentó entre ellos y se fue volviendo más y más densa, hasta que él pensó que iba a explotar.

Julie bajó la mano y la tensión se rompió en pedazos. Retrocedió un paso e hizo una mueca cuando tropezó con la puerta.

—¿Para tener la posibilidad de convertirme en señuelo? —preguntó con voz aguda—. Sí.

Eric respiró hondo. Sentía una fuerte decepción. Por supuesto, ella solo iría a por un hombre como él si quería probar algo.

—¿Planeas seducirme para demostrar que puedes hacer de señuelo?

Ella se cruzó de brazos.

—Creo que eso demostraría que estoy suficientemente cualificada.

¿Qué quería decir con eso? Eric observó su expresión, pero no consiguió descifrarla. ¿Creía que era un hombre difícil de conseguir o pensaba que iba con cualquiera? No quería saberlo.

—Pero yo sé lo que te propones —comentó.

Julie se encogió de hombros con arrogancia.

—Eso haría que mi seducción tuviera mucho más mérito.

Eric veía que ella consideraba en serio aquella proposición. Aquello era malo. Muy malo. Él quería seguir adelante y no quería.

—Olvídalo —dijo con rabia—. Esto es ridículo.

—¿Es ridículo que te seduzca? —ella puso los brazos en jarras y lo miró de hito en hito—. Pues muy bien. Acepto el reto. Si puedo seducirte a ti, consigo el trabajo. ¿Hecho?

—De eso nada —él prefería hacer tratos con el diablo.

Julie sonrió con suficiencia y lo miró con ojos retadores.

—Porque crees que puedo conseguirlo.

Él intentó responder con una mueca burlona, pero no estaba seguro de haberlo conseguido. Tenía que quitársela de la cabeza por el bien de los dos.

—He conocido mujeres entrenadas en las artes eróticas —dijo entre dientes—. Son expertas en seducir a un hombre y no han conseguido acercarse a mí.

—O sea que yo no estoy a su altura y no tienes de qué preocuparte. ¿Entonces por qué dudas? —se burló ella—. ¿Hacemos un trato, sí o no?

Julie no se rendiría ni siquiera cuando él contratara a gente de fuera. Tenía que verle el farol. Quizá ella cometiera alguna torpeza y él se controlara el tiempo suficiente para disuadirla con gentileza. Podía hacerlo… sobre todo sabiendo que la otra opción era permitirle meterse en las garras del peligro.

—Si así te vas a callar, de acuerdo —Eric estrechó con firmeza la mano que le tendía ella—. Trato hecho.

3

 

—¿Has perdido el juicio? —preguntó Asia una hora más tarde en el lavabo de las chicas.

Julie se frotó la frente con la yema de los dedos; le dolía la cabeza.

—Empiezo a pensar que sí.

—Es una regla no escrita —Asia caminaba por el pequeño recinto y sus tacones resonaban en las baldosas—. Nunca avisas a un hombre de que intentas seducirlo.

—Lo sé, lo sé —contestó Julie.

Había sido impulsiva, pero necesitaba probarle a Eric que era lo bastante lista y sexy para aquel trabajo. Aunque no estaba segura de poder hacerlo. Flirtear era una cosa, pero nunca había seducido a un hombre.

Asia se tapó la cara con las manos y respiró hondo.

—De acuerdo, todavía podemos conseguirlo —bajó las manos y observó el aspecto de Julie—. Este es el plan —anunció—. Esta noche vienes a mi casa y cambias de look. Tengo vestidos que volverán loco a cualquier hombre.

—Gracias, pero no creo que eso funcione.

—¿Por qué no?

—No tenemos la misma talla —Asia era una amazona esbelta y ella era bajita y con curvas—. Y no creo que el look de los pantalones de cuero sea para mí.

—No lo descartes hasta que lo pruebes.

A Julie le habría gustado probarlo, pero estaba segura de que los pantalones de Asia no le pasarían de los tobillos.

—Además, en cuanto Eric me vea con tu ropa, sabrá que ha empezado el juego.

—Eso es verdad. Hemos vuelto al principio.

Julie miró su imagen en el espejo del baño.

—¿En qué estaba pensando? —murmuró.

Observó su cara. Era una cara corriente. Ojos azules, nariz media, labios rosados… Nada memorable. Nada por lo que un hombre fuera a empezar una guerra o a cambiar de vida para poder verla todos los días.

El pelo, castaño y liso, le llegaba hasta los hombros. El cuerpo… Julie se apartó del espejo. Aquello no podía cambiarlo.

—No te dejes amilanar por lo que dice un hombre —le aconsejó Asia—. Siempre has querido trabajar en un caso.

—Sí, pero Eric Ranger no es un hombre cualquiera de la calle. Sabe de lo que habla.

—Tonterías. Eric puede ser un experto a la hora de perseguir criminales, pero no conoce todos los secretos que tiene una mujer. No sabe lo que eres capaz de hacer.

—Cierto —pero ella tenía el presentimiento de que Eric había conocido a mujeres como ella y no podría tomarlo por sorpresa.

—Y si no puede ver lo maravillosa que eres, es que no te merece —continuó Asia.

Julie pensó que ella no tenía nada de maravillosa. Era corriente.

—Pero yo te digo que lo sabe —le aseguró su amiga.

Julie sonrió.

—Si creyera eso, me autoengañaría.

—Confía un poco en mi habilidad como detective —insistió Asia—. Yo veo cómo te mira y cómo se porta. Contigo se esfuerza por ser el caballero perfecto.

—Yo no quiero un caballero —repuso Julie—. Quiero un hombre de sangre caliente.

—Quizá piense que eres demasiado señorita o delicada para un hombre como él —Asia se encogió de hombros—. Te toca a ti demostrarle que se equivoca.

Allí estaba otra vez esa palabra. Delicada. De niña había estado delicada a menudo y pasado mucho tiempo en la consulta del médico y en la cama. Ahora era más fuerte y más sana. No quería verse definida por su infancia.

—Quiero que me vea fuerte y poderosa —Julie achicó los ojos—. Quiero que crea que soy tan sexy que tiene miedo de perder el control. Quiero ser un peligro para su cordura y para su corazón. Y quiero que sepa que yo también lo sé.

—Sí, a mí eso me suena a tu fantasía de mujer. ¿Pero cuál es la suya?

—¿Eh?

Asia volvió a observar a su amiga.

—Creo que estamos enfocando mal esto. La seducción se basa en la fantasía.

—Sigue hablando.

—Si quieres seducir a Eric, tienes que crear una fantasía. La suya, no la tuya.

—Tengo que convertirme en la chica de su fantasía —murmuró Julie—. ¿Quién puede ser esa chica?

—Es difícil saberlo —admitió Asia—. Ha viajado mucho. Ha visto de todo y hecho de todo.

—Eso no me ayuda mucho —Julie echó la cabeza a un lado y observó su imagen en el espejo—. Apuesto a que la chica de la fantasía de Eric es esbelta y glamurosa. Lleva vestidos largos negros y probablemente una navaja escondida en la liga.

Asia hizo una mueca.

—Por favor, no se te ocurra vestirte como el personaje de esos libros que lees.

Julie no se había dado cuenta de que había descrito la apariencia de Sapphire en la portada del último libro que había leído.

—¿Crees que no puedo hacerlo? —preguntó.

—Eric probablemente trabaja a menudo con mujeres así. La chica de sus fantasías sería una mujer inalcanzable. Tú crees que tienes un aspecto corriente, pero puedes resultar exótica para alguien como él.

—¡Oh, ojalá! —Julie hizo una mueca—. Tú dices eso porque el único aspecto que puedo tener es el de chica corriente.

—Digo la verdad —Asia le sostuvo la mirada a través del espejo—. Deja de pensar en la mujer que te gustaría ser y resalta tus puntos fuertes.