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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 SKDennison, Inc.

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

A través del tiempo, n.º 1283 - julio 2015

Título original: Having the Best Man’s Baby

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6879-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

Jean Summerfield se quedó helada. Sintió que no podía respirar. Lo vio en cuanto entró en el salón del hotel donde se estaba celebrando la fiesta. Se quedó mirando aquel rostro entre la multitud de invitados. Inmediatamente, dolorosos recuerdos se apoderaron de ella. El corazón le dio un vuelco y se le secó la boca.

No podía ser… Ryland Collier… No podía ser después de tantos años. Ry Collier… el chico que la había humillado y le había roto el corazón hacía quince años.

–¿Te pasa algo, Jean? Te has quedado como si hubieras visto a un fantasma.

Jean giró la cabeza hacia su mejor amiga, Susan Brundage.

–Yo… eh… sí, no. Estoy bien. Me había parecido ver a alguien que conocía, pero me he equivocado.

Volvió a mirar en la dirección en la que estaba Ry. El estómago se le hizo un nudo. La garganta, también. Creía haber olvidado el pasado, pero en una fracción de segundo las inseguridades de la adolescente que había sido, sin pecho y gordita, volvieron a apoderarse de ella.

Susan la tomó del brazo y la sacó de sus pensamientos.

–Te quiero presentar a una persona. Acaba de llegar esta tarde de Chicago –rió su amiga–. Es el típico chico al que tu madre te advierte que no te debes acercar, ¿sabes? Es un guapo, encantador y con mucho dinero. Una combinación peligrosa, desde luego. ¿Y sabes qué? ¡Es soltero!

A medida que avanzaba guiada por Susan hacia el hombre que había creído que nunca volvería a ver, Jean sintió que el nudo del estómago se le hacía cada vez más prieto.

Tomó aire para tranquilizarse, pero no le sirvió de nada. Notó que se le tensaban todos los músculos del cuerpo y se dio cuenta de que no sabía qué iba a pasar.

–Ry, te quiero presentar a mi madrina de boda, Jean Summerfield. Jean, éste es el padrino de Bill, Ry Collier. Me apetecía mucho que os conocierais porque os vais a ver mucho esta semana, hasta que llegue la boda.

Una sonrisa de lo más sensual iluminó los atractivos rasgos de Ry y un brillo especial se apoderó de sus ojos color plata mientras hacía un balance del cuerpo de Jean.

–Es un placer conocerte, Jean –le dijo extendiendo la mano.

Jean se la estrechó. Al instante, sintió una descarga por todo el cuerpo y se apresuró a retirarla, aliviada porque no la hubiera reconocido.

Tal vez, el doloroso trauma del pasado no saliera a la luz después de todo.

–El placer es mío –sonrió recobrando la compostura.

–¿De verdad? –bromeó Ry con una inmensa sonrisa–. Vamos a tener que hablar más detenidamente de este asunto del placer –rió–. ¿Bailas?

La agarró de la mano, la condujo a la pista de baile y la tomó entre sus brazos. No había dado muestras de conocerlo, pero Ry estaba seguro de que sus caminos se habían cruzado en algún momento.

Claro que si hubiera conocido a una mujer tan bella jamás la habría olvidado. ¿Cómo olvidar aquella melena castaña, aquellos ojos color miel y una figura que el amplio traje de chaqueta que llevaba no podía esconder?

Al instante, sintió una punzada en el pecho y supo que aquella mujer era mucho más que una mujer para pasar el rato. Sabía que la conocía de algo, pero no era capaz de recordar de qué.

Lo que sí estaba claro era que había despertado su libido.

Cuando percibió su delicado perfume, no pudo evitar quedarse prendado. Bailar con ella le había subido la tensión arterial por las nubes, seguro.

Había algo en Jean que le había llamado poderosamente la atención y le había hecho desear mucho más que bailar con ella en una fiesta.

–Se supone que la novia tiene que ser el centro de atención, pero deja que te diga que la mujer más guapa de esta fiesta eres tú –susurró abrazándola un poco más.

Jean miró a su alrededor completamente turbada y sonrojada.

–Qué va –contestó–. Susan es guapísima. Con esa melena rubia que tiene y sus preciosos ojos azules… va a ser una novia espectacular.

–Me gusta más la madrina –insistió Ry dándose cuenta de que estaba avergonzada de verdad.

¿No se daba cuenta de lo guapa que era? ¿Sería que no estaba acostumbrada a que se lo dijeran? Nada que ver con las mujeres que solía conocer, muy preocupadas por su apariencia externa pero en absoluto de la interna.

Mientras bailaban, su mente retrocedió quince años. En el colegio, había una chica que le gustaba mucho. Tenía una belleza interna difícil de igualar y con ella Ry se sentía muy a gusto porque podían hablar de todo.

Sin querer, había acabado con aquella bonita amistad de forma tan rotunda como si le hubiera dicho que no quería volver a verla. Había pasado mucho tiempo, pero la angustia y la culpa seguían vivas dentro de él.

Ry apartó aquellos recuerdos negativos y concentró su atención en la preciosidad con la que estaba bailando.

–Es una idea buenísima, ¿verdad? –comentó–. Me refiero a dar una fiesta para que todos los invitados de la boda se conozcan antes de la ceremonia. ¿Hace mucho que conoces a Susan y a Bill?

–A Bill no porque llegó a Seattle hace cuatro años, pero Susan y yo somos las dos de aquí y nos conocemos hace más de ocho. Somos del mismo grupo de teatro. ¿Y Bill y tú?

–Fuimos compañeros de universidad en la UCLA. Compartimos habitación el primer año y nos hicimos inseparables. Sin embargo, cuando terminé, me fui a vivir a Los Ángeles porque allí es donde tengo mi empresa.

–¿A qué te dedicas?

–Analizo los procedimientos y los sistemas de gestión de las empresas, localizo las pérdidas de tiempo y activos y, según los datos de la operación, aconsejo cómo mejorar el negocio. Acabo de firmar un contrato para quedarme cuatro semanas aquí, en Seattle, a partir del lunes siguiente a la boda. ¿Y tú? ¿Qué haces aparte de dedicarte al teatro y a dejar con la boca abierta a los hombres?

Jean volvió a sonrojarse.

–Por favor, para ya. Me estás desconcertando –contestó intentando mantener la calma–. Soy directora de personal en una empresa de manufacturación –le explicó preguntándose qué la molestaba más, la facilidad con la que le soltaba los cumplidos o el hecho de que fuera él, Ry Collier, el que se los dijera.

Ry la apretó todavía un poquito más contra él de manera que sus cuerpos estuvieran pegados mientras bailaban.

Lo último que le apetecía era ponerse a hablar de trabajo con ella. Le pareció que las curvas de aquel cuerpo eran perfectas. Debía de ser su perfume lo que lo estaba volviendo loco porque estaba empezando a tener todo tipo de deseos sexuales.

Se moría por besarla, tomarla en brazos, depositarla en la cama más cercana y pasarse toda la noche haciéndole el amor de manera desaforada.

Tuvo que hacer un esfuerzo tremendo para volver a la conversación. Cuanto más tiempo pasaba, más convencido estaba de que se conocían de algo.

–Yo también soy de aquí –dijo buscando alguna reacción en ella.

Le pareció que se tensaba un poco, pero seguramente habían sido imaginaciones suyas.

 

 

Jean dejó que su mente divagara mientras bailaban.

Habían pasado quince años, pero por fin había conseguido bailar con Ry Collier. Tenerlo tan cerca resultaba intoxicante. Su magnetismo sensual era tan fuerte que la confundía. Todas las fantasías que había tenido sobre él se estaban cumpliendo, pero no era suficiente para borrar el dolor y la humillación de aquella noche de hacía tantos años.

Sintió una punzada en el corazón mientras volvía a la conversación.

–¿Quieres cenar conmigo? –le estaba preguntando Ry.

–¿Cómo? –contestó ella frunciendo el ceño.

–¿Por qué no nos despedimos de Bill y de Susan y nos vamos a cenar a un restaurante pequeño donde podamos conocernos mejor? –le propuso Ry–. O, mejor todavía, podríamos subir a mi suite y pedir al servicio de habitaciones que nos llevara la cena –añadió, acercándose tanto a su oído que a Jean le pareció sentir sus labios en el pelo.

Al instante, sintió una energía desconocida seguida de una oleada de recelo.

–¿Estás en este hotel? –consiguió decir–. Te debe de salir muy caro para tanto tiempo –comentó.

–Teniendo en cuenta que todas las celebraciones del enlace, incluida esta fiesta, la pedida y el banquete, se celebran aquí me pareció el mejor hotel para hospedarme. Además, he decidido quedarme también durante las cuatro semanas que voy a estar en la ciudad trabajando.

¿Cinco semanas en total? El recelo de Jean se tornó angustia. ¿Cómo iba a estar cinco semanas en contacto con él sin que el dolor y la humillación afloraran por algún sitio? Intentó tomar aire para calmarse.

Se dijo que el hecho de que él fuera a estar en la ciudad cinco semanas no quería decir que fueran a verse después de la celebración de la boda de sus respectivos amigos.

Al terminar la canción, salieron de la pista de baile.

–¿Qué me dices de la cena? –insistió Ry.

Jean no se había sentido tan confusa jamás. ¿Debía decirle quién era o disfrutar de sus atenciones como si no se conocieran?

–Acabo de llegar, así que me parece de mala educación irme ya. Soy la madrina de Susan y tengo que estar aquí. Dado que tú eres el padrino, lo mismo te digo.

–Tienes razón –sonrió Ry conduciéndola a una mesa apartada–. ¿Qué quieres que te traiga de beber?

–Una copa de vino blanco, por favor.

–Ahora mismo vuelvo.

Mientras iba hacia la barra, volvió a pensar que, definitivamente, se conocían de algo. Su sonrisa, sus ojos, su voz…

Sabía que era algo lejano y, aunque lo excitaba sobremanera, la asociaba con algo profundo y especial.

Al volver a la mesa, se sentó, le dio su copa de vino blanco y se quedó mirándola un momento.

Jean se sintió incómoda bajo su escrutinio.

–¿Pasa algo? –preguntó intentando sonar natural–. ¿Tengo algo en la cara? –rió tocándosela.

–No –contestó él acariciándole la mejilla–. Tienes una cara preciosa.

–¿Por qué me miras fijamente? –preguntó Jean un tanto irritada.

–Te parecerá una tontería, pero tengo la sensación de que te conozco de algo. Hay algo en ti que se me hace familiar. ¿Nos hemos visto antes?

–Nunca he estado en Los Ángeles ni en Chicago –contestó Jean tras sopesar la pregunta.

–Menuda respuesta –sonrió Ry mirándola con curiosidad–. Yo viví en Seattle hasta que me fui a la universidad. A lo mejor nos conocemos de entonces.

–A lo mejor –contestó Jean.

–En serio, nos conocemos, ¿verdad?

–Si tú lo dices –contestó Jean sintiendo que le faltaba el aliento.

Era obvio que Ry no iba a dejar el tema, quería una contestación. ¿Y si le decía que no, que no se conocían de nada? ¿Se enfadaría cuando descubriera la verdad? ¿Y qué? ¿Qué derecho tenía a enfadarse con ella? Lo malo era que ella nunca mentía…

–Estoy seguro de que nos conocemos –insistió Ry–. Como dices que nunca has estado ni en Chicago ni Los Ángeles, doy por hecho que fue cuando vivía aquí.

La miró a los ojos y vio que estaba incómoda. Aquello demostraba que estaba en lo cierto. ¿Por qué no le quería decir de qué se conocían? Qué situación tan extraña. Ry no sabía cómo actuar.

–Veo que no me lo quieres decir –comentó tocándole el pelo–, así que te propongo que volvamos a la pista de baile, a ver si me acuerdo yo.

Jean se volvió a encontrar entre sus brazos. Ryland Collier había sido su sueño durante dos años, antes del vergonzoso incidente del baile, en la fiesta de graduación del último año de colegio.

Sabía que era una tontería por su parte no haber olvidado aquella vergüenza, pero no podía evitarlo.

Había conseguido olvidar muchas otras cosas de aquella época, desde la frialdad de la abuela que la había criado hasta la inseguridad de tener sobrepeso, pasando por los aparatos dentales y las gafas.

Se había sobrepuesto a la timidez y a la dificultad para relacionarse con los demás, pero no a aquella noche.

Ry la sacó de sus divagaciones rozándole la boca con los labios.

–Como ya nos conocíamos, he pensado que un beso de «hola, ¿qué tal?» venía a cuento –susurró apretándola contra sí muy sonriente–. No serás mi vecinita de seis años con la que jugaba a los médicos, ¿verdad?

Jean no pudo evitar reírse.

–No –contestó–. Cuando era pequeña, no jugaba a los médicos.

–¿Y ahora que eres mayor? –bromeó Ry.

Jean intentó no excitarse con sus palabras.

–Nunca he jugado a los médicos –contestó.

–Todavía estás a tiempo de aprender –sonrió Ry–. Si quieres, yo te enseño.

Susan tenía razón. Desde luego, aquel hombre sabía cómo encandilar a una mujer. Jean sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Jugar a los médicos con Ry Collier podría ser una experiencia impresionante.

Cuando terminó la canción que estaban bailando, volvieron a su mesa, donde los esperaban las copas de vino.

–¿Qué tal os lo estáis pasando? –les preguntó Bill Todd–. Ya sabéis que la madrina y el padrino se tienen que llevar bien –añadió poniéndole las manos a Ry en los hombros y dándole un beso a Jean en la mejilla.

–Hasta ahora, sé que Jean baila de maravilla –contestó Ry–, lleva un perfume delicioso y nunca ha jugado a los médicos –sonrió pasándole el brazo por los hombros–. Me he ofrecido a enseñarle a jugar hoy, pero me ha ignorado. Aparte de eso, nos lo estamos pasando muy bien.

Susan se unió al grupo y tomó de la mano a su prometido.

–¿Qué pasa? –preguntó mirando a Ry y a su amiga–. ¿Va todo bien?

Jean se dio cuenta de que su amiga estaba preocupada y se sintió en la obligación de asegurarle que todo iba estupendamente.

–Todo bien por aquí –contestó mirando sonriente a su alrededor–. Todo el mundo se lo está pasando fenomenal.

Susan y Bill se quedaron con ellos un rato, pero tuvieron que ir a saludar a los demás invitados.

–Como no deje de preocuparse por todo, va a llegar histérica a la boda –comentó Jean observándola.

–¿Habla la voz de la experiencia? –preguntó Ry.

–¿Me estás preguntando si estoy casada?

Ry desvió la mirada.

–Eh… sí, supongo que sí –admitió.

–No lo estoy, pero lo estuve durante dos años –contestó–. Desde luego, para lo que resultó ser, no mereció la pena.

Ry detectó la amargura de sus palabras.

–No parece que fuera un cuento con final feliz –apuntó.

–No –contestó Jean–. ¿Y tú?

–¿Yo? No, yo soy un soltero empedernido –rió Ry en tono agridulce–. Me da alergia incluso el arroz.

–¿No has estado casado?

–Sí, bueno… hace mucho tiempo –contestó con cierta ira contenida.

Era algo de lo que Ry no quería hablar. Lo habían engañado, mentido, manipulado y convencido para casarse, algo que nunca debería haber hecho. Se había jurado que no iba a repetir la experiencia.

Intentó apartar de su cabeza los recuerdos de aquellos dos horribles meses de matrimonio que le habían parecido dos siglos.

Tenía cosas mejores en las que pensar. Se había propuesto tener veinte millones de dólares para cuando cumpliera treinta y cinco años. Trabajando mucho y haciendo cuantiosas inversiones, estaba a punto de conseguirlo y todavía tenía treinta y dos.

Decidido a no hablar de su matrimonio, acarició el rostro de Jean y descansó la mano sobre la suya.

–¿Por qué no me dices de qué nos conocemos y me ahorras la frustración de devanarme los sesos? –le dijo.