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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1996 Natalie Fox

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Entre dos hombres, n.º 1204 - octubre 2015

Título original: Torn by Desire

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7325-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

KATE dejó de mirar la pantalla del ordenador, se dio la vuelta y preguntó a Ed Hughes, director de su sección:

–¿Guy Latham? -su pelo se movió levemente al poner énfasis en la pregunta.

–Creí que te pondrías colorada –dijo Ed.

Ed se equivocaba. El mencionarlo no era lo que podía hacerla ponerse colorada. Sino el que le hubiese anunciado que tenía que volar a Marbella esa noche para trabajar en la sucursal española de la empresa. Conrad, el mayor de los dos hermanos Latham, dueños de la empresa, normalmente manejaba esa filial desde su mansión de Marbella, y dos veces al año enviaba a algunos privilegiados empleados de Londres para que se familiarizaran con lo que estaba pasando. Aquella vez Conrad la había elegido a ella. Y el que la acompañase Guy Latham en el viaje no era motivo para ponerse colorada.

–¿Esto... no es un poco raro? –dijo Kate, extrañada de su buena suerte.

No, no era suerte. Ella había trabajado a conciencia en los últimos nueve meses y Conrad le estaba demostrando su agradecimiento. Hacía un mes, en una de sus visitas mensuales al Reino Unido, Conrad había permanecido allí el tiempo suficiente como para alabar su trabajo y llevarla a cenar. Había sido un acompañante perfecto, un verdadero caballero en todo sentido, y al final de la velada había sentido que se había enamorado un poquito de él.

–No es raro, cariño. Te vas esta noche, definitivamente.

Kate se sintió excitada ante la perspectiva.

Conrad era atractivo y encantador. Lo único que no le gustaba era el tener que viajar con su desagradable hermano, Guy Latham. No había hombre que le cayese tan mal como él. Al contrario que su hermano, a quien Kate adoraba secretamente.

Conrad era un verdadero hombre. Maduro, sofisticado y de buen gusto, y además llevaba el peso de ser el director de un sólido negocio. Guy, en cambio, no le gustaba. Aunque todas las mujeres de la empresa habrían pensado que estaba loca, de haberlo dicho. Lo había hecho una vez, y había aprendido.

–No sé qué le veis a ese egocéntrico canalla –había dicho.

–¡No me engañes, Kate Stephens! Ese hombre es la fantasía de toda mujer hecha realidad. Alto, moreno, apuesto, peligroso y deseable. Debes de tener algún problema en la vista, si dices eso. Tal vez creas que, si eres dura con él, se fijará en ti. Olvídalo. Guy no se molesta en desafíos –le había dicho Lorraine Hunter.

Era cierto. No le hacía falta. Las mujeres caían a sus pies, y eran bienvenidas. Kate se alegraba de no tener apenas contacto con él, porque habrían saltado chispas entre ellos, de haberlo tenido. Una cosa que no soportaba en un hombre era la arrogancia, y la seguridad de que podía tener a cualquier mujer con solo mover un dedo hacia él.

Ella había quedado escaldada de una previa relación con alguien de características similares.

–Y Lorraine va a ir contigo también –agregó Ed.

Kate volvió a mirar el ordenador. Lorraine era una persona que tenía belleza y cabeza también. Y lo sabía. Nunca le había caído bien Kate, pero la toleraba, porque esta trabajaba bien. Kate quería un ascenso, pero Lorraine le bloqueaba el camino. El puesto de directora de marketing era el que Kate hubiera querido para sí, pero, salvo que Lorraine lo dejara, no había ninguna posibilidad. Y mientras Guy Latham siguiera soltero, Lorraine no se marcharía.

–Y sabes lo que significa eso, ¿verdad? –preguntó Ed con un tono de broma.

Kate sabía que lo que buscaba Ed era un sabroso cotilleo. Le encantaban.

–No, no lo sé. Pero estoy segura de que tú vas a decírmelo –contestó ella.

A Kate nunca le habían gustado aquellas conversaciones, pero era parte del estilo de vida de la empresa, y finalmente se había acostumbrado, pero no solía decir nada, porque no tenía nada que aportar. Y Guy Latham no le interesaba.

Ed sonrió abiertamente y dijo:

–Significa que no tienes ninguna posibilidad con Guy Latham, si Lorraine anda por ahí –bromeó.

Como si ella estuviera interesada, pensó Kate.

Miró a Ed e hizo un gesto de decepción, porque aquello era lo que esperaba. Ni se le pasaba por la cabeza que pudiera ser la única mujer inmune a Guy.

–¿Entonces, finalmente Guy y Lorraine son un tema de cotilleo? –preguntó Kate, aunque no le interesaba lo más mínimo.

–Bueno, últimamente le presta mucha atención a Lorraine, y no creo que lo haga inocentemente –le dijo Ed con tono de conspiración.

A veces los hombres eran peor que las mujeres.

–Han tenido sus momentos –siguió Ed–. Y parece que van a seguir. Y con las noches calurosas del Mediterráneo y esas cosas no me extrañaría que ocurriese lo esperado. Y tú vas a estar cerca para traernos noticias.

–Yo voy a estar allí para trabajar, Ed Hughes –le contestó Kate, sin poder ocultar su desagrado en la voz.

Ed se rió.

–Eso parece una renuncia... –dijo Ed.

Kate reprimió un suspiro de protesta. Nadie creería que no tenía interés en aquel hombre por el que suspiraban todas.

Nunca había dicho que admiraba más a Conrad. No era que Conrad no fuera atractivo. Pero lo consideraban totalmente inaccesible debido a su riqueza, a que no era tan joven y a que no iba mucho por allí, mientras que Guy iba por la oficina casi todos los días, para supervisar el negocio con determinación, y para romper corazones.

–Entonces, ¿cuáles son mis instrucciones? Me has dicho que vuelo esta noche...

Kate apenas escuchó sus instrucciones. Miró hacia la ventana. Estaban casi en agosto, y seguía la lluvia.

El pensar en unas noches calurosas de suave brisa ablandaba hasta el corazón endurecido de Kate.

En lo más profundo de su ser ella añoraba el amor. Pero la amarga experiencia le decía que no era más que un sueño. Ella había vivido ese sueño con Gustav, por un período corto de tiempo, y después había surgido la pesadilla. Una sola mujer no había sido suficiente para él, pero no había tenido la valentía de decírselo a la cara. Habían sido los amigos los que se lo habían hecho notar, y había sido más doloroso aún por el orgullo herido.

La actitud de su madre no la había ayudado tampoco. Ella le había advertido contra Gustav, y luego, cuando no había funcionado, le había dicho: «Te lo dije». Según su madre, todos los hombres eran iguales. El padre de Kate la había engañado desde el principio de su turbulento matrimonio.

A Kate no le quedaba más remedio que estar de acuerdo con ella. Y Guy Latham era el ejemplo de todo lo que odiaba Kate en un hombre. Era presumido y arrogante, y tenía un ego impresionante. Conrad, en cambio, era un caballero, un hombre mucho más agradable y gentil. Pero aquello era trabajo, y no diversión. Y ella quería un ascenso, ¿no era así? Eso era mucho más importante para ella que cualquier hombre. Pero... si alguna vez caía en la trampa... Era Conrad quien estaba en la lista primero.

 

 

–No, ahí no, Kate. Ponte detrás de nosotros. Guy y yo tenemos que revisar unas cosas –le ordenó Lorraine Hunter.

Sin protestar, Kate se puso detrás de ellos en la cola de clase de negocios de su vuelo. Le extrañaba que no la hubieran relegado a la parte de atrás del avión, con los ruidosos turistas. Era evidente que a Lorraine le molestaba que Kate los acompañase a Marbella, y era obvio que Guy se preguntaba por qué la habían enviado a ella.

Apenas se había dirigido a ella. Pero no era de extrañarse. Él nunca la había considerado una posible conquista, así que jamás se había molestado con ella. Para él, ella era como parte del mobiliario.

Kate tenía la cabeza de cabello negro de Guy y la rojiza de Lorraine delante de su asiento. Estaban mirando unos papeles. Seguramente estaban dispuestos a pasarlo bien juntos. Pero, ¿cuánto duraría?

Kate probablemente tuviera una visión cínica sobre el amor, producto del matrimonio roto de sus padres. Era hija única. Su padre había dejado a su madre por otra mujer cuando ella era pequeña y había experimentado la amargura de su madre. Pero a los dieciocho años se había enamorado perdidamente de Gustav, en Austria, donde habían estado viviendo por aquel entonces.

Después de la decepción amorosa, ella se había concentrado en los estudios más que en los hombres.

Cuando había empezado a trabajar en la empresa de los Latham, Kate había conocido por primera vez a un hombre diferente: Conrad. Un hombre maduro, y en quien se podía confiar.

Cerró los ojos para soñar despierta. En ese momento, sintió que algo caía en su regazo. Abrió los ojos y se sorprendió al ver la revista del avión, con un clavel rojo atravesándola. Cuando alzó la mirada, vio a Guy Latham, vestido con un traje gris claro, con las mangas remangadas, con aspecto de estrella de cine. Le estaba sonriendo, como solía hacerlo con el sexo opuesto.

Kate sintió un nudo en el estómago al ver a Lorraine dormida, con la cabeza ladeada encima del asiento.

Guy se agachó, tan cerca de ella, que esta olió su colonia. Era una fragancia sensual, pensó Kate.

–Hay un artículo en la revista, que puede interesarte –le dijo él suavemente al oído.

Kate se sorprendió. No comprendía qué podía interesarle de la revista a ella.

Guy no dijo nada más, y se alejó para hablar con la azafata. Kate no tuvo oportunidad de hojear la revista, porque se encendió el luminoso y tuvo que abrocharse el cinturón.

Todavía llevaba el clavel en sus manos cuando aterrizaron. Pero lo tiró al darse cuenta de que era el que él tenía en la bandeja de la comida.

El aire caliente del Mediterráneo los golpeó en cuanto bajaron. Kate sintió una cierta excitación. Era de noche. Ella estaba acostumbrada a viajar. Lo había hecho infinidad de veces con su madre, que era una escritora de viajes. Pero siempre la excitaba.

Los estaba esperando un Mercedes con chófer en el aeropuerto de Málaga. Lorraine se sentó entre Guy y ella.

–Me encanta Marbella –dijo Lorraine–. Los españoles saben vivir, ¿no crees, Guy? Mira, son las doce de la noche y están empezando a salir. Podría vivir aquí perfectamente. Sol y vida nocturna...

Kate no prestó atención a su conversación. Se puso a mirar por la ventanilla los hoteles llenos de gente, las palmeras y las luces de neón. Pero la atraían más las casas de calles estrechas y terrazas blancas con geranios en los balcones.

–Te están hablando, Kate –dijo Lorraine.

Kate esperaba que Lorraine no tuviera aquella actitud autoritaria todo el tiempo.

–Lo siento. ¿Cómo has dicho? –preguntó Kate.

–¿Es la primera vez? –repitió Guy.

–¿La primera vez que qué? –preguntó ella.

–La primera vez que viajas al extranjero –dijo Lorraine, irritada.

–No, en absoluto. Fui al colegio en Suiza, y viví en Francia y Austria durante diez años. Y cuando no estaba estudiando, viajaba con mi madre. Ella hace guías turísticas –les contó.

Oyó que Guy se reía suavemente.

–Muy europea, la niña –dijo Lorraine.

Guy se rio otra vez.

Kate estaba molesta por aquella animosidad de Lorraine. Tenía veintidós años. No era una niña.

Pero Lorraine siempre era así con ella. Parecía molestarle su eficiencia.

–¡Oh, Guy! –exclamó Lorraine, mirando por la ventanilla–. ¿Has visto algo así alguna vez?

Era una pregunta tonta, porque Guy era uno de los dueños de la propiedad que acababan de ver. Pero debía de ser que Lorraine quería mostrarle que estaba impresionada.

Era un lugar grandioso. Demostraba la posición social de sus dueños. Eso la decepcionó un poco. Había pensado que Conrad tendría gustos más tradicionales. La mansión tenía una piscina estilo Hollywood rodeada de palmeras. Era una casa grande, de tejados rojos, con balcones de hierro forjado en el último piso y contraventanas decoradas. Los patios de abajo tenían suelo de mármol rosa, estatuas y maceteros enormes alrededor.

Unos arcos conducían a los jardines que rodeaban la propiedad y la aislaban de sus alrededores. Estaban iluminados también, y prometían agradables caminatas entre plantas tropicales.

Kate pensó que aquella era la casa de Guy también. No debía de extrañarse de que fuera tan lujosa. En la casa predominaría más su gusto que el de su hermano, pensó Kate.

Cuando llegaron, los empleados de la mansión bajaron para llevar sus maletas. Kate volvió a decepcionarse al no ver a Conrad. La criada se llamaba Charo y hablaba bastante bien el inglés. Era una mujer de una edad similar a la de ella, de pelo negro y tez aceitunada. La llevó por un lateral de la mansión, mientras Guy y Lorraine entraban por la puerta principal de la casa.

–El señor Latham pensó que usted estaría más cómoda en la casa de los invitados –le dijo Charo con una sonrisa.

Kate la siguió, acusando el golpe. ¡Y ella que había pensado que Conrad la habría llamado especialmente!

–¡Oh! –exclamó Kate.

Charo acababa de abrir una puerta de roble. Había un patio con vigas de madera de las que colgaban parras. Estaba iluminado con faroles. Era hermoso.

–¡Es precioso! –dijo ella.

–Es la mejor parte de la propiedad. La finca original. Lo demás se hizo después. Al señor Latham le encanta este lugar. Entre. Se lo mostraré.

Kate se sintió aliviada al saber que aquel era el gusto de Conrad. Siguió a Charo y entró en la casa de suelo de piedra. Estaba fresca. Se sintió excitada. Conrad había pensado que a ella le gustaría más aquel lugar que la opulenta casa principal.

Estaba exquisitamente amueblada con antigüedades españolas. El salón estaba amueblado con sencillas piezas de estilo campestre; alfombras turcas antiguas cubrían los suelos de piedra de color terracota. Había una chimenea. Una librería cubría una de las paredes, y unos cuadros adornaban otra.

Arriba había tres dormitorios. Todos estaban decorados en el mismo estilo. El olor a jazmín perfumaba el aire desde el jardín.

Los dos cuartos de baño eran un agregado que no desentonaba con el resto de estancias. La cocina era pequeña.

–Yo voy a preparar su desayuno y su comida. Por la noche cenará en la mansión. El señor Latham quiso que esta parte de la casa permaneciera apartada de la casa principal. Así que no se conectan. Tiene que salir por donde hemos venido, atravesando el jardín –sonrió Charo–. ¿Le gusta la casa de invitados?

Kate asintió y sonrió felizmente.

–Es muy bonita.

–Ha tenido suerte –dijo Charo–. El señor Latham no permite que nadie se aloje aquí.

El corazón de Kate empezó a latir aceleradamente.

Charo se rió al ver su expresión.

–Yo desharé sus maletas.

–No. Prefiero hacerlo yo misma –dijo Kate.

Quería estar sola para pensar en todo aquello.

–Gracias Charo. Me gustaría darme una ducha e irme a la cama y...

–Pero están preparando la cena en la mansión. Mi madre cocina para todos.

–¿La cena? –Kate miró el reloj. No podía comer a esa hora de la noche, o a esa hora de la madrugada.

–No voy a cenar –dijo Kate, sonriendo a Charo–. Por favor, deles mis excusas.

Aunque tuviera ganas de ver a Conrad otra vez, y agradecerle su hospitalidad, realmente estaba muy cansada.

Media hora más tarde, ya estaba acostada. Relajada y fresca después de una ducha. Y durmió profundamente.

 

 

Kate sintió olor a café. El sol se filtraba por la ventana. Charo estaba preparando su desayuno. Bostezó y se estiró. Tuvo que recordarse que estaba allí para trabajar.

Reacia, se levantó, se lavó, se vistió rápidamente con unos pantalones blancos de algodón y una camisola amarilla y bajó las escaleras.

En realidad no sabía a qué hora esperaban que empezara a trabajar.

–¡Charo! –gritó.

Siguió el rastro del aroma del café y salió hacia el patio, resguardado por la sombra de la parra.

Kate se quedó petrificada.

Guy Latham estaba sentado a la mesa de madera, debajo de la parra, muy elegante, con unos pantalones de lino color hueso y una camisa blanca recién planchada. Llevaba una corbata colorida. Hacía calor, pero él no parecía sufrirlo. Tenía el pelo negro peinado hacia atrás, y estaba húmedo aún de la ducha. Estaba bebiendo un café y mirando la sección de negocios del Observer.

Guy alzó la vista. Luego volvió a su periódico.

–Me parece que no estás apropiadamente vestida para trabajar, ¿no? –dijo sin mirarla otra vez.

Había cometido un error. Se puso colorada. Y en la turbación fue hacia la casa nuevamente.

–¡Espera! Vuelve. Siéntate. ¡Charo! –gritó–. ¡Trae pronto el desayuno de Kate!

Kate se preguntó si habría ido a buscarla. ¿Se le había hecho tarde?

Guy alzó la mirada otra vez, y suspiró ansioso. Dobló el periódico cuidadosamente y le señaló la silla de madera frente a él.