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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Kathryn Ross.

Todos los derechos reservados.

ENTREVISTA A UN SEDUCTOR, N.º 2105 - septiembre 2011

Título original: Interview with a Playboy

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-746-4

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Promoción

Capítulo 1

VAYA, mira quién acaba de entrar en recepción –murmuró Marco Lombardi con evidente satisfacción.

John, su contable, apartó la mirada de los complejos informes financieros que estaban examinando y siguió la dirección de la mirada de su jefe hacia los monitores de seguridad.

–¿No es esa la reportera que lleva un par de días merodeando en torno al edificio Sienna? –preguntó con el ceño fruncido.

–Desde luego que sí –Marco sonrió–. Pero no te preocupes, John; está aquí porque ha sido invitada.

–¿Invitada? –repitió John, asombrado–. ¿Vas a concederle una entrevista?

–Podría decirse algo así.

–Pero tú odias a la prensa... ¡nunca concedes entrevistas!

–Eso es muy cierto, pero he reconsiderado mi actitud.

John miró a su jefe con expresión de incredulidad. Marco Lombardi siempre había preservado celosamente su intimidad y, desde que se había divorciado, hacía dos años, su actitud hacia la prensa se había endurecido aún más.

Sin embargo, había invitado a la periodista que, en su opinión, más problemas podía causarle. Siempre estaba husmeando; fuera donde fuese Marco, allí aparecía la señorita Keyes, haciendo preguntas sobre su adquisición de la empresa de productos de confitería Sienna, un trato supuestamente secreto y que se hallaba en las últimas y delicadas fases de negociación. Se trataba de un acuerdo perfectamente legal, pero aquella mujer le hacía sentir que estaban haciendo algo ilegal.

–Y... ¿por qué? –preguntó finalmente John, consciente de que Marco Lombardi era un hombre conocido por su astucia.

–Hay un viejo dicho sobre la conveniencia de mantenerte cerca de tus amigos, y aún más cerca de tus enemigos –contestó Marco–. Digamos que lo estoy poniendo en práctica.

John volvió a mirar el monitor y vio que Isobel Keyes miraba con impaciencia su reloj.

–¿A qué hora estaba citada?¿Quieres que me lleve todos estos papeles a otro despacho?

–No. La señorita Keyes puede esperar. Ya ha sido bastante afortunada por recibir esta invitación, de manera que, sigamos adelante con nuestro trabajo.

–¡Ah! –John pareció comprender de pronto la estrategia–. Vas a mantenerla distraída hasta que el trato quede cerrado, ¿no?

–Más que distraída, voy a mantenerla ocupada –Mar co sonrió–. Y ahora, concentrémonos de nuevo en el trabajo.

John no pudo evitar experimentar una punzada de compasión por la joven periodista que aguardaba fuera con su formal traje de trabajo. Probablemente se estaba sintiendo muy satisfecha consigo misma por haber conseguido una entrevista con el escurridizo multimillonario. Pero no tenía la más mínima oportunidad si pensaba utilizar su ingenio contra Marco Lombardi.

Isobel no estaba nada satisfecha con aquella situación. Una hora antes había estado a punto de averiguar con exactitud lo que estaba sucediendo con la empresa Sienna. Había conseguido una entrevista con uno de los principales accionistas de Sienna, pero había sido cancelada a última hora y su editora le había ordenado que olvidara el asunto.

–Tengo algo mejor para ti –dijo Claudia con evidente animación–. Acabo de recibir una llamada del director. Aunque resulte difícil creerlo, Marco Lombardi ha aceptado conceder al Daily Banneruna entrevista en exclusiva.

Isobel se quedó asombrada. Había tratado de entrevistar a Marco Lombardi en varias ocasiones y nunca había logrado llegar más allá de su secretaria.

–¿Va a hablarme de sus planes para hacerse con Sienna? –preguntó, esperanzada.

–Olvídate del aspecto profesional de la historia, Isobel. Lo que queremos es una mirada perspicaz a la vida personal del señor Lombardi, a lo que realmente hubo tras su divorcio. Esa es la historia que quieren los lectores, y supondrá un buen negocio para el periódico.

Las palabras «cortina de humo» surgieron en la mente de Isobel. Sabía que la mayoría de los periodistas se habrían sentido extasiados ante la posibilidad de conseguir una entrevista con el atractivo italiano. Pero ella era una periodista seria, no una simple transmisora de cotilleos. ¡No quería hacer una entrevista en profundidad sobre la vida amorosa de Marco! Quería escribir sobre los trabajos que había en juego.

En su opinión, su periódico había hecho un trato con el diablo. Como de costumbre, las consideraciones comerciales se habían impuesto sobre cualquier otro argumento.

–Ya puede subir, señorita Keyes –dijo la recepcionista con una sonrisa–. El despacho del señor Lombardi está en la planta superior.

¡Aleluya!, pensó Isobel con ironía mientras miraba su reloj. Sólo llevaba esperando una hora, y estaba seguro de que había sido a propósito.

Trató de serenarse mientras subía en el ascensor. No tenía más opción que tragarse sus principios y ofrecer al periódico el artículo que le pedían, por mucho que le enfureciera hacerlo. Porque Marco era la clase de hombre que despreciaba, capaz de hacer lo que le venía en gana sin sopesar las consecuencias. Y ella tenía más motivos para saberlo que la mayoría, porque aquel era el hombre que compró la empresa de su abuelo hacía once años, empresa que había ido desmantelando sistemáticamente, rompiendo el corazón de su abuelo en el proceso.

Por lo que a ella se refería, Marco Lombardi tan sólo era un charlatán despiadado. Y no entendía por qué se especulaba tanto sobre su divorcio. Para ella era evidente el motivo por el que había roto con su esposa; siempre había sido un mujeriego. De hecho, todo el mundo se quedó asombrado cuando anunció que iba a casarse. Y, desde su divorcio, había sido fotografiado por la prensa junto a una mujer distinta cada semana. Es más, algunos sectores de la prensa lo habían tildado de rompecorazones.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor, Isobel respiró hondo y, como siempre, se recordó que no podía permitir que una serie de ideas preconcebidas nublaran su juicio.

–Por aquí, señorita Keyes –una secretaria le abrió la puerta de un despacho con unas magníficas vistas panorámicas de Londres.

Pero no fueron las vistas las que atrajeron la atención de Keyes, sino el hombre sentado tras el gran escritorio que dominaba el despacho.

Había oído hablar tanto de él a lo largo de los años que, al verse de pronto ante su Némesis, se sintió ligeramente nerviosa.

Marco estaba centrado en unos papeles que tenía sobre la mesa, y no miró a Isobel mientras se acercaba al escritorio.

–Ah, la señorita Keyes, supongo –murmuró, distraído, como si apenas fuera consciente de su presencia. Su pronunciación del inglés era perfecta, pero Isobel notó con preocupación que su aterciopelado acento italiano estaba cargado de atractivo sexual.

Vestía una camisa blanca que dejaba atisbar la fuerte columna de su cuello. El blanco de la camisa contrastaba con el tono moreno de su piel y el vello negro que la cubría.

Cuando se detuvo ante el escritorio y sus miradas se cruzaron, su corazón experimentó un peculiar sobresalto.

Marco Lombardi era un hombre muy atractivo, pensó. Su fuerte estructura ósea le confería un aura de determinación y poder, pero eran sus ojos los que la tenían cautivada. Eran los ojos más asombrosos que había visto nunca: oscuros, seductores y extraordinariamente intensos.

No entendía por qué estaba tan sorprendida, pues hacía tiempo que sabía que era un hombre atractivo. Su foto no dejaba de aparecer en la prensa, y las mujeres no paraban de hablar de lo guapo que era. Pero ella siempre había pensado que la falta de ética ensombrecía el posible atractivo de cualquiera; por eso le desconcertaba tanto sentirse tan... hipnotizada.

–Siéntese y póngase cómoda –dijo Marco a la vez que señalaba la silla que había ante su escritorio.

Isobel era muy consciente de que le estaba dedicando una mirada de burlona indiferencia, algo que no podía sorprenderla. Sabía muy bien que nunca podría estar a la altura de las mujeres que atraían a Marco; para empezar, su exesposa era una actriz considerada una de las mujeres más guapas del mundo, mientras que ella era una chica del montón. Su vestido era profesional, su figura era excesivamente curvilínea y llevaba su largo pelo negro, aunque brillante y bien cortado, apartado del rostro en un peinado puramente práctico.

Pero aquel era su estilo. No quería mostrarse excesivamente femenina o glamurosa. Quería hacer su trabajo y que la trataran con seriedad. Y no tenía ningún interés en atraer a hombres como Marco, se dijo con firmeza. Su padre había sido un mujeriego, y ella sabía de primera mano cómo podía devastar aquello la vida de quienes lo rodeaban.

Aquel recuerdo la ayudó a volver a la realidad.

–Al parecer ha tenido éxito en su afán por distraer la atención de la oferta que ha hecho para adquirir Sienna, señor Lombardi –dijo en tono resuelto mientras se sentaba.

–¿En serio? –replicó él con ironía, sorprendido por el tono frío y profesional del Isobel. La mayoría de las mujeres coqueteaban con él. Incluso cuando se mostraban profesionales suavizaban sus preguntas con un aleteo de las pestañas y un exceso de sonrisas.

–Sabe muy bien que sí –respondió Isobel–. Y ambos sabemos que ese es el único motivo por el que ha decidido conceder esta entrevista.

–Parece muy segura de lo que dice.

–Lo estoy –Isobel alzó levemente la barbilla–. He visto a su contable en las oficinas de Sienna esta mañana.

–Mi contable es un agente libre; puede ir a donde le venga en gana.

–Va a donde usted lo envía –replicó Isobel.

Marco no se había fijado en sus ojos hasta aquel momento. Su batallador destello hacía que brillaran como esmeraldas. Contempló atentamente su rostro. Al principio había pensado que rondaba los treinta años, pero lo que sucedía era que su aburrida forma de vestir hacía que pareciera mayor; en realidad debía tener poco más de veintiún años. También tenía una bonita piel. Podría haber resultado pasablemente atractiva si se hubiera esforzado más con su aspecto. Ninguna mujer italiana se habría dejado ver con una blusa como aquella... ¡sobre todo abotonada hasta el cuello! Tenía una cintura pequeña y parecía muy bien dotada.

Isobel se preguntó por qué la estaría mirando así. Era casi como si estuviera sopesando su atractivo. Aquel pensamiento hizo que se ruborizara, lo que resultaba absurdo, sobre todo teniendo en cuenta hasta qué punto le desagradaba Marco Lombardi. No se interesaría por él ni aunque fuera el último hombre sobre la tierra, y sabía muy bien que él nunca se interesaría por ella.

–¿Trata de decirme que no está interesado en comprar Sienna?

Marco sonrió. Admiraba la tenacidad de Isobel, pero ya era hora de frenarla.

–Deduzco que trata de convertir esto una entrevista de negocios –murmuró.

–¡No! –Isobel se acaloró aún más al imaginar el lío que se montaría en el periódico si llegara a ignorar el encargo que le habían hecho–. Sólo pretendía decir que... sé lo que está pasando.

Marco volvió a sonreír mientras descolgaba el teléfono.

–Deidre, ocúpate de que mi limusina esté esperando fuera dentro de diez minutos.

Isobel sintió que su corazón latía con más fuerza.

–¿Va a echarme por haberme atrevido a interrogarlo sobre un tema del que no quiere hablar? –preguntó, obligándose a sostener la mirada de Marco, aunque por dentro se sintió repentinamente aterrorizada. ¡Si metía la pata en aquella entrevista podía quedarse sin trabajo! El periódico estaba desesperado por obtener una exclusiva; de hecho, todos los periódicos estaban desesperados por conseguir una entrevista con Marco. Su prestigio como reportera podía quedar en entredicho si metía la pata. Además, necesitaba aquel trabajo para pagar la elevada hipoteca que había pedido tras cambiar de piso el año anterior–. Seré sincera con usted, señor Lombardi. Lo cierto es que prefería hacerle una entrevista de negocios, porque eso es a lo que me dedico. Estoy especializada en temas económicos, pero elDaily Banner me ha enviado aquí porque ha hecho un trato con usted para conseguir una exclusiva sobre su vida personal. Así que, ¿qué le parece? Porque si no consigo este artículo... bueno...

–Tendría problemas –concluyó Marco por ella, y a continuación sonrió–. Y por ello está dispuesta a ponerse a merced de mi clemencia, ¿no, señorita Keyes?

–Supongo que sí –contestó Isobel, tratando de mantener la calma.

Marco alzó una ceja con expresión burlona.

–¿Ha traído su pasaporte?

–¿Mi pasaporte? –repitió Isobel, desconcertada–. ¿Por qué iba a necesitarlo?

–Ofrecí a su periódico una exclusiva sobre mi vida, señorita Keyes, y suelo viajar mucho –mientras hablaba, Marco empezó a guardar en un maletín los papeles que tenía sobre el escritorio–. Mañana tengo reuniones en Italia y Niza y me voy dentro de una hora. Así que, si quiere su historia, tendrá que venir conmigo.

–¡Nadie me había dicho eso! Sabía que iba a invitarme a su casa, pero...

–Y lo estoy haciendo. Mi casa está en el sur de Francia.

–Pero también tiene una aquí, en Kengsinton, ¿no?

–También tengo casas en París, Roma y Barbados, pero estoy instalado en la Riviera.

–Comprendo –Isobel tuvo que esforzarse por contener el repentino pánico que se estaba adueñando de ella–. Desafortunadamente, no he preparado el equipaje para un viaje a Francia, y no he traído el pasaporte.

Marco estuvo a punto de apiadarse de ella, pero no lo hizo. Isobel Keyes era una periodista y, por lo que a él se refería, los periodistas eran las pirañas que se alimentaban de la vida de los otros.

–En ese caso, me temo que tiene un problema, ¿verdad? Su editora se sentirá muy decepcionada.

Isobel se puso pálida.

–Si pudiera pasar por mi apartamento antes de ir al aeropuerto sólo me llevaría quince o veinte minutos preparar el equipaje –sugirió, desesperada.

–No puedo perder veinte minutos –dijo Marco mientras se levantaba para tomar su chaqueta–. Pero, como seña de buena voluntad, puedo ofrecerle cinco.

Al captar la expresión divertida de su mirada, Isobel comprendió que en ningún momento había tenido intención de dejarla atrás. Estaba jugando con ella como un gato jugaría con un ratón antes de disponerse a matarlo.

De pronto quiso estar a mil kilómetros de él... pues temía que aquello no augurara nada bueno para su entrevista.

–Podemos irnos en cuanto estés lista –dijo Marco en tono impaciente al ver que no se levantaba.

Isobel se puso rápidamente en pie. ¿Qué otra cosa podía hacer que seguirle la corriente?

Capítulo 2

AL SALIR del edificio en que estaban las oficinas Lombardi fueron abordados por un grupo de paparazis. Gritaron para que miraran a la cámara e insistieron para que Marco respondiera a sus preguntas. Querían saber adónde iba, quién era Isobel, si había hablado recientemente con su esposa...

Marco no pareció inmutarse, y no hizo ningún comentario, pero la intrusión tomó a Isobel por sorpresa. No estaba acostumbrada a estar en aquel lado de la atención de la prensa, y el flash de las cámaras, sumado a las insistentes preguntas, resultaba casi agresivo. Casi se alegró al entrar en la limusina de Marco, con sus ventanas tintadas.

–¿Amigos tuyos? –preguntó Marco irónicamente.

–¡No, claro que no! –protestó Isobel–. ¡No tengo nada que ver con ellos! Son como una jauría de lobos. Ese no es mi estilo de periodismo.

–Ah, sí, lo había olvidado. Eres una periodista seria, interesada tan solo en el mundo de los negocios.

Isobel alzó levemente la barbilla.

–Y soy buena en mi trabajo. Debo serlo, o de lo contrario usted no habría aceptado conceder una exclusiva a mi periódico.

–El único motivo por el que decidido ofrecer una exclusiva es porque los periodistas no dejan de perseguirme para averiguar hasta qué he tomado de desayuno.

Isobel miró por la ventana y vio que varios paparazis los seguían en motos.

–Los artículos sensacionalistas de sus colegas han puesto en peligro más de un importante acuerdo de negocios –continuó Marco en tono sarcástico–. ¿Le suena de algo lo que estoy diciendo?

Isobel frunció el ceño.

–Espero que no esté sugiriendo...

–No estoy sugiriendo nada. Le estoy explicando por qué he decidido concederle una entrevista. Espero que sea una entrevista que acabe con todas las demás entrevistas. Necesito un poco de paz y tranquilidad.

–¿Y por qué eligió el Daily Banner?

–Hice mis averiguaciones y, sorprendentemente, su nombre ha salido a la luz en varias ocasiones a lo largo de los últimos ocho meses. Escribió un artículo sobre mi trato con el grupo Alesia, otro muy poco halagador sobre mi adquisición de una cadena de supermercados, otro realmente mordaz sobre mi control del grupo Rolands... ¿Quiere que siga?

–No hace falta, ya lo he captado –murmuró Isobel rápidamente–. En ninguno de esos artículos dije que hubiera hecho nada malo. Todo lo que escribí era cierto.

–Pero bordeaba el alarmismo.

–Escribo sobre economía. Mi deber es informar al público de lo que está pasando.

Marco asintió.

–Y ahora su trabajo consiste en seguirme e informar sobre lo que hago.

–¿Se trata de alguna clase de castigo? –preguntó Isobel antes de poder contenerse.

Marco rió.

–¿Necesito recordarle que hay muchos periodistas que estarían dispuestos a dar un brazo por estar en su lugar?

Isobel pensó que su arrogancia resultaba muy irritante... al igual que el hecho de que tuviera razón.

–No necesita recordármelo. Y no me estoy quejando. Sólo estoy diciendo...

–Que es una periodista seria y que le gustaría escribir sobre mis negocios en lugar de sobre mi dieta, ¿no?

–Exacto. El mundo no necesita otra entrevista intrascendente con una celebridad –dijo Isobel impulsivamente, y trató de corregir rápidamente su error–. Eso no significa que no quiera entrevistarlo, por supuesto...

–Relájese. Sé exactamente a qué se refiere, y estoy dispuesto a hablar de mis negocios y de mi ascensión en el mundo financiero. De hecho, eso es en lo que me gustaría que se centrara el artículo.

Isobel estaba segura de que la información económica que pudiera darle Masco Lombardi sería muy parcial, y le habría gustado decir «sí, claro» en tono despectivo, pero no se atrevió.

–Yo no me preocuparía por eso, porque resulta que a la mayoría de la gente sólo le interesa su vida amorosa.

–Ah, ¿sí?

–Sí. Puede que resulte extraño, pero así es.

Marco sonrió. Empezaba a gustarle la señorita Isobel Keyes. ¿Habría dado con la única periodista que no estaba interesada en remover la basura de su matrimonio?

–¿Cuál fue exactamente la causa de su divorcio? –preguntó Isobel de repente–. Porque todo el mundo pensaba que Lucinda y usted formaban la pareja perfecta.

Marco suspiró. Al parecer, no había dado en el clavo. Como todos los demás, Isobel pertenecía a la especie para la que ningún tema era demasiado personal.

–No nos precipitemos, señorita Keyes –dijo con frialdad.

Isobel se preguntó si sería cosa de su imaginación, pero creyó percibir cómo se cambiaba de repente la expresión de Marco. Resultaba extraño. Habría esperado aquella reacción si estuvieran hablando sobre sus negocios, pero estaban hablando sobre sus relaciones.

¿No le gustaría el hecho de que la prensa lo considerara un mujeriego? ¿Habría aceptado conceder aquella entrevista para dar otra imagen de sí mismo?

La limusina redujo la marcha y al mirar por la ventanilla Isobel vio que se estaban deteniendo ante su casa.

–No tardo –dijo mientras el chófer bajaba para abrirle la puerta.

Una vecina que pasaba por la acera estuvo a punto de tropezar a causa de la sorpresa que le produjo ver a Isobel saliendo de una limusina seguida de Marco Lombardi.

–¿No sería mejor que esperara fuera? –preguntó Isobel mientras Marco avanzaba con ella hacia la puerta de entrada.

–¿Le preocupa que puedan cotillear sobre nosotros?

–¡Claro que no! –Isobel miró de reojo a Marco y notó que había recuperado su gesto de burlona diversión. Probablemente consideraba aquella idea divertida... como si alguien pudiera creer que un hombre que elegía a sus mujeres entre las más bellas del mundo pudiera estar interesado en ella.