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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

El Palacio de Petko

© 2017, Lorenzo Silva y Noemí Trujillo

© 2017, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.

www.harpercollinsiberica.com

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Ibérica, S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

Diseño de cubierta: CalderónStudio

 

I.S.B.N.: 978-84-9139-070-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

 

 

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Cita

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Nota de los autores

Los personajes

 

 

 

 

 

 

I’m waking up, I feel it in my bones

Enough to make my system blow

Welcome to the new age, to the new age

Welcome to the new age, to the new age

I’m radioactive, radioactive

I’m radioactive, radioactive.

 

Imagine Dragons. Radioactive

 

 

 

 

 

 

TODO LO QUE TEMÍAS HA ACABADO SUCEDIENDO.

LA VIDA EN PETKO NO TIENE NADA QUE VER CON EL MUNDO QUE CONOCES.

 

 

 

 

 

 

AÑO 2215

 

 

No hay un arbusto sobre la tierra.

Todos los animales y las aves del cielo han desaparecido.

Todo cuanto se mueve y tiene vida es controlado por el Sistema KB.

También lo que se mueve y no tiene vida.

Humanos y avatares conviven como hermanos en un mundo controlado por un sistema informático.

Las realidades virtuales han permitido seudohabitar nuevos mundos.

El Sistema KB es Dios.

1

 

 

 

 

 

«Buenos días, ciudadanos de Petko. Hoy mil jóvenes se han incorporado al cuerpo de guardianes. Desde hoy, viajar por los mundos simulados es todavía más seguro. La seguridad, para el Sistema KB, es más que un compromiso, es una exigencia. Hoy recomendamos viajar a la antigua Bolivia y visitar Sucre, Potosí y Uyuni. El salar de Uyuni fue el mayor desierto de sal del Antiguo Mundo, se extendió a lo largo de doce mil kilómetros cuadrados».

 

 

Cuando tienes una madre esquizofrénica y un padre desaparecido de casa desde que naciste, te queda muy clara una cosa: nadie va a hacer nada por ti y tienes que salir adelante sola. Afortunadamente, el sistema de distribución equitativa de Petko garantiza la supervivencia incluso a personas sin familia o sin familia solvente, como la mía. Además, desde que tengo uso de razón, una policía llamada Zida viene a casa con regularidad para comprobar que mi madre está bien, que no me agrede, y que llegan correctamente los suministros de ropa y comida a través de los drones. No sé qué habría sido de mí sin el apoyo de Zida. Supongo que su ayuda incondicional todos estos años es lo que me ha llevado a desear ser guardiana y poder ayudar a otras personas en situaciones parecidas a la mía.

Recuerdo un día en que mi madre me golpeó brutalmente. Me golpeó en la espalda, en las piernas, en el pecho, e intentó hacerlo en la cara, pero conseguí defenderme con los brazos. Mientras me resistía le preguntaba asustada: «Madre, ¿por qué me pegas?». Y ella gritaba: «Tú también me has pegado a mí, ¡desgraciada!». Yo, atónita, recuerdo haberle preguntado: «¿Cuándo te he pegado yo a ti, madre?», a lo que mi madre contestó: «Cuando estabas en mi barriga, me dabas patadas». Recuerdo que tuve que empujar a mamá para librarme de la paliza que me estaba dando, y ella cayó al suelo y se golpeó la cabeza y estuvo inconsciente largo rato. Como pude llamé telepáticamente a la Policía de Juicio, pero no acudió nadie en mi ayuda. Cuando le conté a Zida lo ocurrido, ella se llevó a mamá a otra habitación y no sé lo que le diría, pero desde ese día mi madre no volvió a pegarme jamás.

Quiero ser guardiana, lo deseo con todas mis fuerzas. Llevo varios años presentándome a las pruebas de acceso al cuerpo de guardianes del Sistema. Las pruebas físicas las he superado siempre con facilidad, también los cuestionarios de Cibercultura, y he obtenido la máxima puntuación en Responsabilidad Individual. Esto quiere decir que tengo muy claro que mi vida depende de mí misma, y no de los demás o de la suerte. Entiendo mi responsabilidad sobre mi propio futuro y sobre el futuro de las personas a las que quiero ayudar con mi trabajo de guardiana. Pero me suspendían, una y otra vez, en los casos prácticos. Desde mi punto de vista me suspendieron injustamente.

Todas las veces di lo mejor de mí, me esforcé al máximo, y no sé por qué no me aprobaron. Pero no me rendí y seguí presentándome siempre que había una nueva oportunidad, y esta cuarta vez lo he conseguido. He conocido a personas muy brillantes y con enorme talento que no han podido acceder al cuerpo y han acabado estancadas en carreras mediocres y sin salida. La diferencia entre su fracaso y mi éxito es, simplemente, que yo sé que solo tengo talento para esto. Pese a que soy joven, me he chocado mil veces con el mundo, y llegar a ser guardiana era para mí todo un reto: el desafío de haber nacido en un ambiente hostil, con una madre aquejada de una enfermedad mental grave, y haber querido crecer y ser mejor cada día hasta conseguir mi sueño.

La dificultad, a veces, es la mejor motivación para el crecimiento personal. En los plasmas de casa ha aparecido de forma intermitente, durante todos estos años, el nombre de Ernest Shackleton. El viaje de Shackleton a la Antártida es uno de los más famosos del Antiguo Mundo, porque su aventura fue un calvario de veintiún meses en condiciones extremas e inimaginables. Él me sirvió de inspiración. Recuerdo que Zida me contó que, en los meses previos al viaje en el que intentaba cruzar a pie la Antártida, Shackleton publicó en la prensa británica un anuncio para buscar candidatos para la tripulación de su intrépida aventura y que decía lo siguiente:

 

SE BUSCAN HOMBRES

PARA VIAJE DE ALTO RIESGO.

PAGA BAJA,

FRÍO INTENSO.

LARGOS MESES DE COMPLETA OSCURIDAD,

PELIGRO CONSTANTE,

DUDOSO RETORNO A SALVO.

HONOR Y RECONOCIMIENTO

EN CASO DE ÉXITO.

 

ERNEST SHACKLETON

 

Yo siempre he querido el honor y el reconocimiento del que hablaba Shackleton en su anuncio. Si yo hubiera vivido en el Antiguo Mundo, hubiera sido una de las cinco mil personas que respondieron afirmativamente al anuncio del carismático explorador irlandés; no hubiera dudado en enrolarme en un viaje al frío, al hambre y al peligro. Pero yo no vivo en el Antiguo Mundo, yo vivo en Petko, y mi mayor heroicidad será convertirme en guardiana de Petko y proteger a los demás.

Como nos han explicado en la Academia, nuestro mundo está amenazado y ahora más que nunca necesitamos seguridad. Este es el motivo por el que los terroristas son el objetivo número uno de los guardianes y policías de Petko. Cientos de ellos, con años de experiencia, llevan meses siguiendo a terroristas de la APO y siempre se les escapan. Quiero colaborar en que nuestro Sistema se libre totalmente de ellos y que podamos vivir sin miedo y en paz. Hoy, el día en el que cumplo veinte años, en el que he aprobado y ya soy guardiana, comienza para mí esa nueva tarea, y estoy deseando decírselo a Zida. No puedo creer que lo haya conseguido. ¡Me siento tan rara!

Durante todo el tiempo que Zida estuvo cuidando de mí, siempre que tenía que contarme algo delicado, hablarme de la enfermedad de mi madre, siempre que yo estaba triste, o ella tenía alguna noticia sobre papá (aunque la noticia fuera que seguía sin saber nada), quedábamos en el palacio de cristal. El palacio de Petko es uno de los pocos edificios que se han mantenido en pie con el paso de los años. Es una gran estructura de metal y cristal que parece ser que estaba ubicada dentro de los jardines de un gran parque. El palacio es lo más bonito de Petko. Cuando te has movido por el mundo virtual, como me he movido yo, tienes un concepto bastante amplio de lo que es bonito y lo que no. Por ejemplo: el Coliseo de la antigua Roma era bonito, la estatua del Cristo Redentor en Brasil era bonita, la Gran Muralla China era bonita, el Taj Mahal de la India era precioso, la Acrópolis de Atenas, la Alhambra de Granada, el Castillo del Rey Loco de Baviera, la Estatua de la Libertad, los Moáis de la Isla de Pascua… Todo eso era bonito; los animales que antes poblaban el mundo eran bonitos, las flores eran bonitas, los amaneceres y los atardeceres, cuando podía mirarse el cielo, eran bonitos.

Petko no es un lugar bonito, como yo no soy una chica bonita. Soy flaca y desgarbada y lo que menos me gusta de mí es que mi piel está llena de manchas, como si tuviese cáncer. Pero no me acomplejo. Gracias a la ropa consigo ocultar la mayoría de mis manchas de jirafa, solo se ven las de mis manos, pero intento no dramatizar esto. Soy así y ya está. Creo que tengo las rodillas más feas del mundo, pero nunca se me ven, así que ¿qué más da? En cierto modo, Petko es como mi piel: un lugar bicolor. Aquí todo es gris o negro.

A mí me parece que lo único hermoso de Petko es el palacio de cristal y me pregunto muchas veces por qué; por qué algo tan frágil como el cristal ha perdurado. Zida siempre dice que el palacio es un símbolo para que no olvidemos el Antiguo Mundo, las personas que vivieron en él, y cómo hemos evolucionado hacia este. Seguro que Petko no es el mejor de los mundos posibles, pero es mi mundo, el mundo en el que he nacido, el único mundo real que conozco. La vida en Petko se parece bastante al paisaje que veo cada día desde mi ventana: un árido desierto gris donde, según la hora del día, a veces se ven manchas en el suelo en tonos violeta azulados o marrón verdoso.

Me gusta quedar con Zida en el palacio porque es un sitio muy distinto a todos los que conozco y es allí donde quiero decirle que después de dos años de esfuerzos he logrado, por fin, ser guardiana. Yo, una mocosa de veinte años, he conseguido lo que mucha gente sueña durante gran parte de su vida. Estoy orgullosa de mí misma.

En Petko la mayoría de edad se alcanza a los quince años y desde esa edad he peleado con todas mis fuerzas por esta placa que tengo ahora. Y Zida es la única persona a la que quiero contárselo. Me gusta dar las noticias importantes en el presente. Y esto es importante: ¡lo más importante que me ha pasado en mi corta vida de ciudadana de Petko!

Desde pequeña había tenido ese sueño, esa obsesión: quería ser guardiana para ayudar a los demás y también para encontrar a mi padre. Mi madre nunca me apoyó. Pero a veces hay que seguir adelante con todo, aunque tu familia no te apoye. Crecía y ese deseo era cada vez más fuerte: la única persona que me ha cuidado en el mundo, la única persona que me ha dado cariño, ha sido Zida, una policía que pasaba gran parte de su tiempo libre en mi casa para asegurarse de que mi madre no me agrediera. En los últimos años me he preguntado por qué muchas veces, pero no he encontrado el momento para hablar con ella de esto.

El caso de mi madre no es tan infrecuente. Otros ciudadanos de Petko muestran problemas con los viajes simulados. Parece que les afectan al cerebro, a su capacidad de pensar y de aceptar la realidad, y algunos, pocos, desarrollan enfermedades mentales. La esquizofrenia es una de las peores. Aunque en su caso no es algo que le hayan provocado los viajes simulados: mi madre siempre ha sido así.

Petko, que es una sociedad altamente avanzada, ha conseguido erradicar el noventa por ciento de las enfermedades que atacaban a los humanos en el Antiguo Mundo, pero sigue sin una cura para las enfermedades mentales. Algunos ciudadanos desarrollan una patología que los expertos han llamado Síndrome de Huida de Petko (SHP), aunque yo no lo he sentido nunca. ¿Adónde voy a querer huir?

Confieso que durante un tiempo valoré la posibilidad de ser psicóloga. Los psicólogos en Petko también tienen mucho trabajo y la posibilidad de viajar de manera frecuente. El trato con mi madre todos estos años ha sido agotador y en ese tiempo me he convencido de que mi vocación no es la psicología, sino la investigación y velar por la seguridad del Sistema. Ahora lo veo más claro que nunca. Este es mi momento, por fin tengo mi primer caso como guardiana: la desaparición de los avatares de tres hermanas de quince, dieciséis y diecisiete años de edad, que habían viajado a 2005 y se habían alojado en un bungaló de un camping ubicado junto al aeropuerto de El Prat, cercano a la antigua ciudad de Barcelona, llamado La Ballena Alegre. El caso me ha llamado la atención porque, según consta en mi informe, las tres chicas habían hecho ese viaje simulado muchas veces, en años distintos, desde 1995 a 2004, y nunca había pasado nada. Sin embargo, sus avatares han desaparecido de la realidad virtual sin dejar rastro y nadie parece saber qué ha ocurrido.

Confieso que siento un cierto vértigo, ya que es una responsabilidad muy grande investigar la desaparición de tres avatares. Temo no hacerlo bien, que la inexperiencia me juegue una mala pasada. Siento una sensación de mareo que me agobia y no sé cómo desprenderme de ella.

No lo entiendo, de verdad. Debería estar feliz, contentísima. He conseguido aquello por lo que llevo cinco años trabajando y solo puedo sentir este extraño vértigo. Es de todo esto de lo que quiero hablar con Zida en nuestro palacio, de esto y de por qué, después de tanto tiempo, ella quiere abandonar el cuerpo de policía de Petko. Me preocupa mucho ese rumor que ha llegado a mis oídos. Porque ella es una buena policía y no sé qué habrá pasado para que, después de veinte años de servicio, quiera abandonar. Y porque, si Zida se va, ¿quién va a ayudarme a encontrar a mi padre?

Acaba de entrarme un mensaje de Morel. Desde que tengo ocho años y el doctor Makiko me regaló una pulsera de actividad que no me quito nunca, Morel se comunica conmigo de forma intermitente y siempre a través de mensajes de texto.

No sé hasta qué punto es real o no, recuerdo que el doctor Makiko me dijo: «Aquí dentro vive una persona que se siente tan sola como tú, y que irá creciendo contigo a lo largo de tu vida; es como un náufrago en una isla desierta, no se comunica con nadie, solo lo hará contigo; esta pulsera es especial, será para ti como un centro de gravedad que te atraiga, seguramente el amigo más fiel que tengas nunca». Y yo no hice más preguntas y dejé que Morel entrara en mi vida.

 

—Enhorabuena, Ahti. Pero debes tener cuidado. Ahora que eres guardiana mucha gente esperará cosas de ti.

—¿A qué cosas te refieres, Morel?

—Ya lo verás por ti misma. Solo debes andar alerta.

—Tranquilo. Mi madre me ha enseñado a no bajar la guardia nunca.

—Supongo que es una suerte, tener una no-madre.

—No me gusta que hagas bromas con mi madre, Morel.

—El sentido del humor es bueno, Ahti. ¿Sabes que somos el único animal que se ríe?

—Somos el único animal que existe en Petko, Morel.

—No es cierto. También hay cucarachas.

—Las cucarachas no son nada: son cucarachas.

—Bueno, rectifico, de toda la historia conocida somos el único animal que se ríe, que se ríe por el deseo de reírse de uno mismo, de sus defectos, de sus taras, que se ríe con gracia, con sarcasmo, con ironía… Ningún otro animal fue capaz de reírse de sí mismo. Quizá por eso se extinguieron. Tú te ríes poco de ti misma, Ahti, y te ríes poco de tu vida. Te lo tomas todo demasiado en serio.

—Perdóname, Morel, si no me hace gracia tener una madre chalada. Si te hubiera tocado a ti tampoco te gustaría.

—…

—¿Tú tienes padres, Morel?

—Claro que tengo padres, todo el mundo tiene padres.

—No sé si existes de verdad, nunca lo he sabido.

—Existo para ti. Me gusta escribirte.

—¿Pero eres real?

—¿No son reales estos mensajes, Ahti?

—Pero no sé quién los escribe…

—Los escribe Morel, tu amigo. Ten cuidado. Ahora todo el mundo esperará más de ti. Tú misma esperarás más de ti. No eres una superheroína, Ahti, solo tienes que ser tú y llegar hasta donde llegues, no lo olvides. Que no te fuercen a dar más de lo que puedes dar. No hay que ser siempre la primera en todo. ¿Has oído eso de que «los últimos serán los primeros»?

—¿Por qué me dices eso? Me estás confundiendo, Morel. No te entiendo.

—Quiero decir que, cuando no puedas, sé valiente y di: «No puedo».

—Vaya confianza que tienes en mí.

—Nadie puede ser perfecto siempre, Ahti, no lo olvides. Y no olvides silbar si me necesitas. Ya sabes que puedo captar imágenes, tanto de la realidad física como de los mundos virtuales, quizá en algún momento pueda serte útil.

—Tranquilo. Silbaré si te necesito.

2

 

 

 

 

 

—¿Estás seguro de que quieres ir, Cavey?—me preguntó K.

—Completamente.

El corazón me latía con tanta fuerza que dudé de que pudiera hablar. Era la primera vez, en todo este tiempo junto a K., que le pedía permiso para poder marcharme de la Zona Azul. Solo el hecho de intentarlo ya era una temeridad por mi parte: sabía que a K. no iba a gustarle la idea, le conocía como si fuera mi padre. De hecho era mi tío-abuelo y tenía más contacto con él que con mi progenitor: paradojas de la vida. A mi padre nunca le gustó mi relación con K. y de alguna forma esa amistad especial que siempre he tenido con él me ha distanciado mucho de mi propio padre. Los adultos a veces también sienten celos unos de otros, incluso entre familiares. En este sentido mi padre se comporta como un crío. Supongo que para él resulta difícil vivir a la sombra del hombre que ha diseñado el mundo en el que vivimos, porque nada de lo que pueda hacer mi padre, que trabaja en un almacén logístico, podrá ser nunca tan importante como lo que ha conseguido K.: el equilibrio justo y sostenible de Petko, la estabilidad después de las grandes crisis energéticas que lo destruyeron todo. K. es un héroe. Y, ahora, está ya muy mayor. Va camino de cumplir ciento cincuenta años, tiene a los mejores médicos de Petko cuidando de su salud y a los mejores ingenieros de órganos a su servicio. Le han hecho trasplantes de corazón, de riñones y de pulmones para alargarle la vida, aunque todos sabemos que no conseguirán que viva otra década. Mi padre no siente ninguna compasión hacia la vejez de su tío y me dice muchas veces que a todos nos llegará, tarde o temprano, la hora de la muerte. Sé que no le falta razón, pero es una verdad desagradable para decirla así, tan secamente.

Yo no quiero vivir toda mi vida a la sombra de mi tío-abuelo y del Sistema KB. Eso no significa que apoye a la Resistencia, solo quiere decir que deseo explorar algo de mundo por mí mismo. Porque yo no soy mi padre. Necesito encontrar mi propio camino y, por ello, salir un tiempo de la Zona Azul. Ver el mundo más allá de Yukón. La sombra del éxito de mi tío es demasiado alargada aquí.

—No sé si me gusta la idea —dijo K. de forma desabrida.

—¿Por qué no? —protesté yo.

—Ya sabes por qué no.

—Quiero asegurarme personalmente de que Ahti no corra riesgos innecesarios. Ella no tiene nada que ver con su padre, K. —le aclaré—, no puedes culparla por los errores de su padre.

—No la culpo. —Había algo en el tono de voz de K. que no me resultaba creíble.

—¿Entonces? —le pregunté.

—Nada…

—No me convence ese «nada» —dije yo.

—Es que no entiendo esta urgencia. La verdad, podría ir cualquiera de nuestros agentes… No entiendo por qué tú; estás demasiado vinculado a este caso, Cavey, no es bueno que te involucres tanto —dijo K. con la voz quebrada.

—Alguien tiene que hacer este trabajo tan especial —contesté—. Además, quiero acompañar a mi prima Lydia, no me gusta que haga este viaje sola. Son varias cosas las que me llevan a la Zona Roja. Será una temporada corta.

—Sé que esas son tus intenciones, pero estoy seguro de que, cuando estés allí, querrás quedarte más tiempo. Y eres mi mano derecha, Cavey, te necesito aquí, eres el mejor informático del grupo; sabes que tenemos varios frentes abiertos en el Sistema KB. —Sí, lo sabía—. Sabes que ahora somos débiles, no podemos separarnos, la unión hace la fuerza.

—Lo sé —admití con tranquilidad.

—Y aun así, te quieres ir.

—Necesito irme, K., que es distinto —aclaré.

—Sigo sin entender esa necesidad —dijo mi tío, tan puntilloso como siempre.

—Yo sí la entiendo.

—Está bien, no insisto más. Una semana, máximo dos —murmuró K.—. Todo el Sistema puede hacer aguas si estás demasiado tiempo fuera, recuérdalo.

—Lo recordaré.

—Tienes que volver antes del PGamer…

—Tranquilo, K., volveré antes de tu fiestecita de videojuegos…

—Me hace gracia tu impertinencia, sobrino, esa «fiestecita», como tú la llamas, genera millones de pkw que consiguen que nuestro Sistema sea sostenible. No deja de parecerme curioso cómo desprecias lo que te ha hecho tan rico.

—No se me ocurriría faltar esos tres días de locura gamer por nada del mundo —dije con un tono de voz completamente inexpresivo.

Creía que ahí acabaría nuestra conversación, que mi tío me dejaría marchar, por una vez, solo, a vivir un poco, a descubrir algo de mundo, a hacer las cosas por mí mismo, a espabilarme sin el manto de su protección. Pero K. no quería que me fuera sin asegurarse de algo:

—Por mucho aprecio que les tengas a las chicas, ten presente tu misión y quién eres, no lo olvides —me recordó K.

—K., has ordenado manipular los exámenes de Ahti-Anne cuatro veces. Y ella se ha seguido esforzando. Sabes que lo hubiera intentado veinte veces, si hubiera sido necesario; nunca he conocido a nadie con tanta vocación de servir a los demás…

—¿Acaso tú no la sientes? —me atacó K.

—Yo no soy policía ni guardián, K., soy informático. Traducir códigos binarios se me da mejor que a ti, y por eso soy tu mano derecha y cierro todos los agujeros temporales que se producen al abrir las dimensiones gráficas de las realidades virtuales…

Mi tío no me contestó, pero, a juzgar por la expresión de su cara, supe que me entendía perfectamente. Si él diseñó toda la organización de Petko no fue por filantropía, fue por puro egocentrismo, por sentirse un Dios omnipotente capaz de ordenarnos la vida a todos. Lo bueno que tiene mi relación con mi tío es que nunca hemos sentido, ni el uno ni el otro, la necesidad de mentirnos.

—Ya ves, Cavey, hay gente buena por el mundo…

—No ridiculices a Ahti-Anne, por favor —me quejé—, no se lo merece.

Hubo un largo minuto de silencio entre los dos. Fue mi tío quien quiso romperlo para preguntarme:

—¿Te da miedo la muerte, Cavey?

—¿A qué viene eso ahora, K.? —Me quedé completamente helado con aquella pregunta. No le soportaba cuando se ponía enigmático.

—Es que tengo el presentimiento de que este viaje va a ser más peligroso de lo que te imaginas.

—¿Ahora eres vidente, también? —Ironicé para aliviar la tensión que se había generado con su pregunta.

—No me has contestado.

—A todo el mundo le da miedo la muerte, K., y yo soy joven, así que seguramente la temo mucho más que tú.

—Siempre has tenido un gran sentido práctico, Cavey.

—Que me ha sido muy útil para muchas cosas —le dije.

—No lo dudo.

—Si te ves en la disyuntiva de elegir entre el Sistema KB o ellas, ¿qué piensas hacer? —me preguntó, con maldad.

—Lo que deba.

«Es una locura que me esté torturando así» –pensé yo–, «una auténtica locura. No sé si esto es por algo que he hecho o es mi karma, espero que se le pase pronto». K. me miró y sonrió, como si pudiera invadir mi mente y adivinar lo que estaba pensando. Pero no, mi tío no tenía el poder de invadir mentes. Al fin y al cabo se mostraba más humano que nunca. Mi tío tenía miedo de que me marchara y todo se estropeara, de que el resto de informáticos que le habían jurado lealtad le fallaran. Pero en la vida, a veces, hay que asumir riesgos. Y yo tenía derecho a mi propio espacio. Me sentía como un preso. Y era demasiado joven para sentirme así. Lydia me necesitaba, Ahti-Anne me necesitaba. ¿Ahti-Anne me necesitaba? No tenía muy claro que Ahti-Anne me necesitara, pero yo quería creer que sí, que se alegraría de verme por fin.

Estaba decidido a hacer aquel viaje, costara lo que costara. Quería acompañar a mi prima, que necesitaba cambiar de aires. Quería cambiar de aires también yo. Quería olvidarme de la última pelea con mi padre, cuando me dijo que era una marioneta del Sistema KB. Y, sobre todo, quería sacudirme esa misma sensación, porque hacía tiempo que me sentía un esclavo de la felicidad de los demás y me apetecía hacer algo para conseguir la mía propia.

—No olvides saludar a Zida de mi parte —me dijo mi tío antes de que me marchara—, hace unas semanas que no la veo.

—No piensas más que en ti —le dije antes de irme.

Si me había mencionado a Zida era porque Zida era su mano derecha, su colaboradora más fiel; no he visto nunca a nadie más leal al Sistema KB que ella. Hagas lo que hagas en Petko siempre acabas teniendo trato con Zida. Creo que ella y K. fueron amantes, hace tiempo, y ese es el motivo por el que mi tío-abuelo se fía tanto de ella. Ella fue quien me presentó a Ahti, ella ha estado pendiente de Ly y de mí todo este tiempo; de alguna forma, la omnipresencia de Zida en nuestras vidas demuestra su íntima relación con K. Es posible que, pese a la avanzada edad de mi tío-abuelo, entre ellos dos siga existiendo algo.

—Sí, es cierto —respondió mi tío—. Ve con cuidado. Ya nos veremos.

Involuntariamente un recuerdo volvió a mi memoria. Yo era pequeño y mi tía Bernadette acababa de morir; mi madre estaba muy afectada y Zida y K. cuidaron de mí. Mi tío K. me hizo, aquella noche, muchos juegos de magia. Se presentó en mi habitación con una gran caja negra que contenía pañuelos, cartas, dados y una varita con la que nos divertimos muchísimo; me enseñó el truco de «El caballo misterioso» y «Las pirámides mágicas», jugamos horas y horas con una baraja de cartas agujereada, con una botella y un tubo, y yo me lo pasé tan bien que conseguí olvidarme de que aquella noche mi tía había muerto y mi prima Lydia se quedaba sola. K. siempre ha sido una especie de tramposo al que le salen bien todos los trucos. Fue bonita aquella noche, aunque cada gesto de mi tío escondiera una mentira. Los niños, en Petko, crecen sin cajas mágicas, sin pañuelos que desaparecen; yo, aquella noche, fui un privilegiado y compartí con mi tío un tesoro. Cada vez que abría esa caja yo me reía y disfrutaba como pocas veces más he vuelto a hacer a lo largo de mi vida. Realmente, K., aquella noche, me demostró que quería cuidar de mí y que, a veces, para que las personas no se torturen con pensamientos negativos, es necesario inyectar en su mente pequeñas dosis de mentiras, de ilusión, de engaños, de magia; el Sistema KB que había inventado mi tío era un poco como aquella caja negra con la que vino a verme a mi habitación: aparentemente todo es mágico y la vida en Petko es estupenda, todos pueden ser lo que quieran ser, pero bajo esa apariencia hay un truco, una falsedad tras otra que no sé cuánto tiempo más podrá mantenerse en pie.

Quizá el deseo de K., en el fondo, con el Sistema que creó, era bueno, como buenas eran sus intenciones al venir a verme con la caja de magia. Aún la conservo. La guardé por si, algún día, un hijo mío se sentía triste y no sabía cómo consolarlo. Aunque tuviera dudas me costaba cuestionar el Sistema de mi tío; esa misma noche ya empezó a prepararme para ser su sucesor el día que él muriera.

Me marché dispuesto a hacer la maleta y pensando en la utilidad biológica de los recuerdos: había sido recordar la caja de magia y sentir un cariño desmesurado y desproporcionado por mi tío K., como si él no fuera la persona arrogante y egoísta que tantas veces me había demostrado que era. Pero basta un recuerdo feliz para que ames de nuevo a una persona que ha sido importante en tu vida. Y mi tío, con todo su despotismo, también tenía su corazoncito. Sabía que me iba a echar de menos; seguramente yo también a él.