Agradecimientos

Escribí Mente triunfadora con el propósito de ayudar a las personas a vivir más felices y a conseguir más éxito en sus vidas. Esta obra se basa en mis propias experiencias y vivencias, en los errores y aciertos que he cometido a lo largo de los años en mi trayectoria profesional y personal.

A mi Susy, por ser una fuente de inspiración y ayudarme a avanzar en el camino correcto a pesar de las adversidades.

A todos mis alumnos, que me han enseñado a ser mejor profesional de la comunicación y a aprender de mis errores.

Al Instituto Tecnológico de Monterrey por capacitarme, inspirarme y motivarme a emprender, además de hacerme mejor maestro.

A Mariano Z. por sus consejos, recomendaciones y propuestas de mejora de la obra. A Carmen García Ribas por su soporte y recomendaciones.

A mis padres, mi hermana, mi cuñado Antonio y mis sobrinos. A Susana, Pepe y Ricky. A Fernando Alamillo. A mis amigos, familiares, compañeros de trabajo y colegas de viajes emprendedores. A mis abuelos, José, Antonia, Felipe e Ignacia, a mi tío Agustín y a la doctora Claudia Leal, que en paz descansan.

A todas las personas que me han enseñado alguna lección de vida, que he compartido en la obra, aunque a algunos de ellos no los conozca personalmente. Todos ellos han conseguido que sea cada día mejor.

Y a ti, por ser mi mejor lector. Por acompañarme en este camino y formar parte de nuestra comunidad de Mente triunfadora.

Aprende algo nuevo, disfruta cada día, supérate, apasiónate y vive una vida feliz.

1. El enfoque del éxito

Allí se encontraba, tal y como habíamos quedado, en la parada del metro de Callao. Eran las seis de una soleada y plácida tarde de otoño.

Estaba ansioso por saber qué había sido de él, por escuchar sus proezas profesionales y personales, por volver a compartir excelentes momentos, como en los viejos tiempos.

Cuando llegó, casi no reconocí a aquel chico que una década atrás había sido mi compañero de universidad, que me había hecho reír en miles de ocasiones y siempre se mostraba alegre. Había perdido todo su encanto. La palidez de su rostro y una apariencia descuidada arrojaban una imagen muy distinta de la persona que yo recordaba.

Nos dimos un fuerte abrazo y, con una amplia sonrisa, le dije que me encantaba poder reencontrarme con él después de tanto tiempo.

Me miró esbozando una leve sonrisa y me dijo, con un tono de voz triste, que a él también le hacía ilusión verme, aunque su vida posiblemente no había sido tan exitosa como la mía. Lo agarré por el hombro y le dije:

–Vamos a tomar algo a una cafetería que me han recomendado y hablamos con tranquilidad. ¡Tenemos muchas cosas que contarnos!

–Venga, tío, ¡tú dirás! –respondió con un tono de mal disimulada emoción.

Entramos en una cafetería que destacaba por sus majestuosas lámparas y una decoración elegante a la vez que moderna.

En la parte derecha del local, una vitrina expositora protegía celosamente un amplio surtido de deliciosos pasteles y postres; una esponjosa y atractiva tarta de queso con salsa de arándanos despertó enseguida mi interés.

Nos sentamos en dos sillones que había junto al ventanal y que gozaban de unas hermosas vistas del centro de la capital. Pedí un batido de chocolate y una porción de la apetecible tarta de queso que había llamado mi atención segundos antes; mi acompañante solo pidió un café expreso.

–¿Qué ha sido de ti todo este tiempo? –le pregunté.

–La verdad es que mi vida ha ido de fracaso en fracaso; ahora mismo vivo al día y tengo problemas para llegar a final de mes –me respondió con cierto recelo y tristeza.

–Cuéntame exactamente qué te ha pasado –le dije mirándolo a los ojos.

–¿Te acuerdas de mi mejor colega, el Txumi?

–¡Por supuesto! Erais uña y carne. ¡Siempre liándola! No sé cómo os lo montabais, pero acababais siendo siempre los reyes de todas las fiestas.

–Pues todo eso acabó pocos meses después de que dejaras de vivir en la capital –añadió con tristeza–. ¡Permíteme que te cuente!

Me explicó que habían trabajado codo con codo en multitud de proyectos, que habían librado innumerables batallas y celebrado numerosos eventos. Habían formado un tándem perfecto durante años: su exsocio era una mente creativa que tenía muy claro qué dirección debían tomar para alcanzar el éxito y él había sido la mente trabajadora que lo hacía todo posible; dicho en otras palabras, él era la fuerza bruta.

Pero, un día, tuvieron una gran discusión; tenían puntos de vista diferentes y, como ninguno de los dos quiso ceder, dieron por zanjada su relación tanto a nivel profesional como personal.

Desde ese momento, todo por cuanto había luchado dejó de tener sentido y se vio inmerso en una etapa de inseguridad y desmotivación. Aunque había sido la mano de obra durante muchos años, le faltaba seguridad para emprender su camino en solitario. Aun así, lo intentó en múltiples ocasiones, pero sin éxito.

No importaba lo que hiciera, incluso replicando los pasos que había dado con su exsocio años antes, difícilmente conseguía que los proyectos salieran adelante. Esto repercutía negativamente en su nivel de motivación y desgastaba su energía día tras día.

Cada jornada que pasaba se sentía menos capacitado para conseguir el éxito. Cada proyecto que no veía la luz socavaba su confianza personal y creaba una nueva limitación. Y como un pez que se muerde la cola, era el cuento de nunca acabar.

Tras dos años sin lograr que mejorara esta situación, su baja autoestima llegó a niveles sumamente preocupantes y decidió encontrar un trabajo de lo que fuera. Después de buscar de manera desesperada durante meses, encontró un trabajo mal pagado, como camarero, en un restaurante del centro.

Dos años después de su ruptura profesional, había pasa- do de ser un exitoso hombre de negocios a realizar trabajos poco cualificados para poder sobrevivir.

La impotencia de no llegar a final de mes, el hecho de ver que todo cuanto hacía no tenía sentido, el estrés causado por la necesidad de pagar las facturas y la tarjeta de crédito a final de mes y no disponer de ingresos para sobrevivir habían minado su felicidad.

Esta situación lo obligó a volver a casa de sus padres, quienes lo seguían tratando como a un niño, pese a tener ya más de treinta años. Y a partir de ahí, por muchos cursos de crecimiento personal, libros de autoayuda o conferencias de motivación a las que asistiera, no conseguía salir del hoyo que él mismo se había cavado.

–Fermín, quiero hacerte una pregunta –le dije.

–Tú dirás, Marín.

–¿Qué ha supuesto esta situación para ti?

–¡Tú verás! Por culpa de mi exsocio, ahora me veo en la miseria y sin poder pagar apenas las facturas. Estoy con el agua hasta el cuello de deudas.

–Comprendo que tu exsocio haya influido negativamente en tu vida. Pero cada uno es responsable de sus propias acciones y decisiones.

–¡Mira, Marín, no me vengas con cuentos chinos ni frasecitas de motivación, que estoy hasta el gorro de toda esa parafernalia!

–Que tengas deudas o hayas abandonado lo que te apasionaba por algo que te hace malvivir ha sido tu decisión y la de nadie más.

–Todo ese cuento ya me lo conozco y no ha funcionado conmigo.

–Permíteme que te explique una historia.

–Adelante. Te escucho.

En una noche de tormenta, dos agricultores perdieron toda la cosecha, que era su única fuente de ingresos, y, por tanto, la posibilidad de abastecer su hogar con alimentos para pasar el invierno. El primero de ellos se lamentó, gritó, maldijo al universo, se enfadó con su familia, castigó a sus hijos y se fue al bar a beber vino. El segundo se echó las manos a la cabeza, respiró profundamente y tomó fuerzas para hablar con su familia y explicarle la situación que se les acababa de presentar; seguidamente se fue a dormir.

Al día siguiente, el primer agricultor sentía cómo su cabeza le daba vueltas y tenía dolor de estómago a consecuencia de la gran cantidad de alcohol que había ingerido durante la noche anterior. El día entero lo pasó en la cama con resaca y lamentándose de su mala suerte.

El segundo agricultor despertó con los primeros rayos de sol, subió a su coche, se acercó al mercado y habló con varios proveedores de semillas. Les explicó la situación catastrófica que le había sobrevenido y les ofreció la mitad de la cosecha a cambio de que le fiaran las semillas. Pero ninguno de ellos aceptó la propuesta porque no estaban dispuestos a asumir el riesgo de una segunda inundación.

Por espacio de una semana buscó proveedores en otros pueblos, pero sin éxito.

Durante la siguiente semana, el primer agricultor seguía lamentándose de la mala suerte que había tenido y trabajaba arduamente, de sol a sol, para conseguir salvar algo de la cosecha destruida. Pero aunque trabajaba muy duro, su trabajo era en vano porque la cosecha era irrecuperable.

En cambio, el segundo agricultor, viendo que no había tenido éxito durante su primera semana tras el diluvio, recogió cuantos troncos pudo encontrar, los puso a secar y los vendió en el mercado por unas cuantas monedas de plata. Con ellas compró una sierra, un martillo y un azadón. Se dirigió a otros pueblos que también habían sufrido inundaciones y ofreció sus servicios para restaurar casas y ayudar a los aldeanos a limpiar los escombros.

Tras varios días de búsqueda, consiguió su primer cliente, quien le pagó tres monedas. Aunque no fue una gran cantidad de dinero, pudo comprar una gallina y algo de leche para llevar a su hogar. A lo largo del mes, compró dos gallinas más, una garrafa de cinco litros de aceite y un saco de harina.

El tiempo seguía pasando y el primer agricultor estaba cada día más y más desanimado al ver que no conseguía resultados. No había día que no se lamentara de la mala suerte que había tenido. Discutía constantemente con su familia y rezaba todas las noches para que Dios lo ayudara a salir de aquella situación tan lamentable por la que estaba pasando.

El segundo agricultor continuó ofreciendo sus servicios para restaurar los desperfectos causados por la tormenta, a la vez que su mujer comenzó a vender huevos, aceite y harina en pequeñas cantidades a otras vecinas del pueblo. La mujer vio que el negocio de comprar y vender huevos requería mucho sacrificio para las pocas monedas que obtenía de rendimiento, por lo que decidió elaborar pasteles con los ingredientes que su marido compraba y venderlos a un precio más elevado. Con el dinero que la mujer iba ganando en su negocio, ayudaba a su marido a comprar más maquinaria, al tiempo que creaban un colchón de ahorros para urgencias.

Pasado un año, se encontraron ambos agricultores y el primero de ellos se quedó asombrado de que su vecino derrochara salud y alegría, mientras que él estaba sumido en un agujero cada vez más profundo. Entonces le preguntó: «Si lo perdiste todo en la inundación, ¿cómo lo has conseguido?». A lo que su vecino respondió: «Comprendí que era un hecho que se escapaba a mi control, por lo que senté a mi familia y buscamos una solución. De esta manera, donde había un problema, encontramos un campo de oportunidades para salir adelante».

–Entonces –dijo Fermín–, el primer agricultor cometió el error de querer hacer lo mismo y confiar en que todo cambiaría; se centró en lo que se escapaba de su control y dejó que su mal carácter influyera negativamente en su vida. Mientras que el segundo dedicó tiempo a reinventarse para salir adelante, con una actitud asertiva respecto al problema. ¿Es eso lo que me quieres transmitir?

–Así es –le respondí–. La actitud con la que nos enfrentamos a los problemas determina la calidad de nuestros resultados.

–¡Ay, Dios! Todo el tiempo había tenido la clave ante mí y no había sido consciente del problema. Gracias por abrirme los ojos.

–Siempre es un placer poder ayudarte.

Nos despedimos hasta nuestro próximo encuentro. Todo cuanto Fermín debía haber hecho era olvidarse del pasado y centrarse en el futuro. Como una vez dijo Walt Disney:

«SIGUE SIEMPRE ADELANTE».

Respira profundamente, piensa y halla una solución que esté bajo tu control. La actitud con la que nos enfrentamos a los problemas determina la calidad de nuestros resultados.