Sumario

Introducción a la serenidad a través de una mosca en la cocina

1. Serenidad

2. El alma y los estados de ánimo

3. Estados de ánimo positivos

4. Estados de ánimo negativos

5. ¿Positivar? El equilibrio interior…

6. Dejar de cavilar

7. Querido diario

8. Fragilidad

9. Dolores y sufrimientos

10. Aceptación

11. Autocompasión

12. Soltar

13. Calma y energía

14. Pon tu cuerpo de buen humor

15. ¡Relajarse!

16. Sonreír

17. Materialismo

18. El instante presente

19. Vivir en plena consciencia

20. Sabiduría

21. Despertares

22. Aceptar la felicidad como una experiencia efímera

23. Vivir feliz, morir

24. Disfrutar de los momentos felices

25. Felicidades sutiles

Epílogo: Esto se llama la aurora…

Apéndice: “Nuestros estados de ánimo son una puerta hacia el despertar”

Christophe André

Serenidad

en la vida cotidiana

Traducción del francés de Miguel Portillo

sello

Título original: SÉRÉNITÉ. 25 histoires d’équilibre intérieur

© Odile Jacob, Septembre 2012
© de la edición en castellano:
2012 by Editorial Kairós, S.A.
Numancia, 117-121.08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com

© de la traducción del francés: Miguel Portillo
Revisión: Beatriz Benítez

Composición:

Primera edición: Febrero 2013
Primera edición digital: Febrero 2013

ISBN papel: 978-84-9988-228-4
ISBN epub: 978-84-9988-252-9
ISBN kindle: 978-84-9988-253-6
ISBN Google: 978-84-9988-254-3
Depósito legal digital: B 5.787-2013

Todos los derechos reservados.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública
o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la
autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Introducción a la serenidad a través de una mosca en la cocina

Bzzz, bzzz, bzzz…

Todo ha empezado con el sonido del vuelo de una mosca. Por lo general resulta irritante, pero en esta ocasión, no. Sosiega. No es más que la vida. Es como la nubecita que cruza el cielo. Como las migas en la mesa de la cocina vacía. En esta tarde de verano y vacaciones, algunos duermen la siesta y otros se han ido de paseo. Y tú, tú te has quedado aquí, a leer y no hacer nada. Acabas de entrar en la cocina, miras a tu alrededor, escuchas el silencio, ese silencio habitado: el tictac del reloj, el ronroneo del viejo frigorífico. Y la mosca.

El zumbido dura unos escasos segundos y luego desaparece. La criatura ha encontrado la salida. La estela de su vuelo deja un poco más de silencio. Y una impresión curiosa. ¿Cómo se llama, esta tranquilidad sin causa precisa, esta sensación de que todo está en su sitio y de que no necesitas nada más? ¿Es eso la serenidad?

Pues sí, eso es. Es infinitamente agradable. Un poco distinto de la felicidad: no está presente esa sensación de satisfacción o de realización. No se trata tampoco de alegría: no hay entusiasmo ni ganas de moverse, de cantar o de echarse en brazos de los demás. No, se trata simplemente de la percepción de una armonía entre el mundo y tú, que proviene, a la vez, de dentro y de fuera, que tiene que ver con el cuerpo y la mente. Al igual que en este extraño fragmento de El libro del desasosiego de Fernando Pessoa: «Una gran calma, suave como una inutilidad, desciende hasta el fondo de mi ser».

Necesidad de detenerse y saborear. Certidumbre tranquila y silenciosa. Abolición de las fronteras entre tú y el mundo: menos límites que vínculos. Son vínculos de suavidad. Sin necesidad de nada, sin miedo de nada. No se necesita nada más, todo está aquí. Es como un estado de gracia.

Sientes que se trata de un momento especial. Te quedas un poco más, pegado todo lo que puedes al instante que se desvanece. Sentir, percibir, sin pensar, sin analizar. Sin moverse, claro está, sin hacer nada. Solo respirar y observar. No hay nada distinto, todo es como de costumbre. Tú también, tú también eres como de costumbre. Excepto que… Ha sucedido algo inexplicable. Un latido de eternidad, que probablemente no durará. Pero del que saboreas cada segundo.

Bzzz… Vaya, la mosca ha vuelto. Y se oyen unas voces que se acercan. Pasaremos a otra cosa. Probablemente será agradable pero distinto. Menos etéreo, menos celeste. Vas a regresar al mundo habitual (¡que también te gusta!). Christian Bobin, poeta compungido e inspirado, escribió: «A cada segundo entramos o salimos del paraíso». Eso es, exactamente: en algunos segundos, saldrás del paraíso. Sin pesar: ¡fue estupendo saborearlo!

Y además, sabes que regresarás…

1. Serenidad

Hay días en que tu alma está serena: te sientes tranquilamente bien. Todo está claro y tranquilo en tu interior. No te falta absolutamente nada. Está presente todo aquello que necesitas. Y lo que te fascina es que “todo lo que necesitas” se limita a prácticamente nada: sentirte respirar, sentirte existir. La sensación animal, tan simple, de estar vivo. Una sensación más vasta si cabe de pertenecer al mundo. Igual que un lago tranquilo, que una montaña inmóvil, que una brisa templada. Ni siquiera necesitas decirte que la vida es bella o buena. En ese instante lo es, y tú lo sientes profundamente, sin necesidad de palabras. Es un estado global de tu cuerpo y tu mente. No es algo que suceda a menudo, desde luego, pero te dices que si pudieras sentirlo con más frecuencia, sería la mar de interesante…

La serenidad es una tranquilidad actual, pero también una vivencia de paz con su pasado y una confianza en los instantes futuros. De ahí la intensa sensación de coherencia que desprende, de aceptación y de fuerza para afrontar lo que llegue. Por eso la serenidad es más que la calma, al igual que la felicidad es más que el bienestar.

Y se define por la ausencia de confusión interior, por la paz mental. Un cielo sereno es puro y tranquilo. ¿Pueden nuestras mentes ser “puras y tranquilas”? ¿Sin albergar pensamientos dolorosos o negativos? ¿Puede habitarlas la paz? Eso es algo que nos sucede de vez en cuando, por ejemplo cuando las condiciones ayudan. Una madrugada tranquila en verano, en la que el aire es templado, en la que el sol nos calienta suavemente sin quemarnos, en la que los únicos sonidos que oímos son los de la naturaleza. Sentimos que respiramos con tranquilidad, y nuestra mente también está serena, armonizada. Entonces, en medio de toda aquella lentitud y suavidad, nace una sensación apacible, que armoniza todo lo que sucede, sonidos, colores, movimientos de la respiración, latidos del corazón y pensamientos que nos atraviesan: ese lento ascenso de un estado de ánimo sereno. No durará. Lo sabemos. Y no obstante, resulta tan agradable como intenso…

Esos instantes de serenidad dan sentido y profundidad a nuestra vida. Nos apaciguan y regeneran. Nos recargamos de fuerza y serenidad de cara a las acciones venideras. Y nos acordaremos de ellos en la adversidad para pacificarnos, para relativizar, para esperar. Todo acabará, es cierto, pero también es cierto que todo volverá.

No obstante, ¿es posible aprender a sentir más a menudo esta serenidad?

2. El alma y los estados de ánimo

Desde hace un tiempo –¿es eso madurar, crecer, envejecer?–, te da la impresión de que tu alma existe y que respira más fuerte. La verdad es que no sabes muy qué es eso de “tu alma”, pero de alguna manera sientes que “eso” existe. Y también sabes que tu vida puede ser sensible y serena al mismo tiempo. De niño ya eras sensible. Había detalles que te emocionaban y te estremecían o maravillaban: un gesto, una palabra, un rostro triste, el paso de una nube o el sonido del viento… Esos movimientos del alma hace tiempo que te perturban. Preferirías menos sensibilidad y más serenidad. Así que intentaste protegerte del mundo. Te pareció que la serenidad era el retiro perfecto.

Poco a poco, has ido aprendiendo a aceptar esos movimientos que nos estremecen y despiertan. Y también a aceptar todos los estados de ánimos, felices o dolorosos, que nacen a partir de su contacto, que viven en su estela. Nuestros estados de ánimo son lo que queda en nosotros una vez que el tren de la vida ha pasado. Hoy, por fin, lo has comprendido y aceptado: nuestros estados de ánimo son el latido palpitante de nuestro vínculo con el mundo.

Interesarse en los estados de ánimo no es únicamente un viaje egocéntrico. El alma se define como “lo que anima a los seres sensibles”, es decir, vivos. El alma nos permite ir más allá de nuestra inteligencia, o al menos intentarlo en otra dirección. Nuestra mente, la inteligencia, nos ayudan a pensar el mundo; y el alma nos ayuda a sentirlo y vivirlo plenamente.

De hecho, nuestros estados de ánimo incrementan nuestra inteligencia vital: son el resultado de nuestra recepción del mundo , incluso en los microsucesos (más adelante veremos que existe toda una ciencia que estudia el inicio de los estados de ánimo a partir de detalles minúsculos). Así pues, hay acontecimientos pequeños en la vida que no provocan emociones intensas, pero que inducen estados de ánimo. Recordemos: tras haber asistido a unas escenas callejeras –un niño que lloraba, un mendigo que dormía la mona y su miseria, una pareja que discutía–, todo eso, si has prestado atención, ha podido desencadenar en ti melancolía, sin que esos sucesos tuvieran por otra parte un efecto en el curso de su jornada o existencia. Aparentemente, esos sucesos no han tenido un impacto tangible. Pero interiormente, no dejan de flotar en ti. ¿Quién sabe hacia dónde te conducirán?

Nuestros estados de ánimo son lo que suele hacernos únicos. Más incluso que las emociones. Por ejemplo, en el teatro o en el cine, la obra suscita reacciones intensas, cautivadoras, uniformes, puede decirse que casi iguales en todos los espectadores. Eso son las emociones. Luego, tras el espectáculo, cuando salimos a la calle, experimentamos pensamientos, sentimientos y recuerdos complejos, desencadenados por lo que hemos visto y vivido indirectamente. En esa tesitura, los espectadores ya no se parecen entre sí. Existen muchas diferencias individuales, y más imprecisión, suavidad y discreción: son los estados de ánimo. Más discretos, más complicados, más personales…

Carecer de estados de ánimo es comparable a poner la propia humanidad entre paréntesis. Desconfiemos de quienes declaran «carecer de estados de ánimo». Por otra parte, no es posible no tenerlos. Se pueden reprimir, disimular y negar. Pero entonces se estará negando la propia humanidad, y estaremos privándonos de lo mejor que esta puede aportarnos: la introspección. Esta dialéctica de “sentir” frente a “comprender”, del saber por experiencia frente al saber a través del conocimiento, debe pues conducirnos a aceptar, observar y amar nuestros estados de ánimo. No descuidemos ningún medio de conocimiento y acceso a ese mundo tan complicado…

3. Estados de ánimo positivos

Te gusta sentirte en paz con tus seres queridos; que haga un día estupendo; que la actualidad no traiga catástrofes, ni guerras, ni atentados; acordarte de que has ayudado a alguien; acordarte de que también te han favorecido a ti, y disfrutar de ello y vivirlo como una suerte, no como una deuda. En esos momentos te sientes más curioso, más benevolente, más paciente, más inteligente. Te sientes fuerte y seguro. Y por ello más capaz de amar, pensar, dar y actuar. Eso es el buen humor: un motor de cosas estupendas. En esos momentos te dices que así es como te gusta estar. Y aún más: que es en esos momentos en los que te sientes tú mismo, y no en los instantes de lucha o de dolor, en los que te blindas tras tus defensas, en los que te bates contra la vida. Te gusta mucho estar de buen humor…

Buen humor, júbilo, serenidad, confianza, simpatía, estima, etcétera Aparte de su dimensión agradable, ¿qué nos aportan nuestros estados de ánimo positivos?

Ante todo, los estados de ánimo positivos nos permiten mejorar el autocontrol. Es decir, nos ayudan a desarrollar comportamientos que necesitan de una contención inmediata a fin de obtener beneficios diferidos, como por ejemplo, esforzarnos hoy (régimen, ejercicio) de cara a la salud del futuro. En parte esa es la razón por la que las tendencias depresivas suelen estar asociadas a “comportamientos de salud” defectuosos (consumo exagerado de alcohol, tabaco y menos ejercicio físico). Y también la razón por la que las personas que siguen un régimen dietético, o consumen demasiado alcohol o tabaco, son tan vulnerables a las oscilaciones de sus estados de ánimo: muchas recaídas están vinculadas a los ataques de melancolía.

Los estados de ánimo positivos también proporcionan más discernimiento con vistas a las metas que hay que marcarse para triunfar. Si se está bien mentalmente, se obtendrán las cosas con más facilidad porque nos cuidaremos (inconscientemente) de utilizar sobre todo enfoques que impliquen unas opciones de éxito razonables. “Mientras, los sujetos en estados de ánimo más dolorosos se arriesgan a realizar elecciones por encima de sus fuerzas o capacidades (eso cuando no son víctimas de renuncias prematuras).” En este segundo caso, como también tendrán tendencia a ser menos flexibles mentalmente, persistirán demasiado.

Por otra parte, estar de buen humor no nos vuelve ciegos y sordos frente a lo que no funciona o podría mejorarse, y no nos impide evolucionar, sino todo lo contrario . Así pues, se ha demostrado que existe una mejor disposición a escuchar críticas cuando se dirigen a personas que disfrutan de un humor positivo.

Los estados de ánimo positivos también nos tornan más persuasivos, y nos ayudan a memorizar mejor lo que nos es de utilidad. Eso explicaría por qué es importante crear un ambiente afectivo positivo en el trabajo, o en la enseñanza, si se pretende que nuestros consejos sean mejor escuchados y retenidos. Los estados de ánimo positivos aumentan incluso la creatividad. El sufrimiento no provoca un incremento de la creatividad (ya conocemos los estudios que demuestran que los artistas suelen ser seres atormentados…) más que cuando se supera y se recupera la aptitud para amar la vida, aunque sea de manera imperfecta y torpe…

Entonces, ¿hay que intentar estar siempre de buen humor? Este ideal, tan comprensible, de los estados de ánimo positivos permanentes no es realista ni deseable. No es realista porque la vida se encarga siempre de aportar su parte de acontecimientos dolorosos y penosos, grandes y pequeñas adversidades y los estados de ánimo que obligatoriamente los acompañan. Tampoco es deseable, pues las sombras son necesarias para dar profundidad a la luz. Las sombras embellecen el día, y esa es la razón por la que las luces del atardecer y de la mañana son más bellas y sutiles que las del mediodía. Lo mismo sucede con los estados de ánimo.