Felicidad

SERIE INTELIGENCIA EMOCIONAL DE HBR

Serie Inteligencia Emocional de HBR

Cómo ser más humano en el entorno profesional

Esta serie sobre inteligencia emocional, extraída de artículos de la Harvard Business Review, presenta textos cuidadosamente seleccionados sobre los aspectos humanos de la vida laboral y profesional. Estas lecturas, estimulantes y prácticas, ayudan a conseguir el bienestar emocional en el trabajo.

Empatía

Felicidad

Mindfulness

Resiliencia


Otro libro sobre inteligencia emocional de
la Harvard Business Review:


Guía HBR: Inteligencia Emocional

Créditos

Original work copyright © 2017 Harvard Business School Publishing Corporation
Published by arrangement with Harvard Business Review Press
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© Harvard Business School Publishing Corporation, 2017
All rights reserved.

Editorial Reverté, S. A., 2017
Loreto 13-15, Local B. 08029 Barcelona – España
revertemanagement@reverte.com

Edición en papel:
ISBN 978-84-946066-5-6

Edición digital (ePub):
ISBN 978-84-291-9408-1

Digitalización: Reverté-Aguilar, S. L.

© Begoña Merino Gómez, 2017, por la traducción

Colección dirigida por: Ariela Rodríguez / Ramón Reverté
Coordinación editorial: Julio Bueno
Edición digital: Reverté-Aguilar, S.L.
Revisión de textos: Mariló Caballer Gil

La reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, queda rigurosamente prohibida, salvo excepción prevista en la ley. Asimismo queda prohibida la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público, la comunicación pública y la transformación de cualquier parte de esta publicación sin la previa autorización de los titulares de la propiedad intelectual y de la Editorial.

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Reverté Management
Barcelona · México

Harvard Business Review Press
Boston, Massachusetts

1

La felicidad no
es la ausencia de
sentimientos
negativos

Jennifer Moss

A muchas personas, la felicidad nos parece intolerablemente escurridiza. Como la niebla, puedes verla a lo lejos, densa y llena de formas. Pero a medida que te acercas, sus partículas se separan y de repente parece inalcanzable, aunque te rodee por todas partes.

Vivimos persiguiendo la felicidad pero, si te paras a pensar un minuto, «perseguir» es buscar algo sin garantías de alcanzarlo.

Hasta hace seis años, estuve persiguiendo la felicidad con fervor y sin obtener resultados. Mi marido, Jim, y yo vivíamos en San José (California), con nuestro hijo, que entonces tenía 2 años, y estábamos esperando otro hijo.

Aparentemente, nuestra vida era de color de rosa. Y, a pesar de ello, yo no estaba alegre. Además, me sentía totalmente culpable por mi tristeza: mis problemas eran vergonzosamente triviales. Luego, en septiembre de 2009, mi mundo se vino abajo. Jim se puso muy enfermo. Le diagnosticaron gripe A (H1N1) y virus del Nilo Occidental, y más tarde, como consecuencia de un sistema inmunitario debilitado, el síndrome de Guillain-Barré.

A Jim nunca le preocupó la muerte. A mí sí.

Cuando nos dijeron que su enfermedad estaba remitiendo, que él ganaría la batalla, nos tranquilizamos. Cuando nos dijeron que Jim no caminaría durante un tiempo, seguramente durante un año, tal vez más tiempo, nos asustamos. Sabíamos que ese pronóstico significaba el final de su carrera como jugador profesional de lacrosse. Lo que no sabíamos era cómo íbamos a pagar las facturas médicas, ni qué energía tendría él para ejercer de padre.

Faltaban diez semanas para que naciera nuestro segundo hijo; por lo tanto, yo tenía muy poco tiempo para pensar y reaccionar. Por otro lado, Jim «solo» tenía tiempo. Tanto en la vida como en el campo de juego, él estaba acostumbrado a moverse a gran velocidad; así que, en el hospital, los minutos le parecían horas. Lo mantenían ocupado con fisioterapia y terapia ocupacional, pero también necesitaba apoyo psicológico. Publicó una entrada en sus redes sociales pidiendo sugerencias de lecturas que le ayudaran a recuperarse mentalmente. Y las sugerencias llegaron. Jim recibió libros y grabaciones de audio con notas diciéndole cuánto le ayudarían, por muy difícil que fuera el obstáculo que debía superar.

Pasaba los días leyendo libros de autoayuda de Tony Robbins y de Oprah o viendo charlas TED, como la de Jill Bolte Taylor, Un ataque de lucidez, sobre los efectos de un traumatismo craneal. Analizaba los libros espirituales de Deepak Chopra y del Dalai Lama. O repasaba los artículos de investigaciones sobre la felicidad y la gratitud escritos por expertos como Martin Seligman, Shawn Achor, Sonja Lyubomirsky y muchos otros.

En todos estos textos había un tema que se repetía: la gratitud. La gratitud se entremezclaba con la ciencia, las historias reales y los motores del éxito.

Jim respondió iniciando su propio diario de gratitud. Mostró mucho, muchísimo, agradecimiento hacia las personas que le cambiaban las sábanas, hacia los familiares que le traían cenas calientes. Mostraba agradecimiento hacia aquella enfermera que lo animaba, y por la atención suplementaria, de su propio tiempo, que le prestaba el equipo de rehabilitación. Una vez, ellos le contaron que le dedicaban ese tiempo extra solo porque sabían el agradecimiento que Jim sentía hacia los esfuerzos del equipo.

Mi marido me pidió que participara en esa idea. Viendo lo difícil que le resultaba, mi deseo de ayudarle y de que se recuperara era tan intenso que puse todo mi empeño en ser positiva cuando me introduje en su mundo, dentro de la habitación del hospital. No siempre lo hice de la mejor manera. A veces me molestaba el no poder romper a llorar, pero después de un tiempo empecé a ver con qué rapidez se recuperaba. Y, aunque nuestros caminos no eran afines, estábamos consiguiendo que funcionara. Yo estaba «dejándome convencer».

Estaba muy asustada, pero cuando Jim salió del hospital con muletas (se negó rotundamente a usar la silla de ruedas), solo seis semanas después de que una ambulancia lo llevase a toda prisa a urgencias, decidimos que su recuperación se debía a algo más que a la mera suerte. Uno de los primeros libros que influyeron en Jim fue Florecer, de Martin Seligman. Psicólogo y antiguo presidente de la Asociación Americana de Psicología, Seligman fue quien acuñó el término PERMA (de los conceptos en inglés positive, engagement, relationships, meaning y achivement), que dio lugar a muchos proyectos de investigación de psicología positiva en todo el mundo. El acrónimo recoge los cinco elementos esenciales para una satisfacción duradera:

Poco a poco, incorporamos estos cinco principios en nuestra vida. Jim regresó a la Wilfrid Laurier University en Ontario para investigar en el campo de la neurociencia, y rápidamente pusimos en marcha el Plasticity Labs para formar a gente que pudiera enseñar lo que habíamos aprendido sobre la búsqueda de la felicidad. A medida que nuestras vidas incorporaron más empatía, agradecimiento y sentido, dejé de sentirme triste.

Así que, cuando alguien muestra escepticismo hacia el movimiento de la psicología positiva, me lo tomo como algo personal. ¿Tienen esos críticos un problema con la gratitud? ¿Con las relaciones? ¿Con el sentido? ¿Con la esperanza?

Quizás parte del problema sea que nuestra «cultura pop» y los medios de comunicación simplifican demasiado la felicidad, lo que hace que sea fácil descartarla por falta de pruebas. Tal como me escribió en un correo electrónico Vanessa Buote, una investigadora posdoctoral en psicología social:

No solo tendemos a malinterpretar lo que es la felicidad, sino que también la buscamos de forma equivocada. Shawn Achor, investigador y formador corporativo que escribió el artículo de HBR «Inteligencia positiva», me explicó que la mayoría de las personas pensamos en la felicidad de forma equivocada: «El mayor equívoco de la industria de la felicidad es que se considera un fin, no un sentido. Pensamos que, si tenemos lo que deseamos, seremos felices. Pero resulta que nuestros cerebros en realidad funcionan en la dirección opuesta».

Buotes coincide: «Algunas veces tendemos a ver el “ser felices” como el objetivo final, pero nos olvidamos de que lo realmente importante es el viaje; descubrir qué nos hace felices y comprometernos con esas actividades de forma habitual nos ayudará a llevar una vida más satisfactoria».

En otras palabras, no somos felices mientras perseguimos la felicidad. Somos más felices cuando no pensamos en ello, cuando disfrutamos el momento presente porque estamos entregados totalmente a un proyecto que tiene sentido para nosotros, trabajando para alcanzar un objetivo importante o ayudando a alguien que nos necesita.

Una positividad sana no significa ocultar tus auténticos sentimientos. La felicidad no es la ausencia de sufrimiento: es la capacidad para resurgir de él. Y la felicidad no es lo mismo que la alegría o el éxtasis; la felicidad incluye la satisfacción, el bienestar y la flexibilidad emocional que nos permitan sentir un repertorio completo de emociones. En nuestra compañía, algunos de nosotros hemos tenido que afrontar la ansiedad y la depresión. Algunos hemos sufrido un trastorno por estrés postraumático. Algunos hemos sido testigos de enfermedades mentales graves en nuestras familias, y otros no. Compartimos todo ello con una actitud abierta. O no, cualquiera de las dos opciones es válida. En la oficina, si la situación lo requiere, aceptamos las lágrimas, tanto las de pena como las de risa.

Algunas personas, quizás buscando una nueva perspectiva, han llegado a decir que la felicidad es perjudicial (ver, por ejemplo, los dos últimos artículos de este libro). Pero el objetivo de practicar ejercicios para ayudar a incrementar la salud mental y emocional no es aprender a lucir una sonrisa las 24 horas del día o a desear que tus problemas se esfumen. Es aprender a manejar lo que te estresa con más resiliencia mediante entrenamiento, igual que te entrenarías para correr un maratón.

Durante el tiempo que estuve con Jim en el hospital, vi cómo iba cambiando. Al principio, ocurría sutilmente, pero de repente me di cuenta de que la práctica de la gratitud y la felicidad que comporta me había traído un regalo: me había devuelto a Jim. Si eso quiere decir que la felicidad es nociva, entonces yo digo que «voy a por ella».

JENNIFER MOSS es cofundadora y directora de comunicación de Plasticity Labs.

Adaptado del contenido publicado en hbr.org
el 20 de agosto de 2015 (producto #H02AEB).

2

Ser feliz en el
trabajo importa

Annie McKee

La gente solía creer que, para triunfar, no tenías que ser feliz en el trabajo. Que tampoco hacía falta que te gustara la gente con la que trabajabas, o incluso que no hacía falta compartir valores con ellos. «El trabajo no es la persona», era la idea. Una patraña.

Mi investigación en docenas de compañías y con cientos de personas, además de la investigación de neurocientíficos como Richard Davidson y V. S. Ramachandran y académicos como Shawn Achor, señalan cada vez más un hecho simple: las personas felices son mejores trabajadores. Quienes están comprometidos con sus empleos y sus compañeros trabajan más, y de forma más inteligente.

Y, aun así, un alarmante número de personas no se sienten implicadas en su trabajo. Según un desalentador informe de 2013 realizado por Gallup, solo el 30% de la fuerza laboral en Estados Unidos está comprometida con su empleo. Esto refleja lo que he visto en mi trabajo: no muchas personas están realmente «comprometidas emocional e intelectualmente» con sus empresas.1 A demasiada gente no le importa lo más mínimo qué pasa a su alrededor. Para ellos, el miércoles es la cima de la curva semanal, y solo trabajan para llegar al viernes. Y en el otro extremo de la curva en forma de campana, casi uno de cada cinco empleados está «activamente desactivado», según el mismo informe. Son personas que sabotean proyectos, que traicionan a sus compañeros y que suelen causar estragos en su lugar de trabajo.

El informe de Gallup también indica que la implicación de los empleados ha permanecido invariable a través de los años, a pesar de los altibajos económicos. Es preocupante: no estamos comprometidos con nuestro trabajo y no lo hemos estado desde hace mucho tiempo.

No es divertido trabajar con personas indiferentes e infelices, y tampoco añade mucho valor; ello repercute en nuestras empresas (y en nuestra economía) de forma tremendamente negativa. Incluso es peor cuando son los líderes los que no se sienten comprometidos, porque esta actitud se transmite a los demás. Sus emociones y su mentalidad afectan tremendamente al estado de ánimo y el rendimiento de los otros. Después de todo, la manera en que nos sentimos está relacionada con qué y cómo pensamos. Dicho de otro modo: los pensamientos influyen en las emociones, y las emociones influyen en los pensamientos.2

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