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El Colegio Mexiquense, A. C.

 

Dr. Víctor Humberto Benítez Treviño

Presidente

 

Dr. José Antonio Álvarez Lobato

Secretario General

 

Dr. Emma Liliana Navarrete López

Coordinadora de Investigación


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917.252

B2766

Barrios y periferia: espacios socioculturales, siglos xvi-xxi / coords. Marcela Dávalos López, María del Pilar Iracheta Cenecorta. —Zinacantepec, Estado de México: El Colegio Mexiquense, A.C., 2015.

 

283 p.: gráf., cuadros

Incluye referencias bibliográficas

ISBN: 978-607-7761-88-4

 

1. Barrios - México - Historia - Siglos xvi-xxi 2. Tenencia de la tierra - México - Historia - Siglos xvi-xxi 3. Espacios públicos - México - Historia - Siglos xvi-xxi 4. Vecindarios - México - Historia - Siglos xvi-xxi.

I. Dávalos López, Marcela, coord. II. Iracheta Cenecorta, María del Pilar, coord.

 

 

 

Edición y corrección: Rebecca Ocaranza Bastida

Diseño y cuidado de la edición: Luis Alberto Martínez López

Formación y tipografía: Fernando Cantinca Cornejo

Diseño de portada: Fernando Cantinca Cornejo

 

Primera edición 2015

 

D.R. © El Colegio Mexiquense, A. C.

Ex hacienda Santa Cruz de los Patos s/n,

Col. Cerro del Murciélago,

Zinacantepec 51350, México

MÉXICO

Página-e: www.cmq.edu.mx

 

Edición en formato digital:

Ave Editorial

www.aveeditorial.com

 

Queda prohibida la reproducción parcial o total del contenido de la presente obra, sin contar previamente con la autorización expresa y por escrito del titular del derecho patrimonial, en términos de la Ley Federal de Derechos de Autor, y en su caso de los tratados internacionales aplicables. La persona que infrinja esta disposición se hará acreedora a las sanciones legales correspondientes.

 

Hecho en México/Made in Mexico

 

ISBN: 978-607-7761-88-4

 


 

Introducción1

 

 

 

 

En este libro existe una inquietud común entre los autores, que es la de investigar los barrios desde su propia especificidad. La historiografía urbana de Toluca a Oaxaca, o de Guadalajara a Aguascalientes, Michoacán o la capital mexicana es abundante y su pasado ha sido abordado desde su fundación hasta su demografía, pasando por sus redes comerciales, sociales, fisonómicas, etcétera; sin embargo, la mayoría de esas investigaciones ha contemplado los barrios como parte de un todo y no como zonas con asuntos y trayectorias autónomas. Considerados históricamente los barrios han sido componentes clave para comprender el pasado de las urbes hispanoamericanas, pues con ellos se han explicado las fundaciones del siglo xvi, se ha justificado la evangelización o las modernizaciones urbanas durante el siglo xviii, la distribución de los municipios en los siglos xix y xx, así como la disposición general de las capitales mexicanas.

Los barrios han sido poco tratados como un asunto histórico en sí mismo,2 no obstante que de ellos se derivan aspectos relevantes para comprender la matriz de las ciudades mexicanas. De ellos surgió, a partir del segundo tercio del siglo xix, la construcción de la “periferia”, dando lugar a nuevos órdenes territoriales y a distinciones de la población ya no raciales o estamentales, sino entre ciudadanos, propietarios, trabajadores y “clases peligrosas”. En este sentido presentamos un conjunto de investigaciones que abarcan desde el periodo de la conquista hasta el presente, con el fin de mostrar cómo el proceso de esos barrios ha sido determinante para establecer el orden urbano moderno.

Desde las últimas décadas del siglo xx el método historiográfico3 ha permitido distinguir cómo se construye la historia y, particularmente, la historia urbana. Partiendo de esta perspectiva, desde la segunda mitad del siglo xviii y hasta fines del xix la historiografía urbana se distinguió por mostrar el reverso de su fisonomía ideal, al describir la parte negativa en los barrios; insalubres, peligrosos, infestados de pordioseros, etcétera. Esta historiografía negó que los barrios pudieran ser estudiados en sí mismos desde sus propios referentes, pero a pesar de todo fueron vistos desde descripciones folclóricas o crónicas costumbristas4 y aparecieron como tema en la historiografía del siglo xx.5

Con base en lo anterior, partiendo del uso de los significados de barrio, límites, identidades y jurisdicciones a través del tiempo, presentamos un abanico de investigaciones de distintas ciudades mexicanas, en los que los barrios son el actor principal. Esta perspectiva inauguró otra reflexión hacia los barrios, tal como en su momento lo enunciaron los integrantes del Seminario “Geografía urbana: nuevos paradigmas”,6 al preguntarse sobre la evolución de una familia temática de palabras: arrabal, barrio, colonia o fraccionamiento.

Para reconstruir las diferencias o continuidades entre los barrios prehispánicos, los barrios indígenas coloniales, los de la modernización porfirista o los integrados a las colonias populares y a las periferias urbanas en el siglo xx, tomamos como eje el proceso iniciado con el poblamiento colonial y la separación entre ciudades para españoles y pueblos de indios. Partiendo de explicaciones iniciales tales como la fundación, la diferenciación entre centro y parcialidades, el contraste entre ciudad tradicional y moderna, la pugna territorial entre cabeceras, pueblos y municipios, etcétera, encontramos pistas para abordar los barrios como territorios con referentes históricos autónomos, aun cuando sus estructuras estén vinculadas al orden y la administración del conjunto urbano.

La presencia específica de los barrios indígenas en la historiografía urbana es incuestionable, no obstante, queda mucho por investigar.7 No hay respuestas definitivas a las preguntas sobre cómo han sido interpretados, cuál es su alcance o qué abarcan. De las parcialidades de Santiago Tlatelolco y San Juan Tenochtitlan, administradas por la Ciudad de México y compuestas por una buena cantidad de pequeños barrios ubicados alrededor de la capital novohispana, se deriva el papel que tuvieron en diferentes periodos el pueblo de Tacubaya, los barrios de La Merced o la colonia Lomas de Chapultepec respecto a la Ciudad de México. Los calpullis prehispánicos probablemente poco o nada tienen que ver con los barrios decimonónicos; no obstante, fue a partir de que la historia requirió explicar su pasado a partir de parámetros modernos que se hicieron coincidir los postulados de autores como el padre Alzate, en el siglo xviii, o Alfonso Caso en el xx; desde entonces comenzó a investigarse si donde antes hubo centros ceremoniales prehispánicos, se asentaron pueblos y barrios de indios coloniales. Esto posibilitó la sedimentación de ambas temporalidades y llevó a investigar sobre la coincidencia entre los barrios novohispanos y los calpullis.

Parte de esa polémica se expone en el artículo de María del Pilar Iracheta “Del calpolli prehispánico al barrio colonial. Permanencias y transformaciones en la villa española de Toluca, siglo xvi”, que se refiere a los seis primeros barrios indígenas (matlatzincas) sujetos de la Villa de Toluca, los cuales devinieron barrios coloniales a lo largo de varios procesos históricos: la Encomienda, la formación de cabecera-sujetos indios, la Congregación realizada hacia 1567, la erección de Toluca como villa de españoles en el territorio de un antiguo “calpulli Matlazinca” todo lo cual constituyó la delimitación de un continuum urbano. Los seis barrios matlazincas, explica la autora desde una perspectiva jurídica territorial, tenían la categoría de calpolli y estaban adscritos al altepetl (en náhuatl) o inpuehtzi (en matlatzinca) de Calixtlahuaca-Toluca. En este trabajo destacan las permanencias y los cambios de aquellos barrios, así como la lucha de los indios de Toluca por mantener su antiguo estatus de pueblos indios con el objeto de reclamar su derecho a las tierras que les habían pertenecido en el periodo prehispánico, a través del llamado “fundo legal” en el periodo colonial.

En esta misma línea de investigación el artículo de Guillermo Vargas Uribe, “Población, poblamiento y despoblamiento en cinco pueblos cabecera y sus sujetos: un altepeme en el antiguo Michoacán”, sobre un altepeme en el antiguo Michoacán, parte del poblamiento de los pueblos cabecera y de sus pueblos sujetos a fin de reconstruir su probable distribución geográfica en el siglo xvi temprano, antes y después de que fueran afectados por las congregaciones. Partiendo de los datos vertidos en la Visita de Antonio de Carbajal, que da cuenta justamente de la visitación de éste, realizada entre 1523 y 1524,8 el autor concentra su atención en los pueblos cabecera de Espopuyutla (Comanjá), Uruapan, Turicato, Huaniqueo y Erongarícuaro. Vargas utiliza el concepto de altepetl como la unidad básica territorial político-económico-social sobre la cual explica el patrón de poblamiento en el momento del contacto indoeuropeo, enfatizando las transformaciones que sufrió dicho patrón luego de las afectaciones espaciales derivadas de las congregaciones o reducciones de los pueblos de indios.

Las jerarquías territoriales que a lo largo de la colonia distinguieron a las ciudades de los pueblos, a las cabeceras de los pueblos sujetos y a éstos de los barrios quedaron alteradas con las sucesivas leyes sobre tierras, corporaciones y comunidades enunciadas en las constituciones y reformas decimonónicas. La continuidad entre los siglos xvi y xviii, marcada por el criterio de segregación étnica, quedaría afectada con el fin de la República de Indios y la consecuente reconstrucción territorial municipal republicana, tal como lo señala María Soledad Cruz en su artículo “El barrio entre la colonia urbana y el pueblo ¿indefinición territorial?”

¿Qué elementos definen a un barrio? ¿Qué lo distingue de una cabecera, un municipio o un pueblo? ¿Qué lo relaciona con una colonia, un poblado o un fraccionamiento? ¿Cómo se delimita territorialmente? Éstas son algunas de las preguntas que plantea María Soledad Cruz desde la antropología cultural. Así, los límites espaciales o administrativos de los barrios se vinculan a la manera de crear y vivir un territorio determinado, enfatizando con ello su autonomía respecto a un conjunto global. Esta historiográfica permite ir delimitando los espacios, tanto territoriales como simbólicos, redefiniendo los conceptos de barrio, pueblo, municipio o colonia.

Más allá de la “larga trayectoria histórica” de los barrios o de sus delimitaciones geográficas y administrativas, la autora los presenta como un “modo de vida” y el lugar donde se comparte un “universo simbólico común”. A partir de la historia de los culhuacanes, barrios ubicados en las delegaciones Itztapalapa y Coyoacán, deduce que la relación entre la constitución territorial del Distrito Federal y los antiguos pueblos rurales circundantes marcaron el rol de barrio para poblados que antes no lo eran. Fue con la conformación de los municipios decimonónicos cuando dejaron de diferenciarse y en 1970 “los pueblos y barrios desaparecieron como categorías del territorio”. No obstante, algunos programas alertaron sobre su existencia como comunidades con formas de identificación y arraigo territorial, hasta ser reconocidos por la Secretaría de Desarrollo Urbano. Esto explica parte de los motivos por los que su historia repuntó y renovó su presencia.

En la línea que presenta a los “barrios originarios” modificados por los procesos de urbanización se halla el trabajo “Identidad y mayordomía en dos barrios de la ciudad de Oaxaca” de Olga J. Montes García, Néstor Montes García y Carlos Sorroza Polo. Desde la antropología social y cultural los autores abordan “el modo de vida”, es decir, la forma de vivir y hacer en el espacio barrial, gracias a la cual se construye la identidad de los dos barrios estudiados. Desde este punto de partida los autores explican que la expansión urbana tuvo impactos diferenciales en Xochimilco y Jalatlaco. El primero conservó su identidad indígena, que le ha permitido mantener su organización político-religiosa. Jalatlaco es también un pueblo originario, pero el crecimiento de la mancha urbana lo absorbió, con lo que perdió parte de su tradición religiosa, centrada en la mayordomía; sin embargo, en fechas recientes la ha recuperado con el objetivo de proteger su territorio y cultura. En suma la permanencia cultural en los dos barrios indica la persistencia de la tradición india mesoamericana, a la vez que refleja la modernidad que se vive en Oaxaca de la cual son parte importante las fiestas religiosas de ambos barrios.

Ahora bien, en nuestra actual idea de urbe distinguimos a los barrios. El lenguaje coloquial los describe como sitios en los que pulula todo tipo de pequeños negocios y servicios, en donde las familias que los atienden, además de reconocerse o tener algún parentesco, elaboran los productos que venden, porque en ellos residen muchos de los trabajadores manuales que ofrecen sus servicios a la ciudad. En sus calles, constantemente pobladas, además de no ser siempre regulares, existen habitaciones edificadas a través de la autoconstrucción, y entre la gente parecen enlazarse la vecindad, el oficio y el parentesco. Los barrios, vistos desde ese “conjunto semántico” que se vincula según el contexto con las colonias, los conjuntos habitacionales o los fraccionamientos residenciales “modernos”, han retomado el modelo de comunidad cerrada barrial. Luego de la Independencia el llamado a la creación de los ayuntamientos constitucionales no sólo afectó a las repúblicas de indios, y con ello a los barrios contenidos en las parcialidades, sino también a los barrios de españoles —que finalmente también se reconocían como tales.

En el polo opuesto, en contraste con aquellos barrios “originarios”, se muestra la primera urbanización que abandonó la traza en retícula utilizada desde el Virreinato. En su artículo “Las Lomas de Chapultepec, análisis de su trazo urbano a partir de fuentes cartográficas” Manuel Sánchez de Carmona explica cómo la colonia Lomas de Chapultepec, creada a finales de 1921, se anunció como “la primera ciudad jardín de México”. En principio, como sucedió también en otras colonias previamente proyectadas —como la Hipódromo Condesa, la Ferrocarrilera, en Orizaba, ciudad del estado de Veracruz, o las colonias industriales planeadas hacia el norte de la capital—, la intención no era convertirlas en un suburbio residencial dependiente de la gran ciudad, sino seguir un modelo de residencia autónomo para trabajadores y campesinos, rodeado de cooperativas, tierras y espacios de trabajo que acercaran la jornada laboral a la vivienda. La historia de su crecimiento expone la distancia entre los planos arquitectónicos y el resultado concreto: el tiempo no le permitió ser un suburbio separado del territorio de la ciudad. No obstante, las Lomas fue una de las colonias que difundía un nuevo estilo de vida, en el que la arquitectura y la urbanización, juntas, apuntaban a poner en práctica las teorías en boga. No sólo se trataba de que las casas se rodearan de aire libre, de que estuviesen edificadas con todas las normas de prevención y servicios que permitieran practicar medidas de higiene de las que carecía la mayoría de los edificios del centro de la ciudad, sino también fortalecer el funcionalismo y la intimidad que requerían las familias modernas.

El proyecto de dar aire y poner distancia en las colonias y las habitaciones se conjuga con la perspectiva de la “centralidad histórica” expuesta por María del Carmen Bernárdez en su ensayo “La Merced. Centro y periferia”. A partir de la historia de la traza en la Ciudad de México, muestra los desplazamientos en las funciones de los barrios, concentrando la atención en la Merced y su ubicación medular en la capital. La Merced participó de esa centralidad histórica en tanto que surgió a la par que el corazón de la ciudad misma, por ello el barrio ha presentado desde su origen la característica peculiar de haber nacido como un área periférica. Su cercanía y conexión con los límites del lago de Texcoco lo alejaron de la urbanización, pero al mismo tiempo compensaron su relevancia por tratarse de un área muy importante para la entrada de mercancías a la ciudad. Esta lejana centralidad aún se puede visualizar en la actualidad, ya que su calidad periférica, que discrepa entre su importancia central estratégica y la falta de desarrollo urbano, se mantuvo casi intacta hasta que la Central de Abastos, a partir de la década de los noventa del siglo xx, dislocó el rol del histórico mercado.

El edificio Ermita, construido en lo que alguna vez fue la entrada del barrio de Tacubaya, fue muestra de la arquitectura funcionalista. En su misma mole, decorada con elementos prehispánicos que polemizaban con la tendencia afrancesada que rigió en México hasta la Revolución, se agruparon habitaciones, comercios y espectáculos. En su artículo “El edificio Ermita como andamiaje de un barrio. Tacubaya”, Marcela Dávalos expone que pocas veces las construcciones se apartan de la historia de su entorno; el edificio Ermita, levantado en los años treinta del siglo xx, ocupó el mismo sitio del reconocido portal que anunciaba el inicio del pueblo —convertido a lo largo del siglo xix en enorme barrio— de Tacubaya. Su radio centralizaba una extensa región que incluso llegaba hasta Toluca. La construcción del edificio Ermita alude a una coexistencia pacífica entre la urbanización moderna y los barrios; su presencia fue una alternativa para un grupo social que se reconoció en sus funciones, al tiempo que permitió al barrio continuar operando con los parámetros culturales heredados desde el periodo virreinal. La presencia del Ermita, con su carácter de modernidad revolucionaria, dignificó incluso el entorno del barrio, hasta que una violenta urbanización desarticuló por completo la geografía simbólica que mantuvo a lo largo de más de dos siglos.

Al indagar en las vecindades se vincula el crecimiento urbano e industrial de la ciudad con la demanda del tipo de “viviendas baratas en arrendamiento”. El artículo de Gerardo Martínez, “Habitación, barrios e itinerarios urbanos en los márgenes de Aguascalientes a principios del siglo xx: ciudad invisible y espacios complejos”, reconstruye los itinerarios de los vecinos de los barrios hidrocálidos haciendo que su texto corra paralelo entre la ciudad burguesa modelo y las formas de vida del hombre sin atributos, que se muestra en descripciones que abarcan desde las habitaciones y tipos de letrinas hasta el lenguaje de los habitantes de los barrios durante riñas, o en cantinas, mercados o fiestas. A partir de una lectura entrecruzada de las fuentes el autor documenta las estrategias con que los vecinos de los barrios alternaron su vida y el proceso de urbanización; a través de casos aparentemente sencillos muestra los cambios que alteraron las rutinas de la población con los flujos migratorios y la modernización de la urbe. Desde los grandes almacenes hasta las rutas abiertas por los tranvías, pasando por los burros de carga, los aguadores que iban de domicilio en domicilio, o las cuartillas de maíz, la cotidianidad nos muestra que, no obstante la modernización de la ciudad, el común de las personas continuó con los mismos referentes; es decir, más allá de la posibilidad de los nuevos desplazamientos por la presencia de los tranvías, las sociabilidades quedaron marcadas por el lugar de residencia, trabajo, abastecimiento o descanso tal como se practicaba en los barrios antes de las primeras décadas del siglo xx.

El territorio, la iglesia, la parroquia y el cementerio se asocian al proceso de conformación del barrio. En su artículo “Mezquitán, las oscilaciones de un barrio de Guadalajara”, Isabel Méndez analiza la trayectoria de las categorías de Mezquitán como pueblo y barrio de Guadalajara, situado en la periferia, cuya peculiaridad fue su manifiesta debilidad frente a las fuerzas externas que determinaron sus cambios de categoría jurídico-territorial. La tradición religiosa de Mezquitán fue menor hasta 1960, año en que se convierte en parroquia. Su ubicación contribuyó para caracterizarlo como una población rural en desventaja con el entorno de Guadalajara, encuadrando así el problema jurídico-territorial desde la perspectiva histórico-cultural, afirmando que, pese a su fragilidad y debilidad como entidad, Mesquitán construyó su identidad barrial gracias a cuatro dimensiones: la población, la iglesia, la tierra y el cementerio, dimensiones que se entrelazan con los contextos históricos básicos de los pueblos y barrios, tales como la desaparición de la categoría de pueblos indios y su subordinación directa al ayuntamiento durante el siglo xix. El paso de la ciudad dividida en parroquias, a la ciudad civil organizada por cuarteles no sólo alejó los cementerios, antes ubicados en los atrios de las iglesias de los pueblos de indios, sino que, en varias ocasiones, reordenó las jurisdicciones religiosas, afectando directamente a Mezquitán. Para mostrar su evolución, Isabel Méndez despliega los momentos clave que entre los siglos xviii y xx lo llevaron de ser barrio sujeto o ayuda de parroquia a vicaría, hasta que a finales del siglo xix, al construirse el primer panteón municipal, Mezquitán se permitió renovar su historia. Más allá de su integración a Guadalajara el barrio, con vida propia, se muestra como parte del juego entre urbanización y renacimiento barrial.

Siguiendo la misma línea socio-territorial, Ernesto Flores Martínez alude a la distribución y ocupación de los habitantes no indios en el barrio de Tequisquiapan de la Ciudad de México en su trabajo “Juntos pero no revueltos. distribución socioespacial en el barrio de Tequisquiapan de la ciudad de México”. Mediante la consulta de protocolos notariales y actas de matrimonio de los siglos xvi al xviii, el autor señala que en la zona no tuvo efecto la separación racial entre otras razones porque les fueron donados terrenos a los españoles, porque los mismos indígenas vendieron sus tierras o bien porque la construcción de importantes edificios, como La Ermita y El Convento de Monserrat, sepultaron los antiguos solares de indios sobre los cuales se construyó. Todo ello facilitó el arribo de “gentes de otras calidades” a esa zona de la parcialidad de San Juan. A partir de los archivos notariales Flores ubicó además los datos generales de la población, entre los que destacan los oficios, abarcando también los talleres artesanales que, como en el barrio de La Merced, estudiado por Carmen Bernárdez, dio pie a un intenso desarrollo comercial.

Todas estas reflexiones provienen, de una u otra manera, de la experiencia urbanizadora de las últimas décadas en las capitales del país. El contraste entre la construcción de extensas unidades habitacionales, motivada por la especulación urbana y la inercia histórica que hasta ahora han permitido a los barrios permanecer vivos, no sólo apunta al pasado de un tipo de sociabilidad, sino a la amenaza de la extinción de formas de vida que, entre otras muchas cosas, pudieran servir de modelo para fortalecer comunidades autosuficientes.


 


1 Este libro es producto del Coloquio “Barrios y periferias en las ciudades americanas. Siglos xviii al xxi”, organizado por la Dirección de Estudios Históricos del inah y El Colegio Mexiquense a.c., los días 22 y 23 de noviembre de 2011.


2 Un trabajo clave que estudia los barrios desde su propio proceso histórico es el de Felipe Castro (coord.), Los indios y las ciudades de Nueva España, México, unam, 2010. Otro trabajo importante es: Ernesto Aréchiga Córdoba, Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal, México, Ediciones ¡UníoS!, 2003 (Sábado Distrito Federal).


3 La bibliografía sobre este punto es muy amplia. Para una excelente síntesis al respecto cfr. Alfonso Mendiola, “La función social de la historia”, Historia y Grafía, núm. 21, México, uia, 2003, pp. 103-132; Jean Francois Rioux y Jean Sirinelli Francois (coords.), Para una historia cultural, México, Taurus, 1999; y Norma Durán, “La transformación en las formas de lectura: del formalismo al contextualismo”, Formas de hacer la historia. Historiografía grecolatina y medieval, México, Ediciones Navarra, 2001.


4 Un par de ejemplos son Ignacio Manuel Altamirano, “Una visita a la Candelaria de los Patos”, en Emmanuel Carballo y José Luis Martínez, Páginas sobre la Ciudad de México, 1469-1987, México, Consejo de la Crónica de la Ciudad de México, 1988; y Manuel Payno, Los bandidos de Río Frío, México, Promexa Editores, 1979.


5 Autores contemporáneos que han seguido esa manera de describir los barrios respaldándose en un aparato histórico: cfr. Emma García Palacios, Los barrios antiguos de Puebla, Puebla, Centro de Estudios Históricos de Puebla, 1972; María Elena López Godínez, Juana del Carmen Santos Medel, Carretas, cargadores y barrios en el siglo xviii, Veracruz, Instituto Veracruzano de Cultura (Carpatacios), 1992; Alfonso Gorbea Soto, Vida y milagros en San José, Jalapa, Veracruz, Biblioteca Universidad Veracruzana, 1984; y Manuel Magaña Contreras, Remembranzas del Canal de la Viga, Iztacalco y Santa Anita, México, DDF-Delegación Iztacalco, 1993.


6 López Moreno Eduardo, “Barrios, colonias y fraccionamientos. Historia de la evolución de una familia temática de palabras que designa una fracción del espacio urbano. México”, en Marie France Prévôt Schapira Seminario Geografía urbana: nuevos paradigmas”, México, cemca/ciesas/Instituto Mora, 1998 (Cátedra de geografía humana “Elisee Reclus”; impartida del 2 al 10 de julio de 1998).


7 José R. Benítez, “Toponimia indígena de la Ciudad de México”, 27 Congreso Internacional de Americanistas, tomo II, actas de la primera sesión celebrada en la Ciudad de México, México, 1939; Alfonso Caso, “Los barrios antiguos de Tenochtitlan y Tlatelolco”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, México, enero-marzo de 1956; Agustín Ávila Méndez, “Antiguos barrios de indios de la Ciudad de México en el siglo xix”, Investigaciones sobre historia de la Ciudad de México, Cuadernos de Trabajo del Departamento de Investigaciones Históricas, vol. II, México, inah, 1974; Andrés Lira, Comunidades indígenas frente a la Ciudad de México. Tenochtitlan y Tlatelolco, sus pueblos y barrios, 1812-1919, México, El Colegio de México/El Colegio de Michoacán, 1983; Lucio Ernesto Maldonado Ojeda, “Barrios y colonias de la Ciudad de México (hacia 1850), Anuario de Estudios Urbanos, núm. 1, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1994; Marcela Dávalos, Los letrados interpretan la ciudad, México, inah, 2012; y Sergio Miranda Pacheco, Tacubaya: de suburbio veraniego a ciudad, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2008.


8 Este documento, considerado el primer censo de población en Michoacán fue publicado en: Fintan Benedict Warren (1963), “The Carvajal visitation: first spanish survey of Michoacán”, The Americas, vol. xix, núm. 4, abril, pp. 404-412.