Cruz, Itandehui
La espiral de los caracoles / Itandehui Cruz; ilustraciones de Claudia Navarro. –2da. edición - México: Ediciones SM, 2018

Formato digital – (El Barco de Vapor, Roja)
ISBN: 978-607-24-2863-8

1. Literatura mexicana 2. Familia – Literatura infantil 3. Amistad – Literatura infantil

Dewey 863 C78

 

LA VIDA EN ESTE LUGAR ES MUY TRANQUILA

Jueves, día 1

HOY mi papá me regaló una libreta con dibujos de caracoles para que escriba lo que yo quiera. Primero pensé en usarla en la escuela, pero la verdad no se me antoja porque tendría que llenarla con un montón de ejercicios aburridos o nombres de gente muerta y, acá entre nos, eso no se me hace nada divertido. Los caracoles son mis animales favoritos en el mundo entero y no puedo andar escribiendo cualquier cosa en esta libreta. Como no sabía qué hacer, me pasé toda la tarde pensando en una solución, por suerte solo necesité una bolsa de papitas extrapicantes y una congelada para decidirme; voy a hacer un diario. Aunque no quiero uno de esos cursis que muchas niñas llenan de corazoncitos rosas en el margen o con estampas de brillitos.

Por eso, para empezar, en lugar de diario decidí que sería mi bitácora. He escuchado en los programas de la tele que a veces mi papá ve, que así les dicen a los diarios de los exploradores y suena mucho más emocionante. Claro que a final de cuentas no hay muchas cosas interesantes que contar porque escribiré sobre mi vida, que es muy normal y hasta aburrida. Aunque, pensándolo bien, nadie va a venir a leer mi bitácora, así que no tengo que preocuparme por impresionar a los demás. Tampoco voy a anotar todo lo que me pase, porque cuando sea mayor y lo lea no me va a importar mucho si en tal o cual fecha me saqué un diez en la escuela, más bien querré acordarme de cosas importantes. Porque para eso se escriben las bitácoras, para no olvidar lo principal de la exploración.

Pensándolo bien, podría poner también lo que me platica mi papá. Como el secreto de los caracoles. Un día él me contó que los caracoles son así de lentos porque guardan el universo en su caparazón, una versión de todo, pero en chiquito, las galaxias, el cielo, hasta a mí con mi papá, y si se movieran más rápido, todo el mundo se caería de sentón a cada rato. También me dijo que si pudiéramos mirar hasta adentro de la espiral de sus caparazones, encontraríamos secretos interesantísimos y que tras cada uno de sus giros se encuentran las respuestas a todas las preguntas del mundo, aunque eso es un secreto que no se puede andar contando por ahí, porque algunas personas malvadas preguntarían cosas terribles y peligrosas, los caracoles podrían responderles y todos estaríamos perdidos.

Aunque todo esto debe ser cierto, ningún caracol me ha respondido nunca. He salido al jardín para hablar con ellos, también cuando está lloviendo y de todas formas no me dicen nada. Me he enfermado por eso y a ellos no les importa. Tampoco me responden cuando les doy de comer frente a la fuente de los pájaros, les pregunto cosas y ellos me miran y siguen comiendo su lechuga sin decir ni pío.

A veces creo que no me hablan porque no les caigo bien, a la mejor siguen enojados por la vez que abracé a Raimundo. Pero ya es hora de que me perdonen, digo, yo no sabía que no aguantaban los abrazos. Y eso que lo hice con cuidado. Puse al pobre Raimundo en mis manos y lo acerqué a mi corazón para que sintiera cuánto lo quería, como hace mi papá todos los días conmigo, pero, pues... fue demasiado fuerte para él. A mí no me pasa nada porque no tengo un caparazón delgado como ellos, pero los caracoles son diferentes, son delicados y especiales por sus espirales. Me acuerdo que ese día lloré mucho, pero como mi papá me apapachó se me olvidó un poquito. Ni modo, parece que los caracoles tienen mejor memoria que yo.

Otra cosa increíble de los caracoles es que le dijeron a mi papá que debía casarse con mi mamá para poder conocerme a mí. Él dice que en cuanto escuchó cómo iba a ser yo no lo pensó dos veces y fue a pedirle a mi mamá que estuvieran juntos para siempre. Ella, obviamente, dijo que sí. Se fueron de luna de miel a la Atlántida y luego nací yo. Ya sé que dicen que la Atlántida no existe, pero estoy segura de que mis papás iban en un crucero, se cayeron al mar en una tormenta muy fuerte y encontraron la ciudad hundida por accidente, mientras buceaban a la isla más cercana, donde se alimentaron de cocos y pescado hasta que los encontró un crucero de lujo que los regresó gratis a México por ser tan valientes.

Ahorita estarán ustedes preguntándose: “Bueno, sí, qué interesante lo de los caracoles y todo, pero ¿quién rayos es esta?”. Pues bien, me llamo Carolina. Mi papá me dice, cuando está de buenas, Caracolina. Es como mi nombre secreto, me lo puso mi mamá desde que yo habitaba en su panza. Mi papá me cuenta que ella decía que su panza estaba tan gorda como la concha de un caracol y que yo era una pequeña caracolina. Así que, fíjense, los caracoles sí son muy interesantes y forman parte de mi familia.

Así es, desde hace nueve años, casi diez, o sea, toda la vida, vivo solo con mi papá y los caracoles en esta casa. Ellos son como nuestras mascotas, en el jardín hay veintitrés y todos tienen nombre. No los enumero aquí porque sería muy largo. Isa, la más presumida del salón, me ha dicho varias veces que un caracol no puede ser una mascota porque no lo sacas de paseo, no le puedes rascar la panza, no viene cuando lo llamas ni hace trucos. Pero ella no sabe nada, los caracoles de nuestro jardín se acercan a la fuente cuando les vamos a dar lechuga, no necesitamos pasearlos pues a eso se dedican todo el día y aunque no los podemos abrazar fuerte, sí les damos golpecitos en el caparazón con el dedo, además de que también hacen cosas chistosas. Por ejemplo, una vez Greg se comió un cacho del papel de la portada de un libro sobre el mar que se me olvidó en el jardín, al libro le quedó un hoyo blanco en medio de dos delfines y las caquitas que dejó Greg en la puerta al día siguiente eran azules. Pero bueno, seguro Isa dice esas cosas porque no sabe nada de caracoles. Aunque es mejor que no sepa porque ella es de esas personas que acostumbran preguntar y decir tonterías. Como cuando se burlaron de que mi papá se encargara de mí. Según ellas los niños y los señores son unos tontos y no pueden hacer muchas cosas, como cuidar a una niña. Dicen que seguro por eso soy tan rara.

Yo les dije esa vez que mi papá no es un niño ni un señor, es un papá, y los papás sí pueden cuidar niñas. Y si no saben, van a aprender a una escuela para papás o toman un curso por correspondencia. No sé bien cómo es eso, pero mi papá dice que tomó uno con mi mamá y los papás de Diego, antes de que naciéramos, para aprender a cuidarnos, un psicopro... no sé qué —tenía un nombre muy difícil de pronunciar— y por eso estoy segura de que funciona. Mi papá es un buen papá y ni Diego ni yo somos raros. En la escuela dicen esas cosas porque no uso ropa de moda los días que nos dejan ir sin uniforme, prefiero embarrarme los calcetines de lodo en el recreo y me parece más divertido ver cómo caminan los insectos en las plantas que estar pegada al celular, que no hace nada útil. Cuando le cuento a mi papá lo que pasa en la escuela, él me responde que estamos en un país libre y que me vista como yo quiera, además, le gusta que no me interese tanto el teléfono, porque según él esos aparatos les chupan el cerebro a todos por las noches; yo creo que esa es la única explicación para muchas de las cosas que luego dicen o hacen mis compañeros en la escuela.

En fin, mi familia puede llegar a parecer extraña porque no es como la de casi todo el mundo. ¡Ah!, pero eso sí, muchas mamás cuidan solas a sus hijos y a nadie le parece raro. Sandra, la mejor amiga de Isa, vive solo con su mamá y nunca la han molestado diciéndole que ella no sabe cocinar ni limpiar ni ser amable, como dicen de los papás. Todo eso, además, son mentiras, yo de todos modos desayuno cosas ricas, mi casa siempre está limpia y soy muy feliz. A final de cuentas, una familia es una familia, sin importar cuántos sean o que tus mascotas no tengan pies..., lo dice la maestra.

Ahora seguramente se están preguntando por qué mi mamá no vive con nosotros, les contaré. Sucede que está en otra parte. Mi papá me platicó que cuando nací ella se puso tan contenta que se fue muy rápido a presumirles a los ángeles que yo era más bonita que ellos, justo como los caracoles habían dicho, se fue con tanta prisa al cielo que no le sellaron el pase de salida en el hospital y ya no la dejaron entrar nuevamente. Por eso, aunque Isa y Sandra se burlen diciendo que no tengo mamá, yo sé que es mentira. Aunque esté en el cielo, la tengo, ¿sí o no?

Además, mi papá vale por cien mamás, es el mejor. No lo digo porque sea el único que tengo o porque no conozca más papás, he visto otros y el mío es el más genial de todos. Trabaja en un lugar muy grande, con computadoras y robots. Puede arreglar y construir lo que sea, hasta las máquinas que aún no se han inventado. Siempre me está construyendo robots pequeñitos con los cartones de leche. No son como los de su trabajo, porque no hacen nada solitos, pero nos divertimos jugando con ellos hasta que se rompen.

Otra cosa que me gusta mucho de mi papá es que no solo piensa en máquinas, hay días en los que vamos al parque, usamos los juegos por horas y cuando ya estamos cansados nos tiramos en el pasto a ver las figuras que forman las nubes. Entonces mi papá me cuenta historias de todo lo que pasa en el cielo, donde está mamá, con lobos, dragones, castillos y helados gigantes, y yo nunca me pongo triste, porque ella realmente tiene suerte de estar en un lugar tan divertido.

Con mi papá puede pasar cualquier cosa y uno siempre aprende algo nuevo. Una vez, por ejemplo, desayunamos un bote de helado con fruta. Las cosas que aprendí esa vez fueron:

* A veces lo que más se nos antoja no es lo mejor.

* Si te levantas de tu cama calientita y lo primero que haces es comerte un bote entero de helado, lo más probable es que antes de que acabe el día regreses de nuevo a tu cama con un bien merecido resfriado y con dolor de estómago.

* Y todo tiene su lado bueno, hasta un resfriado marca diablo.

Ese mismo día, antes de dormir, mi papá me preparó un té de limón con miel muy caliente, me envolvió como tamal en las cobijas y se quedó toda la noche a vigilar que los virus no me comieran. Al otro día yo ya no tenía nada, pero él parecía un muerto viviente y entonces yo tuve que prepararle el té. Por suerte hace poco tiempo aprendí a usar la estufa. Me quemé un poquito en la mano, pero eso solo lo sabe Diego, además, la marca ya casi ni se ve, parece un lunar.

Hasta aquí voy a dejar el chisme, todo el asunto tenía que ver con el uso que le daré a la libreta. Ya lo decidí, va a ser mi bitácora y estas son las anotaciones del primer día. Espero que mañana pase algo emocionante para escribirlo.