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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Suzanne McMinn. Todos los derechos reservados.

TRAICIÓN DE MUJER, N.º 81 - 3.8.12

Título original: Cole Dempsey’s Back in Town

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Este título fue publicado originalmente en español en 2005.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-236-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

La casa parecía la misma.

Menos por el cadáver, por supuesto.

Cole Dempsey contempló el sendero flanqueado de robles que llevaba al pórtico de columnas de la plantación Bellefleur. Aquella monstruosidad de imitación clásica había presidido sus fantasías diurnas y sus pesadillas nocturnas durante quince largos y amargos años. Alguien le debía algo. Y había ido a saldar la deuda.

Azalea Bend, Luisiana. Cole Dempsey había regresado. Y esa vez pensaba reclamar lo que en justicia le correspondía.

Bajó del deportivo negro al principio del sendero, prefiriendo llegar a pie hasta la puerta, con la maleta en la mano. Necesitaba tiempo para asimilar lo que estaba viendo, para interiorizar que aquella casa no era una visión espectral: era real. Ante sus ojos, la mansión se levantaba tan eterna e intemporal como el legendario Misisipi que corría cerca, albergando sus propios secretos, sus mentiras, sus miedos, sus fantasmas. Y a la dulce y falsa Bryn Louvel.

El aire perfumado de magnolias y la brisa fresca procedente del río le evocaron un océano de recuerdos. Entre los rumores y susurros de aquel crepúsculo de primavera se agitaban los sonidos del pasado: el eco mental de otra noche de mayo. El desgarrado chillido que ni un solo habitante de St. Salome Parish lograría olvidar nunca, los resonantes pasos, el griterío en la densa noche, los sollozos de una madre… y la terrible acusación que había resonado en sus oídos como un disparo.

Las luces de aquel pórtico con columnas parecían atraerlo como un imán.

Le habían reservado el dormitorio de la esquina, en el segundo piso, con vistas al río. La Suite de la Adelfa, como le habían dicho que ahora se llamaba, con una lujosa cama de dosel y un balcón privado. Todas las habitaciones incluían un surtido de bebidas, una visita guiada a la mansión y un servicio de desayuno con café, zumo y pasteles de boniato, una especialidad de la plantación Bellefleur. Todo lo cual no podía importarle menos, por supuesto.

Subió a grandes zancadas los escalones del pórtico e hizo sonar la pesada aldaba de bronce. Al alzar la vista, descubrió que la pintura de los muros laterales se estaba cayendo. Los jardines de alrededor, al menos lo poco que podía ver de los mismos a la luz del porche, se encontraban bastante descuidados. Aquella mansión dieciochesca había logrado sobrevivir a la era colonial, a la guerra civil y a los estragos del tiempo. Pero parecía que el asesinato había conseguido doblegarla.

Una pequeña placa en la puerta anunciaba que se abría a las visitas del público entre semana, de nueve de la mañana a cuatro de la tarde. No pudo menos que imaginarse lo mucho que eso habría debido enfadar al padre de Bryn.

De repente, el sonido de unos pasos acercándose a la puerta le aceleró el pulso. Necesitaba a Bryn. Nunca podría descubrir la verdad sin su ayuda.

Pero no fue ella quien lo recibió, sino una joven de unos veinte años, de pelo rubio y rizado, de expresión jovial, desenfadada.

—¡Bienvenido a Bellefleur! —lo invitó a pasar al majestuoso vestíbulo, iluminado por una gran araña de cristal. Su voz y sus movimientos rebosaban energía.

Una escalera curva se elevaba al fondo, flanqueada por dos enormes pinturas representando a los antiguos señores de la mansión. A cada lado, sendas puertas de arco llevaban a sus correspondientes habitaciones. Cole sabía que una de ellas era un salón y la otra una biblioteca, ambas decoradas al antiguo estilo colonial.

—Me llamo Melodie Laid. Usted debe de ser el señor Granville —después de cerrar la puerta, la joven se situó detrás de una pequeña mesa rococó, en el centro del vestíbulo.

Abrió el libro de clientes y sacó una pluma estilográfica. Cole dejó la maleta en el suelo.

—Me temo que no. Soy Dempsey, Cole Dempsey, pero trabajo para la agencia Granville. Debió de producirse una confusión cuando mi secretaria hizo la reserva —esbozó una de sus encantadoras sonrisas.

Por supuesto, no se había producido malentendido alguno. Nunca había que advertir al enemigo. Había aprendido eso y mucho más en la facultad de Derecho.

—¡Oh! Bueno, el señor Dempsey entonces —la joven esperó a que firmara en el libro antes de soltar su discurso con tono alegre y animado—: Estamos encantados de que haya escogido el Bed and Breakfast Bellefleur para su estancia en el País de las Plantaciones del Sur. Nuestra especialidad son las evasiones de las tres tes: teléfono, tráfico y televisión. Si necesita usar un teléfono, hay uno disponible en nuestro despacho. También estaremos encantados de asesorarle para cualquiera de las visitas turísticas que…

Cole la cortó en seco.

—He venido a trabajar.

—Entiendo. Hay cafetera, horno microondas y una pequeña nevera en cada habitación. Veamos, ha venido para quedarse dos semanas, ¿verdad? —consultó otro libro.

—Puede que me quede más tiempo, si la habitación sigue disponible.

La joven pareció sorprendida, pero asintió rápidamente.

—¡Eso sería estupendo! Avisaré a la señorita Louvel. Hemos abierto hace muy poco, así que no tenemos muchas reservas. De hecho, esta noche usted es nuestro primer huésped.

Eso ya lo había averiguado Cole en su investigación previa. Convertir la antigua casa de plantación en un Bed and Breakfast había sido un último esfuerzo por salvarla del embargo. Los impuestos inmobiliarios eran implacables. Ya antes de que la estrella de Cole decayera, los Louvel habían atravesado momentos muy duros.

Pero en su corazón ya no quedaba ni una brizna de compasión para nadie de Azalea Bend, y mucho menos para un Louvel. Después de todo, ellos no habían tenido ninguna ni con él ni con su familia.

—Le enseñaré su habitación —le ofreció Melodie, señalándole la gran escalera curva que se levantaba al fondo—. Si le apetece, puede quedarse en ella o salir a pasear por el río. Mañana, si quiere, puedo hacerle un recorrido guiado por la mansión.

—Preferiría que me lo hiciera la señorita Louvel.

Una expresión de súbita desconfianza asomó a los ojos de Melodie.

—Es la propietaria de la casa, ¿no? —explicó él—. Preferiría que fuera ella quien me contara su historia. Esperaré hasta que esté disponible.

—Sí, ella es la propietaria de la casa, señor Dempsey.

Vio que le lanzaba otra larga y cauta mirada, y por un segundo sospechó. El apellido Dempsey… ¿significaría algo para ella? Pese a su juventud, tal vez había escuchado la antigua historia…

—Seguro que la señorita Louvel se sentirá encantada de enseñarle mañana la mansión —dijo al fin Melodie—. ¿Subimos? —y se dirigió hacia las escaleras.

La habitación respondía exactamente a lo publicitado. Amplia, limpia. Desnuda de cualquier detalle que evocara que la brutalmente asesinada Aimee Louvel solía dormir allí.

—Por favor, siéntase como en su casa en Bellefleur —le dijo Melodie antes de salir de la habitación.

En la mesa baja del salón había una jarra de agua con hielo al lado de una botella de vino, con un surtido de queso, galletas saladas y queso. Tomó un vaso de cristal y se sirvió una copa.

Se la llevó cuando bajó de nuevo las escaleras. Atravesó el salón apenas iluminado y el comedor a oscuras, hasta llegar al portal trasero de la mansión. Apoyado en una columna, clavó la vista en las negras sombras detrás de las cuales sabía se ocultaban el bosque y el río. Bebió un sorbo de vino, cerró los ojos y se dejó envolver por los fantasmas del pasado. Se preguntó, no por primera vez, qué aspecto ofrecería Bryn después de tanto tiempo. Ahora tendría unos treinta y un años. Estaría preciosa. Su hermana gemela Aimee y ella: dos princesas de cuento encerradas en un castillo. Ricas, mimadas, protegidas. Dos perfectas hadas de cabello dorado y ojos de color violeta. La última vez que había conocido la esperanza, había estado en aquel mismo lugar, sosteniendo la mano adolescente de Bryn…

Cuando abrió de nuevo los ojos y se volvió hacia la casa, la vio.

 

 

No podía ser él. Pero lo era.

Estaba apoyado en la blanca columna del portal, con una copa de vino en la mano, y la observaba con aquella dominante mirada suya que tan bien recordaba. Se irguió luego con toda naturalidad, como si estuviera en su propia casa. Cuando salió de entre las sombras, el fantasma del pasado se vio sustituido por la realidad del presente.

Lo primero que la impresionó fue lo mucho que había crecido: tuvo que levantar la cabeza para mirarlo. Cole Dempsey era todo un hombre, moreno, de anchos hombros y figura esbelta. Incapaz de evitarlo, evocó las noches que habían pasado juntos, explorando sus cuerpos adolescentes. Experimentando el gozo y la pasión de su primer amor. Perdió el aliento a la vez que se le aceleraba dolorosamente el pulso.

Se detestó por ello, pero no tuvo más remedio que retroceder un paso y esforzarse por controlar el caos emocional que acababa de provocarle al aparecer de manera tan repentina. A traición.

—No sé qué diablos estás haciendo aquí, Cole, ni lo que pretendes conseguir con ello —le dijo con tono firme, pese a que le temblaban las piernas—. Pero ya puedes ir haciendo de nuevo las maletas. No eres bienvenido en Bellefleur.

La tensión podía cortarse en el aire. El simple hecho de mirarlo la llenaba de terror, de angustia. Por mucho tiempo que hubiera pasado desde entonces, Cole Dempsey representaba un momento de su vida que habría dado cualquier cosa por olvidar. Porque su primer amor había muerto junto con su hermana.

No podía mirarlo sin pensar en su padre y en todo lo que había sucedido aquella terrible noche que lo cambió todo para siempre.

—No voy a irme a ninguna parte, Bryn —replicó él, rompiendo el pétreo silencio—. Y tú no puedes echarme —avanzó otro paso hacia ella, como si quisiera acercársele poco a poco. Dejó la copa en una mesa cercana.

—Vaya, eso suena muy maduro por tu parte, Cole. Veo que has crecido.

—Tú sí que has crecido —replicó, mirándola descaradamente—. Bryn Louvel, una mujer de los pies a la cabeza.

—Exactamente. He crecido. Ésta es mi casa y me gustaría que te marcharas.

—Ah, desde luego que es tu casa… —continuó avanzando hacia ella—… pero también es tu negocio. ¡Cómo cambia la vida! A mi padre le pagaban por trabajar aquí. Ahora soy yo quien te está pagando a ti. Irónico, ¡no te parece?

Se negó a responder a su burla.

—No menciones a tu padre en esta casa.

Cole se hallaba en aquel momento frente a ella, abrumándola con su cercanía.

—¿Qué hay del tuyo, Bryn? —le preguntó, bajando peligrosamente la voz—. ¿Puedo mencionarlo?

—Murió. Murieron todos. Tu padre, el mío, Aimee. Todo ha terminado, Cole. Así que márchate. Sal de mi casa

—No. No ha terminado todavía —la desafió tranquilo, como si no estuvieran hablando del asesinato que quince años atrás había destrozado ambas familias—. ¿Sabes que la muerte de Aimee es el crimen más antiguo de los que quedan sin resolver en St. Salome Parish?

—Ese crimen está resuelto.

—Oh, por supuesto que no está resuelto —dio otro paso hacia ella y la obligó a retroceder, haciéndola tropezar con una maceta de flores. Se apresuró a sostenerla, agarrándola de los hombros—. Pero yo he venido aquí a resolverlo. Y tú me ayudarás.

Le puso las manos en el pecho y lo empujó.

—Suéltame, Cole.

Obedeció, pero el calor de su contacto persistía en su piel, al igual que la terrible amenaza de sus palabras. La asustaba, y el pensamiento en sí mismo resultaba inquietante. Porque jamás antes había sentido miedo de Cole.

Quince años atrás, lo había amado. Fue la primera y la única vez en su vida que había entregado de esa manera su corazón a alguien. Pero Cole había formado parte de aquel horror. Pertenecía a otro tiempo, a otra vida, y no tenía cabida alguna en su presente. Ya no era el chico tierno del que se había enamorado, y tampoco ella era la ingenua adolescente de entonces. A sus treinta y dos años, podía ver que el rostro de Cole había madurado en belleza, pero también en frialdad. Y sus ojos… sus ojos eran lo peor. Los habría reconocido en cualquier parte, y sin embargo eran distintos. Pequeñas vetas de oro surcaban sus pupilas de un verde brillante. Eran hermosos pero a la vez amargos, duros.

—Si has venido aquí para hurgar en el pasado, lo último que pienso hacer es ayudarte —le aseguró—. Así que me temo que estás perdiendo el tiempo. Hay varios moteles cerca del pueblo que…

—Tienes un negocio, Bryn —la interrumpió, sacudiendo la cabeza—. ¿Qué clase de empresaria ahuyenta a sus propios clientes? Sobre todo tratándose de un negocio como el tuyo, tan necesitado de dinero.

Procuró disimular el certero impacto de sus palabras. Sí, Bellefleur estaba en problemas. Cuando se hundió el ingenio azucarero, habían estado a punto de perderlo todo. La afición a la bebida y al juego de su padre habían consumido los últimos años de su vida. Maurice Louvel se había ahogado en alcohol y deudas hasta que ya no pudo volver a salir a la superficie y se pegó un tiro.

—Tu padre nos arruinó la vida —le espetó ella—. Consiguió la venganza que estaba buscando. Asesinó a Aimee y destrozó a mi padre.

—¿Y tu padre no hizo nada?

—Tu padre se mereció todo lo que le pasó —replicó Bryn—. Por lo que le hizo a Aimee. ¿Cómo te atreves a pedirme que me preocupe por lo que le sucedió después de aquello? ¿Crees acaso que fue fácil para mi familia?

Sus pesadillas en torno a lo ocurrido aquella noche eran tan vívidas como fantasmales. Una y otra vez seguía escuchando los chillidos de su hermana, los gritos de su madre en la oscuridad, la frenética carrera de su padre, las luces de las linternas barriendo los alrededores de la casa y los gritos de furor, el estampido de un tiro y el silencio. El silencio era lo más horrible de todo.

En el silencio siempre veía a Aimee, tendida boca arriba en el borde de la piscina, ensangrentada, muerta. Y a Wade Dempsey a su lado, en la orilla del estanque, con una bala alojada en el pecho, mirando sin ver el cielo estrellado. Una bala disparada por Maurice Louvel.

Diez años después, el padre de Bryn había elegido para suicidarse aquel mismo lugar. Un tribunal lo había absuelto, pero nunca pudo perdonarse a sí mismo por haber desencadenado la venganza que Wade Dempsey se tomó con Aimee. Al final, él mismo se había culpado de la muerte de su hija.

La voz de Cole era tan amarga como su mirada.

—Oh, espero de verdad que fuera muy difícil, Bryn. Que os resultara muy difícil a todos. Porque aquella noche tu padre fue juez y verdugo a la vez.

—Estaba como loco. ¿Quién no lo habría estado al ver a su propia hija asesinada?

—Sé perfectamente lo que ocurrió. Locura transitoria. Lo dejaron libre sin cargos. Ningún tribunal de St. Salome Parish habría condenado al ciudadano más poderoso del pueblo, héroe de guerra para colmo. Incluso aunque todo hubiera sido una mentira, por supuesto —seguía mirándola con atroz fijeza—. Mentira, todo mentira. ¿Sabías que me he leído hasta el último documento relacionado con el caso, Bryn? ¿Lo sabías?

—No —respondió al fin. No podía soportarlo. No quería saber nada más de aquello. Una amarga discusión entre sus padres, otra más todavía peor después de que Maurice disparara contra Wade Dempsey, y el horror de todo lo que siguió. Era demasiado.

Bryn nunca olvidaría la expresión con que la miró Cole varios meses después, en la sala del tribunal, cuando el juez dictó sentencia y Maurice salió absuelto de la acusación de asesinato. Se había sentido traicionado por ella. Aunque en realidad ya lo había perdido antes de aquel último día de juicio, y ya no hubo posibilidad de marcha atrás.

Había tenido que empezar de nuevo, al igual que habían hecho el propio Cole y su madre cuando dejaron Azalea Bend. Su padre, sin embargo, no lo había conseguido. Maurice había perdido aquella noche algo más que una hija. Había perdido las ganas de trabajar e incluso de vivir. Su negocio arruinado, su familia destrozada. Nada había sido lo mismo desde entonces.

—Tu padre mintió —le espetó en aquel momento Cole—. Tu madre mintió. Y tú también mentiste, Bryn. Ambos lo sabemos.

La culpa era algo terrible, pero Bryn había aprendido a vivir con ella. La única mentira que había dicho jamás cambiaría el hecho de que Wade Dempsey había asesinado a Aimee. Pero ni el honor de su padre ni la honra de su madre bastó para consolarlos de la pérdida de su hija.

Y por eso, para salvar lo poco que quedaba de la familia, honor y honra, Bryn había mentido. Para Cole, había sido una traición. Para ella, su única opción a favor de la supervivencia de los Louvel.

—Vete, Cole. Si no puedes superar el pasado, el problema es tuyo, no mío.

—Ahí te equivocas. También es tu problema… porque ni tú ni tu familia fuisteis los únicos que mintieron. El pueblo entero está lleno de mentirosos, y si hace quince años no fui capaz de demostrarlo, ahora la situación es diferente.

A Bryn se le congeló la sangre en las venas. No era la primera vez que escuchaba la desquiciada teoría de Cole sobre una conspiración colectiva. A sus diecisiete años, ya se había mostrado decidido a demostrar la inocencia de su padre. Pero ya no los tenía.

Sabía que culpaba a todo el pueblo del crimen de su padre, ella incluida. Le había hecho mucho daño, de eso era consciente. Pero él también se lo había hecho a ella, más quizá de lo que podía imaginar. Nunca había estado más encariñada con nadie que con su propia hermana… hasta que se enamoró de Cole. Para terminar perdiéndolos a ambos en una sola noche.

Cole todavía podía hacerle daño. Pero ella tenía un negocio que mantener y levantar, y todo dependía de su éxito.

—No pienso hablar contigo del asesinato de Aimee, Cole. Ni ahora ni nunca.

—Es tarde, y me doy cuenta de que el hecho de haberme vuelto a ver te ha… afectado mucho. Ya hablaremos mañana.

—Yo no estoy afectada. Ni tan traumatizada por el pasado como tú pareces estarlo —retrocedió un paso más, chocando con la columna que tenía a la espalda.

—¿Sabías que soy abogado? —continuó con tono firme y tranquilo. El hielo de su mirada le provocaba escalofríos—. Pues sí. Acabé la carrera y salí adelante, algo que nadie en Azalea Bend habría creído posible. Y tú tampoco, ¿verdad, Bryn?

Estaba muy cerca. Bryn se mantenía pegada a la columna, sin posibilidad alguna de escapar.

—Estás delante del socio más reciente de Granville, Piers y Rousseau. Es el despacho de abogados más importante de Baton Rouge —alzó una mano para acariciarle una mejilla con las yemas de los dedos, acelerándole el corazón—. Ya no soy un chico, Bryn. Esta vez no saldré huyendo para lamerme las heridas en un rincón. He dejado de ser una víctima de los Louvel. Voy a acabar y a cerrar este asunto, de una vez por todas.

Bryn se quedó sobrecogida. Era cierto que había triunfado: si no por su aspecto, vestido sencillamente con un polo y unos vaqueros, lo sabía por el lujoso deportivo que había dejado aparcado en el sendero de entrada. Cole Dempsey era un triunfador, pero lo que más la preocupaba era la fuerza interior que lo había movido a perseguir y alcanzar el éxito.

Era un hombre con una misión. Pero esa misión… ¿era de justicia o de venganza?

Capítulo 2

 

Se arrepintió de haber mandado a Melodie a casa.

Bryn se abrazó las rodillas, sentada en su lujosa cama de dosel del dormitorio del primer piso. Disponía de su propio salón y despacho. Había sido la suite de sus padres, que ella se había reservado para sí cuando repartió el resto del espacio.

Durante los años siguientes a la muerte de Aimee, su madre había pasado más tiempo dentro que fuera de los hospitales, curándose una profunda depresión.

Patsy Louvel finalmente había regresado a Bellefleur, pero no a la mansión, sino a una de las cabañas de la finca. Allí se había encerrado con sus adoradas camelias, primero sola, a rumiar su dolor, y posteriormente atendida de manera constante por una enfermera.

A veces Bryn pensaba que amaba y odiaba Bellefleur a partes iguales. De lo que estaba segura era de que, después de más de doscientos años, no sería la última Louvel que la abandonase. Tenía planes, muchos planes. Otras familias de la legendaria River Road de Luisiana, que atravesaba el estado siguiendo el curso del Misisipi, habían encontrado la manera de conservar sus plantaciones. Ofrecían alojamiento, visitas turísticas, recorridos históricos…

Poco a poco iría consiguiendo el dinero necesario para restaurar debidamente la mansión y los jardines, y devolverles de esa forma su antigua gloria. El orgullo de su padre y una señorial concepción de la nobleza familiar no se lo habían permitido, pero ahora era Bryn quien estaba al mando de la propiedad. Nada más terminar el instituto había estudiado turismo y había trabajado en varias plantaciones históricas, a la sazón convertidas en prósperos negocios. Había hecho de todo: desde recepcionista hasta guía turística, para terminar convirtiéndose en administradora. No le había quedado mucho tiempo para las relaciones personales, pero tampoco le había importado. Salvar Bellefleur había sido su principal objetivo.

Había comenzado de manera muy modesta, con Melodie trabajando a media jornada mientras terminaba sus estudios. Pero las posibilidades eran infinitas. Estaba incluso en proceso de convencer a un cocinero creole, que antaño había trabajado para sus padres, para que montara un restaurante en la propia Bellefleur… si podía financiarlo. Primero tenía que convencer al banco de que podía triunfar con el bed and breakfast que ya había abierto.

Pero de repente Cole había aparecido… para ponerlo todo en peligro.

Había desenterrado un viejo escándalo cuando Bryn estaba punto de situar a Bellefleur entre los destinos turísticos de moda en la zona. No necesitaba para nada que el rumor de un antiguo asesinato echara a perder sus posibilidades. Sobre todo si Cole seguía empeñado en demostrar que se trataba de un asesinato pendiente de resolver. Eso significaba que el asesino seguía suelto, posiblemente incluso cerca de Bellefleur. Lo cual no era más que un disparate, pero un disparate que afectaría negativamente a su negocio.

Se levantó de la cama, caminó hasta el balcón, apartó las cortinas de seda y se quedó contemplando la noche oscura. Cole había reservado habitación para dos semanas y le había preguntado a Melodie si podía quedarse más tiempo. El hecho de haberlo visto de nuevo no había podido afectarla más. Todavía seguía bajo los efectos del shock.

Su rostro de rasgos duros, como esculpidos en piedra, en poco se parecía al del delicado adolescente que la había cortejado durante aquel lejano verano, quince años atrás, en los jardines de la finca. Había abandonado sus campos de caña para buscarla, brillantes de sudor los músculos de los brazos bajo el inclemente sol. Recordaba bien aquella primera vez. Se la había quedado mirando con sus grandes ojos, le había sonreído y, lentamente, susurrándole tiernas palabras y robándole pequeños besos, había terminado por arrastrarla a su mágico mundo de esperanzas y de sueños. Siempre había querido triunfar, hacerse un nombre, ser alguien. Ya entonces había descollado por su arrogancia y ambición.

Y ella, que siempre había llevado una vida privilegiada, se quedó conmovida e impresionada por lo que le contó. En aquellos días lo había tenido todo, pero tenía miedo hasta de su propia sombra. Él, por el contrario, carecía de todo pero poseía la confianza necesaria para emprender cualquier cosa. Juntos concertaron citas secretas, a veces con la ayuda de Aimee y otras sin ella… como la noche en que la convenció de que bajara al jardín, por la enredadera que crecía bajo su ventana, y le hizo el amor por primera vez bajo el cielo estrellado.

Cole le había hecho creer que ella, al igual que él, podía conseguirlo todo. Pero lo cierto fue que ninguno de los dos pudo evitar el curso de acontecimientos que acabó separándolos.

Lo maldijo una vez más por haber vuelto.

De repente sonó el teléfono de su despacho. Caminó descalza por el suelo de madera de pino y lo descolgó. Ninguna de las habitaciones incluía aparatos de teléfono para facilitar a sus huéspedes un ambiente tranquilo y sereno durante su estancia. Los únicos existentes estaban en su despacho particular y en la oficina del piso bajo.

—Sólo llamaba para saber cómo te había ido en tu entrevista con el banco.

Era Drake Cavanaugh. Bryn vaciló antes de responder, pese a que era su mejor amigo y había permanecido a su lado desde la muerte de Aimee. Su relación se había profundizado con el tiempo, y sólo recientemente Drake le había expresado su deseo de dar un salto cualitativo. Su petición de matrimonio la había tomado completamente desprevenida, aunque los indicios de cierto cambio de sentimientos habían estado presentes, sin que ella se hubiera dado cuenta. Y ahora que Cole había vuelto, sabía por qué.

Porque había enterrado sus sentimientos quince años atrás. Había amado a Cole con todo su corazón, y cuando se lo rompió había estado a punto de morir de pena, de tristeza. Desde entonces no había hecho otra cosa que protegerse a sí misma. Incluso con Drake.

—Fue bien —contestó al fin—. Pero necesito que este año me vaya bien, eso es todo. Luego echaré una mirada a los libros y decidiré si estoy preparada o no para solicitar un crédito.

—Podríamos pedirlo juntos y lo tendrías ahora mismo.

—Lo sé —sujetando el auricular con el hombro, se sentó en el cómodo sillón de su escritorio—. Pero tú también sabes que no lo haría —sobre todo en aquel momento, cuando Drake ya le había confesado lo que sentía por ella. Aún no había tomado una decisión respecto a su petición de matrimonio.

—De todas maneras, yo te lo seguiré ofreciendo —replicó. Al ver que se quedaba callada, le preguntó—: ¿Pasa algo malo?

No tenía sentido ocultárselo. Melodie era una cotilla sin remedio. Para el día siguiente se habría enterado todo el pueblo. Tan pronto como Melodie mencionara el nombre de su nuevo huésped, la gente lo reconocería. Era muy joven, pero aún así quizá había escuchado la historia. O tal vez había oído el nombre. Dempsey era un apellido bastante común, pero eran muchos los antiguos residentes de Azalea Bend que recordarían lo sucedido.

—Cole Dempsey ha vuelto.

—Estás de broma.

Esa vez fue Drake quien se quedó callado.

—Ojalá. Está aquí. Ha reservado una habitación —oyó que su amigo maldecía entre dientes—. Es abogado. En Baton Rouge. ¿Has oído hablar de Granville, Piers y Rousseau?

—¿Está con ellos? —inquirió, sorprendido.

—Sí. O al menos eso me ha dicho él.

—¿Quieres que me pase por allí? Esta noche me quedaré en la ciudad, pero mañana…

—No. Estoy bien —como miembro del Congreso del Estado, Drake pasaba la mayor parte del tiempo en Baton Rouge, pero conservaba la antigua casa de sus padres en Azalea Bend para sus frecuentes visitas a St. Salome Parish—. Pero quizá podrías investigarlo un poco. Enterarte de si en realidad trabaja para ese despacho de abogados.

No creía que Cole le hubiera mentido. Aun así, lo prudente era asegurarse. No se le ocurría otra cosa que hacer mientras tanto. Le prometió a Drake que lo llamaría si su huésped le causaba problemas, pero sabía que no lo haría. Drake y Cole nunca habían sido amigos. Como fiscal de St. Salome Parish, el padre de Drake había preparado la acusación contra Maurice Louvel, que derivó finalmente en su absolución. Toda una farsa, según Cole.