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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Lisa Childs-Theeuwes. Todos los derechos reservados.

SECRETOS COMPARTIDOS, N.º 77 - mayo 2018

Título original: Sarah’s Secrets

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2005.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-238-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Acerca de la autora

Personajes

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Acerca de la autora

 

Lisa Childs lleva escribiendo desde que aprendió a formar frases. A los siete años ganó su primer premio literario y fue entrevistada por el periódico local de su ciudad. El argumento de la historia se entretejía alrededor de un secuestro, algo que seguramente deseaba que ocurriera con alguno de sus seis hermanos. Su nacimiento, el día de Todos los Santos, probablemente predestinó una vida dedicada a escribir historias de intriga. Lo cierto es que disfruta con la mezcla de suspense y romance.

Personajes

 

Sarah Mars-Hutchins: Los secretos de la joven viuda amenazaban la vida de su hijo.

 

Royce Graham: ¿Acaso al buscar a Sarah había llevado el peligro hasta su puerta?

 

Bart McCarthy: Su última voluntad provocó la búsqueda de Royce.

 

Donald Graham: El padre de Royce hubiera hecho cualquier cosa para proteger a su socio.

 

Ayudante Jones: Está deseoso de demostrar su valía y convertirse en el héroe de Sarah

 

Alan McCarthy: El resentimiento hacia su hermano muerto también se extendía hasta su hija.

 

Donny McCarthy: Su lucha con las drogas lo había privado de escrúpulos.

 

Pamela McCarthy: Ya que su ex marido no mantenía a su hija enferma, ella había encontrado otras formas de hacerlo.

 

Lionel Patterson: El guardia podría morir antes de delatar a sus cómplices.

 

Sheriff Matthews: El policía confió en su amigo para que protegiera a Sarah y a su hijo.

 

Jeremy Hutchins: Lo único que quería era un padre, pero necesitaba que un héroe le salvara la vida.

Capítulo 1

 

Mientras caminaba por el pasillo de la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital, Royce Graham se quitó la gabardina y se pasó la mano por el pelo mojado. Se acercó a un hombre que estaba apoyado en la pared y se detuvo tras él.

—Papá.

El anciano se volvió. Había envejecido desde la última vez que Royce lo había visto. Tenía arrugas alrededor de los labios, y el pelo plateado se le había vuelto blanco.

—Has venido —le dijo a Royce, con cierta sorpresa reflejada en los ojos azules.

—Porque tú me has llamado.

—Quiere verte a ti.

Royce dejó escapar un suspiro. Su padre no era el que quería que estuviera allí, no lo habría llamado de no ser porque se lo habían pedido. El rechazo no era nuevo, pero de todos modos seguía doliéndole.

—¿Por qué?

—Se está muriendo, Royce —respondió su padre, con un gesto de dolor.

Royce apretó los puños para no tenderle los brazos a su padre. No tenía ningún consuelo que ofrecerle a Donald Graham mientas esperaba la muerte de su mejor amigo. Al menos, ningún consuelo que el viejo fuera a aceptar.

—Lo siento. ¿Qué ha ocurrido?

—Le han disparado —dijo Donald Graham, con la voz rota, con la rabia y la impotencia en el semblante—. Alguien le disparó.

—¿Quién?

—Sorprendió a un ladrón en el despacho de su casa. No vio quién era, pero el criminal le disparó y le limpió la caja fuerte. Se llevaron el dinero, documentos, todo. Le dije cien veces que tenía que instalar un buen sistema de alarma, sobre todo después de todos los robos que ha habido en la empresa. Seguramente, podría haber sacado un buen precio en un equipo para su casa cuando acrecentamos las medidas de seguridad allí. El muy agarrado…

Pese a la gravedad de la situación, Royce no pudo evitar esbozar una sonrisa irónica. Su padre esperaba que todo el mundo hiciera lo que él ordenaba.

—¿Puede hablar?

Donald entrecerró los ojos, irritado.

—¿Acaso no te he dicho que ha preguntado por ti? No sé por qué, pero dice que sólo te contará a ti lo que quiere. Entra ahí. Los médicos dicen que no le queda mucho tiempo.

Royce se sintió abrumado. Bart McCarthy siempre había sido una fuerte presencia en su vida. Era su padrino.

—¿Es esa habitación?

Donald asintió y tomó la gabardina del brazo de Royce.

—Sólo quiere hablar contigo —le dijo, con amargura.

Royce pasó por delante de él y abrió la puerta. Mientras Bart McCarthy luchaba por respirar, las máquinas a las que estaba conectado su frágil cuerpo emitían sonidos.

Royce había tenido miedo de aquel hombre en su niñez, hasta que había sabido que bajo sus ladridos había una naturaleza generosa y buena. Sintió una profunda tristeza. Y algo más, que le hizo cerrar los ojos.

—Bart…

Bart abrió los ojos y lo miró. La voz le salió en un susurro.

—Has venido.

Royce se acercó a la cama.

—Claro —dijo, forzando una sonrisa—. Le dijiste al viejo que viniera, y yo no me he atrevido a desobedecer.

—Listillo…

—Eh, no malgastes tus fuerzas en insultos. Tienes que ahorrarlas para luchar —dijo, y agarró con fuerza los barrotes de hierro de la cama.

El orgullo se encendió en los ojos verdes del anciano.

—Luchar…

Royce asintió.

—Tienes que luchar. Quiero saber lo que ocurrió anoche.

Cuando Bart abrió la boca, Royce alzó una mano.

—Pero no deberías excitarte demasiado.

El orgullo ardió aún más.

—He soportado los disparos… pero… sin embargo… no debería excitarme…

Royce se rió suavemente.

—Aquí tenemos el espíritu McCarthy. Bueno, ¿vas a decirme lo que ocurrió anoche para que pueda encontrar al desgraciado que lo hizo?

—Estaba… demasiado oscuro. No vi nada…

Royce se sintió frustrado. Quería saber quién le había hecho aquello al viejo dragón…

—Tengo que pedirte…

Una tos retumbó en el frágil pecho de su padrino. Él le tomó la mano.

—Lo que quieras. Dímelo…

—Encuentra…

Se le cayeron los párpados sobre los ojos mientras se le escapaba la consciencia.

—¿Qué? ¿A quién?

Los dedos delgados se cerraron sobre su mano, agarrándolo con fiereza.

—Encuentra a Sarah…

Royce sostuvo la mano de su padrino, pero los dedos del anciano se debilitaron y cayeron a la cama.

—¿Bart?

—Sarah…

Un murmullo surgió desde la cama.

—Sarah Mars…

 

 

Sarah cerró los ojos e imaginó cómo sería la casa cuando la terminara la constructora. Suyo. Algo suyo por completo, algo que nadie le habría dado, ni heredado, ni en préstamo. Suyo. Como su propio hijo. Se le escapó un suspiro de nostalgia.

—¿Hay alguna cosa que no le parezca bien, señora Hutchins?

La constructora vacilaba a su lado, con un respetuoso interés por la opinión de Sarah. Una mujer que no era de la ciudad. Aquellos eran los únicos que la respetaban. Los extraños.

—No, todo está perfecto.

—Supongo que es difícil imaginarse el resultado final…

—No, no lo es —respondió ella, y le dio unas palmaditas en el brazo a la mujer—. Está perfecto.

—Me alegro de que se lo parezca. Sin embargo, todavía queda un largo camino.

Sarah desechó sus comentarios agitando la mano.

—Le agradezco mucho que haya aceptado este trabajo, tan lejos de su ciudad. ¿Por qué no se va a su casa a pasar el fin de semana? Los obreros ya han terminado. Si le parece bien, podemos tener una reunión la semana que viene.

La mujer asintió.

—Que tenga un buen fin de semana, señora Hutchins.

Sarah contuvo un suspiro hasta que la mujer se hubo alejado. ¿Un buen fin de semana? Eso esperaba. Disfrutaría mucho viendo a su hijo jugar al fútbol. Disfrutaba de cada momento que pasaba junto a su niño. Pero cuando estaba sola…

Se estremeció, a pesar de que el aire de la primavera era cálido. Se miró la mano, las uñas brillantes y la alianza. Él estaba muerto. Aunque fuera viuda, podía seguir llevando la alianza, continuando con la mentira de su matrimonio.

Le quemaron las lágrimas en los ojos y se le encogió el corazón de dolor. Echaba de menos a aquel gran amigo. Sin embargo, nunca había sido verdaderamente su marido. Hacía muchos años que no sentía las caricias apasionadas de un hombre.

En aquel pueblo, todo el mundo se quedaría muy sorprendido si supiera en realidad quién era el que se había casado por dinero. El dinero había sido una pequeña compensación por todo lo que había perdido. Había perdido unos padres que la querían y la apoyaban, con unos corazones tan grandes como para adoptarla a ella, y después a su hermano…

Sin embargo, su hermano había acabado con una vida, y después con otra, la suya propia. Así que, cuando trabajaba como enfermera, muy joven, había conocido a un paciente que luchaba física y financieramente, y le había ofrecido su ayuda, y había sido etiquetada por todo el mundo como una arribista. Sin embargo, aquello era el pasado, y no tenía sentido mirar hacia atrás.

Fueran cuales fueran los errores que hubiera cometido, no podía cambiarlos. Las tragedias que había soportado eran inalterables. Tenía que concentrarse en el futuro, en su hijo.

Si quisiera volver al pasado, abriría la carpeta del expediente que su socio, Evan Quade, tenía guardada en una caja fuerte, protegida de la curiosidad de su hijo y de su propio interés. Si ellos querían saber quiénes eran, irían a buscarla. Pero después de veintiocho años, Sarah ya no los esperaba.

Caminó hacia el coche bajo el sol brillante de la primavera. Las aguas del lago Michigan chapoteaban en la orilla arenosa.

Jeremy disfrutaría mucho allí, mientras pasaba de la adolescencia a la edad adulta. Sarah tenía la esperanza de que su hijo llevara aquella transición con más gracia y precaución que ella. Pero si no hubiera hecho lo que hizo…

No. No miraría hacia atrás. Solamente para contar sus bendiciones, de las cuales, Jeremy era la más grande.

Abrió el coche y se sentó tras el volante. Al abrir la guantera para sacar las llaves, tocó con los dedos un papel arrugado. Lo tomó, lo alisó y leyó en alto el mensaje escrito en él:

—«¡Tenemos a tu hijo!»

 

 

Royce esperaba haber dado en el clavo en aquella ocasión. Encontrar a la verdadera Sarah Mars no había sido fácil, ni siquiera para un detective experimentado como él. No tenía demasiadas pistas.

Bart McCarthy había entrado en coma después de hablar con él, y ninguno de los McCarthy, ni su propio padre, habían podido darle información sobre Sarah Mars. ¿Quién era?

No era ninguna de las mujeres que había encontrado durante los días anteriores. Se lo había advertido su sexto sentido. Sin embargo, al encontrar más información y una fotografía de periódico de Sarah Mars Hutchins, algo le había dicho que era ella. A pesar de la mala calidad de la foto, la cara de aquella mujer le había resultado incluso familiar. Y allí, junto a un campo de fútbol en Winter Falls, Michigan, su instinto le decía que ella estaba cerca.

El hecho de prestarle atención a su instinto mientras trabajaba para el Departamento de Policía de Milwaukee había llamado la atención del FBI cuando había resuelto un caso muy importante antes que ellos. Entonces, el FBI lo había contratado y se lo había llevado de Milwaukee. Pero él nunca había encajado por completo en la agencia. No le gustaba vérselas con los medios de comunicación y detestaba la política interna.

Había tenido, además, otras razones más dolorosas para dejarlo. Sin embargo, a la opinión pública le había expuesto su deseo de formar una empresa propia. Quizá era más parecido a su padre de lo que pensaba.

Hizo un gesto de dolor. No. De ninguna manera.

El sol se reflejó en el pelo rubio de un hombre que estaba en mitad del campo, y después, cuando se movió, en la chapa que llevaba en el pecho. A pesar de que llevaba gafas de sol, Royce se protegió los ojos con la mano para mirar con más detenimiento. Casi no podía creerlo.

—¡Dylan!

Dylan Matthews se metió el teléfono móvil en el bolsillo de la camisa. Tenía el ceño fruncido de la tensión. Miró a Royce durante un par de segundos hasta que sonrió, encantado.

—¡Royce Graham! —dijo, y lo saludó con la mano, haciéndole un gesto para que se acercara a él.

Con cautela, Royce miró a los niños que corrían por el césped, alrededor de Dylan. Perseguían una pelota de fútbol, pateándola y pasándosela de uno a otro. Con cuidado, atravesó el campo y llegó hasta su amigo.

—Nunca pensé que te vería aquí —dijeron los dos al unísono, y después se rieron y se estrecharon las manos.

Royce sacudió la cabeza, incapaz de identificar al oficial de narcóticos amargado al que había conocido en Detroit con aquel sheriff uniformado.

—¿Eres sheriff? No puedo creerme que te haya reconocido. Debe haber sido cuando tenías cara de agobio. No me creo que en este pueblecito tan feliz haya problemas.

Dylan soltó una risa seca.

—Te sorprenderías. Pero, ¿qué haces tú por aquí?

Royce soltó un gruñido.

—Tengo que hacer un trabajo importante y se me está terminando el plazo —dijo, y el corazón le dio un salto. Cerró los ojos con fuerza para intentar apartarse de la cabeza la imagen de Bart, tumbado, indefenso en una cama de la UCI. ¿Podría Sarah sacarlo del coma?

—Claro. Estarás buscando a alguien. Siempre estás buscando a alguien o algo, pero normalmente, en algún país lejano. No podrías estar aquí de vacaciones. Dudo que alguna vez te hayas tomado unas.

Aunque Dylan lo había dicho suavemente, Royce estuvo a punto de tambalearse. ¿Se habría convertido en el hombre agresivo y ambicioso que su amigo acababa de describir? ¿Se había convertido en alguien como su padre?

Sacudió la cabeza y se pasó una mano por el pelo.

—Esto es diferente. Es personal.

Dylan apartó la mirada de los niños y la fijó en Royce.

—Ya. Tendré que creérmelo.

Royce sonrió.

—Muchas gracias —dijo, y dio unos pasos hacia atrás, al ver que el grupo de niños se acercaban a ellos.

—¿Qué hacemos ahora, entrenador? ¿Sheriff?

Como tuvo que concentrarse en contener la risa, Royce se perdió las instrucciones de Dylan. Los niños se marcharon a cumplir la tarea. Había uno rubio que les sacaba una cabeza a los demás.

—¿Es tuyo?

A Dylan se le escapó un suspiro nostálgico.

—En cierto modo —respondió, y volvió a fruncir el ceño, de preocupación.

A pesar de que tenía poco tiempo, Royce quería ayudar. Hacía mucho tiempo que no veía a Dylan. Sin embargo, había un hombre cuya vida pendía de un hilo. Royce era ese hilo. Él, y la esperanza de encontrar a Sarah.

—Estoy buscando a alguien, Dylan. Y es muy importante que encuentre a esa persona.

—¿Aquí?

—Creo que sí. Eso dicen los rumores.

Dylan volvió a soltar una carcajada seca.

—Rumores. ¿Ya llevas tanto tiempo en el pueblo como para haberlos oído? —le preguntó, y volvió a mirarlo—. Tú desentonas de la horda de turistas. Me pregunto por qué nadie me ha mencionado que andabas por ahí preguntando.

Royce se encogió de hombros.

—No lo sé. ¿Será porque hago bien mi trabajo?

Dylan se rió.

—Sí, es cierto. Por eso te contrató el Departamento de Policía de Detroit.

Royce sonrió cansadamente.

—Ahora sólo soy consultor y detective.

—Ya. Bueno, ¿y a quién estás buscando?

Antes de que Royce pudiera responder, sonaron los frenos de un coche y un Mercedes se detuvo en seco en el aparcamiento. Una mujer salió del coche, dejándose la puerta abierta, y comenzó a caminar por el campo de fútbol, con una expresión de ansiedad y con la atención fija en los jugadores.

Royce notó que se le encogía el estómago ante su belleza.

—¿Quién es?

Dylan exhaló un suspiro que terminó con su nombre.

—Sarah.

 

 

Sarah intentó controlar los latidos de su corazón. A pesar de que Dylan se lo había asegurado, tenía que cerciorarse por sí misma de que su hijo estaba bien.

Tenía la visión borrosa por las lágrimas. Notó otro ataque de pánico que estuvo a punto de echar por tierra la compostura que había logrado reunir. Sin prestarles atención a los demás niños, siguió andando por el campo hasta que llegó junto a Jeremy, que estaba a punto de patear el balón, y no se dio cuenta de que su madre estaba allí hasta que ella lo abrazó.

Entonces, el niño se retorció para librarse.

—¡Mamá! ¡Iba a meter un gol!

—Lo siento —dijo, a punto de sollozar. Abrazó con más fuerza al niño, agradecida de poder hacerlo.

Entonces, Jeremy la miró con los ojos azules, brillantes. Su irritación se había disipado.

—Mamá, ¿estás bien?

Ella asintió y lo soltó de mala gana. Después comenzó a andar hacia la banda del campo.

—Estoy bien. Vamos, sigue jugando. Marca ese gol.

Él se quedó mirándola mientras caminaba, durante unos instantes, hasta que los otros jugadores le pidieron que reanudara el partido, y Jeremy comenzó a jugar de nuevo, alegremente.

Sarah se dirigió hacia Dylan con las piernas temblorosas, conteniendo las lágrimas. Había un hombre hablando con el sheriff. A pesar de que la miró a través de sus gafas de sol oscuras, ella se ruborizó. Sin duda, la habría visto salir corriendo del coche e ir a hacia su hijo en mitad del partido.

¿Quién sería? El viento le revolvía los mechones de pelo rubio oscuro. No lo recordaba de otros partidos. ¿Sería un padre de fin de semana, de los que no les prestaban suficiente atención a sus hijos?

Frunció la boca con desagrado y le hizo caso omiso. Se dirigió directamente a Dylan. Sin embargo, sentía un picor en la piel. ¿Cómo era posible que aquel hombre la afectara tanto? Era un extraño. ¿Sería él quien había dejado la nota?

Dylan le posó la mano sobre el hombro.

—¿Estás bien, Sarah?

Ella abrió la boca para responder, pero no se atrevió a hablar para que su voz no delatara lo frágil que era su compostura. Se limitó a asentir.

—¿Dónde está la nota?

Ella miró de nuevo al extraño. Llevaba una camiseta y unos vaqueros desgastados. Tenía barba de una semana, más o menos, y una mandíbula cuadrada y fuerte. Sarah se estremeció.

—¿Sarah? —Dylan le apretó suavemente el hombro y siguió su mirada—. Sarah, te presento a Royce Graham. Es un viejo amigo. Royce, ella es Sarah Mars Hutchins.

Ella no sintió ningún alivio. Era posible que Dylan lo considerara un amigo, pero no lo parecía. Tenía una expresión dura, y no sonrió. Sin embargo, su nombre le rozó débilmente una de las cuerdas de la memoria.

—Encantado de conocerte, Sarah —él no hizo ningún gesto para saludarla. Tenía ambas manos mentidas en los bolsillos de los vaqueros, y no las sacó.

Sarah asintió y se volvió hacia Dylan.

—La he dejado en el coche, en el salpicadero, donde la encontré.

—¿En la obra?

Ella asintió de nuevo.

—¿Quién estaba allí?

—Sólo la constructora y yo. Me quedé durante un rato, y dejé las ventanillas del coche bajadas. No vi que nadie se acercara en coche, ni oí nada… —su mirada se deslizó hacia el campo de fútbol y se posó sobre Jeremy—. Gracias a Dios que está bien. Todo esto debe de ser una broma pesada.

Entonces resonó una voz profunda.

—Sé que no es asunto mío…

Ella se volvió hacia el extraño.

—No, no lo es.

—Sarah —suspiró Dylan—. Además de un amigo, Royce es un profesional. Puede que lo necesitemos.

Sarah miró de nuevo a Royce. A algunas mujeres podría parecerles sexy su aspecto de surfero, pero a ella no. Ni tampoco le parecía digno de confianza. Sin embargo, había aprendido a confiar en Dylan. Se lo debía. Se tragó otra contestación, mientras su memoria reaccionaba y reconocía su nombre.

Debido a la barba, la cara le había cambiado un poco. No llevaba traje y tenía el pelo largo, pero aquél era el agente del FBI canonizado públicamente por su trabajo, el de encontrar a niños desaparecidos. Entonces, sintió un escalofrío. ¿Cómo podía haberse enterado?

Él ya no trabajaba para el FBI. Tenía su propia agencia, y era muy famoso. Ella lo había visto hacía poco tiempo en las noticias, porque acababa de rescatar a un hombre de negocios que había sido secuestrado por unos rebeldes desesperados en algún país del tercer mundo.

Dylan suspiró de nuevo.

—Lo siento, Royce. Tú estás aquí por trabajo. Por algo personal. No me gustaría molestarte. Por favor, sólo quédate aquí un minuto, mientras voy a buscar la nota al coche de Sarah.

Sarah tuvo que reprimirse para no salir corriendo detrás de Dylan. Se quedó allí, temblando, tambaleándose, y él la tomó por el codo para intentar tranquilizarla.

—Suéltame —dijo ella.

—No.

Ella lo atravesó con la mirada. Nadie le hablaba de aquella manera, pese al respeto que todo el mundo le tuviera a aquel hombre.

—¿Quién te crees que eres?

—El único que puede impedir que te caigas. Estás temblando.

Ella no pudo negar lo evidente, ni aferrarse a su ira. En realidad, él no había hecho nada para incitarla.

—Sí.

—Esa nota te ha puesto muy nerviosa.

—No tienes hijos, ¿verdad?

—¡No! —dijo bruscamente, y después carraspeó para aclararse la garganta—. Y no pienso tenerlos.

Ella asintió.

—Está bien que lo sepas ahora, antes de que sea demasiado tarde y venga al mundo un niño no deseado —como había sido ella. Un desecho, hasta que los Mars la habían adoptado.

Él arqueó una ceja por encima de las gafas oscuras.

—No estás hablando de tu hijo. Te he visto andar entre esos niños y abrazar a uno de ellos. No he visto a cuál, pero…

—¡No! —dijo ella, tomando aire rápidamente—. Yo quiero mucho a mi hijo. Por eso esa nota…

—¿Qué dice la nota?

Ella miró hacia el campo de fútbol, donde Jeremy estaba jugando. El pelo dorado le brillaba bajo el sol. Se le encogió el corazón y volvió a sentir el miedo corriéndole por las venas, igual que cuando había leído la nota.

—Dice que tienen a mi hijo.

Él le apretó suavemente el codo, como si pensara que ella iba a caerse redonda.

—Pero no lo tienen. Es uno de los niños que está en el campo.

—Sí, es cierto. Está a salvo.

—Por el momento.

Entonces, ella se estremeció y tiró del brazo para zafarse de él.

—¿Por qué has dicho algo tan horrible?

—Sólo estoy siendo realista. Tengo experiencia en situaciones como ésta. Antes trabajaba para el FBI, en la División de Delitos contra los Niños.

A pesar de la suave caricia del sol, ella se estremeció de nuevo. Delitos contra los niños. Lo que debía de haber visto… Sarah recordó una de sus intervenciones en televisión. Su cara seria al admitir que habían encontrado a un niño… muerto. Quizá por eso no quisiera tener hijos.

—¿Y qué te dice tu experiencia de este caso? —le preguntó.

Él se encogió de hombros.

—Generalmente, el secuestro de un niño tiene algo que ver con un padre o un ex marido vengativo.

—Yo soy viuda —respondió Sarah, secamente.

—Sin embargo, hay más que ex maridos. Ex amantes vengativos, también. Los secuestros suelen llevarse a cabo por un motivo personal, al menos en este país.

Ella se cruzó de brazos, intentando no estremecerse de nuevo. No conocía a aquel hombre, y su referencia a un ex amante demostraba que no sabía nada de ella.

—Ése no es el caso. Esto debe de ser la extraña idea que alguien tiene de una broma —dijo. Parecía que quería convencerse de ello.

Entonces, él expresó con palabras el mayor de los miedos de Sarah.

—O que alguien o algo ha frustrado su intento de secuestro.

Sarah siguió su mirada y vio a Dylan acercándose hacia ellos. Entonces, suspiró.

—No se ha quitado el uniforme hoy. Debe de ser que no ha tenido tiempo —comentó. ¿Habría sido aquello suficiente para asustar a un secuestrador?

Afortunadamente para Jeremy y para ella, Dylan estaba con ellos. Era el tío de su hijo, y su entrenador. Mantenía su presencia en sus vidas, pero también tenía una existencia propia y, en aquel momento, era difícil.

Entonces, ¿qué ocurriría cuando Jeremy y ella estuvieran solos? Si aquella amenaza no era una broma, sino algo real, ¿quién iba a protegerlos entonces?